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A un ateo



                        En vano esperas que la oscura nada,
que invocas como madre compasiva,
entero en el sepulcro te reciba,
cuando termines la mortal jornada.
   Te alienta alma inmortal que, de la helada 5
carne donde reside fugitiva,
maravillada de sentirse viva,
de ignoto mundo arrostrará la entrada.
   Ya su asombro y espantos imagino,
cuando, el fallo aguardando que la hiera, 10
se encuentre al pie del tribunal divino,
y mirando del Dios la faz severa
a quien negó su ciego desatino,
exclame estremecida: Verdad era!




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Platonismo



                           Tus hechizos, mujer, la eterna Suerte
para blanco creó de mis sentidos:
los ojos me los hizo para verte,
y para oír tu acento mis oídos;
me dio alma para amarte hasta la muerte; 5
y aún después que estuvieren desunidos
mi alma y mi cuerpo para siempre, espero
que te tengo de amar como primero.
   Pienso que te he querido en otro mundo,
y sentí, al encontrarte en esta esfera, 10
que ese placer tan vivo y tan profundo
yo no sentía por la vez primera:
sentí que en este mi vivir segundo
un recordarte el conocerte era,
y que, tras siglos de una ausencia impía, 15
a reunir el cielo nos volvía.
   Y cuantas veces por vivir yo muera
y para morir luego cobre vida,
volando de una esfera en otra esfera,
tantas habrás de ser por mi querida; 20
yo pasaré la eternidad entera
en adorarte, sin que Dios divida,
en su viaje infinito por los cielos,
tan amantes espíritus gemelos.

1860.               



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Escrito en nombre de una joven

Con quien, por haber quedado afeada por las viruelas, rehusaba casarse su novio



                           ¿La misma ya no soy? Y porque ardiente
negra viruela mancilló la rosa
de mi mejilla y la nevada frente,
¿Ya me huyes y desdeñas por esposa?
   De tu injusta mudanza te arrepiente, 5
no humillada me dejes y celosa;
ven; y, aunque la beldad perdí aparente,
ve que me queda aún un alma hermosa.
   Mas que vivir, si fuerza era perderte,
de tu desdén objeto y de tu espanto, 10
¡Por qué mi horrible mal no me dio muerte!
   Rogarás por mi paz al cielo santo,
y te dolieras de mi triste suerte,
y mi tumba regarás con tu llanto.


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A un peruano



                           Honra mis lares, cariñoso amigo,
y pues la lluvia tan tenaz se muestra,
ven, de la lumbre al amoroso abrigo,
a hablar conmigo de la patria nuestra.
   Ven, y recuerde nuestro labio amante 5
su siempre puro transparente cielo
a quien no cubren el azul semblante
jamás las nubes con opaco velo.
   Y mientras nuestra vida prisionera
hiela y hastía el europeo invierno, 10
soñemos la constante primavera
y la dulzura de su Abril eterno;
   sus campiñas, magníficos jardines
que flores cuentan cual su cielo estrellas;
sus mujeres, humanos serafines, 15
tan puras y sensibles como bellas.
   Hablemos de la espléndida riqueza
que darle plugo a la bondad divina
para que ornara su sin par belleza
y no discordias le trajera y ruina. 20
   Hablemos del amor del océano
que arrulla y acaricia su ribera,
y en nombre y olas le presenta en vano
de la paz una imagen placentera.
   ¡Ay! que al hablar de nuestro suelo amado, 25
tardar no puede la filial tristeza,
y al recordar su doloroso estado,
en llanto acaba lo que en risa empieza.
   Mas, esquivando tan prolijo duelo
que el tierno pecho a resistir no alcanza 30
hoy remontemos nuestro libre vuelo
en alas de la mágica esperanza.
   Y huyendo sus presentes amarguras
y sus discordias bárbaras e impías,
soñémosle grandezas y venturas 35
en los futuros suspirados días!


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A mi patria

Cuando me disponía a volver a ella a fines de 1860



                           Ya se acerca el instante bienhadado
de volver, dulce Patria, a tu ribera,
que, ha un lustro, a mi profunda
constante pena siglo dilatado,
mi planta abandonó por vez segunda: 5
¡piadoso el cielo quiera
que sea de mi vida la postrera!
Que, aunque de ti destierro no me aparte,
sin cesar empleado en recordarte,
de la ausencia el tormento 10
al par de triste desterrado siento.
Y es el cielo testigo
que sólo aplaca la tristeza mía
el platicar de ti con dulce amigo,
hijo tuyo también, y de la propia 15
congoja enfermo de que peno y lloro,
y verte al menos en la breve copia
del mundo retratada,
y desde el suelo donde triste moro
viajar con la prestísima mirada 20
a tu playa feliz que tanto dista
¡Y ojalá que tan vasta lejanía
vencer pudiera en el veloz momento
en que anda el mapa la ligera vista
o la tierra y el mar el pensamiento! 25
   Y todo es ocasión de que a mi mente
en todos los instantes,
oh patria, tu memoria se presente:
si tranquilo y feliz un pueblo miro,
pensando en tus discordias incesantes, 30
exhala el corazón hondo suspiro;
si artísticas nombradas maravillas
admirado contemplo,
trasladarlas quisiera a tus orillas;
si de virtud y patriotismo ejemplo 35
leo o escucho celebrar preclaro,
le envidio para ti; y heroica hazaña,
hecho sublime y raro,
cuanto grande por fin, noble y hermoso
admira en gente extraña, 40
lo anhela para ti tu hijo amoroso.
   Mas no por lo que en ti de menos echo,
y que darte querría,
tan solamente me enternece el pecho
tu memoria dulcísima; que al día, 45
mil también y mil veces,
por los dones que encierras te me ofreces.
¡Cuánto, oh mi Lima, anhelo
ver de nuevo tu puro alegre cielo!
¡Cuánto echa el alma menos tus iguales 50
serenos días, y tus noches bellas,
de tus días rivales,
donde todo su ejército de estrellas
en campo azul el firmamento aduna,
y la luz de la luna, 55
no en lo claro, en lo suave solamente,
es de la luz dïurna diferente!
¡Cuánto extraño tu blanda primavera,
que alegre persevera
y el año cambia en sempiterno Mayo; 60
tu ambiente puro, sin cesar ajeno
a la lluvia y al trueno,
y al siniestro relámpago al rayo;
tus celestiales hijas, que la fama,
en elegante aliño, 65
Y en gracia y en beldad, únicas llama;
de tu tan hospital gente y humana
el genïal agrado y el cariño,
que el extranjero al natural hermana;
tus familiares frases expresivas, 70
donde nueva mayor dulzura toma
de Iberia el dulce idioma,
y su gracia y viveza más avivas;
tus casas, templos, calles y paseos
que niño hollé con indecisa planta; 75
tus cantos populares
que la memoria sin cesar me canta,
y hasta tus dulces frutas y manjares!
Ni hay en ti, patria amada, cosa alguna
de las que sólo precia quien te pierde, 80
con que mi ausencia no hagas importuna,
y de que con deseo no me acuerde.
    Nunca amarte juzgué con tanto exceso
como hora que de ti distante vivo;
cual la preciosa libertad más ama 85
el mísero cautivo,
así hora crece de mi amor la llama.
¡Cómo, cuando a tu seno dé la vuelta,
ha de preciar el alma su ventura,
de la familia la sin par dulzura 90
saborëando, y goces mil que encierra
en sí la propia tierra!
¡Cómo, feliz viajero,
visitaré una a una
tus hermosas ciudades! la ingeniosa 95
ciudad valiente, de mi madre cuna,
que del ardiente Misti al pie reposa;
Cuzco, que del primer glorioso brillo
despojó el hado aleve,
y la noble Trujillo, 100
de la opulenta Lima copia breve;
la triste Cajamarca,
que de Pizarro la traición aún llora
y la prisión del infeliz monarca;
y la heroica Ayacucho, 105
de Cajamarca ilustre vengadora,
cuyo glorioso nombre nunca escucho,
ni escuchar puede libre Americano,
sin que palpite el corazón ufano,
y al cielo gracias rinda el labio ardiente 110
de haber nacido en suelo independiente.
Mas ¿qué digo? no habrá mezquina aldea
que con ojos no vea
del que nacido fue en su dulce seno,
ni habrá pedazo en fin de tu terreno 115
que hermoso y santo para mí no sea.
   ¡Qué gozos tan sublimes me destinas,
cuando del inca imperio
huelle las tristes majestuosas ruinas;
y esas cuyo remoto origen vela, 120
en confuso misterio
que en vano se desvela
por penetrar el sabio encanecido,
la antiquísima noche del olvido!
O al recorrer, clavando aguda espuela 125
de generoso bruto en los hijares,
tus inmensas llanuras y praderas;
al penetrar tus selvas seculares,
donde no entra jamás el sol sereno;
al trepar tus Andinas Cordilleras, 130
de los cielos altísimos pilares;
al ver el breve mar que en tu ancho seno
encierras y aprisionas,
y al detener mi planta en las riberas
de tu caudalosísimo Amazonas 135
de los ríos del orbe soberano,
y orgulloso rival del océano!
   Y ¡cuánto escenas tales,
a la ambición de mi deseo iguales,
inflamarán mi osada fantasía, 140
que, de lo grande y de lo nuevo ansiosa,
en tu sin par naturaleza, virgen
al canto todavía,
nuevo mundo de rica poesía
conquistará, y laureles que a tu planta 145
pondrán mis manos en ofrenda santa!
   Y una vana ilusión tal vez me engaña:
mas espero que el sano
ambiente, henchido de pureza y vida,
de perüano valle o de montaña 150
al fin me torne la salud perdida,
                        aquí buscada con afán tan vano;
y mayor esperanza aún me halaga:
que la antigua ilusión de inmensa y vaga
ventura que persigo
de ti, encarnada, viva, 5
en divina mujer tu hijo reciba,
y en ella encuentre la anhelada calma
y contra males de la suerte abrigo;
mereciéndote, oh patria, juntamente
el cuerpo su salud, su dicha el alma. 10
   Mas ya me la concedas generosa,
ya de ella seas con mi anhelo avara,
eternamente habrás de serme cara,
sin atreverse nunca la querella
a ti de mi dolor; feliz el hado 15
me des o desgraciado,
de espinas me corones o de flores,
Tú serás el mayor de mis amores;
y, hasta el postrer suspiro de la muerte,
corazón, alma, vida y pensamiento, 20
y de mi lira el ardoroso acento,
no he de cesar un punto de ofrecerte;
y, si mi alma amorosa
correspondencia no halla a su deseo,
y sus goces me niega el himeneo, 25
tú mi dama serás y tú mi esposa.
   Ni, por verte tan triste y desgraciada,
de la discordia y ambición teatro,
menos, oh dulce patria, te idolatro,
antes crece mi amor piedad sagrada; 30
ni, aunque ahora tanto en esplendor te venza,
pienses que la europea
tierra, que te desdeña en su ufanía,
de ser tu hijo me cansó vergüenza;
que ni a la hermosa celestial idea 35
correspondió del alta fantasía,
que pedazo del cielo la fingía;
mas, aún cuando excediera
las esperanzas mías,
y Edén segundo y mejorado fuera, 40
nunca tu hijo de ti se avergonzara,
ni jamás dejarías
de ser en sus afectos la primera;
y, si a nacer tornara yo y del cielo
la soberana ley a mi albedrío 45
elegir consintiera patrio suelo,
mas suelo no eligiera que el ya mío.
   Mas ¿quién nos dice, oh patria, que mañana
rayos no des de gloria soberana?
Si es de la vana Europa lo presente, 50
es tuyo lo futuro;
que nada persevera eternamente,
ni a cambios del destino está seguro;
y con nación alguna
hizo pactos eternos la Fortuna, 55
que, ministra del cielo, nos gobierna,
y a cada gente el principado alterna.
Tal vez no dista el venturoso día
que, a Europa, demostrando rostro adverso,
al vasto mundo de Colón sonría. 60
Y el imperio le dé del universo,
y su vez gloriosa le conceda
a mi dulce Perú su instable rueda,
que de tanto reyes en desagravio
con que le aflige y afligió le debe, 65
citando yazga quizás inútil plebe
quien hoy nos befa con soberbio labio,
   Mas para idolatrarte
no ha menester el alma imaginarte
de excelsa gloria y resplandor cubierta: 70
bástame que en tu cielo mis miradas
alegres saludaron al sol nuevo;
que en ti mi planta incierta
dio sus primeras trémulas pisadas;
que a ti familia y dulce madre debo, 75
y de la pura infancia los placeres;
a ti el primer amor y las sinceras
amistades primeras:
bástame en fin que tú mi patria eres,
que para el tierno corazón del hombre 80
todo se cifra en este dulce nombre.
   Sí, que en el pecho humano,
de todos sus afectos soberano,
de la patria el amor Naturaleza,
inmortal esculpió, profundo, inmenso, 85
del tiempo vencedor y la distancia;
y de nuevas regiones la grandeza,
poder, tesoro, amor, nada le entibia;
y, aunque el más triste páramo de Libia
te engendrara, y estancia 90
te dé en su vasto seno,
de eternas fiestas y delicias lleno,
la encantada metrópoli de Francia,
siempre suspirarás en suelo ajeno.
   Aunque terrenos paraísos pises, 95
nada el anhelo de la patria aplaca:
dígalo el sabio pacïente Ulises,
que, con morar en un Edén pequeño,
de bella diosa idolatrado dueño,
sólo anhelaba regresar a Itaca, 100
y, como favor sumo,
a Jove suplicaba queje diera
vivir donde siquiera
se divisase de su hogar el humo;
y, huyendo de la tierna amante diosa, 105
sentado tristemente en la ribera
del inmenso océano,
pasaba entero el día
en su patria pensando, hijo y esposa,
y en Laertes, su anciano 110
padre, que acaso ya no viviría.
   Y a su lado llegando, se quejaba
tal vez así la huéspeda divina:
«¿Por qué me huyes, ingrato?
¿La soledad prefieres de esta playa 115
de una diosa al amor y estrecho trato?
¿Por qué yaces sentado en la marina,
desde que el alba sonrosada raya
hasta que el sol declina,
en silencio y a solas 120
contemplando con lágrimas las olas?
¿Qué mortal, sino tú, pagar pudiera
mi amor en tal manera?
¿Quién en este terrestre paraíso,
del alma primavera eterna corte, 125
quién por mí no olvidara hijos, consorte,
familia, patria, y cuanto un tiempo quiso?
en jardín que deleita las miradas
del que deja las célicas moradas,
o a visitarme baje, 130
o me traiga de Júpiter mensaje,
¿Quién, dime, el mundo todo no olvidara?
Mas tú, la dicha rara
de ser el caro dueño de Calipso
mal preciando insensato, solo anhelas 135
a Itaca desplegar las raudas velas,
y volver de Penélope a los brazos:
mas, dime, ¿en hermosura no la eclipso
y en amor y en ingenio? pues mal puede
débil humana, que a los años cede, 140
a eterna diosa disputar la palma
en corporales prendas y del alma.
«Deja pues ese anhelo y largo llanto,
y mi amor goza en tanto;
de la inmortalidad con que te brindo 145
acepta el alto don, y sé mi esposo;
tiempo es que de tus viajes el reposo
quieras aquí gozar; de nuevas penas
en demanda no vayas,
libre de tantas por mi amparo apenas. 150
¡Ah! si supieses los trabajos grandes
que te esperan al irte de mis playas,
cuando por mares y por tierras andes
errante peregrino,
sin que un punto reposes, 155
juguete del destino,
y blanco de las iras de los dioses,
por siempre renunciarás al deseo
de salir de este plácido Eliseo;
y tu Itaca pusieras en olvido 160
y tu esposa, gozando satisfecho
de ilustre diosa el venturoso lecho,
que más de un morador esclarecido
del bienhadado Olimpo envidiaría.»
Entre airada y amante, 165
se querellaba así la hija de Atlante;
y el Itacense así le respondía:
   «Cierto es, augusta, Diosa,
cuanto decís, y mal comparar puedo
mi Itaca pedregosa 170
a esta florida, amena, feliz isla,
de los cielos bellísimo remedo
(y en el mismo de Jove alcázar alto
vos con vuestra presencia convertisla;)
ni soy tan ciego y de sentido falto, 175
que no alcance a entender con cuanto exceso
vence a la de mi esposa y anonada
vuestra inmensa beldad, que nunca el peso
del tiempo sentirá, ni de la helada
enfadosa vejez los graves daños, 180
habiendo de volar sin fin los años
sin que el menor hechizo nunca os roben,
mas siempre os hallen bella y siempre joven;
mientras la frágil suya,
cual flor que vive sólo una mañana 185
a marchitarse y fenecer condena
forzosa ley de nuestra estirpe humana:
mas Itaca es mi patria, y negra pena,
que resistir es vano,
me roe el corazón, de ella lejano; 190
a ella de noche viajo, y a su puerto,
do no puedo despierto,
abordar en mis sueños me imagino;
y paso, como veis, del sol el curso,
mirando el mar inmenso, que el camino 195
es de la patria mía,
y que al alma tristísima consuela
con la dulce esperanza de que un día,
si no me abandonó favor divino,
me ha de llevar por él rápida vela. 200
   «No hay hora, no hay instante en que no piense
cuando será que al fin suelo itacense
huelle, y bese con llanto y reverencia;
y sienta el indecible regocijo
de ver de nuevo, tras tan larga ausencia, 205
a mi tan fiel Penélope querida,
y a nuestro dulce hijo,
que tan niño quedara a mi partida;
y a mis amantes padres, cuyo largo
vivir prolongue hasta mi vuelta el cielo, 210
y a la fiel turba esclava,
y hasta a mi pobre perro, mi leal Argo,
¡que por seguirme, a mi partir, lloraba!
   «Mi pensamiento sin cesar desvela
de esposa e hijo la ignorada suerte, 215
y tan tenaz recuerdo
ni en vuestros brazos amorosos pierdo;
acaso, mientras yazgo en ocio inerte,
audaces pretendientes codiciosos
a mi pobre Telémaco dan muerte, 220
y a Penélope cercan, ambiciosos
de su himeneo, con tenaz asedio,
que a reducir no basta
el firme pecho de mi esposa casta;
tal vez, tal vez la dolorida exclama: 225
«¿Dónde mi esposo está, que no me auxilia?
Si en la tumba no duerme,
¿por qué así deja solitaria, inerme
tan largos años a su fiel familia?»
Sí, mi dulce Penélope, tus voces 230
escucho, y, pronto dando las veloces
lonas al viento, volaré en tu ayuda;
pronto a Plutón mi vengador encono
la turba loca lanzará, que solo
falsa esperanza de mi muerte alienta 235
a pretender del Laerciada el trono,
y la mano y el lecho de su viuda.
   «Sin que el anhelo del retorno templen,
que tan ardiente os muestro,
los males que me anuncia el labio vuestro: 240
no son para mí nuevas
de la suerte las pruebas,
con las que mi valor más acrisolo;
diez años en crudísimas batallas
me miraron de Troya las murallas; 245
las iras sé de Eolo,
y los peligros de Caribdi y Seila;
y del Cíclope hambriento,
a quien privé de su única pupila,
cercano a ser me vi triste sustento: 250
del hado a los insultos estoy hecho,
y así, cuantos añada
su cólera jamás apaciguada,
todos resistiré con fuerte pecho.
   «Mas no os enojen, Diosa, mis sinceras 255
palabras, ni temáis que en tiempo alguno
olvide ingrato cuán piadosa y noble,
en vuestras playas dándome acogida,
me salvasteis de la ira de Neptuno;
hasta la hora postrera de mi vida, 260
en cualesquiera mares o países
a do el hado me llevó,
siempre en el alma vivirá de Ulises
la memoria dulcísima de tantas
altas mercedes que a Calipso debe, 265
y que agradece humilde a vuestras plantas (12)
   Si pues Ulises, de una diosa amado,
gozando de su lecho y de su lado,
en valles siempre amenos,
en jardín sin cesar florido y verde, 270
que bello se mostraba a las miradas
a contemplar al cielo acostumbradas,
su patria echaba menos;
¿cuánto será razón que te recuerde,
dulce suelo peruano, 275
siendo tanto más bello
de Calipso el imperio sobrehumano
que la tierra que huello,
cuanto a ti cede Itaca, la postrera
hija del Océano, 280
de quien ni el nombre recordará el mundo,
si por aquel no fuera
a quien tornar a verla costó tanto
de deseos, de afanes y de llanto?

1860.               



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A un ruiseñor



                           Con gemido tan doliente
rompes la nocturna calina,
cual si tuvieras un alma
que al par de la nuestra siente;
   el griego mito no en vano 5
te fingió infeliz doncella (13),
pues en verdad tu querella
lamento parece humano.
   Y, aunque tu idioma no entiendo,
harto conocer se deja 10
que es sentidísima queja
esa que estás repitiendo.
   En estas tranquilas horas,
en las que yace la vida
en alto sueño sumida, 15
¿por qué solitario (14) lloras?
   ¿De qué congoja importuna
tan sin cesar te querellas?
¿Qué desdicha a las estrellas
cuentas, y a la blanca luna? 20
   ¿De tu consorte fïel
te privó plomo encendido?
O ¿no hallaste, vuelto (15) al nido,
tus dulces hijos en él?
   ¡Con tu queja lastimera 25
cuánto, cuánto me apiadas!
¡Quién tus prendas adoradas
volver g tu amor pudiera!
   Mas, como yo de tu pena,
piedad de mi pena ten, 30
que la ausencia de mi bien
lloro, cual tú, Filomena.
   Y, como a mi negro duelo
piedad no hallo entre los hombres,
de que venga no te asombres 35
a buscar en ti consuelo.
   Dolorosa simpatía
une nuestras almas hoy,
y, aunque superior te soy,
quiero hacerte compañía. 40
   Y, pues a ambos nos da (16) Dios
los mismos males extremos,
acompañados lloremos,
oh Filomena, los dos.

1861.               



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Super flumina babylonis



                           Junto a tus ríos, Babilonia altiva,
nos sentamos, mezclando a su corriente,
a su libre corriente fugitiva,
un largo mar de nuestro lloro ardiente:
y en vuestras ramas, sauces lloradores 5
que pobláis las riberas,
las resonantes cítaras colgamos
con que en días mejores,
a las orillas de los patrios ríos,
nuestras dichas y triunfos celebramos. 10
   Y cuando los impíos
que cautivos allí nos arrastraban
nos dijeron con bárbara ironía:
«cantadnos algún canto
de los que alzabais en la patria un día» 15
con voz interrumpida por el llanto,
nuestro mísero labio respondía:
«¿Cómo cantar en servidumbre fiera
los himnos de la patria vencedora?
¿Cómo cautivos levantar ahora 20
los cánticos que al viento
un día daba nuestro libre acento?»
   ¡Yerta quede mi mano,
oh dulce patria, si en comarca ajena
jamás del harpa los bordones toca! 25
¡Muda quede mi lengua, si en mi boca
tu santo nombre sin cesar no suena!
De mí se olvide la memoria mía,
si siempre no alimento
con tu dulce recuerdo el pensamiento, 30
y el triste corazón con la esperanza
de que a tu seno he de tornar un día,
cuando aplaquen los cielos su venganza.
   ¡Ah! ¡quién fuera, quién fuera
el aura voladora, 35
la nube pasajera,
para volar a tu mansión querida!
¡Envidio, envidio ahora
del ágil ave el presuroso vuelo,
cual envidiaba en mi crüel partida 40
la raíz de los árboles felices
que se quedaban en el patrio suelo!
¡O patria bella que al Edén te igualas,
tuvieran ¡ay! tus hijos infelices,
para volver a ti veloces alas, 45
para quedarse en ti, firmes raíces!
   ¡Hermosos campos del Jordán bañados!
¡Frescos viciosos prados!
¿Cuándo os verán mis impacientes ojos?
¿Cuándo, campiñas santas 50
os hollarán mis anhelosas plantas?
Tierra de la esperanza y del recuerdo,
que guardas de mis padres los despojos,
¿Será que nunca he de volver a verte,
y que en campos ajenos 55
mis tristes ojos cerrará la muerte?
¡Ah! no, jamás, y en mi vejez postrera,
en mis instantes últimos al menos,
me dé el Señor que a saludarte torne,
aunque, al llegar a tus confines, muera. 60


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La desgracia

(Del diario de un viajero americano)



                           Con esa sombra que jamás evito,
¿en mí castiga el soberano Juez
legadas culpas, o fatal delito
que en otra vida me manchó tal vez?
   En las partes más solas y calladas 5
sus pasos oigo resonar detrás,
y guardan sin cesar con mis pisadas
un siniestro monótono compás.
   Si tal vez apresuro mi carrera,
pensando que su alcance burlaré, 10
también ella sus pasos acelera,
e igualmente cercano oigo su pie.
   Y cuando más por escaparme peno,
su acento escucha mi mortal terror,
su horrible acento que, rival del trueno, 15
«sigue, grita, tu curso volador.
   »Que sin darte jamás treguas ningunas,
tras tus pisadas mis pisadas van:
de Venecia lo saben las lagunas,
los palacios lo saben de Milán. 20
   »Y los templos lo saben y las ruinas
de la que fue del mundo emperatriz,
y las músicas ondas cristalinas
y jardines de Nápoles feliz.
   »Y lo sabe la artística Florencia, 25
y Génova, la espléndida ciudad,
siendo lóbrego velo mi presencia
que te empañó de Italia la beldad.
   »Tajo lo sabe de dorada arena,
Betis ilustre y diáfano Genil, 30
Támesis frío, y cenagoso Sena,
y mil ríos lo saben y otros mil.
   »Busca, busca, insensato, nuevas playas,
más tristes siempre cuanto ansiadas más:
a donde quiera que en tu fuga vayas, 35
nunca, nunca de mí te librarás.
   »Te recibí al nacer: mecí tu cuna,
y fue mía tu lágrima primer;
en vano mi presencia te importuna:
acrece tu fastidio mi placer. 40
   »Para estar en eterna compañía
el supremo destino nos creó;
y para hüirme, menester sería
que de ti huyeras, que otro tú soy yo.»
   Y así es seguirme su constante empleo 45
de un confín de la tierra a otro confín,
como tenaz remordimiento al reo,
cual los divinos ojos a Caín.
   ¡Ah! por no ver a la que así me aterra
y acosa y atormenta sin cesar, 50
me escondiera en los senos de la tierra
y en los abismos húmedos del mar.
   Si a veces busco compañía humana,
vanos amigos cariñosos son
y hasta beldad enamorada es vana 55
para ahuyentar tan cruel persecución.
   Si en danza busco bulliciosa y leda
breve instante de tregua y de solaz,
de blancos rostros entre alegre rueda
súbito asoma su amarilla faz. 60
   Y cual armada sombra vengadora
visible sólo al matador, así
su atroz presencia que el sarao ignora
solo descubre la feroz a mí.
   Y tal vez de improviso entre el rüido 65
de la festiva música veloz,
palabras de terror me habla al oído
y yo sólo oigo su siniestra voz.
   Roba paz a la noche, luz al día,
blando aroma a las flores del jardín, 70
de los frutos aceda la ambrosía
y emponzoña el magnífico festín.
   Yo la siento ceñir mi cabecera
al dar al sueño mi abrasada sien,
y al abrirse mis ojos, ¡vista fiera! 75
en mí clavadas sus miradas ven.
   Ella será quien en la huesa me hunda,
y su semblante el último será
que divise mi vista moribunda
entre las sombras sempiternas ya. 80
 
   Así se queja; y a su espalda en tanto
la le tenaz perseguidora
recorre atenta el doloroso canto,
y cruda ríe, citando el triste llora.

1861.               



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A la salud



                           Virgen celeste, ¿cuándo
será que, mitigando
tan severos enojos,
vuelvas a mí los compasivos ojos?
   Ya siete veces el Abril rïente 5
de verdes hojas coronó las plantas
y de pintadas flores, y otras tantas
cubrió de nieve el suelo tristemente
el frío primogénito del año,
y aún gimo y lucho con el mal extraño 10
que mi cuitada juventud devora;
cual mísero doliente,
a quien lento veneno
dio en su tierna niñez mano traidora,
por largos años fallecer se siente, 15
tal agonizó y sin descanso peno,
y en vano, oh Diosa, tu favor invoco;
cual dura, apenas viva,
luz a quien va faltando poco a poco
el licor de la oliva, 20
y cada instante la mirada espera
que ya del todo muera,
yo así, en mal tan extremo,
en cada día el de mi muerte temo.
De él me liberta, Diosa, 25
y tu loor divino
eternamente cantará mi lira,
dulce ya y melodiosa,
si la sagrada gratitud la inspira.
   Mas ¿quién con dignos labios ensalzarte 30
iluso esperar osa?
De tu inmensa beldad ¿quién dirá parte?
Tiñe nativa grana tu mejilla,
que remedar no pudo nunca el arte
de afeitada beldad artificiosa; 35
mármol de Paros, nieve sin mancilla
es el turgente seno;
y tu mirada cual lucero brilla
en el éter sereno:
siguiendo donde quiera tus pisadas 40
van las turbas aladas
de las felices Risas y Placeres,
que con extraño error en compañía
pinta la Poesía
de la Diosa de Pafo y de Citeres; 45
tan bella por fin eres,
que de la envidia el áspid importuno,
pudo sentir por tu hermosura sola
la vencedora de Minerva y Juno,
y el carmín eclipsó con tu presencia 50
que sus blandas mejillas arrebola.
   ¿Qué sin ti vale el oro,
que no aprovecha más que al ruin avaro
su enterrado tesoro?
¿Qué la suerte más próspera y válida, 55
gloriosos lauros y linaje claro?
Las más alegres animadas fiestas
tristes son funestas
para quien llora con tu ausencia impía:
el sonoro compás de las orquestas, 60
las mil luces y mil que en nuevo día
la oscura noche tornan, la algazara,
y las sonantes olas del gentío
fueron siempre sin ti pena y hastío,
que todo tu enemiga lo acibara. 65
   ¡Cuánto te anhelo sin cesar! Contigo,
oh tú sin quien la vida es larga muerte,
por la de vil mendigo
trocará al punto con placer mi suerte;
Sin ti diademas reales 70
despreciaran mis sienes,
y mis manos del Inca los caudales;
que fáciles contigo son los males,
y sin ti males son los mismos bienes.
   Ven, y te apiade mi tormento duro, 75
desarme tu rigor mi humilde ruego,
que, si de nuevo a disfrutarte llego,
eternamente respetarte juro;
y como virgen pía
velaba asidua el sacrosanto fuego 80
con que la llama de su vida ardía,
así te he de velar yo sin sosiego:
no tantos de ti gocen
que, porque nunca los dejaste esquiva,
tu valor desconocen, 85
y, como ya este triste arrepentido,
te ofenden o te tratan con descuido;
y de mí que conozco cuánto vales,
y el amor te tendré que tú mereces,
no desoigas las preces, 90
y da piadoso fin a tantos males.


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A un cóndor enjaulado



                           Un tiempo, allá en el suelo americano,
rey te aclamó la voladora plebe,
y de los Andes la más alta nieve
atrás dejabas en tu vuelo ufano:
   el espacio sin fin del aire vano 5
era tu imperio; mas en cárcel breve
hoy en vano tus alas alza y mueve
tu no perdido instinto soberano.
   ¡Cuánto, al mirarte, oh cóndor, me apïadas
preso, y en suelo, como yo, extranjero! 10
Mas yo pronto a las playas adoradas
   de mi dulce Perú tornar espero,
y tú, blanco curioso a las miradas,
ausente morirás y prisionero.

1861.               



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Dido a Eneas



                           Y ¡partes y me dejas, enemigo!
Y, por más que a tus plantas en un lago
de lágrimas ardientes me deshago,
¡ablandar tus entrañas no consigo!
   ¡Oh de tanta merced inicuo pago! 5
Aquí náufrago y prófugo y mendigo
llegaste, ingrato, y yo partí contigo
mi lecho y el imperio de Cartago.
   ¡Ah! pues no basta a detenerte nada,
permitan las deidades justicieras 10
que, al presentarse al fin a tu mirada
   de esa tu ansiada Italia las riberas,
súbita tempestad hunda tu armada,
y, como yo, desesperado mueras.

1861.               



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Descripción de un palacio

(Fragmento de un poema)



                           Del encantado celestial palacio
miro brillar cada anchurosa sala,
de esmeralda, zafir, rubí y topacio
con color vario y lumbre, que no iguala
la luz cambiada en cada breve espacio 5
de los mágicos fuegos de Bengala;
y de una sola fina piedra es hecho
cada diáfano muro y alto techo.
   Y paredes penetra y techos una
extraña claridad, de otro sol hija, 10
que, mas que el nuestro claro, no importuna
la mirada jamás que en él se fija,
mas suave siendo aún que nuestra luna;
que los ojos y el alma regocija,
y que con rayos siempre iguales arde, 15
sin conocer jamás noche ni tarde.
   Por natural virtud, tan dulcemente,
por donde quiera que el pie lleves, suena
el armonioso musical ambiente,
que la más dura, antigua, tenaz pena 20
aduerme y desvanece de repente,
y quieta torna el ánima y serena;
ni vivo, como el agua del Leteo,
le deja algún recuerdo ni deseo.
   Una escondida no visible lira 25
en cada blando soplo se dijera
que amorosa y dulcísima suspira,
y que vuela una orquesta por do quiera:
así en la altura etérea donde gira
en resonante danza cada esfera 30
el antiguo Pitágoras creía
que música es el aire y armonía.
Y un canto aquella música acompaña,
que de dónde desciende no conoces,
en que, hermanadas en concordia extraña, 35
son una sola voz mil y mil voces:
voz dulce que de modo el tiempo engaña,
y hace huir los instantes tan veloces,
que, oyendo su dulzura arrobadora,
iguales son un siglo y una hora. 40
   Los que tanto preciáis y os gozáis tanto
en el canto y la música terrena,
si esa música oyerais y ese canto,
lo que hoy tanto os suspende y enajena
fuera de vuestro oído horror y espanto, 45
cual son de nube que, rasgada, truena,
o estampido de bronce cuyo seno
al aire lanza el imitado trueno.
   Allí Flora y Pomona sus imperios
tienen, do cuenta el Año doce abriles, 50
y que eclipsan y apocan los aerios
famosos Babilónicos pensiles;
y aun los huertos fantásticos Hesperios
fueran con ellos reputados viles:
dorados frutos su recinto cría 55
y flores de variada pedrería.
   Embriagadora celestial fragancia
desprendiéndose va de aquellas flores,
que no apaga o minora la distancia,
cual de flores terrestres los olores; 60
y en toda aquella venturosa estancia
música, así, y aromas y fulgores
compiten, sin que alcances qué sentido
es de más gloria y más dulzura henchido.
   Más suave que la miel y la ambrosía, 65
más que el maná de los desiertos suave,
mil sabores y mil como él varía,
sin que jamás de deleitar acabe,
ya lo que el gusto caprichoso ansía
de cada cual en cada instante, sabe 70
el fruto de los árboles de vida
con que el divino huerto me convida.
   Azules y tranquilos cual los cielos,
lagos miré de transparencia rara,
y en lecho de oro y perlas arroyuelos 75
de pura linfa como el aire clara;
el agua que al cristal da aquí más celos,
si a aquélla la memoria la compara,
con desdén la memoria la desecha,
cual por arte imperfecto contrahecha. 80
   Mas de lo que me ofrece este universo
es lo que aquel palacio soberano
en su seno atesora tan diverso,
que por pintarlo me fatigo en vano:
faltan colores al humano verso, 85
fáltale vuelo al pensamiento humano,
y así, desesperando del intento,
calla el verso, desmaya el pensamiento.

1861.               



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La mujer



                           Pródiga con el león, Naturaleza
de soberbia melena le corona,
y deja sin diadema la cabeza
        de la olvidada leona.
   No concede a la frente de la cierva 5
de las astas el árbol ostentoso,
que a la frente magnífica reserva
        del engreído esposo.
   Al pavón orgulloso dio la cola
que de mil ojos deslumbrantes siembra, 10
y sin tasa matiza y tornasola,
y la negó a la hembra.
   Mas ¡cuán distinta con la especie nuestra
plugo a la madre de las cosas ser!
¡Cuánta, más gracia y hermosura muestra 15
      que el hombre la mujer!
   De sauce babilonio cual ramaje,
le da rica sedosa cabellera
que por el hombro tornëado baje
        hasta el ancha cadera. 20
   Apretadas alzó y alabastrinas
en el turgente dilatado pecho
dos redondas purísimas colinas
        que parte valle estrecho.
   Quiso que al labio colorado y breve 25
la grana envidie, y en la faz hermosa
dulcemente mezcló púrpura y nieve
        y el jazmín a la rosa.
   La luz de las estrellas apartadas 30
en sus ojos clarísimos encierra,
que son, en sus espléndidas miradas,
       los soles de la tierra:
   añadiendo a beldad tan portentosa
un dulce hechizo, una inefable gracia, 35
que de ella en todo sin cesar rebosa
y que jamás nos sacia.
   Y tú, hombre, al verla tan graciosa y bella,
al cielo gracias y loores das
de ser vencido en la beldad por ella 40
para adorarla más.

1861.          



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A mi sobrina Manuelita C.



                           Cuando en los días primeros
de tu existencia te vi,
lunar no hallaban en ti
ni los ojos más severos.
   Y si no me alucinó 5
el casi paterno afecto,
criatura sin defecto
te jurara entonces yo.
   Mas pronto Naturaleza,
arrepentida de haber 10
creado un humano ser
con tan divina belleza,
   dijo: «no es bien que te dé,
»predilecta criatura,
«la perfección de hermosura 15
»que siempre a todas negué.
   »Si signes creciendo así
»y humillando a las demás,
»soberbia te engreirás
»de la beldad que te di. 20
   »Un defecto has menester
»que sea en ti la señal
»de tu condición mortal,
»y te confirme mujer.
   »que, si no, supersticiosa, 25
»la tierra tributaria
»criminal idolatría
»a tu belleza de diosa,
   »por quitarte lo soberbio,
»fiebre tenaz te enviaré, 30
»que de tu pequeño pie
»tuerza el delicado nervio;
   »por que, cuando te engrïeres
»viendo en ti belleza tanta,
»al sentir tu enferma planta, 35
»recuerdes que mortal eres;
   »y para que, cuando quieras
»dejar la tierra afligida,
»tu planta grave te impida
»alzar tus alas ligeras.» 40

1861.               



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A la tierra



                                                 I
   Sé entre todos los astros tú maldito,
triste planeta, por mi airado verso:
de un linaje infeliz cuanto perverso
¡patria fatal que por desdicha habito!
   Entre el número de astros infinito 5
que pueblan el vastísimo universo,
eres, por culpa propia y hado adverso,
el astro del dolor y del delito.
   Antes que suene del querub la trompa,
el ciego choque de cometa airado 10
tu frágil mole estremeciendo rompa:
   ¡Y siga, sin tu globo, lo creado
en concertada majestad y pompa
su eterno movimiento arrebatado!
                         II
   Perdona, madre Tierra, si mi inquieta 15
alma soberbia, en su ambición osada
menospreciando un tiempo tu morada,
quiso por mejor planeta!
   Ya la divina voluntad respeta
que a ti la destinó, viendo humillada 20
que no hay mansión ninguna que a su nada
mas que la que hoy habita le competa.
   Y no arde acaso en la celeste altura
astro ninguno que de ti diverso
sea en estar negado a la ventura: 25
   acaso en el vastísimo universo,
donde quiera que esté la criatura,
la ley la oprime del destino adverso!


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A mi tío el varón don Augusto Althaus



                           No expresa mi placer lenguaje humano:
al fin antiguo anhelo he satisfecho,
y entre mis brazos vuestro cuello estrecho,
¡oh de mi padre idolatrado hermano!
   Pero de tanto júbilo a un insano 5
dolor pasa de súbito mi pecho;
y, en encendidas lágrimas deshecho,
pienso en mi padre, y le apellido en vano.
   Pienso que, como a vos en este instante,
nunca abrazarle a su hijo dio la suerte 10
ni conocer su voz y su semblante;
   pienso que, como vos, anciano fuerte,
aún hoy, consuelo de su prole amante,
¡burlar pudiera la terrible muerte!

1861.               



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Al concepto íntimo



                           En el rico vastísimo universo
jamás tu objeto se ofreció al sentido,
concepto por mí solo producido,
cuando conmigo en soledad converso.
   ¡Cuántas veces probó a expresarte el verso, 5
por que no yazgas en eterno olvido!
Mas, apenas te doy forma y vestido,
eres en todo ya de ti diverso.
   Si tal cual te concibo te expresara,
nada hay que tanto al universo asombre, 10
cual lo asombrase tu belleza rara:
vive en lo hondo del alma, sin que el hombre
te penetre jamás, pues no declara
tu misterioso ser cifra ni nombre.


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Al arco iris



                           A ti mi canto ahora,
arco inmenso de paz, ansioso grita
el ala voladora:
del palacio de Dios, la fantasía
te finge la magnífica portada, 5
de perlas fabricada
y de varia chispeante pedrería:
por ella a socorrer del afligido
el humilde gemido
al suelo baja celestial querube; 10
y abre a los cielos venturosa entrada
al alma justa que, de Dios llamada,
a la perenne bienandanza sube.
   ¿O eres arco triunfal, resplandeciente
de vivas joyas y celestes flores, 15
por donde pasan coronada frente
los altivos etéreos vencedores?
¿O vastísimo puente
que sobre el mar del éter te levantas,
y paso das a gigantescas plantas? 20
   En ti vio la feliz animadora
griega Mitología
listada zona, cual ninguna bella,
que, enviada al suelo por su real señora,
en los húmedos aires descogía 25
de Juno la lindísima doncella (17).
   Mas ya murieron los argivos mitos,
y sus bellos errores,
de genios infinitos
en mar, tierra, aire y cielo creadores: 30
ya la esposa de Júpiter no manda
a la hija de Taumante,
ni ya eres, Iris, la lujosa banda
que señala su vuelo rutilante.
Y la Musa suspira 35
mirando para siempre disipada
tan hermosa mentira.
   Mas de la fe cristiana la esperanza
en ti contempla la señal gloriosa
de la inmortal alianza 40
en que Dios a los hombres prometía
que jamás el furor de su venganza
a confiar a las ondas tornaría.
   Por castigar a las inicuas gentes,
al Creador ingratas, 45
rompió el abismo sus profundas fuentes
y el cielo desató sus cataratas:
y quedarse amagaron
de sus tesoros líquidos vacías,
lanzando sin reposo sus torrentes 50
cuarenta noches y cuarenta días:
y cubrieron las aguas resonantes
valles, bosques, praderas,
y los que nunca las bebieron antes,
abrasados desiertos: 55
a las fuertes ciudades altaneras
de la mar más distantes,
la suerte cupo de tragados puertos:
en vano a sus altivos moradores
por siempre preservarlos prometía 60
de las iras del húmedo elemento
la vasta lejanía,
pues portentoso súbito océano
vieron que del oscuro firmamento
sobre sus frentes pálidas caía. 65
Y en vano hasta las cumbres, nunca holladas
por mortales pisadas,
de los montes al cielo más cercanos,
se subieron los últimos humanos:
como islas eminentes, 70
ya sumergida toda humilde playa,
los Andes y el altísimo Himalaya,
aun asomaban las enhiestas frentes;
mas poco resistieron
al mar que sin descanso los devora, 75
y al fin del todo sepultados fueron
por el agua creciente vencedora:
y la tierra mar era,
mar inmenso sin islas ni ribera;
mar que, azotado de tormenta brava, 80
y no contento de invadir el suelo,
se avecinaba al tenebroso cielo,
nuevo mar que en el mar se derramaba.
El sol, oscuro en la mitad del día,
náufrago parecía: 85
y el vengador enojo soberano
sólo miraba aquí por toda parte
densa noche en vastísimo océano
donde alzaba la Muerte su estandarte.
   Y salvo la inocente 90
familia del Patriarca,
y cuantos animales escondía
en su recinto salvador el Arca,
murió de Adán, el infeliz linaje
y las especies animadas todas, 95
y cuanto, en la ancha tierra sumergida
y en el leve elemento que la ciñe
tuvo soplo de vida:
y en ese nuevo tenebroso caos
iba moviendo la segura prora 100
esa gigante reina de la naos,
de las aguas impávida señora:
sola, en tanta rüina,
que perdonó la cólera divina.
   ¡Cuán plácido y alegre reirías 105
a aquellas almas pías,
cuando por vez primera,
tras los largos horrores
de inundación tan fiera,
encendiste en el cielo tus colores! 110
¡Cuál te enviarían bendición ufana,
en su primer reposo,
aquellos solitarios moradores
del húmedo universo silencioso!
¡Cuánto, por sus postreros descendientes, 115
su corazón colmaba de alegría
tu vista, ofrecedora de que nunca
ya con furor tan ciego
el agua inundadora vencería
la grave tierra y el ardiente fuego! 120
   Mas hoy, al verte desde playa ajena,
no asoma al labio placentera risa,
mas rompe en llanto mi profunda pena
tú su patria recuerdas al ausente;
que blasón y divisa, 125
cual del astro divino procedente,
tú de los Incas fuiste,
antiguos reyes de mi patria triste.
¡Cuán larga edad, en su feliz carrera,
los peruanos ejércitos, triunfante 130
te pasearon del Sol en la bandera,
por la mitad de América gigante!
Y en civilizadora
noble conquista y generosa guerra,
(¡cuán otras ¡ay! de aquellas que la Aurora 135
mandó después a su remoto suelo!)
grande fuiste por ellos en la tierra,
como grande te ostentas en el cielo.
   Tú en la sagrada Cuzco, en la radiante
casa del Sol divina, mereciste, 140
con singular decoro,
sacros honores y aposento de oro (18);
y allí, de muro a muro dilatada,
tu imagen fiel resplandeció gloriosa,
con el propio matiz y la luz misma 145
con que hoy a mi mirada
brillas, del claro Sol inmenso prisma.
   ¡Ay! Pronto la insaciable
codicia de los hijos de Castilla
por tierra echó tan rara maravilla; 150
y cuantas plagas vomitó el Averno
el suelo de los Incas devastaron:
piedad demuestra y corazón humano
con inerme rebaño tigre hambriento,
al lado puesto del león hispano 155
que hijos de Manco devoró sin cuento:
palacios, templos, todo lo derriba,
la humilde choza y la ciudad altiva,
con prestas manos el furor hesperio;
y en sólo un punto el peruano imperio 160
se cubre todo de confusas ruinas,
cual si de furibundo
terremoto las iras repentinas,
estremeciendo la mitad de un mundo,
la tornaran vastísimo desierto, 165
de escombros sólo y de pavor cubierto.
   La Cruz, ¡oh cielos! instrumento un día
del más infame bárbaro suplicio:
la Cruz a quien de un Dios el sacrificio
en instrumento convirtió de vida 170
y en Iris salvador del universo,
fue por bando tan crudo y tan perverso
a su primer empleo restituida:
y el sagrado madero,
la gloriosa señal de los Cristianos, 175
en tan inicuas manos
fue la sangrienta cruz de un pueblo entero.
   Mas ¡oh justicia celestial! no sola
corrió sangre peruana; pronto a mares
por do quiera corrió sangre española, 180
y españoles cayeron a millares;
no por la mano de la gente nuestra,
mas por su propia furibunda diestra:
cual codiciosos, en infame lucha,
se acuchillan feroces bandoleros 185
por el rico tesoro
de opulentos inermes pasajeros,
a quienes su traidora acometida
con el tesoro arrebató la vida;
así con viles fratricidas manos 190
los ciegos castellanos
contra sí convirtieron las espadas
en sangre de los Incas empapadas.
Y el arma fue la hidrópica codicia
con que el cielo enemigo, 195
vengador de los Incas, los forzaba
a darse por sí propios el castigo.
   Y desde entonces de gemir no cesa
mi triste patria, de discordias presa:
que en vano, oh Iris, en combates ciento 200
admiró el universo vencedores
del pendón castellano
los unidos pendones vengadores
que ostentaban tus vívidos colores
y la imagen del astro soberano (19): 210
¡Ah! no siguió la paz a la victoria,
de la preciosa libertad estraga
el sumo bien nuestra feroz locura,
y la tremenda pena expïatoria
aún en nosotros, con el crimen, dura. 215
   Pero dé ya lugar a la clemencia,
y nos excuse la última rüina
la venganza divina,
con tan largo castigo satisfecha:
y cual tú sueles, arco lisonjero, 220
tras tenebrosa tempestad deshecha,
asomar, de bonanza mensajero;
y como ahora sonreír te miro,
de oro húmedo listado y tierna gualda,
de puro añil, de viola y de zafiro, 225
y de púrpura ardiente y de esmeralda,
así la Paz alegre y venturosa
asome al cielo de la patria mía,
y largos siglos nos consuele y ría,
madre del Arte y del Progreso esposa. 230

1861.               



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A Dios



                           Mi triste rostro riego
de ardiente lloro en incesable río:
perdona a un flaco y ciego;
pequé: pecar es mío,
y es tuyo perdonar, Dios blando y pío. 5
   Que siempre te has preciado
más que de ser inmenso, omnipotente
autor de lo creado,
de perdonar clemente
al que a tu seno torna y se arrepiente. 10
   No hay madre que así al niño
único y débil que a sus pechos cría
con tan tierno cariño
mime, regale, engría,
a é1 sólo consagrada noche y día: 15
  Y llena de desvelo,
en el nido cubriendo con süave
ala al dulce polluelo,
tan solícita el ave,
tan tierna y amorosa ser no sabe; 20
   como tú al hombre, cuando
deja sus vicios y sus obras malas,
dulce, amoroso, blando,
le acoges, le regalas,
y cubres con la sombra de tus alas. 25
   Ve, Señor, cuánto peno,
y que es el vicio mi mayor desgracia:
sácame de este cieno;
sienta yo de tu gracia
la poderosa súbita eficacia. 30
   A salvarse no basta
el débil, flaco, miserable humano,
a sí dejado; y hasta
que tú me des la mano,
siento todo mi esfuerzo salir vano. 35
   Tan fácil a la muerte
corro, y de tu ley santa me desvío,
que, para no ofenderte,
a mi libre albedrío
quisiera renunciar, Salvador mío. 40
   ¡Cuántas veces propuso
mi arrepentido corazón la enmienda!
Mas la fuerza del uso,
más que de error la venda,
presto me obliga a que otra vez te ofenda. 45
   Tú, refulgente faro,
la sombra ahuyenta de mi noche densa,
y haz que la que hoy declaro
sea la última ofensa
que haga, Señor, a tu bondad inmensa. 50


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Recorriendo las campiñas de Baden



                           Volar parece nuestro leve coche,
y huir veloces al opuesto lado
montes, árboles, quintas; y el plateado
luminar de la noche
   presuroso nos sigue por el cielo: 5
¡oh! ¡qué placer! mi descubierta frente
azota el aura fresca blandamente
en su contrario vuelo.
   ¿Dónde vamos? no sé, mas imagino
que a una encantada celestial morada 10
a donde nos espera cortés hada
va a dar nuestro camino.
   En vuestra tan querida compañía,
con vuestra dulce plática sabrosa,
y en noche recorriendo tan hermosa, 15
clara rival del día,
   esta amena región, Edén segundo,
quisiera que este viaje eterno fuera,
y nos llevara tan veloz carrera
al término del mundo. 20


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A Ligurino



                           Garzón de tan linda faz,        
que, vestido de mujer,
nadie pudiera creer
que fuera el traje disfraz:
   al presumido Narciso 5
en gracia y beldad excedes,
y al troyano Ganimedes
a quien Jove mismo quiso.
   No hay en nuestros campos flores,
ni en el firmamento estrellas, 10
como en Lima damas bellas
que codician tus amores.
   Mas las disuade y, arredra
de decirte su ardor vivo
ser tú mas fiero y esquivo 15
que el casto alnado de Fedra.


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Lucinda



                            Aunque tanto Lucinda se arrebola,
muy bien sabe su espejo que es mulata;
y así presume, tan jetona y ñata,
ser de estirpe purísima española.
   Cualquiera es a su lado zamba o chola, 5
a quien ensalza posición o plata;
a todas con desdén su orgullo, trata:
la noble, la señora es ella sola.
   A todos sin cesar les cacarea
que, no sé si de un Tello, o de un Fadrique, 10
procede su clarísima ralea:
   y aunque tanto su orgullo lo repique,
unos dicen que vino de Guinea,
y otros de la lanuda Mozambique.


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Sátiras



                                                 I
               A SEMPRONIO
   Con tus insulsas y continuas quejas,
oh llorón insufrible y sempiterno,
ya no más nos taladres las orejas:
   Al páramo me fuera, o al Infierno,
aunque la pena más atroz y fiera 5
allí de Ceres me impusiese el yerno:
   no hay donde por no oírte no me fuera,
y hasta en quedarme consintiera sordo,
para librarme así de tu, cansera.
   Mas, al verte tan fresco y carigordo, 10
gozando siempre de salud más rara
que gozar puede un marinero a bordo;
   ¿Quién hay, dime, quién hay que sospechara
los ocultos dolores de tu pecho,
que nunca se te pintan en la cara? 15
   Tú no eres desdichado: antes sospecho
que, como a todo necio, a ti la suerte
insensible y feliz también te ha hecho:
   Tú tienes la manía de dolerte
de males que no sientes, de quimeras 20
en que tu tonta Musa se divierte.
   Nunca tuviste penas verdaderas:
son de risa tu llanto y tus dolores,
que no eres digno de llorar de verás.
   Mas aún te puedo consentir que llores, 25
dando de tu torpeza testimonio,
y fiero asesinato a tus lectores:
   Pero, dime, ¿por qué, necio Sempronio,
juntas con tan ridícula manía
la de insultar a Dios como un demonio? 30
   ¿Con moda tan risible como impía,
a merecer aspira tu conato
de Byron del Perú la nombradía?
   Calla, calla, ni juzgues, insensato,
que ser gran vate piensas, que consista 35
en estar blasfemando a cada rato:
   bástete que eres pésimo coplista,
bástete que eres tonto en todo extremo,
mas tu torpeza criminal no insista
en ser a un tiempo tonto y ser blasfemo. 40
 
                         II
               A SIMPLICIO
   Ya te llegó, ridículo Simplicio,
la vez en que mi Musa furibunda
en ti ejecute su sangriento oficio,
   y que una fiera soberana tunda
descargue al fin en tus enormes lomos, 45
y de vergüenza y rabia te confunda:
   de tus pesados indigestos tomos,
que no hay cuenta y paciencia que los sumen,
víctimas tristes los peruanos somos.
   No pasa un mes sin que tu fértil numen, 50
manchando de papel resma tras resma,
no para por lo menos un volumen:
   y aunque son todos de la laya mesma,
de tus admiradores el rebaño
clama, abriendo una boca de una sesma: 55
   «Rara facilidad! ¡ingenio extraño!
¡feliz fecundidad!» pero yo digo:
¡fatal fecundidad! ¡notorio daño!,
   ¡No envidiable favor del cielo amigo!
¡Vana, inútil, estéril abundancia, 60
de los lectores y el autor castigo!
   Hija de la audacísima ignorancia,
¿Quién habrá que, si quiere y si desea
tu apariencia sin forma y sin sustancia,
   No te logre al instante y te posea, 65
y escriba tomos ciento, que maldito,
el prójimo cuitado que los lea?
   Pero más vale nunca haber escrito
que ser autor, si no son ellos buenos,
de un número de libros infinito. 70
   Y pues tan malos son los tuyos, denos
pocos siquiera por piedad tu Musa:
serán mejores cuanto sean menos.
   El tiempo que empleaste no es excusa;
el arte de los versos no es de risa: 75
y más tu misma, rapidez te acusa.
   Son enemigas perfección y prisa:
sin tiempo y madurez no hay bueno nada:
el verdadero vate no improvisa.
   Años costó la sin igual Iliada 80
de los vates al príncipe y maestro,
ni fue la clara Eneida improvisada.
   No hasta la invención, no basta el estro,
si afán constante, en tan difícil arte,
y un estudio tenaz no te hacen diestro. 85
   Mas, ¿para qué me canso en predicarte,
pues, aunque tú estudiaras, no podrías
corregirte jamás ni mejorarte?
   Sí, vanas fueran todas tus porfías;
que adelantar no puede el que es tan bolo, 90
aunque estudie las noches y los días.
   Con el divino ingenio, don de Apolo,
confundes lo que es hipo y es manía
y comezón de ser autor tan sólo.
   Cual hoja que a los vientos se confía, 95
o como aquí y allí vuelan las aves,
sin seguir en su vuelo cierta vía;
   así, Simplicio, ni tú mismo sabes,
al sentarte a escribir, sobre qué escribas,
por dónde empiece, ni por donde acabes. 100
   ¿Será posible acaso que concibas
que, condolida de tu ruego ardiente
y atenta y dóci1a tus ansias vives,
   del encumbrado Pindo refulgente
bajo la Musa presurosa luego 105
a dictarte de versos un torrente,
   ¿como rápidos dicta un vate ciego
los versos que uno a uno antes compuso
de su callada estancia en el sosiego?
   Pero de ver me pongo ya confuso 110
que en tal bicho mis iras satisfago,
y de seguir haciéndolo me excuso,
que está Sergio aguardando mi zurriago.
 
                         III
               A SERGIO
   Y tú que, por haber, sudando el quilo,
con el empeño más tenaz y fiero, 115
escrito en duro trabajoso estilo
   allí uno que otro verso pasadero,
tienes tu miserable personilla
acaso por igual a la de Homero!
   Pero ¡qué digo igual! no, tu pandilla 120
sin igual te reputa y sin segundo,
y al mismo Homero ante tu altar humilla.
   Son los vates que más acata el mundo
poetastros ridículos, respecto
de vate tan sublime y tan profundo. 125
   ¿Quién en é1 pudo hallar nunca un defecto?
¿Quién tan bien los afectos interpreta?
Él sólo realiza lo perfecto.
   Febo mismo es con é1 niño de teta,
y bien pudiera el coro de las nueve 130
tomar lecciones de tan gran poeta.
   Pues, ¿cómo así mi Musa se le atreve?
¿Cómo tan temeraria así blasfema?
Si el respeto a callarse no la mueve,
el castigo del dios al menos tema. 135


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A Lima



                           El que perdidos para siempre gima
el contento del alma y el reposo,
vuele a tu seno, deleitosa Lima,
y s ser en breve tornará dichoso.
   Tú, cual palacio de potente maga, 5
virtud encierras de sin par dulzura,
que cicatriza la más honda llaga
y la dolencia más antigua cura.
   Tú a memorias acerbas y tenaces
la paz concedes del sabroso olvido, 10
y entre divinas ilusiones haces
mecerse el corazón adormecido.
   De su patria al recuerdo lastimero,
como yo al tuyo, con dolor no inunda
en lágrimas su rostro el extranjero, 15
que tú eres a su amor patria segunda.
   Y si te deja al fin, jamás olvida
tus blandos usos, tu vivir ameno,
y la noble dulcísima acogida
que le brindó tu hospitalario seno. 20
   No hay hora en que tu mágica hermosura
a mi amante memoria no sonría,
que en la luz viva que tu sol fulgura
resplandecer parece la Alegría.
   Y tu aire puro, tu apacible viento 25
parece, en vuelo perezoso y leve,
ser del Placer el deleitoso aliento
donde el anhelo del placer se bebe.
   Jamás viste al relámpago temido
tu cielo iluminar, siempre sereno; 30
ni nunca, oh Lima, resonó en tu oído
la ronca voz del pavoroso trueno.
   Ni te hirió con flamígera saeta
del cielo vengador la justa saña;
la tempestad tu atmósfera no inquieta 35
ni en sus sonantes piélagos te haría.
   Tan sólo el Alba nacarada y fría,
sacudiendo sus húmedos cabellos,
en líquidos diamantes te rocía
y blando aljófar que destilan ellos. 40
   No amortaja jamás escarcha o nieve
tus verdes campos, ni el Invierno frío
a penetrar tus términos se atreve,
también cerrados al ardiente Estío.
   Y cual del hombre en la mansión primera, 45
hoy a tal patria por su culpa extraño,
para ti la florida Primavera
es la perpetua juventud del Año.
   Sin tempestad que al navegante asombre,
el Pacífico mar a ti vecino, 50
conforme siempre con su dulce nombre,
semeja inmenso lago cristalino.
   Nunca más tarde en ti raya la Aurora,
ni más temprano se despide el Día,
ni a su claro enemigo breve hora 55
logra nunca usurpar la Noche umbría,
si es bien que llames Noche la que aduna
toda de estrellas la infinita hueste,
a quien preside incomparable luna,
nuevo sol de la bóveda celeste. 60
   Para ornarte el cabello, tus jardines
bellas flores tributan a millares,
y adornan tus espléndidos festines
los frutos más sabrosos y manjares.
   Y si la Peste, que te envía ajena 65
playa, tu sano cristalino ambiente
con su aliento mortífero envenena,
el cielo rara vez se lo consiente;
y en ti la fuerza y el furor declina
que ciudades despuebla en tiempo breve, 70
que el ver tu gracia y tu beldad divina
a piedad casi y a perdón la mueve.
   Fecunda madre de beldades eres,
que la Fama doquier canta y pregona,
y rinden a tus mágicas mujeres 75
las bellas Gëorgianas la corona.
   ¿Qué pecho habrá tan recatado y duro
que la preciosa libertad redima
de sus ojos que al Sol dejan oscuro,
de la gracia sin par que las anima? 80
   ¿Y quién habrá que se resista esquivo,
y quién habrá que se rehúse ingrato
al inefable agrado y atractivo
de su halagüeño cariñoso trato?
   Ni helada nieve, ni insensible peña 85
son del que abrasan al gemir doliente;
cuanto hermosa es sensible la Limeña,
y si amores inspira, amores siente.
   Y así en tu clima voluptuoso y blando
que a siempre amar el corazón convida, 90
ya entre amores eternos resbalando
el sueño deleitoso de la vida.
   Y para ti las Horas indolentes
se encadenan en danzas amorosas,
enguirnaldando sus risueñas frentes 95
blancos jazmines y purpúreas rosas.
   Al ocio, cual las árabes novelas,
son tus antiguas tradiciones gratas,
y al viajero suspendes y consuelas
con las dulces leyendas que relatas. 100
   La flor de España, la feliz Sevilla
por secular proverbio decantada,
a ti la frente coronada humilla,
con sus hermanas Cádiz y Granada.
   Al largo cielo en fin eres deudora 105
de tal beldad y gracias hechiceras,
que de toda ciudad reina y señora
y verdadero Paraíso fueras,
   si el odiado sonante Terremoto
tal vez no fuese a visitar tu suelo: 110
tu sola plaga, y humillante coto
que poner quiso a tu soberbia el Cielo.
   Pasa a veces veloz cual amenaza,
como del cielo saludable aviso,
soltar haciendo del placer la taza 115
a tu trémula mano de improviso;
   Con pecho helado, a tu indecisa planta
sonar escuchas su rumor profundo,
que al mundo de los vivos se levanta
como la voz del subterráneo mundo. 120
Y en el rugido de tu horrendo azote
breves instantes tu pavor respeta
acentos de inspirado sacerdote,
terribles amenazas de profeta.
   Y una vez y otra tu perenne fiesta 125
vuelve a turbar, y aunque tu enmienda tarda,
otra vez y otras ciento te amonesta,
y largamente tu mudanza aguarda.
   Ministro en fin de la implacable Muerte,
y de las iras férvidas divinas, 130
con vuelo menos raudo te convierte
en vasto campo de hacinadas ruinas.
   ¡Bella hermana de Nápoles que, siendo
rico jardín del suelo Italïano,
yace a las plantas del volean tremendo 135
que sepultó a Pompeya y Herculano;
con igual riesgo y el olvido mismo,
al arrullo de cantos seductores,
duermes al borde de un profundo abismo
cubierto, todo de verdor y flores! 140

1862.               



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A América



                           En ti se exceden las divinas manos,
mundo feliz que adivinó Colon:
tus mares dos inmensos océanos,
y tus lagos y ríos mares son.
   Altísimas se yerguen tus montañas, 5
que el cielo tocan con su blanca sien,
y es oro lo que esconden sus entrañas
que arena de tus ríos es también.
   Te rinden sus tributos cinco zonas,
provincias de tu imperio asombrador; 10
de ambos polos te calzas y coronas,
y te ciñes al talle el Ecuador.
   Es en ti cada inmensa selva oscura
un verde laberinto vegetal,
y el llano es mar de flores y verdura 15
que habita primavera perennal.
   A ti sola sus cuatro lumbres bellas
muestra del Sur la refulgente cruz,
y de los cielos todas las estrellas
regocijan tus noches con su luz. 20
   Ostente Europa a la extasiada vista
los milagros que el Arte ejecutó,
que los milagros del divino Artista
en tu suelo mirar prefiero yo.
   Tú henchiste de oro el universo pobre, 25
y no hay en suma codiciado bien
que a tu opulencia virginal no sobre,
imagen bella del perdido Edén.
   Pero el bien de que más te regocijas,
y que tu justo orgullo hace mayor, 30
es que tantas Repúblicas tus hijas
ardan de libertad en el amor.
   Juntos están los otros Continentes,
y un hemisferio son; pero tú estás,
por dos grandes océanos potentes 35
separado de todos los demás.
   Y en opuesto hemisferio, isla gigante,
entre uno y otro dilatado mar,
del resto de la tierra estas distante,
formando como un mundo singular. 40
   El providente Creador aislarte
quiso tal vez, para evitar así
que el contagio que reina en cada parte
del mundo antiguo, penetrará en ti.
   Por eso tantos siglos, en profundo 45
misterio, a aquéllas te ocultó tal vez,
y hoy tú sola eres joven en el mundo,
del decrépito mundo en la vejez.
   Y mientras, por monarcas humillada,
allá gime del mundo la mitad, 50
quiso que tú el asilo y la morada
fueras de la proscrita Libertad.
   Brille Europa un instante todavía,
que bien pronto su luz verá extinguir:
si es de ella lo pasado, ¡o patria mía! 55
Tuyo, tuyo será lo porvenir.
   La Civilización, hija de Oriente,
que el giro sigue de la luz solar,
en ti, cual nuevo sol más refulgente,
vendrá su largo curso a terminar. 60
   Ni tendrá ocaso tu esplendor divino:
antes, resplandeciendo más y más,
el progreso del hombre y su destino
en la asombrada tierra cerrarás.

1862.               

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