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A un reloj

Que me regalaron mi tío y mis primos de Alemania



                           ¡Oh dulce y triste presente!
¡Oh más preciado reloj,
que si fúlgidos diamantes
te ornaran en derredor!
   Dulce eres por las queridas 5
manos de que fuiste don,
y el sincero y puro afecto
que a las mías (20) te ofreció!
   Y eres triste porque mides
a mi pena y mi dolor 10
las pausadísimas horas
que lejos pasando voy
   de los que a mí te ofrecieron,
y a quienes el mutuo amor
y la pronta simpatía 15
aún más que el deudo me unió!
   ¡Ah! ¡cuán tardo al ansía mía
es tu acero medidor!
Las horas son días, y horas
los breves minutos son. 20
   En tu círculo callado
huya el tiempo más veloz;
y adelántame esos días
en que sueña mi dolor,
   Cuando, unido a aquellos seres 25
que adora mi corazón,
tan raudo las horas midas
cuan lento las mides hoy.

1862.               



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Al sábado



                                                     Questo è de sette el più gradito giorno                     
pien di speme e di gioia:
diman tristezza e noia
recheran l'ore, ed al travaglio usato
ciascuno in suo pensier farà ritorno.

LEOPARDI.



                           Víspera dulce del festivo día,
aún más que él dulce para el alma humana,
oh hijo, el más feliz de la Semana,
lleno estás de esperanza y alegría!
   Tú al hombre, a quien abruma de la larga 5
semana el vario afán y los negocios,
en los festivos, anhelados ocios
la tregua ofreces de su grave carga.
   ¡Cuán dulce y lisonjera tu promesa
sonaba un tiempo a mi infantil oído, 10
a la hora en que el estudio maldecido
entre mil gritos de algazara cesa!
   ¡Qué placeres tan vivos me pintaba!
¡Cuán ledo me mostraba y halagüeño
el solo día de que yo era dueño, 15
único libre en mi semana esclava!
   Mas ¡ay! apenas el mortal alcanza
el bien que más ansió, de él no se cuida,
y el único placer de nuestra vida
es el vano placer de la esperanza. 20


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Al domingo



                           Tú el día más dichoso de los siete
fueras, festivo suspirado día,
si nos dieras la paz y la alegría
que tu víspera dulce nos promete.
   Mas la esperanza que nos das, cercano, 5
la desvaneces, al lucir presente;
y tedio el hombre, en tu reposo, siente,
en vez de goces con que sueña en vano.
   Que a tan fatal alternativa impía
condena al hombre su hado rigoroso: 10
el trabajo le abruma, y el reposo,
por el que tanto suspiró, le hastía.
   Y de sombra y temor también te viste,
la vecindad del afanoso lunes,
haciendo que las mentes importunes 15
con el recuerdo del trabajo triste.
   Sigue, sigue llamándote mañana,
hoy no quieras llamarte todavía:
larga mire tu dulce cercanía.
el que tan solo en esperar se ufana. 20
   Detén, detén las alas voladoras,
aún no asomes tu rostro, ni tan presto
quieras hacer al mundo manifiesto
que sólo tedio traerán tus horas.
   Mas ya tu luz al horizonte vino, 25
y el desengaño a la ilusión sucede:
en ti el hombre infeliz encontrar puede
la semejanza fiel de su destino.
   Es nuestra vida igual a la semana:
dulce sábado tiene; mas funesta 30
nos es la misma suspirada fiesta,
triste domingo de la vida humana.

1862.               



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A un joven



                           Tú, cuyo pecho sin cesar se afana
con desvelo tan puro y tan ardiente
por el progreso y la ventura humana,
no el lauro esperes a tu noble frente.
   El premio considera que tributa 5
a la virtud de Arístides Atenas;
de Sócrates recuerda la cicuta
y de Colón divino las cadenas.
   Mira a Dante proscrito como reo,
preso al Taso entre insanos; ve el tormento 10
los miembros lacerar de Galileo,
atrevido Colón del firmamento.
   Entre hórridas congojas dar la vida
mira del mundo al Redentor, y dime
qué pueblo no es igual al deicida, 15
que crucifica a aquel que le redime.
   Cual culpa sin perdón, el mundo falso
castiga el beneficio recibido;
a éste da la prisión, a otro el cadalso;
su castigo menor es el olvido. 20
   Mas, aunque sepas que a la tierra vino
a solamente padecer el bueno,
cumple, oh joven, la ley de tu destino,
de vil temor y abatimiento ajeno.
   No pienses en humana recompensa, 25
cuya esperanza el mérito minora;
en los deleites que te brinda piensa
la virtud, de sí misma premiadora.

1862.               



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A Dios

Con motivo de las frecuentes muertes de peruanos acaecidas en París, a principios de 1862



                           Templa, Señor, tu rigorosa saña,
y a nosotros los ojos ya convierte
de tu dulce piedad; mira a la Muerte
embotar en nosotros su guadaña.
   Nuevo sepulcro cada aurora baña 5
el llanto nuestro, y sin cesar se vierte;
ve a la peruana esposa (21), al joven fuerte (22)
morir, y a la vïuda (23) en tierra extraña.
   Morir en apartado suelo ajeno,
desventura mayor que otra ninguna, 10
excusa a los que viven: oh Dios bueno,
   tu piedad a los nuestros nos reúna,
y nos dé tumba en su materno seno
1a dulce tierra que nos dio la cuna.

1862.               



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A Méjico



                           Desgraciada Nación, tan sólo rea
de ser menor en armas y pujanza,
en cuya reconquista hoy hace alianza
la codicia famélica europea:
   no el universo sucumbir te vea, 5
cual res cobarde, sin blandir la lanza;
y, aunque del triunfo falte la esperanza,
entra en la cruda desigual pelea.
   Cae a lo menos con honor y gloria,
y en el mayor conflicto nunca olvides 10
que es la lucha el deber, no la victoria;
   mas, si defensa al patriotismo pides,
tal vez en ti renovará la Historia
de Salamina y Maratón las lides.

1862.               



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A Colón



                           Sigue, sigue, atrevido navegante,
por los mares remotos de occidente:
ni la onda insana, ni la ciega gente
rinda tu fe, ni tu valor espante:
   que, si aún no existe la región gigante 5
que tu adivino corazón presiente,
   por ti solo el favor omnipotente
hará que de las ondas se levante.
   Y se presenta al fin; mírala: es ella,
madre del porvenir, Edén segundo, 10
reina del mar y de la tierra estrella;
la que aislaba el océano profundo,
para que virgen se guardara y bella,
y joven fuera en la vejez del mundo.


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Al mismo



                           Gloria suprema del linaje humano,
que al griego excedes y al valor latino,
Oh tú en quien plugo al Hacedor divino
juntar sus dones con profusa mano:
   ¡Oh grande vencedor del océano, 5
y vencedor más grande del destino,
descubridor de un mundo y adivino,
tipo ideal del héroe y del cristiano!
   Sin duda el mundo ante grandezas tantas
absorto, y grato a tan heroicas penas, 10
del orbe el cetro colocó a tus plantas...
   Mas ¡ay! de asombro y de dolor me llenas,
cuando indignadas tus cenizas santas
agitan en la tumba tus cadenas (24)!


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Al sol

(Del diario de un viajero americano)



                          Y así con voz doliente
interrogaba al ojo de los cielos
el mísero viajero de Occidente:
   dime si miras desventura extrema
en tantos astros, como aquí, reinar, 5
si envuelve el Infortunio tu sistema
y erige en todos su sangriento altar.
   Di, eterno viajador del firmamento,
del universo fúlgido reló,
si siglos solo de inmortal tormento 10
a tantos mundos tu fulgor midió;
   si de sus moradores unos gimen,
y otros hacen gemir, gimiendo al par,
y si planetas de dolor y crimen
son, como aquel que nos tocó habitar. 15
   Si padecen sus pueblos férreo yugo,
y si coronas y tiranos hay,
y se mezcla la risa del verdugo
de víctima inocente con el ay.
   Si, cual la tierra, helada en doble zona, 20
y abrasada en el tórrido Ecuador,
así el hielo los calza y los corona,
y los faja candente ceñidor;
   si juntan mar y cielo tempestades,
y si el suelo en sonante retemblar 25
veloz traga magníficas ciudades,
cual flotas sorbe el borrascoso mar:
   ¿De las Dolencias la infinita hueste
allí se ensaña en el mortal también?
¿Súbita se alza ponzoñosa Peste, 30
víctimas devorando cien a cien?
                           ¿Allá también engendra la Amargura
de las Dolencias todas la mayor,
la eterna bëodez de la Locura,
de espectros llena y de perpetuo horror? 35
   Dime si, cual la mísera terrena,
a vil trabajo y a constante afán
cada estirpe infeliz allí condena
el crimen de otra Eva y de otro Adán;
   Si, del paterno crimen inocente, 40
proscripta vive de otro dulce Edén,
y, para más gemir su mal presente,
guarda el recuerdo del perdido bien;
   si al mortal, en la culpa concebido,
le da a luz con dolores la mujer, 45
y su primera voz es un gemido,
y apenas nace empieza a padecer;
   si el aliento voraz de las pasiones
la vida agosta y la consume en flor,
y si roe también los corazones 50
tedio no menos grave que el dolor;
   si allá la mente, de verdad desnuda,
en todo sombras y misterios ve,
y en cada aurora sus creencias muda,
llorando en vano su extinguida fe. 55
   Si, en vez de unirse allí los moradores
contra el destino bárbaro común,
con sus odios, y guerras, y rencores
hacen más fiera su desdicha aún:
   dime si allá el vivir yace sujeto 60
a la oprobiosa edad de la vejez,
donde al hombre infeliz, vivo esqueleto
abruman tantos males a la vez.
   Dime si allá también quiso la Suerte
que, tras vida tan mísera y rüin, 65
de las desgracias la mayor, la muerte,
fuera de tantas desventuras fin.
   Quizá los astros todos de la fiera,
ley del dolor y mal esclavos son,
ni más tirana y necesaria impera 70
la ley universal de la atracción.
   Mas, si tan sólo lágrimas y afanes
alumbra en todos tu divina luz,
y ves la altiva planta de Arimanes
hollar el cuello del vencido Ormuz; 75
   si en rostro y forma y lo demás diverso
de todos, y del nuestro terrenal,
cada linaje, oh Sol, de tu universo
es en gemir y en padecer igual:
   ¿Por qué de alegre luz haces alarde? 80
¡Ah! no insultes del mundo la aflicción,
y alumbre triste amarillenta tarde
a la desventurada creación.
   O, extinguidos tus rayos, de profunda
noche eterna en el seno encubridor 85
el universo silencioso se hunda,
y estén juntos tinieblas y dolor.

1862.               



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El Fénix

A un poeta



                           «¿De qué me sirve el fulgoroso manto
que oriental pedrería descolora,
y el canto que supera todo canto?
   ¿Qué vale que la turba voladora
rey me pregone, cuando el pecho mío 5
la sed en vano del amor devora?
   De mi grandeza en el fatal vacío,
si amor demanda el corazón sediento,
le dan loores y respeto frío.
   Bien mi beldad, y mi divino acento, 10
y del éter inmenso el principado,
con mi perpetua soledad descuento:
   ¡Por qué a mi solo me ha cabido el hado
de no tener igual ni semejante!
único de mi especie fui creado. 15
   Nunca veré a mi lado esposa amante
que el cetro alegre que llorando rijo,
y mi desierta majestad encante:
hijo o padre jamás nadie me dijo;
ningún afecto mi vivir suaviza, 20
que yo soy de mí mismo padre e hijo.
   Y el don de renacer de mi ceniza,
cuando entre llamas aromosas ardo,
mi soledad y penas eterniza.
   Mi ser renueva de la Muerte el dardo: 25
los siglas pasarán en lenta huida,
mas yo mi fin ni en el postrero aguardo:
   se matan otros, y acabó su vida;
yo, aunque la vida sin cesar me quito,
renazco siempre, perennal suicida. 30
   ¡Por qué a vulgares aves ¡ay! no imito
en amar a la amante compañera,
y en propagarse en número infinito!
   Mas ya que solo me creó, siquiera
el crudo cielo que feroz me agravia 35
morir, cual las demás, me concediera!
   En los desiertos de la ardiente Arabia
así el Ave inmortal en quejas vierte
su antigua pena y dolorosa rabia:
   ¡Oh vate! la del Fénix es tu suerte: 40
nadie te ayuda a consumir la taza
de un dolor más amargo que la muerte.
   Con ninguno amistad o amor te enlaza;
tú vives solitario eternamente,
cual si el único fueras de tu raza. 45
   Y en vano te devora el ansia ardiente
de amar y ser amado, a pecho humano
tan sólo inspiras miedo reverente.
   Y tu celeste voz alzas en vano:
tu dulce canto, de tristeza lleno, 50
nadie comprende, cual idioma arcano.
   Todos te ven como a la tierra ajeno;
ningún mortal a tu nivel levantas;
tú ofreces el amante seno,
y humildes ellos caen a tus plantas. 55

1862.               



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El paso del mar Rojo



                           Alza el caudillo de Israel la mano,
tendiendo al mar la portentosa vara,
y obediente a Moisés, el océano
en dos mitades su caudal separa;
   y cual paredes de cristal, levanta 5
a un lado y otro un gigantesco muro,
y por el centro con enjuta planta,
el pueblo de Israel pasa seguro.
   El fiero egipcio, que escaparse mira
la presa que ya toca su venganza, 10
al prodigio cegándole la ira,
en seguimiento de Israel se lanza.
   Y cuando el postrimer Israelita
huella con salvo pié la otra ribera,
y ya la hueste de Jehová maldita 15
el camino del mar ocupa entera,
   dócil de nuevo de Moisés al mando,
torna la mar a su nivel primero,
en su profundo seno sepultando
«el carro y el caballo y caballero». 20

1862.               



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A Martín de Porres



                           En vano, gran Martín, la Noche fría
vistió tu rostro con su sombra oscura;
mas que la nieve era tu alma pura,
y más clara que sol de mediodía.
   Y hoy en la gloria perennal te alegras, 5
mientras gimen sin tregua en el profundo
mil y mil que tuvieron en el mundo
los rostros blancos y las almas negras.
   Si, como vil, el orgulloso suelo
y como infame, tu color rechaza, 10
igual es en honores cada raza
en la feliz república del cielo.
   Y hasta permiten las divinas leyes
que aquellos cuya vida más se humilla
allá reciban más augusta silla, 15
del mundo esclavos y del cielo reyes.
   ¿Qué corona de sol resplandeciente
hay que perder su resplandor no tema,
ante la luz de la inmortal diadema
que hoy enguirnalda tu gloriosa frente? 20
   Y son nuestras mas fúlgidas estrellas
bosquejo apenas y confusa sombra
de esas que tú, como brillante alfombra,
o cual dorado pavimento, huellas.


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Idea de Dios



                           Cual del náufrago el ánimo desmaya,
que en vano mueve la mirada y mano
en medio del vastísimo océano,
lejos del puerto y de la dulce playa;
   Como el que imprime el pie del Himalaya 5
en la más alta cima, o Ande cano,
que sólo mira en torno el aire vano,
por más que lejos con la vista vaya;
   o como aquel que al cielo remontado
navega el aire en volador navío, 10
que mira por do quier espacio inmenso;
   así todo me abismo y anonado,
sin que te alcance a comprender, Dios mío,
cuando en tus altas perfecciones pienso.

1862.               



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Marta y María



                           De Jesús en servicio, todo el día
pena la activa diligente Marta;
mas, absorta escuchándole, María
de sus divinos pies nunca se aparta.
   Dice Marta al Señor: «¿Bien no sería 5
que entre ambas el trabajo se reparta?»
Jesús responde: «En complacencia mía
mucho es tu afán, tu diligencia es harta:
   tu respetuosa actividad me agrada;
pero cesa importuna de quejarte 10
de la que yace ante mis pies postrada:
   Magdalena eligió la mejor parte,
la cual por nadie le será quitada,
y nada habrá que de su bien la aparte».


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A Luzbel



                          ¡Cuánto de lo que fuiste eres diverso!
Ya del celeste Emperador privado,
a las dulzuras de tu ardiente verso
el sumo oído suspender fue dado:
hoy te oprime el destino mas adverso 5
y el más abyecto miserable estado:
que, en la balanza del Señor medida,
iguala a tu grandeza tu caída.
   Tú fuiste la más bella criatura
que animó la largueza creadora; 10
no igualaba la luz de tu hermosura
ni la estrella, del alba precursora:
mas hoy es copia de la noche oscura
tu blanco rostro que afrentó a la aurora,
y hórridas sierpes son los rizos bellos 15
que del sol eclipsaron los cabellos.
   A tu cambiado espíritu conforme
hoy se muestra tu faz: no hay aterrante
nocturno sueño que el semblante forme,
que se iguale al horror de tu semblante: 20
el hondo sello de tu culpa enorme
hace, maldito, que aún a ti te espante,
cuando en los lagos del Infierno rojos
le ven tal vez a su pesar tus ojos.
   Que con ingrato corazón perverso 25
y orgullo insano, pretendiste osado
la corona ceñir del universo
y disputar a Dios el principado;
pero tu bando, en confusión disperso
y al abismo infernal precipitado 30
por la diestra de Dios fulminadora,
castigo alguno ni tormento ignora.
   Mas no es el fuego que, cual rojo, ardiente,
eterno manto tus espaldas viste,
lo que con más crudeza, eternamente 35
hace tu suerte tan amarga y triste;
no a tu memoria sin cesar presente,
el recuerdo inmortal de lo que fuiste,
y en perenne tormento convertido
el bien pasado y el placer perdido. 40
   No: lo que más te aflige y atormenta
es del orgullo la incurable herida
que hace, con boca sin cesar sangrienta,
eterna muerte de tu eterna vida;
de tu derrota la rabiosa afrenta, 45
que ni un instante tu soberbia olvida,
y que tu pecho, con suplicio interno,
trueca en segundo más horrible infierno.
   Y ante esa pena que tu mal consuma,
y que tu orgullo rumiador devora, 50
son nada las demás con que te abruma
la celeste venganza triunfadora:
sólo castigo a tu soberbia suma
es ver que a Dios el universo adora,
y cuánto dista tu ambición demente 55
de su inmensa grandeza omnipotente.


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1º de enero de 1863



                            Reina en París unánime alegría:
y toda plaza y toda calle suena,
de alborozada muchedumbre llena,
que celebra del año el primer día.
   Mas, solitaria en tanto el alma mía, 5
con el contento, y la ventura ajena,
siente aumentarse su profunda pena,
y su tedio y mortal melancolía.
   En vano la esperanza me halagaba:
para mí ¡ay triste! el año nuevo empieza 10
tan desgraciado cual su hermano acaba:
¡aún el mal no remite su crüeza
que mi cuerpo consume, aún gime esclava
el alma del hastío y la tristeza!


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La tristeza



                            ¡Y será vana mi inmortal porfía!
¡Y esta antigua tristeza roedora
jamás de tregua me dará una hora,
tras mí corriendo cual la sombra mía!
   ¡Ay! de la zona tórrida a la fría, 5
del negro ocaso a la brillante aurora,
por cuanto con su luz el sol colora,
me persigue su odiada compañía!
   Fábula son las islas de Fortuna
que ser fingió el antiguo devaneo 10
de la Felicidad morada y cuna:
¡Dulce Felicidad! ya en ti no creo;
mas ¡ay de mí! sin esperanza alguna,
te busco eternamente y te deseo!


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A una estrella



                           ¡Cuán hondas melancólicas ideas
despiertas en el alma dolorida,
lejana estrella que, entre mil perdida,
cual ojo soñoliento pestañeas!
   ¿Por qué tu luz, entre tan claras teas, 5
mis tristes ojos sin cesar convida?
   ¿Por qué lloro al mirarte?     de mi vida
¡quizá la estrella misteriosa seas!
   Sí: tú sola, cual cirio de agonía,
alumbrabas la noche tenebrosa 10
en que este triste a padecer nacía:
   ¡Ay! que ya cedo al hado que me acosa:
y pronto tú, como mirada pía,
alumbrarás mi solitaria losa.


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Mudanza



                            «Ni a la Fortuna sus tesoros pido,
ni ya codicio el mando peligroso,
ni de la Gloria el resplandor hermoso
ni el aura vana y popular ruido;
   Ni de insigne beldad, de gracias nido, 5
ser el feliz enamorado esposo:
sólo anhelo las playas del reposo
y el agua soñolienta del olvido».
Así dije, y eterna despedida
dar a dichas y pompas de este suelo 10
mi alma creyó, del desengaño herida:
   mas ya sacudo de la tumba el hielo,
y ya me torna a alucinar la vida,
¡y amor, fausto y poder y gloria anhelo!


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El árbol y el pájaro viajero



                            Un árbol que vegetaba
en apartado sendero,
así a un pájaro viajero
con tristes voces hablaba:
 
   «Yo a la tierra estoy sujeto, 5
y tú en el éter vacío
te espacias a tu albedrío:
tú vives y yo vegeto.
   ¡Ah! ¡Cuánta parte del mundo
recorres en sólo un día, 10
con sin igual alegría,
con deleite sin segundo!
   Adonde te place vas,
y doquier que el vuelo llevas
ves siempre bellezas nuevas, 15
sin que te hastíes jamás.
    Tú ves el inmenso mar
a quien el humilde río
donde se baña el pie mío
sus aguas va a tributar. 20
   ¡Cortárame la segur,
con tal al menos que en él
trocado en raudo bajel,
volara de Norte a Sur!
   ¡Henchidas de aura süave, 25
alas me fueran las velas
como esas con que tú vuelas,
y fuera yo también ave!
   Mas, preso en tanto en el suelo,
apenas una aura leve 30
mis hojas y ramas mueve,
alzar quisiera mi vuelo,
   mas,¿cómo volar podré
si, aunque son alas ramos
que los árboles llevamos, 35
lo impide el clavado pie?
   ¡Cuánto es fuerza que te asombres
y te deleites y agrades,
al visitar las ciudades
que edificaron los hombres! 40
   El que muchas cosas ve
logra de ciencia un tesoro;
pero yo todo lo ignoro:
sólo mi desdicha sé.
   Cuando aquí el invierno impera 45
los árboles despojando,
partiendo a clima más blando,
gozas siempre primavera.
   Ven, feliz pájaro, ven
a contarme cuanto viste, 50
aunque me deje más triste
la noticia de tu bien.
   Sobre mis hojas detente
que callarán entretanto
que tu dulcísimo canto 55
me relate largamente
lo que tan de paso nombra
la multitud caminante
que a descansar un instante
se sienta bajo mi sombra: 60
empiezan hermoso cuento
que oigo con curioso afán
mas de repente se van,
y el fin les escucha el viento»
 
Dijo el triste árbol así 65
con murmullo plañidero;
mas al pájaro viajero
esto responder oí:
 
   «Engañado árbol que dices
que, por tener libre vuelo 70
en tierra, océano y cielo,
somos las aves felices:
   sabe que es mas venturoso
quien nunca pudo viajar,
ni abandonó del hogar 75
el dulcísimo reposo.
   ¡Dichosas raíces tuyas!
cadenas que Dios te puso
para impedirte que iluso
de los patrios campos huyas! 80
   Desde que dejé mi nido,
sembrada está de millares
de peligros y pesares
la vida que yo he vivido.
   ¿Qué vale, dime, que viva 85
el pájaro libre en alto,
si allí el hombre le da asalto,
y le mata o le cautiva?
   ¿De qué nos valen las alas,
que juzgas tan alto bien, 90
si alas da el hombre también
a las flechas y a las balas?
   Y nuestras desdichas sumas
en sus alevosas flechas
lloran tal vez el ser hechas 95
¡Ay! ¡de nuestras propias plumas!
   Viví largos días preso
entre unas doradas rejas
do fueron mis tristes quejas
de una beldad embeleso. 100
   Si, burlando su custodia,
logré escaparme de allí,
en el ígneo, arcabuz di
del cazador que nos odia.
   Ve cuál a tus ramas llego, 105
herido del ala y pie,
y en todo mi cuerpo ve
las huellas del voraz fuego.
   ¡Ay! ¡fuera mortal herida
la que entonces me causara 110
bala que de mi hembra cara
fin puso a la dulce vida!
   Y a mis implumes hijuelos,
mis delicias y cuidados,
de su nido arrebatados 115
lloran también mis desvelos.
   No alcanzo cómo el dolor
de verme solo y vïudo
más en mi muerte no pudo
que el plomo devorador, 120
si mi canora garganta
despide tan dulce acento,
tú eres hojoso instrumento
en donde la brisa canta.
   Si de tus flores y verdes 125
móviles músicas hojas
en cada año te despojas,
y todas tus galas pierdes,
de los inviernos el daño
reparan las primaveras, 130
y tu pompa recuperas,
en la juventud del año.
   No iluso envidies la suerte
de tanto otro árbol hermano,
a quien del hombre la mano 135
en raudo bajel convierte.
   Esas orgullosas naves,
cual las que tú ser quisieras,
y que, aladas y ligeras,
son del mar gigantes aves; 140
   asaltadas de repente
por horrísono aquilón,
presto sepultadas son
en el vórtice rugiente.
   ¡Cuántas veces miré yo 145
llegar sólo a la ribera
la destrozada madera
de la que ufana partió!
   Yen los asaltos crüeles
de las ondas y del viento, 150
maldijo el fatal momento
en que por altos másteles
y flotantes banderolas,
sus ramas dejó infeliz,
por el ancla a raíz, 155
y la tierra por las olas.
   ¡Ay! el placer de viajar
es doloroso placer,
y vale más nunca ver
lo que siempre hay que llorar. 160
   Y pues ya de la sentida
voz de mis querellas sabes
cuál de las míseras aves
es la dolorosa vida,
   y cuál la astuta crueldad 165
que por do quier las insidia;
en vez de tener envidia,
al que merece piedad,
duélete de mis congojas,
y dame luego un asilo 170
secreto, blando y tranquilo
entre tus espesas hojas».

1863.               



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A la Tierra

Amor y Guerra



                            El estrago asolador
y los males de la Guerra
reparas, mísera Tierra
con los bienes del Amor.
   Y aunque aquélla de matar 5
nunca se cansa, a porfía
hijos del amor te cría
que llenen aquel lugar.
   Que por eso quiso Dios
en el éter colocarte 10
entre Venus y entre Marte,
partícipe de los dos.

1863.               



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A la Lengua Castellana



                           ¡Y tu pureza sufres que corrompa
y empañe tu beldad frase extranjera,
y te arrebate tu nativa pompa,
Oh reina de las lenguas altanera!
Más resonante que guerrera trompa, 5
más manejable que la blanda cera,
más dulce que la miel y la ambrosía,
brillante como sol de mediodía!
   A abuela y madre los laureles niegas,
pues con las prendas de las dos te ufanas, 10
y con la gracia y la dulzura griegas
juntas la fuerza y majestad romanas:
ta, pura fuente, entre las flores juegas,
ya, raudo río, todo dique allanas;
ya eres aura sutil que gime apenas, 15
ya con la voz de la tormenta truenas.
   No el arco tus colores desafía
que por el firmamento se dilata;
más matices la tarde no varía,
ni más arden la grana y escarlata: 20
en ti con su riqueza y lozanía
la creación inmensa se retrata,
y sus bellezas menos fiel no pintas
que la Pintura con sus vivas tintas.
   Mas calle aquel que, aunque te dé la palma 25
y el loor te tribute sin segundo,
para pintar, en turbación o en calma,
de la materia el deslumbrante mundo,
te le negó para pintar del alma
el otro tan recóndito y profundo, 30
y encarnar las altísimas verdades,
conquista de las últimas edades.
   No; que, aunque traje de tan ricas galas
vistas a la lozana Poesía,
y encumbres libre sus brillantes alas 35
aún más allá del luminar del día,
las maravillas de la Ciencia igualas,
cual los vuelos de la ágil Fantasía,
y en sus augustos labios interpretas
las verdades más altas y secretas. 40
   ¿Quién declara, cual tú, gozos y penas?
¿Quién tan fielmente lo pasado evoca?
Mas, ¡cuán augusta y majestuosa suenas
de la Oración en la ferviente boca!
Si, cual gran parte de la tierra llenas, 45
entera la llenases, fuera poca
conquista a tu grandeza todo el suelo,
que aún eres digna de que te hable el cielo.
   ¡Quién dueño fuera del matiz ardiente
con que en ti el pensamiento se arrebola! 50
¡Quién poseyera aquel vigor potente
y la pompa magnífica española,
para poder cantarte dignamente,
porque digna de ti fueras tú sola!
¡Quién, cual los vates de tu grande era, 55
tus inmensos caudales poseyera!
   ¡Dichosa edad que vio ser de castiza
frase, maestra aún a la humilde plebe!
el veneno de frase advenediza
hispano infante sin recelo hoy bebe 60
en el blanco licor de su nodriza;
y en las antiguas páginas en breve
estudiada serás, cual habla muerta,
si genio salvador no te despierta.
   Como daba salvaje americano 65
al europeo, ansioso de tesoro,
por brillante cristal o dije vano,
de sus terrenos vírgenes el oro,
así la España con error insano
hoy menosprecia su mayor decoro, 70
y por el oro de su noble idioma
francesa, escoria y oropeles tonta.
   Mas, sí la madre tu pureza olvida,
de extranjero lenguaje imitadora,
vigor nuevo cobrando y nueva vida, 75
suena en el labio de las hijas hora:
América su pompa te convida
y belleza sin par que la decora.
Ven; de sus vates en la voz supera
tu antigua pompa, tu beldad primero. 80
   El mundo en verte celebrar se asombre
cuanto tus voces no cantaron antes:
ven a cantar la libertad del hombre,
merecedora de que tú la cantes;
si a grandes héroes diste ya renombre, 85
otros aquí te esperan más gigantes,
y cuales nunca celebró el idioma
de Grecia libre y triunfadora Roma.
   Cuando el osado Castellano vino,
por los remotos mares de Occidente, 90
donde nunca ni el Griego ni el Latino
llegaron con las alas de la mente,
hizo grande entre todos tu destino,
pues te habla el portentoso continente,
Edén segundo, cielo de la tierra, 95
que el porvenir del universo encierra.

1863.               



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Al picaflor



                            Deslumbrando nuestra vista,
compiten, finos, en ti,
zafir, topacio, rubí,
esmeralda y amatista.
   Y eres cuando al sol tus galas 5
vas ostentando a porfía,
pájaro de pedrería
o viva joya con alas:
   Joya que, ricos cambiantes
luciendo tornasolada, 10
siempre es distinta, y en cada
mudanza más bella que antes.
   De flor en flor siempre vas
en tu ligereza suma,
voladora flor de pluma 15
que eclipsas a las demás.
   En su triste cautiverio,
¡cuánto envidia el alma mía
la libertad y alegría
de ese tu vivir aerio! 20
   ¡Quién, sólo al capricho fiel,
llevando el vuelo, do quiera,
de amor, como tú, viviera,
de aire, de luz y de miel!


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Liras



                           La dulce final hora
de mi vivir anhelo, cual anhela
el rayo de la aurora
cansado centinela
que en larga noche solitario vela. 5
   O cual la patria ansía
el desterrado, el puerto el marinero,
el fin del lento día
rendido jornalero,
la cara libertad el prisionero. 10
   Fiero insomnio es mi vida,
largo viaje, durísima faena,
prisión aborrecida
en cruda tierra ajena,
mar borrascosa de peligros llena. 15
   Mi llanto doloroso
la noche implora, el sueño, la llegada:
dadme, dadme el reposo,
dadme la patria amada,
la dulce libertad tan suspirada. 20

1863.               



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La mujer con quien yo me casaría



                            Pues no hay pariente ni amigo
que, de mis penas testigo,
no me repita el consejo
de que, antes que llegase a viejo,
busque el conyugal abrigo, 5
   respondo a todos al par:
mañana voy al altar,
si por mujer me dais una
que en sí las prendas reúna
que comienzo a enumerar. 10
   Es lo primero que anhelo,
que la adorne virtud tanta,
que no se encuentre en el suelo
mujer más honesta y santa,
ni ángel más puro en el cielo; 15
por que del peligro así
que siempre expuesto vi
al que escoge buena cara
su virtud me asegurara,
ni hubiera celos en mí. 20
   Que deseo, lo segundo,
que de una hermosura sea
como nunca vi en el mundo,
mas siempre llevé su idea
del alma en lo más profundo. 25
   Es una belleza tal,
tan maravilloso tipo,
tan inefable idëal,
que, mirándolo anticipo
la ventura celestial. 30
   Tras esto, en ella deseara
recto juicio, razón clara,
lozana imaginación,
gusto de fineza rara
y no vulgar instrucción. 35
   Que, aún más casta que Lucrecia,
y más bella que una Diosa,
a la larga no se aprecia
y nos es pronto enfadosa
la que es ignorante y necia. 40
   Mas, al desear que supiera
algo más que la cartilla,
líbreme Dios de que fuera,
vana Marisabidilla
e importuna bachillera. 45
   Pero juzgaréis olvido,
cuando tantas cosas pido,
el que no pida riqueza,
que es por donde siempre empieza,
el que aspira a ser marido. 50
   Pues bien: sabed que, aunque pobre,
rica mujer no codicio,
y como beldad le sobre,
virtud, talento y jüicio,
aunque no tenga ni cobre. 55
   Y así, amigos, prescindiendo
del metal que el alma humilla,
es bien que os siga diciendo
todo lo que hallar pretendo
en mi futura costilla. 60
   Quiero que mucho me quiera,
mas que no sea celosa;
que jamás me oculte cosa,
y que de mí nada inquiera,
aunque mujer no curiosa: 65
   que sea de genio blando,
y dócil como una pasta:
¿a qué os estáis asustando
de lo mucho que demando?
Pues todavía no basta. 70
   Porque consentir no puedo
que tenga la suerte negra
viva a la madre, pues miedo,
como a mi amigo Quevedo,
me da hasta el nombre de suegra. 75
   Tampoco, quiero cuñado:
buscádmela sin pariente,
si queréis que tome estado,
pues quisiera estar casado
con mi mujer solamente. 80
   Quiero que teja y que cosa
como Aracne primorosa,
y que, igualando el pincel,
copie con aguja fiel
la naturaleza hermosa. 85
   Que baile cual Salomé,
cante como un serafín,
toque ¿como quién diré?
y que no haya gracia en fin
de que adornada no esté. 90
   Pero tanto requisito.
que pide mi ansia avarienta
es muy largo para escrito,
y fuera seguir la cuenta
proceder en infinito. 95
   Y por que versos acorte
mi musa, ya tan prolija,
diré en fin que la consorte,
de mis ilusiones hija,
y de mis deseos norte, 100
   la que ansié desde la cuna,
las perfecciones aduna
de cuantas bellas serán
son y han sido desde Adán,
sin imperfección ninguna. 105
   No os riáis, al verme así
pintaros con frenesí
el bello imposible mío,
porque yo mismo de mí
antes que nadie me río. 110
   Que bien conozco, bien veo
que sería menester,
para encontrar la mujer
que me pinta mi deseo,
el que la mandara hacer, 115
   que en este bajo lugar,
en mundo tan imperfecto,
es locura desëar,
como virtud sin defecto,
hermosura sin lunar. 120
   Si entre inmenso vulgo insano,
en plazas y calles llenas
de inútil número humano,
el gran Cínico de Atenas
un hombre buscaba en vano; 125
   no espero, que mi ansia eterna,
aún teniendo su linterna,
del un polo al otro polo,
como aquél un hombre solo,
sola una mujer discierna. 130
   Y a la que busco no topa
la más constante porfía
entre la femínea tropa
de Asia, de África, de Europa,
de América y de Oceanía. 135
   Y, si quieres hallar una
tan extremada y completa,
puedes, iluso poeta,
irla a buscar a la luna
o a más lejano planeta. 140
   A mil millones quizá
de leguas lejos de acá,
en Aldebaran o en Sirio,
el portento se hallará
que busca aquí tu delirio. 145
   Y pues tan perfecta esposa
pretende tu desvarío,
resuélvete a que en tu losa
escriban: Aquí reposa
uno que sólo fue tío. 150
   ¡Oh dichoso Pigmalión,
tú que anudaste himeneo
con la rara perfección,
hija fiel de tu deseo
y de tu imaginación! 155
   ¿Hay escultor que le forme
a esta alma que sola gime
una hermosura sublime,
a mi deseo conforme,
y luego un dios me la anime? 160
   Pero tan sólo podría,
copiando mi fantasía,
dar cuerpo mi propia mano
al objeto soberano
de mi ciega idolatría. 165
   Fuera el genio más valiente
a creármela impotente,
en tan alto extremo bella;
si otra mano, si otra mente
me la forman, ya no es ella. 170
   Mas dado caso que hubiera
en esta tan baja esfera
criatura tan cabal,
faltaba lo principal,
y es que ella a mí me quisiera. 175
   Ella, que eclipsara a Elena,
yo (el espejo me condena)
que de Paris disto tanto;
ella tan pura y tan buena,
Yo... ¡qué contraste, Dios santo! 180
   Himeneo de tal suerte
la unión simbolizaría
del pesar con la alegría,
de la vida con la muerte,
de la noche con el día. 185
   ¿Quién pues posible creyó
que tal hembra iba a querer
a tal hombre como yo?
Aunque, como al fin mujer,
quizá no dijera: no. 190
   Y, como además sería,
aunque tan bella, hija mía,
o le cuadre o no le cuadre,
por gratitud amaría
y por deber a su padre. 195

1863.               



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A Lázaro



                           ¡Cuánta envidia mereces,
justo hermano de Marta y de María,
que viviste dos veces:
una naciendo del primer abrigo
que en el seno materno hospeda al hombre, 5
y otra del seno de la tumba fría!
Tú que, con tierno nombre,
ser mereciste apellidado amigo
de Jesús por el labio sacrosanto,
y costar mereciste 10
a sus divinos ojos
celestes perlas de piadoso llanto,
al acercarse triste
al lugar que guardaba tus despojos.
   «Nuestro amigo reposa, 15
vamos a despertarle de su sueño»
dice, y tributa a la amistad preciosa
su más alto portento, la más clara
muestra de su poder, antes que él mismo,
vencedor de la Muerte y del Abismo, 20
en gloria y majestad resucitara.
   A la turba llorosa
dijo: quitad la losa;
y los ojos al cielo levantando,
y al ladre gracias dando 25
de que siempre sus súplicas oyera,
te gritó en alta voz: « Lázaro, fuera»
y tú el acento, que escuchó la nada
desde la negra eternidad oíste;
y cual hombre dormido a quien despierta 30
voz familiar, a tan potente grito
sacudiste tu sueño de granito.
   ¡De qué curioso espanto poseída,
inmensa turba en torno a ti apiñada,
te contemplaba en tu segunda vida, 35
nuevas del otro mundo demandando!
Como el que sale de visión funesta,
en sueños aterrante,
durable en el atónito semblante
la impresión recibida manifiesta, 40
así en la faz enjuta y amarilla
impresa conservaste eternamente
la terrible impresión que te produjo
de la muerte la horrenda pesadilla.
   ¡Quién entonces lograra interrogarte 45
y entender el misterio de la muerte;
que siente el alma en aquel trance fuerte
en que del cuerpo, se desune y parte;
y el espanto que de ella se apodera
en las orillas de esa mar oscura, 50
donde se pierde, atónita y viajera,
del puerto adonde arribe mal segura.
   ¡Con qué dolor tan áspero y violento,
desde el solemne día
que miró tu segundo nacimiento, 55
hasta que al fin te hirió muerte segunda,
tu tierno corazón afligiría
de tus pecados contrición profunda!
¡Cómo, compadeciendo la locura
y extrema ceguedad de los mortales, 60
que igualan con sus horas sus pecados,
de la tumba olvidados,
las espantadas gentes moverías
a vida de virtud y penitencia
con la eficaz terrífica elocuencia 65
del que vivió en 1a eternidad tres días!

1863.               



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A un poeta



                           Sufre, oh vate, con pecho adamantino,
y recuerda que a nadie impunemente
tener dejan el mundo y el destino
corazón grande o inspirada mente.
   Y de su envidia y su furor triunfante 5
fue siempre el vate principal terrero:
   ve errar mendigo de la Grecia al Dante,
mira proscripto al Italiano Homero.
   Ve a Torcuato entre insanos detenido
por el vil que en su canto endiosar quiso, 10
y morir ciego y pobre en el olvido
el cantor del perdido Paraíso.
   Como él, Cervantes da el postrer aliento
de una vida misérrima y mezquina;
mira a Gilbert agonizar hambriento, 15
y ensangrentar Chenier la guillotina.
   Así el mundo al poeta galardona:
su ardiente inspiración juzga delirio;
es corona de espinas su corona,
y su palma es la palma del martirio. 20


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Aurora en el baño



                           Ya llegó la feliz hora
en que la divina Aurora
contenta viene a entregar
su beldad encantadora
a los abrazos del mar. 5
   La escala desciende (25) lenta,
y más y más se amedrenta,
y cuando cerca se ve
de donde es fuerza que sienta
del agua el frío su pie, 10
   se detiene, y de la hermosa
frente humedece la nieve:
al fin en las aguas osa
introducir el pie breve,
hecho de jazmín y rosa. 15
   Mas se estremece y espanta
del súbito intenso frío,
y, exhalando un ay, levanta
la apenas hundida planta,
con hechicero desvío. 20
   De nuevo la escala pisa,
temblando toda cual hoja,
y más que nunca indecisa;
más fuerte ola improvisa
viene, que toda la moja. 25
   Que el mar, aunque está sereno,
de amor y deseos lleno,
arrojó a la playa sola
esa alborotada ola,
para traerla a su seno. 30
   Mas, con el frío marino,
familiarizada ya,
del piélago cristalino
por entro las aguas va
abriendo fácil camino. 35
   ¡Oh dichosa la mirada
que la contempla extasiada,
cuando con gracia sin par
resbala süave o nada
por el sosegado mar! 40
   ¡Parece que el océano
está de llevarla ufano,
y que con placer se siente
cortar y abrir dulcemente
por tan delicada mano! 45
   Truécase en quieta laguna,
que no encrespa onda ninguna,
y ella de espaldas descansa
en la superficie mansa,
como un infante en la cuna. 50
   Tal vez, el leve sombrero
arrojando delantero,
tras él ardiente se lanza,
y en ágil nadar ligero
en breve ufana le alcanza. 55
   O tal vez de agua le llena
con que su cabeza baña:
o, como nueva Sirena,
canta con dulzura extraña
que las almas enajena. 60
   Tal vez a la dulce amiga
con quien más amor la liga
algo la cuenta muy quedo,
al labio aplicando el dedo,
para que a nadie lo diga, 65
   pasó ya una larga hora;
y aún dejar no quiere Aurora
baño que tanto la agrada,
y, si lo estuvo a la entrada,
más indecisa está ahora. 70
   Mas, aunque al vivo placer
que siente ninguno iguale,
pues ve en fin que es menester,
se llega ya a resolver,
y tarda y penosa sale. 75
   Y, aunque ella evitar procura,
llena de vergüenza casta,
que la húmeda vestidura
dibuje su forma pura,
su honesto empeño no basta: 80
   que el empapado vestido,
al cuerpo hermoso ceñido,
claro nos demuestra que ella
no ha menester para bella
de arte ni adorno mentido. 85
   Y nos da la ocasión fe
de que su beldad divina
de nada deudora fue
a la hueca crinolina
o al elástico corsé. 90
   Llora la mar su partida,
y rabiosa envidia siente
de la tierra que la anida
y goza más largamente
de su hermosura querida. 95
   Y yo gimo al contemplar
que tal vez el mar la encierra,
tal vez la tierra, y al par
tengo envidia de la tierra,
y tengo envidia del mar. 100

1863.               



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Epigramas

Ciertos matrimonios de hoy



                           Si de Marcela y de su esposo Hernando            
a Octavio en compañía siempre ves,
no te asombres, lector: se están usando
hoy día matrimonios entre tres.


Sobre haber dicho un mal poeta que hasta la gloria era vana



                           Dijo una verdad notoria,                     
y nadie habrá que le arguya,
si, al llamar vana la gloria,
habló sólo de la suya.


A Lelio



                           Poeta, Lelio, te estimas:                     
pregunto: ¿de cuando acá?
más entiendo tienes ya
el Diccionario de Rimas.


A Crispín

Un sot trouve toujours un plus sot qui Padmire     



                           Don Crispín el rimador                     
alabanzas tuvo pronto:
ya se ve, siempre halla un tonto
un más tonto admirador.


Sobre el retrato de uno que estaba siempre callado



                           No: traslado más igual                     
jamás el arte haber pudo;
y es semejanza cabal
el que el retrato esté mudo,
que es mudo el original.


A Germán, que se jactaba de saber muchas lenguas, no sabiendo la suya



                           Te doy que sepas el hebreo idioma
y que sepas el árabe, Germán,
y el idioma de Grecia y el de Roma,
y el ruso y el inglés y el alemán.
   Y ora las hables, ora las escribas, 5
con increíble perfección sabrás
las lenguas muertas y las lenguas vivas
y cuantas lenguas hay y muchas más.
   Digo y repito que más lenguas sabes
que hablar oyó la Torre de Babel, 10
y que el idioma entiendes de las aves,
Y el de las bestias interpretas fiel.
   Pero que sepas español te niego;
tu filóloga ciencia aquí dio fin:
escribe, pues, si te parece, en griego 15
en sánscrito, en hebreo o en latín.


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Antojos



                          ¡Cuántas cosas hay secretas
para la humana razón!
¡Quién supiera cómo son
los que habitan los planetas
y la inmensa creación! 5
   Si son chicos cual infantes,
o como torres gigantes,
si un ojo o más ojos que Argos
tienen, y si viven largos
siglos, o breves instantes; 10
   si oyen con los ojos bien,
y huelen con los oídos
y con las narices ven,
o en vez de cinco sentidos,
tienen todos uno, o cien; 15
   s de ellos una mitad
e de hembras y otra de machos,
o hay de sexos unidad;
s hay mozos, viejos muchachos,
o son todos de una edad; 20
   si llevan cara y envés
al revés de los humanos,
y si natural les es
el caminar con las manos
y el agarrar con los pies. 25
   Ni de estas raras quimeras,
lector, te me asustes tanto;
que, si como son de veras,
las almas humanas vieras,
te causarán más espanto. 30
   Pues me veo de alas falto,
¡quién al cielo diera un salto,
y de uno en otro planeta
mi ardiente carrera inquieta
tocara al fin el más alto! 35
   Viendo fuera tantas cosas,
nuevas, grandes, portentosas,
extrañísimas escenas,
distintas de las terrenas,
¡y mil veces más hermosas! 40
   ¡Quién de tu cielo nocturno,
émulo casi del diurno,
que ocho claras lunas muestra,
en vez de la única nuestra,
gozará, bello Saturno! 45
   ¡Qué noches serán aquellas,
tan radiantes y tan bellas,
con ocho lunas y el brillo
de ese tu múltiple anillo
con que entre globos descuellas! 50
   ¡Quién en la noche más clara,
que tanta antorcha ilumina,
de bracero se paseara
con alguna saturnina,
tan hermosa como rara! 55
   Y tú, feliz morador
de orbe que gira en redor
de dos estrellas o tres,
que de varios soles ves
a turnos luz y color (26): 60
verdes y dorados días,
blancos, azules y rojos
allí en mirar te extasías,
con los que noches sombrías
son los que ven nuestros ojos! 65
   Y de cadena en lugar
de tanta monotonía,
cambiando allí sin cesar,
el tiempo es rico collar
de variada pedrería. 70
   Mas de estas cosas ayuno
ha de quedarse mi anhelo,
inútilmente importuno;
pues hasta ahora ninguno
pudo viajar por el cielo. 75
   Y no hay ni nave, ni coche
que vencer pueda el camino
que hay desde aquí al argentino
astro que alumbra la noche,
que es el que está más vecino. 80
   ¡Un día se podrá ver
al hombre, venciendo al ave,
ir a la luna y volver
en la voladora nave
que descubrió Mongolfier! 85
   Osado Colón segundo,
mucho mayor que el primero,
surcando el éter profundo,
volará de mundo en mundo
de la creación viajero. 90
   Y anulada la distancia,
ir a los hombres ya veo
a los astros de paseo,
como hoy nos vamos a Francia,
cuando nos toma el deseo. 95
nacerán nuevos placeres,
cuando el feo sexo humano
se enlace con las mujeres
de Venus bella y de Ceres
y de Neptuno y de Urano! 100
   Y para entones confío
que un nieto de un nieto mío
se irá a casar con alguna
moradora de la Luna,
En el volador navío:

105

   de modo que, si el olvido
en la tierra ha de acabar
mi germánico apellido,
allá en el orbe lunar
se podrá ver mantenido! 110
   Y aquí el lector no se asombre
ni quimérico me nombre,
pues lo digo que el progreso
indefinido del hombre
ha de hacer mucho más que eso. 115
   Mas, aunque remonte el vuelo
a tan altas profecías,
me queda a mí el desconsuelo
que no se harán en mis días,
esos viajes por el cielo. 120



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Diario de un viajero americano



                                         Caelum non animum mutant qui trans mare currunt.

HORACIO                    



                           Vuelto a sus playas vírgenes natales,
tras larga ausencia de vagar lejano,
víctima eterna de secretos males,
un mísero viajero americano,
   así el ansia implacable y encendida, 5
dolor y tedio, que do quiera siente
traslada al libro, de su errante vida
y sus íntimas penas confidente:
   «¡Cuántas veces me ha visto el océano
ir buscando la paz del corazón! 10
Mas ambos mundos recorrer fue vano
para lograr tan suspirado don.
   Hasta en el polo que alta nieve esconde
mis errantes pisadas estampé,
ni hubo rincón de nuestro globo donde 15
yo no imprimiese el vagabundo pie.
   En las viejas metrópolis de Europa,
como en la tierra donde vi la luz,
a mi labio el Dolor su amarga copa

20

brindó, y a mi hombro su pesada cruz.
   Lo dejé en Francia; lo encontró en España;
y en Alemania y en Albion lo vi;
a Italia fui: me precedió su saña;
a la Grecia volé: ya estaba allí.

25

   Y donde quiera que mi curso incierto
lleve el raudo navío volador,
siempre, al hollar el anhelado puerto,
su conocida faz, llenos de horror,
   miran mis tristes ojos la primera; 30
y él me contempla con feroz placer:
odioso huésped que do quier me espera,
fantasma horrendo que hallo donde quier.
   Los que nunca dejasteis vuestro suelo,
largos viajes y vanos excusad: 35
jamás, os digo, encontraréis consuelo,
ni alivio vuestra férvida ansiedad.
   El alma no se muda con el clima:
si de vosotros mismos no partís,
cuales os vio la abandonada Lima, 40
os verá la magnífica París.
   Y, cual triste experiencia en mí lo muestra,
del tan largo viajar fruto será
que ni la ajena patria, ni la vuestra
pueda en su seno encadenaros ya. 45
   ¡Cuán ardiente y copioso, oh patria, el llanto
fue, que en mi ausencia a tu memoria di!
¡Cuánto do quiera te eché menos! ¡cuánto
suspiré siempre por volver a ti!
   Mas ¡ay de mí! que apenas a tu seno 50
me reconduce rápido bajel,
principio a desëar el suelo ajeno,
tan sólo ya porque no moro en él.
   Siempre estoy suspirando por lo ausente
y lo que me circunda aspiro a huir, 55
cual, contento jamás de lo presente,
en lo pasado vivo y porvenir.
   Dichoso me parece lo pasado,
aunque bien triste y doloroso fue,
y alegre y bello el suelo que he dejado, 60
aunque en él, como en todos, me hastié.
   Y cada cosa que de cerca veo
no es ya la misma que, al buscarla yo,
de la esperanza el prisma o del deseo
a mis ilusos ojos figuró. 65
   Mas, si de ella me aparto o si la pierdo,
cual primero la vi la torno a ver,
que el prisma le devuelve del recuerdo
su antiguo encanto, su beldad primer,
y con ansia perenne cuanto vana, 70
así abordando a las orillas hoy
de donde inquieto partiré mañana,
peregrinando por el mundo voy.
   De región en región ciego me arroja
de mi inquietud eterna el huracán, 75
cual recios vendavales débil hoja
de llano en llano arrebatando van.
   ¡Quién morara, cual Dios omnipresente,
antípodas regiones a la vez,
y le fuera un instante permanente 80
de los años la alada rapidez!
   Así tal vez en mi delirio insano
exclamo, y gimo al recordar después
que fuera siempre a mi ventura vano
lo que imposible a mis deseos es. 85
   Que, aunque habitara a un tiempo, cual la mente,
cuanto ilumina el sol y ciñe el mar,
fuera el vasto universo a mi ansia ardiente
lo que el breve recinto de mi hogar.
   Y aunque parar mi anhelo mereciera 90
del raudo Tiempo el inmortal reló,
¿qué instante de mi vida pasajera,
qué instante ser eterno mereció?
   ¿En qué hora, en qué hora de mis largos días
fijara el incansable medidor, 95
cuando todas, o tristes o vacías,
hijas fueron del tedio o del dolor?
   Yo he buscado la dicha en los placeres,
en las danzas de fúlgido jardín,
en el mágico amor de las mujeres, 100
y embriaguez y tumulto del festín.
   Nada a mi eterno hastío y mi funesta
genial tristeza pudo ser solaz,
triste me vio la más alegre fiesta
doblar al suelo mi doliente faz. 105
   Y al estrechar mi frente la más bella
a su turgente pecho de marfil
para llorar a solas, hüí de ella,
triste esquivando sus caricias mil.
   Y en la copa, oh amor, que nos ofreces, 110
en vez del néctar y süave miel
halló mi labio las amargas heces
de la más negra ponzoñosa hiel.
   Y la dicha busqué en la poesía,
y en su risueño venturoso error: 115
¡mas fue la Musa lamentable mía
musa del desengaño y del dolor!
   Y la busqué en la ciencia y, o desnuda
mirando la verdad, me horripilé
o sentí suceder inquieta duda 120
de mi niñez ala tranquila fe;
confirmando, en tristísima experiencia,
que estéril duda y fúnebre verdad
los frutos son que el árbol de la ciencia
dio siempre a la infeliz humanidad. 125
   En todo la buscó mi desvarío:
¡insensato de mí! que por do quier
hallé sólo dolor, sólo hallé hastío,
en lugar de la dicha y del placer».
 
    Y el triste infortunado peregrino 130
detiene aquí la dolorosa pluma,
pronto a seguir la ley de su destino,
y hender de nuevo la salobre espuma.
   Que, aunque por prueba dilatada sabe
que llevará a otras zonas vanamente 135
su vagabunda combatida nave,
imita empero al infeliz doliente,
    que, aunque sintiendo igual a cada lado
en el angosto lecho su tormento,
alivio a su dolor desesperado 140
busca siempre en el mismo movimiento.

1863.               



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A una señora



                           Mudanza tú no conoces,
joven siempre y siempre bella;
ni en ti la más leve huella
dejan los años veloces.
   Como en mi infancia la vi, 5
contemplo tu beldad hoy,
cuando del tiempo ya estoy
mostrando la injuria en mí,
   Que de beldad tan divina
aún el Tiempo se prendó, 10
y dijo: «No quiero yo
causar tu lenta rüina.
   Condena la cruda suerte
todo lo que tiene ser
a que sienta mi poder 15
primero que el de la muerte.
   Mas mi saña te perdona;
sólo en ti no la ejecuto,
y te eximo del tributo
que se debe mi corona. 20
   que venga la muerte dura
y fin a tu vida dé;
mas yo te respetaré,
¡Oh milagrosa hermosura!»

1863.               



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Demócrito y Heráclito

A Amalia



                           Preguntarme te plugo, amiga mía,
cuál es el que mi verso más alaba:
Demócrito que todo lo reía,
o Heráclito que todo lo lloraba.
   Parecerá contestación precisa 5
en mí que peno y me querello tanto,
y en quien, más que los labios a la risa,
Se abren los ojos al raudal del llanto,
   El que con labio siempre gemebundo
te diga (27), bella Amalia, que prefiero 10
el llanto doloroso del segundo
a la risa burlona del primero.
   Mas la respuesta, que me dicta ahora
la razón, no mi genio tan doliente,
al par condena al que de todo llora 15
como a aquel que se ríe eternamente.
   Que, como al tiempo, en sucesión eterna,
componen negra noche y blanco día,
así en el mundo para el hombre alterna,
también con la tristeza la alegría. 20
   Quien siempre ríe, es porque siente poco;
quien siempre llora, demasiado siente;
si el risueño Demócrito era un loco,
era otro loco Heráclito doliente.
   Y solo aprobará mi poesía 25
al que, siempre guardando el justo modo,
algunas veces llore y otras ría,
que hay lugar en la vida para todo.
   Ni toda es farsa que a reír convida
nuestra vida, ni lúgubre tragedia; 30
si damos a la risa media viva,
damos también al llanto la otra media.

1863.               

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