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Cristina, o sea Venganza y perdón de amor

A mi amigo el artista Francisco Laso



          CANTO PRIMERO
 
                                    Entre cuantas beldades, ora en prosa
han sido celebradas, ora en rima,
fue la mayor Doña Cristina Llosa,
flor la más bella del jardín de Lima;
que esta insigne ciudad, madre famosa 5
de hechiceras beldades de alta estima,
nunca engendró ni engendrará ninguna
que tantas gracias y atractivos una.
   Breve boca de perlas y de grana;
reluciente mejilla que púrpura 10
con sus pinceles la Salud lozana;
frente de lirios y de nieve pura:
hermosura ninguna circasiana
la igualara en las rosas blancura,
que cierto no es que pálida o trigueña 15
sea por fuerza la beldad limeña
   Díganlo mil a quienes Lima hoy debe
el no perder su fama gloriosa,
y en cuya faz, entre la blanda nieve,
arde perenne la purpúrea rosa: 20
dilo, tú, copia de la joven Hebe,
de cuya tez fresquísima y lustrosa
la imagen fiel contemplará quien eche
hojas de rosa sobre blanca leche.
   Y dilo, ingrata, tú cuya cadena 25
ha tanto tiempo que cautivo arrastro,
con quien se ennegreciera la azucena
y se ebanificara el alabastro:
ni tan blanca su faz, tranquila y llena,
muestra en verano de la noche el astro, 30
citando la noche, con la luz que envía,
es un segundo, pero fresco día.
   Tú, cuya pura virginal mejilla
carmín delicadísimo colora,
que al encendido rosicler humilla 35
que tiñe las mejillas de la Aurora,
por quien de envidia tornase amarilla
la hija más bella de la bella Flora,
cuando en campos que pinta primavera
es reina de las flores altanera. 40
   Mas, aunque hablar de ti me sea grato,
y pintar tu hermosura peregrina,
preguntará el lector si acaso trato,
en lugar del retrato de Cristina,
de hacer en estos versos tu retrato; 45
y como ella es ahora mi heroína,
es bien que vuelva el verso de contado
a seguir el retrato comenzado.
   Tuviera envidia a su flexible cuello
el ave dulce que su muerte canta: 50
su copioso larguísimo cabello
hollarle puede su pequeña planta
Dejárase por pie tan breve y bello
hollar Amor gustoso la garganta:
mas ya estoy en los pies ¡grave descuido! 55
Cuando el semblante aún no he concluido.
   Su nariz (que es facción que vez muy rara
se halla buena, de modo que nos mueve
a rabia ver en tina hermosa cara
luenga y corva nariz, o chata y breve) 60
ni un punto de la línea se separa
que una nariz perfecta seguir debe,
y no fuera, a compás y a cincel hecha,
ni más proporcionada ni derecha.
   Hasta la negra Envidia, a su despecho, 65
la linda mano de marfil alaba,
y el brazo hermoso y más hermoso pecho:
mas ¡ay! que lo mejor se me olvidaba:
sin ojos ¿qué retrato habrá bien hecho?
mas, como ésta concluyo, en la otra octava 70
sus ojos, buen lector, podré pintarte,
que bien merecen una octava aparte (28).
   mas no atino a pintar, te lo confieso,
esas oscuras vívidas centellas,
y conozco que anduve bien sin seso 75
en, prometerte la pintura de ellas;
que es poco, aunque parezca grande exceso,
decir que soles son, que son estrellas;
y así nada diré, pues que me agrada
mas que poco decir, no decir nada. 80
   En fin ella era tal, que dificulto
que otra tan bella en todo Lima hoy halles,
y esto aquí sea dicho sin insulto
de tantos bellos soberanos talles:
a verla y dar a Dios ardiente culto 85
se paraban las gentes en las calles,
exclamando: Bendito el Señor sea,
¡que tan divinas hermosuras crea!
   Mas, como no hubo ni hay nada perfecto
en este bajo mando, borrón era 90
de tantas perfecciones un defecto:
ser la mujer más vana y altanera
y más contraria al amoroso afecto
que se ha visto jamás o verse espera,
pues quien le dio de la beldad la palma 95
olvidó darle un corazón y un alma.
   Y así, por dentro despiadada y cruda,
la aparente beldad engañadora
era estatua, de espíritu desnuda,
era flor, si bellísima, inodora; 100
pintura hermosa, pero inerte y muda,
rico palacio donde nadie mora,
suntuoso templo, de su dios vacío,
bello cadáver, insensible y frío.
   Ansiaba merecer su blanca mano 105
de galanes un número infinito:
pero siempre su afán les salió vano;
que al que el imperdonable atroz delito
de pintarle su amor ciego y tirano
osase de palabra, o por escrito, 110
anhelando a los vínculos nupciales,
colérica negaba sus umbrales.
   No valía con ella cosa alguna
para que depusiera su dureza:
buen nombre y opinión, ilustre cuna, 115
valor, ingenio, honores y belleza,
y hasta los mismos bienes de fortuna
todo lo despreciaba su altiveza:
ni ya más circunstancias enumero,
dicho que despreciaba hasta el dinero. 120
   Nada puede vencer su horror secreto
a Cupido, a quien teme al par que a Marte;
no fue el dios niño de más odio objeto
a la insensible bárbara Anaxarte;
ni la cruda beldad de quien Moreto, 125
con tan vivo pincel y feliz arte,
pintó el desdén en la española escena,
fue a la amorosa llama más ajena.
   Una vïuda ya y anciana tía,
que de madre en lugar siempre ha tenido, 130
de continuo, a elegir la persuadía
entre tantos amantes un marido;
mas la doncella con tenaz porfía
a su prudente voz negaba oído:
oigamos cómo la habla y aconseja, 135
algunas veces la sensata vieja:
   «¿Por qué la edad de los amores tierna
así malogras, y eximirte quieres
de aquella ley universal y eterna
que encadena varones y mujeres? 140
Amor es el monarca que gobierna
con blandísima ley todos los seres:
amor, después de Dios, es el segundo
conservador del venturoso mundo.
   »En aire, tierra y mar, pez, bruto y ave 145
sienten de Amor las fecundantes llamas;
plantas y árboles aman, en süave
lazo uniendo las ramas a las ramas;
amar la dura piedra también sabe,
¡y sola tú en el universo no amas, 150
y tú monstruosa indiferencia sola
la eterna ley del universo viola!
   »Ansiosa de lograr tu blanca diestra,
la nobleza de Lima te visita,
y a porfía su amor cada cual muestra, 155
y agradarte a porfía solicita:
pero tú, a todos a la par siniestra,
con la crueldad más negra e inaudita,
fieros desdenes sin cesar les haces,
despreciando el honor de sus enlaces. 160
   »Pero, al eres discreta, dime ¿dónde,
aunque le busques por el mundo entero,
hallarás un esposo como el conde
don Fabricio de Zúñiga y Guerrero?
Lo galán y discreto, corresponde 165
en él a lo valiente y caballero:
por él suspiran todas las limeñas,
y tú sola le esquivas y desdeñas.
   »Mas al tiempo veloz, que no reposa,
el persuadirte a costa tuya dejo: 170
cuando tan fea cuanto es hoy hermosa
tu cara mires en el fiel espejo,
sin esperanzas ya de ser esposa,
dirás arrepentida: buen consejo
me daba cuerda mi difunta tía, 175
¡y yo, necia de mí, no la creía!»
   Pero la interrumpía su sobrina
diciendo: «Será acaso devaneo,
mas la naturaleza no me inclina
al amor, ni a los lazos de himeneo: 180
deja que goce libertad divina
que a toda costa conservar deseo:
que viva deja, déjame que muera
en el feliz estado de soltera.
   »Si del placer es para ti la fuente 185
y el alma de la tierra y de los cielos,
Amor es para mí tan solamente
padre de las rencillas y los celos;
él es del llanto el manantial ardiente,
él cría las sospechas y desvelos, 190
y en fin él es la causa y el origen
de cuantos fieros males nos afligen.
   »Fuera de esto, a tu gusto en todo cedo;
mas te digo, por mucho que te asombres,
que vivo, ni pintado sufrir puedo 195
al odioso linaje de los hombres:
todos ellos me causan odio y miedo:
si me amas, ni siquiera me los nombres,
que es cual si me nombraras los demonios,
ni me propongas nunca matrimonios. 200
   «¡Tener yo amor! ¡yo de un tirano fiero
que marido se llame ser esclava!
¡Yo ser vasalla del Amor! primero
que me hiera una flecha de su aljaba,
mi pecho rasgue matador acero!» 205
Y tanto enojo y furia demostraba,
que la anciana callábase prudente,
compadeciendo su furor demente.
   Mas llegó un tiempo en que, de ver corrido
que a domar tal soberbia nada alcanza, 210
bien como suya, imaginó Cupido
una feroz y bárbara venganza,
sacándola de tino y de sentido
con un extraño amor sin esperanza,
en el cual escarmiente el mundo, y huya 215
de ofender tal deidad como la suya.
          CANTO SEGUNDO
   Es de saber que a Lima entonces vino
para la noble tía una pintura,
obra maestra de pintor divino,
de tal celeste gracia y hermosura, 220
tan natural y viva, que no atino,
por mucho que mi ingenio lo procura,
su mérito a expresar remotamente,
ni lo lograra pluma más valiente.
   Representaba a aquel (29) que la manzana 225
dio a Citerea; y nunca tan hermoso
pareció ante la adúltera Espartana
que, turbando a dos mundos el reposo,
huyó ciega con él a la troyana
ribera, abandonando al rey su esposo, 230
su patrio Eurotas y su infante prole,
cuanto hermoso allí el arte retratole.
   Y es, tanta la verdad del colorido,
y tal bulto aparenta y tal relieve,
que, del fondo del cuadro desprendido, 235
parece que respira y que se mueve:
espera las palabras el oído;
y para que a la vista su error pruebe
y la convenza de que es lienzo plano,
preciso se hace el aplicar la mano. 240
   Apenas le miró la humana fiera,
cuando, sin saber cómo, en un instante,
siente ablandarse y convertirse en cera
el pecho de durísimo diamante;
cual si echado raíces allí hubiera, 245
enclavada detiénela delante
del cuadro que figura al Pastor Frigio
la fuerza irresistible del prodigio.
   Fija la vista en él, no pestañea,
y ni un punto los ojos dél aparta, 250
que, mientras más le mira, más desea
mirarle, de mirarle jamás harta:
mas en verle, pintado, se recrea,
que, vivo, un tiempo la beldad de Esparta,
cuando el ofendido Menelao 255
los alejaba voladora nao.
   Y por mirar a Paris, no repara
en Citerea, en Juno y en Minerva
que hacia él avanzan con nobleza rara
a hacerle juez de su contienda acerba. 260
Su gran belleza diosas las declara;
pero Cristina su atención reserva,
sin hacer caso del divino grupo,
para aquel solo que hechizarla supo.
   Y sin color, y sin aliento, y muda, 265
tanto en mirar al cuadro se extasía,
que de si vive o de si muere en duda
quien la viera en tal acto quedaría:
su propio ser en el que mira muda,
e, inmóviles entrambos a porfía, 270
la creyeras inánime escultura,
o pintura mirando otra pintura.
   Un amor desde entonces infinito
de su alma y sus sentidos se hace dueño:
le es tósigo el manjar más exquisito, 275
y en blandas plumas la desoye el sueño:
ya el lozano frescor se ve marchito
del semblante purpúreo y marfileño:
ya no es más que la sombra ¡ay Dios! de aquella
tan vana y desdeñosa cuanto bella. 280
   Pendiente del retrato noche y día
de ella le pide que por fin se duela,
y tanto se afervora y desvaría,
que lo abraza y lo besa, muda tela
hallando solo, indiferente y fría, 285
en vez del hombre que encontrar anhela;
como, en vez de mujer, hallaban antes
una insensible estatua sus amantes.
   «¡Qué leo! ¡enamorarse de un retrato!
(No faltará lector que esto me diga) 290
¡No, no es posible amor tan insensato!»
Mas es bien considere que castiga
el corazón durísimo o ingrato
de su vana o indómita enemiga
El vengativo Dios, que bien pudiera 295
castigarla con pena más severa.
   A más, tan imposible no es la cosa
como parece, pues contino vemos
a mil prendados de una necia hermosa
hacer los más ridículos extremos 300
por el cuerpo sin alma de una diosa;
y tú, lector, y yo tal vez estemos
enamorados de mujeres fatuas
que más bien que mujeres son estatuas.
   Todo lo pueden el amor y el oro; 305
y en las historias de otros tiempos hallo
que Pasifae se prendó de un toro
y Semíramis quiso a su caballo;
con otros casos mil que, por decoro
y por huir prolijidades, callo; 310
y harto de Amor las fuerzas testimonia
la reina de la antigua Babilonia.
   Y si ella amó al corcel, y Pasifae
se enamoró de la cornuda fiera,
en rareza menor Cristina cae, 315
que el retrato de un hombre ama siquiera,
la semejanza fiel es quien la atrae,
que del pincel la magia es de manera,
que tal vez, al copiar, ya no es distinta
de la viva figura la que pinta. 320
   Y si el efecto o ilusiones raras
que obran las realizadas fantasías
de las artes, lector, dificultaras,
te diré que en Madrid por muchos días
(y eso que hay en Madrid muy buenas caras) 325
me enamoré de la hija de Herodias,
que viva al lienzo trasladó Ticiano,
y no es pintura, sino rostro humano.
                           Y aunque debiera darme horror y espanto
verla con la cabeza del Bautista 330
infame premio de su danza tanto
supo hermosearla el inmortal artista,
que a su beldad y voluptuoso encanto
no hay duro corazón que se resista;
y de ella me prendé, como pudiera 335
de alguna mujer viva y verdadera (30).
   Y todas las mañanas al Museo
íbame a devorarla con los ojos:
aún me parece que ante mí la veo
con esos entreabiertos labios rojos; 340
aún contemplar esa garganta creo
y aquella espalda, del amor antojos;
aun es de mis deseos acicate
la fresca carne que, cual viva, late.
   Y del Corregio y del pintor de Urbino 345
amé también las hijas hechiceras,
y tendrás por mayor mi desatino,
si el que están en el suelo consideras
que el mar circunda y parte el Apenino (31),
y en donde el sexo hermoso lo es de veras, 350
no como en otras partes donde creo
que debiera llamarse sexo feo.
   Prendome sobre todo la divina
hermosura de aquella Galatea
que ostenta la orgullosa Farnesina (32), 355
y que en su concha en triunfo se pasea
por la extensión pacífica marina:
copiola el Sancio de su propia idea (33),
cuando, de perfección en tanto anhelo,
no le bastaba terrenal modelo. 360
   Pero, ¿qué corazón la más que humana
beldad, no dejará de amor cautivo,
de alguna, o Venus, o Minerva, o Diana,
marmóreas hijas del cincel Argivo?
Y de ti, oh de las Venus soberana, 365
Venus de Milo, enamorado vivo,
sintiendo que en el mundo las mujeres
no sean tan hermosas cual tú lo eres.
   Ni olvido a Pigmalión que, no contento
de terrena beldad, estatua labra 370
a quien da cuanto finge el pensamiento,
y a quien falta tan sólo la palabra:
y al contemplar tan mágico portento,
es fuerza que el Amor el pecho le abra,
y que, prendado de su propia hechura, 375
ciñan sus brazos una piedra dura.
   Y a Venus sin cesar sus preces manda
para que anime estatua tan hermosa;
hasta que, oyendo su tenaz demanda,
compadecida la potente Diosa 380
le da que el mármol duro en carne blanda
se cambie, descendiendo amante esposa,
el tálamo dichoso la reciba,
esculpida mujer, estatua viva.
   Mas del arte apartándonos ahora, 385
si a amar empieza una mujer cualquiera,
¿de qué es de lo que el hombre se enamora?
No ya de su belleza verdadera;
el propio parto de su mente adora,
enamorado está de una quimera, 390
que perfecta y divina se figura
y más hermosa aún que la Hermosura.
   Si pues es nuevo Pigmalión cada hombre
que se enamora de su propia idea,
¿quién habrá que se admire y que se asombre 395
del amor de Cristina y no lo crea,
y a mí me dé de mentiroso el nombre?
Mas Cristina me llama y me desea,
por que tanto su duelo no dilate,
y dél la libre o de una vez la mate. 400
   ¿Qué fue de esa Cristina tan hermosa,
altiva reina de sumisa corte,
la mujer mas altiva y desdeñosa
que se pudo encontrar del Sur al Norte,
la que, cual ángel o celeste diosa, 405
despreciara un monarca por consorte?
¡Ah! que hoy suspira, de un retrato esclava,
la que a todos los hombres desdeñaba.
   Ardía todo Lima en sus amores;
do quier seguían sus esquivas huellas 410
más amantes que Mayo cría flores
o noche de verano enciende estrellas;
pues la que ansiaban tantos amadores,
la que envidia causaba a las más bellas,
hoy en profunda soledad se mira 415
y sólo triste compasión inspira.
   Así a veces se queja en mal tamaño,
mientras vierte de lágrimas un río;
«¿cuándo un amor se ha visto tan extraño,
tan vano o imposible como el mío? 420
¡Ay! que yo soy la causa de mi daño:
yo con mi orgullo y mi desdén impío
merecí del Amor este castigo
y esta venganza atroz que usa conmigo.
   «Oh tú que así de amor me tienes loca, 425
¡Quién pudiera infundirte el alma y vida!
¡Quién amores oyera de tu boca
que a besos que no vuelve me convida!
¡Quién en tu pecho, que hoy en vano toca
mi ardiente pecho en que el amor se anida, 430
pusiera un corazón cuyos latidos
vibraran con los míos confundidos!
   « ¿Por qué no mueves hacia mí tus plantas,
cuando te buscan las ansiosas mías?
¿Por qué nunca a mi encuentro te adelantas, 435
cuando te vengo a ver todos los días?
¿Por qué tu eterna cárcel no quebrantas?
¿De tu inmovilidad nunca te hastías?
Baja, baja por fin, baja al momento
a la vida, al amor, al movimiento. 440
   «¿Por qué me miras con tan dulces ojos,
si nada sientes, ni me pides nada?
¿Por qué sonríen esos labios rojos,
si está la voz en ellos sepultada?
¿Por qué, sin que te apiaden mis enojos, 445
ni tu dureza mi pasión invada,
te miro, a mi dolor indiferente,
en el mismo ademán eternamente?
   «Baste ya, baste, y con mi ardor despierto,
oye por fin la voz con que te llamo; 450
ese labio que ríe entrëabierto
de abrir se acabe, y me repita: te amo;
anime un corazón tu pecho muero,
que responda al anhelo en que me inflamo,
y al fin abiertos tus inertes brazos 455
mi cuello ciñan con amantes lazos.
   «Mas, aunque sé que eres un vano lienzo
que con sombra y color animó el arte,
y aunque me asombro siempre y avergüenzo,
conociendo lo que eres, de adorarte, 460
con nada mi pasión combato y venzo;
nada ha podido ser, ni será parte
a que, aunque tengan vida verdadera,
mi amor a los demás no te prefiera.
   «Pero ¿qué digo? acaso fiel traslado, 465
copia de un hombre verdadero fuiste,
¡y vive de beldad ese dechado,
y aquella gracia celestial existe!
Y no sospecha que de mí es amado,
y que por é1 yo me desvivo triste; 470
que, si mis ansias y mi amor supiera,
también me amara, por piedad siquiera.
   «Mas, ¿dónde, dónde vives, alma mía?
¿Qué dichosa región tal joya encierra?
¡Ah! ¡yo, sin descansar noche ni día, 475
pasando mar, desierto ardua sierra,
a pie, mendiga, sola, llegaría,
a las extremidades de la tierra,
si al fin supiera que en alguna parte
del ancho mundo me era dado hallarte! 480
   «Mas ¡ay! es imposible que en aqueste
planeta vil tanta belleza exista,
y del Levante hasta el extremo Oeste
jamás la hallara la anhelante vista;
subió inspirado a la mansión celeste 485
el alto numen del sublime artista,
vio al más bello ángel, y al volver al suelo,
fiel le copió para mi eterno duelo.
   «¡Ay! que así delirando, el fiero dardo
ahondo más en la enconada llaga, 490
y, tanto apeteciendo, nada aguardo
que mi ardiente deseo satisfaga!
acelera hacia mí tu vuelo tardo,
oh tú, consoladora dulce maga,
porque de tanto mal en el asedio, 495
eres, oh Muerte, mi único remedio».
   Y así diciendo, pronto a las usadas
caricias torna, y a los vanos besos
y a los llantos y quejas no escuchadas
y a todos sus inútiles excesos: 500
sólo le puede hablar con las miradas,
los miembros todos en la tela presos,
la idolatrada imagen, y con esta
habla muda tan sólo le contesta.
   Pero tú, pero tú, que desconoces 505
mi sincera pasión, ni con el habla
de los ojos respondes a mis voces,
más insensible que pintada tabla
a mis tormentos duros y feroces:
mi amor en vano a tus oídos habla 510
un idioma ardentísimo de fuego:
vencer no logro tu fatal despego.
   Vano es mi dulce lisonjero halago,
vana de amor toda patente prueba:
tú miras de mis lágrimas el lago, 515
sin que su vista a compasión te mueva;
y en vano el gusto te adivino, y hago
en cada día una fineza nueva:
nada te infunde el alma y sentimiento:
soy cual la triste cuya historia cuento. 520
   Y tanto fue creciendo su manía,
que, privada de sueño y de sustento,
consumiendo se fue de día en día,
y se quedó cadáver macilento
que el más crüel a compasión movía 525
era sólo su vida un morir lento,
un doloroso agonizar constante,
un arrancarse el alma a cada instante.
   Acongojada la amorosa dama,
mirando adolecer a su sobrina, 530
facultativos, numerosos llama,
insignes por acierto y por doctrina,
para que den salud a la que ama:
mas, ¿qué maravillosa medicina,
o qué ignorada yerba el pecho cura 535
de la amorosa pertinaz locura?
   ¿Qué específicos raros, qué cordiales
podrán curar del alma la dolencia,
cual se curan dolencias corporales?
¿Cuándo los hombres lograrán la ciencia 540
que sane del espíritu los males
y del dolor aplaque la violencia,
y que corte del alma el amor fiero
cual corpóreo tumor corta el acero?
   ¡Ay! que ni hierro tajador, ni fuego, 545
de un alma arranca, en el dolor sumida,
el obcecado amor, rebelde y ciego,
que se arraiga en las fuentes de la vida;
y, aunque es para el Amor frívolo juego,
con nada cierra la profunda herida 550
que abre su aguda envenenada flecha,
cuando la asesta al corazón derecha.
   La rica anciana que jamás fue avara
vanamente ofreció toda su hacienda
al que a Cristina la salud tornara, 555
guardando a su vejez tan dulce prenda:
mas de dolencia tan profunda y rara
no hay quien la causa ni el remedio entienda,
y de curar tentados cuantos modos
enseña el arte, la desahucian todos. 560
   Se desespera la infeliz señora
viendo que su Cristina se le muere,
y noche y día sin consuelo llora,
y con ella morir a un tiempo quiere;
triste contempla a la que tanto adora 565
mirar al cuadro que de amor la hiere
con tan viva atención, cómo si fuera
cada vez que le mira la primera.
   Y tal vez a su pecho la estrechaba,
y en sus labios mil besos imprimía, 570
y consuelo infundirle procuraba,
y los nombres más dulces le decía;
lágrimas con sus lágrimas mezclaba
suspiros con los suyos confundía,
y los más crudos pechos que las vieran 575
en lágrimas también se deshicieran.
   Y así en tan crudas ansias veladoras
y en penas y congojas tan impías,
vio Cristina lucir tristes auroras,
vio Cristina cerrar noches sombrías; 580
hasta que el mudo vuelo de las horas
y sucesión eterna de los días,
el término cumpliendo de dos años,
puso fin a tormentos tan extraños.
   Pues el Amor, al cabo satisfecho 585
de horrible castigo que le ha dado,
y del estrago en sus encantos hecho
compadecido, y de su triste estado
volver resuelve al dolorido pecho,
que ya purgó bastante su pecado, 590
la paz perdida, y fue de la manera
que saber puede quien saberla quiera.
   Pues conocer el fin de su congoja
no te puede costar mayor trabajo,
lector querido, que voltear la hoja, 595
si es que un instante el cuento te distrajo
y mi estilo al contarlo no te enoja,
que encumbro a veces y que a veces bajo
y si esta parte entristecer te hace,
espera un venturoso desenlace. 600
   Mas, si en esta mi historia lo que enfada
son tantas digresiones por ventura,
cual río, que, vecino a su llegada,
al inmenso océano se apresura,
así mi narración acelerada 605
irá al cercano fin en derechura;
y si en más digresiones tú reparas,
serán, lector, tan cortas como raras.
          CANTO TERCERO
   En aquella sazón llegó de España
con el nuevo virrey un caballero, 610
de belleza tan grande y tan extraña,
que contentara el gusto más severo:
ningún lunar su perfección empaña,
y ni la misma Envidia le halla pero,
junto a é1 de Belveder fuera el Apolo 615
sombra y bosquejo de beldad tan sólo.
   Pintártelo, lector, me proponía;
pero no es bien que retratar presuma
con mi descolorida poesía
su noble gracia y su belleza suma: 620
para pintarlas, menester sería
que se cambiara en un pincel mi pluma,
aunque hay plumas también que son pinceles
que igualan los del Sancio y los de Apeles.
   Y plumas suele haber tan superiores, 625
que, al pintar una cosa, linda o fea,
convierten las palabras en colores:
¡Lástima que la mía no lo sea!
Y así no puedo dar a mis lectores
sino una vaga o imperfecta idea, 630
bosquejo débil y no fiel traslado,
del hermoso Español recién llegado.
   Con el retrato a quien Cristina adora
mi admiración tan sólo le compara;
y del uno y del otro, a lo que ahora 635
se puede ver, la semejanza es rara:
mas, si hay tal semejanza asombradora,
yo te diré que la razón es clara,
pues es muy natural, lector sensato,
que un hombre se parezca a su retrato. 640
   Que, al pintar al adúltero Troyano,
el artista le tuvo por modelo;
y para hallar modelo más cercano
a suma perfección, con vano anhelo
no sólo recorriera el reino hispano, 645
sino también el ámbito del suelo;
y, si hermoso el retrato parecía,
él era más hermoso todavía.
   Más de una carta de favor traía
para la que madre es de la cuitada, 650
y a señora tan noble y de valía
fue solícito a ver a su llegada;
t, como ni un instante se desvía
Cristina de la imagen adorada,
al pie del cuadro, y en la sala sola, 655
el extranjero joven encontrola.
   No notó ella su entrada, que a la puerta
la espalda daba, el cuadro de hito en hito
mirando: llama aquél por que lo advierta
la que niega a sus ojos el palmito; 660
ella, al cabo, de su éxtasis despierta,
y volviendo la cara, lanza un grito,
viendo al retrato que ama al otro lado
en un hombre bellísimo encarnado.
   Y un sueño le parece, una mentira 665
que le finge su mente alucinada,
y ahora al vivo, ahora al pintado mira,
devorando a los dos con la mirada;
de verlos juntos más y más se admira,
y no sabe cuál es quien más le agrada, 670
aunque a creer que agrádale comienzo
mas el hombre de carne que el de lienzo.
   Y ¡qué ansias vivas y qué impulsos siente
de correr desalada al joven bello,
y estampar en su boca un beso ardiente 675
y con sus brazos enlazar su cuello!
Mas se reprime, que, aunque eternamente
al retrato acaricia, pasa aquello
con un retrato o una estatua hermosa;
mas con un hombre vivo, es otra cosa. 680
   Aunque habrá muchas que me arguyan que eso
hacerlo con un cuadro, es manifiesto
indicio de simpleza y poco seso,
y que es más natural y en razón puesto
a algún hombre abrazar de carne y hueso, 685
aunque no sea de tan lindo gesto,
que al lienzo más hermoso bello busto,
los cuales ni reciben ni dan gusto.
   El Español en tanto la saluda
y dice: Bella niña, Dios os guarde: 690
ella va a hablarle de su pena aguda
y del amor en cuyas llamas arde;
pero la lengua se mantiene muda,
y el natural pudor la hace cobarde,
y le detiene a la mitad la planta 700
que presurosa al joven se adelanta.
   Y, cuando advierte que hacia el joven iba,
sí el pudor celeste profanando,
Tiñe la blanca faz en grana viva,
al suelo las miradas humillando; 705
al fin de allí se escapa fugitiva,
al hermoso Español maravillando
que, al ver tal porte, con razón no poca
la califica rematada loca,
   Mas, quedándose solo, al fin repara 710
en lo que representa la pintura,
en que antes, claro está, no reparara
por mirar a la viva criatura;
en ella al punto conoció su cara
y su propia persona y apostura, 715
hallándose tan fiel en el cotejo,
como si se mirara en un espejo.
   Entonces algo a sospechar comienza
de la verdad de tan extraño caso
y a entender la atención y la vergüenza 720
de la doncella de juicio escaso;
otra vez llama, y antes que le venza
el tedio de aguardar, con presto paso
salió, y con la mayor cortesanía
le recibió la cariñosa tía. 725
   Sin quedar de su trato enamorado,
el joven de la vieja no se aparta:
venir con el virrey, ser su privado,
causa es de agrado y de atenciones harta;
y a tantas cartas de favor añado 730
la que fue de favor la mejor carta:
el gentil parecer y la belleza,
carta que da al nacer naturaleza.
   A todos se dirige el sobrescrito,
cual primitivo universal lenguaje, 735
y por ella el viajero y el proscrito
hallan más blando y fácil hospedaje;
no hay pueblo alguno de tan fiero rito
que al extranjero hermoso no agasaje:
¡Irresistible magia que conquista 740
los corazones a primera vista!
   Mas ya la triste enamorada espera
y a confortarla empieza la esperanza,
esa maga tan dulce y lisonjera
que todo mal a suavizar alcanza: 745
bastó que entre retrato y hombre viera
una grande perfecta semejanza,
y aguarda ya, por mucho que le cueste
lo que de aquél no pudo, lograr de éste.
   Y torna nuevamente a amar la vida, 750
y la muerte espantosa no desea,
ni a venir con instancia la convida
para que en trance tal su alivio sea:
ya la tiene de nuevo aborrecida
y ya de nuevo le parece fea, 755
y considera que es aún muy joven
para que penas el vivir le roben.
   Y se imagina con terror y espanto
verse envuelta en la fúnebre mortaja,
y, de los monjes al solemne canto, 760
ser conducida en la mortuoria caja
a la eterna mansión del Camposanto;
y le parece con horror que baja
al hondo seno de la oscura tierra
que ya sobre ella sus abismos cierra. 765
   Y como ya no es tanta su tristeza,
y como el alma admite algún consuelo,
ya su salud a florecer empieza,
y el ayuno ya cesa y el desvelo;
a retoñar principia su belleza, 770
cual planta, muerta con el crudo hielo
del invierno, en la nueva primavera
día a día sus galas recupera.
   El hermoso Español la extraña historia
de Cristina infeliz bien pronto sabe, 775
(que en Lima hasta a los niños es notoria)
y entiende que la abruma el peso grave
de la cruda venganza y la victoria
del dios que tiene en su poder la llave
de todos los humanos corazones 780
y envuelve lo creado en sus prisiones.
Primero el tierno corazón se apiada
del infeliz estado de Cristina,
y el verla de su imagen tan prendada
a justa gratitud después le inclina: 785
no era además de su beldad pasada,
cuando él la llegó a ver, tal la rüina,
que no pudiese conocer cualquiera
que igual no tuvo su beldad primera.
   Y torna a ver a la afligida presto 790
y la halla menos triste y más bonita,
y más le va gustando por supuesto:
cada vez es más larga la visita:
ella entre tanto con rubor honesto
calla del pecho la amorosa cuita, 795
mas la dicen sus ojos mal su grado,
que son lenguas que nunca se han callado.
   Cuando, ausente el que adora, mira atenta
de su retrato la beldad divina,
no como antes el verle la atormenta, 800
porque su amor en él ya no termina,
sino que pasa a aquel que representa
y a quien ver en el lienzo se imagina:
ya no ama la pintura en ella propia,
sino en aquel cuya belleza copia. 805
   Ya con primor se toca y atavía,
y vuelve a usar de femenil adorno,
y en públicos paseos extasía
la muchedumbre que se apiña en torno:
cobra una nueva gracia cada día; 810
ya parecen de nuevo hechos a torno
los blancos brazos, y la mano blanca
compite ya con el jazmín que arranca.
   Torna el pecho turgente a ser cual onda
de mar tranquilo que en la blanda orilla 815
va y viene, y la garganta ya redonda
se muestra, y purpurina la mejilla;
mas no encuentro expresión que corresponda
a tan perfecta hermosa maravilla,
que a la Cristina de otro tiempo excede 820
es lo más que mi verso decir puede.
   Que, si cual hoy, entonces la doncella.
más perfecta y hermosa fue de Lima,
entonces fría estatua se vio en ella,
y hoy es belleza que el amor anima; 825
pues, para que una bella sea bella,
es necesario que el amor le imprima
esa expresión de espiritual dulzura
que él sólo puede dar a la hermosura.
   Que, cuando un crudo pecho el amor doma 830
y en sus fuegos lo abrasa, de repente
animada expresión el rostro toma,
en vez de la primera indiferente:
hablan los ojos silencioso idioma
como el que hablan los labios elocuente, 835
y, sin que el labio a los acentos se abra,
iguala la sonrisa a la palabra.
   Ya es cual la flor que a su belleza junta
la fragancia más pura y exquisita,
es la hija de Jair, cuya difunta 840
beldad la voz de Cristo resucita,
la estatua a quien la diosa de Amatunta
traslada el fuego que su pecho agita;
palacio donde mora un rey potente,
templo que anima la deidad presente. 845
   Mas creció su belleza, si incremento
tanta belleza recibir podía,
de ser amada con el gran contento
y la felicidad y la alegría;
del cuadro a vista, el Español el cuento 850
a la atenta Cristina refería
de haber él sido (que amistad lo ordena)
vivo modelo del raptor de Elena.
   Y añadió: «¿Quién entonces me dijera
que, atravesando un día el océano, 855
y que, viniendo a Lima la hechicera
desde el distante suelo castellano,
antes que su modelo, conociera
vuestro divino rostro soberano,
y en vuestros lares mereciera abrigo, 860
la obra dichosa del pintor amigo!
   «Si copia fiel de la hermosura, vuestra,
sol cuya luz ni leve nube empaña,
hecha por mano primorosa y diestra,
llevado hubiera a la feliz España 865
la más divina y portentosa muestra
de la tierra gentil que el Rímac baña,
y las beldades mágicas que cría
¡esta nueva mejor Andalucía!
   «Si anticipado hubiéranme los fieros 870
hados, conmigo tanto tiempo avaros,
el celestial placer de conoceros,
y la inefable dicha de adoraros,
en copia sólo me bastaba veros,
¡oh divina belleza, para amaros, 875
y a vuestras plantas con fervor rendiros
del alma los más íntimos suspiros!»
   Dice, y cayendo ante sus pies de hinojos,
la de Cristina con su mano toca:
ella, encendidos los claveles rojos 880
de las mejillas, calla con la boca,
hablando sólo con amantes ojos,
que toda voz a declarar es poca
lo que sintiendo están entrambos pechos,
al gran tumulto del amor estrechos. 885
   Con miradas de imán vence y fascina
y atrae el uno al otro dulcemente,
y el uno al otro más y más se inclina;
ya se junta una frente a la otra frente;
de la joven la boca purpurina 890
toca del Español el labio ardiente,
y atados quedan en un largo beso,
de amantes brazos cada cuello preso.
   ¿Quién dulzura dará a mi pobre verso
con que la dicha de sus almas cante? 895
Un día de otro día no es diverso:
es todo el tiempo un venturoso instante.
Ante ellos desparece el universo;
para cada feliz amado amante
es el otro feliz amante amado 900
el solo ser que existe en lo creado.
   ¡Dulcísimos coloquios donde suena
sin cesar el tan dulce: «yo te adoro»,
bien a Cristina le pagáis su pena,
y su cruel desesperado lloro! 905
No envidia ya, de regocijo llena,
del cielo santo al más dichoso coro,
que no ha dicha mayor en lo creado
que la dicha de amar y ser amado.
   Y Cristina a su amante dice a veces: 910
«puesto que el cielo el bien me ha concedido
que no le osaban demandar mis preces,
mi tormento feroz echó en olvido;
y, aunque he apurado del dolor las heces,
no siento el haber tanto padecido, 915
pues del pasado mal me recompensa
de amar amada la ventura inmensa.
   «Cuando miro el placer que mi alma endiosa,
oh dulce dueño, cuando estoy contigo,
el tiempo de soberbia desdeñosa, 920
en que he vivido sin amar, maldigo...
Mas fue mejor mostrarse de amorosa
pasión el pecho entonces enemigo,
porque así, de tu amor cual adivina;
para ti sólo se guardó Cristina. 925
   «Si tanto te adoré sin conocerte;
y sólo por imagen y traslado,
cuando te reputaba tela inerte
y vano ser por el pintor ideado;
¿cómo habré de adorarte, hoy que la suerte 930
me da mirarte vivo, aquí, a mi lado,
y que tú, agradecido a mis amores,
con igual frenesí también me adores?
   «Y pues el amor tanta dulzura,
y sin amor la vida no comprendo, 935
y es el mundo desierta sepultura
de cuantos sin amor viven muriendo,
mientras aquí nuestra existencia dura,
gocemos en amarnos, y no siendo
sino un alma en dos cuerpos, ni la muerte 940
consiga desatar lazo tan fuerte».
   Y el amoroso joven respondía:
«no más recuerdes, adorado dueño,
el tiempo de tu loca idolatría,
y el vano ardor y el insensato empeño 945
con que, prendada de la imagen mía,
te consumiste cual ardiente leño,
la gran belleza reduciendo a sombra
que Lima entera su ornamento nombra.
«¡Ah! cuando pienso en el horrible duelo 950
que te hice padecer, aunque inocente,
de haberte amado el imposible anhelo
el corazón me abrasa vanamente.
¡Quién entonces a tu amor diera consuelo,
adelantando nuestro bien presente! 955
¡Cuántas veces, en vano, he deseado
que cambiar se pudiera lo pasado!
   «¡Y consumiendo tal belleza estuve,
sin yo saberlo! ¡y el divino rostro,
que fiel retrata el de inmortal querube, 960
y a cuya vista, idólatra, me postro,
por mí velaba del dolor la nube,
amortecidos el jazmín y el ostro!
¡Y por mí se quejó la dulce boca
que el beso de los ángeles provoca! 965
   «¡Y fue por mí por quien de amargo llanto
desperdiciaron cristalinos mares
los grandes ojos que me abrasan tanto,
que sufriera peligros a millares
y arrostrara mil muertes sin espanto, 970
para que ni el menor de los pesares,
ni la pena más leve y pasajera,
una lágrima sola les bebiera!
   «Mas, pues ni el mismo Dios cambiar pudiera
los días que pasaron, yo te juro 975
que horas de amor y dicha placentera
solo habrá de brindarte lo futuro:
adorarte será mi vida entera,
y de la tumba ni en el seno oscuro
podrá nunca extinguirse el amor mío, 980
que alma será de mi cadáver frío!
   «Del dilatado y hórrido tormento
que el cielo vengador enviarte quiso
será mi amor el inmortal descuento:
yo tu esclavo seré, tierno y sumiso, 985
y obedecer tu oculto pensamiento
en la tierra será mi paraíso».
Así la adora, y entre tanto extática
oye Cristina la amorosa plática.
   Con silencio expresivo le contesta, 990
ni consiente su gozo que más hable;
y le mira entre amante y entre honesta,
con celeste expresión inenarrable:
es para ambos la vida eterna fiesta,
una ilusión divina y perdurable, 995
un sueño celestial y permanente,
el mismo siempre y siempre diferente.
   ¿Quién dirá cuál se alegra y regocija
la tan discreta cariñosa anciana,
al ver a la que siempre amó cual hija 1000
de una y otra locura por fin sana?
Alegres ojos en los novios fija,
y los bendice con la diestra ufana,
rogando que el Eterno les conceda
una vida tan larga como leda. 1005
   Al fin lució la aurora en que el divino
Himeneo encendió la pura tea,
uniéndolos con lazo diamantino
que hasta la muerte duradero sea.
Es el virrey el ínclito padrino; 1010
Lima toda en las fiestas se recrea,
siendo alegres y ricas entre todas
aquellas nobles venturosas bodas.
   Guardaron sus afectos amorosos,
en paz viviendo nunca interrumpida, 1015
aquellos felicísimos esposos
los años todos de su larga vida;
hijos tuvieron más que el padre hermosos,
hijas por quien la madre fue excedida,
pues cada uno es fuerza y cada una 1020
que de ambos padres las bellezas una.
   Y entre puros seniles regocijos,
de grato amor y reverencia objetos,
y de cuidados tiernos y prolijos,
en sus últimos días, siempre quietos, 1025
gozaron a los hijos de sus hijos,
y a los hijos gozaron de sus nietos:
y su vejez postrera parecía
tarde serena de sereno día.
   ¡Oh tú a quien este ejemplo hago presente, 1030
el leerlo, oh ingrata, te acobarde;
de Cristina el castigo te escarmiente;
y pues fuerza es amar temprano o tarde,
tu claro ingenio y tu temor prudente
el castigo de Amor no es bien que aguarde, 1035
y a su venganza y punición tremenda
adelanta solícita la enmienda.
   Pídele ya perdón de tanta ofensa;
y, pues bien sabes que te adoro ciego,
mis constantes ardores recompensa, 1040
y tu diestra a mi fe concede luego.
¡Ah! no retardes mi ventura inmensa;
y de amor, de placer y de sosiego
el hado blando nuestra vida teja,
cual la de aquella tan feliz pareja. 1045

1863.               



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A Dina



                                                    Te suis matres metuunt juvencis,           
te senes parci, miseraeque nuper
virgines nuptae, tua ne retardet
aura maritos.

HORACIO     



                           Cual voluble mariposa,
en bellísimo jardín,
va del clavel al jazmín
y del jazmín a la rosa,
   así tú, bella liviana, 5
con versátil proceder,
hoy mudas tu amor de ayer
y el de hoy mudarás mañana.
   No tanta de estrellas es
la hueste en noches serenas, 10
ni tiene la mar arenas,
ni flores el quinto mes,
ni muda el cielo colores
en la tarde o en la aurora,
como tú, bella traidora, 15
cambias sin cesar de amores.
   ¿Qué hechizo tienes, qué imán
que cada día la cuenta
de tus galanes se aumenta
con algún nuevo galán? 20
   Vituperados en vano,
en tu salón juntamente
se ve el rubio adolescente (34)
y el encanecido anciano.
   ¿Qué rico no te promete 25
sus caudales? tu secreta,
¿de qué joven o poeta
versos no guarda o billete?
   Y, a pesar de tu liviano
harto conocido porte, 30
no falta quien de consorte
te ofrezca palabra y mano.
   Mas, ¿qué mucho, si severa
en ti la Envidia no ve,
desde la frente hasta el pie, 35
la imperfección más ligera?
   ¿Quién vio facciones tan bellas,
sin que las manche lunar?
¿Quién vio tal frente, y tal par
no de ojos, sino de estrellas? 40
   Son como hechas a pincel
tus cejas: tu dulce boca
a darte besos provoca,
mas suaves que la miel.
   Y con tu blancura suma 45
nada a competir se atreve;
que no es tan blanca la nieve,
y es menos blanca la espuma.
   No la iguala el naterón,
ni dentro el verde pacay 50
tan albos capullos hay
de dulcísimo algodón.
   Mas, si vista no hay que tache
tu blancura sin reproche,
a tu frente dio la Noche 55
su cabello de azabache.
   No hay flor ninguna del valle,
ni leve flexible mimbre,
que con la gracia se cimbre
con que se cimbra tu talle. 60
   Casto propósito arrollas
del que te ve a su pesar,
cuando con gracia sin par
bailas las danzas criollas,
   y con la planta ligera 65
tocando apenas el suelo,
juegas el blanco pañuelo
y la ancha arqueada cadera.
   A quien no rindió la vista
de tu beldad, no te hable, 70
que tu dulce trato afable
de seguro le conquista.
   Saben palabras tus labios
tan astutas y halagüeñas,
que fascinas y domeñas 75
los más duros y sabios.
   Y de los viejos despiertas
en los fríos corazones
las juveniles pasiones,
por tan largos años muertas. 80
   Las madres por sus hijuelos
viven de ti recelosas,
y noveles esposas
inspiras amargos celos.
   Temiendo su paz antigua 85
perder con tan fuerte encanto,
a tu encuentro el monje santo
retrocede y se santigua.
   Porque tu belleza es tal,
y tales tus gracias son, 90
que a veces (Dina, perdón)
te juzgó el genio del mal;
   pienso no eres Lucifer
que con obras y palabras
nuestro eterno llanto labras, 95
disfrazado de mujer.

1863.               



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A Fabio

Que me aconsejaba dejar la poesía



                                  SÁTIRA
   No más me culpes de que en ocio inerte
las horas pase de mi inútil vida,
y que, con fin que unísono concierte,
líneas iguales al oído mida;
ni que, llamado a más dichosa suerte, 5
con que mi rica patria me convida
que nada a nadie liberal rehúsa,
siga las huellas de la hambrienta Musa.
   Ya sólo espero de tu cuerdo labio
saber qué oficio me dará más oro: 10
¿tal vez quisieras, persuasivo Fabio,
que, mono en gestos y en la charla loro,
y más que en leyes en engaños sabio,
lumbrera fuese del peruano foro?
¿O verme escriba tu amistad quisiera, 15
que al abogado en honradez supera?
   ¿O que acreciente el número prefieres
de aquellos que con sed, que el oro aumenta;
son viles insaciables mercaderes
de la que no es justicia sino venta? 20
¿O el cuerpo que entre bailes y placeres
nuestra patria en Europa representa,
y a quien la patria, liberal y noble,
los años de servicio cuenta al doble?
¿O qué me aliste en el logrero bando 25
que se enriquece en término de un día,
inicuos pactos del traidor comprando
a quien la patria sus destinos fía?
¿O que, vendida al poderoso mando,
de toda ley la violación impía 30
mi voz defienda, armada de sofismas,
en el santuario de las Leyes mismas?
   ¿O puede más aplauso merecerte
el que la espada manejando fiera,
su oficio usurpe a la enemiga Muerte 35
cual si dolencias, vejez no hubiera;
y que en los pechos la sepulte fuerte,
no de la gente pérfida extranjera
que nos insulta, mas de gente hermana
que ciega arrastra la ambición tirana? 40
   No soy; es cierto, un Cid: más el denuedo
no es lo que hoy más al militar decora,
y así en el riesgo del combate; el miedo
alas presta a su planta voladora;
o antes se pasa con feliz enredo 45
a la parte que espera vencedora,
y, de su infamia sin cesar premiado,
gana a cada traición un nuevo grado.
   ¿O me aconsejas que con vida ociosa
la fácil senda y el ejemplo elija 50
del vil que medra con su bella esposa
en quien un grande sus antojos fija?
Mas, si no es la mujer joven ni hermosa,
las gracias suplen de la virgen hija,
para granjearle, a costa de su afrenta, 55
ocioso oficio de cuantiosa renta.
   ¿O habré de consagrarme al sacerdocio,
y, con la carne a tentaciones blanda,
seguir por profesión y por negocio
lo que celeste vocación demanda? 60
Y el que debiera ser del ángel socio
su alma al Infierno y las ajenas manda,
y, diverso en la calle y en el templo,
destruye su enseñanza con su ejemplo.
   ¿O verme acaso desearás al lado 65
de circundada sobremesa verde,
donde, a las vueltas del ebúrneo dado,
el dinero es lo menos que se pierde;
y allí el alba me encuentre enajenado,
sin que mi esposa ni mi hogar recuerde, 70
y exponga al turbio mar de la Fortuna
de mi hijo tierno la inocente cuna?
   ¿Perder dije? no: pierde solamente
quien a la ciega suerte se encomienda;
no quien evita con temor prudente 75
posibles riesgos de una igual contienda:
ya la moderna jugadora gente
a la Fortuna le quitó su venda
que, comprada y parcial, concede sólo
ayuda y triunfo al avisado Dolo. 80
   Verme anhelarás, a mi bien propicio,
agiotista, logrero, juez, soldado,
alcalde, jugador, o en otro oficio
de provecho a mi propio y al estado:
que no hay infame degradante vicio 85
en este mi país afortunado,
ni granjería repugnante y fea
que honrosa y útil profesión no sea.
   Lícito es ser entre nosotros todo,
con tal, se entiende, de ganar dinero: 90
¿qué importa en suma de ganarlo el modo?
Tenerlo ha sido siempre lo primero:
sé vil traidor que pacte con el godo,
sé verdugo, sé espía, sé tercero:
oficio éste será que harto te rente, 95
si lo eres de un ministro o presidente.
   La misma hoy despreciada poesía,
si al fin llegara a dar dinero, luego
estimada de todos se vería,
tanto quizá como la usura y juego: 100
mas, como no dio nada hasta este día
y aun vivo pura de lisonja y ruego,
estima en vano o protección espera,
y ella sola, entre tantas, no es carrera.
   No es carrera, es verdad; pues no interpreta 105
de digno modo el nombre rehusado
el santo ministerio del poeta
y su augusto glorioso apostolado:
de lo futuro indagador profeta,
y fiel conservador de lo pasado, 110
a la Inocencia y la Virtud que gimen
alza, y fulmina al exultante Crimen.
   No por el brillo de metal mezquino,
mas por la gloria sin cesar se afana,
eterna gloria de fulgor divino, 115
no la presente pasajera y vana:
y cumple el inspirado su destino,
sin que le asombre ingratitud humana,
ni la incuria le arredre ni el desprecio
del torpe vulgo ni del rico necio. 120
   Y crean vulgo y rico envanecido,
y tú con ellos en buena hora creas
que es cosa sin sustancia ni sentido
el arte creador de las Pimpleas;
papel los libros y los versos ruido, 125
y frases y palabras las ideas,
siendo el oro a vuestra ávida ignorancia
lo solo, oh Fabio, donde halláis sustancia.

1864.               



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A la señorita Justa García Robledo

En respuesta a una composición religiosa



                           Tu dulce voz, oh Justa, me convida
a levantar los ojos de la mente
a la segunda perdurable vida,
   aspirando a ese gozo permanente
que no cansa jamás, ni mezcla alguna 5
se dolor o de mal en sí consiente.
   ¡Ay! desde que la pérfida fortuna
en flor cortó las ilusiones mías,
y la experiencia me dejó importuna;
   desde que vivo tan amargos días, 10
hacer debí lo que hora me persuades
en los hermosos versos que me envías.
   Quien del mundo probó las vanidades,
¿cómo un punto es posible que difiera
el abrazar del cielo las verdades? 15
   El que del vano mundo aún algo espera
y, en mentidos placeres engañado,
su vanidad aun no conoce entera,
   disculpa ése merece en algún grado,
pues al menos el triste vive ciego: 20
¡Cuánto es mi miserable estado!
   Yo ni del mundo soy, ni a Dios me entrego;
y, aunque el mando me inspira un hondo hastío,
el alma no me abrasa santo fuego:
   ¡Ah! ¡qué nuevo infortunio es este mío, 25
que, tantos años ha, vivo suspenso
entre cielos y tierra, en el vacío!
   ¿Qué aguarda mi delirio, o en qué pienso?
¿Siempre habré de agitarme irresoluto?
¿Cuándo por fin me acojo a un Dios inmenso? 30
   ¡Si de tus persuasiones fuese fruto,
oh noble Justa, el acabar conmigo
el que siga lo eterno, y lo absoluto!
   ¡Si al alma enferma de tu triste amigo,
turbio océano que jamás reposa, 35
caos que lucha sin cesar consigo,
   de tu alma dieras la quietud dichosa,
que el cielo desde el mundo te adelanta,
sin que la ofenda ni la turbe cosa!
   Fervientes preces al señor levanta, 40
por que del borde del abismo ardiente
pío retire mi indecisa planta.
   Rompe ¡oh mi Dios! esta rebelde frente,
Y estos mis ojos áridos convierte
En arroyos de llanto penitente. 45
   Tal vez me acecha a traidora muerte,
y esgrime ya la inevitable espada:
¡perdido soy sin tu socorro fuerte!
   Si fue mi juventud tan mancillada,
sea esta edad, acaso la postrera, 50
por tu inmensa piedad purificada,
y con la muerte de los justos muera.

1864.               



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Al sol



                           Salve sin fin, oh tú de los planetas
fúlgido diademado emperador,
que a girar obedientes los sujetas
de tu radiante trono en derredor.
   Y a Júpiter, Saturno, Venus, Marte, 5
y a los demás que encadenó tu ley
vida y luz tu largueza les reparte,
cual a su corte poderoso rey.
   Y vasallos los rápidos cometas
de tu dominio dilatado son, 10
y en elípticas órbitas inquietas
obedecen también a tu atracción.
   Y sólo do se cansa la carrera
del que de ti más huye, allí el postrer
límite se alza y última frontera 15
de tu sublime imperio y tu poder.
   Con noble orgullo y con mirar ufano,
de tus regios estados en mitad,
desde un confín a otro confín lejano
abarcas su encendida vastedad. 20
   No empero gozas inmortal reposo;
el movimiento te abarcó también,
y en torno a tu eje tu girar radioso
los claros ojos de la Ciencia ven.
   Y con los astros todos que presides, 25
te ven, del éter vasto por el mar,
a las estrellas del remoto Alcides,
como celeste flota, navegar (35).
   ¡Cuántas centurias de centurias, dime,
serán a tu alto vuelo menester 30
para que acabes viaje tan sublime,
y logres tanta inmensidad vencer!
   Al columbrar de siglos el abismo
que en tan luenga jornada medirás,
el Cálculo desmaya, y el Guarismo 35
con espantado pie se vuelve atrás.
   Di, ¿qué destino a ese celeste puerto,
qué misteriosa ley vas a cumplir?
Sábelo Aquel que rige el gran concierto,
y para quien ya fue lo porvenir! 40
   Aquel que en ti velada nos envía
su luz, cuando circundas a tu faz
la corona imperial del Mediodía
que vence y ciega la pupila audaz.
   Quien mira el rayo de tu lumbre viva 45
las negras sombras de la noche ve:
así no mira la Razón altiva
al Dios que adora la vendada Fe.
   Te viste ardiente impenetrable velo
el brillo de tu faz deslumbrador, 50
como hace a Dios para el humano anhelo
invisible su propio resplandor.
   Y aunque a Dios no comprenden nuestras mentes,
todo por é1 comprenden, bien así
como a ti mismo ver no nos consientes, 55
mas nada ver pudiéramos sin ti.
   Alzo a vosotros reverentes palmas,
atónito y postrado ante los dos:
él, sol maravilloso de las almas,
tú, de los cuerpos refulgente dios. 60
   Mas morir te contempla cada tarde,
y, si hoy renaces, feneciste ayer,
cuando él con rayos siempre iguales arde,
y ni un día le mira anochecer.
cien manchas en tu faz a Galileo 65
mostró el osado astrónomo cristal,
y fuera imaginarlas devaneo
en el glorioso Sol espiritual.
   Y, si a los ojos débiles mortales
por ti vencidas con exceso son 70
las nocturnas lumbreras celestiales,
es tu triunfo vanísima ilusión!
   Débil pupila, vasta lejanía
convierten en la azul inmensidad
estrella que o te vence o desafía 75
en punto de dudosa claridad.
   Innumerables venturosos soles
son, que brillan con propio resplandor,
y de cien globos las opacas moles
les son cortejo, como a ti, de honor. 80
   Quizá planeta de mayor sistema
los altos ojos del querub te ven,
y eres diamante de la gran diadema
que de más claro Sol orna la sien.
   Y en sistema más vasto, ni siquiera 85
planeta, mas satélite serás;
y, siendo ya planeta el que sol era,
te vas oscureciendo más y más.
   Por ley quizá que el universo ordena,
es cada gran sistema un eslabón 90
de una sola vastísima cadena
que envuelve la insondable creación.
   Y en tan sublime aterrador conjunto
que da a la humana mente frenesí,
te quedas breve luminoso punto, 95
tú a quien antes tan grande concebí.
   Pero el monarca y creador del mundo,
de quien eres imagen tan infiel,
ni igual conoce ni tendrá segundo,
y es vana sombra el universo ante él. 100
   Y tú, y cuanto divisa la mirada
o alcanza nuestra mente a imaginar
en los abismos de su seno nada,
como nadas del éter en el mar.
   En vano por edades infinitas, 105
sin que faltaras una sola vez,
en la infancia del día resucitas
y renaces del año en la niñez.
   Al fin vendrá la noche postrimera
que no siga del alba el arrebol, 110
y el invierno vendrá sin primavera
en que por siempre morirás, oh Sol.
   De los orbes la inmensa arquitectura
en tu eterna rüina arrastrarás:
mas no a Aquel de quien eres sombra oscura 115
morir verá la Eternidad jamás.

1864.               



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La campiña de Huacho



                           Aura de estas campiñas fresca y pura,
como en las hojas de árboles y plantas
que con tu soplo inclinas y levantas,
tal en mi canto imitador murmura;
ven, y en torno suspira 5
de las trémulas cuerdas de mi lira.
   Y tú, arroyuelo transparente y terso,
cuya linfa se tarda serpeando,
tu lento curso y tu murmurio blando
remede el murmurante tardo verso; 10
y, fiel imagen tuya,
diáfano, perezoso, libre fluya.
   ¡Amadoras felices o inconstantes
de las pintadas flores olorosas:
rojas, blancas, doradas mariposas, 15
de flor en flor eternamente errantes,
que, en vistosos colores,
sois joyas vivas o volantes flores!
   ¡Rebaño que ya paces, ya retozas!
¡Oh largas, verdes, rumorosas calles 20
de ventilados sauces! ¡hondos valles!
¡Rústicas casas y pajizas chozas,
que el amarillo techo
modestas asomáis de trecho en trecho!
   ¡Larga hilera de huertos que al sendero 25
frutas y flores sobre el muro asomas!
¡Oh de ocultas blandísimas palomas
ronco arrullo amoroso y plañidero,
y ladridos leales
del vigilante can a los umbrales! 30
   ¡Azules mares! ¡encendidos montes
del alba y del ocaso a los reflejos!
¡Confusas perspectivas, vagos lejos,
últimos infinitos horizontes,
límite a la mirada, 35
mas no a la mente que os traspasa osada!
   ¡Días alegres, puros, libres, claros,
serenas tardes, fúlgidas auroras!
¡Oh deleitables, bien perdidas horas!
En mis versos venid a retrataros, 40
como en un fiel espejo,
mientras que abunden fáciles los dejo.
   ¡Campos de Huacho hermosos! ¡oh Luriama!
En tus prados y huertos y alamedas
el paraíso terrenal remedas 45
que eterna Primavera habita y amo,
y donde nunca pierde
una flor sola su guirnalda verde.
   Tú entre los valles todos que, cual breves
y verdes manchas salpicados muestra 50
la aridez vasta de la costa nuestra,
justo será que la corona lleves,
ni vi extranjero valle
que tu rival en mis recuerdos halle.
   Tú el laso cuerpo alientas, tú recreas 55
y sosiegas este ánimo afligido,
cansado del tumulto y del rüido
de las grandes Babeles europeas,
y que busca anheloso
la sombra del olvido y del reposo. 60
   Calmarse siento en ti de día en día
el antiguo dolor con que batallo;
y al oprimir el lomo del caballo
que por el prado o la floresta umbría
me conduce al acaso, 65
en la alba pura o el incierto ocaso;
al leve soplo del delgado viento,
al son de aguas y de árboles mecidos,
poco a poco por todos los sentidos
lánguidamente penetrarme siento 70
de una dichosa calma
que me llega hasta lo íntimo del alma.
   Y de gemir y de agitarme ceso,
y un instante infeliz no soy siquiera,
y parece que casi no sintiera 75
de la existencia el doloroso peso:
¡Quién pasar escondida
pudiera aquí la solitaria vida!

1864.               



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Adiós

A***



                           ¿Por qué, por qué te conocí tan tarde?
¿Por qué, si ya no puedes ser tú mía,
sentí, al verte, tan honda simpatía,
y la lengua, al hablar, tembló cobarde?
   Adiós, adiós: no será bien que aguarde 5
que crezca junto a ti de día en día
el crudo fuego que, si ayer nacía,
hoy ya con llamas tan intensas arde.
   Adiós, que amarte yo fuera delito
y de tú gran belleza seductora 10
el fiero riesgo con la ausencia evito:
que un recuerdo le des tan sólo implora
el que de ti purísimo y bendito
eternamente lo tendrá, Señora.

1864.               



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La poesía y el poeta

A mi querido amigo Federico Parra



                           No mayor dignidad le cabe al hombre
que el alto sacerdocio del poeta,
ni hay grandeza que al mundo más asombre
ni a quien más gloria el porvenir prometa:
mas no merece tan augusto nombre 5
quien sólo a rima y número sujeta
vanas frases que halagan el oído,
mas desnudas de espíritu y sentido.
   No, no es del vate el inspirado acento
vago murmurio que fugaz recrea, 10
como el que dan los árboles al viento
que con su blando soplo los menea;
infunde siempre un noble sentimiento,
enseña siempre una sublime idea,
y el alto nombre de poeta miente 15
quien no enloquece corazón y mente.
   ¡Oh chusma que, importuna y vocinglera,
oprobio siempre y deshonor has sido
de la prole de Apolo verdadera,
usurpando el clarísimo apellido: 20
sal del santuario venerando fuera
do vano suena de tu voz el ruido,
y en él deja que libre se dilate
el conceptuoso cántico del vate.
   ¿Quién mejor con tal canto no se siente 25
y enamorado de lo grande y bueno?
¿Quién no desprende corazón y mente
de lo caduco, frágil y terreno?
¿Qué frío corazón tan indolente
habrá, y al entusiasmo tan ajeno, 30
a quien propio sentir no enseñe cuánto
puede en las almas la virtud del canto?
   ¿Qué alma tan pusilánime y cobarde,
al escuchar los himnos de Tirteo,
no se siente mayor, e indócil arde 35
de morir por la patria en el deseo?
Si hago, al leerlos, de valor alarde
y si los riesgos de la lid no veo,
aún hoy que tanta edad de ellos me aparta,
¡cuál inflamaron la triunfante Esparta! 40
   Cuál fue del vate el ministerio, dilo
dilo tú, culta y elegante Atenas,
que temblabas de Sófocles y Esquilo
en las terribles trágicas escenas:
aún hoy las almas, do durmió tranquilo 45
el crimen, de terror despiertan llenas,
la pena al ver con que la suma diestra
hiere a Edipo, y nefanda Clitemnestra.
   Bien cumpliste tan santo ministerio,
tú que de los misérrimos precitos 50
nos descubres el lóbrego misterio,
y eco nos traes de sus roncos gritos;
tú retratas en el negro Imperio
de Italia las discordias y delitos,
y aun de los vivos a tan fieras penas 55
los traidores espíritus condenas.
   Visitas luego el temporal infierno,
de donde no está ausente la esperanza,
y, guía hallando más amado y tierno,
tras él tu vuelo rápido se lanza 60
a la morada del reposo eterno
y de la sempiterna bienandanza;
y, si la patria te cerró sus puertas,
ves las del cielo en su lugar abiertas.
   Tu gran virtud y firme resistencia 65
del llamado extranjero a la venida
las causas son, que el mundo reverencia,
de aquel destierro en que acabó tu vida;
pues, atinque, al cabo te brindó Florencia
su materna mansión apetecida, 70
desdeñó tanta dicha tu entereza
a precio conseguir de una bajeza.
   Que no envilece el pan de los destierros
al adalid de la Justicia santa,
ni le amedrentan lóbregos encierros, 75
ni el sangriento patíbulo le espanta;
al ronco son de eslabonalos hierros,
la dulce libertad celebra y canta,
y clamar «libertad» escucha el mundo
a su trémulo labio moribundo. 80
   No siempre habita el vate en el santuario,
que, de los malos y del mal azote,
en campos lidia, y del feroz contrario
legiones postra de su lanza al bote;
como la edad pasada vio al Templario 85
ser a un tiempo guerrero y sacerdote,
la poesía, si su ser no vicia,
es siempre sacerdocio y es milicia.
   Mas, aunque su alto ministerio es doble,
y vibra a veces armas homicidas, 90
al pecho pío, generoso y noble
es más grato que abrir cerrar heridas;
si derriba tal vez gigante roble,
mas veces alza plantas abatidas,
y de la dura tempestad preserva 95
la caña débil y la humilde yerba.
   Sublime celestial consoladora,
de mil secretos poseedora maga,
el llanto enjuga del que a solas llora
y desencona la más viva llaga; 100
al que un recuerdo perennal devora
con el licor de olvido ella embriaga,
y es la celeste solitaria amiga
de aquel que nada a la existencia liga.
   Sí, quiso Dios que de la humana gente 105
fuese el poeta corazón gigante,
común conciencia, labio y voz viviente,
que, como Homero, Shakespeare y Dante,
cuanto, piensa el mortal y cuanto siente
en el idioma de los Dioses cante; 110
idioma que artificio no remeda,
y el vulgo, entiende sin que hablarle pueda.
   No estudio enseña, ni tenaz desvelo
o de arte vanas leyes al profano
el dulce idioma que aprendió en el cielo 115
el vate, de los ángeles hermano:
de mil y mil el temerario anhelo
tenaz demanda, pero siempre en vano,
una mirada plácida y risueña
del inflexible Dios que los desdeña. 120
   Con mano caprichosa cuanto avara,
entre los hombres ese dios reparte
la facultad maravillosa y rara
que es del canto inmortal la mayor parte:
mas quiso que prudente sujetara 125
al alado corcel freno del arte,
cuando más raudo e impetuoso vuela,
del Numen acosado por la espuela.
   Ufano el vate y a los cielos grato
de cuanto al cielo y a sí mismo debe 130
en el arte adquirido y estro innato,
no vive solo en esta vida breve:
mira agitarse en vértigo insensato
para morir como olvidada plebe,
para pasar cual fugitiva sombra, 135
esos que grandes el engaño nombra.
    a quien la sangre ensalza o el dinero,
y a quien un bien no tuyo el pecho ufana,
depón el ceño, en vano tan severo,
y tu ufanía y tu soberbia insana; 140
que de todo ese brillo pasajero
ni aún el recuerdo quedará mañana,
cuando del que hoy desdeña tu altiveza
segunda vida en el sepulcro empieza.
   Y tú, monarca altivo, en cuyas sienes 145
el oro en ricos lazos se eslabona,
breve y tasada la existencia tienes;
no salva del olvido la corona:
no envidia el vate tus mentidos bienes,
y tu frágil diadema no ambiciona, 150
cuerdo juzgando por mayor decoro
de laurel la corona que la de oro.
   Vanamente en los términos estrechos
del sepulcro se encierra la ceniza
de aquel que cría a sus fecundos pechos 155
la inspiradora celestial Nodriza:
mas no a sí solo, que los altos hechos
canta de los demás e inmortaliza;
y eterna vida, como el vate, alcanza
quien merece del vate la alabanza. 160
   Que al fatídico labio del poeta
la pregonera Fama da que aliente
su resonante mágica trompeta,
que a otros ningunos embocar consiente;
su voz el Tiempo vencedor respeta, 165
y a mil voces y mil irreverente,
hace que al fondo del olvido bajen,
y las desnuda de sonante imagen.
   La voz del vate solitaria suena
en los silencios de la edad remota; 170
ninguna edad es al poeta ajena,
y es de todos los pueblos compatriota;
sin él de humanidad la gran cadena
fuera por siglos o distancias rota;
él un clima a otro clima, raza a raza 175
y a lo pasado lo futuro enlaza.
   Es el Olvido un silencioso, oscuro,
soñoliento, vastísimo océano,
donde naufragan por destino duro
las muchedumbres del linaje humano: 180
tan solo el vate en su bajel seguro
alarga a pocos salvadora mano,
y los lleva por piélago tan muerto
de eterna Gloria al refulgente puerto.
   ¿Quién, sino fuera por la eterna Iliada, 185
supiera el nombre del airado Aquiles?
Bajado hubiera al seno de la nada,
como la turba de guerreros viles;
mas la meonia trompa, no su espada,
le hace vivir innúmeros abriles, 190
y que le envidie el Macedonio fiero,
ansiando a sus hazañas otro Homero.
   Hundida en vano en la profunda huesa
por la diestra infalible de la Parca,
eterna vive la beldad francesa 195
en los cantos divinos del Petrarca:
su dulce nombre de sonar no cesa
por cuanto alumbra el sol y el mar abarca,
   que, flor de una mañana, la hermosura
sólo en los cantos del poeta dura. 200
   Mas ¡ay! ingrato mundo, tú no sabes
con cuán profundas penas y crüeles,
y desengaños e infortunios graves
compra el noble poeta sus laureles:
para que tú le admires y le alabes 205
su labio apura del dolor las hieles,
y las que te deleitan dulces notas,
pedazos son de sus entrañas rotas.
   La aleve Envidia, la Calumnia artera,
el velar noche y día en el volumen 210
donde vivir, tras de su muerte, espera,
la inaccesible perfección, del numen
la abrasadora inextinguible hoguera,
al poeta fatigan y consumen;
y el furor sacro que jamás se calma 215
le enferma el cuerpo y le devora el alma.
   Nuevas penas padece en cada hora,
que exceden toda humana recompensa,
aquella alma sensible y pensadora,
que ya padece, cuando siente o piensa: 220
a la nocturna antorcha brilladora,
que con la clara luz que nos dispensa
va lenta consumiéndose a sí propia,
el noble vate en su destino copia.
   Y a males tantos su desdicha agrega 225
ver que rehúsa a su inspirada frente
tal vez la patria idolatrada ciega
el premiador laurel resplandeciente:
mas tu recuerdo su dolor sosiega,
futura edad, siempre a su fe presente, 230
que la injusticia de esta edad reparas,
¡y al Genio eriges inmortales aras!


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