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Obras poéticas. Tomo II

María Rosa Gálvez




ArribaAbajoAdvertencia

Las tragedias que ofrezco al público son fruto de mi afición a este género de poesía, y de mi deseo de manifestar, que la escasez que en este ramo se advierte en nuestra literatura, es más bien nacida de no haberse nuestros ingenios dedicado a cultivarlo, que de su ineptitud para haber dado en él pruebas de su fecundidad. En efecto, hasta ahora casi se puede decir que no tenemos una tragedia perfecta; pero ¿cómo las ha de haber en una nación, que recibe con poco gusto estos espectáculos, y cuyos actores huían no hace mucho al solo nombre de tragedia de exponer al público este género dramático, que hace las delicias, y constituye la mejor parte del teatro de otras naciones cultas? A la verdad en estos últimos tiempos parecía que iba mejorando la suerte de la tragedia en España: se han representado algunas con aceptación; pero por desgracia no podemos hacer gloria de ella, porque sólo se han aplaudido las extranjeras. No es mi ánimo inquirir si el serlo puede haberlas dado mejor suerte en el público; pero es indudable que en las de otro país se disculpan los defectos, y se exageran con entusiasmo las bellezas, al paso que en las originales no hay la menor indulgencia, lloviendo críticas, y aún sátiras indecentes sobre cualquiera que se atreve a emprender esta dificultosísima carrera. Nada importa que la primera composición del gran Racine, de Corneille, y otros trágicos franceses hayan sido detestables: a ellos se les disculpa de no haber llegado desde el primer ensayo a la perfección; pero el miserable español que se atreve a escribir una tragedia ¡triste de él! Aunque haya en ella primores que compensen sus defectos, aunque prometa para lo sucesivo el ingenio del autor alguna considerable mejoría; no hay remedio; se critica, se satiriza; en una palabra, se le hace escarmentar, o acaso maldecir la negra tentación en que cayó de escribir original, y no traducción. De aquí es, que hay un diluvio de traductores, y por milagro un ingenio. Sea dicho sin ofender a nadie: es muy difícil traducir bien; pero hay tanta diferencia de esto a ser poeta, como la hay de iluminar una estampa, a abrir la lámina para tirar la misma estampa. Sin embargo, hoy vemos con extrañeza, que cualquiera que traslada a mala prosa española los dramas extranjeros, se cree ingenio, y aún se atreve a desacreditar a los verdaderos poetas originales (que algunos hay), valiéndose para dar más importancia a su trabajo de exaltar las composiciones de otros países, y deprimir las nuestras. Como si Apolo hubiese negado su influencia a la nación que produjo los Lopes, los Calderones y los Moretos, y se necesitase para subir al parnaso escudarse de producciones extranjeras. Pero en vano es cansarnos. La misma nación, los mismos compatriotas del ingenio español están contagiados de esta epidemia de predilección a los extraños, y desprecio de los propios. Y no es porque entre aquellos sea todo excelente: hay entre sus composiciones, buenas unas, otras malas, y también pésimas. Pero en ellas por una sola escena buena, se sufren cinco actos insulsos y lánguidos: por un sólo carácter trágico se pasan muchos que no lo son; y ¡cuantas veces se gradúan de perfecciones tus defectos! Al contrario, un drama original no puede tener una situación, un verso, un descuido que se tolere: todo ha de ser perfecto, y si esto llegase a verificarse, que no es fácil, aún dudo si merecería el entusiasmo y los aplausos que se tributan a los extranjeros. En esta época salen a la luz estas tragedias, que son originales, y sea cual fuere su mérito, sólo son producción de una mujer española: hada hay en ellas traducido, nada hay tomado sino de la historia o suceso que ha dado asunto al drama. Por consecuencia puedo llamar mías estas composiciones con harto más fundamento que los traductores, que se envanecen, por el suceso de sus tareas en el teatro, sin reflexionar que los elogios públicos en semejantes representaciones o son al verdadero autor, o más bien al desempeño de los actores; quedando sólo para el traductor el interés pecuniario, injustamente asignado por lo regular a un trabajo, que sólo puede serlo para aquellos cortos ingenios, que nada son capaces de inventar por sí, y necesitan hallarse los pensamientos, la acción, el orden, y en una palabra, hallarse la obra compuesta para poder hacer algunos pinitos en la cuesta del parnaso. Atrevimiento es en mi sexo, y en estas desgraciadas circunstancias de nuestro teatro, ofrecer a la pública censura una colección de tragedias; pero espero que se me disculpe por el buen deseo que me estimula a promover o excitar los ingenios españoles, para que despreciando, como es justo la mordacidad de los miserables, que les hacen tan indecente guerra, publiquen sus obras dramáticas. En las mías faltara mucho para la perfección; pero el sexo, y las continuas ocupaciones, y no vulgares penas que acompañan mi situación, no me han permitido limarlas con más escrupulosidad; ni yo creo que por haberlo hecho adelantaría mucho; puesto que tal cual sea su mérito, es más bien debido a la naturaleza que al arte, con que no me ha sido muy fácil adornarla. Ni ambiciono una gloria extraordinaria, ni puedo resolverme a creer tanta injusticia en mis compatriotas, que dejen de tolerar los defectos que haya en mis composiciones con la prudencia que juzgo merece mi sexo. Si me engaña esta esperanza; estoy bien segura de que la posteridad no dejará acaso de dar algún lugar en su memoria a este libro, y con esto al menos quedarán en parte premiadas las tareas de su autora.






ArribaAbajoSaúl: Escena trágica unipersonal con intermedios de música

 

El teatro representa un valle cubierto de armas, despojos y cadáveres, que anuncian haberse dado una batalla sangrienta. La vista de los montes de Gelboe rodea la escena. Al levantarse el telón la música marcial y estrepitosa acompaña la salida de los guerreros de Saúl, que combaten con los Filisteos, y después de alguna resistencia huyen precipitados, y aquellos los siguen. SAÚL sale cubierto de polvo, desnuda y ensangrentada la espada y vestidura: en el momento que él aparece cesa la música.

 
SAÚL
    Cobardes, esperad: Saul os llama:
suspended vuestra fuga vergonzosa;
¿Así cedéis el triunfo al Filisteo?...
¿Mas con quién hablo?... Todos me abandonan:
todos de un vil temor arrebatados 5
huyen la muerte, y buscan la deshonra.
En vano mi valor por evitarla
agotó sus esfuerzos; la victoria
consigue a mi despecho el enemigo,
y del laurel sus sienes se coronan... 10
No hay remedio: perdiose para siempre
ya de Judea y de Sión la gloria:
su honor, su Rey, su Dios, el pueblo Hebreo
desampara medroso, y la afrentosa
vida prefieren a la ilustre muerte. 15
¡Oh día de ignominia y de congoja!
Dios de Israel ¿qué es esto? ¿Así permites
que la nación infiel que te desdora
triunfante humille al escogido pueblo?
¿Los protege tu diestra poderosa 20
para que me confundan, y aniquilen
a las humildes tribus que te adoran?
¿No soy yo aquel Saúl por tu decreto
destinado a lograr la regia pompa,
y entre millares de varones justos 25
buscado en Israel? ¿No soy quien goza
de ungido del Señor el sacro nombre?
Pues ¿cómo tu justicia vengadora
me condena a la afrenta, y en el seno
de una desolación tan espantosa 30
sepulta en sólo un día para siempre
mi esplendor, mi existencia y mi memoria?
Tu justicia... ¡qué digo! ¡ah miserable!
¿Cómo mi labio sin temblar la invoca?
Ella es la que destruye mi grandeza; 35
la que en la humillación mi audacia postra;
y su poder, lanzándome del trono,
mi soberbia altivez presuntuosa
castigando severa hunde en la nada.
Piedad, gran Dios: si fue merecedora 40
de tu enojo mi impía inobediencia;
si ha podido olvidar mi ambición loca
tus preceptos, y hollar tus santas leyes,
satisfaga, Señor, mi vida sola
el eterno anatema; yo os imploro 45
riguroso y terrible, me es odiosa
esta existencia de dolor y oprobio,
que mi tormento y mi rubor prolonga;
lanzad un rayo ardiente; aniquiladme
en este campo en que perdí mi gloria. 50
 

(Queda apoyado en un bastidor; intermedio de música, fuerte al principio, y al concluir patética.)

 
 

(Acabada la música continúa.)

 
No hay muerte para mí: Dios me desdeña
hasta para el castigo. Entre estas rocas
vencido y solo, acaso me reserva
para la esclavitud más afrentosa:
no será, no... Sigamos al contrario; 55
busquemos en sus huestes vencedoras
una muerte, que eterno haga mi nombre.
 

(Los seis versos siguientes trompas a lo lejos, que no impidan oír la representación.)

 
Pero ¡Qué escucho! La guerrera trompa
resuena en las cavernas de este monte,
anunciando mi afrenta y su victoria. 60

  (Mirando adentro.)  

ya se retiran; desde aquí descubro
el tumulto lejano de sus tropas,
que entre el polvo fugaz desaparece;
 

(Empieza a oscurecer el teatro.)

 
y de la noche las funestas sombras,
cayendo de los montes a los valles, 65
parece que descienden presurosas
para impedir que logre mi despecho
el fin de mi existencia ignominiosa.
¡qué espantoso silencio! Sus horrores
aumentan las angustias que me acosan:70
ellos me representan el destrozo
de mi infelice pueblo; en mi memoria,
que es mi mayor verdugo esta grabada
del combate la imagen horrorosa.
¡Ah! yo he visto las tribus de Judea,75
fieles a su Monarca, a mi voz prontas
combatir el furor del Filisteo,
frente haciendo a sus hustes numerosas.
Yo las he visto en lid desesperada,
por defender mi vacilante gloria, 80
perecer con las armas en la mano:
de su valor testigos estas rocas
serán eternamente; en este monte
donde de sus cadáveres las formas
destrozadas se ven por todas partes, 85
los invencibles de Israel reposan.
He aquí sus armas con su sangre tintas;
más allá mutilados se amontonan
sus cuerpos, y sus miembros palpitantes,
que horrendas haces en el valle forman; 90
alguno osado en su postrer momento
esgrimía la espada vengadora,
y aún después de morir el fuerte brazo
conserva helado la actitud briosa:
otro expiró arrastrandose en el polvo95
para seguir la huella vencedora
de su enemigo; y otros... ¡Ah! sus ayes
 

(Desde aquí empieza piano la orquesta el intermedio de música, que sigue.)

 
manifiestan sus últimas congojas:
mueren en este instante, y mis oídos
hieren con sus angustias pavorosas. 100
 

(Música que imite los lamentos de los heridos.)

 
 

(Acabada la música continúa.)

 
¡Oh infelices! no puedo socorreros;
pero al fin vuestra suerte es más dichosa
que la de aquellos, cuya infame fuga
su patria vende, y su valor desdora.
Fuga... ¿Y adonde irán envilecidos, 105
que la fama, del tiempo precursora,
no publique en su oprobio a las edades
su torpe miedo, su fatal deshonra?
Vivirán los cobardes, y testigos
serán de las desgracias que ocasionan.110
¡Ah! de Jerusalén verán postrados
los fuertes muros; la ciudad señora
de las gentes, rendida al Filisteo,
sufrirá su arrogancia destructora:
en vano al templo la inocente virgen115
correrá desolada, la furiosa
espada del contrario allí la alcanza,
y al pedirle piedad, feroz la inmola:
el tierno niño morirá en los brazos
de su madre infeliz, que en su congoja120
en vano, expondrá el pecho a la cuchilla,
por salvar a su hijo; en triste hora
fue fecunda; la sangre que defiendo
corre mezclada con la suya propia:
temeroso el anciano bajo el peso125
de la edad respetable, que lo agobia,
inútilmente a vista del peligro
clemencia pedirá: la horrible antorcha
por la enemiga mano conducida
en tanto girará con luz medrosa130
por la triste ciudad, y sus reflejos
harán brillar las armas que no embotan
gemidos, ruegos, llanto ni clamores.
¡Ah! Yo los oigo... ¿Y quien los ocasiona
sino mi culpa? Es ella la que ofrece 135
a mis ojos el cuadro que me asombra.
Jerusalén, y veo tu exterminio;
y que ardiendo en la llama pavorosa
que encendió el Filisteo, a sus furores
sus altos edificios se desploman. 140
Así en muerte y horror todo se abisme;
todo perezca; así la tierra toda
pudiera en este día aniquilarse:
Dios vengador, no existan más tus obras;
vuelva a reinar el caos, y mi afrenta145
la destrucción universal esconda.
 

(Intermedio de música fuerte.)

 
 

(Acabada la música continúa.)

 
¡Oh día de terror, amanecido
¡Por mi fatalidad! Campañas rojas
con la sangre de tantos infelices
iluminó tu luz; en breves horas 150
vi en tu giro el estrago de mi pueblo;
vi desaparecer mi augusta pompa
en tan corto periodo; y porque sea
más el dolor que el pecho me destroza,
hasta mis hijos, mis amados hijos, 155
fenecieron también en mi derrota.
¡Oh caro Jonatás! ¿Por qué tu vida
fue de mi vida escudo? ¿Por qué heroica
tu espada en defenderme se obstinaba?
Muriendo era mi suerte venturosa. 160
¡Oh feliz tú mil veces, que esgrimiendo
el vengador acero en la espantosa
lid, de los enemigos destrozados
con noble brio tu sepulcro formas!
Tumba de honor labraron tus hazañas; 165
y en la inmortalidad al fin reposas
dichoso al expirar; más tus hermanos,
si fatal suerte su vivir prolonga,
del vencedor esperan ser despojo,
esperan muerte obscura y afrentosa. 170
Los hijos de Saúl, los herederos
del trono de Israel, en su deshonra
¿serán tristes objetos del escarnio
de un contrario orgulloso, cuya mofa
aumentará sus bárbaros suplicios 175
insultando sus últimas congojas?
¡Oh dolor! Y si viven... ser esclavos
es su destino. He aquí las engañosas
esperanzas felices, que en su infancia
halagaron por siempre su memoria:180
he aquí de la grandeza de su padre
el fruto amargo que inocentes logran:
¡Ah! ¿Por qué en la batalla, en la sangrienta
lid, que de mi fortuna me despoja,
todos con Jonatás de honor cubiertos185
no adquiristeis muriendo eterna gloria?
Y ¿por qué, si Saúl fue delincuente
perdonando a Amalec, su culpa sola
participar os hace del castigo
con que el Dios de Israel mi altivez postra? 190
¡Hijos de mi desdicha! Yo pensaba
dividir con vosotros mi corona;
y ya en la esclavitud desamparados
la dura muerte vuestro labio implora.
¡Qué abatimiento, o Dios! Yo desfallezco: 195
la fatiga... esta idea que me asombra...
¡Oh imagen de dolor!... Un sólo instante
da treguas a la pena que me ahoga.
 

(Se sienta sobre unas piedras. Intermedio de música patética.)

 
 

(Acabada la música continúa.)

 
No hay duda: fue mi solio; fue mi reino;
no queda aún la esperanza más remota200
de alivio a mi desgracia: en solo un día,
¡Ah! como el cielo todo lo trastorna.
¿Y no podrá Saúl sin ofenderlo
acabar con su vida ignominiosa?
No puede sin hacerse más culpable. 205

  (Se levanta.) 

A lo menos busquemos en las hondas
grutas de esta montaña alguna fiera,
de este vasto desierto habitadora,
que en partes mil mi cuerpo destrozando
conmigo sea en su furor piadosa... 210
Pero ¡ay de mí!... Mis plantas vacilantes
apenas me sostienen... la penosa
lid... el cansancio... en vano en esta espada
el débil paso mi valor apoya.
¡Oh cuál es mi agonía en este instante! 215
La eternidad, del hombre aterradora,
parece que anticipa mis tormentos
en medio de esta selva tenebrosa.
Si pudiese mi acento... Es imposible:
en esta obscuridad solo las rocas, 220
los helados cadáveres me escuchan;
a mi voz mudos, a mis quejas sordas.
Sin duda que la muerte en este sitio
debo esperar, supuesto que me estorba
que la busque mi propio abatimiento; 225
Dios en este momento me abandona
a mí mismo; me acuerda mis delitos,
y los remordimientos me devoran.
¡Ah David! De mi inmensa desventura,
gozará tu ambición; he aquí la hora 230
de tu triunfo: Saúl morirá en breve...
El infernal espíritu me acosa,
que ahuyentaba otras veces la armonía
celestial de tu harpa encantadora:
él para atormentarme me presenta 235
la horrible imagen de mis culpas todas;
este espíritu impuro ante mis ojos
te conduce, David, de mi corona
adornada tu frente, rodeada
del pueblo de Israel, que mi memoria240
maldice, y te tributa bendiciones:
los himnos, que celebran tus victorias,
y causaron mi envidia, entre el aplauso
de tu dicha las vírgenes entonan;
Sí: mi envidia los tiene bien presentes. 245
esos odiosos cánticos; ahora
más que nunca me afligen sus recuerdos;
sí: más que nunca tu futura gloria
mi desesperación y rabia aumenta;
en mi postrero instante la ponzoña 250
del odio, que en mi pecho te conservo,
más que mi afrenta mi soberbia postra.
 

(Se sienta. Intermedio de música.)

 
 

(Acabada la música continúa.)

 
David será felice sobre el trono
de Judea; el Eterno su persona
eligió para el solio... ¿Y por qué causa 255
su fortuna ha de ser tan a mi costa?
¿Por qué para elevarlo me destruye?
¿Acaso a su justicia poderosa
no tributó Saúl adoraciones?
Oh Dios, mi rendimiento a todas horas260
sacrificó en tus aras; tus ministros
imploraron tu auxilio en la dudosa
suerte de esta batalla, antes de darla:
mas tú, sordo a sus ruegos, me abandonas
a las iras de un pueblo que le ofende; 265
la injusta preferencia de que goza
David contigo ha dado al Filisteo
contra los hijos de Israel victoria.
Heme al fin hecho víctima infelice
de tu poder: en este instante toda270
mi desdicha la causa tu decreto.
Si es que acusa tu saña poderosa
mi desesperación; Dios implacable,
no te ofendo tampoco ella es tu obra:
deja que clame en mi postrer momento 275
contra ti, pues mis males ocasionas.
En tu cólera, oh Dios, me has reprobado:
¡Ah qué furor mi corazón devora!
Me has reprobado, sí; yo llegué a oírlo,
cuando invocando la funesta sombra280
del Profeta Samuel en mi abandono,
la fuerza de un conjuro abrió la losa
de su helado sepulcro, y no fue crimen
en mí turbar la paz en que reposa:
pues si el Señor callaba a mis clamores, 285
¿qué mucho que a una infame encantadora
pidiese que voz diera a aquel cadáver?
Recuerdo con horror su aterradora
predicción, y los ecos lamentables
que en gemidos salieron de su boca:290
«¿Por qué, dijo, perturbas mi descanso?
Saúl, el Omnipotente te abandona,
y a tu rival David piadoso ampara;
a sus sienes destina tu corona.
el Señor te mandó que aniquilases 295
la raza de Amalec, tú la perdonas;
y su justicia aniquilarte debe:
al nuevo día en esta misma hora
serás conmigo»... Sí... seré contigo,
fantasma, que anunciaste mi deshonra. 300
¡Ah! sí: ya estoy contigo... te estoy viendo
mostrar sobre tu frente pavorosa
el placer que te causa mi infortunio:
tu rostro, que la muerte descolora,
distingo ensangrentado; y en tus ojos305
brilla un fuego divino que me asombra...
¿Qué vas a proferir? El labio sella:
aléjate, no aumentes mis congojas.
¡Qué horror!... ¿Aún me persigues? ¿Qué pretendes?
Quita, espectro cruel... De tu espantosa 310
vista iré huyendo yo... lo intento en vano:
tú lo impides: ¿por qué mi fuga estorbas?
¿Qué señalas?... ¿Mi regia vestidura?
Mírala tinta con mi sangre propia:
con la de mi enemigo victorioso,315
que con su esmalte mi valor pregona.
¿Quieres que de este honor muera privado?
Bárbaro... ya mi mano me despoja

 (Se quita el manto y corona, y lo arroja.) 

De este adorno: tu helada planta huelle,
mi altanería en esa vana pompa... 320
Pero no... es este acero el que señalas.
Te comprendo: presente en mi memoria
está tu vaticinio... «Al nuevo día
reposarás conmigo.» He aquí la hora:
ya lo voy a cumplir... Pero antes sabe, 325
que ni tu Dios ni tú, implacable sombra,
postraréis mi soberbia... y que ha triunfado
del valor de Saúl su espada sola.
 

(Se atraviesa con ella. Cae el telón.)

 

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