Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Ors, Eugenio d': «Teoría de los Estilos y Espejo de la arquitectura». Madrid, Imp. «Héroes», Editorial M. Aguilar (S. A.), [1945]. 391 págs. con 55 láms.

Ricardo Gullón





  —92→  

Las obras de E. O. sobre arte e historia de la cultura están siendo publicadas en serie independiente y homogénea que se abrió con la edición española de Lo Barroco, libro capital para el conocimiento y comprensión   —93→   de la teoría orsiara de las artes. Siguió la reedición del Cezanne y ahora ha salido a la luz pública un nuevo tomo dedicado preferentemente a meditaciones sobre Arquitectura y problemas de estilo.

En realidad estos volúmenes, sin menoscabo de su sustantividad y relativa independencia, han de ser considerados como partes de un vasto todo que los integra en superior unidad. En ellos existen múltiples diferencias a los temas generales cuyo estudio es más grato al autor, constantes sugestiones alusivas a un sistema de ideas que se da por conocido y que, como es lógico, no se desarrolla en su totalidad, sino se roza fragmentariamente en cada uno de estos libros.

En la Teoría de estilos apúntase, por medio de un bien apercibido rodeo, cómo puede inducirse del examen de una serie de obras arquitectónicas, etc., el carácter y la significación de la época donde nacieron votando así por la existencia de misteriosas correlaciones entre los contenidos espirituales y las formas en que se revelan. Trascendiendo de la individualidad a lo colectivo y sobre el trampolín de la Grafología, cabe admitir, sin forzar la argumentación, que el estilo sea la marca del espíritu sobre la forma y, por ende, llégase al conocimiento de aquél por la huella dejada en éste. Así no habrá inconveniente en aceptar la definición propuesta por O.: estilos son repertorios de dominantes formales en que funcionalmente nos son revelados los comes, las constantes de la Historia.

En la terminología del autor, comes o constantes históricas son «los elementos permanentes y universales de la Historia. Importa distinguir los comes puros de los mixtos, en cuanto los primeros tienen validez absoluta y eviterna; y los segundos, al contrario, hállanse sujetos a límites; diferencia que, asimismo, percíbese en los estilos, unos de cultura y otros solamente históricos, abarcando aquéllos permanentemente todas las manifestaciones de la cultura y éstos solamente las de una época o una específica zona cultural. El estilo de cultura -tal es su más obvia nota diferenciadora puede ser repetido sin plagio; el estilo histórico sólo cabe sea imitado, falseado en el que llaman pastiche.

No menos interesante resulta la invocación del espíritu geométrico realizada páginas adelante, y claro está que no disuena en una obra exaltadora de la misión del arquitecto. Ciencia de la mirada, llama con donosura a la Geometría, ciencia, también, del orden y el rigor metódico tan amados por el autor. Si quiera por paradoja se complazca en ésta como en cualquiera de sus obras, en mantener un orden con apariencia y máscara de natural proliferación. El conjunto de glosas que componen el resto del libro, tras la no muy extensa prolusión dedicada a la Teoría antes dicha, dispérsase sobre una serie de motivos cuyo vínculo no se instala artesanalmente en un primer plano sino se disminuía y soterra en el surco profundo del discurso para que acierte a percibirlo el lector atento. Pues de cierto, E. O. es un combatiente por la unidad, y su obra entera puede entenderse como un extenso y fecundo diálogo, en que se tratara de reducir dialécticamente a lo amorfo y dispersivo las fuerzas irracionales, los impulsos románticos, la sensibilidad, en nombre siempre de una razón apasionada cuyos sentires el corazón no conoce.

  —94→  

La conversación con Gutiérrez Durán como las divagaciones sobre el arte y la realidad y el arte y la sociedad, concurren a idéntico fin: el de mostrar que la realidad espiritual es una y no son lícitos parangones entre arte y religión -por ejemplo-, pues para establecerlos sería preciso concebir el espíritu «como dividido en secciones, entre las cuales cabe acuerde o disensión, relaciones o emulaciones parciales, contrariando así, por el solo planteamiento de la cuestión, el ideal supuesto que se pretende demostrar.

Las glosas del arte mural sirven al mismo designio de unidad ponderando la urgencia de que los problemas suscitados por aquél -objeto de vivos y agrios debates entre partes interesadas- se resuelvan en una armonía obediente a las necesidades invariables de la tarea y de la cultura. Por eso ante las desmedidas pretensiones de arquitectos y pintores, afanosos por reducirse mutuamente a menesteres subalternos, puede allí recordárseles la necesidad de una colaboración supeditada a más altas conveniencias.

En cuanto a las páginas consagradas a temas específicamente arquitectónicos, cobíjanse bajo el rótulo Espejo de la Arquitectura y abarcan, además de dos o tres cuestiones esbozadas brevemente, tres capítulos que, cualquiera sea nuestro grado de asentimiento -y una recensión ni debe ser ni aun puede ser índice de conformidades y discrepancias sino resumen y exposición de un texto- habremos de reputar corno muy interesantes. Trátase en la una, de la relación entre Cúpula y Monarquía, asociación cara a E. O. que, haciendo uso del método deductivo (mencionado al reseñar la teoría de los estilos), infiere que las formas arquitectónicas de una época dada de la Historia están en función de sus formas políticas. De la multitud de torres y agujas, delatan feudalidad, y contrariamente cúpula que centraliza y aúna todas las fuerzas ciudadanas, es símbolo de monarquía.

En el discurso sobre Andrea Palladio siéntanse las terminantes afirmaciones de ser el arte, la manifestación más perfecta del vivir espiritual humano, graduando a su vez a la Arquitectura como la manifestación artística de mejor perfección, y concretamente la del Renacimiento italiano como merecedora de indisputable primacía, siendo Palladio el adalid entre los maestros del tiempo. No menos incitante y arrojada es la disertación sobre Juan de Villanueva, donde otra vez se subraya cómo en el orden de la Cultura antepone el autor Arquitectura a Pintura, y en su caso Villanueva a Fortuny. De clásico y hombre de mensaje perenne se caracteriza al dicho arquitecto y es sabido que eso vale tanto como estimarle espíritu abstracto y apasionado de la razón.

Aún se incluyen, decimos, algunos apuntes más en este tomo: tratan de si hubo una Arquitectura del simbolismo; de Arte Sacro, de Los Coros en las Catedrales españolas y de Estética y máquina (con ocasión de la muerte de Marinetti).





Indice