Esta promesa hecha al azar y
enfática: la línea del corazón no merma
la unidad.
El rayo de sangre no es fisura
íntima, esquiva a los jeroglíficos que teje
la memoria.
—83→
III
En el paraje del fruto vano y el
acíbar
Haga esto
Aquello
No atisbe al vecino
Cállese
No vaya por los azulejos
En los balcones no mire el sol
Y la lluvia
Cae lenta
Y me cubre con las dos manos el
rostro.
—84→
IV
A Mateo Manaure
Sin la inhibición de
paisajes nuevos,
en el augur el asentado en las
cimas,
con diez luciérnagas como
una mano,
en el gran día
enfático, suelo que arraiga con altísimas
flautas.
—85→
V
Cielo sin recorrido, tierra
áspera, voz infusa, dilatoria,
Pueblo taciturno que aviva su fuego
entre mis cejas,
madre de noche
sanguínea,
En lo inamovible
Sobre dudas y
certezas,
Franqueo la línea de mi
desarrollo.
De salir y atravesar la ciudad
La perplejidad
de las cosas en vigilia
A domeñar excesos, a impulso
virginal en el polvo de origen
De salir y atravesar la ciudad
De subir y descender el muro
Sigue el tinte humano
A ras de estuerzo
Por dual unidad
La pupila con creces bajo misterio
sin nombre.
En disertas endechas para evadirme
sin sospechoso acorde y arco
Hasta el sonido frío.
—86→
VI
El tiempo ceñudo y
frío y no otro. El tiempo en carroza fúnebre y
sin
ver mis girasoles.
Pongo la mano en el grito del
árbol. Entrego al hambre de crecer una
herida abierta o una estrella.
El peso único de esa noche
cae del fruto. Mientras con señas fijas una
vez ausentes, la piel de fósforo que hay en mis nudillos
discurre en las
bahías.
—87→
VII
Hago estado de ser hago estado de
nacer
La rosa trágica del muslo
suelta al cautivo
El pillaje de formas salva ese
espacio abierto
El habla tuya y mía en
altísimos muros, en anchas márgenes de
reflexión.
Desapareces y advienes, imagen
mía en el vidrio, susurro alternativo y constante.
El verdor en lontananza: gusanos de
seda, orugas, cerco de umbelas.
El sol que recibe de frente la gran
noche.
El íngrimo resbala lleno de
mí, a estribillos de sangre y música tenaz.
VIII
Híspido, pero con mil
alambres; ¡qué tensión en la
pólvora!
Mi altura de ceño y
sello.
Mi cigarra en el crepúsculo,
mi picaflor en los visillos.
Mi áspid en el tatuaje.
Mi desvelo en la casa de
nadie.
—89→
IX
Soplo
el grano, paso el dedo en la llama. Me envanece la palabra que
hallo, que busco en vilo, riberas arriba o abajo, absorto, pleno
(de mí, del rumor), ahíto y solo.
—90→
X
Yo voy por mi laúd,
descalzo
El poeta se ausenta en el
árbol de mi mudez.
Recoge a la zaga, en confines, mis
fetiches vacíos.
La ciega de amor en su cima no ve
mis girasoles.
Miseria en mis viajes por tan
exiguo equipaje.
El ímpetu, la evidencia
abrupta de mi ausencia.
Por el náufrago ruega mi
bella de brazos cruzados.
—91→
XI
Y todas las chimeneas
nostálgicas
Y todo el pajarillo de existir
Y todo el verde ribazo
marítimo
(En las bahías el zumbido de
una flor)
Y todo cómplice
Preciso
Creciente
Y uno exclama
Y se envanece
Al margen
De rodillas en el país.
—92→
XII
La memoria es una copa
frágil, te han dicho, y avizorabas (con todo lo
que nutre el olvido) tu sombra
En el parloteo fugaz.
—93→
XIII
Oídme:
Qué barbaridad la de
palmotear el caballo flaco.
Inquiere lo imprevisto, se demuda y
oye caer granizo.
Apto en su abandono, estría
de ceniza.
Atisba, hiende la rugosidad o el
polvo.
Parte con pájaros y soles
minúsculos
Hasta el camino
recto.
—94→
XIV
A caza de un hilo fijo para
sostener la tiniebla.
A causa de mi guardián bajo
llave que suscita el libre albedrío.
Al margen de mi imagen.
Al margen de vuestros soles.
En la queja comunicable a tientas
de no ser lastimados.
Al acecho de no ser en trunco
día la perdida revelación.
En el amor irreductible a mi
puño, el amor con aureola de perfil y sibilino en mi
sien,
En la siesta de la serpiente y el
locuaz,
La gran araña del viento en
mi pecho, la helada flor en mis umbrales.