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Otra vez otro instante

Juan Sánchez Peláez








I


Por desvarío entre mis sílabas
    La noche me guía.

Por mi vigilia en la boca
    El oro de vicios amuletos.

A gatas, de espaldas a una presa invisible,
    El taciturno de hinojos en un abrazo hipotético.



  —82→  


II


Esta promesa hecha al azar y enfática: la línea del corazón no merma
la unidad.

El rayo de sangre no es fisura íntima, esquiva a los jeroglíficos que teje
la memoria.



  —83→  


III


En el paraje del fruto vano y el acíbar


Haga esto


Aquello


No atisbe al vecino


Cállese


No vaya por los azulejos


En los balcones no mire el sol


Y la lluvia


Cae lenta


Y me cubre con las dos manos el rostro.



  —84→  


IV


A Mateo Manaure



Sin la inhibición de paisajes nuevos,


en el augur el asentado en las cimas,


con diez luciérnagas como una mano,


en el gran día enfático, suelo que arraiga con altísimas flautas.



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V


Cielo sin recorrido, tierra áspera, voz infusa, dilatoria,
Pueblo taciturno que aviva su fuego entre mis cejas,
    madre de noche sanguínea,

En lo inamovible
    Sobre dudas y certezas,
Franqueo la línea de mi desarrollo.

De salir y atravesar la ciudad
    La perplejidad de las cosas en vigilia

A domeñar excesos, a impulso virginal en el polvo de origen
De salir y atravesar la ciudad
De subir y descender el muro
Sigue el tinte humano
A ras de estuerzo
Por dual unidad
La pupila con creces bajo misterio sin nombre.

En disertas endechas para evadirme sin sospechoso acorde y arco
Hasta el sonido frío.



  —86→  


VI


El tiempo ceñudo y frío y no otro. El tiempo en carroza fúnebre y sin
ver mis girasoles.

Pongo la mano en el grito del árbol. Entrego al hambre de crecer una
herida abierta o una estrella.

El peso único de esa noche cae del fruto. Mientras con señas fijas una
vez ausentes, la piel de fósforo que hay en mis nudillos discurre en las
bahías.



  —87→  


VII


Hago estado de ser hago estado de nacer


La rosa trágica del muslo suelta al cautivo


El pillaje de formas salva ese espacio abierto


El habla tuya y mía en altísimos muros, en anchas márgenes de reflexión.


Desapareces y advienes, imagen mía en el vidrio, susurro alternativo y constante.


El verdor en lontananza: gusanos de seda, orugas, cerco de umbelas.


El sol que recibe de frente la gran noche.


El íngrimo resbala lleno de mí, a estribillos de sangre y música tenaz.






VIII


Híspido, pero con mil alambres; ¡qué tensión en la pólvora!


Mi altura de ceño y sello.


Mi cigarra en el crepúsculo, mi picaflor en los visillos.


Mi áspid en el tatuaje.


Mi desvelo en la casa de nadie.



  —89→  
IX

Soplo el grano, paso el dedo en la llama. Me envanece la palabra que hallo, que busco en vilo, riberas arriba o abajo, absorto, pleno (de mí, del rumor), ahíto y solo.



  —90→  


X


Yo voy por mi laúd, descalzo
El poeta se ausenta en el árbol de mi mudez.
Recoge a la zaga, en confines, mis fetiches vacíos.

La ciega de amor en su cima no ve mis girasoles.

Miseria en mis viajes por tan exiguo equipaje.

El ímpetu, la evidencia abrupta de mi ausencia.
Por el náufrago ruega mi bella de brazos cruzados.



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XI


Y todas las chimeneas nostálgicas


Y todo el pajarillo de existir


Y todo el verde ribazo marítimo


(En las bahías el zumbido de una flor)


Y todo cómplice


Preciso


Creciente


Y uno exclama


Y se envanece


Al margen


De rodillas en el país.



  —92→  


XII


La memoria es una copa frágil, te han dicho, y avizorabas (con todo lo
que nutre el olvido) tu sombra
En el parloteo fugaz.



  —93→  


XIII


Oídme:
Qué barbaridad la de palmotear el caballo flaco.

Inquiere lo imprevisto, se demuda y oye caer granizo.

Apto en su abandono, estría de ceniza.

Atisba, hiende la rugosidad o el polvo.

Parte con pájaros y soles minúsculos

    Hasta el camino recto.



  —94→  


XIV


A caza de un hilo fijo para sostener la tiniebla.

A causa de mi guardián bajo llave que suscita el libre albedrío.

Al margen de mi imagen.

Al margen de vuestros soles.

En la queja comunicable a tientas de no ser lastimados.

Al acecho de no ser en trunco día la perdida revelación.

En el amor irreductible a mi puño, el amor con aureola de perfil y sibilino en mi sien,

En la siesta de la serpiente y el locuaz,

La gran araña del viento en mi pecho, la helada flor en mis umbrales.





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