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Un astro

(Víctor Hugo)



                                                                                                                                         
   Una tierra infeliz, áspera y dura
donde trabajan tristes los vivientes,
empapadas las almas de amargura
y de sudor las abatidas frentes;
campos de sol y estériles arenas
que en cambio de trabajo y de quebranto
a una raza maldita dan apenas
pan miserable que humedece el llanto;
los hijos del oprobio engrandeciendo;
orgullosas ciudades delincuentes,
de donde las virtudes van huyendo
y las manos torciéndose dolientes;
el orgullo infernal hallando abrigo
lo mismo del magnate bajo el techo
que dentro del tugurio del mendigo;
el odio y el dolor en cada pecho:
sobre las cumbres las espesas nieblas;
la inocencia y justicia prostituidas;
la muerte, espectro ciego, en las tinieblas
riendo feroz y arrebatando vidas;
aquí las soledades abrasantes,
allá del polo los eternos hielos,
océanos que rebraman espumantes
escupiendo su cólera a los cielos;
y todas las pasiones engendrando
todos los males, todos los dolores;
las grutas a las fieras abrigando,
ocultando a los áspides las flores;
continentes cubiertos de humo y ruido
donde la guerra infame centellea;
luto, crimen y llantos y rugido
salvaje del furor de la pelea;
pueblos que se desgarran palpitantes
del odio de Satán, de rabia y celo,
sangrientos, rencorosos, blasfemantes...
�Y todo esto es un astro allá en el cielo?




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Felicidad

(Lamartine)



                                                                                                                                         
   Como es blanca la página ofrecida
a mis versos aquí por tu amistad,
blanco es también el libro de tu vida;
si lo pudiera yo, niña querida,
escribiría en él: Felicidad.
 

Variante

   Blanca es la hoja
por ti ofrecida
aquí a los versos
de la amistad,
blanco está el libro,
aun de tu vida...
Si yo pudiese,
virgen querida,
en él pusiera:
Felicidad.





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En la patria

(M. Hartman)



                                                                                                                                         
   La dulce claridad de la mañana
         apareciendo ya,
en la tierra cubierta de rocío
         veía reflejar.
Estaba yo sentado de una casa
         en el modesto umbral,
era aquella la casa de mi madre,
         aquel era mi hogar.
Las ventanas cerradas y las puertas
         me puse a contemplar,
y corrían por mi rostro muchas lágrimas,
         y corrían más y más.
Estaba yo a la puerta de mi casa;
         y no quería llamar;
no quería ahuyentar el blando sueño,
         el sueño matinal,
de aquellos ojos, cielo de los míos,
         que tantas veces �ay!
que tantas veces sólo por mi causa
         lloraron sin cesar.
Dicen que el sueño tregua da a las penas
         que afligen al mortal,
fuerza da al corazón para que pueda
         más penas soportar;
que el dulce sueño que mi santa madre
         aun disfrutando está,
fuerza la dé esta vez para la dicha
         de verme al despertar.
 
 
   Y lleno el corazón de una ternura
         que no puedo explicar,
con los ojos mojados, y temblando
         besaba aquel umbral.
Porque en aquel umbral en que mi labio
         posaba con afán,
el polvo, de las plantas de mi madre
         aun estaba quizás.
En este mismo umbral los afligidos
         detiénense a buscar
para sus corazones, esperanza,
         para sus labios, pan.
�Cuántas veces he visto de mi madre
         la ardiente caridad,
la dádiva celeste del consuelo
         a su óbolo agregar!
�Oh! si me ha sido grato, de la vida
         en la lucha mortal,
sufrir por los que sufren, y mi llanto,
         a los que lloran dar;
si he podido llegar al sacrificio,
         al martirio quizá
por los que sufren, temblorosos miembros
         del Cristo celestial:
yo sé a quién debo, por haberlo hecho,
         mi gratitud alzar;
yo sé a quién debo que jamás en mi alma
         se entibie la piedad.
Si las chispas de amor que hay en mi pecho
         no han de morir jamás,
yo sé de qué alma vienen a la mía,
         y yo sé de qué hogar.
 
 
   Yo canto a la mujer santa y sencilla
         que ignora en su bondad
�cuánto en su corazón hay de sublime!
         �cuánto de celestial!
Yo canto a la mujer que se llenara
         de asombro sin igual,
si llegara a saber que sus virtudes
         quiero glorificar.
Canto a mí mismo corazón, mi madre,
         el ángel del hogar;
y tiembla mi alma de ternura, y siento,
         mis lágrimas rodar.




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Soñaba...

(Heine)



                                                                                                                                         
   Soñaba yo... Mis párpados henchidos.
         de lágrimas sentía;
soñé que estabas en la tumba, muerta,
         y muerta te veía...
Era un sueño no más pero despierto
         lloraba todavía.
   Estaba yo soñando, y por la cara,
         el llanto, me corría,
soñé que te arrancaba de mi lado,
         alguno, vida mía...
Era un sueño, no más, pero despierto
         lloraba todavía.
   Soñaba yo... Me ahogaban los sollozos,
         el llanto me bebía...
Estaba yo soñando que me amabas,
         �soñando que eras mía!
Era un sueño no más, no más que un sueño,
y lloro, más que nunca, todavía.




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Malicia

(Imitación de Vitorelli)



                                                                                                                                         
   Supe que al primer destello
que lanza al mundo la aurora,
te levantaste, señora,
inquieta de... no sé qué.
 
   Supe que a la hora terrible
en que el alto sol abrasa,
te saliste de tu casa
buscando... yo no sé qué.
 
   Supe que, en tu faz hermosa
echando un discreto velo,
te fuiste a mirar el cielo,
allí... donde no se ve.
 
Supe...
                     -Mas �quieres decirme
quién te informó de ese modo...?
Malicia, que sabe todo,
malicia, que todo ve.




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Las Furias

(Lessing)



                                                                                                                                         
   �-Mis Furias están ya viejas y torpes�,
Plutón dijo a Mercurio, mensajero
que se halla de los dioses al servicio.
�Necesito cambiarlas: ve a la tierra,
y búscame tres mozas
lozanas y capaces del oficio.�
 
   Desde luego, Mercurio, diligente,
el coturno con alas
como pudo calzose prontamente,
y atravesando las etéreas salas,
ligero y volador como ninguno
a la tierra subió.
                                       La diosa Juno,
poco tiempo después a su doncella,
esto es, su camarista, Isis bella,
también le dijo: �-Mira: Citerea,
con mengua del honor de las mujeres,
se jacta de que ya no hay en el mundo
ninguna de ellas que su fiel no sea
y que culto no rinda a los placeres.
 
   Para burlarme de ella y del dios ciego
baja a la tierra luego,
y tráeme por lo menos, tres doncellas;
mas... doncellas... �entiendes?
enteramente castas todas ellas.�
 
   Isis partió también. Valle y montaña,
alcázar y cabaña,
ciudad, pueblo, aldehuela, y aun ermita,
todo lo registró la pobrecita;
mas �ay! que todo en vano;
y paso a paso y mano sobre mano,
cansada y triste, regresó solita.
 
   �-�Cómo! �es posible...? �sola? -gritó Juno
mirándola llegar con faz airada.
�Oh virtud! �oh, pureza...! �Conque nada?�
 
   Isis le dijo: �-�Nada! �Qué oportuno
hubiera sido, el viaje más temprano!
Estuviera cumplido
�oh, diosa! tu mandato, soberano;
hubiérate traído
lo que tú me pediste... tres doncellas.
 
   Las encontré en verdad; y eran de aquéllas
que nunca conocieron un amante,
que jamás le pusieron,
jamás, a hombre ninguno buen semblante;
ni en sus glaciales senos
consintieron la llama devorante
de amorosa pasión... ni mucho menos.
Tres doncellas, en fin (sin que esto alarde
sea de ojo certero),
purísimas, castísimas, sin pero,
como tú las querías... �Llegué tarde...!�
   �-�Cómo tarde?�
                           -Mercurio en este instante
para el fiero Plutón las embargaba.
�-�Eso no puede ser...! �Cuando pensaba
vengar yo de su sexo las injurias...!
Y..., �para qué las quiere?�
                                             �-�Para Furias!�.




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Jamás

(Campoamor)



                                                                                                                                         
   �Adiós, mi bien! Es el postrer instante...
Pero seca en tu pálido semblante
�ay! ese llanto que vertiendo estás,
Lejos me voy, tristísimo y errante,
más no te olvida el corazón jamás.
                  �Jamás?
 
   �Jamás, mi bien! La noche de la ausencia
enlutará mi huérfana existencia
y tú mi corazón no alumbrarás;
en vez de tu dulcísima presencia
tu bella imagen miraré no más.
                  -�No más?
 
   �No más, mi bien! Levanta tu cabeza,
déjame ver tu pálida belleza
aun otra vez... la postrimer quizás.
De este tu adiós supremo la tristeza,
�ay! �cómo, ingrato, olvidaré jamás?
                  -�Jamás?
 
   �Jamás, mi bien! En mi alma, dondequiera,
hasta el instante de mi luz postrera,
la inolvidable, la única serás...
Y tú �me llorarás cuando me muera?
�En mi tan sólo pensarás no más?
                  -�No más!
 
   �No más, mi bien? De querubín el canto
es la palabra que diciendo estás...
�Adiós...! �Un beso...! �Beberé tu llanto...!
-�Te olvidarás de la que te ama tanto...?
-�Jamás, mitad del corazón...! �Jamás...!




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La oración

(Flaubert)



                                                                                                                                         
   Por la mañana en el desierto inmenso
humeaba el arenal, y sus vapores
se alzaban cual las nubes del incienso.
Luego, en la tarde, cuando el sol moría
de ocaso entre los tibios esplendores,
de oro y de fuego deslumbrantes flores
en el madero de la cruz ponía.
Y por la noche, cuando ya la oscura
majestad de la sombra acrecentaba
el solemne pavor de la llanura,
y de estrellas el cielo se llenaba;
cuando tan sólo se escuchaba incierto
ese rumor apenas percibido
que parece el suspiro del desierto
en su infinita soledad dormido;
entonces a mi espíritu perdido,
en su éxtasis de fe, le parecía
que ese vago rumor, que la honda noche,
y el silencio, los seres, y las cosas...
Naturaleza toda que yacía
en tal recogimiento,
mientras oraba sobre el polvo frío
de mi lóbrega gruta, se juntaban,
se juntaban a mí para llevarte
mi alma y mi fe con mi oración, �Dios mío...!
   �Y ahora...? Rezos, plegarias, asunciones
de alma a Dios, extáticas visiones
que llenaban de júbilo mi pecho,
trasportes del espíritu en el santo
fervor de la oración... �qué os habéis hecho...?




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La esfinge

(Heine)



                                                                                                                         
   Por el antiguo bosque del encanto,
del vago ensueño y misterioso asilo,
caminaba al azar y sin espanto.
 
   Su blando aroma derramaba el tilo
y de inefable paz mi alma llenaba
de la alta luna el esplendor tranquilo.
 
   Profundo era el silencio que reinaba;
pero de pronto acarició mi oído
la música de una ave que cantaba.
 
   Era el canoro ruiseñor hundido
en la blanda espesura de las hojas
que cantaba, volando, junto al nido,
 
   los goces del amor y sus congojas.
Pero aquel su volar era tan triste
como el suspiro, corazón, que arrojas
 
   recordando la dicha que perdiste;
mientras que tan alegre era el lamento
cual tu esperanza cuando niño fuiste.
 
   Así es que al escuchar aquel acento,
tan triste y tan alegre a un tiempo mismo,
levantarse sentí en mi pensamiento,
 
   como del vago fondo de un abismo,
esperanzas, recuerdos y tristezas
con mis viejos ensueños de idealismo.
 
   Siguiendo entre las bravas asperezas
de aquella hermosa selva, vi que erguía
un castillo, sobre áridas malezas
 
   su vieja torre en ruinas, y sombría.
En las almenas de zarzal cubiertas
ningún viviente ser aparecía.
 
   Las ventanas cerradas y las puertas
estaban, y silencio pavoroso
reinaba en torno de las cosas muertas,
 
   como si aquel recinto misterioso
la misma muerte hubiérase escogido,
para el horrible hogar de su reposo.
 
   Ni una voz, ni un acento, ni un gemido:
era aquella la ausencia de la vida,
en el silencio eterno del olvido.
 
   Del castillo a la puerta derrüida,
y en granito durísimo tallada
la misteriosa Esfinge vi tendida.
 
   Era su aspecto horrible a la mirada,
pero atractiva a la ánima medrosa.
Con cuerpo estaba de león formada
 
   y rostro y seno de mujer
de mujer hermosísima. Brillaba
su pupila salvaje y voluptuosa
 
   con sensual embriaguez, y desmayaba,
mientras el beso del placer ardiente
en su labio de piedra palpitaba.
 
   Sintió terror el ánima tremente,
pero al par que terror sintió contento.
Entonces el ruiseñor cantó impaciente
 
   y ya no puede resistir... Violento
a la Esfinge di un beso... Y mi alma loca,
presa quedó de aquel encantamiento.
 
   Porque vida y acción cobró la roca,
la Esfinge suspiró con embeleso,
�y, con sed ardentísima, en mi boca
 
   bebió toda la llama de mi beso...!
Y yo sentí que mi postrer instante
se me escapaba entre sus brazos preso.
 
   Pues mientras que convulsa, jadeante
de voluptuosidad me acariciaba,
mi carne estremecida y palpitante
 
   con sus garras de fiera destrozaba,
y entre horribles dolores y delicias
sin nombre y sin igual, me aniquilaba.
 
   �Oh de la muerte vívidas primicias!
�Oh martirio sin fin, oh goce eterno!
�Oh lágrimas mezcladas con caricias!
 
   En tanto que la garra me rompía
la carne, y penetraba hasta mis huesos,
yo de placer y de dolor moría
 
   al contacto monstruoso de sus besos...
y cantó, el ruiseñor allá en la oscura
soledad de los árboles espesos:
 
   �-�Oh secreto del cielo y de natura!
�Oh amor, oh bella esfinge! �por qué enlazas
en tu seno el placer a la tortura?
 
   �Por qué con garra el corazón abrazas?
�Oh inexplicable Amor, Esfinge hermosa!
�por qué, cuando acaricias, despedazas...?
 
   �Cuál es, di, la palabra misteriosa
que el hondo enigma de tu ser esconde?�
Cesó el canto la Esfinge pavorosa
en piedra convertida, no responde.


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