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Oda a la patria

(Cinco de mayo de 1862)



                                                                                                                                         
   Alcemos nuestro lábaro en la cumbre
esplendorosa de granito y nieve
del excelso volcán, a donde raudo
entre el fulgor de la celeste lumbre
tan sólo el cóndor a llegar se atreve;
donde la nube se desgarra el seno
para vibrar el rayo
y hacer rodar en el abismo el trueno.
Alcemos, sí, bajo la arcada inmensa
del cielo tropical y sobre el ara
diamantina del Ande
el augusto pendón de la victoria,
que aun mereciera pedestal más grande
la enseña de la Patria y de la Gloria.
 
   �Oh santo nombre de la Patria...! Escuda
con tu prestigio inmenso
esta mi audaz palabra tan desnuda
de elocuencia y vigor; haz que vibrante
al pie de tus altares se levante,
y sea como la nube del incienso
ante el ara de Dios; haz que resuene
potente, y en su vuelo
con tu renombre los espacios llene,
y cubra al mundo y se levante al cielo.
 
 
   Ayer, -fugaz minuto que a la Historia
acaba de pasar en las serenas
y deslumbrantes alas de la Gloria,-
ayer en la ignorada
cumbre de una colina que ceñía
una cinta de frágiles almenas
y pobre artillería,
el mexicano pabellón flotaba
bajo un cielo de brumas,
como en la frente del guerrero azteca
rico penacho de vistosas plumas.
Mas no flotaba al beso voluptuoso
de las brisas del trópico; crujía
al soplo tempestuoso
de un huracán de muerte, y se tendía
su lona tricolor como del Iris
sobre la frente negra de los cielos
la diadema se ostenta
cuando huyendo flamígera sacude
su melena de rayos la tormenta.
 
   Y era también un iris de esperanza
aquel sagrado pabellón erguido
ante el genio feroz de la matanza,
aquella enseña del derecho herido,
alzándose terrible a la venganza.
Allí del mundo de Colón los ojos
severos se fijaban, centelleando
de impaciencia, de cólera y enojos.
Y quién sabe si airadas
allá desde los picos solitarios
de la alta cordillera, silenciosas,
envueltas en sus pálidos sudarios,
de nuestros héroes muertos asomaban
las sombras espectrales
y el Guadalupe atónitas miraban.
 
   �El Guadalupe...! Ostenta en sus laderas
de la Patria las bélicas legiones,
brillan las armas, flotan las banderas
y se mezcla al rodar de los cañones
el toque del clarín, la voz de mando
y el relincho marcial de los bridones.
 
   Y más allá, cruzando la llanura,
henchidas de arrogancia,
tendiendo al sol las alas voladoras,
las imperiales águilas de Francia
conduciendo las huestes invasoras.
 
   Las huestes sin rival. En sus pendones
cien y cien veces derramó laureles
propicia la Victoria;
soldados favoritos de la Gloria,
en los campos de Europa sus corceles
han dejado una huella ensangrentada,
y cien veces sus páginas la Historia
abrió a la punta de su atroz espada.
 
   Ellos son los que avanzan... �Dios Supremo!
�Ah! �qué va a ser de nuestra pobre tierra
ante esos semidioses de la guerra...?
�Qué va a ser del soldado mexicano,
soldado humilde, sin laurel ni pompa,
de esos titanes al tremendo empuje?
 
   �Qué va a ser...? Vedlo ya...
                                          Suena la trompa,
silba la bala, la metralla ruge,
se avanzan con furor los batallones,
se chocan los guerreros,
se desgarran flotando los pendones,
crujen tintos en sangre los aceros,
tiembla la cumbre, tiembla la llanura
al estruendo mortal de la pelea,
y de humo y polvo en la tiniebla obscura
el cañón formidable centellea.
 
   �Terrible batallar! Potente rabia
de insensato furor ebrio de sangre;
festín de la venganza
en que sólo resuena pavoroso
el salvaje rugir de la matanza;
en que fiera la vida
se escapa palpitante por la herida
del corazón indómito que aun late
encendido en las iras del combate;
instante de terror y de grandeza
en que el débil en bravo se convierte
y se hace león el corazón del fuerte;
y convulsa la vida se desgarra,
y se goza el Horror y ríe la Muerte.
 
   �Terrible batallar! Golpe por golpe,
furor contra furor, vida por vida,
y sangre nada más; allí la fama
del francés vencedor y su pericia
contra el derecho trasformado en pueblo,
y armado de justicia...
Terribles las legiones,
cual de la mar las olas turbulentas
que flagela el furor de las tormentas,
se encuentran y se chocan y se rompen
feroces y sangrientas...
 
   �Y es verdad... es verdad...? Los invencibles,
los que cejar no pueden,
los tigres de Inkerman y Solferino,
�aquí blanca la faz, perdido el tino
y con miedo en el alma... retroceden?
 
   �En dónde está su incontrastable arrojo?
�En dónde su furor armipotente?
�Dó el llegar y vencer, que suyo haría
inmóvil de terror el Continente?
Las águilas francesas
�no midieron, cruzando el Océano,
cuánto eres, Libertad, grande y potente
bajo el inmenso cielo americano...?
 
   Soberbias te arrojaron sus legiones;
y viéndolas llegar, en tu mirada
las iras del ultraje centellearon;
y vibrando relámpagos tu espada
sus golpes matadores
el rayo de la muerte fulminaron;
sangrienta charca abriose tu pisada,
nada su rabia de leones pudo:
y ante tu fuerte escudo
ellos, los invencibles... se estrellaron.
 
   �Y tres veces así...! Del Guadalupe
quedaron las laderas
de pálidos cadáveres sembradas,
y de francesa sangre
y sangre mexicana �ay! empapadas.
 
   Y cuando el sol de Anáhuac esplendente,
bajaba al Occidente,
el ángel tutelar de la Victoria
voló a arrancarle su postrero rayo,
bañó con él de México la frente
sellándola de gloria
y con letras del Sol CINCO DE MAYO
para los siglos escribió en la Historia.
 
   Entonces... tú lo sabes, Puebla mía,
�oh, Puebla! cuya heroica bizarría
nunca ensalzar como merece supe;
tu nombre, sepultado en el olvido,
aprendiolo la Francia al estampido
del cañón que tronaba en Guadalupe.
 
   Cayó ese nombre en la soberbia Europa
con el ruido triunfal de una victoria,
cayó vestido con el ampo de oro,
del sol de Mayo que alumbró tu gloria.
 
   Desde entonces, allá, bajo el sereno
dosel de auroras que despliega Oriente,
envuelta en alas de oro por la lumbre
de aquese sol triunfal, y coronada
con el lauro que el tiempo no destroza
del Guadalupe yérguese en la cumbre
la figura inmortal de Zaragoza.
 
 
   Las águilas francesas que algún día
tendieron sobre el mundo
ebrias de triunfos las potentes alas
llevando entre sus garras las banderas
vencidas y hechas trizas
de naciones altivas y guerreras;
las águilas que guiaron la fortuna
sangrienta de los fieros Bonaparte,
no posaron su vuelo victorioso,
después, del Guadalupe en el baluarte.
Y queda allí soberbio monumento
de patriotismo y gloria,
vistiendo con la sangre no lavada
la púrpura triunfal de su victoria.
Allí queda a su planta la esforzada
guerrera de Atoyac, Puebla la bella,
la tierra de mi hogar que guarda altiva
cual cicatrices que la gloria sella,
sus rotos muros, sus deshechos lares,
sus calles destrozadas,
y en pie las ruinas de sus grandes templos
por la bala francesa acribilladas;
elocuente padrón del heroísmo
y del patrio denuedo,
página de la Historia
del mexicano corazón sin miedo.
 
   Allí queda la invicta
amazona mostrando cual trofeo
la palpitante herida del combate,
por la cual, ante el sol, como en el roto
pecho de los guerreros de Tirteo
se ve el valiente corazón que late.
 
   Allí queda ese fuerte de los libres
ante cuyo granito la soberbia
de los nunca vencidos se destroza;
�allí queda ese campo de pelea
donde hollaron las cruces de Crimea
los cascos del corcel de Zaragoza!
 
   �Allí quedas, mi Puebla! Y si algún día
arroja el extranjero
el grito de la guerra a tu muralla,
renueva tu osadía,
vibra de nuevo el matador acero,
desata el huracán de la metralla,
fulmina fiero de la muerte el rayo,
y la sangre del campo de batalla
seque aún otra vez la esplendorosa
lumbre de gloria de tu sol de Mayo,




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A los alumnos del colegio del estado

(Distribución de premios)



                                                                                                                                         
   Cuando allá en los confines de la Historia,
en la aurora del mundo
cuando el tiempo era niño todavía,
al Hágase fecundo
del Eterno, la gran Naturaleza
sus pompas virginales revestía;
cuando el hombre salvaje
y de pieles cubierto,
vagaba confundido
con las fieras sin nombre del desierto;
cuando tenía que partir el fruto
del árbol con los pájaros errantes
y disputar al bruto
los restos de su presa, palpitantes;
cuando el sol del estío,
fuego lanzado en la región serena
y calcinando la desnuda arena,
abrasábale impío,
y lo azotaba el huracán violento,
y le mojaba gélida la lluvia,
y le punzaba el frío;
cuando en la playa, a solas,
contemplaba con ojos espantados
los mares irritados
alzar bramando sus tremendas olas;
cuando, dentro su choza que temblaba,
él temblaba también, de miedo yerto,
al escuchar el trueno que rodaba,
y ver flamear incierto
el relámpago pálido, alumbrando
la pavorosa noche del desierto;
cuando ciego y estúpido, infelice,
con fatigado paso
iba el hombre al acaso
y solo en la Creación... solo en la vida,
solo con sus dolores sin medida,
solo con su miseria,
como la bestia doblegada al suelo
por el peso mortal de la materia;
cuando su mente obscura
ciego abortaba el pensamiento vago,
y no daba a sus lágrimas dulzura
de la esperanza el cariñoso halago;
cuando sin ilusiones ni deseo
se arrastraba en el polvo hasta el olvido,
el corazón ateo,
en tiniebla el espíritu perdido,
errante, débil, infeliz y bravo,
 
   entonces, en tal hora,
era Naturaleza la señora,
�el Hombre... era el esclavo...!
 
 
   Mas hoy que no hay sobre la vasta tierra
ningún poder que su poder resista,
que es para él cada obstáculo una guerra
y entonces cada guerra una conquista;
hoy que el fiero Océano,
sacudiendo su crin de olas rugientes,
sólo es, para el humano,
corcel en que cabalga soberano
visitando los anchos continentes;
hoy que da a la palabra
el vuelo del relámpago, y la idea
rápida como el rayo, por el mundo
en las alas del rayo se pasea,
hoy que señala su corriente al río,
que enlaza las montañas,
y las hace escuchar, estremecidas,
el grito del vapor en sus entrañas;
hoy que ya del profundo
abismo de la tierra abrió las puertas,
y ha preguntado a las edades muertas
el génesis del mundo;
hoy que sintiendo en su fecunda mente
del infinito la atracción suprema,
arroja al cielo su pensar ardiente
deja atrás la región de las centellas
y navega, burbuja inteligente,
en el mar sin confín de las estrellas;
hoy que su alma ideal, chispa sagrada
por el Dios encendida,
no cabe en el instante de la vida,
y despreciando la mezquina nada
no ve en la tumba abierta
al paso del proscrito
más que la obscura puerta
que conduce a otro mundo... el infinito;
hoy que encierra saber su pensamiento
amor su corazón, fe su conciencia,
que tierra y firmamento
alumbra con su ciencia,
y que a sus plantas, el error enclava
y que lo acerca a Dios su inteligencia,
�el Hombre es rey... Naturaleza, esclava!
 
 
   El Hombre es rey. La Creación hermosa
como una lira melodiosa y blanda
como una virgen al amor rendida
le rodea cariñosa,
y le brinda en su seno, voluptuosa,
la copa del misterio de la vida.
La copa del saber en que se esconde
del Creador el secreto soberano,
y cuyo néctar al tocar el labio,
hace un hijo de Dios del ser humano.
Que la Ciencia, centella desprendida
de la inmensa mirada del Eterno,
y en el humano espíritu caída,
desde la triste sombra de este suelo
rasgando la tiniebla de la vida
le alumbra el mundo y le señala el cielo.
 
   Tú eres, Ciencia, del mundo la señora,
�para ti los laureles y las palmas,
y los himnos del arpa vibradora
y el culto de las almas!
�Para ti los perfumes y las flores,
para ti lo mejor de la existencia!
�Si sólo vivo el corazón de amores,
sólo vive el espíritu de ciencia!
 
 
   �Oh grata Juventud! Alma de aurora
que vibra estremecida
a los primeros soplos de la vida;
dulce generación en Primavera,
a quien deslumbra el esplendor del día,
en quien derrama la ilusión primera,
como una lluvia matinal de flores,
la inefable pasión de los amores,
la esperanza, la dicha, la poesía,
todos los ensueños seductores
de la mágica edad de la alegría;
Juventud, porvenir que se levanta,
sangre que hierve, corazón que late,
guerrera que se apresta
segura de los triunfos al combate;
sacerdotisa eterna de la idea
que en la ara de la Ciencia,
a la diosa Verdad, en holocausto,
consagras lo mejor de la existencia;
hermana Juventud, �álzate grande!
�Alcanza las conquistas del talento,
y vuelve a la verdad tu pensamiento
como el soberbio cóndoro del Ande
al espléndido sol del firmamento!




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En la exposición industrial de Puebla

Velada artístico-literaria dedicada al general Ulises Grant



                                                                                                                                         

- I -

   Hay un artista: �Dios! Tendió su cielo
y, cual polvo caído de sus huellas,
derramó en los espacios infinitos
un reguero de mundos: las estrellas.
 
   Habló, dijo: �la luz! y la sonora
voz que la inmensidad estremecía,
del caos huyendo desprendió la aurora
y de la aurora desprendiose el día.
 
   El día, la vasta luz, el torbellino
de átomos de oro que al tender su vuelo
por los campos del éter cristalino
encienden con su polvo diamantino
el esplendor magnífico del cielo.
El día, pompa del sol, regio atavío,
beso de luz que deja en las corolas
el trémulo diamante del rocío,
y chispeando en la cresta de las olas
tiende un collar de soles en el río.
El día que viste de esplendor la tierra,
de iris la flor, de púrpura el celaje,
y en penachos de perlas desparrama
las olas del Atlántico salvaje.
El día que enciende con su llama de oro,
de la ancha tierra el perfumero inmenso
para que suba al Dios de las alturas
entre flores y músicas y aromas,
el himno universal de las criaturas.
 
 
   A la espléndida luz del primer día
la tierra, que de amor se estremecía,
desplegó sus soberbios horizontes,
puso en calma sus mares turbulentos,
hundió sus valles, levantó sus montes,
hizo soplar suavísimos los vientos,
cargados de perfumes y rumores,
y al extender del bosque la espesura,
pobló la soledad de la llanura
con torrentes y pájaros y flores.
 
   Y en medio de esta luz, de esta armonía
de este nido de amor, de este embeleso,
el hombre despertose acariciado
por el fuego nupcial del primer beso.
 
   Abrió sus ojos, y el divino rayo
del sol que aparecía
ante su vista se veló un instante:
que más bella que el mundo que nacía,
más esplendente que la luz del día
era la imagen que tenía delante.
 
   Eva, la flor de Dios, la seductora
creación del primer sueño, la doncella
formada en el regazo de la aurora
para sus bodas con Adán, aquella
que ya en el Paraíso, tentadora
cuando apenas nacía,
rival de Dios después sobre la tierra
en el alma del hombre se alzaría.
 
   Creía Adán... Los cielos, asombrados,
con Dios a solas conversar le oyeron
del Edén en los huertos perfumados,
y en torno de él para guardale vieron
la legión de los ángeles alados.
Creía Adán; pero olvidó un instante
la cara de su Dios, y, en su locura,
de Eva, al mirar bellísimo el semblante
se arrodilló temblando y palpitante
ante el divino sol de la hermosura.
 
   Sintió en su alma otro Dios, desconocido,
pero hermoso también, también supremo,
también Creador y grande sin medida;
el Dios-Amor incontrastable y fuerte,
y al presentirle idolatró la vida,
y por gozarle, desdeñó la muerte.
 
   Amó, y su pecho se bañó en ternura,
y desbordó en su labio la dulzura
de Eva al decir el delicioso nombre;
ciñó su talle con gentil abrazo,
reclinó la cabeza en su regazo
y olvidado de Dios, quiso ser hombre.
 
   Y Dios celoso le arrojó irritado
del profanado Edén sobre la tierra,
de la hermosa mujer acompañado;
lo arrojó a la expiación, en dura guerra
con todo lo creado.
 
   Y el hombre se encontró desconocido
en la vasta Creación; ángel caído
ausente de su Dios, por un instante
en los umbrales del Edén perdido
quizá lloró, quemando fugitiva
la lágrima primera su semblante;
�mas luego irguiose su cabeza altiva,
lanzó al remoto cielo una mirada,
abarcó luego la desierta tierra,
y al sentir en su mente el pensamiento,
en su brazo el vigor, y el ardimiento
en su gigante corazón, lanzose
contra la hostil Naturaleza en guerra!
 

- II -

   Y de entonces acá, siglo tras siglo,
infatigable luchador el hombre
viene escribiendo su triunfante nombre
en el libro inmortal de las edades.
Humilló de las fieras la bravura,
con su trabajo fecundó la tierra
y tapizó de mieses la llanura.
Derramó en el desierto las ciudades,
dominó con sus torres el espacio
y levantó, soberbio, su palacio
junto al templo erigido a sus deidades.
 
   En vano el mar, rugiendo de coraje
al sentir en su espalda la barquillla,
su crin de espuma sacudió salvaje
y reventó su turbulento oleaje
en las quietas arenas de la orilla.
Presintiendo del hombre el poderío
en su contra llamó las tempestades,
hizo rodar el trueno en el vacío,
abrió en la inmensidad sus soledades
de hondo misterio y de terror sombrío...
�Todo en vano...!
                              �No veis allá a lo lejos,
sobre las olas de rizada, espuma,
del magnífico sol a los reflejos,
tenderse al aire cual gallarda pluma,
blanco penacho de indecisa bruma...?
�Es el vapor! Su pabellón de gloria
protege al hombre sobre el mar perdido;
la inmensidad, el huracán, el trueno,
la tempestad flamígera, han huido...
Dragones de la mar ya no la guardan:
el mar está vencido.
 
   Vencido está como lo está la tierra,
cuyas entrañas, al trabajo abiertas,
prodigan el tesoro,
inagotable de sus venas de oro,
y en cuyos senos el saber profundo
ha hecho decir a las edades muertas
el misterioso génesis del mundo.
Vencido, como está Naturaleza
a quien arranca diligente el sabio
secretos de poder y de grandeza...
 
   �Que es esa chispa que en la nube oscura
con ímpetu violento
lanza el trueno y fulgura y centellea?
En el cielo es el rayo, entro los hombres
es el dócil corcel del pensamiento,
y lleva en su relámpago la idea.
 
   �Tú eres, Ciencia, del mundo la señora!
�Cómo no dominar las tempestades,
la centella y el piélago bravío,
cuando al sol detuviste en su carrera,
y fijándole allí tu poderío,
arrojaste a la tierra triunfadora
a trazar voladora
su curva gigantesca en el vacío...?
 
   �Oh, Ciencia, eres grandeza!
Por ti, sólo por ti, pudiera el hombre,
levantando orgulloso la cabeza,
llamarse hijo de Dios. Tú eres la llama
que nuestro frágil ser inmortaliza,
y transformando en sacerdote al hombre
y en templo la Creación, le diviniza.
 
   Tú eres vida inmortal. Contigo el Arte
crece y vive también. �No ha transformado
la tienda que las tribus vagabundas
alzaban del desierto en las arenas
y las rústicas aras pastorales,
en los sagrados pórticos de Atenas
y de Cristo en las santas catedrales?
�No del cincel a los prodigios raros
bajar hizo a los griegos pedestales
los magníficos dioses del Olimpo
a dar vida a los mármoles de Paros...?
 
   �El Arte es genio, inspiración, grandeza!
El mismo Dios le teje sus coronas...
�El Arte es Rafael robando al cielo
el rostro angelical de sus Madonas!
�Es Miguel Ángel arrancando al suelo
ancha mole de pórfido y granito,
y arrojando, pujante,
de San Pedro, la cúpula gigante
a la región azul del infinito!
 
   El Arte es esa Italia de Rossini,
inundando la tierra de armonía,
es el cisne de Pésara exhalando
en un himno del cielo su agonía:
es Ángela, nuestra Ángela llevando
en el canoro y musical gorjeo
de su dulce garganta mexicana,
al espléndido alcázar europeo
el trino de la alondra americana.
 
   �Y en tanto que la Ciencia es la grandeza
del hombre, hijo de Dios; mientras el Arte
derrama el esplendor de la belleza
en las obras del genio, y se levanta
rival de la gentil Naturaleza,
he aquí la Industria que también se acerca
al festín de la Gloria y la Conquista,
y el himno hermoso, de los triunfos canta!
 
   �Gloria al sabio �inmortal, gloria al artista!
Pero, gloria también al artesano,
trabajador fecundo
que lleva humilde en su callosa mano
algo también del porvenir del mundo.
Gloria al obrero, al hombre del trabajo,
al hijo del taller, al que constante
en su obra de adelanto redentora,
quizá del mundo ante la faz, mañana,
alto, muy alto con su afán levante
el nombre de esta tierra mexicana.
 

- III -

   Patria, nido de amor, grupo de flores,
que besa el sol y que enamora el día,
santuario de la fe de mis mayores,
tierra de la beldad y los amores,
e incomparable amor del alma mía;
hogar del corazón, patria del alma,
México la gentil, virgen azteca,
como Venus nacida de las olas,
envuelta como Venus en la espuma,
y robada al amor de Moctezuma
por las audaces manos españolas;
tierra del Anahuac, huerto florido
que en el edén de América descuellas
con tu cielo de azul y de arreboles,
donde brillan tan fúlgidos los soles
y tiemblan tan amantes las estrellas;
tierra de promisión, tan seductora
con tus bosques, tus lagos, tus vergeles,
tus montes de oro, tu tapiz de rosas;
y tus sabios, tus poetas y guerreros,
y tus hijas con ojos de luceros
que parecen mujeres y son diosas;
Patria del corazón, quiero que te amen,
así cual te amo yo, cuantos te miren;
�quiero que bella sin rival te llamen,
y grande te respeten y te admiren!
 
   He aquí un huésped ilustre. Viene amigo
un pueblo a visitar, un pueblo hermano
que de su gloria y su valor testigo,
al saludarle con aplauso ufano
no mira en él al grande presidente,
sino al gran ciudadano,
al brazo varonil, fuerte y potente
que más allá del turbulento Bravo,
hizo pedazos con terrible espada
la afrentosa cadena del esclavo.
 
   �Salud al redentor del oprimido,
y salud a la América potente,
rival de Europa tras los anchos mares,
a la tierra de Hidalgo y de Bolívar,
de Washington, de Lincoln y de Juárez!
 
   Que de la Unión en el extenso cielo,
brillen siempre gloriosas sus estrellas;
y el aguila soberbia mexicana
independiente, libre, soberana,
vuele tan alto como brillan ellas!
 
   �Que multiplique América sus grandes
y le prodigue el porvenir coronas,
mientras alcen sus cúspides los Andes
y ruede su cristal el Amazonas!
 
   �Qué grande, bello, espléndido, fecundo,
levante Dios con su potente mano
de las playas de luz americanas,
para alumbrar la libertad del mundo,
el sol de las Repúblicas hermanas!





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Pintura al pastel



                                                                                                                                         
   �Lástima que en verdad no sea de Lola
la cara angelical que lleva puesta!
Pero es suya, no más porque le cuesta,
como dice el soneto de Argensola.
 
   Agréguese a esto la tremenda cola,
el alto puff, la enmarañada cresta,
y dígame cualquiera si no es ésta
una muchacha que se pinta sola.
 
   Mancha ninguna su beldad empaña;
mas yo, aunque dicen que por ella muero,
no la quisiera ver cuando se baña;
 
   y sólo pido a Dios mi amor sincero
que el viento no se lleve su castaña,
ni lo caiga en el rostro un aguacero.




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En el álbum de Pepe



                                                                                                                                         
   �La amaste...? Pues olvídala. Esta vida
de bienes duraderos tan escasa;
amando y olvidando se nos pasa
y cuanto más se vivo más se olvida.
 
   Una pasión es fiebre que, homicida,
se nos mete cual Pedro por su casa
dentro del corazón, y nos le abrasa...
No hay, pues, que dar a la pasión cabida.
 
   La mujer es un ángel, no lo niego;
pero, Pepe, la Biblia es testimonio
de que la echaron del Paraíso luego:
 
   estaba en relación con el Demonio,
y, como no han quebrado, a pensar llego
que ya hasta contrajeron matrimonio.


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