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Alcemos nuestro lábaro en la cumbre |
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esplendorosa de granito y nieve |
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del excelso volcán, a donde raudo |
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entre el fulgor de la celeste lumbre |
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tan sólo el cóndor a llegar se atreve; |
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donde la nube se desgarra el seno |
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para vibrar el rayo |
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y hacer rodar en el abismo el trueno. |
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Alcemos, sí, bajo la arcada inmensa |
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del cielo tropical y sobre el ara |
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diamantina del Ande |
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el augusto pendón de la victoria, |
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que aun mereciera pedestal más grande |
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la enseña de la Patria y de la Gloria. |
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�Oh santo nombre de la Patria...! Escuda |
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con tu prestigio inmenso |
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esta mi audaz palabra tan desnuda |
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de elocuencia y vigor; haz que vibrante |
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al pie de tus altares se levante, |
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y sea como la nube del incienso |
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ante el ara de Dios; haz que resuene |
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potente, y en su vuelo |
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con tu renombre los espacios llene, |
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y cubra al mundo y se levante al cielo. |
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Ayer, -fugaz minuto que a la Historia |
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acaba de pasar en las serenas |
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y deslumbrantes alas de la Gloria,- |
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ayer en la ignorada |
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cumbre de una colina que ceñía |
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una cinta de frágiles almenas |
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y pobre artillería, |
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el mexicano pabellón flotaba |
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bajo un cielo de brumas, |
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como en la frente del guerrero azteca |
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rico penacho de vistosas plumas. |
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Mas no flotaba al beso voluptuoso |
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de las brisas del trópico; crujía |
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al soplo tempestuoso |
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de un huracán de muerte, y se tendía |
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su lona tricolor como del Iris |
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sobre la frente negra de los cielos |
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la diadema se ostenta |
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cuando huyendo flamígera sacude |
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su melena de rayos la tormenta. |
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Y era también un iris de esperanza |
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aquel sagrado pabellón erguido |
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ante el genio feroz de la matanza, |
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aquella enseña del derecho herido, |
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alzándose terrible a la venganza. |
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Allí del mundo de Colón los ojos |
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severos se fijaban, centelleando |
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de impaciencia, de cólera y enojos. |
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Y quién sabe si airadas |
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allá desde los picos solitarios |
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de la alta cordillera, silenciosas, |
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envueltas en sus pálidos sudarios, |
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de nuestros héroes muertos asomaban |
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las sombras espectrales |
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y el Guadalupe atónitas miraban. |
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�El Guadalupe...! Ostenta en sus laderas |
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de la Patria las bélicas legiones, |
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brillan las armas, flotan las banderas |
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y se mezcla al rodar de los cañones |
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el toque del clarín, la voz de mando |
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y el relincho marcial de los bridones. |
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Y más allá, cruzando la llanura, |
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henchidas de arrogancia, |
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tendiendo al sol las alas voladoras, |
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las imperiales águilas de Francia |
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conduciendo las huestes invasoras. |
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Las huestes sin rival. En sus pendones |
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cien y cien veces derramó laureles |
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propicia la Victoria; |
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soldados favoritos de la Gloria, |
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en los campos de Europa sus corceles |
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han dejado una huella ensangrentada, |
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y cien veces sus páginas la Historia |
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abrió a la punta de su atroz espada. |
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Ellos son los que avanzan... �Dios Supremo! |
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�Ah! �qué va a ser de nuestra pobre tierra |
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ante esos semidioses de la guerra...? |
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�Qué va a ser del soldado mexicano, |
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soldado humilde, sin laurel ni pompa, |
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de esos titanes al tremendo empuje? |
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�Qué va a ser...? Vedlo ya... |
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Suena la trompa, |
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silba la bala, la metralla ruge, |
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se avanzan con furor los batallones, |
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se chocan los guerreros, |
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se desgarran flotando los pendones, |
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crujen tintos en sangre los aceros, |
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tiembla la cumbre, tiembla la llanura |
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al estruendo mortal de la pelea, |
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y de humo y polvo en la tiniebla obscura |
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el cañón formidable centellea. |
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�Terrible batallar! Potente rabia |
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de insensato furor ebrio de sangre; |
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festín de la venganza |
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en que sólo resuena pavoroso |
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el salvaje rugir de la matanza; |
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en que fiera la vida |
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se escapa palpitante por la herida |
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del corazón indómito que aun late |
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encendido en las iras del combate; |
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instante de terror y de grandeza |
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en que el débil en bravo se convierte |
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y se hace león el corazón del fuerte; |
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y convulsa la vida se desgarra, |
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y se goza el Horror y ríe la Muerte. |
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�Terrible batallar! Golpe por golpe, |
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furor contra furor, vida por vida, |
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y sangre nada más; allí la fama |
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del francés vencedor y su pericia |
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contra el derecho trasformado en pueblo, |
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y armado de justicia... |
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Terribles las legiones, |
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cual de la mar las olas turbulentas |
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que flagela el furor de las tormentas, |
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se encuentran y se chocan y se rompen |
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feroces y sangrientas... |
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�Y es verdad... es verdad...? Los invencibles, |
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los que cejar no pueden, |
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los tigres de Inkerman y Solferino, |
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�aquí blanca la faz, perdido el tino |
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y con miedo en el alma... retroceden? |
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�En dónde está su incontrastable arrojo? |
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�En dónde su furor armipotente? |
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�Dó el llegar y vencer, que suyo haría |
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inmóvil de terror el Continente? |
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Las águilas francesas |
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�no midieron, cruzando el Océano, |
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cuánto eres, Libertad, grande y potente |
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bajo el inmenso cielo americano...? |
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Soberbias te arrojaron sus legiones; |
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y viéndolas llegar, en tu mirada |
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las iras del ultraje centellearon; |
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y vibrando relámpagos tu espada |
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sus golpes matadores |
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el rayo de la muerte fulminaron; |
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sangrienta charca abriose tu pisada, |
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nada su rabia de leones pudo: |
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y ante tu fuerte escudo |
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ellos, los invencibles... se estrellaron. |
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�Y tres veces así...! Del Guadalupe |
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quedaron las laderas |
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de pálidos cadáveres sembradas, |
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y de francesa sangre |
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y sangre mexicana �ay! empapadas. |
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Y cuando el sol de Anáhuac esplendente, |
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bajaba al Occidente, |
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el ángel tutelar de la Victoria |
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voló a arrancarle su postrero rayo, |
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bañó con él de México la frente |
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sellándola de gloria |
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y con letras del Sol CINCO DE MAYO |
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para los siglos escribió en la Historia. |
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Entonces... tú lo sabes, Puebla mía, |
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�oh, Puebla! cuya heroica bizarría |
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nunca ensalzar como merece supe; |
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tu nombre, sepultado en el olvido, |
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aprendiolo la Francia al estampido |
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del cañón que tronaba en Guadalupe. |
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Cayó ese nombre en la soberbia Europa |
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con el ruido triunfal de una victoria, |
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cayó vestido con el ampo de oro, |
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del sol de Mayo que alumbró tu gloria. |
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Desde entonces, allá, bajo el sereno |
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dosel de auroras que despliega Oriente, |
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envuelta en alas de oro por la lumbre |
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de aquese sol triunfal, y coronada |
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con el lauro que el tiempo no destroza |
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del Guadalupe yérguese en la cumbre |
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la figura inmortal de Zaragoza. |
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Las águilas francesas que algún día |
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tendieron sobre el mundo |
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ebrias de triunfos las potentes alas |
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llevando entre sus garras las banderas |
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vencidas y hechas trizas |
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de naciones altivas y guerreras; |
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las águilas que guiaron la fortuna |
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sangrienta de los fieros Bonaparte, |
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no posaron su vuelo victorioso, |
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después, del Guadalupe en el baluarte. |
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Y queda allí soberbio monumento |
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de patriotismo y gloria, |
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vistiendo con la sangre no lavada |
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la púrpura triunfal de su victoria. |
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Allí queda a su planta la esforzada |
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guerrera de Atoyac, Puebla la bella, |
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la tierra de mi hogar que guarda altiva |
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cual cicatrices que la gloria sella, |
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sus rotos muros, sus deshechos lares, |
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sus calles destrozadas, |
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y en pie las ruinas de sus grandes templos |
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por la bala francesa acribilladas; |
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elocuente padrón del heroísmo |
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y del patrio denuedo, |
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página de la Historia |
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del mexicano corazón sin miedo. |
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Allí queda la invicta |
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amazona mostrando cual trofeo |
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la palpitante herida del combate, |
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por la cual, ante el sol, como en el roto |
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pecho de los guerreros de Tirteo |
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se ve el valiente corazón que late. |
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Allí queda ese fuerte de los libres |
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ante cuyo granito la soberbia |
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de los nunca vencidos se destroza; |
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�allí queda ese campo de pelea |
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donde hollaron las cruces de Crimea |
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los cascos del corcel de Zaragoza! |
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�Allí quedas, mi Puebla! Y si algún día |
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arroja el extranjero |
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el grito de la guerra a tu muralla, |
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renueva tu osadía, |
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vibra de nuevo el matador acero, |
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desata el huracán de la metralla, |
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fulmina fiero de la muerte el rayo, |
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y la sangre del campo de batalla |
|
seque aún otra vez la esplendorosa |
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lumbre de gloria de tu sol de Mayo, |
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Cuando allá en los confines de la Historia, |
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en la aurora del mundo |
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cuando el tiempo era niño todavía, |
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al Hágase fecundo |
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del Eterno, la gran Naturaleza |
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sus pompas virginales revestía; |
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cuando el hombre salvaje |
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y de pieles cubierto, |
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vagaba confundido |
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con las fieras sin nombre del desierto; |
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cuando tenía que partir el fruto |
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del árbol con los pájaros errantes |
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y disputar al bruto |
|
los restos de su presa, palpitantes; |
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cuando el sol del estío, |
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fuego lanzado en la región serena |
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y calcinando la desnuda arena, |
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abrasábale impío, |
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y lo azotaba el huracán violento, |
|
y le mojaba gélida la lluvia, |
|
y le punzaba el frío; |
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cuando en la playa, a solas, |
|
contemplaba con ojos espantados |
|
los mares irritados |
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alzar bramando sus tremendas olas; |
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cuando, dentro su choza que temblaba, |
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él temblaba también, de miedo yerto, |
|
al escuchar el trueno que rodaba, |
|
y ver flamear incierto |
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el relámpago pálido, alumbrando |
|
la pavorosa noche del desierto; |
|
cuando ciego y estúpido, infelice, |
|
con fatigado paso |
|
iba el hombre al acaso |
|
y solo en la Creación... solo en la vida, |
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solo con sus dolores sin medida, |
|
solo con su miseria, |
|
como la bestia doblegada al suelo |
|
por el peso mortal de la materia; |
|
cuando su mente obscura |
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ciego abortaba el pensamiento vago, |
|
y no daba a sus lágrimas dulzura |
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de la esperanza el cariñoso halago; |
|
cuando sin ilusiones ni deseo |
|
se arrastraba en el polvo hasta el olvido, |
|
el corazón ateo, |
|
en tiniebla el espíritu perdido, |
|
errante, débil, infeliz y bravo, |
|
|
|
entonces, en tal hora, |
|
era Naturaleza la señora, |
|
�el Hombre... era el esclavo...! |
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|
Mas hoy que no hay sobre la vasta tierra |
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ningún poder que su poder resista, |
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que es para él cada obstáculo una guerra |
|
y entonces cada guerra una conquista; |
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hoy que el fiero Océano, |
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sacudiendo su crin de olas rugientes, |
|
sólo es, para el humano, |
|
corcel en que cabalga soberano |
|
visitando los anchos continentes; |
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hoy que da a la palabra |
|
el vuelo del relámpago, y la idea |
|
rápida como el rayo, por el mundo |
|
en las alas del rayo se pasea, |
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hoy que señala su corriente al río, |
|
que enlaza las montañas, |
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y las hace escuchar, estremecidas, |
|
el grito del vapor en sus entrañas; |
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hoy que ya del profundo |
|
abismo de la tierra abrió las puertas, |
|
y ha preguntado a las edades muertas |
|
el génesis del mundo; |
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hoy que sintiendo en su fecunda mente |
|
del infinito la atracción suprema, |
|
arroja al cielo su pensar ardiente |
|
deja atrás la región de las centellas |
|
y navega, burbuja inteligente, |
|
en el mar sin confín de las estrellas; |
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hoy que su alma ideal, chispa sagrada |
|
por el Dios encendida, |
|
no cabe en el instante de la vida, |
|
y despreciando la mezquina nada |
|
no ve en la tumba abierta |
|
al paso del proscrito |
|
más que la obscura puerta |
|
que conduce a otro mundo... el infinito; |
|
hoy que encierra saber su pensamiento |
|
amor su corazón, fe su conciencia, |
|
que tierra y firmamento |
|
alumbra con su ciencia, |
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y que a sus plantas, el error enclava |
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y que lo acerca a Dios su inteligencia, |
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�el Hombre es rey... Naturaleza, esclava! |
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El Hombre es rey. La Creación hermosa |
|
como una lira melodiosa y blanda |
|
como una virgen al amor rendida |
|
le rodea cariñosa, |
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y le brinda en su seno, voluptuosa, |
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la copa del misterio de la vida. |
|
La copa del saber en que se esconde |
|
del Creador el secreto soberano, |
|
y cuyo néctar al tocar el labio, |
|
hace un hijo de Dios del ser humano. |
|
Que la Ciencia, centella desprendida |
|
de la inmensa mirada del Eterno, |
|
y en el humano espíritu caída, |
|
desde la triste sombra de este suelo |
|
rasgando la tiniebla de la vida |
|
le alumbra el mundo y le señala el cielo. |
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|
Tú eres, Ciencia, del mundo la señora, |
|
�para ti los laureles y las palmas, |
|
y los himnos del arpa vibradora |
|
y el culto de las almas! |
|
�Para ti los perfumes y las flores, |
|
para ti lo mejor de la existencia! |
|
�Si sólo vivo el corazón de amores, |
|
sólo vive el espíritu de ciencia! |
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�Oh grata Juventud! Alma de aurora |
|
que vibra estremecida |
|
a los primeros soplos de la vida; |
|
dulce generación en Primavera, |
|
a quien deslumbra el esplendor del día, |
|
en quien derrama la ilusión primera, |
|
como una lluvia matinal de flores, |
|
la inefable pasión de los amores, |
|
la esperanza, la dicha, la poesía, |
|
todos los ensueños seductores |
|
de la mágica edad de la alegría; |
|
Juventud, porvenir que se levanta, |
|
sangre que hierve, corazón que late, |
|
guerrera que se apresta |
|
segura de los triunfos al combate; |
|
sacerdotisa eterna de la idea |
|
que en la ara de la Ciencia, |
|
a la diosa Verdad, en holocausto, |
|
consagras lo mejor de la existencia; |
|
hermana Juventud, �álzate grande! |
|
�Alcanza las conquistas del talento, |
|
y vuelve a la verdad tu pensamiento |
|
como el soberbio cóndoro del Ande |
|
al espléndido sol del firmamento! |
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- I - |
|
Hay un artista: �Dios! Tendió su cielo |
|
y, cual polvo caído de sus huellas, |
|
derramó en los espacios infinitos |
|
un reguero de mundos: las estrellas. |
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|
|
Habló, dijo: �la luz! y la sonora |
|
voz que la inmensidad estremecía, |
|
del caos huyendo desprendió la aurora |
|
y de la aurora desprendiose el día. |
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|
|
El día, la vasta luz, el torbellino |
|
de átomos de oro que al tender su vuelo |
|
por los campos del éter cristalino |
|
encienden con su polvo diamantino |
|
el esplendor magnífico del cielo. |
|
El día, pompa del sol, regio atavío, |
|
beso de luz que deja en las corolas |
|
el trémulo diamante del rocío, |
|
y chispeando en la cresta de las olas |
|
tiende un collar de soles en el río. |
|
El día que viste de esplendor la tierra, |
|
de iris la flor, de púrpura el celaje, |
|
y en penachos de perlas desparrama |
|
las olas del Atlántico salvaje. |
|
El día que enciende con su llama de oro, |
|
de la ancha tierra el perfumero inmenso |
|
para que suba al Dios de las alturas |
|
entre flores y músicas y aromas, |
|
el himno universal de las criaturas. |
|
|
|
|
|
A la espléndida luz del primer día |
|
la tierra, que de amor se estremecía, |
|
desplegó sus soberbios horizontes, |
|
puso en calma sus mares turbulentos, |
|
hundió sus valles, levantó sus montes, |
|
hizo soplar suavísimos los vientos, |
|
cargados de perfumes y rumores, |
|
y al extender del bosque la espesura, |
|
pobló la soledad de la llanura |
|
con torrentes y pájaros y flores. |
|
|
|
Y en medio de esta luz, de esta armonía |
|
de este nido de amor, de este embeleso, |
|
el hombre despertose acariciado |
|
por el fuego nupcial del primer beso. |
|
|
|
Abrió sus ojos, y el divino rayo |
|
del sol que aparecía |
|
ante su vista se veló un instante: |
|
que más bella que el mundo que nacía, |
|
más esplendente que la luz del día |
|
era la imagen que tenía delante. |
|
|
|
Eva, la flor de Dios, la seductora |
|
creación del primer sueño, la doncella |
|
formada en el regazo de la aurora |
|
para sus bodas con Adán, aquella |
|
que ya en el Paraíso, tentadora |
|
cuando apenas nacía, |
|
rival de Dios después sobre la tierra |
|
en el alma del hombre se alzaría. |
|
|
|
Creía Adán... Los cielos, asombrados, |
|
con Dios a solas conversar le oyeron |
|
del Edén en los huertos perfumados, |
|
y en torno de él para guardale vieron |
|
la legión de los ángeles alados. |
|
Creía Adán; pero olvidó un instante |
|
la cara de su Dios, y, en su locura, |
|
de Eva, al mirar bellísimo el semblante |
|
se arrodilló temblando y palpitante |
|
ante el divino sol de la hermosura. |
|
|
|
Sintió en su alma otro Dios, desconocido, |
|
pero hermoso también, también supremo, |
|
también Creador y grande sin medida; |
|
el Dios-Amor incontrastable y fuerte, |
|
y al presentirle idolatró la vida, |
|
y por gozarle, desdeñó la muerte. |
|
|
|
Amó, y su pecho se bañó en ternura, |
|
y desbordó en su labio la dulzura |
|
de Eva al decir el delicioso nombre; |
|
ciñó su talle con gentil abrazo, |
|
reclinó la cabeza en su regazo |
|
y olvidado de Dios, quiso ser hombre. |
|
|
|
Y Dios celoso le arrojó irritado |
|
del profanado Edén sobre la tierra, |
|
de la hermosa mujer acompañado; |
|
lo arrojó a la expiación, en dura guerra |
|
con todo lo creado. |
|
|
|
Y el hombre se encontró desconocido |
|
en la vasta Creación; ángel caído |
|
ausente de su Dios, por un instante |
|
en los umbrales del Edén perdido |
|
quizá lloró, quemando fugitiva |
|
la lágrima primera su semblante; |
|
�mas luego irguiose su cabeza altiva, |
|
lanzó al remoto cielo una mirada, |
|
abarcó luego la desierta tierra, |
|
y al sentir en su mente el pensamiento, |
|
en su brazo el vigor, y el ardimiento |
|
en su gigante corazón, lanzose |
|
contra la hostil Naturaleza en guerra! |
|
|
- II - |
|
Y de entonces acá, siglo tras siglo, |
|
infatigable luchador el hombre |
|
viene escribiendo su triunfante nombre |
|
en el libro inmortal de las edades. |
|
Humilló de las fieras la bravura, |
|
con su trabajo fecundó la tierra |
|
y tapizó de mieses la llanura. |
|
Derramó en el desierto las ciudades, |
|
dominó con sus torres el espacio |
|
y levantó, soberbio, su palacio |
|
junto al templo erigido a sus deidades. |
|
|
|
En vano el mar, rugiendo de coraje |
|
al sentir en su espalda la barquillla, |
|
su crin de espuma sacudió salvaje |
|
y reventó su turbulento oleaje |
|
en las quietas arenas de la orilla. |
|
Presintiendo del hombre el poderío |
|
en su contra llamó las tempestades, |
|
hizo rodar el trueno en el vacío, |
|
abrió en la inmensidad sus soledades |
|
de hondo misterio y de terror sombrío... |
|
�Todo en vano...! |
|
�No veis allá a lo lejos, |
|
sobre las olas de rizada, espuma, |
|
del magnífico sol a los reflejos, |
|
tenderse al aire cual gallarda pluma, |
|
blanco penacho de indecisa bruma...? |
|
�Es el vapor! Su pabellón de gloria |
|
protege al hombre sobre el mar perdido; |
|
la inmensidad, el huracán, el trueno, |
|
la tempestad flamígera, han huido... |
|
Dragones de la mar ya no la guardan: |
|
el mar está vencido. |
|
|
|
Vencido está como lo está la tierra, |
|
cuyas entrañas, al trabajo abiertas, |
|
prodigan el tesoro, |
|
inagotable de sus venas de oro, |
|
y en cuyos senos el saber profundo |
|
ha hecho decir a las edades muertas |
|
el misterioso génesis del mundo. |
|
Vencido, como está Naturaleza |
|
a quien arranca diligente el sabio |
|
secretos de poder y de grandeza... |
|
|
|
�Que es esa chispa que en la nube oscura |
|
con ímpetu violento |
|
lanza el trueno y fulgura y centellea? |
|
En el cielo es el rayo, entro los hombres |
|
es el dócil corcel del pensamiento, |
|
y lleva en su relámpago la idea. |
|
|
|
�Tú eres, Ciencia, del mundo la señora! |
|
�Cómo no dominar las tempestades, |
|
la centella y el piélago bravío, |
|
cuando al sol detuviste en su carrera, |
|
y fijándole allí tu poderío, |
|
arrojaste a la tierra triunfadora |
|
a trazar voladora |
|
su curva gigantesca en el vacío...? |
|
|
|
�Oh, Ciencia, eres grandeza! |
|
Por ti, sólo por ti, pudiera el hombre, |
|
levantando orgulloso la cabeza, |
|
llamarse hijo de Dios. Tú eres la llama |
|
que nuestro frágil ser inmortaliza, |
|
y transformando en sacerdote al hombre |
|
y en templo la Creación, le diviniza. |
|
|
|
Tú eres vida inmortal. Contigo el Arte |
|
crece y vive también. �No ha transformado |
|
la tienda que las tribus vagabundas |
|
alzaban del desierto en las arenas |
|
y las rústicas aras pastorales, |
|
en los sagrados pórticos de Atenas |
|
y de Cristo en las santas catedrales? |
|
�No del cincel a los prodigios raros |
|
bajar hizo a los griegos pedestales |
|
los magníficos dioses del Olimpo |
|
a dar vida a los mármoles de Paros...? |
|
|
|
�El Arte es genio, inspiración, grandeza! |
|
El mismo Dios le teje sus coronas... |
|
�El Arte es Rafael robando al cielo |
|
el rostro angelical de sus Madonas! |
|
�Es Miguel Ángel arrancando al suelo |
|
ancha mole de pórfido y granito, |
|
y arrojando, pujante, |
|
de San Pedro, la cúpula gigante |
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a la región azul del infinito! |
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El Arte es esa Italia de Rossini, |
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inundando la tierra de armonía, |
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es el cisne de Pésara exhalando |
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en un himno del cielo su agonía: |
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es Ángela, nuestra Ángela llevando |
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en el canoro y musical gorjeo |
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de su dulce garganta mexicana, |
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al espléndido alcázar europeo |
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el trino de la alondra americana. |
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�Y en tanto que la Ciencia es la grandeza |
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del hombre, hijo de Dios; mientras el Arte |
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derrama el esplendor de la belleza |
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en las obras del genio, y se levanta |
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rival de la gentil Naturaleza, |
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he aquí la Industria que también se acerca |
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al festín de la Gloria y la Conquista, |
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y el himno hermoso, de los triunfos canta! |
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�Gloria al sabio �inmortal, gloria al artista! |
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Pero, gloria también al artesano, |
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trabajador fecundo |
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que lleva humilde en su callosa mano |
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algo también del porvenir del mundo. |
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Gloria al obrero, al hombre del trabajo, |
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al hijo del taller, al que constante |
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en su obra de adelanto redentora, |
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quizá del mundo ante la faz, mañana, |
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alto, muy alto con su afán levante |
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el nombre de esta tierra mexicana. |
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- III - |
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Patria, nido de amor, grupo de flores, |
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que besa el sol y que enamora el día, |
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santuario de la fe de mis mayores, |
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tierra de la beldad y los amores, |
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e incomparable amor del alma mía; |
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hogar del corazón, patria del alma, |
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México la gentil, virgen azteca, |
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como Venus nacida de las olas, |
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envuelta como Venus en la espuma, |
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y robada al amor de Moctezuma |
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por las audaces manos españolas; |
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tierra del Anahuac, huerto florido |
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que en el edén de América descuellas |
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con tu cielo de azul y de arreboles, |
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donde brillan tan fúlgidos los soles |
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y tiemblan tan amantes las estrellas; |
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tierra de promisión, tan seductora |
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con tus bosques, tus lagos, tus vergeles, |
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tus montes de oro, tu tapiz de rosas; |
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y tus sabios, tus poetas y guerreros, |
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y tus hijas con ojos de luceros |
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que parecen mujeres y son diosas; |
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Patria del corazón, quiero que te amen, |
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así cual te amo yo, cuantos te miren; |
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�quiero que bella sin rival te llamen, |
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y grande te respeten y te admiren! |
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He aquí un huésped ilustre. Viene amigo |
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un pueblo a visitar, un pueblo hermano |
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que de su gloria y su valor testigo, |
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al saludarle con aplauso ufano |
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no mira en él al grande presidente, |
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sino al gran ciudadano, |
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al brazo varonil, fuerte y potente |
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que más allá del turbulento Bravo, |
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hizo pedazos con terrible espada |
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la afrentosa cadena del esclavo. |
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�Salud al redentor del oprimido, |
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y salud a la América potente, |
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rival de Europa tras los anchos mares, |
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a la tierra de Hidalgo y de Bolívar, |
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de Washington, de Lincoln y de Juárez! |
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Que de la Unión en el extenso cielo, |
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brillen siempre gloriosas sus estrellas; |
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y el aguila soberbia mexicana |
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independiente, libre, soberana, |
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vuele tan alto como brillan ellas! |
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�Que multiplique América sus grandes |
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y le prodigue el porvenir coronas, |
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mientras alcen sus cúspides los Andes |
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y ruede su cristal el Amazonas! |
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�Qué grande, bello, espléndido, fecundo, |
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levante Dios con su potente mano |
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de las playas de luz americanas, |
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para alumbrar la libertad del mundo, |
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el sol de las Repúblicas hermanas! |