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Cuando ante el lienzo, virgen todavía, |
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inmóvil el artista se quedaba, |
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la frente erguida, la mirada ardiente |
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y en la mano el pincel, bella, riente |
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hasta él la diosa inspiración bajaba, |
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dejaba un beso rápido en su frente, |
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y tomando la mano en que temblaba |
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el pincel, ya mojado en la paleta, |
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arrojaba en el lienzo del artista |
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las creaciones del alma del poeta. |
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Así con la osadía |
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del espíritu en que arde y centellea |
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la llama esplendorosa de la idea, |
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la inspiración magnífica del arte, |
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robó Ocaranza su fulgor al día, |
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su sombra al bosque, su zafir al cielo, |
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y su honda palidez y desconsuelo |
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al rostro de la virgen conmovida |
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que ve, con llanto que del alma brota, |
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la imagen �ay! de su �Ilusión perdida� |
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en la azucena que se inclina rota. |
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Quedan allí los acabados cuadros |
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de su fácil pincel. Naturaleza, |
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como una virgen que el amor conquista |
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y se deja robar por el amante |
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beso tras beso en lánguida pereza, |
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se dejaba robar por el artista |
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sus secretos de luz y de belleza. |
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Un solo cuadro, artista, no acabaste, |
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el cuadro de tu vida transitoria. |
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�Qué triste y qué incompleto le dejaste! |
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Al través de la gasa mortuoria |
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que lo cubre, se mira inmaculada |
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brillar como la luz de una alborada |
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la hermosa luz de tu temprana gloria. |
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A su tenue fulgor, símbolo triste |
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del abandono cruel y del tormento |
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que en el mundo acompañan al talento, |
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se ve una cruz... Sencilla y aun reciente, |
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la corona caída de tu frente |
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enlaza de la cruz los negros brazos... |
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Y al pie de aquella cruz tan triste y sola, |
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tu mágico pincel hecho pedazos... |
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Lo demás es la sombra, la terrible |
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sombra que viene del sepulcro abierto, |
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la sombra pavorosa |
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en donde duermes ya, pálido muerto, |
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sin aplauso, sin pompa, sin testigos, |
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la sombra de esa noche sin mañana |
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donde llegar no pueden |
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los pobres ruidos de la gloria humana; |
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mas donde acaso llegue |
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el sollozante adiós de tus amigos... |
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He visto un ángel blanco. Sobre mi sien tendía |
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sus alas deslumbrantes... Su frente en la sombría |
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tiniebla de la noche miré desparecer. |
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�-�Qué es lo que buscas, ángel, en la nocturna calma?� |
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le dije, y respondiome: |
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�-Yo, vengo por tu alma.� |
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Entonces tuve miedo, porque era una mujer. |
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-�Oh, déjame mi alma! -gritele suplicante. |
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�Adónde te la llevas, incógnito habitante |
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de yo no sé qué mundo...? |
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Y nada respondió. |
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-�Te llevarás mi alma al emprender el vuelo; |
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y qué a mi pobre vida le quedará en el suelo? |
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El ángel se callaba... El cielo se enlutó. |
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-Viajero de los cielos, yo quiero conocerte. |
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�Acaso eres la vida...? �Acaso eres la muerte? |
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El ángel se hizo negro, y dijo: |
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�-Soy Amor.� |
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Pero su faz de sombra más bella era que el día, |
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brillaban sus pupilas entre la niebla fría, |
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y vi tras de sus alas los astros del Señor. |
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�Yo amo!, Es la palabra melodiosa |
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que al viento arroja la Creación entera, |
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a las aves del bosque |
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al arroyo que cruza la pradera... |
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�Yo amo! Será el postrero |
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triste suspiro que la tierra lance, |
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cuando cayendo en la perpetua noche |
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el hondo arcano de su fin alcance. |
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�Yo amo! También vosotras, |
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blancas estrellas que la noche viste, |
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también cantáis en la sagrada esfera |
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esta palabra encantadora y triste. |
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La más pequeña de vosotras quiso |
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de la creación en el supremo instante, |
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buscar en los espacios sin medida |
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al sol hermoso, su inmortal amante. |
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Y la amorosa estrella |
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a los espacios se lanzó profundos; |
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pero, también enamorada, de ella |
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otra fue en pos... |
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Y, desde aquel momento, |
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en marcha están los mundos |
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alredor del inmenso firmamento. |
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Ya brilla la aurora y aun no abres tu puerta, |
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al beso del aura la flor está abierta |
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�y aun duermes y sueñas, angélica flor? |
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Yo te amo y te canto, señora... Despierta..., |
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despierta, mi vida, que es hora de amor. |
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Despierta, señora, |
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y escucha al cantor, |
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que canta y que llora |
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su trova de amor. |
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Están a tu puerta llamando, alma mía, |
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dulcísimas voces, de blando rumor... |
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La aurora te dice: Abril soy el día. |
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El pájaro canta: Yo soy armonía. |
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Y mi alma suspira: Yo soy el amor. |
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�Despierta...! Es la hora |
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del ave y la flor, |
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del alma que llora |
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sedienta de amor. |
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�Arcángel, te adoro! �Mujer, yo te amo! |
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Mitades de un alma nacimos los dos; |
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por eso a tu vida mi vida reclamo, |
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por eso te canto, por eso te llamo, |
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por eso nos junta la mano de Dios. |
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Despierta, señora; |
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ya cesa el cantor, |
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ya pasa la aurora... |
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Mas queda el amor, |
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Hay una virgen de alma cariñosa, |
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tan tiernamente al corazón unida, |
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que separar su vida de mi vida |
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fuera lo mismo que romper las dos. |
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Hay un semblante pálido y hermoso |
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que siempre miro porque está en mi alma, |
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y que en la sombra de la noche en calma |
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vela con mi ángel cuando duermo yo. |
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Hay unos negros ojos, adormidos |
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a la sombra ideal de la pestaña, |
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cuya mirada celestial empaña, |
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la tristeza dulcísima de amar... |
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Ojos que buscan en los ojos míos |
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el idioma del alma silencioso; |
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ojos dichosos si me ven dichoso, |
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ojos que lloran si me ven llorar. |
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Hay la flor de una boca purpurina |
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que tan sólo mis labios han opreso... |
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Allí temblaba el inefable beso |
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del alma casta en su primer amor. |
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Hay una voz más grata a mis oídos |
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que el eco de una música del cielo, |
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voz de vaga ilusión, voz de consuelo |
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para el alma cansada de dolor. |
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Hay un cabello derramado en rizos |
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que entreteje mi mano cariñosa, |
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una cabeza lánguida y hermosa |
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que dulcemente desmayando va. |
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Hay un seno de amor, tibio y tranquilo, |
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donde reclino pálida mi frente |
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cuando la copa del dolor, ardiente, |
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el alma mártir apurando está. |
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Hay un amor tan grato como el sueño |
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que tuviera un arcángel en la gloria, |
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un amor para el mundo sin historia, |
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un amor que no sé cómo llamar. |
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Dos vidas que antes de encontrarse fueron |
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dos mitades de un alma desprendidas, |
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hoy, al hallarse para siempre unidas, |
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�quién las puede de nuevo separar? |
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Dos corazones hay que a un tiempo mismo |
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palpitan de placer o se entristecen, |
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y cuanto más en adorarse crecen |
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más ávidos se sienten de pasión. |
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Dos almas de ventura tan suprema, |
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que cruel, al separarlas, la fortuna... |
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�al separarlas...? �no...! sólo son una |
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que eterna vive de su eterno amor. |
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Ayer, el blando soplo del aura de la noche |
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de las agrestes flores que tarde abren su broche |
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traía hasta nosotros el embriagante olor... |
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La noche iba cayendo, los ruidos se adormían, |
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las alas de la sombra tranquilas envolvían |
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en su palacio de hojas al pájaro cantor. |
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El aire estaba tibio; su ráfaga ligera, |
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traía, en perfumado vuelo, de la pradera |
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cual de invisibles bocas besándose, el rumor... |
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Y leves susurraban las hojas de las palmas; |
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nupcial era la sombra... Allí de nuestras almas |
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abriose a las estrellas la misteriosa flor. |
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Yo estaba junto a ella, su mano entre mis manos, |
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perdidos en la noche sus ojos soberanos, |
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en mi hombro reclinada la pensativa sien. |
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La hablaba en voz muy baja; porque era la hora santa |
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en que algo que va al cielo del alma se levanta, |
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y la mirada al cielo levantase también... |
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La noche suspiraba; besábanse las palmas; |
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el estrellado cielo estaba en nuestras almas, |
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flotaba en los espacios el alma del Amor... |
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Y al asomar el blanco crepúsculo del día, |
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me dije recordando la imagen de María: |
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he visto entre la sombra el ángel del Señor. |
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Triste el ánima está. Busca en el arpa, |
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en el arpa de Heber, esos gemidos |
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de la vibrante cuerda, tan queridos |
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a mi ya latigado corazón. |
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Si ha quedado, siquier una esperanza |
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en el fondo de mi alma sin ventura, |
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despertará consoladora y pura |
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al eco de la triste vibración. |
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Si ha quedado una lágrima postrera |
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en mis áridos ojos escondida, |
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ruede por la mejilla enflaquecida |
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y ya mi corazón no abrasará. |
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Pero quiero una música muy triste... |
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triste como el rumor de ese gemido |
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que exhala con su llanto, en el olvido |
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un corazón sin esperanza ya. |
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Triste como el sollozo con que damos |
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a la ilusión de amar la despedida, |
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triste como la lágrima vertida |
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por el recuerdo del amor primer. |
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Está llena de lágrimas el alma, |
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necesita llorar... �Ah! si no llora, |
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esta angustia cruel que la devora |
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acabará con mi cansado ser. |
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�Tanto ha ya que alimento mis pesares |
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aquí en la soledad del alma mía; |
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tanto ha ya que padezco en la sombría |
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noche de mi existencia funeral; |
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que ya es tiempo que cesen mis dolores |
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a sufrir más mi corazón no alcanza! |
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O que brote en el alma una esperanza |
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al influjo de tu arpa celestial. |
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-�Qué me importa la muerte...? �qué la vida...? |
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�Quiero amar y de amor palidecer! |
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�Tan sólo por un beso yo daría |
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la idea que sienta en mi cerebro arder! |
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�Quiero, por mi mejilla enflaquecida |
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de la pasión las lágrimas sentir! |
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�Quiero gozar la inexplicable dicha |
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de, por amar con frenesí, sufrir! |
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Quiero contar que herido de un engaño |
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juró no amar mi corazón jamás... |
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Y ahora es el juramento que hago |
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no vivir un instante, sin amar... |
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Corazón desbordado de amargura, |
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�despójate de orgullo y de desdén! |
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Rasga ya la mortaja que te enluta, |
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vuelve a la vida y al amor también. |
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Después de haber sufrido -es el destino- |
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�ay! es, preciso sin cesar sufrir; |
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después de haber amado �ay! es preciso, |
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�amar... y siempre amar... hasta morir! |
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�-Soy en la límpida esfera |
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el hijo vago y risueño |
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del sol y la primavera, |
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un silfo... menos que un sueño. |
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Soy el espíritu errante |
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que desprende del rocío |
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la mañana al despertar, |
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soy del éter habitante, |
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y en la noche, por el frío, |
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soy el huésped del hogar. |
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Esta tarde, entre las flores, |
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una pareja dichosa |
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estaba hablando de amores |
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en voz baja y cariñosa. |
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Yo de muy cerca la oía; |
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cuando de pronto en un beso |
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que su palabra cortó, |
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cogieron un ala mía... |
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y aun estaba yo allí preso, |
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cuando la noche llegó. |
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Es �ay! demasiado tarde |
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para que yo entre a mi broche. |
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Estoy solo... soy cobarde... |
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�Ábreme por esta noche! |
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Deja que duerma en tu lecho, |
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y cuando vierta la aurora |
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su luz primera me iré, |
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tendré lugar muy estrecho, |
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y te prometo, señora, |
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que muy poco ruido haré. |
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Mis hermanos han hallado |
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un albergue en el rocío; |
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solo y fuera me he quedado... |
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�Adónde encontrar mi broche? |
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Tengo miedo... y tengo frío. |
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No hay una luz en el cielo, |
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en los campos una flor... |
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�Ábreme por esta noche! |
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�No tengas ningún recelo...! |
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�Si yo soy... todo candor! |
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�Ábreme! Sus densos flancos |
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pavorosa la tiniebla |
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de horribles espectros blancos |
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y negros fantasmas puebla. |
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Entre el follaje sombrío |
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como lívidas miradas |
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los fuegos fatuos se ven; |
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y sobre el agua del río |
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claridades azuladas |
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lívidas flotan también. |
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�Ábreme, señora mía! |
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Porque en los campos desiertos, |
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tras la colina sombría |
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están bailando los muertos. |
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A sus almas desveladas |
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da la noche pavorosa |
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un sudario de vapor. |
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Si esas fantasmas heladas |
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por divertirse, a su fosa |
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me arrebataran... �qué horror! |
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Si desoyes mi gemido, |
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�buscaré los musgos viles |
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y disputaré su nido |
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miserable a los reptiles? |
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�Ábreme por un momento! |
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Son cariñosos mis ojos |
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y mi palabra de miel; |
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sé remedar el acento |
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que oye, con dulces, sonrojos |
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la niña, de su doncel... |
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Además... �Soy tan hermoso! |
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�Si vieras temblar lucientes |
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mis alas al sol radioso |
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blancas, puras, trasparentes...! |
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Tengo los bellos colores |
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del lirio que me escondía |
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del tenebroso capuz, |
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y se disputan las flores |
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mi aliento, todo ambrosía, |
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y mi cuerpo, todo luz. |
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La ligera mariposa |
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es pesada junto a mí, |
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y sin perfume la rosa |
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ni belleza el colibrí, |
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cuando de gala vestido |
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con reflejos de topacios |
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y zafiro brillador, |
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voy en la luz escondido |
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visitando mis palacios, |
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como rey, de flor en flor. |
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Mas �ay! �en vano te imploro...! |
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Aquí nada tengo mío: |
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ni mis corolas de oro, |
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ni mis copas de rocío. |
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Yo te las diera, señora, |
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porque abrieras tu ventana |
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un instante para mí; |
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y no que vendrá la aurora |
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y triste verá mañana |
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que ante tu puerta morí. |
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En cambio del hospedaje |
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que en esta noche me dieres, |
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�de un hada quieres el traje? |
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�El velo de un ángel quieres? |
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Haré de tu noche, día; |
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y sin que corte el desvelo |
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tu deleite embriagador, |
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pasará tu fantasía |
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de los ensueños del cielo |
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a los ensueños de amor. |
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Pero en vano está mi aliento |
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empañando tu vidriera. |
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�Crees que pérfido mi acento |
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la voz de un amante fuera? |
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No soy más que un silfo, errante |
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a quien lejos de su broche |
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un ósculo aprisionó, |
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pero no soy un amante... |
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�Ábreme por esta noche, |
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porque soy un silfo yo...!� |
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El Silfo lloraba. De pronto, sonora, |
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cual dulce reclamo del alma que llora, |
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se alzó una voz triste que luego calló. |
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�Qué voz era aquella? |
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La niña, sin miedo, |
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abrió la ventana, muy quedo, muy quedo... |
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Mas nadie ha sabido si al silfo la abrió... |