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Compañía de Pepe Rubianes






ArribaSin palabras

Pepe Rubianes


Barcelona



Puesta en escena: Joan Ll. Bozzo.

Voz en off: Constantino Romero.

Intérprete: Pepe Rubianes.

Estreno: 6 de diciembre de 1986, en el Club Helena de Barcelona. 3 de enero de 1987, en La Farándula de Sabadell.



Una escena


«Aquella mujer me dio un beso en los labios
y se me desabrocharon los zapatos.
Me dio otro beso en un ojo
y se me fundieron los calcetines.
Me besó en la nariz
y perdí la camisa.
Intentó abrazarme
y los pantalones me cayeron hasta los tobillos.
Me dijo: '¡Mi amor...!'
y se me deshilachó el calzoncillo.
Ella siguió haciéndome cosas
y yo me fui deshaciendo poquito a poquito.
Y cuando tan sólo de mí quedó
un montoncito de polvo,
aquella mujer me barrió con la escoba,
me vertió en la basura,
se sentó en la mecedora
y encendió un cigarrillo».


(Pepe Rubianes, en el programa).                


«Desde la onomatopeya de los ruidos cotidianos, la mímica realista y grotesca, esta vez Rubianes 'casi' cumple lo que promete en el título de su último espectáculo. A la verborrea del showman de sus anteriores trabajos, la sustituye el esfuerzo barroco y multiplicado en gestos y tics de este último. Sólo frases en inglés, francés y latinajos rompen el prometido ¿silencio? El resto es una demostración técnica (con amplificador de sonido, eso sí) apabullante que llega por su virtuosismo visceral a la fatiga, pero que demuestra la capacidad de Rubianes para ser hombre -de un solo espectáculo- que representa como un transformista moderno a muchos hombres.

Cuatro 'sketchs' con prólogo y epílogo son el marco de la exhibición. La multiplicación barroca de signos y voces se hace difícil de seguir en su totalidad, pero no parece importar al público que se ríe desaforadamente. Destaca más el virtuosismo de quien riza el rizo, que el actor, que alcanza niveles de poética interna con dificultad, salvo en el cuarto 'sketch', el del catalán de hoy, el más logrado, en el que el juego con las sillas potencia el conflicto amoroso. En el resto, la exhibición prima, sobre todo en el episodio del monje, en pleno mundo de lo grotesco y lo escatológico, con golpes muy graciosos, pero un tanto pasados, como el conjunto del espectáculo.

Sin palabras es un vehículo para Rubianes, cuando debería ser la viceversa. Admiran más sus facultades físicas, su facilidad, su riqueza en la imitación de voz y gestos que el ejercicio expresivo; sobre todo, ¿por qué prescindir de la palabra? El espectáculo es así un 'tour de force', un desafío un tanto crispado, un rizar el rizo sin necesidad».


(Fernando Herrero. «Rizando el rizo», «El Norte de Castilla». Valladolid, 6 de marzo de 1987).                


«El actor Pepe Rubianes afronta su tercer espectáculo consecutivo unipersonal. Después de Pay Pay y ...Ño!, Rubianes estrena en la Sala Villarroel, Sin palabras, una especie de ¡más difícil todavía! Porque si en aquellos dos shows el actor hacía gala -entre otras cosas- de un derroche de hablar y hablar, si la palabra era entonces el elemento principal en que se apoyaba el invento, ahora Rubianes prescinde totalmente de ella. En su nueva aventura, el actor cuenta historias en base a un impresionante código sonoro y gestual, buena parte del mismo, invento particular suyo. Rubianes consigue, así de pronto, pasar de un personaje a otro, de un ambiente a otro totalmente distinto, sólo con un movimiento, con un gesto limpio o con una mirada concisa. En este sentido, la capacidad como actor de este hombre es, ciertamente, espectacular.

En Sin palabras, el actor cuenta al respetable cuatro historias bien diferentes, en las que el sexo y la religión -tomados desde prismas humorísticos y parodiales bien condimentados- ocupan lugar preferente. Pero, además, Rubianes las envuelve en una concreta situación que es todo un hallazgo: el actor sale de su casa para acudir a la Villarroel y actuar. Todo esto, una y otra cosa, sin pronunciar palabra. ¡Ahí es nada! Son historias con ribetes surrealistas: el asesinato de un flemático lord inglés, el frustrado ligue de un parisiense, la historia de monjes y santos en el monasterio de Sant Pere de Ribes, y esa historia final -surrealista y amarga, poética- de la relación amorosa de un individuo con una silla y una mesa. Durante hora y media, Pepe Rubianes exhibe más que nunca una desbordante imaginación.

No tiene nada de fácil la inquieta aventura del actor. El estreno de la otra noche fue un exitazo, con cerradas ovaciones durante su trabajo y con una entrega total y calurosa al final. Así y todo, lo que hace este divertido fabulador de historias -que parece tener como santo de cabecera al extraordinario Darío Fo- está lleno de riesgos y precipicios, que el rigor, la preparación y la calidad del actor orillan continuamente. Rubianes nos sugiere y convence hablando por teléfono, escribiendo a máquina, poniendo la televisión, siendo pájaro, santo, demonio, enamorado, monje asediado por el sexo o mil personajes más.

Esta vez, Rubianes cuenta con la buena ayuda de Joan Lluís Bozzo, que le ha ordenado muy bien el 'show', jugando con inteligencia las luces, los espacios, limpiando hasta el máximo los gestos y las onomatopeyas del actor. Hay, en este divertido y desbordante 'show', un buen trabajo dramatúrgico por parte del director, que, en definitiva, le permite al actor lucir más y mejor, cosa que Rubianes ya venía haciendo».


(Gonzalo Pérez de Olaguer, «El más difícil todavía de Pepe Rubianes», «El Periódico». Barcelona,
9 de abril de 1987).
               


«Pienso que con Sin palabras Rubianes no ha hecho otra cosa que rizar el rizo.

Colocando una pared entre él y el público, potenciando gestos y onomatopeyas, privándose de la palabra, del diálogo directo con el público, no ha hecho otra cosa que afirmar su indiscutible poder de comunicación; en definitiva: su encanto, su magia de animal teatral. Y lo ha conseguido rotundamente.

En cuanto a las historias -cuatro historias-, seguimos con el clásico repertorio de Rubianes: violencia, morbo, sexo, anticlericalismo zumbón y la inevitable peladilla sentimentaloide. Por ese lado, ninguna novedad, a no ser la peladilla que esta vez nos ofrece la relación amorosa de Rubianes con una silla, una vulgar silla, a la que abandonará por una no menos vulgar mesa. Bailar con una silla, hacer el 69 con una silla o fornicar con una mesa no es ninguna novedad, ninguna originalidad. Además, para hacerlo bien hay que ser poco menos que genial, y Rubianes, a pesar de su bien hacer, de su encanto y también de su formidable caradura, no llega a ser genial.

Pero la genialidad no es precisamente lo que el público le pide a Rubianes. Le basta y sobra con que sea Pepe Rubianes y se deje querer. Y Pepe se deja».


(Joan de Sagarra. «El País». Barcelona, 2 de abril de 1987).                


«El interés singular que ofrece Sin palabras, no tanto para el 'fan' como para el espectador profesional, es descubrir en Pepe Rubianes, justamente una disposición de ánimo poco conservadora, esto es, el deseo de afrontar aquella cuota de riesgo que entraña la explotación de 'argumentos' que no se apoyan tan sólo en una técnica depurada de efectos frontales inmediatos, sino también en la complicidad intelectual del espectador. Rubianes no parece conformarse con tener un público placenteramente repantigado, esperando que le hagan cosquillas. Intenta llevarle hasta una frontera que va más allá de la imaginación con que ese público logra 'ver' las situaciones y los personajes que el actor imita con propiedad incuestionable. En este sentido, de los cuatro relatos que hay en Sin palabras, más un prólogo y un epílogo, el último de ellos, titulado Barcelona, hoy, es, sin duda, el que ofrece una dimensión investigadora y provocativa más audaz, aun arrostrando las consecuencias de introducir unas sombras dubitativas en las risas francas que se han escuchado en la sala hasta dicho episodio final».


(Joan-Anton Benach. «La Vanguardia». Barcelona, 2 de abril de 1987).                






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