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Poesía

José Asunción Silva

Remedios Mataix (ed. lit.)






ArribaAbajoEl libro de Versos (1891-1896)




ArribaAbajo Al oído del lector


No fue pasión aquello,
fue una ternura vaga.
Lo que inspiran los niños enfermizos,
los tiempos idos y las noches pálidas.

El espíritu sólo
al conmoverse canta:
cuando el amor lo agita poderoso
tiembla, medita, se recoge y calla.

Pasión hubiera sido,
en verdad, estas páginas
en otro tiempo más feliz escritas
no tuvieran estrofas sino lágrimas.




ArribaAbajoInfancia



Esos recuerdos con olor de helecho
son el idilio de la edad primera

G.[Gregorio] G.[Gutiérrez] G. [González]                



Con el recuerdo vago de las cosas
que embellecen el tiempo y la distancia,
retornan a las almas cariñosas
cual bandadas de blancas mariposas
los plácidos recuerdos de la infancia.

¡Caperucita, Barba Azul, pequeños
Liliputienses, Gulliver gigante
que flotáis en las brumas de los sueños,
aquí tended las alas,
que yo con alegría
llamaré para haceros compañía
al ratoncito Pérez y a Urdimalas!
¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
donde la idea brilla,
de la maestra la cansada mano
sobre los grandes caracteres rojos
de la rota cartilla,
donde el esbozo de un bosquejo vago,
fruto de instantes de infantil despecho,
las separadas letras juntas puso
bajo la sombra de impasible techo.
En alas de la brisa
del luminoso agosto, blanca, inquieta,
a la región de las errantes nubes
hacer que se levante la cometa
en húmeda mañana;
con el vestido nuevo hecho jirones,
en las ramas gomosas del cerezo
el nido sorprender de copetones;
escuchar de la abuela
las sencillas historias peregrinas;
perseguir las errantes golondrinas,
abandonar la escuela
y organizar horrísona batalla
en donde hacen las piedras de metralla
y el ajado pañuelo de bandera;
componer el pesebre
de los silos del monte levantados;
tras el largo paseo bullicioso
traer la grama leve,
los corales, el musgo codiciado,
y en extraños paisajes peregrinos
y perspectivas nunca imaginadas,
hacer de áureas arenas los caminos
y de talco brillante las cascadas.
Los Reyes colocar en la colina
y colgada del techo
la estrella que sus pasos encamina,
y en el portal el Niño-Dios riente
sobre el mullido lecho
de musgo gris y verdecino helecho.

¡Alma blanca, mejillas sonrosadas,
cutis de níveo armiño, cabellera de oro,
ojos vivos de plácidas miradas,
cuán bello hacéis al inocente niño!...
Infancia, valle ameno,
de calma y de frescura bendecida
donde es suave el rayo
del sol que abrasa el resto de la vida.
¡Cómo es de santa tu inocencia pura,
cómo tus breves dichas transitorias,
cómo es de dulce en horas de amargura
dirigir al pasado la mirada
y evocar tus memorias!




ArribaAbajoCrisálidas


Cuando, enferma la niña todavía,
salió cierta mañana
y recorrió con inseguro paso
la vecina montaña,
trajo, entre un ramo de silvestres flores,
oculta una crisálida
que en su aposento colocó, muy cerca
de la camita blanca...

Unos días después, en el momento
en que ella expiraba,
y todos la veían, con los ojos
nublados por las lágrimas,
en el instante en que murió, sentimos
leve rumor de älas
y vimos escapar, tender el vuelo
por la antigua ventana
que da sobre el jardín, una pequeña
mariposa dorada...

La prisión, ya vacía, del insecto
busqué con vista rápida;
al verla vi de la difunta niña
la frente mustia y pálida,
y pensé: si al dejar su cárcel triste
la mariposa alada,
la luz encuentra y el espacio inmenso
y las campestres auras,
al dejar la prisión que las encierra,
¿qué encontrarán las almas?




ArribaAbajo Los maderos de San Juan


       ¡Aserrín!
      ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan,
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque,
los de Rique
alfeñique
¡Los de triqui,
triqui, tran!

Y en las rodillas duras y firmes de la Abuela,
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos agitados y trémulos están;
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que, en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.

Los maderos de San Juan,
piden queso, piden pan.
       ¡Triqui, triqui,
       triqui, tran!

Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos blancos como la nieve están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años y que, ha tiempos, las formas reflejaron
de cosas y de seres que nunca volverán.

Los de Roque, alfandoque
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Mañana, cuando duerma la anciana, yerta y muda,
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto a la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia,
cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
¡de aquella voz querida las notas vibrarán!

Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño,
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que, en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.

       ¡Aserrín!
       ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
       los de Roque
       alfandoque
       los de Rique
       Alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
¡Triqui, triqui, triqui, tran!




ArribaAbajoCrepúsculo


Junto a la cuna aún no está encendida
la lámpara tibia que alegra y reposa,
y se filtra opaca, por entre cortinas,
de la tarde triste la luz azulosa.

Los niños cansados suspenden los juegos,
de la calle vienen extraños ruïdos,
en estos momentos, en todos los cuartos,
se van despertando los duendes dormidos.

La sombra que sube por los cortinajes,
para los hermosos oyentes pueriles,
se puebla y se llena con los personajes
de los tenebrosos cuentos infantiles.

Flota en ella el pobre Rin Rin Renacuajo,
corre y huye el triste Ratoncito Pérez,
y la entenebrece la forma del trágico
Barba Azul, que mata sus siete mujeres.

En unas distancias enormes e ignotas,
que por los rincones oscuros suscita,
andan por los prados el Gato con Botas,
y el Lobo que marcha con Caperucita.

Y, ágil caballero, cruzando la selva
do vibra el ladrido fúnebre de un gozque,
a escape tendido va el Príncipe Rubio
a ver a la Hermosa Durmiente del Bosque.

Del infantil grupo se levanta leve,
argentada y pura, una vocecilla,
que comienza: «¡Entonces se fueron al baile
y dejaron sola a Cenicientilla!

Se quedó la pobre triste en la cocina,
de llanto de pena nublados los ojos,
mirando los juegos extraños que hacían
en las sombras negras los carbones rojos.

Pero vino el Hada que era su madrina,
le trajo un vestido de encaje y crespones,
le hizo un coche de oro de una calabaza,
convirtió en caballos unos seis ratones,

le dio un ramo enorme de magnolias húmedas,
unos zapaticos de vidrio, brillantes,
¡y de un solo golpe de la vara mágica
las cenizas grises convirtió en diamantes!»

Con atento oído las niñas la escuchan,
las muñecas duermen, en la blanda alfombra
medio abandonadas, y en el aposento
la luz disminuye, se aumenta la sombra.

¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas,
llenos de paisajes y de sugestiones,
que abrís a lo lejos amplias perspectivas,
a las infantiles imaginaciones!

Cuentos que nacisteis en ignotos tiempos,
y que vais, volando por entre lo oscuro,
desde los potentes Aryas primitivos,
hasta las enclenques razas del futuro.

Cuentos que repiten sencillas nodrizas
muy paso, a los niños, cuando no se duermen,
y que en sí atesoran del sueño poético
el íntimo encanto, la esencia y el germen.

Cuentos más durables que las convicciones
de graves filósofos y sabias escuelas,
y que rodeasteis con vuestras ficciones,
las cunas doradas de las bisabuelas.

¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas
que pobláis los sueños confusos del niño,
el tiempo os sepulta por siempre en el alma
y el hombre os evoca con hondo cariño!




ArribaAbajoAl pie de la estatua


A Caracas


Con majestad de semidiós cansado
por un combate rudo
y expresión de mortal melancolía,
álzase el bronce mudo
que el embate del tiempo desafía,
sobre marmóreo pedestal que ostenta
de las libres naciones el escudo
y las batallas formidables cuenta;
y su perfil severo,
que del sol baña la naciente gloria,
parece dominar desde la altura
el horizonte inmenso de la historia.
Un mundo de nobleza se adivina
en la grave expresión de la escultura
que el triunfador acero a tierra inclina
con noble y melancólica postura,
y tiene el monumento soberano
alzado de los hombres para ejemplo,
lo triste de una tumba -do no llega
el vocerío del tumulto humano-
y la solemne majestad de un templo.
Amplio jardín florido lo circunda
y se extiende a sus pies, donde la brisa
que entre las flores pasa
con los cálices frescos se perfuma,
y la luz matinal brilla y se irisa
de claros surtidores en la espuma;
Y do, bajo lo verde
de las tupidas frondas,
sobre la grama de la tierra negra,
loca turba infantil juega y se pierde
y del lugar la soledad alegra
al agitarse en cadenciosas rondas,
forjando con las risas y los gritos
de las húmedas bocas encarnadas,
con las rizosas cabecitas blondas
y las frescas mejillas sonrosadas,
un idilio de vida sonriente
y de alegría fatua,
al pie del pedestal donde, imponente,
se alza sobre el cielo transparente
la epopeya de bronce de la estatua.
Nada la escena dice
al que pasa a su lado indiferente
sin que la poëtice
en su alma el patrio sentimiento...
Fija
en ella sus miradas el poeta,
con quien conversa el alma de las cosas
en son que lo fascina,
para quien tienen una voz secreta
las leves lamas grises y verdosas
que al brotar en la estatua alabastrina
del beso de los siglos son señales,
y a quien narran leyendas misteriosas
las sombras de las viejas catedrales.
Y, al ver el bronce austero
que sobre el alto pedestal evoca
al héroe invicto de la magna lucha,
una voz misteriosa que lo toca
en lo más hondo de su ser escucha
y en el amplio jardín detiene el paso.
Dice la voz de la ignorada boca
que en el fondo del alma le habla paso:
«¡Oh, mira el bronce, mira,
cuál se alza, en el íntimo reposo
de la materia inerte,
y qué solemne majestad respira
la estatua del coloso
vencedora del tiempo y de la muerte!
¡Que resuene tu lira
para decir que el viento de los siglos
-que al soplar al través de las edades
va tornando en pavesas
tronos, imperios, pueblos y ciudades-
se trueca en brisa mansa
cuando su frente pensativa besa!

«En la feraz llanura
vivió feliz el indio, cuya seca
momia por mano amiga sepultada,
duerme en el fondo de la cripta hueca
ha siglos olvidada.
A la orilla del lago
en donde el agua, cuando el sol se oculta
forja un paisaje tenebroso y vago,
ha siglos vino hispano aventurero
atravesando la maleza inculta
a abrevar el ligero
corcel, cansado del penoso viaje,
cuyas recias pisadas despertaron
los dormidos murmullos del follaje.

«¡Como sombras pasaron!
¿Quién sus nombres conserva en la memoria?
¡Cómo escapa, perdido
en las hondas tinieblas del olvido,
un pueblo al veredicto de la historia!
¡Cuántas generaciones olvidadas
hoy en las sombras de lo ignoto duermen,
a la fecunda tierra entremezcladas,
do el humus yace y se dilata el germen,
que no dejaron al pasar más huellas
con sus glorias, sus luchas y sus duelos,
que la que deja el pájaro que cruza
el azul transparente de los cielos!

«¡Cuántas! Y, en cambio, escucha:
¡Una sola, una sola
generación se engrandeció en la lucha
que redimió a la América Española!
Y legó a los poetas del futuro
más nombres que cantar, más heroísmos
que narrar a las gentes venideras
que astros guarda el espacio en sus abismos
y conchas tiene el mar en sus riberas.

«Cuenta la grande hazaña
de aquella juventud que, decidida,
en guerra abierta con la madre España,
ofrendó sangre, bienestar y vida;
canta las rudas épocas guerreras,
de luchas, los potentes paladines
de cuerpos de titán y almas enteras,
que de América esclava los confines,
desplegadas al aire las banderas
y al rudo galopar de sus bridones,
recorrieron, llamando a las naciones
con el bélico son de sus clarines.
Y en la oda potente
que en sus estrofas sonorosas cuente
el esfuerzo tenaz, la lidia dura,
que dieron libertad a un continente
y al hispano dominio sepultura,
haz surgir la figura
del Padre de la Patria, cuyas huellas
irradian del pasado
en el fondo sombrío,
como en las noches plácidas y bellas
Júpiter, coronado de centellas,
hace palidecer en el vacío
la lumbre sideral de las estrellas.

«No lo evoque tu acento
cuando el designio soberano toma
de redimir la América oprimida,
en la hora sublime y taciturna
en que pronuncia el grave juramento
de la cesárea Roma
en la desierta soledad nocturna;
no cuando, en el fragor de la batalla,
en sus ojos la idea
con eléctrico brillo centellea,
mientras que la metralla
y el bronco resonar de los cañones
y el ímpetu de rayo
de los americanos batallones,
pavor y angustia extrema
siembran en los deshechos escuadrones
de los nietos del Cid y de Pelayo;
no cuando la Victoria
como mujer enamorada sigue
el paso audaz de su corcel fogoso
que va a beber del Rímac en las ondas,
y se le entrega loca y lo persigue;
no cuando brinda opima
cosecha de placeres soberanos
a sus sentidos la opulenta Lima,
ni cuando el gran concierto
de un continente Padre le proclama
y "árbitro de la paz y de la guerra",
y su nombre la Fama
esparce a los confines de la tierra.
No, no le cantes en las horas buenas
en que, unido a los vítores triunfales,
vibró en su oído el son de las cadenas
que rompió de los tiempos coloniales:
cántalo en las derrotas,
en la escena de grave desaliento
en que sus huestes considera rotas
por las hispanas filas,
y perdida la causa sacrosanta,
y una lágrima viene a sus pupilas,
y la voz se le anuda en la garganta,
y recobrando brío,
y dominando el cuerpo que estremece
de la fiebre el sutil escalofrío,
grita "Triunfar".
       Y la tristeza exalta
de tenebrosa noche de septiembre
cuyos negros recuerdos nos oprimen,
en que la turba su morada asalta,
y femenil amor evita el crimen
infando... Y luego cuenta
las graves decepciones
que aniquilan su ser, las pequeñeces
de míseras pasiones
que, por el campo en que soñó abundante
cosecha ver, de sazonadas mieses,
van extendiendo míseras raíces
en torno, cual la yerba
que el vigor de los gérmenes enerva
y mata, al envolverlos en sus lazos.
Di su sueño más grande hecho pedazos.
Di el horror suicida
de la primer contienda fratricida,
en que, perdidos los ensueños grandes
de planes soberanos,
las colosales gradas de los Andes
moja sangre de hermanos.
¡Oh!, di cuando clarea
el misterioso panorama oscuro
que ofrece a sus miradas el futuro,
y con sus ojos de águila sondea
hasta el fin de los tiempos, y adivina
el porvenir de luchas y de horrores
que le aguarda a la América Latina.
Di las melancolías
de sus últimos días
cuando a la orilla de la mar, a solas
sus tristezas profundas acompaña
el tumulto verdoso de las olas.
¡Cuenta sus postrimeras agonías!
Otros canten el néctar
que su labio libó: di tú las hieles;
tú que sabes la magia soberana
que tienen las ruïnas
y al placer huyes y su pompa vana,
y en la tristeza complacerte sueles;
di en tus versos, con frases peregrinas
la corona de espinas
que colocó la ingratitud humana
en su frente, ceñida de laureles.
Y haz el poema sabio
lleno de misteriosas armonías,
tal que al decirlo purifique el labio
como el carbón ardiente de Isaías;
¡hazlo un grano de incienso
que arda, en desagravio
a su grandeza que a la tierra asombra,
y al levantarse al cielo un humo denso
trueque en sonrisa blanda
el ceño grave de su augusta sombra!
Deja que, al conmoverse cada fibra
de tu ser con las glorias que recuerdas,
en ella vibre un canto, como vibra
una nota melódica en las cuerdas
del teclado sonoro;
la débil voz levanta:
inmensa multitud formará el coro;
¡flota en la luz del sol, estrofa santa!
¡Vibrad, liras sonoras del espíritu!
¡Álzate, inspiración; poeta, canta!...»

«¡Oh no!, cuanto pudiera
(así en interno diálogo responde
del poeta la voz) el bronce augusto
sugerir de emoción grave y sincera
escrito está en la forma
que en clásico decir buscó su norma,
por quien bebió en la vena
de la robusta inspiración latina,
y apartando la arena
tomó el oro más puro de la mina
y lo fundió con cariñoso esmero,
y en estrofas pulidas cual medallas
grabó el perfil del ínclito guerrero...
¡Oh recuerdos de trágicas batallas!
¡Oh recuerdos de luchas y victorias!
¡No será nuestra enclenque generación menguada
la que entrar ose al épico palenque
a cantar nuestras glorias!
¡Oh siglo que declinas:
te falta el sentimiento de lo grande!
Calla el poeta y si la estrofa escande
huye la vasta pompa
y le da blando son de bandolinas
y no tañido de guerrera trompa.
¡Oh sacrosantos manes
de los que "Patria y Libertad" clamando
perecisteis en trágicas palestras:
más bien que orgullo, humillación sentimos
si vamos comparando
nuestras vidas triviales con las vuestras!
Somos como enfermizo descendiente
de alguna fuerte raza,
que expuestos en histórica vitrina
mira el escudo, el yelmo, la tizona
y la férrea coraza
que para combatir de Palestina
en la distante zona,
en la Cruzada, se ciñó el abuelo;
al pensar, baja la mirada al suelo,
con vergüenza sombría,
que si el arnés pesado revistiera
de aquél cuya firmeza y bizarría
en el campo feral causaba asombros,
bajo su grave peso cedería
la escasa resistencia de sus hombros...
¡Oh Padre de la Patria!
Te sobran nuestros cantos; tu memoria
cual bajel poderoso,
irá surcando el océano oscuro
que ante su dura quilla abre la historia
y llegará a las playas del futuro.
Junto a lo perdurable de tu gloria,
es el rítmico acento
de los que te cantamos,
cual los débiles gritos de contento
que lanzan esos niños, cuando en torno
giran del monumento;
mañana, tras la vida borrascosa,
dormirán en la tumba hechos ceniza,
y aún alzará a los cielos su contorno
el bronce que tu gloria inmortaliza.»

Dice el poeta, y tiende la mirada
por el amplio jardín, donde la brisa
que entre las flores pasa,
en los cálices frescos se perfuma,
y la luz matinal brilla y se irisa
de claros surtidores en la espuma;
Y do, bajo lo verde
de las tupidas frondas,
sobre la grama de la tierra negra,
loca turba infantil grita y se pierde
y la tristeza del lugar alegra
al agitarse en cadenciosas rondas,
forjando con las risas y los gritos
de las húmedas bocas encarnadas,
con las rizosas cabecitas blondas
y las frescas mejillas sonrosadas,
un idilio de vida sonriente
y de alegría fatua
al pie del pedestal donde, imponente,
se alza sobre el cielo transparente
la epopeya de bronce de la estatua.




ArribaAbajoJuntos los dos


Juntos los dos reímos cierto día...
       ¡Ay, y reímos tanto
que toda aquella risa bulliciosa
       se tornó pronto en llanto!

Después, juntos los dos, alguna noche,
       lloramos mucho, tanto,
que quedó como huella de las lágrimas
       un misterioso encanto.

Nacen hondos suspiros de la orgía
       entre las copas cálidas,
y en el agua salobre de los mares,
       se forjan perlas pálidas.




ArribaAbajoA veces cuando en alta noche


A veces, cuando en alta noche tranquila
sobre las teclas vuela tu mano blanca
como una mariposa sobre una lila
y al teclado sonoro notas arranca,
cruzando del espacio la negra sombra,
filtran por la ventana rayos de luna
que trazan luces largas sobre la alfombra,
y en alas de las notas, a otros lugares
vuelan mis pensamientos, cruzan los mares
y en gótico castillo donde en las piedras
musgosas por los siglos crecen las yedras,
puestos de codos ambos en tu ventana
miramos en las sombras morir el día
y subir de los valles la noche umbría
y soy tu paje rubio, mi castellana,
y cuando en los espacios la noche cierra,
el fuego de tu estancia los muebles dora,
y los dos nos miramos y sonreímos
mientras que el viento afuera suspira y llora.

¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan sus manos!




ArribaAbajo Poeta, di paso


¡Poeta, di paso
los furtivos besos!...

¡La sombra, los recuerdos! La luna no vertía
allí ni un solo rayo... Temblabas y eras mía.
Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso,
una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
el contacto furtivo de tus labios de seda...
La selva negra y mística fue la alcoba sombría...
En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda...
Filtró luz por las ramas cual si llegara el día,
entre las nieblas pálidas la luna aparecía...

       ¡Poeta, di paso
       los íntimos besos!

¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía!
En señorial alcoba, do la tapicería
amortiguaba el ruido con sus hilos espesos
desnuda tú en mis brazos, fueron míos tus besos;
tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,
tus cabellos dorados y tu melancolía
tus frescuras de virgen y tu olor de reseda...
Apenas alumbraba la lámpara sombría
los desteñidos hilos de la tapicería.

       ¡Poeta, di paso
       el último beso!

¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía!
El ataúd heráldico en el salón yacía,
mi oído fatigado por vigilias y excesos
sintió como a distancia los monótonos rezos.
Tú, mustia, yerta y pálida entre la negra seda,
la llama de los cirios temblaba y se movía,
perfumaba la atmósfera un olor de reseda,
un crucifijo pálido los brazos extendía
¡y estaba helada y cárdena tu boca que fue mía!




ArribaAbajoNocturno



I

                                       Una noche,
una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de músicas de älas,
                                       una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda, muda y pálida,
    como si un presentimiento de amarguras infinitas
    hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
    por la senda que atraviesa la llanura florecida
       caminabas.
       Y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
                                       y tu sombra
                                       fina y lánguida,
                                        y mi sombra
                    por los rayos de la luna proyectadas,
                                        sobre las arenas tristes
                                        de la senda se juntaban.
                                        Y eran una
                                        y eran una
                              y eran una sola sombra larga
                              y eran una sola sombra larga
                              y eran una sola sombra larga...


II

                                        Esta noche,
                                        solo, el alma
       llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
       separado de ti misma por el tiempo, por la tumba y la distancia,
                                        por el infinito negro
                                        donde nuestra voz no alcanza,
                                        mudo y solo,
                                        por la senda caminaba...
                    Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
                                        a la luna pálida,
                                        y el chillido
                                        de las ranas...
                    Sentí frío; era el frío que tenían en tu alcoba
                    tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
                                        entre las blancuras níveas
                                        de las mortuorias sábanas,
                    era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte
                                        era el frío de la nada,
                                        y mi sombra,
                    por los rayos de la luna proyectada,
                                        iba sola
                                        iba sola
                    iba sola por la estepa solitaria,
                                        y tu sombra esbelta y ágil,
                                        fina y lánguida,
                    como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de murmullos, de perfumes y de músicas de älas,
                    se acercó y marchó con ella
                    se acercó y marchó con ella...
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!...
¡Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de lágrimas!...




ArribaAbajo Obra humana


En lo profundo de la selva añosa
donde una noche, al comenzar de mayo,
tocó en la vieja enredadera hojosa
de la pálida luna el primer rayo,

pocos meses después la luz de aurora
del gas en la estación iluminaba
el paso de la audaz locomotora
que en el carril durísimo cruzaba.

Y en donde fuera en otro tiempo el nido,
albergue muelle del alado enjambre,
pasó por el espacio un escondido
telegrama de amor, por el alambre.




ArribaAbajoArs


El verso es vaso santo. Poned en él tan sólo
       un pensamiento puro,
en cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes
como burbujas de oro de un viejo vino oscuro.

Allí verted las flores que en la continua lucha
       ajó del mundo el frío,
recuerdos deliciosos de tiempos que no vuelven,
y nardos empapados en gotas de rocío...

Para que la existencia mísera se embalsame,
    cual de una esencia ignota
quemándose en el fuego del alma enternecida,
de aquel supremo bálsamo basta una sola gota.




ArribaAbajoVejeces


Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
sin voz y sin color, saben secretos
de las épocas muertas, de las vidas
que ya nadie conserva en la memoria,
y a veces a los hombres, cuando inquietos
las miran y las palpan, con extrañas
voces de agonizante dicen, paso,
casi al oído, alguna rara historia
que tiene oscuridad de telarañas,
son de laúd y suavidad de raso.
Colores de anticuada miniatura,
hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
cincelado puñal; carta borrosa,
tabla en que se deshace la pintura
por el tiempo y el polvo ennegrecida;
histórico blasón, donde se pierde
la divisa latina, presuntuosa,
medio borrada por el liquen verde;
misales de las viejas sacristías;
de otros siglos fantásticos espejos
que en el azogue de las lunas frías
guardáis de lo pasado los reflejos;
arca, en un tiempo de ducados llena,
crucifijo que tanto moribundo
humedeció con lágrimas de pena
y besó con amor grave y profundo;
negro sillón de Córdoba; alacena
que guardaba un tesoro peregrino
y donde anida la polilla sola;
sortija que adornaste el dedo fino
de algún hidalgo de espadín y gola;
mayúsculas del viejo pergamino;
batista tenue que a vainilla hueles;
seda que te deshaces en la trama
confusa de los ricos brocateles;
arpa olvidada que, al sonar, te quejas;
barrotes que formáis un monograma
incomprensible en las antiguas rejas,
¡el vulgo os huye, el soñador os ama
y en vuestra muda sociedad reclama
las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
con esencias fantásticas y añejas
y nos lleva a lugares halagüeños
en épocas distantes y mejores;
por eso a los poetas soñadores
les son dulces, gratísimas y caras
las crónicas, historias y consejas,
las formas, los estilos, los colores,
las sugestiones místicas y raras
y los perfumes de las cosas viejas.




ArribaAbajoResurrecciones


       Como Naturaleza,
cuna y sepulcro eterno de las cosas,
el alma humana tiene ocultas fuerzas,
silencios, luces, músicas y sombras.

       Sobre una eterna esencia,
pasos inestables de caducas formas
y senos ignorados
de la vida y la muerte se eslabonan.

       Nacen follajes húmedos
de cuerpos descompuestos en las fosas,
adoraciones nuevas
de los altares en las aras rotas.




ArribaAbajoTaller moderno


Por el aire del cuarto, saturado
de un olor de vejeces peregrino,
del crepúsculo el rayo vespertino
va a desteñir los muebles de brocado.

El piano está del caballete al lado
y de un busto del Dante el perfil fino,
del arabesco azul de un jarrón chino,
medio oculta el dibujo complicado.

Junto al rojizo orín de una armadura,
hay un viejo retablo donde, inquieta,
brilla la luz, del marco en la moldura,

y parecen clamar por un poeta
que improvise del cuarto la pintura
las manchas de color de la paleta.




ArribaAbajo Un poema


Soñaba en ese entonces en forjar un poema,
de arte nervioso y nuevo obra audaz y suprema,

escogí entre un asunto grotesco y otro trágico
llamé a todos los ritmos con un conjuro mágico

y los ritmos indóciles vinieron acercándose,
juntándose en las sombras, huyéndose y buscándose,

ritmos sonoros, ritmos potentes, ritmos graves,
unos cual choques de armas, otros cual cantos de aves,

de Oriente hasta Occidente, desde el Sur hasta el Norte
de metros y de formas se presentó la corte.

Tascando frenos áureos bajo las riendas frágiles
cruzaron los tercetos, como corceles ágiles;

abriéndose ancho paso por entre aquella grey,
vestido de oro y púrpura llegó el soneto rey,

y allí cantaron todos... Entre la algarabía,
me fascinó el espíritu, por su coquetería,

alguna estrofa aguda que excitó mi deseo
con el retintín claro de su campanilleo.

Y la escogí entre todas... Por regalo nupcial
le di unas rimas ricas, de plata y de cristal.

En ella conté un cuento, que huyendo lo servil
tomó un carácter trágico, fantástico y sutil,

era la historia triste, desprestigiada y cierta
de una mujer hermosa, idolatrada y muerta,

y para que sintieran la amargura, exprofeso
junté sílabas dulces como el sabor de un beso,

bordé las frases de oro, les di música extraña
como de mandolinas que un laúd acompaña,

dejé en una luz vaga las hondas lejanías
llenas de nieblas húmedas y de melancolías,

y por el fondo oscuro, como en mundana fiesta
cruzan ágiles máscaras al compás de la orquesta,

envueltas en palabras que ocultan como un velo,
y con caretas negras de raso y terciopelo,

cruzar hice en el fondo las vagas sugestiones
de sentimientos místicos y humanas tentaciones...

Complacido en mis versos, con orgullo de artista,
les di olor de heliotropos y color de amatista...

Le mostré mi poema a un crítico estupendo...
Y lo leyó seis veces y me dijo: ¡no entiendo!




ArribaAbajo Paisaje tropical


Magia adormecedora vierte el río
en la calma monótona del viaje
cuando borra los lejos del paisaje
la sombra que se extiende en el vacío.

Oculta en sus negruras el bohío
la maraña tupida y el follaje
semeja los calados de un encaje
al caer del crepúsculo sombrío.

Venus se enciende en el espacio puro,
la corriente dormida una piragua
rompe en su viaje rápido y seguro

y con sus nubes el poniente fragua
otro cielo rosado y verdeoscuro
en los espejos húmedos del agua.

Abril, 1895




ArribaAbajoLázaro


¡Ven, Lázaro!, gritole
el Salvador, y del sepulcro negro
el cadáver alzose entre el sudario,
ensayó caminar, a pasos trémulos,
olió, palpó, miró, sintió, dio un grito
       y lloró de contento.

Cuatro lunas más tarde, entre las sombras
del crepúsculo oscuro, en el silencio
del lugar y la hora, entre las tumbas
de antiguo cementerio,
Lázaro estaba, sollozando a solas
       y envidiando a los muertos.




ArribaAbajo Luz de luna


Ella estaba con él... A su frente
       pensativa y pálida,
penetrando al través de las rejas
       de antigua ventana,
de la luna naciente venían
                                        los rayos de plata.
Él estaba a sus pies, de rodillas,
       perdido en las vagas
visiones que cruzan en horas felices
                                        los cielos del alma.
Con las trémulas manos asidas,
con el mudo fervor de los que aman,
palpitando en los labios los besos,
                                        entrambos hablaban
                                        el lenguaje mudo
                                        sin voz ni palabras
que en momentos de dicha suprema
tembloroso el espíritu habla...
El silencio que crece... la brisa
       que besa las ramas,
dos seres que tiemblan, la luz de la luna
       que el paisaje baña,
¡Amor, un instante detén allí el vuelo,
murmura tus himnos de triunfo y recoge las alas!
Unos meses después, él dormía
                                        bajo de una lápida
el último sueño de que nadie vuelve,
el último sueño de paz y de calma.
                                        Anoche, una fiesta
con su grato bullicio animaba
de ese amor el tranquilo escenario.
¡Oh burbujas del rubio champaña!
¡Oh perfume de flores abiertas!
¡Oh girar de desnudas espaldas!
¡Oh cadencias del valse que mueve
torbellinos de tules y gasas!
Allí estuvo, mas linda que nunca,
por el baile tal vez agitada
se apoyó levemente en mi brazo,
       dejamos las salas
y un instante después penetramos
                                        en la misma estancia
que un año antes no más la había visto
temblando callada,
cerca de él...
       ...Amorosos recuerdos,
                                        tristezas lejanas,
cariñosas memorias que vibran
                                        como sones de arpa,
                                        tristezas profundas
del amor que en sollozos estallan,
                                        presión de sus manos,
                                        son de sus palabras,
                                        calor de sus besos,
¿Por qué no volvisteis a su alma?...
A su pecho no vino un suspiro,
a sus ojos no vino una lágrima
ni una nube nubló aquella frente
                                        pensativa y pálida
y, mirando los rayos de luna
que a través de la reja llegaban,
murmuró con su voz, donde vibran
como notas y cantos y músicas de campanas vibrantes de plata:
                                        ¡Qué valses tan lindos!
                                        ¡Qué noche tan clara!

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