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Poesía. Selección

José Antonio Porcel y Salablanca



     [Nota preliminar: edición digital a partir de la de Leopoldo Augusto de Cueto, Poemas líricos del siglo XVIII, I, Madrid, Atlas, 1952, pp. 171-173, y cotejada con la edición crítica de Rogelio Reyes Poesía española del siglo XVIII, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 88-98, cuya consulta recomendamos.]







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Epitafio a una perrita llamada Armelinda

                               ArribaAbajoBajo de este jazmín yace Armelinda ,
perrita toda blanca, toda linda,
delicias de su ama,
que aún hoy la llora; llórala su cama,
la llora el suelto ovillo, 5           
como el arrebujado papelillo
con que jugaba; llórala el estrado,
y hasta el pequeño can del firmamento,
de Erígone olvidado,
muestra su sentimiento. 10
Solamente la nieve se ha alegrado,
pues si yace Armelinda en urna breve,
ya no hay cosa más blanca que la nieve.


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Fábula de Alfeo y Aretusa

                               ArribaAbajoCanto el amor del despreciado Alfeo ,
cuyas quejas dulcísimas, dolientes,
por las amargas ondas de Nereo
aún oyen de Aretusa las corrientes.
Pues tú, délfico dios, otro deseo 5           
siguiendo vas con círculos lucientes,
haz que en estas mis cláusulas sonoras
yo me corone del desdén que lloras.
   Tú, de Arellano honor, Mecenas mío,
que aman las Musas y prohija Astrea, 10
que el caudaloso Betis, patrio río,
lleno de lustres saludar desea;
este mi ocio escucha, si es que fío
lo grave dividir de tu tarea;
logre yo tus favores entre tanto 15
que los desdenes de Aretusa canto.
   Del dios rey de las aguas hija era
ninfa de Acaya, a quien la esquiva diosa,
cuando desde el Eurota va a su esfera,
deja el dominio de la selva umbrosa, 20
que en la tropa de Oréades ligera,
siendo la más gentil, la más hermosa,
aun ausente de Febo la alta hermana,
no desean las selvas a Diana.
   No ilustró del Taigeto la escabrosa 25
cumbre ninfa más bella, pues la frente
en cada estrella vence luminosa
los ojos, que abre al cielo transparente;
de cuanto en sus mejillas mezcla hermosa
hizo con el jazmín, clavel ardiente, 30
queda uno, que en dos hojas se señala,
que encierra perlas, y ámbares exhala.
   Bajando al pecho de su blanco cuello,
mucha nieve en dos partes dividía,
sobre cuyo candor suelto el cabello, 35
las hebras de oro el viento confundía;
así inunda de rayos el sol bello,
nevado escollo al despuntar del día;
de sus manos, en fin, son los albores
incendios de cristal, hielos de ardores. 40
   Ésta, de Venus inmortal desdoro,
dejándole a la espalda el peso leve
del ebúrneo carcaj y flechas de oro,
éstas ajusta al arco, que las mueve;
penetra el bosque, y el errante coro 45
cede al aplauso que a Aretusa debe,
porque usurpa a las glorias de Atalanta
lo cierto el tiro, lo veloz la planta.
   Igualmente partiendo su carrera,
el sol las blancas horas encendía, 50
cuando Aretusa, que corrió ligera
los arduos montes y la selva umbría,
fatigada desciende a la ribera,
y en su encendida nieve permitía
que en más bello cenit, con más auroras, 55
el sol hiciese las ardientes horas.
   Por laberinto de álamos frondoso,
de verdes sauces por estancia amena,
profundo un río corre silencioso,
o se desliza con quietud serena; 60
de éste un remanso advierte delicioso,
que no le esconde la menuda arena,
pues contaba en sus senos transparentes
uno a uno sus cálculos lucientes.
   La calurosa ninfa, que procura 65
término a sus afanes deseado,
solícita registra la espesura,
por si alguno la advierte Acteón osado;
la soledad el sitio le asegura,
y habiendo sus despojos confiado 70
de un sauce, dio al cristal el blanco bulto,
donde quedó cubierto, mas no oculto.
   En el claro remanso, no lasciva,
o se abate, o se eleva, o se recrea,
pareciendo en la espuma fugitiva 75
segunda de las ondas Citerea;
sus brazos (blancos remos, en que estriba)
cortan las aguas, y si lisonjea
el viento de sus hebras el tesoro,
bajel es de marfil, con velas de oro. 80
   En hondas grutas de cristal luciente
el dios Alfeo, entonces sosegado,
oye turbar sus aguas, y la frente
alzó, de verdes cañas coronado;
mira la blanca ninfa, mira, y siente 85
dulces incendios en su pecho helado;
y suspensos sus rápidos cristales,
así siente su amor, así sus males:
   «Si piensas, ninfa bella, que no dura
un instantáneo amor, y excusas fiera 90
el bien que me promete esta ventura,
para crecer, amor tiempos no espera.
Si el ver y el adorar una hermosura
son dos cosas, ninguna es la primera;
yo te vi, yo te amé, y otros amantes 95
no te adoraron más, te amaron antes.
   »Calurosa y cansada, tus fatigas
recibieron benignas mis arenas;
dulcemente en mis aguas ya mitigas
el calor y el cansancio, y no mis penas; 100
ya que en mi propia urna tú me obligas
a beber el veneno que en mis venas
arde, reciproquemos los favores:
mitiguen tus cristales mi ardores.
   »Dueño soy (si soy tuyo ¡qué fortuna!) 105
de cuanto engendra la ribera amena;
mil arroyuelos desde su alta cuna
bajan su plata a mi dorada arena;
contémplase en mí el sol, la errante luna
aun no se mueve en mi quietud serena; 110
mas ¿para qué numero bienes tales,
si ya sólo soy dueño de mis males?»
   Dice; y lascivo apenas se adelanta,
cuando ella de sus ondas se le exime
intrépida, fiando a veloz planta 115
nobles defensas, que el amante gime;
mas, como aunque a Aretusa en fuga tanta
alas preste el desdén, nunca reprime
sus esfuerzos Amor, que es dios alado,
vuela ella esquiva, y él enamorado. 120
   «Aguarda, espera», dice; «oh ninfa, tente.
¡Oh si el amor un muro te opusiera!
Teme de áspid dormido el mortal diente,
cuando no el pomo de oro en tu carrera;
más ¡ay de mí! que ni el metal luciente, 125
ni el veneno mortal te suspendiera,
pues no detuvo ya tu pie divino
mi pena más mortal, mi amor más fino».
   Sorda Aretusa, y más veloz que el viento,
huye, y el dios, que en vano ya la nombra, 130
tanto se adelantó en su seguimiento,
que una vez abrazó la amada sombra;
del fatigado pecho el recio aliento
el tierno oído de la ninfa asombra;
y como el dios acuoso la seguía,
creyó que húmedo el austro la impelía. 135
   Así afligida con el riesgo instante
la casta compañera de Diana,
contra el esfuerzo del insano amante,
a su deidad apela soberana.
«Oh diosa», dice, «si guardé constante 140
tus santas leyes, y si aplausos gana
tu decoro, defiende de este impío
mi honor por tuyo, cuando no por mío».
   La diosa, conmovida al justo lloro,
de opaca y densa niebla rodeada, 145
la oculta, y luego la madeja de oro
corre en hilos de plata liquidada;
no de coral, de aljófar es tesoro
la sangre de las venas desatada,
y al deshacerse en los cristales puros, 150
bullen la blanda carne y huesos duros.
   Entre tanto, cual dando vueltas ciento,
en alta noche el can infiel dormido,
a espacioso redil el lobo hambriento
aúlla, y crece el mísero balido; 155
tal gira en tornos, firme aún en su intento,
la opuesta nube el dios; y más rendido,
por si su ingrata bella aún no se excusa,
«¡oh mi Aretusa», clama, «oh mi Aretusa!»
   Desató el viento, en fin, la niebla fría, 160
dejando en descubierto al triste Alfeo,
fuente ya, a aquella por quien su porfía
torpes delicias prometió al deseo.
Vuelve a sus aguas, nunca a su alegría;
aunque, por corto de su dicha empleo, 165
le conceden que junte en su corriente
de su amada Aretusa con la fuente.


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Acteón y Diana

                               ArribaAbajoAquella que nos informa ,
que aunque tres formas vistió,
no querrá un hombre, y que no
será de ninguna forma;
   pues si bien Plutón de un cuerno 5           
la llevó por su querida,
de estos casados la vida
vino a ser luego un infierno;
   con quien de amoroso empeño
no hay quien acordarse cuente, 10
y aun Endimión solamente
se acuerda como por sueño;
   hija de Jove (un borracho)
y Latona, que parió una
muchacha como una luna, 15
y como un sol un muchacho;
   fatigada ésta del uso
de las flechas un verano,
pues siendo menor su hermano,
a abochornarla se puso, 20
   viendo entre unas espesuras
que un mudo remanso había,
tan claro, que le decía
a cualquiera dos frescuras,
    dijo:«En bañarme convengo; 25
ninfas, presto, a desnudarme,
que, aunque casta, he de limpiarme,
pues soy leona y manchas tengo.»
   Desnudas todas, se fragua
el baño, y aunque temían 30
si desnudas las verían,
echaron el pecho al agua.
   Y cuando en las aguas mudas
las faltas que desmentían
vestidas, las descubrían 35
como verdades desnudas,
   Acteón, hijo de Aristeo
y Autónoe, llegó cazando
a la fuente, adivinando
que allí habría un buen ojeo. 40
   Aquí fue la fiesta brava,
aquí el chillar, y agua echarle,
pero el gato, al zapearle,
a la carne se acercaba.
   «Vanos son esos trabajos, 45
ninfas», dice; «no gritéis,
ni vuestros tiples me alcéis,
que yo busco vuestros bajos.
   »Mi brazo es de todas mangas,
por feas no os aflijáis, 50
que yo, porque lo sepáis,
también suelo cazar gangas.
   »Porque vea, no hayas pena,
Diana, tus cuartos menguantes,
que mis cuartos son bastantes 55
para hacerte luna llena.
   »Que seas casta no contrasta
lo que a tu honor es debido,
porque lo que yo te pido
cosa es que te deja casta.» 60
   Diana con ojos severos
dice: «No te gloriarás,
pues si en carnes visto me has,
yo haré te vean en cueros.»
   «Y pues de verme los yerros 65
te tengo de castigar,
eso que me quieres dar
guárdalo para los perros»,
   dijo, y cornudo venado
lo hizo; pero, si hacer pudo 70
la que dio en casta un cornudo,
¿qué no hará la que no ha dado?
   Huyendo, pues, por los cerros
sus perros, que lo encontraron,
fieles lo despedazaron, 75
con que murió dado a perros.
   Para cofres recogieron
el cuero, y a la cabeza
enterrada esta simpleza
o esta discreción pusieron: 80
   «Hombres bobos, que al ver una hermosura,
le entregáis las potencias y sentidos,
y aun poseéis las dichas, entendidos
estad en que la dicha no es segura.
   »Acteón escarmientos os procura; 85
que a una casta deidad (si ennoblecidos
deben los riesgos ser apetecidos)
dio un sentido, y ya llora su locura.
   »Sólo en la vista tuvo su delicia,
y se vio, cual lo ves, muerto, deshecho, 90
bruto y con astas; pero no lo dudo,
   »pues cualquiera mujer que se codicia
(sea la mejor), lo deja a un hombre hecho
un pobre, un bruto, y lo peor, cornudo.»


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Soneto

Enviando unos dulces a una dama, que no gustaba de otros versos que los de Garcilaso, en ocasión de hallarse indispuesta

                               ArribaAbajoCerca del Dauro, en soledad, amena ,
con tu memoria, oh Julia, divertía
los males de mi triste fantasía,
de cuyo bien la ausencia me enajena.
   Cuando por nuevo susto, nueva pena... 5           
Ya no quiero más culto, Julia mía,
digo en pluma corriente; que ayer día
me dijeron que no quedabas buena;
   que era el mal, resfriado, y yo en tal caso
almendras te receto, confitadas; 10
prendas son de mi afecto en nada escaso,
   y con motivo de tu mal buscadas;
cómetelas, y di, con Garcilaso:
¡oh dulces prendas, por mi mal halladas!
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