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210

MAQQARI, II, 272. (N. del A.)



 

211

Hubo también reyes o estados independientes en Denia, Algeciras, Carmona, Ronda, Arcos, Huelva, Silves, Alpuente, Niebla y Morón. La historia de este período, desde la caída del califato de Córdoba hasta que los almorávides conquistaron la España muslímica, historia que comprende casi todo el siglo XI, está escrita de un modo muy interesante y ameno por Dozy, en todo el tomo IV y último de su Histoire des musulmans d'Espagne.

Dice Schack, en una nota, que cuando escribió esta parte del trabajo que vamos traduciendo, aún no había dado Dozy a la estampa dicho tomo IV, publicado, con todo, en 1861, mientras que la obra de Schack sólo apareció en 1865. Sea como quiera, Schack añade que las noticias que da sobre la vida de los príncipes abbadidas las ha tomado directamente de varios escritores árabes, y que sólo son suficientes para servir de cuadro a sus poesías, remitiendo al lector que desee informarse mejor de los sucesos de aquella época, a la ya mencionada y famosa obra de Dozy.

Como esta obra, al menos que yo sepa, aún no está traducida al castellano, y como los sucesos que en ella se refieren interesan más a los españoles que a los alemanes, no podré excusarme de ilustrar a veces con una breve nota, tomada de Dozy, lo que Schack dice en este capítulo.

La época en que vivieron los abbadidas es en extremo interesante y curiosa por la mezcla extraña que hubo en ella de barbarie y de cultura refinada, de libertad de pensar y escribir y de tiranía feroz, de irreligiosidad y superstición, de ciencia y de ignorancia. Los reyes y príncipes eran poetas, filósofos, eruditos, y al mismo tiempo solían ser los más sanguinarios tiranos, ebrios de vino y de sangre y haciendo con frecuencia ellos mismos, con singular deleite, el papel de verdugos. Badis, rey de Granada, mataba casi siempre él mismo a los personajes más notables a quienes condenaba a muerte. (N. del T.)



 

212

IBN JALLIKAN, Loci de Abbadidis, ed. Dozy, 220.- La soberanía del falso Hišam fue reconocida por Abd al-Aziz, rey de Valencia, por Muyahid, rey de Denia y las Baleares, y por el príncipe de Tortosa. Aunque el presidente de la república que se había formado en Córdoba no se dejó engañar por el fingido califa, tuvo que ceder al deseo y entusiasmo de sus conciudadanos y hacer juramento de fidelidad y vasallaje a Hišam II, si bien más tarde logró convencer a los cordobeses de la impostura y recobrar la independencia. Los reyes de Almería y de Granada, gobernados por dos validos eminentes, el árabe Ibn Abbas y el judío Samuel, no reconocieron tampoco al falso califa, y hubieran sido los más terribles enemigos de los abbadidas, si no se hubiesen destruido entre sí con continuas y feroces guerras. (N. del T.)



 

213

IBN JALDUN, Historia de los berberiscos, II, 74.

Dozy refiere este suceso algo diversamente. Al-Mutadid no fue hecho prisionero en Arcos, sino que voluntariamente fue allí a visitar a Ibn Nuh, y después fue a Ronda, donde también se fió del caudillo bereber que allí dominaba. En Ronda, después de haber bebido mucho en un convite, o se quedó dormido o más bien fingió dormirse, y entonces oyó que los bereberes trataban de matarle. Muadh Ibn Abi Qurra, pariente del señor de Ronda, se opuso a esta traición y logró convencerlos de que no la hiciesen. Este Muadh, y no Ibn Nuh, fue, pues, el que se salvó, por el agradecimiento de al-Mutadid, de morir sofocado en la sala de baño. Los demás príncipes perecieron. Al-Mutadid hizo cortar y embalsamar las cabezas y las guardó en un cofre precioso. (N. del T.)



 

214

Loci de Abbadidis, I, 243.- Abd al Wahid, 76.- Otras calaveras de enemigos sirvieron a al-Mutadid como de tiestos o de macetas, donde hizo plantar flores. Al-Mutadid, con todo, se creía clemente y dulce de condición. En una de sus poesías ha dicho:«Dios mío, si quieres que los mortales sean dichosos, permite que yo reine sobretodos los árabes y sobre todos los bárbaros. Siempre he seguido el buen camino. Nunca he tratado a mis súbditos sino como conviene a un príncipe generoso y magnánimo», etc. (N. del T.)



 

215

Esta composición y las que siguen están tomadas de El collar de oro, de Ibn Jaqam, recientemente publicado en París. (N. del A.)



 

216

IBN JALLIKAN. (N. del A.)



 

217

Rumaykiyya, que así también se llamaba Itimad, fue tan amada de su marido como cordialmente detestada de los alfaquíes, que no hablaban sino con un santo horror de esta alegre y graciosa sultana. La consideraban como el mayor obstáculo a la conversión de su marido, sin cesar arrastrado por ella, según afirmaban, en un torbellino de fiestas y deleites. Si las mezquitas estaban desiertas, Rumaykiyya tenía la culpa; pero Rumaykiyya, aturdida y poco previsora, se burlaba de los sermones de los alfaquíes, que más tarde le fueron tan terribles adversarios, conjurándose contra su marido y contra los otros príncipes españoles, y facilitando al emperador de los almorávides el que se enseñorease de toda la España musulmana. (N. del T.)



 

218

La misma historia, y casi en idénticos. términos, viene ya contada en el Libro de Patronio o Conde Lucanor, del infante D. Juan Manuel, enxemplo XXX. La historia concluye: «Et otro día, por otra cosa que se te antojó, comenzó a llorar, et el rey preguntole por qué lo facia, et ella dijo que como non llorara que nunca ficiera el rey cosa por le facer placer; et el rey, veyendo que pues tanto habia fecho por le facer placer et por cumplir su talante, que ya non sabía qué pidiese, díjole una palabra que se dice en algarabía desta manera: Ahua le nahrat-tin, que quiere decir: ¿et non el día del lodo? Como diciendo que, pues las otras cosas olvidaba, que non debía olvidar el lodo quél ficiera por le facer placer». En el Conde Lucanor se llama a la reina Rumaykiyya, que así también se llamaba, y al rey Abenabet, esto es, Muhammad Ibn Abd al-Mutamid al-Allah. (N. del T.)



 

219

En el dístico, dice Schack, en nota, que hay en arábigo un juego de palabras intraducible. Yo dudo que, aun traducido el juego de palabras, sea el dístico, así como las coplas anteriores, más que una puerilidad; pero estos y otros ejemplos pintan las costumbres, la cultura, los pasatiempos y el modo que tenían de mostrar su agudeza los árabes españoles de aquel tiempo. Claro está que estas cosas no tienen para nosotros el menor valor literario; sólo por su valor histórico se citan. (N. del T.)



 
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