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220

En ésta y en las demás introducciones se ha suprimido mucho de la pompa superabundante del texto arábigo. (N. del A.)



 

221

Ya hemos dicho repetidas veces que gran parte del mérito de estas poesías arábigas, según el testimonio de los que conocen la lengua en que se escribieron, consiste en la estructura, en el primor, en el atildamiento y elegancia del estilo y de la frase. Así es que, traducidas, pierden mucho y no se comprende el entusiasmo que causaban. Al-Mutamid fue siempre considerado como un egregio poeta y admirado hasta de los beduinos, que en punto a idioma y a poesía pasaban por jueces más competentes y más severos que los moradores de las ciudades. De esta poesía que acabamos de traducir, y de otras del mismo autor, cuenta Dozy que, recitadas una noche por un viajero andaluz en un campamento de beduinos lakhmitas, produjeron el mayor entusiasmo.

Apenas el viajero acabó de recitarlas, se levantó la tela de la tienda en que se hallaba, y un hombre, en cuyo aspecto venerable se conocía que era el jefe de la tribu, se presentó a sus ojos, y le dijo con aquella pureza de acento y aquella elegancia de dicción que ha hecho siempre famosos a los beduinos, y en las que cifran tanto orgullo:

-Dime, ciudadano a quien Dios bendiga, ¿de quién son esos poemas, límpidos como un arroyo, frescos como césped recién regado por la lluvia, tiernos y suaves como la voz de una doncella de áurea gargantilla, y vigorosos y sonoros como el grito de un camello joven?

-Son de un rey que ha reinado en Andalucía y que se llama Ibn Abbad, respondió el viajero.

-Supongo, replicó el jefe, que ese rey reinaría sobre una pequeña extensión de territorio y que, por consiguiente, podía consagrar todo su tiempo a la poesía; porque quien tiene otras ocupaciones, no tiene vagar para componer versos como ésos.

-No era así en este caso: el rey reinaba sobre un gran pueblo.

-¿Y me puedes decir a qué tribu pertenecía?

-Sí: a la tribu de Lakhm.

-¿Qué dices? ¿Era lakhmita? Entonces era de mi tribu.

Y lleno de júbilo por haber descubierto una nueva gloria de su tribu, se puso a gritar con voz de trueno.

-¡Sus, gente de mi tribu! ¡Alerta, alerta!

En un instante estuvieron todos de pie rodeando a su caudillo.

Entonces éste rogó al viajero que recitase otra vez las mismas poesías, las cuales fueron admiradas de todos con no menor entusiasmo; pero el placer y el orgullo de los beduinos llegaron al último punto cuando supieron que el autor era lakhmita; montaron a caballo, hicieron una brillante fantasía, y colmaron de presentes y de bendiciones al viajero que les había recitado los cantares del admirable rey poeta, a quien apellidaban todos primo. (N. del T.)



 

222

A pesar de su entrañable amor a Itimad, tuvo al-Mutamid otras muchas queridas, a quienes compuso versos; siendo las más famosas La Perla, la Luna y la Bien amada.

No llegó, con todo, hasta el extremo de su padre, al-Mutadid, de quien se refiere que llegó a tener hasta ochocientas concubinas. (N. del T.)



 

223

Script. arab., II, 122.- ABD AL-WAHID, 90. (N. del A.)



 

224

Lo que Dozy refiere es que un judío, llamado Ibn Jalid, fue a cobrar el tributo de parte de Alfonso VI, y que, como le pagasen en moneda baja de ley, dijo que no tomaría sino oro puro, y que al año siguiente ya no se contentaría sino con fortalezas. Furioso al-Mutamid de la insolencia del judío, hizo que le crucificasen. Los caballeros cristianos que acompañaban al judío fueron encerrados en una mazmorra. Alfonso VI los rescató, dando por ellos la plaza de Almodóvar, pero en seguida se puso en campaña para vengar; aquel insulto, taló y asoló las tierras de al-Mutamid, se llevó mucho botín y cautivos, sitió a Sevilla durante tres días, y llegó hasta Tarifa, en cuya playa metió su caballo en el mar hasta la cincha, exclamando: «Este suelo es el último confín de España, y yo le he tocado». Luego se volvió contra Toledo, que no había conquistado aún. (N. de T.)



 

225

ABD AL-WAHID, 70. (N. del A.)



 

226

Esto es según Abd al-Wahid, 90. Otros autores dicen que al-Mutamid se limitó a mandar a Yusuf una embajada. Dozy asegura que los autores que suponen que al-Mutamid pasó a África, confunden la primera expedición de Yusuf con la segunda. En esta ocasión fueron a África a pedir socorro a Yusuf, en nombre de sus respectivos soberanos, Abu Bakr Ibn Zaydun, visir de al-Mutamid, y los cadíes de Badajoz, Córdoba y Granada. (N. del T.)



 

227

A lo que parece, no fue imprevisor al-Mutamid, sino que el celo de su religión pudo más que sus recelos. Se cuenta que su hijo al-Rašid le representó lo peligroso que era llamar a los almorávides. Al-Mutamid respondió: «Todo eso es verdad, pero no quiero que en las edades futuras me acusen de haber sido la causa de que la Andalucía caiga en poder de los infieles; no quiero que mi nombre sea maldito en todos los púlpitos musulmanes. Si es menester elegir, prefiero ser camellero en África que porquerizo en Castilla». (N. del T.)



 

228

AL-KARTAS, 96. (N. del A.)



 

229

ABBADIDA, II, 40. (N. del A.)



 
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