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Crónica del Santo rey D. Fernando, Salamanca, 1540, cap. LXX. (N. del A.)



 

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Ya se comprende que Schack, hablando en general resumen de la arquitectura arábiga, no puede detenerse a describir circunstanciadamente todos los monumentos que de este género hay en España, sobre todo cuando no son, de seguro, del tiempo de la dominación musulmana, sino posteriores a la reconquista; esto es, construidos por musulmanes sometidos a los cristianos. Se da a este estilo, que tiene caracteres propios, el nombre de estilo mudéjar, y a él pertenecen casi todos los edificios por el gusto arábigo que aún en Toledo subsisten. Así, por ejemplo, Santa María la Blanca, antigua sinagoga, el Tránsito, o San Benito, que fue otra sinagoga, construida por el famoso Samuel Leví, valido del rey D. Pedro, la Casa de la Mesa, San Román y el palacio de Don Diego. Otros edificios, como las puertas del Sol y de Visagra, son tal vez del tiempo de la dominación mahometana. Todo lo describe con grande esmero y saber el Sr. Amador de los Ríos en su Toledo pintoresca, a la que remitimos a nuestros lectores. (N. del T.)



 

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Conforme en esto con Schack el Sr. Amador de los Ríos, no hay apenas en Toledo un solo monumento, fuera de la ermita del Cristo de la Luz, que se atreve a calificar resueltamente como del tiempo de la dominación musulmana, por más que en muchos haya inscripciones arábigas con versículos del Corán, que los piadosos arquitectos muslimes inscribían, a pesar de ser cristianos los que mandaban construir los edificios. (N. del T.)



 

543

IBN AL-QUTIYYA, en Journ. asiat., 1853, I, 463. (N. del A.)



 

544

DOZY, Recherches, pág. 193. (N. del A.)



 

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Aunque todos pueden consultar la obra del Sr. Amador de los Ríos, Toledo pintoresca, no logro resistir al deseo de trasladar aquí lo más sustancial de la descripción que de estas cisternas o clepsidras da el escritor arábigo Abu Abd Allah ibn Abi Bakr al-Zahri en su Geografía, según la traducción hecha por D. Pascual de Gayangos: «Las fabricó, dice, el famoso astrólogo Abu-l-Qasim Abd al-Rahman, más conocido por el renombre de al-Zarqal. Cuentan que este al-Zarqal, como oyese de cierto talismán que hay en la ciudad de Arin, en la India oriental, y del cual dice al-Masudi que señalaba las horas por medio de unas aspas o manos, desde que salía el sol hasta que se ponía, determinó fabricar un ingenio o artificio, por medio del cual supiesen las gentes qué hora del día o de la noche era, o pudiesen calcular el día de la luna. Al efecto hizo cavar dos grandes estanques en una casa a orillas del Tajo, no lejos del sitio llamado Bab al-Dabbagun (puerta de los curtidores), haciendo de suerte que se llenasen de agua o se vaciasen del todo, según la creciente y menguante de la luna.

Según nos han informado personas que vieron estas clepsidras, sus movimientos se regulaban de esta manera. No bien se dejaba ver la luna nueva, cuando por medio de conductos invisibles empezaba a correr el agua en los estanques, de tal suerte que al amanecer de aquel día estaban llenas sus cuatro séptimas partes, y que al anochecer había un séptimo justo de agua. De esta manera iba aumentando el agua en los estanques, así de día como de noche, a razón de un séptimo por cada veinticuatro horas, hasta que al fin de la semana se encontraban ya los estanques a mitad de llenos, y en la semana después se veían llenos, hasta el punto de rebosar el agua. Cumplidos los 21 días y 21 noches del mes, ya no quedaba en los estanques más que la mitad del agua, menguando cada día y cada noche, hasta cumplirse los 29 días del mes, hora en que quedaban de todo punto vacíos y sin más agua que la que se les pudiese haber echado desde fuera; con esta circunstancia notable, que si alguien intentaba, mientras el agua iba en aumento, disminuir la que había en los estanques, extrayéndola con cubos o de otra manera, lo mismo era cesar la operación, que brotaba otra vez por aquellos conductos invisibles el agua suficiente para llenar el vacío; de suerte que por ninguna manera se alteraba la medida, y progresión de las aguas. Y en verdad que debía de ser cosa maravillosa y nunca vista, pues si bien es cierto que el ídolo de la ciudad de Arin, en la India, es notable por su construcción, aún lo es más este de Toledo, por cuanto aquél está en una región y en un grado del Ecuador en que las noches y los días son siempre iguales, mientras que éste está en un sitio y en una latitud en que, como es sabido, las noches son más cortas y los días más largos. Pero solo Dios es sabedor, y no nos toca a nosotros, pobres mortales, el tratar de penetrar sus insondables misterios.

Según dijimos arriba, estas clepsidras o relojes de agua, con sus correspondientes estanques, estaban bajo un mismo techo, en un edificio fuera de Toledo. Cuando el rey de Toledo, que lo era entonces un tal Adefonx, maldígale Alá, tuvo noticia de ello, entróle el deseo de ver cómo se movían, y al efecto mandó a uno de sus astrónomos que socavase uno de ellos y viese cómo y de dónde venía el agua. Hízose como lo mandaba el rey, y el resultado fue que quedó de todo punto inutilizada la máquina. Esto fue en el año 528 de la Égira (1134 de Cristo), tiempo en que, según dijimos, reinaba dicho Alfonso en Toledo. Cuentan que un maldito judío, a quien llamaban Hunayn Ibn Rabwa, y era grande estrellero, fue el causante de esta desgracia; pues como desease en extremo penetrar el artificio por medio del cual se movía toda aquella máquina, pidió al rey que le permitiese sacar de cuajo una de las clepsidras para poder ver lo que había debajo, prometiendo volverla a su lugar tan pronto como se hubiese enterado de las piezas que la componían. Diole el rey licencia para ello; mas cuando el judío (¡maldígale Alá!) quiso volverla a su sitio, no le fue posible. El insensato creyó que podía mejorar el movimiento, haciendo de suerte que los estanques se llenasen de día y se vaciasen de noche, mas todo fue en vano: no consiguió su intento, y la máquina quedó inutilizada para siempre. Tal es la traducción de al-Zahri, comunicada por Gayangos a Amador de los Ríos inserta en la obra Toledo pintoresca. (N. del T.)



 

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MAQQARI, I, 127. (N. del A.)



 

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El Sr. Amador de los Ríos, en su Toledo pintoresca, describe detenidamente los restos de los Palacios de Gadiana. El doctor Fastenrath los describe también de esta suerte, en su Inmortales de Toledo. «En medio de la fértil llanura, al oriente de la ciudad, en la orilla izquierda del Tajo y en la llamada Huerta del Rey, hay una granja que tiene las decoraciones de un antiguo palacio. El pueblo la llama hoy los Palacios de Galiana. Dos altas torres y muros derruidos forman un cuadro. A la entrada aún se ve un gran arco de herradura, en cuya bóveda se hallan dos escudos en blanco mármol con las armas de la noble casa de los Guzmanes. En lo interior el arco está cubierto de arabescos ennegrecidos por el humo y el hollín, y de inscripciones arábigas que se han hecho imposibles de leer. Cuatro bóvedas, que sirven hoy de establo y de, cocina y dormitorio a los campesinos, es cuanto queda de los suntuosos palacios que en otro tiempo habitó Galiana».

En lo tocante a esta princesa mítica, tradicional o fantástica, tanto el Sr. Amador de los Ríos cuanto el doctor Fastenrath traen noticias curiosas que debemos repetir aquí en resumen.

Muchos poetas de varios países han ensalzado la peregrina hermosura de Galiana y han cantado sus amores con Carlo-Magno. Lo singular es que siendo este asunto tan romántico, no haya dado motivo a romance alguno de nuestro romancero, que ha dejado intacta la tradición. La tradición, sin embargo, es muy española, o al menos vino a España desde muy antiguo, pues ya el arzobispo D. Rodrigo refiere que en sus mocedades estuvo Carlo-Magno en Toledo, y que, cuando volvió a Francia, sabida la muerte de su padre, reversus est, ducem secum Galienam, filiam regis Galafri, quam ad fidem Christi conversam, duxisse dicitur in Uxorem, etc. Sin duda Galiana merecía bien la honra de ser emperatriz de Francia, pues todos los poetas encomian su hermosura, como cosa más que humana. Valbuena la describe así en El Bernardo:


   Hija del rey Galafre es Galiana,
cuya beldad se entiende que del cielo,
hecha de alguna pasta soberana,
para asombro bajó y honor del suelo.
El ámbar y arrebol de la mañana,
que entre los rayos y aljófares de hielo
el mundo argenta y su tiniebla aclara,
dirás que son vislumbre de su cara.



El rey de Guadalajara, moro agigantado, feroz y valiente, llamado Bradamente, se enamoró perdidamente de la Infanta, y para visitarla hizo una senda subterránea que iba desde Guadalajara a los Palacios de Galiana, y con el nombre de senda de Galiana es conocida. Pero ni esto, ni otros extremos y finezas de enamorado fueron parte a vencer el desvío y la crueldad de la bella infanta mora, y sólo sirvieron para excitar los celos del joven Carlo-Magno, que decidió desafiar a aquel odioso rival. «Hízolo así, dice D. Cristóbal Lozano en sus Reyes nuevos de Toledo, riñeron cuerpo a cuerpo con destreza y con valor, y aunque el moro era un gigante, quedó por Carlo-Magno la victoria. Vencióle en el desafío, cortóle la cabeza y presentósela a Galiana. Recibió el presente muy gustosa, tanto por ver la valentía de su amante como por verse ya libre del que aborrecía». Según el mismo Lozano, la Infanta se hizo cristiana; la bautizó Cixila, arzobispo de Toledo, la casó con Carlo-Magno, y los nuevos esposos se fueron a Francia a ocupar el trono que acababa de quedar vacante por muerte del rey Pipino. Además de un episodio del poema de Valbuena, El Bernardo, ha inspirado esta tradición una comedia a Lope de Vega, titulada Los Palacios de Galiana, la cual comedia es bastante rara en el día, aunque fue impresa en la parte XXIII de las comedias de Lope. El Dr. Fastenrath trae un extracto de esta comedia y muchos versos y escenas traducidas. También el Sr. Rubí compuso un drama sobre Galiana, haciéndola esposa de Carlo Martel, y no de Carlo-Magno.

En un poema épico alemán, compuesto a principios del siglo XIV, titulado Karl Meinet, por Adelberto de Keller, se cuentan muy por extenso y muy poéticamente los amores de Carlo-Magno y Galiana. Carlo-Magno, siendo muy mozo, vino a Toledo con 200 vasallos fieles, huyendo de los dos tiranos Haenfrait y Hoderich, que le habían usurpado el trono. Este destierro da ocasión a sus amores con Galiana, que el poeta llama Galya, hija del rey Galafer. Carlo-Magno mata a Bremunt y a Kaiphas, su sobrino, y se hace gran privado y amigo de Galafre, quien va con él a Francia y le ayuda a reconquistar el reino que le tenían usurpado. Los usurpadores expían su crimen en la horca, y Galafre se vuelve a Toledo cargado de presentes. Pero ni Carlos en el trono de Francia, ni Galiana en sus encantados palacios, podían vivir separados el uno del otro. Carlos abandona su trono y reino, y vuelve a Toledo, disfrazado de peregrino. Esto da lugar a mil escenas románticas. Galiana y su doncella Floreta huyen al fin con Carlos, y después de mil lances y aventuras, llegan a París, donde el arzobispo las bautiza. Galiana se casa con Carlos y es emperatriz de Francia.- Cuando Carlos estaba en Alemania, combatiendo a los sajones, murió la emperatriz Galiana, y Carlos la lloró amargamente. Según el poema, el Emperador tuvo que consolarse al cabo, pues se casó en segundas nupcias con Hildegarda de Suabia, y en terceras con la graciosa Vasterita. (N. del T.)



 

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IBN BATTUTA, IV, 355. (N. del A.)



 

549

HERNANDO DEL PULGAR, Crónica de los Reyes Católicos, cap. LXXV.- Véase también Crónica de D. Pedro Niño, Madrid, 1782, pág. 53. (N. del A.)



 
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