Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Poesías

Antonio Ros de Olano



portada




ArribaAbajoPrólogo

I

La celebridad literaria de Ros de Olano no tiene conexión próxima ni remota con las circunstancias (muy merecidas, pero al cabo externas) de ser Teniente General. de los Ejércitos Nacionales, Conde de la Almina, Marqués de Guad-el-Jelú, Grande de España de primera clase, Senador vitalicio y diferentes cosas más de aquéllas que a otros próceres han solido valer cómodo asiento en nuestro Parnaso, no bien hicieron algún mimo a las patrias Musas.-Por el contrario: la índole esencialmente política de este poeta, lo mismo durante la primera guerra civil, que después como fino conspirador palaciego, que en 1854, como definidor y alma de la Unión Liberal, que en todo tiempo como adalid parlamentario de largo alcance, lo han sujetado a perpetua contradicción de los partidos, avaros siempre de justicia, y mucho más de gracia, con los llamados hombres públicos.

Debería, pues, asegurarse que Ros de Olano, el familiar amigo de las Reinas Doña María Cristina y Doña Isabel II; uno de los doce hombres de corazón rebelados luego en Vicálvaro; el Director general de Infantería, que aleccionó en el Pardo a aquellos Cazadores de Madrid, terribles gimnastas, vulgarmente llamados Monos sabios, que tales travesuras hicieron en la contrarrevolución de 1856; el que dio su apellido al famoso chacó denominado ros; el Segundo del General O'Donnell en la Guerra de África; el apoderado del Vencedor de Alcolea durante aquel tremendo 29 de septiembre de 1868, en que los revolucionarios madrileños se sobrepusieron a toda autoridad que no fuese la de D. Juan Prim, goza hoy de envidiable gloria literaria, a pesar de cuanto ha sido y hecho en su larga y fecunda existencia militar y política, y meramente como resultado de sus primitivas cualidades poéticas.

Comenzó la popularidad de nuestro autor allá en los grandes tiempos del romanticismo, cuando el celebérrimo Espronceda lo eligió para prologuista del Diablo-Mundo. Súpose entonces que aquel Comandante de Infantería, procedente de la Guardia Real, y D. Miguel de los Santos Álvarez, autor ya del renombrado poemita María y de la novela ingeniosísima La protección de un sastre, eran predilectos hermanos intelectuales del insigne cantor de Teresa, creador de El Estudiante de Salamanca; y juntos han atravesado sus nombres más de medio siglo, como identificados quedan siempre en el amor de los sectarios el glorioso maestro que muere y los camaradas y apóstoles que le sobreviven...

De D. Miguel de los Santos Álvarez los lectores recordarán que, catorce o quince años después de la muerte de Espronceda, publicó una sentida y admirable continuación del Diablo Mundo... -Ros de Olano tributa aquí, asimismo, cariñoso homenaje al malogrado genio, en el soneto titulado Recordando el entierro de Espronceda, donde dice:


«¡Cayó sin dar un ¡ay! en la primera
y última desventura de su vida!...
¡Ya no asusta el cometa sin medida
que se apagó en mitad de la carrera!
Y este llanto que moja mi severa,
rugosa faz en la vejez sumida,
es ya la última lágrima exprimida
de una fuente de amor que amor no espera.
¡Poeta del pesar!... De la clemente
tumba que de los vivos te separa,
rompe la losa con tu férrea mano...
Canta el himno a la muerte que inspirara
a tu virtud el infortunio humano,
y escupe al vulgo hipócrita en la cara.»

No estará de más que analicemos ahora un poco la índole de los románticos, por lo que respecta a sus amistades y a su gloria.-Lo he dicho en otra parte: estos innovadores literarios pudieron, lo mismo en España que en Francia, Alemania, etc., desconocer al sumo Dios; pero divinizaron a sus criaturas, con particularidad a las mujeres y a sí propios, alargándose también a incluir a los seres inanimados de la naturaleza, como el sol, la luna, las estrellas, el mar, y hasta los arroyuelos, en esta especie de panteísmo. Únicamente exceptuaban de semejante idolatría a los tenaces clásicos, como hoy se niega el agua y el fuego a los idealistas (o espiritualistas) por los naturalistas (o materialistas) de última moda. Mas, ellos entre ellos, los tales románticos se ensalzaban mutuamente con tanto exceso, que cuando, al cabo de pocos años, se hizo la paz entre ambas escuelas, tuvieron que esconderse en la penumbra de algún destinillo de poca monta varios de aquellos melenudos semidioses, avergonzados ya de su propia nombradía poética. Otros, en cambio, poseedores de verdadero genio, como el Duque de Rivas, García Gutiérrez, Pastor Díaz, Hartzenbusch, etc. (observad que únicamente citamos a los muertos, a fin de que no se ofenda tal o cual presuntuoso vivo, a quien por acaso dejáramos de mencionar entre los patriarcas de nuestra literatura) continuaron mostrándose dignos de su fama, no controvertida a la presente ni tan siquiera por los que en 1842 eran todavía clásicos empedernidos.

Ros de Olano pertenece al número de los poetas románticos que subsisten por derecho propio en el aprecio de las Musas y en la admiración del pueblo español. Tiene hoy setenta y ocho años, y aún su noble lira es regocijo de los que le piden sus últimos acordes, como lo ha sido en todo tiempo, en medio de las continuas transformaciones del gusto; lo cual procede a todas luces de que, sin entender el naturalismo de la manera desaliñada y cruda que ahora suele preconizarse, no figura tampoco entre aquellos bienaventurados que únicamente conocen la naturaleza escrita, y sólo han visto amanecer y anochecer en los libros, cazado (supongo que ratones) en las bibliotecas, tratado pastoras en Belén o en la Arcadia, y olido rosas y claveles en salamanquinos madrigales.-Ros se inspira directamente en los campos, en los vergeles y en los montes, en las personas de carne y hueso, en las costumbres reales y efectivas, como activo soldado, perpetuo cazador, hombre de mundo, General, Ministro, viajero, galanteador y demás cosas que ha sido durante su peregrinación por este valle de lágrimas... y de risas.

Fúndase también la constante actualidad y fama de nuestro característico poeta, en la índole personalísima de sus versos. ¡Siempre es él! ¡Siempre resulta original y espontánea su forma! Y, del propio modo que siente por sí mismo y se abstiene de palabrear sensaciones ajenas, hace continua gala de un abstruso y peculiar estilo, que no se confunde con ningún otro.-En cuanto al género de sus composiciones, diremos, sin embargo, que muchas veces ostentan el realismo popular y terrible del pincel de Goya; otras la sangrienta ironía de Enrique Heine, y en más de una ocasión obscuridades y extravagancias que recuerdan al misterioso Greco. Su lenguaje, por lo general tan arcaico como el de Mariana o Mendoza, hállase también plagado de voluntarios neologismos. Pero, en el fondo de cuanto dice, hay constantemente fantasía grandiosa, sensibilidad delicada y una melancolía acerba y huraña, que llega al tedio del misántropo y del escéptico. ¡Hasta cuando ríe, nada hay más triste que Ros de Olano! Él y cuantos personajes nos retrata, chorrean sangre bajo los trazos de su pluma... ¡Él, sobre todo, infunde misericordia y lástima, cuando muestra las úlceras de su corazón; pues entonces parece, y acaso es, ascética negación del amor propio y víctima propiciatoria de su infortunado amor a los demás!

Bien claro nos lo dice en su soneto de la página 49:


¡Fatal amor!... El corazón sin freno
triunfó del Hado... ¡mísera fortuna!
La Náyade de límpida laguna
fue Venus libre y me abismé en su seno!
Luego la vi en el féretro tendida,
pavorosa beldad de carne inerte,
astro apagado en luctuosa esfera...
Y ¡ay del deseo! Me atedió en la vida...
y amé el dolor con que me hirió su muerte,
¡vuelto al afán de mi ilusión primera!

II

Puestos a copiar versos del inspirado vate, desistirnos ya de discurrir acerca de ellos, y vamos a limitarnos a comprobar y justificar con citas cuanto dejamos dicho en su elogio.

Hemos hablado de estudio directo de la naturaleza, y el mismo General Ros acude a confesarlo en su famosa Gallomagia, cuando exclama humorísticamente:


Yo, para sacudir la pesadumbre
que el corazón del bueno despedaza,
trepé a caballo a la escarpada cumbre,
o a pie en el monte fatigué la caza.
Vi nacer, vi morir del sol la lumbre,
solo en la soledad..., mas hoy rechaza
mi edad cansada fustigar caballos,
y para cazador me sobran callos.

De su constante amor al campo hablan también los cinco sonetos titulados En la soledad. Comienza el primero:


¡Santa naturaleza!... yo que un día,
prefiriendo mi daño a mi ventura,
dejé estos campos de feraz verdura
por la ciudad donde el placer hastía.
Vuelvo a ti arrepentido, amada mía,
como quien de los brazos de la impura
vil publicana se desprende y jura
seguir el bien por la desierta vía.

En el segundo declara, con acentos propios de Fr. Luis de León:


Más precio en este valle y pobre aldea,
términos de mi vida peregrina,
despertar cuando el aura matutina
las copas de los árboles menea;
y, al volver de mi rústica tarea,
hora, en la tarde, cuando el sol declina,
mirar desde esta fuente cristalina
el humo de mi humilde chimenea,
que en la rodante máquina lanzado
cruzar como centella por los montes..., etc.

Alterna después soberanamente el canto del poeta con el de aquel ave de quien dice en el tercer soneto:


Hay junto a la ventana de mi estancia
un laurel, de la sombra protegido,
en donde guarda un ruiseñor su nido,
apenas de mi mano a la distancia...

Y considerando, en fin, a Carlos V en Juste, escribe con severa melancolía:


Suele el que nace humilde en las cabañas
dejar su techo y olvidar su ejido,
por el lucro del mar embravecido,
por el sangriento lauro en las campañas.
Mas al recto varón que honró su historia,
sin codiciar fortuna envilecida,
ni envidiar de los Césares la gloria,
un apartado albergue le convida
a esperar sin tormento en la memoria
la breve muerte de su larga vida.

Prescindo aquí del conocidísimo soneto El Simoún, que encierra toda la triste poesía de los desiertos; paso también sobre el titulado Progresión, donde, siguiendo el curso del río Tajo, establece nuestro ilustre amigo esta gradación magistral:


Miradle de Aranjuez en los vergeles;
vedle desde la Cántara extremeña;
contempladle al llegar al Océano...-,

y llego al pie del Cedro Deodara, que se levantaba hace pocos días en la Plaza de las Cortes, y que fue arrancado de cuajo por el espantoso huracán de 12 de mayo último. Muchísimas tardes, durante los años de su ancianidad, se ha visto al General Ros de Olano sentado bajo aquel arrogantísimo árbol extranjero, que le ha precedido en la muerte; y allí, recordando los tiempos del Madrid Primitivo, aquellos tiempos en que la actual Carrera de San Jerónimo era un paraje montaraz poblado de caza, exclamaba inspiradamente:


¿En dónde estoy? -Un tiempo más remoto,
desde el inculto monte a la llanura
y del estrecho valle a las colinas,
el ágil gamo y la velluda fiera,
so el pabellón de próvidas encinas,
pacieron en la rústica pradera
que aquí ignorada de los hombres era.
Y tranquilos y en paz aquí vivieron,
sin que del cazador les acosara
ni venablo, ni jara,
ni alevoso arcabuz... Que nunca vieron
suelta de los lebreles la traílla
en demanda feroz o a la carrera,
ni el aullido tenaz de su garganta
y el noble son de venatoria trompa
dentro del bosque plácido advirtieron
al jabalí o a mansa cervatilla
el repentino trance en que murieron
traspasados del plomo o la cuchilla.

¡Qué tonos! ¡Qué propiedad y energía en las palabras! ¡Cómo se ve al cazador experimentado, dueño de todos los misterios de la Naturaleza!

Después, encarándose con el Cedro, le dirige esta melancólica despedida:


¡Noble Cedro doliente,
cautivo en suelo hispano;
gárrulo adorno de jardín urano,
que no olvidas tu Reino del Oriente!
Falto de amor y del nativo ambiente,
con unas ramas tiendes alto vuelo
de aspiración divina,
misericordia demandando al cielo,
y otras abates al humilde suelo,
a do la muerte pálida te inclina...
-Pero no estarás solo, triste amigo,
en tal tribulación, mientras aliente
mi ancianidad, de tu dolor testigo...-
¡Todos los días que de vida cuente
vendré a la tarde a conversar contigo!

Pero donde más luce el Marqués de Guad-el-Jelú su conocimiento de las costumbres del campo y de los fenómenos naturales, es en la especie de poema titulado Lenguaje de las Estaciones, bien describa los sombríos cuadros del Invierno en el Monte o en el Hogar, bien copie las galas de la Primavera, las asoladoras tempestades del Verano o los fantásticos celajes del Otoño. -Pasemos ligera revista a esta gran composición pastoral, sin argumento expreso y terminante, en que Ros prescinde de la formalidad clásica, un tanto monótona, de las Cuatro Estaciones de Pope, Tompson y Gessner, y se entrega a su romántica libertad, aunque tratando el asunto más a fondo que Alfredo de Musset en sus conocidas Noches de mayo, agosto, octubre y diciembre.

En pleno Invierno, un cazador (el mismísimo poeta, sin duda alguna), distingue en el monte a varios soldados, y grítales desenfadadamente:


¡Ah de la tropa que marcha,
en día tan borrascoso,
el hielo y el sudor juntos
en los azotados rostros!...
Lleváis perdida la senda...

Habla luego pintorescamente con aquellos soldados, y después con los propios malhechores a quienes persiguen, y tropieza al fin con una mujer que lleva en brazos dos niños


más desnudos que andrajosos;
mujer, cuyo llanto acusa
ser madre, mientras que el rostro
y los arrugados pechos
y los cabellos canosos

arecen ya de inútil anciana; la cual, al pedirle limosna, le habla en estos sentidísimos términos:


«¡Los hijos en las entrañas
»de la madre pesan poco!
»Como los parí desnudos.
»Con mi cuerpo los arropo,
»pues a cubrirnos no bastan
»los harapos que recojo.-
»Hemos de andar el camino,
»y, aunque los alterno y pongo,
»a veces en mis caderas,
»a veces sobre mis lomos,
»nos rinden en la jornada
»el sol, la nieve o el lodo.-
»Pocos dolores de madre
»sintió la que pare sólo...

Hasta aquí el Invierno en el Monte: copiemos ahora algo del Invierno en el Hogar.

Hay en él un discurso en romance, dirigido por cierto caballero (supongo que también Ros de Olano) a una joven (hermana suya, por lo visto), en el cual abundan bellezas de primer orden... -Después de hablarle piadosamente de sus difuntos padres, describe así el campesino Señor la rueca y el huso con que ella está hilando:


Y la rueca con sus flores
de siempreviva al extremo,
y el huso de plata fina,
con la inicial de su dueño;
ese infatigable huso
que tus delicados dedos,
tras levísimo chasquido,
lanzan con ágil gracejo,
y ese copo bien peinado
del lino de nuestro huerto,
que vas desatando en hebras
de finísimo cabello;
la rueca, el huso y el lino
son que allá en mejores tiempos,
al compás de las canciones
del ángel que guarda el sueño,
sirvieron a nuestra madre,
al arrimo de este fuego,
para hilar blancas madejas
de que luego se tejieron
las sábanas de tu cuna
y las de mi breve lecho.-

¡Qué delicadeza y exactitud de expresión! ¡Qué levísimo chasquido y qué ágil gracejo!- ¡Parece que se ve hilar a una reina!

Este mismo discurso cambia luego de tono, y llega a competir con la famosa Cena de Baltasar de Alcázar.-No lo copio, por ser demasiado largo. Fijaos en él, y veréis primores de pensamiento y de dicción.

De la parte que se titula En la Primavera, tomaré algunos trozos que nada tienen que envidiar a las mejores poesías bucólicas de los siglos paganos.-Dice así el General Ros:



Ungida en blando rocío
despierta amorosa el alba,
tímida beldad que en sueños
su amante el Sol busca y llama.
Claros sus ojos azules
de luminosas pestañas,
al beber luz en los cielos,
la luz al suelo derraman.
Salúdala el Santuario
con la voz de la campana,
mientras le dice sus himnos
en los aires la calandria;
y al influjo cariñoso
de su espléndida mirada,
se esponja de amor la tierra,
la vida ríe en las plantas.
Ancha clámide de nieve
desprenden de sus espaldas
los cerros, al anunciarse
de abril la augusta mañana;
y de las cumbres desciende
libre, saltadora el agua,
en elegantes, revueltas
cintas de cristal y plata.

El labrador que abrió el surco,
y de sus trojes preciadas
arrojó fértil semilla
con mano atrevida y franca,
cela la espiga naciente
sobre campos de esmeralda,
mientras que, libres del yugo.
los tardos bueyes descansan.

Pero aún más admirable que todo esto es la descripción del celo de los toros y del ganado cabrío.-Escuchad a nuestro Teócrito, al insigne español enamorado de la realidad dentro de las convenciones del Arte:


Muge la esbelta novilla
desde el otero a distancia;
primer celo en que se enciende
al pacer la verde grama...
Suma de gala y de fuerza,
monstruo de fiereza y gracia:
el toro al clamor amante
la frente adusta levanta...
Por más saciar el olfato
las hondas fosas dilata:
enhiestas las finas puntas,
rueda la hirviente mirada:
juega la flexible cola
con ondulantes lazadas;
y, azotándose los flancos,
cual con serpiente irritada,
rayo que en trueno responde,
pronto al imán que le llama,
rápido como el relámpago,
parte, arrolla, triunfa o mata.


En tanto, un eco distante,
que el viento interrumpe a ráfagas,
trae y lleva los acordes
de la primitiva flauta...
Son los de la edad de oro
trinos de la flauta pánica,
recreación de pastores,
mientras pacen sus manadas
y vense en libre careo
correr del monte a la falda
menudas, ágiles, limpias,
de vario color pintadas,
generación de Amaltea,
las mil esparcidas cabras...
Y, en medio al vario conjunto,
señor entre sus esclavas,
celoso barbón hirsuto,
de corona esparramada,
y olor genial, que denuncia
a los machos de su raza;
dispensador de favores,
dejando va por do marcha
vapor de naturaleza,
dulce a sus hembras ingrávidas.

En el romance que va impreso a continuación del de La Mañana, y que se titula La Golondrina, no hay cosa que omitir ni nada que preferir como mejor.-Leedlo íntegro en su correspondiente lugar (pág. 176), y conoceréis la infinita dulzura replegada en el fondo del alma de este amarguísimo poeta.

De la descripción del Verano, no nos permiten ya las dimensiones del presente Prólogo copiar otra cosa que un fragmento del magnífico romance titulado La tempestad, donde el poeta dice:


Y entonces fue cuando vino,
derramándose a torrentes,
copiosa lluvia; y en olas
despeñadas que al mal tienden,
e iban las aves ahogadas,
e iban nadando las reses.
A la mar iban los árboles,
con sus frutos aún pendientes...
Del labrador afanoso
los codiciados enseres
iban; y, a la par con ellos,
haces de acopiadas mieses,
y, arrancados de su base,
restos de pobres albergues...

Por último, citaremos de la pintura del Otoño aquel hermosísimo comienzo de la descripción de las nubes:


¡Breve tarde! En mar de púrpura
tórnase el azul velado
del horizonte, tendido
más allá del Océano:
piélago es de luz inmensa,
do mis ojos beben ávidos
torrentes de llama viva;
piélago en que ven flotando
seculares monumentos,
arquitectura de encantos;
fortalezas y ciudades,
alcázares, templos, arcos,
pirámides, tiendas bíblicas,
misteriosos tabernáculos...
Y en las llanuras espléndidas
de aquel celaje fantástico,
hay peleas encendidas
de hombres y monstruos bizarros,
fieras, enanos, gigantes,
escuadrones de centauros
y carrozas con cuadrigas
de flamígeros penechos.

Indicamos también, más atrás, que la pluma de Ros de Olano llega a veces al popular y terrible realismo del pincel de Goya, y aun debimos añadir que muy especialmente recuerda el lápiz con que el buen Don Francisco dibujó sus célebres cartones.-En comprobación de ello, léase toda la poesía concerniente a cierta graciosa Gitanilla (esbelta como las clásicas Bailarinas de Pompeya), que en la Pág. 76 nos dice por boca del antiguo romántico:


Hablan como cotorras
mis castañuelas...
Alzo el pandero:
me remonto en el aire,
y allí me cierno.

Igualmente son del estilo de Goya: la Figura tomada del natural; la poesía denominada Sobre el banco (este banco es el del patíbulo); la que lleva por nombre El Penado; la Anacreóntica de nuestros días, cuyo héroe es un viejo gaitero de Galicia, y, sobre todo, el festivo entierro del niño de una gitana (véase Angelitos al Cielo, página 97), donde, al regresar el alegre cortejo fúnebre, trayendo vacía la cuna que acaba de hacer las veces de ataúd, el poeta se inmuta de pronto y traza la siguiente épica figura:


Águila de anchos ojos,
Ávidos, fijos,
cuando llega y se lanza
sobre su nido;
leona enferma,
cuyo rostro tapaban
áspelas greñas;


la deshijada madre
del angélico,
de aquella pobre cuna
miró el vacío...-
Todos bailaban...
¡Y ella sola vertía
Mares de lágrimas!

Tal vez habréis recordado, en la anterior enumeración de poesías del Marqués de Guad el-Jelú, que el mismo Espronceda había tenido apego a los asuntos patibularios y a los pordioseros, manolos, gitanos y demás seres de ínfima clase; lo cual demuestra únicamente que el laureado cantor de El Diablo Mundo, El Verdugo, El Mendigo, El Reo de muerte, etc., era también, a fuer de romántico, adorador del inspiradísimo Goya; del pintor sin modelos ni precedentes académicos; del autor de escenas populares, ya festivas como las borracheras en el Canal, ya espantosas como los fusilamientos del Dos de mayo; del que pintó, en fin, las níveas carnes de sus chulas o de sus reinas con tanto vigor, intensidad y finura como Ticiano pudo emplear en sus mejores Venus.

La tradición infernal Por pelar la Pava (página 117) es asimismo del género de Goya, quien precisamente la tomó para argumento de su Serenata. Hay allí un sacerdote y un monaguillo que llevan el Viático por las obscuras calles de Sevilla, unos cantadores de saetas, una pícara bruja, y, sobre todo, tal chispa y gracejo para referir el célebre estallido de los dos cadáveres, que todo ello parece más bien dibujado por el D. Ramón de la Cruz de nuestros pintores que por la pluma de un vate byroniano.

Para justificar mi otra comparación de Ros con Enrique Heine, sólo necesito pedir que se lean los sonetos El hombre ante Dios y Fatalidad, las estancias tituladas Sueño, la composición Entre el cielo y la tierra, las Playeras, y, muy especialmente, la desgarradora poesía Sin el hijo, donde un niño calenturiento muere hablando de cierto pajarito fantástico, representación de los deseos imposibles de esta vida.

Permítaseme copiarla.



Era la madre de un niño;
de un niño que deliraba:
eran sus ojos dos fuentes,
y los del hijo dos llamas.

-No rías, hijo, no rías,
¡que me partes las entrañas!...
¡llora para que se enjuguen,
al verte llorar, mis lágrimas!...

-«Aquel pajarito, madre,
»que tiene el pico de plata,
»el cuerpo de azul de cielo
»y de oro fino las alas...»

Calló el niño, y quedó quieto,
las pupilas apagadas,
como quedan en el nido
polluelos que el cielo mata.

Y, dudando si dormía,
viendo que ya no lloraba,
besó la madre la boca
de un cuerpecito sin alma.

Desde entonces, cuando trinan
las aves en la alborada,
mientras que cantar las oye,
ella ríe, llora y canta:

«Aquel pajarito, madre,
»que tiene el pico de plata,
»el cuerpo de azul de cielo
»y de oro lino las alas...»

También parecen de Enrique Heine los siguientes versos que nuestro poeta (nacido en Caracas y recriado en Cataluña) escribe mirando las rotas nubes, después de la Tempestad de Verano, cuando imagina hallar en aquellas móviles y cambiantes figuras las visiones de su pasada historia.

Reconoce primero a su Padre y a su Madre, y luego cree ver un grupo de niños, a los cuales pregunta:


¿Quiénes sois, niños benditos?
Conoceros me parece...

Y los niños responden con ferocidad, largo tiempo disimulada y reprimida:


-Eramos amigos tuyos,
cuando niños inocentes...
Eramos tus condiscípulos
de la vida en los dinteles.-
Tus iguales nos juzgamos
en la edad adolescente;
¡y, si hoy favor te pedimos,
que, aceptado, nos ofende,
somos los que te abrazaban
para herirte y esconderse!...
¡Dejamos por nuestra prosa
de la fama los laureles,
virtudes que no nos caben,
ideas que nos exceden!...

Aunque muy amargado por aquella saña de las medianías, el poeta replica con indulgencia:


-¡Pasad, pasad, mis amigos...
La confesión os releve:
mi voluntad os disculpa
y la experiencia os absuelve!

Es menester haber leído las Memorias del judío Heine, a quien también hirieron muchos cuando muchacho, para graduar la pena con que se recuerdan estas agresiones desde el pináculo de la gloria o de la fortuna.

Fingen en seguida las nubes el contorno de cierta beldad, y el visionario exclama con horror:


¡Aparta, mujer hermosa!
¡Por donde viniste, vete!
¡Esconde aquesos collares,
arracadas y alfileres
con que adorné tu belleza
y prendí tu pecho aleve!
¡Aparta, mujer traidora,
que aun tus caricias me ofenden!

En cambio, dice a continuación con la dulzura infinita de Dante cuando encuentra a Beatriz:


¿Quién eres tú que muy lejos,
tan lejos te me apareces,
que ya mis cansados ojos
dudan en reconocerte?
-Tu primer amor me llamo.
-¡Tu memoria me enternece!
Fuiste el ideal del alma,
la santidad de mis preces,
la diosa de mis sentidos,
la mujer hermosa y débil
que amor me brindó en la vida
y amor me brindó en la muerte.

Por término de aquellas visiones, aparécesele una a quien pregunta:


¡Oh, tú, el último en la hilera,
de tanto dolor el héroe!
¡De ti sólo vi un reflejo,
como mi sombra otras veces!
Fantasma, visión que enseñas
la risa, y lágrimas bebes,
¿por qué escribes con la punta
del corazón y te dueles?-
Apenas ya te recuerdo...
Dime, por piedad, ¿quién eres?
-Yo soy tú.
-¡Maldita seas.
fascinación de mi mente!

Con esta imprecación ponemos fin a las citas de los innumerables rasgos en que nuestro autor recuerda al gran poeta alemán que se retrató en el Libro de Lázaro.

Acerca de sus frecuentes puntos de contacto con el singularísimo pintor Domenico Teotocopuli, generalmente denominado El Greco, llamaré la atención sobre el canto épico La Gallomagia, donde, a vueltas de felices recuerdos de La Gatomaquia y de La Mosquea, abundan rarezas y reconditeces que también caracterizan la figura del hidalgo, en el Lenguaje de las estaciones, y que cubren de tintas grises y confusas las poesías intituladas Sueño, Balada, En la orilla del mar, Nada más, La abuela viuda y la nieta huérfana, y alguna otra...

Eacute;l las entiende, y nosotros también... Pero difícilmente las entenderán los que no sean antiguos y familiares amigos del taciturno Marqués de Guad-el-Jelú, como tampoco entendieron las lóbregas profundidades de El doctor Lañuela; de la Historia Verdadera o cuento estrambótico, que da lo mismo, de Maese Cornelio Tácito; del Origen del apellido de los Palomino de Pan-Corvo y de otras obras en prosa que ha dado a luz.-A la verdad, todavía no se sabe si él quiere o no quiere que el lector las entienda. Lo que nosotros tenemos averiguado es que desprecia al que no las entiende, y que se enoja con los que se dan par entendidos. Hay, pues, que oír y callar, o que demostrar por señas, no con explicaciones, que aquellas excentricidades tienen muchísima substancia, como es indudable que la tienen...-Y lo propio ocurre, y ha ocurrido desde que el mundo es mundo, con todos los poetas y novelistas sinceramente autobiográficos.

De la obra dramática Galatea, con que termina el tomo, sólo diré que puede considerarse original, aunque esté inspirada en argumento francés, por cuanto comprende un acto más y algunos personajes nuevos y hállase toda versificada libremente por el General Ros. Débese, pues, a su pluma el legítimo sabor clásico de caracteres, diálogos y descripciones, tanto más de apreciar cuanto que todo aquel helenismo de buena ley procede de la imaginación de un vate romántico.

Y con esto ponemos fin a nuestro voluntario estudio crítico, por ninguna manera fundado en presunciones pedagógicas, sino fruto del verdadero amor y extraordinaria admiración que hace ya treinta años profesamos al que fue nuestro General y segundo padre en la gloriosa Guerra de África.

MADRID 19 de junio de 1886.

P. A. DE ALARCÓN.






ArribaAbajoSonetos


ArribaAbajoEl conde don Julián



Dentro el alcázar de doblado muro,
frontero al campo de Tarik, leía
en letra de Florinda, y repetía,
aún de sus mismos ojos mal seguro:

«Cerró mi boca con su labio impuro...
¡Hembra débil, su fuerza me oprimía!
Por vos fiada a quien su guarda os fía,
mi afrenta acusa al forzador perjuro...»

Y, al sacudir la gótica melena,
león que yerra el salto carnicero,
subió al adarbe, descolló en la almena;

Padre ofendido, desciñó el acero;
tendió la puente; y la cristiana arena
manchó la planta del traidor primero.




ArribaAbajoLos castillos de la Reconquista



Son esqueletos de gigante hechura:
helos en pie; la Religión los vela:
asomos del cristiano centinela,
ásperos muros, torres de la jura.

Quedó de Troya, donde fue insegura
defensa la pelasga ciudadela,
contra el griego invasor que la debela,
ceniza al aire, al suelo sepultura.

Y éstos, agora, en soledad sagrada,
viejos testigos del tesón íbero,
mientras luchó por siglos la mesnada,

Desde la breha en que se alzó el primero,
llevan de Covadonga hasta Granada
la Cruz triunfante por blasón frontero.




ArribaAbajoNapoleón



Silencio impuso, y le escuchó la Europa;
habló, y su voz fue estruendo de cañones;
marchó, y de sus infantes y bridones
cubrió la tierra innumerable tropa.

Lánzase, nuevo Atila, que galopa
sobre cetros y ruinas de naciones,
y es su lecho, en mitad de sus legiones,
la púrpura imperial con que se arropa.

Su madre fue la expiación: su cuna
la mecieron humanas tempestades:
la gloria amó; casó con la fortuna:

No tuvo origen ni dejó heredero...
Vino al mundo a marcarle dos edades...
¡Su nombre pertenece al orbe entero!




ArribaAbajoEn la soledad

Cinco sonetos





I


¡Santa Naturaleza!... yo que un día,
prefiriendo mi daño a mi ventura,
dejé estos campos de feraz verdura
por la ciudad donde el placer hastía.

Vuelvo a ti arrepentido, amada mía,
como quien de los brazos de la impura
vil publicana se desprende y jura
seguir el bien por la desierta vía.

¿Qué vale cuanto adorna y finge el arte,
si árboles, flores, pájaros y fuentes
en ti la eterna juventud reparte,

Y son tus pechos los alzados montes,
tu perfumado aliento los ambientes,
y tus ojos los anchos horizontes?




II


Más precio en este valle y pobre aldea,
términos de mi vida peregrina,
despertar cuando el aura matutina
las copas de los árboles menea;

y, al volver de mi rústica tarea,
hora, en la tarde, cuando el sol declina,
mirar desde esta fuente cristalina
el humo de mi humilde chimenea,

que en la rodante máquina lanzado
cruzar como centella por los montes;
pasar como relámpago el poblado;

robar, en fin, al péndulo un segundo,
y, en pos de los finitos horizontes,
sentir la nada al abarcar el mundo.




III


Hay junto a la ventana de mi estancia
un laurel de la sombra protegido,
en donde guarda un ruiseñor su nido
apenas de mi mano a la distancia:

y entre el verde follaje y la fragancia,
celoso, ufano, amante, requerido,
dice su amor con lánguido quejido
y dulce y elevada consonancia.

Las horas de la noche una tras una
en sigilosa hilera, huyendo el día,
siguen el curso a la encantada luna...

Y en esta soledad el alma mía
goza, sin envidiar cosa ninguna,
de su quieta y feliz melancolía.




IV


¿Qué fueron al gran Carlos sus hazañas
en la celda de Yuste recogido?
Él quiso relegarlas al olvido,
y ellas emponzoñaban sus entrañas.

Suele el que nace humilde en las cabañas
dejar su techo y olvidar su ejido,
por el lucro del mar embravecido,
por el sangriento lauro en las campañas.

Mas al recto varón que honró su historia,
sin codiciar fortuna envilecida,
ni envidiar de los Césares la gloria,

un apartado albergue le convida
a esperar sin tormento en la memoria
la breve muerte de su larga vida.




V


Lamentos de hembra y lloros de nacido;
duelos de viuda y quejas de casados;
de la vejez y el hambre los cuidados,
que cesan cuando espira el afligido...

¡Nacer!... ¡Vivir!... ¡Morir!... Después ¡olvido!...
¡Los siglos son sepulcros numerados
de seres mil y mil tan olvidados
cual si no hubiesen en el mundo sido!

Y el corazón es péndulo que advierte,
con vaivén de dolor, que a la existencia
sólo enjuga las lágrimas la muerte...

¿A dónde, pues, con bárbara violencia,
río de la vida, corres a perderte,
si no es tu mar la Santa Providencia?




ArribaAbajoEn la tribulación



Antes que fuese el Tiempo en la medida,
era la Eternidad en el vacío;
y Tú en la Eternidad eras, Dios mío,
ser increpado, Verbo de la vida.

«¡Sea!» dijiste; y fue de Ti nacida
la Creación cual desatado río;
que, a tanta potestad de tu albedrío,
nació la muerte a la existencia unida.

Ahora dime, Señor (para que sienta
fecundo mi pesar, y espere en calma
a que se rompa la fatal concordia),

Si este algo del no ser que me atormenta
es mi esencia inmortal, ¡el yo del alma!
Que ha de encontrar en Ti misericordia.




ArribaAbajoEl hombre ante Dios



Altiva voluntad y tedio inerte;
inextinguible sed junto al disgusto;
desprecio de la vida y fiero susto
sólo al pensar en la terrible muerte:

La obstinación en oprimir al fuerte,
la terquedad en deprimir al justo,
la eterna ingratitud de ceño adusto,
con quien benigno procuró mi suerte...

¡Así soy! ¡así soy! Porque en mi alma
algo devorador hay que destroza
el bien que nace del afán que espira...

¡Quiero morir, o que me des la calma!
¡Que cuando lloro el corazón se goza,
y cuando río el corazón suspira!




ArribaAbajoEn el nacimiento del Ebro



Aquí do nacen del íbero río,
en breve cuna, claras las primeras
ondas que allá tan turbias y altaneras
mueren bebidas por el mar bravío:

¡Arpa del triste sentimiento mío!
Si desterrada como yo no fueras,
negaras a estas plácidas riberas
el grave acento en que mis penas fío.

¡Ay! que los dos lloramos adorando,
arpa, la gloria y la ambición frustradas,
y en tanto van las ondas caminando...

Mas míralas, que corren afanadas
al mar, que es tumba y fin de su fortuna,
cual lo es de mi ambición su pobre cuna.

Reinosa, Mayo de 1837.




ArribaAbajoRecordando el entierro de Espronceda



¡Cayó sin dar un ¡ay! en la primera
y última desventura de su vida!...
¡Ya no asusta el cometa sin medida
que se apagó en mitad de la carrera!

Y este llanto que moja mi severa,
rugosa faz en la vejez sumida,
es ya la última lágrima exprimida
de una fuente de amor que amor no espera.

¡Poeta del pesar!... De la clemente
tumba que de los vivos te separa,
rompe la losa con tu férrea mano...

Canta el himno a la muerte que inspirara
a tu virtud el infortunio humano,
y escupe al vulgo hipócrita en la cara.




ArribaAbajoEl simoún



La soledad lo aborta sin destino
sobre el páramo inmenso del desierto;
a su presencia duélese el mar muerto
y gime triste el campo palestino.

Con polvorosa crin borra el camino,
y a su bochorno el caminante incierto,
el cuerpo tiende, el hábito cubierto
del raudo y abrasante remolino.

¡Pasó!... y el tigre bota en la candente
arena, en que el león ruge erizado
y silba y se retuerce la serpiente...

¡Pasó!... y en la quietud del despoblado
la ciudad solitaria del Oriente
llora con el Profeta su pecado.




ArribaAbajoRegalando una botella de vino añejo



De ésta que envío, anciana generosa,
frágil tapada, indúbita doncella,
cuanto de más edad, mucho más bella,
rival temible a la mujer hermosa,

No queda en el origen ni aun la hojosa
vid de que fue racimo y es botella:
¡Quiso el deleite, hasta saciarse en ella,
tenerla en claustro por gozarla añosa!

Profana, amigo, su recinto escaso;
que a sensual Naturaleza plugo
en breves bordes provocar a exceso...

La boca femenina es chico vaso,
y allí embriaga el amoroso jugo
que vierte el labio al recibir un beso.




ArribaAbajoFatalidad



De luz vestida en el azul sereno,
limpio reflejo de la casta luna,
diosa del mar en transparente cuna,
la amé en un tiempo, de esperanza ajeno.

¡Fatal amor!... El corazón sin freno
triunfó del Hado... ¡mísera fortuna!
¡La Náyade de límpida laguna
fue Venus libre y me abismé en su seno!

Luego la vi en el féretro tendida,
pavorosa beldad de carne inerte,
astro apagado en luctuosa esfera...

Y ¡ay del deseo! Me atedió en la vida...,
y amé el dolor con que me hirió su muerte,
¡vuelto al afán de mi ilusión primera!




ArribaAbajoEva



Era, el Edén: la Creación, naciente,
tipos aislados del Autor divino,
y el Arte vislumbraba su destino
en la forma inicial de la serpiente.

Abrió la rosa al margen de la fuente:
mujer desnuda, en plácido camino,
llegó a mirarse el rostro peregrino
al limpio espejo de agua transparente.

Entonces fue la femenil flaqueza;
primera envidia, en donde al Arte cupo
enmendar la infantil naturaleza.

Eva la flor en su cabello supo
prender, y fueron de la ideal belleza
la mujer y la rosa el primer grupo.




ArribaAbajoFunerales



«¡El Rey ha muerto!» «¡Viva el Rey!»-Corrieron
a ensordecer el ámbito estos gritos;
las galas con los lutos se fundieron
en el aplauso y funerales ritos.

¡Oh página del tiempo en que escribieron
privados y magnates sus delitos!...
«¡¡El Rey ha muerto!!... ¡Ha muerto!» respondieron
las tumbas en airados plebiscitos.

Y entonces el furor con mano fuerte,
¡epopeya cruel del vulgo zafio!
¡venganza de la vida y de la muerte!

Grabó en la losa con cincel de encono,
convirtiendo la historia en epitafio:
«¡Divinidad mortal, éste es tu trono!»




ArribaAbajoNo hay bien ni mal que cien años dure



El corazón es péndulo que advierte,
golpe tras golpe, en una misma herida,
¡cuán próxima a la muerte anda la vida!
¡Cuán cerca de la vida está la muerte!

Las empuja el dolor hasta la inerte
tumba, que en nuestra senda está escondida,
¡a tan serena sombra, que convida
a redimir muriendo nuestra suerte!...

Mas el dolor no mata en un instante,
como la fiera daga; y la asemeja
porque se clava con seguro tino:

Y así en el seno, el péndulo oscilante,
golpe tras golpe advierte al que se queja
que va la vida andando su camino.




ArribaAbajoProgresión



Del fértil seno de la madre España
nace el altivo Tajo en breve cuna;
y, creciendo con rápida fortuna,
ceden los pinos a su adulta saña.

Si rompe cerros, si florestas baña,
río es el Tajo; su corriente es una,
sea en la vega, anchísima laguna,
sea sierpe que enrosca la montaña.

Miradle de Aranjuez en los vergeles,
vedle desde la cántara extremeña;
contempladle al llegar al Océano...

Y así del alma, en cálidos rieles,
la idea brota, y rauda se despeña,
río caudal del pensamiento humano.




ArribaAbajoAmor tardío



Junto a los días de tu edad primera
fueron los años de mi edad florida;
pasaron ¡ay! aquéllos de mi vida,
y son los de tu hermosa primavera.

Esta del labio confesión sincera,
voz de recuerdo, endecha dolorida,
llegue a ti como tierna despedida
del cisne cuando espira en la ribera.

Mas si el poder de la hermosura es tanto,
que así presta a mi cítara apagada
el grave acento en que mi pena fío;

¡Musa de mi dolor!..., tuyo es mi canto,
y al repetirlo el alma enamorada,
sólo el suspiro que te mando es mío.




ArribaAbajoA un soldado



Deja suelto el bridón; rompe la espada;
plázcante la quietud y los sencillos
festejos que tus hijos pobrecillos
te ofrezcan al volver a tu morada.

La voz de la tribuna hoy deshonrada;
en manos de la plebe los cuchillos;
la libertad forjándose los grillos...;
esta es la Roma de la edad pasada.

El acto de Catón a otros asombre;
de César muerto nace el cesarismo;
bruto exclama: «¡Virtud, eres un nombre!»

Y así van las naciones a su abismo,
sin que a salvarlas baste un solo hombre,
sea Catón, o Bruto, o César mismo.

23 de Abril de 1873.





IndiceSiguiente