La celebridad literaria de Ros de Olano no tiene conexión
próxima ni remota con las circunstancias (muy merecidas,
pero al cabo externas) de ser Teniente General. de los Ejércitos
Nacionales, Conde de la Almina, Marqués de Guad-el-Jelú,
Grande de España de primera clase, Senador vitalicio
y diferentes cosas más de aquéllas que a otros
próceres han solido valer cómodo asiento en
nuestro Parnaso, no bien hicieron algún mimo a las
patrias Musas.-Por el contrario: la índole esencialmente
política de este poeta, lo mismo durante la primera
guerra civil, que después como fino conspirador palaciego,
que en 1854, como definidor y alma de la Unión Liberal,
que en todo tiempo como adalid parlamentario de largo alcance,
lo han sujetado a perpetua contradicción de los partidos,
avaros siempre de justicia, y mucho más de gracia,
con los llamados hombres públicos.
Debería,
pues, asegurarse que Ros de Olano, el familiar amigo de las
Reinas Doña María Cristina y Doña Isabel
II; uno de los doce hombres de corazón rebelados luego
en Vicálvaro; el Director general de Infantería,
que aleccionó en el Pardo a aquellos Cazadores de
Madrid, terribles gimnastas, vulgarmente llamados Monos sabios,
que tales travesuras hicieron en la contrarrevolución
de 1856; el que dio su apellido al famoso chacó denominado
ros; el Segundo del General O'Donnell en la Guerra de África;
el apoderado del Vencedor de Alcolea durante aquel tremendo
29 de septiembre de 1868, en que los revolucionarios madrileños
se sobrepusieron a toda autoridad que no fuese la de D. Juan
Prim, goza hoy de envidiable gloria literaria, a pesar de
cuanto ha sido y hecho en su larga y fecunda existencia militar
y política, y meramente como resultado de sus primitivas
cualidades poéticas.
Comenzó la popularidad
de nuestro autor allá en los grandes tiempos del romanticismo,
cuando el celebérrimo Espronceda lo eligió
para prologuista del Diablo-Mundo. Súpose entonces
que aquel Comandante de Infantería, procedente de
la Guardia Real, y D. Miguel de los Santos Álvarez,
autor ya del renombrado poemita María y de la novela
ingeniosísima La protección de un sastre, eran
predilectos hermanos intelectuales del insigne cantor de
Teresa, creador de El Estudiante de Salamanca; y juntos han
atravesado sus nombres más de medio siglo, como identificados
quedan siempre en el amor de los sectarios el glorioso maestro
que muere y los camaradas y apóstoles que le sobreviven...
De D. Miguel de los Santos Álvarez los lectores recordarán
que, catorce o quince años después de la muerte
de Espronceda, publicó una sentida y admirable continuación
del Diablo Mundo... -Ros de Olano tributa aquí, asimismo,
cariñoso homenaje al malogrado genio, en el soneto
titulado Recordando el entierro de Espronceda, donde dice:
«¡Cayó sin dar un ¡ay! en la primera
y última desventura de su vida!...
¡Ya no asusta
el cometa sin medida
que se apagó en mitad de la
carrera!
Y este llanto que moja mi severa,
rugosa faz en la vejez sumida,
es ya la última lágrima
exprimida
de una fuente de amor que amor no espera.
¡Poeta
del pesar!... De la clemente
tumba que de los vivos te separa,
rompe la losa con tu férrea mano...
Canta
el himno a la muerte que inspirara
a tu virtud el infortunio
humano,
y escupe al vulgo hipócrita en la cara.»
No estará de más que analicemos ahora un poco
la índole de los románticos, por lo que respecta
a sus amistades y a su gloria.-Lo he dicho en otra parte:
estos innovadores literarios pudieron, lo mismo en España
que en Francia, Alemania, etc., desconocer al sumo Dios;
pero divinizaron a sus criaturas, con particularidad a las
mujeres y a sí propios, alargándose también
a incluir a los seres inanimados de la naturaleza, como el
sol, la luna, las estrellas, el mar, y hasta los arroyuelos,
en esta especie de panteísmo. Únicamente exceptuaban
de semejante idolatría a los tenaces clásicos,
como hoy se niega el agua y el fuego a los idealistas (o
espiritualistas) por los naturalistas (o materialistas) de
última moda. Mas, ellos entre ellos, los tales románticos
se ensalzaban mutuamente con tanto exceso, que cuando, al
cabo de pocos años, se hizo la paz entre ambas escuelas,
tuvieron que esconderse en la penumbra de algún destinillo
de poca monta varios de aquellos melenudos semidioses, avergonzados
ya de su propia nombradía poética. Otros, en
cambio, poseedores de verdadero genio, como el Duque de Rivas,
García Gutiérrez, Pastor Díaz, Hartzenbusch,
etc. (observad que únicamente citamos a los muertos,
a fin de que no se ofenda tal o cual presuntuoso vivo, a
quien por acaso dejáramos de mencionar entre los patriarcas
de nuestra literatura) continuaron mostrándose dignos
de su fama, no controvertida a la presente ni tan siquiera
por los que en 1842 eran todavía clásicos empedernidos.
Ros de Olano pertenece al número de los poetas románticos
que subsisten por derecho propio en el aprecio de las Musas
y en la admiración del pueblo español. Tiene
hoy setenta y ocho años, y aún su noble lira
es regocijo de los que le piden sus últimos acordes,
como lo ha sido en todo tiempo, en medio de las continuas
transformaciones del gusto; lo cual procede a todas luces
de que, sin entender el naturalismo de la manera desaliñada
y cruda que ahora suele preconizarse, no figura tampoco entre
aquellos bienaventurados que únicamente conocen la
naturaleza escrita, y sólo han visto amanecer y anochecer
en los libros, cazado (supongo que ratones) en las bibliotecas,
tratado pastoras en Belén o en la Arcadia, y olido
rosas y claveles en salamanquinos madrigales.-Ros se inspira
directamente en los campos, en los vergeles y en los montes,
en las personas de carne y hueso, en las costumbres reales
y efectivas, como activo soldado, perpetuo cazador, hombre
de mundo, General, Ministro, viajero, galanteador y demás
cosas que ha sido durante su peregrinación por este
valle de lágrimas... y de risas.
Fúndase también
la constante actualidad y fama de nuestro característico
poeta, en la índole personalísima de sus versos.
¡Siempre es él! ¡Siempre resulta original y espontánea
su forma! Y, del propio modo que siente por sí mismo
y se abstiene de palabrear sensaciones ajenas, hace continua
gala de un abstruso y peculiar estilo, que no se confunde
con ningún otro.-En cuanto al género de sus
composiciones, diremos, sin embargo, que muchas veces ostentan
el realismo popular y terrible del pincel de Goya; otras
la sangrienta ironía de Enrique Heine, y en más
de una ocasión obscuridades y extravagancias que recuerdan
al misterioso Greco. Su lenguaje, por lo general tan arcaico
como el de Mariana o Mendoza, hállase también
plagado de voluntarios neologismos. Pero, en el fondo de
cuanto dice, hay constantemente fantasía grandiosa,
sensibilidad delicada y una melancolía acerba y huraña,
que llega al tedio del misántropo y del escéptico.
¡Hasta cuando ríe, nada hay más triste que
Ros de Olano! Él y cuantos personajes nos retrata,
chorrean sangre bajo los trazos de su pluma... ¡Él,
sobre todo, infunde misericordia y lástima, cuando
muestra las úlceras de su corazón; pues entonces
parece, y acaso es, ascética negación del amor
propio y víctima propiciatoria de su infortunado amor
a los demás!
Bien claro nos lo dice en su soneto
de la página 49:
¡Fatal amor!... El corazón sin freno
triunfó del Hado... ¡mísera fortuna!
La
Náyade de límpida laguna
fue Venus libre y
me abismé en su seno!
Luego la
vi en el féretro tendida,
pavorosa beldad de carne
inerte,
astro apagado en luctuosa esfera...
Y
¡ay del deseo! Me atedió en la vida...
y amé
el dolor con que me hirió su muerte,
¡vuelto al afán
de mi ilusión primera!
II
Puestos a copiar versos
del inspirado vate, desistirnos ya de discurrir acerca de
ellos, y vamos a limitarnos a comprobar y justificar con
citas cuanto dejamos dicho en su elogio.
Hemos hablado de
estudio directo de la naturaleza, y el mismo General Ros
acude a confesarlo en su famosa Gallomagia, cuando exclama
humorísticamente:
Yo, para sacudir la pesadumbre
que el
corazón del bueno despedaza,
trepé a caballo
a la escarpada cumbre,
o a pie en el monte fatigué
la caza.
Vi nacer, vi morir del sol la lumbre,
solo en
la soledad..., mas hoy rechaza
mi edad cansada fustigar
caballos,
y para cazador me sobran callos.
De su constante
amor al campo hablan también los cinco sonetos titulados
En la soledad. Comienza el primero:
¡Santa naturaleza!... yo que un día,
prefiriendo mi daño a mi ventura,
dejé estos
campos de feraz verdura
por la ciudad donde el placer hastía.
Vuelvo a ti arrepentido, amada mía,
como quien de los brazos de la impura
vil publicana se
desprende y jura
seguir el bien por la desierta vía.
En el segundo declara, con acentos propios de Fr. Luis de
León:
Más precio en este valle y pobre
aldea,
términos de mi vida peregrina,
despertar
cuando el aura matutina
las copas de los árboles
menea;
y, al volver de mi rústica
tarea,
hora, en la tarde, cuando el sol declina,
mirar
desde esta fuente cristalina
el humo de mi humilde chimenea,
que en la rodante máquina lanzado
cruzar como centella por los montes..., etc.
Alterna después
soberanamente el canto del poeta con el de aquel ave de quien
dice en el tercer soneto:
Hay junto a la ventana de mi estancia
un laurel, de la sombra protegido,
en donde guarda un ruiseñor
su nido,
apenas de mi mano a la distancia...
Y considerando,
en fin, a Carlos V en Juste, escribe con severa melancolía:
Suele el que nace humilde en las cabañas
dejar su techo y olvidar su ejido,
por el lucro del mar
embravecido,
por el sangriento lauro en las campañas.
Mas al recto varón que honró
su historia,
sin codiciar fortuna envilecida,
ni envidiar
de los Césares la gloria,
un apartado
albergue le convida
a esperar sin tormento en la memoria
la breve muerte de su larga vida.
Prescindo aquí
del conocidísimo soneto El Simoún, que encierra
toda la triste poesía de los desiertos; paso también
sobre el titulado Progresión, donde, siguiendo el
curso del río Tajo, establece nuestro ilustre amigo
esta gradación magistral:
Miradle de Aranjuez en los vergeles;
vedle
desde la Cántara extremeña;
contempladle al
llegar al Océano...-,
y llego al pie del Cedro Deodara,
que se levantaba hace pocos días en la Plaza de las
Cortes, y que fue arrancado de cuajo por el espantoso huracán
de 12 de mayo último. Muchísimas tardes, durante
los años de su ancianidad, se ha visto al General
Ros de Olano sentado bajo aquel arrogantísimo árbol
extranjero, que le ha precedido en la muerte; y allí,
recordando los tiempos del Madrid Primitivo, aquellos tiempos
en que la actual Carrera de San Jerónimo era un paraje
montaraz poblado de caza, exclamaba inspiradamente:
¿En dónde estoy? -Un tiempo más
remoto,
desde el inculto monte a la llanura
y del estrecho
valle a las colinas,
el ágil gamo y la velluda fiera,
so el pabellón de próvidas encinas,
pacieron
en la rústica pradera
que aquí ignorada de
los hombres era.
Y tranquilos y en paz
aquí vivieron,
sin que del cazador les acosara
ni
venablo, ni jara,
ni alevoso arcabuz... Que nunca vieron
suelta de los lebreles la traílla
en demanda feroz
o a la carrera,
ni el aullido tenaz de su garganta
y el
noble son de venatoria trompa
dentro del bosque plácido
advirtieron
al jabalí o a mansa cervatilla
el repentino
trance en que murieron
traspasados del plomo o la cuchilla.
¡Qué tonos! ¡Qué propiedad y energía
en las palabras! ¡Cómo se ve al cazador experimentado,
dueño de todos los misterios de la Naturaleza!
Después,
encarándose con el Cedro, le dirige esta melancólica
despedida:
¡Noble Cedro doliente,
cautivo en suelo
hispano;
gárrulo adorno de jardín urano,
que no olvidas tu Reino del Oriente!
Falto de amor y del
nativo ambiente,
con unas ramas tiendes alto vuelo
de aspiración
divina,
misericordia demandando al cielo,
y otras abates
al humilde suelo,
a do la muerte pálida te inclina...
-Pero no estarás solo, triste amigo,
en tal tribulación,
mientras aliente
mi ancianidad, de tu dolor testigo...-
¡Todos los días que de vida cuente
vendré
a la tarde a conversar contigo!
Pero donde más luce
el Marqués de Guad-el-Jelú su conocimiento
de las costumbres del campo y de los fenómenos naturales,
es en la especie de poema titulado Lenguaje de las Estaciones,
bien describa los sombríos cuadros del Invierno en
el Monte o en el Hogar, bien copie las galas de la Primavera,
las asoladoras tempestades del Verano o los fantásticos
celajes del Otoño. -Pasemos ligera revista a esta
gran composición pastoral, sin argumento expreso y
terminante, en que Ros prescinde de la formalidad clásica,
un tanto monótona, de las Cuatro Estaciones de Pope,
Tompson y Gessner, y se entrega a su romántica libertad,
aunque tratando el asunto más a fondo que Alfredo
de Musset en sus conocidas Noches de mayo, agosto, octubre
y diciembre.
En pleno Invierno, un cazador (el mismísimo
poeta, sin duda alguna), distingue en el monte a varios soldados,
y grítales desenfadadamente:
¡Ah de la tropa que marcha,
en día
tan borrascoso,
el hielo y el sudor juntos
en los azotados
rostros!...
Lleváis perdida la senda...
Habla luego
pintorescamente con aquellos soldados, y después con
los propios malhechores a quienes persiguen, y tropieza al
fin con una mujer que lleva en brazos dos niños
más desnudos que andrajosos;
mujer, cuyo llanto acusa
ser madre, mientras que el rostro
y los arrugados pechos
y los cabellos canosos
arecen ya de inútil anciana;
la cual, al pedirle limosna, le habla en estos sentidísimos
términos:
«¡Los hijos en las entrañas
»de la madre pesan poco!
»Como los parí desnudos.
»Con mi cuerpo los arropo,
»pues a cubrirnos no bastan
»los harapos que recojo.-
»Hemos de andar el camino,
»y, aunque los alterno y pongo,
»a veces en mis caderas,
»a veces sobre mis lomos,
»nos
rinden en la jornada
»el sol, la nieve o el lodo.-
»Pocos
dolores de madre
»sintió la que pare sólo...
Hasta aquí el Invierno en el Monte: copiemos ahora
algo del Invierno en el Hogar.
Hay en él un discurso
en romance, dirigido por cierto caballero (supongo que también
Ros de Olano) a una joven (hermana suya, por lo visto), en
el cual abundan bellezas de primer orden... -Después
de hablarle piadosamente de sus difuntos padres, describe
así el campesino Señor la rueca y el huso con
que ella está hilando:
Y la rueca con sus flores
de siempreviva al extremo,
y
el huso de plata fina,
con la inicial de su dueño;
ese infatigable huso
que tus delicados dedos,
tras levísimo
chasquido,
lanzan con ágil gracejo,
y ese copo bien
peinado
del lino de nuestro huerto,
que vas desatando en
hebras
de finísimo cabello;
la rueca, el huso y
el lino
son que allá en mejores tiempos,
al compás
de las canciones
del ángel que guarda el sueño,
sirvieron a nuestra madre,
al arrimo de este fuego,
para
hilar blancas madejas
de que luego se tejieron
las sábanas
de tu cuna
y las de mi breve lecho.-
¡Qué delicadeza
y exactitud de expresión! ¡Qué levísimo
chasquido y qué ágil gracejo!- ¡Parece que
se ve hilar a una reina!
Este mismo discurso cambia luego
de tono, y llega a competir con la famosa Cena de Baltasar
de Alcázar.-No lo copio, por ser demasiado largo.
Fijaos en él, y veréis primores de pensamiento
y de dicción.
De la parte que se titula En la Primavera,
tomaré algunos trozos que nada tienen que envidiar
a las mejores poesías bucólicas de los siglos
paganos.-Dice así el General Ros:
Ungida en blando rocío
despierta
amorosa el alba,
tímida beldad que en sueños
su amante el Sol busca y llama.
Claros sus ojos azules
de luminosas pestañas,
al beber luz en los cielos,
la luz al suelo derraman.
Salúdala
el Santuario
con la voz de la campana,
mientras le dice
sus himnos
en los aires la calandria;
y al influjo cariñoso
de su espléndida mirada,
se esponja de amor la tierra,
la vida ríe en las plantas.
Ancha
clámide de nieve
desprenden de sus espaldas
los
cerros, al anunciarse
de abril la augusta mañana;
y de las cumbres desciende
libre, saltadora el agua,
en
elegantes, revueltas
cintas de cristal y plata.
El labrador que abrió el surco,
y de sus trojes preciadas
arrojó fértil semilla
con mano atrevida y franca,
cela la espiga naciente
sobre
campos de esmeralda,
mientras que, libres del yugo.
los
tardos bueyes descansan.
Pero aún más admirable
que todo esto es la descripción del celo de los toros
y del ganado cabrío.-Escuchad a nuestro Teócrito,
al insigne español enamorado de la realidad dentro
de las convenciones del Arte:
Muge la esbelta novilla
desde el otero
a distancia;
primer celo en que se enciende
al pacer la
verde grama...
Suma de gala y de fuerza,
monstruo de fiereza y gracia:
el toro al clamor amante
la frente adusta levanta...
Por más saciar el olfato
las hondas fosas dilata:
enhiestas las finas puntas,
rueda
la hirviente mirada:
juega la flexible cola
con ondulantes
lazadas;
y, azotándose los flancos,
cual con serpiente
irritada,
rayo que en trueno responde,
pronto al imán
que le llama,
rápido como el relámpago,
parte,
arrolla, triunfa o mata.
En tanto, un eco distante,
que el viento
interrumpe a ráfagas,
trae y lleva los acordes
de
la primitiva flauta...
Son los de la edad
de oro
trinos de la flauta pánica,
recreación
de pastores,
mientras pacen sus manadas
y vense en libre
careo
correr del monte a la falda
menudas, ágiles,
limpias,
de vario color pintadas,
generación de
Amaltea,
las mil esparcidas cabras...
Y,
en medio al vario conjunto,
señor entre sus esclavas,
celoso barbón hirsuto,
de corona esparramada,
y
olor genial, que denuncia
a los machos de su raza;
dispensador
de favores,
dejando va por do marcha
vapor de naturaleza,
dulce a sus hembras ingrávidas.
En el romance que
va impreso a continuación del de La Mañana, y que se titula La Golondrina, no hay cosa que omitir ni
nada que preferir como mejor.-Leedlo íntegro en su
correspondiente lugar (pág. 176), y conoceréis
la infinita dulzura replegada en el fondo del alma de este
amarguísimo poeta.
De la descripción del Verano, no nos permiten ya las dimensiones del presente Prólogo
copiar otra cosa que un fragmento del magnífico romance
titulado La tempestad, donde el poeta dice:
Y entonces fue cuando vino,
derramándose
a torrentes,
copiosa lluvia; y en olas
despeñadas
que al mal tienden,
e iban las aves ahogadas,
e iban nadando
las reses.
A la mar iban los árboles,
con sus frutos
aún pendientes...
Del labrador afanoso
los codiciados
enseres
iban; y, a la par con ellos,
haces de acopiadas
mieses,
y, arrancados de su base,
restos de pobres albergues...
Por último, citaremos de la pintura del Otoño
aquel hermosísimo comienzo de la descripción
de las nubes:
¡Breve tarde! En mar de púrpura
tórnase el azul velado
del horizonte, tendido
más
allá del Océano:
piélago es de luz
inmensa,
do mis ojos beben ávidos
torrentes de llama
viva;
piélago en que ven flotando
seculares monumentos,
arquitectura de encantos;
fortalezas y ciudades,
alcázares,
templos, arcos,
pirámides, tiendas bíblicas,
misteriosos tabernáculos...
Y en las llanuras espléndidas
de aquel celaje fantástico,
hay peleas encendidas
de hombres y monstruos bizarros,
fieras, enanos, gigantes,
escuadrones de centauros
y carrozas con cuadrigas
de flamígeros
penechos.
Indicamos también, más atrás,
que la pluma de Ros de Olano llega a veces al popular y terrible
realismo del pincel de Goya, y aun debimos añadir
que muy especialmente recuerda el lápiz con que el
buen Don Francisco dibujó sus célebres cartones.-En
comprobación de ello, léase toda la poesía
concerniente a cierta graciosa Gitanilla (esbelta como las
clásicas Bailarinas de Pompeya), que en la Pág.
76 nos dice por boca del antiguo romántico:
Hablan como cotorras
mis
castañuelas...
Alzo
el pandero:
me remonto en el aire,
y
allí me cierno.
Igualmente son del estilo de Goya:
la Figura tomada del natural; la poesía denominada
Sobre el banco (este banco es el del patíbulo); la
que lleva por nombre El Penado; la Anacreóntica de
nuestros días, cuyo héroe es un viejo gaitero
de Galicia, y, sobre todo, el festivo entierro del niño
de una gitana (véase Angelitos al Cielo, página
97), donde, al regresar el alegre cortejo fúnebre,
trayendo vacía la cuna que acaba de hacer las veces
de ataúd, el poeta se inmuta de pronto y traza la
siguiente épica figura:
Águila de anchos ojos,
Ávidos,
fijos,
cuando llega y se lanza
sobre
su nido;
leona
enferma,
cuyo rostro tapaban
áspelas
greñas;
la deshijada madre
del angélico,
de aquella pobre cuna
miró
el vacío...-
Todos
bailaban...
¡Y ella sola vertía
Mares
de lágrimas!
Tal vez habréis recordado, en
la anterior enumeración de poesías del Marqués
de Guad el-Jelú, que el mismo Espronceda había
tenido apego a los asuntos patibularios y a los pordioseros,
manolos, gitanos y demás seres de ínfima clase;
lo cual demuestra únicamente que el laureado cantor
de El Diablo Mundo, El Verdugo, El Mendigo, El Reo de muerte,
etc., era también, a fuer de romántico, adorador
del inspiradísimo Goya; del pintor sin modelos ni
precedentes académicos; del autor de escenas populares,
ya festivas como las borracheras en el Canal, ya espantosas
como los fusilamientos del Dos de mayo; del que pintó,
en fin, las níveas carnes de sus chulas o de sus reinas
con tanto vigor, intensidad y finura como Ticiano pudo emplear
en sus mejores Venus.
La tradición infernal Por pelar
la Pava (página 117) es asimismo del género
de Goya, quien precisamente la tomó para argumento
de su Serenata. Hay allí un sacerdote y un monaguillo
que llevan el Viático por las obscuras calles de Sevilla,
unos cantadores de saetas, una pícara bruja, y, sobre
todo, tal chispa y gracejo para referir el célebre
estallido de los dos cadáveres, que todo ello parece
más bien dibujado por el D. Ramón de la Cruz
de nuestros pintores que por la pluma de un vate byroniano.
Para justificar mi otra comparación de Ros con Enrique
Heine, sólo necesito pedir que se lean los sonetos
El hombre ante Dios y Fatalidad, las estancias tituladas
Sueño, la composición Entre el cielo y la tierra,
las Playeras, y, muy especialmente, la desgarradora poesía
Sin el hijo, donde un niño calenturiento muere hablando
de cierto pajarito fantástico, representación
de los deseos imposibles de esta vida.
Permítaseme
copiarla.
Era la madre de un niño;
de un
niño que deliraba:
eran sus ojos dos fuentes,
y
los del hijo dos llamas.
-No rías,
hijo, no rías,
¡que me partes las entrañas!...
¡llora para que se enjuguen,
al verte llorar, mis lágrimas!...
-«Aquel pajarito, madre,
»que
tiene el pico de plata,
»el cuerpo de azul de cielo
»y
de oro fino las alas...»
Calló
el niño, y quedó quieto,
las pupilas apagadas,
como quedan en el nido
polluelos que el cielo mata.
Y, dudando si dormía,
viendo que
ya no lloraba,
besó la madre la boca
de un cuerpecito
sin alma.
Desde entonces, cuando
trinan
las aves en la alborada,
mientras que cantar las
oye,
ella ríe, llora y canta:
«Aquel
pajarito, madre,
»que tiene el pico de plata,
»el cuerpo
de azul de cielo
»y de oro lino las alas...»
También
parecen de Enrique Heine los siguientes versos que nuestro
poeta (nacido en Caracas y recriado en Cataluña) escribe
mirando las rotas nubes, después de la Tempestad de
Verano, cuando imagina hallar en aquellas móviles
y cambiantes figuras las visiones de su pasada historia.
Reconoce primero a su Padre y a su Madre, y luego cree ver
un grupo de niños, a los cuales pregunta:
¿Quiénes sois, niños benditos?
Conoceros me
parece...
Y los niños responden con ferocidad, largo
tiempo disimulada y reprimida:
-Eramos amigos tuyos,
cuando niños inocentes...
Eramos tus condiscípulos
de la vida en los dinteles.-
Tus iguales nos juzgamos
en la edad adolescente;
¡y, si
hoy favor te pedimos,
que, aceptado, nos ofende,
somos
los que te abrazaban
para herirte y esconderse!...
¡Dejamos
por nuestra prosa
de la fama los laureles,
virtudes que
no nos caben,
ideas que nos exceden!...
Aunque muy amargado
por aquella saña de las medianías, el poeta
replica con indulgencia:
-¡Pasad, pasad, mis amigos...
La confesión os releve:
mi voluntad os disculpa
y la experiencia os absuelve!
Es menester haber leído las Memorias del judío
Heine, a quien también hirieron muchos cuando muchacho,
para graduar la pena con que se recuerdan estas agresiones
desde el pináculo de la gloria o de la fortuna.
Fingen
en seguida las nubes el contorno de cierta beldad, y el visionario
exclama con horror:
¡Aparta, mujer hermosa!
¡Por donde viniste,
vete!
¡Esconde aquesos collares,
arracadas y alfileres
con que adorné tu belleza
y prendí tu pecho
aleve!
¡Aparta, mujer traidora,
que aun tus caricias me
ofenden!
En cambio, dice a continuación con la dulzura
infinita de Dante cuando encuentra a Beatriz:
¿Quién eres tú que muy lejos,
tan lejos te me apareces,
que ya mis cansados ojos
dudan
en reconocerte?
-Tu primer amor me llamo.
-¡Tu memoria
me enternece!
Fuiste el ideal del alma,
la santidad de
mis preces,
la diosa de mis sentidos,
la mujer hermosa
y débil
que amor me brindó en la vida
y amor
me brindó en la muerte.
Por término de aquellas
visiones, aparécesele una a quien pregunta:
¡Oh, tú, el último en la
hilera,
de tanto dolor el héroe!
¡De ti sólo
vi un reflejo,
como mi sombra otras veces!
Fantasma, visión
que enseñas
la risa, y lágrimas bebes,
¿por
qué escribes con la punta
del corazón y te
dueles?-
Apenas ya te recuerdo...
Dime, por piedad, ¿quién
eres?
-Yo soy tú.
-¡Maldita
seas.
fascinación de mi mente!
Con esta imprecación
ponemos fin a las citas de los innumerables rasgos en que
nuestro autor recuerda al gran poeta alemán que se
retrató en el Libro de Lázaro.
Acerca de sus
frecuentes puntos de contacto con el singularísimo
pintor Domenico Teotocopuli, generalmente denominado El Greco,
llamaré la atención sobre el canto épico
La Gallomagia, donde, a vueltas de felices recuerdos de La
Gatomaquia y de La Mosquea, abundan rarezas y reconditeces
que también caracterizan la figura del hidalgo, en
el Lenguaje de las estaciones, y que cubren de tintas grises
y confusas las poesías intituladas Sueño, Balada,
En la orilla del mar, Nada más, La abuela viuda y
la nieta huérfana, y alguna otra...
Eacute;l las
entiende, y nosotros también... Pero difícilmente
las entenderán los que no sean antiguos y familiares
amigos del taciturno Marqués de Guad-el-Jelú,
como tampoco entendieron las lóbregas profundidades
de El doctor Lañuela; de la Historia Verdadera o cuento
estrambótico, que da lo mismo, de Maese Cornelio Tácito;
del Origen del apellido de los Palomino de Pan-Corvo y de
otras obras en prosa que ha dado a luz.-A la verdad, todavía
no se sabe si él quiere o no quiere que el lector
las entienda. Lo que nosotros tenemos averiguado es que desprecia
al que no las entiende, y que se enoja con los que se dan
par entendidos. Hay, pues, que oír y callar, o que
demostrar por señas, no con explicaciones, que aquellas
excentricidades tienen muchísima substancia, como
es indudable que la tienen...-Y lo propio ocurre, y ha ocurrido
desde que el mundo es mundo, con todos los poetas y novelistas
sinceramente autobiográficos.
De la obra dramática
Galatea, con que termina el tomo, sólo diré
que puede considerarse original, aunque esté inspirada
en argumento francés, por cuanto comprende un acto
más y algunos personajes nuevos y hállase toda
versificada libremente por el General Ros. Débese,
pues, a su pluma el legítimo sabor clásico
de caracteres, diálogos y descripciones, tanto más
de apreciar cuanto que todo aquel helenismo de buena ley
procede de la imaginación de un vate romántico.
Y con esto ponemos fin a nuestro voluntario estudio crítico,
por ninguna manera fundado en presunciones pedagógicas,
sino fruto del verdadero amor y extraordinaria admiración
que hace ya treinta años profesamos al que fue nuestro
General y segundo padre en la gloriosa Guerra de África.
MADRID 19 de junio de 1886.
P. A. DE ALARCÓN.
Sonetos
El conde don Julián
Dentro el alcázar de doblado
muro,
frontero al campo de Tarik, leía
en letra
de Florinda, y repetía,
aún de sus mismos
ojos mal seguro:
«Cerró
mi boca con su labio impuro...
¡Hembra débil, su
fuerza me oprimía!
Por vos fiada a quien su guarda
os fía,
mi afrenta acusa al forzador perjuro...»
Y, al sacudir la gótica
melena,
león que yerra el salto carnicero,
subió
al adarbe, descolló en la almena;
Padre
ofendido, desciñó el acero;
tendió
la puente; y la cristiana arena
manchó la planta
del traidor primero.
Los castillos de la Reconquista
Son esqueletos de gigante hechura:
helos en pie; la Religión los vela:
asomos del cristiano
centinela,
ásperos muros, torres de la jura.
Quedó de Troya, donde fue insegura
defensa la pelasga ciudadela,
contra el griego invasor
que la debela,
ceniza al aire, al suelo sepultura.
Y éstos, agora, en soledad sagrada,
viejos testigos del tesón íbero,
mientras
luchó por siglos la mesnada,
Desde
la breha en que se alzó el primero,
llevan de Covadonga
hasta Granada
la Cruz triunfante por blasón frontero.
Napoleón
Silencio impuso, y le escuchó
la Europa;
habló, y su voz fue estruendo de cañones;
marchó, y de sus infantes y bridones
cubrió
la tierra innumerable tropa.
Lánzase,
nuevo Atila, que galopa
sobre cetros y ruinas de naciones,
y es su lecho, en mitad de sus legiones,
la púrpura
imperial con que se arropa.
Su
madre fue la expiación: su cuna
la mecieron humanas
tempestades:
la gloria amó; casó con la fortuna:
No tuvo origen ni dejó
heredero...
Vino al mundo a marcarle dos edades...
¡Su
nombre pertenece al orbe entero!
En la soledad
Cinco sonetos
I
¡Santa Naturaleza!... yo que un día,
prefiriendo mi daño a mi ventura,
dejé estos
campos de feraz verdura
por la ciudad donde el placer hastía.
Vuelvo a ti arrepentido, amada
mía,
como quien de los brazos de la impura
vil publicana
se desprende y jura
seguir el bien por la desierta vía.
¿Qué vale cuanto adorna
y finge el arte,
si árboles, flores, pájaros
y fuentes
en ti la eterna juventud reparte,
Y
son tus pechos los alzados montes,
tu perfumado aliento
los ambientes,
y tus ojos los anchos horizontes?
II
Más precio en este valle y
pobre aldea,
términos de mi vida peregrina,
despertar
cuando el aura matutina
las copas de los árboles
menea;
y, al volver de mi rústica
tarea,
hora, en la tarde, cuando el sol declina,
mirar
desde esta fuente cristalina
el humo de mi humilde chimenea,
que en la rodante máquina
lanzado
cruzar como centella por los montes;
pasar como
relámpago el poblado;
robar,
en fin, al péndulo un segundo,
y, en pos de los finitos
horizontes,
sentir la nada al abarcar el mundo.
III
Hay junto a la ventana de mi estancia
un laurel de la sombra protegido,
en donde guarda un ruiseñor
su nido
apenas de mi mano a la distancia:
y
entre el verde follaje y la fragancia,
celoso, ufano, amante,
requerido,
dice su amor con lánguido quejido
y dulce
y elevada consonancia.
Las horas
de la noche una tras una
en sigilosa hilera, huyendo el
día,
siguen el curso a la encantada luna...
Y en esta soledad el alma mía
goza, sin envidiar cosa ninguna,
de su quieta y feliz melancolía.
IV
¿Qué fueron al gran
Carlos sus hazañas
en la celda de Yuste recogido?
Él quiso relegarlas al olvido,
y ellas emponzoñaban
sus entrañas.
Suele el
que nace humilde en las cabañas
dejar su techo y
olvidar su ejido,
por el lucro del mar embravecido,
por
el sangriento lauro en las campañas.
Mas
al recto varón que honró su historia,
sin
codiciar fortuna envilecida,
ni envidiar de los Césares
la gloria,
un apartado albergue
le convida
a esperar sin tormento en la memoria
la breve
muerte de su larga vida.
V
Lamentos
de hembra y lloros de nacido;
duelos de viuda y quejas de
casados;
de la vejez y el hambre los cuidados,
que cesan
cuando espira el afligido...
¡Nacer!...
¡Vivir!... ¡Morir!... Después ¡olvido!...
¡Los siglos
son sepulcros numerados
de seres mil y mil tan olvidados
cual si no hubiesen en el mundo sido!
Y
el corazón es péndulo que advierte,
con vaivén
de dolor, que a la existencia
sólo enjuga las lágrimas
la muerte...
¿A dónde,
pues, con bárbara violencia,
río de la vida,
corres a perderte,
si no es tu mar la Santa Providencia?
En la tribulación
Antes que fuese el Tiempo en la medida,
era la Eternidad en el vacío;
y Tú en la
Eternidad eras, Dios mío,
ser increpado, Verbo de
la vida.
«¡Sea!» dijiste; y fue
de Ti nacida
la Creación cual desatado río;
que, a tanta potestad de tu albedrío,
nació
la muerte a la existencia unida.
Ahora
dime, Señor (para que sienta
fecundo mi pesar, y
espere en calma
a que se rompa la fatal concordia),
Si este algo del no ser que me atormenta
es mi esencia inmortal, ¡el yo del alma!
Que ha de encontrar
en Ti misericordia.
El hombre ante Dios
Altiva voluntad y tedio inerte;
inextinguible sed junto al disgusto;
desprecio de la vida
y fiero susto
sólo al pensar en la terrible muerte:
La obstinación en oprimir
al fuerte,
la terquedad en deprimir al justo,
la eterna
ingratitud de ceño adusto,
con quien benigno procuró
mi suerte...
¡Así soy!
¡así soy! Porque en mi alma
algo devorador hay que
destroza
el bien que nace del afán que espira...
¡Quiero morir, o que me des la
calma!
¡Que cuando lloro el corazón se goza,
y cuando
río el corazón suspira!
En el nacimiento del Ebro
Aquí do nacen del íbero
río,
en breve cuna, claras las primeras
ondas
que allá tan turbias y altaneras
mueren bebidas por
el mar bravío:
¡Arpa del
triste sentimiento mío!
Si desterrada como yo no
fueras,
negaras a estas plácidas riberas
el grave
acento en que mis penas fío.
¡Ay!
que los dos lloramos adorando,
arpa, la gloria y la ambición
frustradas,
y en tanto van las ondas caminando...
Mas míralas, que corren afanadas
al mar, que es tumba y fin de su fortuna,
cual lo es de
mi ambición su pobre cuna.
Reinosa, Mayo
de 1837.
Recordando el entierro de Espronceda
¡Cayó sin dar un ¡ay! en la primera
y última desventura de su vida!...
¡Ya no asusta
el cometa sin medida
que se apagó en mitad de la
carrera!
Y este llanto que moja
mi severa,
rugosa faz en la vejez sumida,
es ya la última
lágrima exprimida
de una fuente de amor que amor
no espera.
¡Poeta del pesar!...
De la clemente
tumba que de los vivos te separa,
rompe
la losa con tu férrea mano...
Canta
el himno a la muerte que inspirara
a tu virtud el infortunio
humano,
y escupe al vulgo hipócrita en la cara.
El simoún
La soledad lo aborta sin destino
sobre el páramo inmenso del desierto;
a su presencia
duélese el mar muerto
y gime triste el campo palestino.
Con polvorosa crin borra el camino,
y a su bochorno el caminante incierto,
el cuerpo tiende,
el hábito cubierto
del raudo y abrasante remolino.
¡Pasó!... y el tigre bota
en la candente
arena, en que el león ruge erizado
y silba y se retuerce la serpiente...
¡Pasó!...
y en la quietud del despoblado
la ciudad solitaria del Oriente
llora con el Profeta su pecado.
Regalando una botella de vino añejo
De ésta que envío,
anciana generosa,
frágil tapada, indúbita
doncella,
cuanto de más edad, mucho más bella,
rival temible a la mujer hermosa,
No
queda en el origen ni aun la hojosa
vid de que fue racimo
y es botella:
¡Quiso el deleite, hasta saciarse en ella,
tenerla en claustro por gozarla añosa!
Profana,
amigo, su recinto escaso;
que a sensual Naturaleza plugo
en breves bordes provocar a exceso...
La
boca femenina es chico vaso,
y allí embriaga el amoroso
jugo
que vierte el labio al recibir un beso.
Fatalidad
De luz vestida en el azul sereno,
limpio reflejo de la casta luna,
diosa del mar en transparente
cuna,
la amé en un tiempo, de esperanza ajeno.
¡Fatal amor!... El corazón sin
freno
triunfó del Hado... ¡mísera fortuna!
¡La Náyade de límpida laguna
fue Venus libre
y me abismé en su seno!
Luego
la vi en el féretro tendida,
pavorosa beldad de carne
inerte,
astro apagado en luctuosa esfera...
Y
¡ay del deseo! Me atedió en la vida...,
y amé
el dolor con que me hirió su muerte,
¡vuelto al afán
de mi ilusión primera!
Eva
Era, el Edén: la Creación,
naciente,
tipos aislados del Autor divino,
y el Arte
vislumbraba su destino
en la forma inicial de la serpiente.
Abrió la rosa al margen
de la fuente:
mujer desnuda, en plácido camino,
llegó a mirarse el rostro peregrino
al limpio espejo
de agua transparente.
Entonces
fue la femenil flaqueza;
primera envidia, en donde al Arte
cupo
enmendar la infantil naturaleza.
Eva
la flor en su cabello supo
prender, y fueron de la ideal
belleza
la mujer y la rosa el primer grupo.
Funerales
«¡El Rey ha muerto!» «¡Viva el Rey!»-Corrieron
a ensordecer el ámbito estos gritos;
las galas con
los lutos se fundieron
en el aplauso y funerales ritos.
¡Oh página del tiempo en
que escribieron
privados y magnates sus delitos!...
«¡¡El
Rey ha muerto!!... ¡Ha muerto!» respondieron