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ArribaAbajoLa pajarera


ArribaAbajoSueño

EL POETA.
      No vuelvas a la líquida morada
virgen del lago que a los aires subes...
Sigue sobre la niebla reclinada:
nunca te arropen las flotantes nubes...
LA VISIÓN.
      Mi viaje es a la nada.
EL POETA.
Como el halcón tras de la garza huida,
por los espacios seguiré tu vuelo;
alas de amor impulsan mi subida;
si al cielo vas, te prenderé en el cielo...
LA VISIÓN.
       Es la mayor caída.
EL POETA.
Sepa quién eres, virgen de halagüeños
ojos, que antes me veló el rocío;
leve cendal revela tus pequeños
redondos pechos, al intento mío...
LA VISIÓN.
      El hada de los sueños.
EL POETA.
¡Ah! yo te miro en la extensión lejana,
muy más hermosa cuanto más desnuda...-
¿Huyendo vas la sensación humana?-
¿Teme tal vez tu corazón la duda?...
LA VISIÓN.
      El tedio de mañana.
Yo soy la garza que el halcón sujeta,
viendo los horizontes más lejanos:
cuando me alcance tu ambición inquieta,
¡acuérdate! se quebrará en tus manos
       la lira del poeta.


ArribaAbajoBalada



¡ALERTA! ¡alerta!
Que al grito de dolor también despierta.

    Al lado de la vida
       Duerme la muerte...
    ¡Guarda que la dormida

    no se despierte!
       la vida humana
    vive sólo en el sueño
       de su otra hermana.
       -¡Alerta! ¡alerta!
¡Que la que duerme, pronto se despierta!

    Nos esperan hazañas,
       gloria y despojos...
    Guardad vuestras cabañas;
       secad los ojos,
       madres y esposas;
    que, como sois sencillas,
       ¡Estáis llorosas!
       -¡Alerta! ¡alerta!
¡Nadie al amor su corazón convierta!

    Troquemos nuestros lares
       por la esperanza;
    mirad cómo los mares
       brindan bonanza.
       Boguen las flotas
    hasta las de oro y perlas
    playas remotas.-
    -¡Alerta! ¡alerta!
que en el mar la ambición no siempre acierta.

    Hijos desheredados
       del Paraíso,
    corremos afanados
       tras lo preciso...
       Y a la fortuna
    pedimos nuestros fueros
       desde la cuna.
       -¡Alerta! ¡alerta!
Que del Edén cerrada está la puerta.

    Páramo sin caminos
       es la existencia,
    y vamos peregrinos
       tras nuestra herencia...
       Y andando, andando,
    nos derriba la muerte
       sin saber cuándo.
       -¡Alerta!... ¡alerta!...
Que está la tumba a nuestros pies abierta.




ArribaAbajoEn la orilla del mar

Notas sueltas



Ya el golpe de las olas no estremece
la roca en que me siento...
Es la tarde: la noche se avecina...
La brisa desfallece,
y abate el mar su crespo movimiento.

Salen de Oriente formas soñolientas,
y queda sólo, al lado de Occidente,
como enlace del día con la noche,
el luminoso broche
del menguado crepúsculo muriente.

Cual pequeñuelo en encantada cuna,
dormí en la peña al son de la onda brava,
olvidado del tiempo y la fortuna;
y he despertado ahora,
al dibujarse la creciente luna.

¡Luz cenital de todas las esferas!
¡Dios de la creación! Bajo tu manto
el Universo va... Tu luz le guía...

-¿Dónde está aquel lucero,
perpetua causa de dolor y llanto,
primera culpa de mi amor primero?

¡Oh, fosas olvidadas,
donde solos están los huesos quietos
de las gentes pasadas!...
¡Cuántos guardáis, dulcísimos secretos
de esperanzas y dichas malogradas!

La noche envuelve el mundo... Siento frío...
¡Inmensa soledad! tuya es la pena
universal que llora en el rocío...
Tuya será también la paz serena
que de la muerte aguarda el pecho mío.




ArribaAbajoKásida


En el oasis de Oriente
enturbia la limpia fuente
       El beduino,
y, al susurro de una palma,
apaga la sed del alma
       el peregrino.




ArribaAbajoEntre cielo y tierra



Paloma: cuando el aire
       cruzar te veo,
    siento melancolía...
       No sé qué siento...
       ¡Vas solitaria
    vagando por los aires
       como mi alma!

¿Por qué me duele la vida?
¿Por qué me duele? ¡ay de mí!
¿Por qué pensar sin descanso?
¿Por qué naciste y nací?




ArribaAbajoLa ambición


Ave que te lanzaste,
    del primer vuelo,
a desplegar tus alas
    por el desierto...
       Perdida tórtola,
¡el desierto no tiene
    fuente ni sombra!




ArribaAbajoCuesta abajo


El árbol a la fuente protegía,
dando apacible sombra a su venero;
pero la fuente de la sombra huía
a la voz del arroyo lisonjero.
El arroyo, que alegre discurría,
vióla llegar y la besó el primero;
de allí fue al lecho de agitado río,
y éste la sepultó en el mar bravío.




ArribaAbajoContradicciones




I

Mientras te llaman Dolores,
los galanes vierten flores
       A tus pies...
Mas mi edad es la experiencia...
¡Y la tuya la inocencia
       sólo es!


II

Las edades y el destino
nos van marcando el camino
       del amor...
¿Dónde está el bien de la vida,
si la esperanza cumplida
       da dolor?


III

Navega amor en bonanza,
y le grita la esperanza:
       «¡Ven acá!...»
¡Llegar al puerto es su daño!...
Que allí dice el desengaño:
       «¡Quita allá!»




ArribaAbajoLa hija del veterano


Padre, vino a la comarca,
después de la guerra última,
cierto capitán inválido
y con él una hija suya.
Vinieron siendo ella niña
(diez años ha fue la lucha);
y hoy el pobre veterano
ya apenas a andar se ayuda;
mas la hija en que se apoya,
por ser su planta insegura,
parece lleva en el alma
las diez primaveras juntas.
Siempre que los hallo al paso,
el anciano me saluda;
mas la tímida doncella
no eleva los ojos nunca.
María es su dulce nombre,
y no lo ignoráis sin duda,
pues siendo vos cura de almas
conoceréis la más pura.
Llegad, padre, a su morada,
que en vos el hábito excusa
pisar el dintel sagrado,
do nunca entró la calumnia;
hablad al padre y la hija
en nombre del que os anuncia
que elige por compañera
si su mano no rehúsa,
a la hija virtuosa
del inválido, en que acusan
honra y valor de soldado,
pobreza y heridas juntas.
La respuesta que él os diere,
juzgad bien, por las arrugas
de su frente apesarada,
si a su corazón se ajusta.
Esto cumple a mi conciencia;
procurad vos que se cumpla,
pues no siempre entra el contento
donde llama la fortuna...
Y decidme si María
me manda en respuesta muda,
una rosa de su alma
en cada mejilla púdica.




ArribaAbajoLas playeras



Cantó anoche Serenita...
¡Qué cantar, válgame Dios!
Cantábame una playera
que su madre le enseñó...
salía de su garganta
en cada nota un dolor,
y, al reprimir los suspiros,
era tan triste su voz,
que, cuando espiró en su boca,
me temblaba el corazón...

-¡Serenita, abre los brazos!...
-¡Ah!... caballero, eso no:
hija soy yo del gitano
y usía es todo un señor.
-Serenita, abre la mano;
toma, y publica que yo
las tristezas que me canta
las pago con un favor.
Adiós, adiós, Serenita...
-Adiós; caballero, adiós.




ArribaAbajoMelancolías




I

Entre el llanto y la risa
       media un quejido;
de la vida a la muerte
       sólo un suspiro.


II

Cuando recuerdo la historia
de mi vida por el mundo,
no hallo ni un solo segundo
sin pesar en mi memoria;
y cual si hubiese tenido
otra existencia anterior,
siento nostalgias de amor
de otro mundo en que he vivido.


III

A un pajarillo oprimía
un niño en su amor tirano,
y al verlo ahogado decía:
¡Desdichada totovía,
que se me ha muerto en la mano!


IV

¡Allá voy! ¿De dónde vino
voz soltada en el desierto
al paso del peregrino?...
Fue la voz del hijo muerto
delante de su camino.




ArribaAbajoNada más


Hay una tumba en un monte,
donde tan sólo es sagrada
la poca tierra ocupada
por el cuerpo que allí está...
Dando espalda al horizonte,
ha tiempo que un pastor zafio,
deletrea el epitafio,
y al cabo lee... ¡Soledad!




ArribaAbajoCanto de la gitanilla



Oigame, señor mío,
   y abra esa mano
más limpia que la plata
   que estoy mirando...
       bajo los dedos
con mi segunda vista
   miro el dinero.

Yo soy la gitanilla
   que canta y llora,
según lo pida el gusto
   del que la oiga.
      Al son que pidan
cantan, lloran o rezan
   mis seguidillas.

Para las ocasiones
   traigo la prueba;
hablan como cotorras
   mis castañuelas.
      Alzo el pandero,
me remonto en el aire
   y allí me cierno.


Primer cantar

«Donde pacen los toros
»y los corderos,
»y es cuna de pastores,
   »sierra de Gredos,
»el cielo azul
»ve escondida una choza
   »junto a una cruz.
»Cuando a la pastorcilla,
   »hija del sol,
»cayéronse las alas
   »del corazón,
      »pasaba sola
»sentada en aquel sitio
   »horas y horas.»

Yo soy la gitanilla
   que llora o canta,
a medida del gusto
   de quien le paga.
      Las mismas coplas,
según quien las escucha,
   cantan o lloran.


Segundo cantar

«Volaba una paloma...
   »blanca y sin hiel...
»madre, y me dio tristeza
   »no sé por qué...
      »¿A dónde y sola,
»cuando ya anochecía,
   »fue la paloma?

»Con el alma en los ojos
   »le seguí el vuelo,
»y la perdí de vista
   »lejos, muy lejos.
      »Llévame, madre,
»donde nunca me acuerde
   »de aquella tarde.»

Yo soy la gitanilla
   que canta o ríe,
a medida del gusto
   de quien lo pide...
      Mas yo por dentro,
cuando canto o me río,
   sé lo que siento.


Tercer cantar

«¡Florecillas del monte!
   »Almas de niños

»parecéis en el suelo
   »do habéis nacido...
      »La niña andaba
»distraída pisando
   »sobre esas almas.

»Bendita la inocencia
   »mientras sonríe...
»Porque tan solamente
   »sabe que existe...
      »Y existir sólo,
»es extender las alas
   »de un mundo a otro.

»Cuando tras la sonrisa
   »nace el suspiro,
»ya tenemos memoria
   »de un bien perdido...
      »Con el dolor
»se nos caen las alas
   »del corazón.»

»Yo soy la gitanilla
   »que anda en el aire...
»Dígame quien bien quiera
   »que cante o baile...»-
      La gitanilla
dijo, y se fue bailando
   sus seguidillas.




ArribaAbajoFigura tomada del natural


A la sombra de un chopo
    yace un gitano,
tendido boca arriba,
    muerto o borracho;
       y por la boca,
la nariz y los ojos
    le andan las moscas.




ArribaAbajoSeamos justos


Decir solemos de la mar que es fiera,
porque obedece al atrevido viento;
y es claro espejo en esta baja esfera
donde se mira y goza el firmamento.
La mar es mansa, es limpia, es placentera,
si no la enturbia el huracán violento;
cual la mujer es vaso de hermosura
hasta que apaga nuestra sed impura.




ArribaAbajoAnacreóntica de nuestros días



Doncellas de la aldea:
soy el viejo gaitero
que marcha siempre al instrumento unido.-
¡Qué olor el que recrea
por todo el limpio ejido!...
¡Claro me dice que lo habéis barrido
con fajos de romero!-
Para empezar la danza un beso os pido:
¿Cuál de vosotras me dará el primero?

-¡Pues no poco desea
el anciano gaitero, porque toca!...

-¡Tomad el instrumento,
soplad y dadle viento,
y, por mucho que estéis dale que dale,
veréis cuán poco os vale
la gaita para el canto y movimiento!

Las muchachas, al ver que enflaquecía
la gaita entre sus manos
hasta quedarse afónica y sin panza...
Exclamaron al fin:-¡Ahí queda eso!
Cada cual al gaitero le dio un beso,
y comenzó la danza.




ArribaAbajo¡Mennhana!1



Al lado de la noche está el sigilo,
noche y sigilo que la flor anhela
para beber la miel que cae del cielo
y el perfume que vuela.
Es la noche, y mi canto va tranquilo
a ti, flor, que lo coges en su vuelo.
       ¡Mennhana! ¡Mennhana!

Blancos tus dientes son como las hojas
de la flor del azahar: de vida llenas,
por tus redondos brazos sonrosados
crúzanse azules venas;
y esbelta corres con tus pies desnudos
más que mi yegua al trasponer los prados.
       ¡Mennhana! ¡Mennhana!

Tu voz me encanta y de tus besos vivo,
y tu pecho turgente se subleva
y grita ¡amor! y con placer aspira
el viento que mis cánticos te lleva,
cual bebe la gacela en el verano
el agua dulce en que a la vez se mira.
       ¡Mennhana! ¡Mennhana!

Son ébano luciente tus cabellos,
tu aliento es ámbar, y marfil y seda
tus manos y tu cuello, amada mía...
Para que nada entristecerte pueda,
dime, tú, qué te falta, entre los bellos
inánimes tesoros que Alá cría.
       ¡Mennhana! ¡Mennhana!

Hoy mi hermano el menor vendrá temprano
sus camellos cargados con riqueza
de perfumes, collares y tejidos,
del Sultán gentileza...
Y cuanto traiga de Bagdad mi hermano
yo te daré entre ruegos repetidos...
       ¡Sultana, Mennhana!

Y me darás tú en cambio tu hermosura,
y besaré tus pechos de azucenas,
que en medio tienen un botón de rosa
que se destaca apenas.
¡Y nunca el lecho del que amor te jura
rival ninguna partirá orgullosa!
       ¡Sultana, Mennhana!






ArribaAbajoDoloridas


ArribaAbajoLos dos sueños



Al nacer el día
de la Anunciación,
despierta la niña
de un beso al calor.

Con ser de su madre,
la niña tembló.

-¡Madre! madre mía
de mi corazón;
por si hace ya tiempo,
¿Te acuerdas que yo,
tras la primer noche
de mi comunión,
te dije aquel sueño
en que un ruiseñor,
sobre una azucena
parado cantó
la oración del Alba;
y al nacer el sol
sonreí mirándole
volar hacia Dios?-
Hoy he vuelto a oírle;
no en la misma flor,
ni es el que decía
aquella oración:
cantaba entre flores,
y oyendo su voz,
lloré... -Madre mía...
Los sueños ¿qué son?

-No cuentes tus sueños,
hija de mi amor...-
Cuando tu primera
santa comunión,
cumplías diez años...
¡Quince cumples hoy!




ArribaAbajoSin el hijo



Era la madre de un niño;
de un niño que deliraba:
eran sus ojos dos fuentes,
y los del hijo dos llamas.

-No rías, hijo, no rías,
¡que me partes las entrañas!...
¡Llora para que se enjuguen,
al verte llorar, mis lágrimas!...

-«Aquel pajarito, madre,
»Que tiene el pico de plata,
»el cuerpo de azul de cielo
»y de oro fino las alas...»

Calló el niño, y quedó quieto,
las pupilas apagadas,
como quedan en el nido
polluelos que el cierzo mata.

Y, dudando si dormía,
viendo que ya no lloraba,
besó la madre la boca
de un cuerpecito sin alma.

Desde entonces, cuando trinan
las aves en la alborada,
mientras que cantar las oye,
ella ríe, llora y canta:

«Aquel pajarito, madre,
»que tiene el pico de plata,
»el cuerpo de azul de cielo
»y de oro fino las alas...»




ArribaAbajoLa viuda del patriota de 1808


Madre: el sitio en que mataron
a mi padre los franceses,
¿no fue junto a los cipreses
donde vas a la oración?
¿Allí, donde me decías:
«¡véngale tú con tu brazo!...
»¿Da balazo por balazo
»en llegando la ocasión?»
¿Allí donde nuestras lágrimas
han regado tanto el suelo,
que crece nuestro majuelo
más que los de alrededor?...
Pues, madre, arando ese campo
hice de mis fuerzas prueba
(pues para clavar la esteva
nadie a los quince es menor...)
Y, al arranque de la yunta,
abrióse surco tan hondo,
que la reja desde el fondo
sacó este arcabuz al sol...
-¡Hijo mío! ¡hacia Bailén
van las tropas de Dupont!...
¡Dios te guíe!
-Madre... ¡Amén!
-¡Llévate mi bendición!




ArribaAbajoAngelitos al cielo



En casa del gitano
   se escuchan jácaras...-
¿Es boda o nacimiento?
   ¿Qué es lo que pasa?-
       Fijé la vista,
y asomaron en grupo
   niños y niñas.

Les marcaba el origen
   la tez morena;
conforme iban saliendo,
   paraban fuera:
      formaron calle,
y anduvieron y anduve...
   Ellos delante.

Al son de castañuelas
   y de panderos,
cantando iban alegres...
   ¡Era un entierro!...
      Seguí, y callaron
al traspasar la puerta
   del Camposanto.

A orilla de la zanja
   donde los pobres
caben, chicos con grandes,
   hembras con hombres,
      y caen todos,
a medida que llegan,
   unos sobre otros;

Allí, carne con carne
   de los dos sexos,
cama sin sensaciones
   de amor ni tedio,
      en donde duermen
los que tanto rezaron,
   sin que ya recen;

A orilla de la zanja
   paró el concurso,
con la caja y el cuerpo
de su difunto...
      ¡Las criaturas
llevaban otro niño
   muerto en la cuna!

«¡Angelitos al cielo!»
   Gritaron todos,
y el menudo cadáver
   cayó en el foso:
      fue dando vuelcos
y quedó boca abajo
   besando el suelo.

Como vino a este mundo
   la criatura,
del mundo se marchaba;
   ¡Toda desnuda!
      La abrigó el polvo;
manto que arropa a humildes
   y poderosos.

Ya que la madre tierra
   tuvo en sus brazos
el yerto cuerpecito
   de ella formado;
      vuelto a Triana,
El infantil cortejo
   entró en la casa.

Ataúd que va y vuelve
   cuando es de pobres,
pero, en vida del niño,
   vaso de flores...,
      tornar veían
padre y madre la triste
   cuna vacía.

Águila de anchos ojos,
   ávidos, fijos,
cuando llega y se lanza
   sobre su nido;
      leona enferma,
cuyo rostro tapaban

   Ásperas greñas;
la deshijada madre
   del angélico,
de aquella pobre cuna
   miró el vacío...-
   Todos bailaban...
¡Y ella sola vertía
   mares de lágrimas!




ArribaAbajoSobre el banco


¡Qué soledad!


(Adán, antes del sueño.)                




Donde dejó las tripas
   Curro Canela,
yo dejé la navaja
   tras la pendencia:
      lleva en el hierro
unas letras que dicen:
   ¡Viva mi dueño!

Cuando entendió el negocio
   Pepa Respingo,
quiso a mí verme muerto
   y a él verle vivo...
      ¡Es de mujeres
tomar para su gusto
   gato por liebre!

El juez tiene al esbirro,
   el fraile al lego,
el verdugo al que ahorcan
   y al pregonero...
      ¡El juez, y el fraile,
y el verdugo, aborrecen
   a sus compadres!

Los que busquen la muestra
   de un desdichado,
siéntense en mi compaña
   sobre este banco.
      ¡No vendrá uno!
Todos me dejan solo
   con el verdugo.

El rigor de la hembra
   que sale ingrata,
al corazón del hombre
   quema las alas.
      ¡En mí se ha visto!
Ella de que me ahorquen
   la causa ha sido.

No consoléis al triste
   desde tan lejos...
Venid, venid más cerca...
   Dejadme veros,
      hasta que al cabo
no haya más que un cadáver
   sobre este banco.




ArribaAbajoLa abuela viuda y la nieta huérfana

El Pan nuestro de cada día dánosle hoy, etc.




Dices que mi padre ha muerto
y nos faltará el sostén;
que el Conde se fue de cierto;
y a todo añades: amén.
-¿Sobre cuánto tiempo habrá
que no has llorado, abuelita?
-Me lo preguntaste ya.
¡Esa fecha estaba escrita!
-¡Abuela, como no leo!...
-Pues bendice tu ignorancia:
con los ojos que yo veo
leyeras a gran distancia...
Hija mía, hay una ciencia
que principia en la niñez,
sigue por la adolescencia
y se cumple en la vejez.
-Háblame con claridad...
-Te digo, por el momento,
que no lloro en tu orfandad
y lloré en tu nacimiento...
Bajo el azar, en la tierra
se nace, vive y perece:
dicen que la vida es guerra,
y a un juego más se parece.
Sí: tu cuna fue su caja...
Y en el punto en que nacías
mojaban una mortaja
tus lágrimas y las mías.
-¡Nunca te expresaste así
las veces que me has nombrado
a mi madre!...
¡Queda en mí
mayor misterio encerrado!
Un secreto solamente
se esconde a la sociedad:
como no importa a la gente,
no adquiere publicidad.
La historia de la indigencia
la da el mundo por sabida;
pero es la propia conciencia
la verdad de cada vida.
Todo se sabe y se dice,
menos la obscura virtud
que ejercita el infelice
siendo el alma su ataúd.
-Yo no te comprendo, abuela:
mas porque venga prontito
el Conde, pondré una vela
a San Antonio bendito.
¡De que al cabo volverá
abrigo presentimiento...!
Ya le quiero...
-Bien está:
¡Vale más uno que ciento!
-Pero, si acaso no viene,
porque haya dado con quien
se lo impide o le entretiene...,
¿Qué me respondes?
-Amén.




ArribaAbajoEl penado



¡Ay del ay que al alma llega!-
Por matar a una mujer
incurrí en la última pena;
mas trocó el rey la condena,
y mi vida es padecer
amarrado a una cadena...
-¡Ay del ay que al alma llega!

Me quitó el juez mi caballo;
el alguacil la vihuela;
me quitaron lo que callo...,
¡Regalo de ella, y no hallo
memoria que más me duela!
-¡Ay del ay que al alma llega!

¡Camposanto de Jerez,
si ella en ti resucitara
y a mí me soltase el juez,
la mataría otra vez,
antes de verle la cara!
-¡Ay del ay que al alma llega,
por matar a una mujer!




ArribaAbajoEl llanto de la nieta


¡Lloras en esa cuna,
    y hoy has nacido!
¿Qué será cuando mires
    muertos tus hijos?
       ¡Ni varón eres!...
¡Niña que estás durmiendo,
    nunca despiertes!




ArribaAbajoEn la necrópolis




I

Madre del recién nacido:
cese tu santo dolor,
que ya otra madre de amor
lo conserva aquí dormido.
Murió sin haber tenido
hoy, ni mañana, ni ayer;
no ha llegado a padecer
la enfermedad de la ciencia,
que principia en la existencia
y concluye en el no ser.


II

Héla aquí suelta ya de sus amores,
sin suspiros, sin lágrimas, en calma:
la sien le ciñen nemorosas flores;
tiene en las manos la virgínea palma.


III

Gentes de su comunión
llevaban calle adelante
el cuerpo de un protestante
a la postrera mansión.
Pasaba en tal ocasión
un cura que, inadvertido,
rezó por el fallecido;
pero, al caer en lo cierto,
dijo:-«¡Reniego del muerto,
y lo rezado, perdido!»




ArribaAbajoEn el museo del Louvre


Venus de Milo, ¡oh tristeza!,
te dio adoración el arte,
bastando para adorarte
el arte por la belleza.
La flaca naturaleza
tal vez te amó con exceso...
¡Y, en pos de aquel embeleso,
hoy nos da otra religión,
sin mudar el corazón,
sus lágrimas por tu beso!




ArribaAbajoMeditaciones al pie del cedro Deodara de la plaza de las Cortes

A mi amigo D. Juan Uña2




Sentéme por acaso
cerca de donde había
un tiempo venerables edificios,
a cuya sombra, y obstruyendo el paso
de la angostada vía,
vióse a la plebe de hedionda ropa
echada por los pórticos y quicios,
descuidando el honor de sus oficios,
para aguardar la sopa,
del fraile desperdicios.

¡Vergonzoso proscenio!
¡Los mendigos, actores;
los magnates del reino, espectadores!-
Hora la estatua del mayor Ingenio
álzase en ancho estadio
circundada por árboles y flores.
Cimbria del iris, movediza fuente,
a la copa eminente
del árbol lleva lúbrico rocío:
y, al descender en curva de colores,
la flor su beso siente,
y de la flor derrámase al riente
césped que yace en apacible sombra,
allí do más el Cáncer del estío
cebó un tiempo en arena sus rigores,
o en la dormida escarcha duró el frío.

Mullido césped, taraceada alfombra,
lujosas plantas, árboles mayores,
fuente vertida en fúlgidos colores,
escultural presencia de Cervantes:
si aquí fueron enantes,
sobre desnuda arena,
actores los mendigos
y magnates del reino los testigos,
la transformada escena
hoy reprende a vasallos y señores,
y, en la voz que no lejos les condena3
lecciones manda la severa Historia,
con poderoso ejemplo,
a Sacerdotes, Próceres y Reyes,
que esa Asamblea que les dicta leyes,
si hoy popular Palacio, ayer fue templo.
Hundiéronse en pedazos a millares
la Cruz, y el campanario,
y el ábside, y el místico Sagrario...
Cayeron profanados los Altares;
enmudeció el salterio;
lo que entonces fue púlpito es rostrario;
sótano vil la cripta del Misterio...
¡Mudóse el coro en ancha gradería,
y oleaje de turbas populares,
desde entonces, en ruda gritería,
se desata y aplausos al tribuno,
como en rezos y cánticos un día!...

¿En dónde estoy? -Un tiempo más remoto,
desde el inculto monte a la llanura
y del estrecho valle a las colinas,
el ágil gamo y la velluda fiera,
so el pabellón de próvidas encinas,
pacieron en la rústica pradera
que aquí ignorada de los hombres era.

Y tranquilos y en paz aquí vivieron
sin que del cazador les acosara
ni venablo ni jara,
ni alevoso arcabuz... Que nunca vieron
suelta de los lebreles la trailla
en demanda feroz o a la carrera,
ni el aullido tenaz de su garganta
y el noble son de venatoria trompa
dentro del bosque plácido advirtieron
al jabalí o a mansa cervatilla
el repentino trance en que murieron
traspasados del plomo o la cuchilla.

Cayó vencida la silvestre pompa
de la ambición al golpe codicioso;
y la que luego fue moruna villa
del madroño y del oso
y del santo Patrón de fe sencilla,
hoy es moderna Corte que levanta,
rotos los moldes de su antigua planta,
alcázares, teatros, ateneos,
bibliotecas, hipódromos, museos;
mientras en el rocoso
cerro del Escorial duerme el coloso,
tétrico Faraón del Occidente,
el Felipe que fuera,
con la cinérea cruz sobre la frente,
atizador de la inhumana hoguera.

Rumor de selva despertó mi oído
palpitación de fronda no distante,
como en la adversidad vuela el gemido
de la amada al amante.
Voz de melancolía,
acorde con mi queja,
misteriosa y vaga melodía
con que las negras ramas tembladoras
dicen adiós al espirante día.

Es la tarde, penumbra de las horas...
Y quien lanzó tan lúgubre gemido
es el Cedro eminente
de tristeza simbólica vestido.
-Peregrino de Oriente,
tendida al viento la medrosa rama
e inclinada la frente,
parece que solloza y que me llama.

Ya no son los que fueron,
pobladores del Líbano gigantes,
cuyas altivas copas
bendecían las aves emigrantes...
Los brazos que esos cedros extendieron,
brindando sombra a los tostados lomos
de desnudos Profetas,
cayeron al cumplirse los sagrados
trenos de Jeremías...
¡Cayeron con las glorias de otros días,
y el aire del desierto
ramas y troncos arrastró al Mar Muerto!

Noble Cedro doliente,
cautivo en suelo hispano;
gárrulo adorno de jardín urbano
que no olvidas tu Reino del Oriente:
falto de amor y del nativo ambiente,
con unas ramas tiendes alto vuelo
de aspiración divina,
misericordia demandando al cielo,
y otras abates al humilde suelo,
a do la muerte pálida te inclina...
-Pero no estarás solo, triste amigo,
en tal tribulación, mientras aliente
mi ancianidad, de tu dolor testigo...-
¡Todos los días que de vida cuente
vendré a la tarde a conversar contigo!

Enero de 1880.






ArribaAbajoPor pelar la pava

Tradición infernal



ArribaAbajo- I -

La canción



Cierta noche de verano,
en Sevilla la preciada,
misterioso caballero
cubierto de negra capa,
embozado hasta las cejas,
chambergo casi con falda,
luenga pluma en el chambergo
y altas botas anteadas,
llevaba en pos (no matones,
porque le cubran la espalda)
sino músicos de oficio,
tañedores de guitarra.
Paróse frente a una reja
de la calle de las Armas,
donde ya era casi inútil,
porque casi agonizaba,
la luz de una triste imagen
de la Virgen de las Ansias,
y, con fiero desenfado,
después de apagar la lámpara,
mandó preludiar un aire,
y así cantó con voz clara:
«Sevilla, por ser en todo
»madre de las esperanzas,
»desde el patio de la Cárcel
»permite ver la Giralda;
»y yo, constante cautivo,
»en la noche más cerrada,
»contemplo tus bellos ojos
»desde el fondo de su alma.»
Tosido de hembra se escucha...
Los tañedores se apartan...
Pasa la ronda del barrio...
El ministril se adelanta...
Vuelve, y le dice al alcalde:
-«Son dos que pelan la pava...»
-«¡Quien la pela no la come!
»¡Siga la ronda!» -Así exclama
su merced, mientras decía
el rondín, para su capa:
-«¡Pues, señor! ¡paciencia, piojo,
»si donde picas, se rascan!
»¡Dijera el señor Alcalde:
»quien la pela, la prepara!
»¡Que unos comen pava frita,
»y otros la comen asada!»




ArribaAbajo- II -

Ella y él



-«En cuanto Dios amanezca,
»y canten las golondrinas,
»y oigas la oración del alba,
»alzaré la celosía.
»Cosas tengo que decirte;
»no hay tiempo a que te las diga;
»llévate este beso, y tráemelo
»cuando vuelvas a la cita.»
Si el amor es puro incendio,
nadie ha visto sus cenizas;
pero todos han probado
que el beso es de llama viva.
Y oyóse al galán que dijo:
-«¡Luz de luz del alma mía,
»tus besos son voladores
»cohetes que arrojan chispas!»
En esto lanzó un suspiro,
a tiempo que se partía,
creyendo lo encomendaba
al calor de su querida,
sin ver que tras de la reja,
más grave que una estantigua,
se hallaba puesta la madre
mirando por las rendijas.
Tales cuadros disolventes
son propios de Andalucía;
y así se ha visto... mal digo,
así en las horas sombrías
hay quien, por coger la rosa,
se ha clavado en las espinas.
Dígalo, si no, el amante
de la monja carmelita,
que cargó con la abadesa
por llevarse la novicia.




ArribaAbajo- III -

El desengaño



-«María la Luz, ¿qué tienes?
»¿Qué pena te sobrecoge?
»El beso que me prestaste
»te lo traigo en estas flores.»
-«¡Ay! No me llames María
»de la Luz; llámame, ¡oh, Lope!,
»A medida de mis males,
»María de los Dolores.
»No lleva el Guadalquivir
»más agua por cuanto corre,
»que lágrimas de mis ojos
»han corrido en esta noche.
»Mi madre con ser mi madre,
»Dios lo sabe, y la perdone,
»ha partido en mil pedazos
»a un tiempo dos corazones.
»Al hallarnos en la reja,
»tratándote con reproche,
»dijo, que para mi guarda
»un novio, si no más noble,
»de mucha mayor fortuna
»con el título de Conde;
»que en Jerez tiene bodegas,
»tiene torada en San Roque,
»Cármenes tiene en Granada,
»en Sevilla casa y coche,
»y dineros que le sobran
»para lucir en la corte...
»¡Tú llenabas mi deseo!...
»Mas mi madre lo dispone.
-«El llanto que hayas vertido,
»María de mis dolores,
»presto se enjugó en tus ojos
»para que en los míos brote.
»Dicen ¡y yo lo creía!
»que el diamante no se rompe...
»¡Dádivas quebrantan peñas,
»y tu corazón responde!
»Pero si el honor consiente
»que los celos no me ahoguen,
»cuenta, que al Conde conozco...
»¡Lo conozco y me conoce!
»Ya sus deudos y los míos,
»por apego a sus mayores,
»contendieron en Granada
»bajo distintos pendones.
»¡Si hoy se me coloca en frente,
»será que Dios lo dispone!»
-«¡Mi madre!» exclamó María.
-«¡Huye!»
Y el galán quedóse,
hasta que una mano seca
cerró el postigo de golpe.
Mal reprimido el impulso
de su agravio, él dijo entonces:
-«Los insultos de mujeres
»suelen pagarlos los hombres.
»¡Ni los hierros de esta reja
»darán paso a otros favores,
»ni lleva en balde la Calle
»de las armas este nombre!»




ArribaAbajo- IV -

El encuentro



-«¡Por Dios, que un bulto diviso!
»¿Quién llega?»
-«Un cristiano viejo»
-«¡Malicia o soberbia asoman
»bajo nombre tan modesto!
»Mas, si tratásteis ofensa
»so pretensión de discreto,
»tropezáis con quien responde:
»Por aquí no pasan perros.»
-«La frase es de vuestro origen,
»mal que seáis conde nuevo.»
-«¡Id atrás!»
-«¡Un Benencete
»con tizona de Toledo!
»¡Trajérais el corvo alfanje!...
»¡Bien que por la historia entiendo
»lo rindió en Torre de Elvira
»uno de vuestros abuelos.»
-«¡Insulto fue, por Dios vivo!»
-«Si es insulto, recogedlo.»
-«¿A Don Fernando de Berja?»
-«Don Lope de, Castro.»
-«¡Presto!...
»¡Poned vos mano a la espada,
»porque os mate defendiéndoos!»
Y como un tiempo se odiaron
cristianos y sarracenos,
embistieron uno a otro
con la rabia de los celos;
siendo tan breve el combate
como las formas del duelo,
tanto, que al golpe encendido
de un hierro contra otro hierro,
brilló en rápido relámpago
rayo del primer encuentro;
y oyóse: ¡Jesús, Dios mío!
y fue de mujer el eco,
y era María la Luz
que abría en aquel momento
las hojas de la ventana,
y, del farol al reflejo,
vio se chocaban dos bultos,
vio desplomarse dos cuerpos...
Caer vio en tierra dos hombres,
como caen los cuerpos muertos.




ArribaAbajo- V -

Comienza el milagro



El mismo telón de fondo
de la primera jornada:
vista de la misma calle
en horas más avanzadas:
pero tan metida en sombra,
que, a ser caso en Cantillana
y andar el demonio suelto,
de fijo no columbrara
la faz de la triste imagen
de la Virgen de las Ansias.
Por cierto que, inútilmente
quisieron manos profanas
y luego muchos devotos,
a la primer campanada
de la oración de la tarde,
encender aquella lámpara;
siendo hablilla entre comadres
y escándalo de beatas
que al ir a prender la mecha
la pajuela se apagaba.
El sagrado del silencio
quien lo rompe lo profana,
salvo si lo santifica
con temerosa palabra.
Es costumbre de ab initio
en la plebe sevillana
ir soltando saetillas
en esas horas calladas;
saetillas que en otro tiempo
la Inquisición aguzaba
para herir piadosamente
en las conciencias livianas.
Fortuna fue que en la noche
del lance de encrucijada
acertasen a pasar,
cantores de esas tonadas,
dos gitanos, macho y hembra,
y allá va lo que cantaban:




ArribaAbajoVI

Saetas



«Mira, mujer pecadora,
»que si aquí te gustan chanzas,
»cuando estés en los infiernos
»las costuras te harán llagas.»
Al punto entendieron gentes,
viniéndoles por la zaga;
y éranse una viejecita
entre bruja y cucaracha...
(La vieja del candilejo;
pues que, por serlo, llevaba
el candil, que defendía
de que el aire lo matara,
unas veces con la mano,
otras veces con la saya),
y, junto con dicha vieja,
precedido de su fama,
el comadrón de los partos,
según dijo la gitana.
En tanto los dos rivales
como cayeron estaban...
¡Inertes sobre las losas,
al lado las toledanas,
Sumidos en las tinieblas,
eran yacentes estatuas!-
¡Con tenerlos a seis pasos,
ninguno los sospechara!
Cantó la gitana entonces
recalcando la tonada:
«Ánima que estás en pena,
»para alumbrar otra ánima,
»ten al confesor contigo,
»si eres ánima cristiana.»




ArribaAbajo- VII -

El viático



Cantaron otras saetas,
y quiso Dios que sonara
la fúnebre campanilla,
y que por calle cercana
asomase una linterna
como si fuera en volandas.
La campanilla y la luz,
cual es de ene, las llevaban
el sacristán y un acólito
de la parroquia inmediata.
Y detrás, a toda prisa,
recogida la sotana,
les seguía el señor cura
con la ampolleta arropada.
Como a una esquina llegasen,
fueron los tres a doblarla,
sin duda porque otra urgencia
a otra parte les llamaba...
Y entonces gritaron todos:
-«Señor cura, no se vaya.»
-«¡Señor cura! ¡señor cura!
»Aquí ha sido la desgracia.»
-«¡No puedo perder el tiempo!...»
Responde el padre de almas;
pues en la Calle del Susto
diz que han herido a un fantasma
que pide la Extrema-unción,
y corro a ver si se salva...
-«¡Estos son dos, padre cura!»
-«¡Dos contra uno, ya cambia!
»Les daré un pasa volante,
»y el otro aguarde una miaja.
»¿Dónde están?»
-»¡Aquí, cerquita!»
Fue el cura, y halló a sus plantas
tendidos a los rivales
como yacentes estatuas.
Le seguía el comadrón,
y, en cuanto les vio la cara,
dijo: -«Más muertos están
»que el Comendador de marras.»
Escaparon los gitanos;
la vieja se alzó las faldas,
y el cura exclamó: -«¡A difuntos,
»supuesto no les alcanza
»ni el último Sacramento,
»que mi bendición les valga!»
Los cruzó de arriba abajo
de una bendición muy larga,
y, murmurando un response
se fue donde le llamaban.




ArribaAbajo- VIII -

Estallido



La vieja del candilejo,
viéndose ya sin comparsa,
también escapó, diciendo:
«¡Que me agarran! ¡que me agarran!»
Tornó luego el señor cura
con la antedicha comparsa
y con el buen comadrón,
que partear sabe... almas,
y echa más muertos al hoyo,
que saca vivos a plaza.-
El de Berja y el de Castro,
tintos en sangre, se daban
las manos, vueltos los ojos
al sacerdote, y sin habla...
Tendíanle ambos los brazos,
abrían los dos las palmas;
el Cura creyólos vivos;
el comadrón lo juraba.
Por si o por no, dijo el cura:
«Per istam unctionen sanctam...»
Y al «amén» dieron un bote
aquellos cuerpos sin alma,
con el ímpetu que suben,
con el ímpetu que saltan,
rebatidas contra el suelo
pelotas de goma elástica;
y, parejos por el aire,
estirados como ranas,
cayeron como dos troncos,
sonando como dos tablas,
al mismo pie del altar
de la Virgen de las Ansias.
Los cuerpos estaban fríos;
junto a ellos las dos espadas;
y, porque más no siguiese
la Virgen sin luminaria,
el cura encendió la estopa,
la estopa prendió la lámpara,
y desde entonces se cuenta
EL MILAGRO DE LA PAVA.




ArribaAbajo- IX -

Conclusión



Si es conseja o sucedido,
Dios lo sabe, y Dios me valga:
Goya lo tuvo por cierto,
y pintó la Serenata.
Hoy en la oriental Sevilla
nadie ya memoria guarda
de dónde estuvo el retablo
ni en dónde la reja baja.