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ArribaAbajo

- XXXVII -




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Epístola quinta


A Batilo




ArribaAbajo   Verdes campos, florida y ancha vega,
donde Bernesga próvido reparte
su onda cristalina; alegres prados,
antiguos y altos chopos, que su orilla
bordáis en torno. ¡Ah, cuánto gozo, cuánto  5
a vuestra vista siente el alma mía!
¡Cuán alegres mis ojos se derraman
sobre tanta hermosura! ¡Cuán inquietos,
cruzando entre las plantas y las flores,
ya van, ya vienen por el verde soto  10
que al lejano horizonte dilatado
en su extensión y amenidad se pierde!
Ora siguen las ondas transparentes
del ancho río, que huye murmurando
por entre las sonoras piedrezuelas;  15
ora de presto impulso arrebatados
se lanzan por las bóvedas sombrías
que a lo largo del soto entretejiendo
sus copas forman los erguidos olmos,
y mientras van acá y allá vagando,  20
la dulce soledad y alto silencio
que reina aquí, y apenas interrumpen
el aire blando y las canoras aves,
de paz mi pecho y de alegría inundan.
¿Y hay quien de sí y vosotros olvidado  25
viva en afán o muera en el bullicio
de las altas ciudades? ¿Y hay quien, necio,
del arte las bellezas anteponga,
nunca de ti, oh Natura, bien copiadas,
a ti, su fuente y santo prototipo?  30
¡Oh ceguedad, oh loco devaneo,
oh míseros mortales! Suspirando
vais de contino tras la dicha, y mientras
seguís ilusos una sombra vana
os alejáis del centro que la esconde.  35
¡Ah! ¿dónde estás, dulcísimo Batilo,
que no la vienes a gozar conmigo
en esta soledad? Ven en su busca,
do sin afán probemos de consuno
tan süaves delicias; corre, vuela  40
y si la sed de más saber te inflama,
no creas que entre gritos y contiendas
la saciarás. ¡Cuitado!, no lo esperes,
que no escondió en las aulas rumorosas
sus mineros riquísimos Sofía.  45

   Es más noble su esfera: el universo
es un código; estúdiale, sé sabio.
Entra primero en ti, contempla, indaga
la esencia de tu ser y alto destino.
Conócete a ti mismo, y de otros entes  50
sube al origen. Busca y examina
el orden general, admira el todo,
y al Señor en sus obras reverencia.

   Estos cielos, cual bóveda tendidos
sobre el humilde globo, esa perenne  55
fuente de luz, que alumbra y vivifica
toda la creación, el numeroso
ejército de estrellas y luceros,
a un leve acento de su voz sembrados,
cual sutil polvo en la región etérea;  60
la luna en torno presidiendo augusta
de su alto carro a la callada noche;
esta vega, estos prados, este hojoso
pueblo de verdes árboles, que mueve
el céfiro con soplo regalado;  65
esta, en fin, varia y majestuosa escena,
que de tu Dios la gloria solemniza,
a sí te llama y mi amistad alienta.

   Ven, pues, Batilo y a su santo nombre
juntos cantemos incesantes himnos  70
en esta soledad. Aquí un alcázar,
cuyo cimiento baña respetuoso
el río, y cuyas torres eminentes
a herir se atreven las sublimes nubes,
ofrece asilo a la virtud, que humilde  75
en él se oculta y vive respetada.
Huyendo un día del liviano mundo,
halló tranquilo, inalterable albergue
entre los hijos del patrón de España,
que adornados de blancas vestiduras  80
y la cruz roja en los ilustres pechos
llevando, aquí sus leyes reconocen,
y a Dios entonan santas alabanzas,
perenne incienso enviando hasta su trono.
¡Ah!, si no es dado a nuestra voz, Batilo,  85
turbar su trono con profano acento,
ven, y en silencio al Padre Omnipotente
humilde y pura adoración rindamos.
Después iremos a gozar, subidos
en el alto terrero, de la escena  90
noble y augusta que se ofrece en torno.
De allí verás el tortüoso giro
con que el Bernesga la atraviesa, y como,
su corriente por ella deslizando,
ora se pierde en la intrincada selva,  95
cual de su sombra y soledad ansioso,
ora en mil arroyuelos dividido,
isletas forma, cuyo breve margen
va de rocío y flores guarneciendo.
Después reúne su caudal, y cuando,  100
robadas ya las aguas del Torío,
baña orgulloso los lejanos valles,
súbito llega do sediento el Ezla
sus claras ondas y su nombre traga.
Allí Naturaleza solemniza  105
tan rica unión, poblando todo el suelo
de verdor y frescura. Verás cómo
buscan después al Orbigo, que a ellos
corre medroso, huyendo de su puente,
del celebrado puente que algún día  110
tembló a los botes de la fuerte lanza
con que su paso el paladín de Asturias
de tantos caballeros catalanes,
franceses y lombardos defendiera.
Aún dura en la comarca la memoria  115
de tanta lid, y la cortante reja
descubre aún por los vecinos campos
pedazos de las picas y morriones,
petos, caparazones y corazas,
en los tremendos choques quebrantados.  120

   Mas si el amor patriótico te inflama
y de otro tiempo los gloriosos timbres
te place recordar, sígueme, y juntos
observemos la cumbre venerable
de los montes de Europa, el ardua cumbre  125
do nunca pudo el vuelo victorioso
de las romanas águilas alzarse,
que si ambicioso, sin ganarla, quiso
dar al orbe la paz un día Octavio,
cuando triunfara de su humilde falda,  130
su paso ella detuvo, y, no rendida,
ella fijó los términos del mundo.

   Ve allí también do un día se acogiera
del árabe acosado el pueblo ibero,
su cuello al yugo bárbaro negando.  135
¡Oh venerable antemural! ¡Oh tiempo
de horror y de tumulto! ¡Oh gran Pelayo!
¡Oh valientes astures! A vosotros
su gloria debe y libertad la patria.
A vosotros la debe, y sin el triunfo  140
de vuestro brazo, el valle, do fogosa
mi canto enciende la española musa,
fuera para un tirano berberisco
hoy por sus fuertes hijos cultivado,
y la dorada mies para sustento  145
de un pueblo esclavo y vil en él creciera.
De infamia tal salvola vuestro esfuerzo:
de vuestro brazo a los mortales golpes
cayó aterrado el fiero mauritano;
su sangre inundó el suelo, y con las aguas  150
del Bernesga mezclada, llevó al hondo
océano su afrenta y vuestra gloria.

   Ven, pues, Batilo, ven, y tu morada
por este valle mágico trocando,
la vana ciencia, la ambición y el lujo  155
a los livianos pechos abandona,
y el tuyo, no, para ellos no nacido,
con tan gratas memorias alimenta.




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-XXXVIII -




ArribaAbajo

Prólogo


Para la representación del «Pelayo»


ArribaAbajo   ¡Gracias al cielo, oh nobles compatriotas,
que por vuestra ventura llegó el tiempo
de recordar los hechos memorables
en que cifra su gloria nuestro pueblo!
Llegó por fin el día venturoso,  5
el día de esplendor y de contento,
en que Gijón segunda vez los triunfos
admirará de aquel heroico, excelso
rey, que a su patria y su nación cautivas
supo librar del yugo sarraceno.  10
Los triunfos de Pelayo y sus virtudes,
su constancia, su fe, su amor, su celo
por la causa común, serán hoy día
de vuestro gozo y diversión objeto.

   No creáis, pues, que el noble afán que pudo  15
a costa de fatigas y desvelos
reunir tantos jóvenes ilustres
en una voluntad y en un deseo,
aspira sólo a divertir un rato
vuestra curiosidad, y entreteneros,  20
a expensas del decoro y la modestia,
con un frívolo y vano pasatiempo.
No, su objeto es más noble y encumbrado,
y su intención más digna del esfuerzo
de espíritus sublimes, que propicio  25
a cosas grandes encamina el cielo.
El amor de la patria, que fue el numen
a cuya ardiente inspiración el fuego,
la pasión y el furor debió el poeta,
y el horror y ternura dio a sus versos,  30
será también quien mueva nuestro labio,
quien dirija y encienda nuestro acento,
para excitar con fuerza irresistible
la lástima y el susto en vuestros pechos.
Feliz el corazón que los virtuosos  35
extremos de Rogundo, el lastimero
gemir de la inocente y fiel Dosinda,
y los nobles y heroicos sentimientos
del gran Pelayo, honrare con su llanto.
Sus lágrimas serán noble argumento  40
de que la humanidad tierna y sensible
y el patrio amor habitan en su centro.

   ¿Y quién, en medio del afán y el susto
en que veréis fluctuar por algún tiempo
la suerte de la patria, quién sus ojos  45
podrá tener enjutos y serenos?
Así también con abundoso llanto
honró algún día el delicado griego
los trabajos de Aquiles, que de infamia
libró a su patria en Troya; así un tiempo  50
sintió el fuerte romano de sus héroes
los ilustres afanes, cuando al pueblo
de Atenas y de Roma en sus teatros
los ofrecía el peregrino ingenio
de Eurípides y Séneca. Si humilde  55
aún no pudo igualar tan alto ejemplo
el coturno español, la culpa es suya.
Sólo ocupada en lúbricos objetos
la ibera musa casi por tres siglos,
no aspiró a celebrar los altos hechos  60
que de esplendor llenaron nuestra patria
y de pasmo algún día al universo.
¿Y no ha de haber quien libre de esta nota
el Parnaso español? ¿Ni quien oyendo
de la vehemente y grave Melpomene  65
la flébil voz, se rinda a sus preceptos?
Sea tuyo, oh Gijón, aqueste lauro,
y de ti España el generoso ejemplo
reciba de loar en sus escenas
las domésticas glorias. Si este intento  70
imitan otros pueblos, ¡cuántos héroes,
cuántas hazañas y gloriosos hechos,
dignos de eterna y singular memoria,
saldrán del hondo olvido! Tal deseo,
si no os parece de alabanza digno,  75
oh caros compatriotas, a lo menos
lo será de disculpa a vuestros ojos.
Oíd, y perdonad nuestros defectos.




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- XXXIX -




ArribaAbajo

Idilio decimosexto


A Meléndez




ArribaAbajo   ¿Quién me dará que pueda,
Batilo, remontado
sobre el humilde vulgo,
seguirte por el arduo
camino por do corres  5
con giganteos pasos
al templo de la Fama?
¿Quién me dará que al alto
monte contigo pueda
subir, a henchir mis labios,  10
cual tú, de dulce néctar
en el raudal castalio?
¡Pluguiera al dios intonso
que juntos del Parnaso
venciésemos la cima,  15
y en ella, rodeados
de gloria, a par del Numen
viviésemos loando
de la virtud divina
la gracia y los encantos!  20

   Entonces sí que, libres
del soplo envenenado
del odio y de la invidia,
burláramos cantando
sus tiros descubiertos  25
y sus ocultos lazos;
entonces sí que, lejos
del turbulento bando
que sigue los pendones
del vicio, y agitados  30
de un estro más divino,
las liras, por la mano
de la amistad guarnidas
de oro y marfil, tocando,
los cielos de armonía  35
hinchéramos, en tanto
que la parlera Fama
llevaba resonando
unidos nuestros nombres
desde el Arcturo al Austro;  40
entonces sí que, absortos
al peregrino encanto
de nuestra voz, los hombres
huyeran desde el ancho
camino de los vicios  45
hasta los poco hollados
senderos que conducen
a la virtud, ganando
con santo ardor la altura
do tiene el soberano  50
rector del cielo al justo
su galardón guardado.




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- XL -




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Romance primero


Nueva relación y curioso romance, en que se cuenta muy a la larga cómo el valiente caballero Antioro de Arcadia venció por sí y ante sí a un ejército de follones transpirenaicos




Primera parte


ArribaAbajo   Cese ya el clarín sonoro
de la Fama vocinglera,
mientras que mi cuerno entona
de Antioro las proezas;
monstruo de ingenio y pujanza,  5
a cuya voz se esperezan
de las pirenaicas cumbres
las erguidas eminencias.
Cese, y vague el ronco estruendo
de mi retumbante vena  10
por el anchuroso espacio
de las cerúleas esferas;
y ya que justa la Fama
supo encaramar sobre ellas
el rumor de sus victorias,  15
tan grandes como estupendas,
lleven ahora del mundo
por las partes descubiertas
sus nuevos heroicos triunfos
los ecos de mi corneta.  20
Llévenlos, y vuele el nombre
de este fénix de la escena
desde la tórrida Angola
hasta la helada Noruega,
que no al magnilocuo vate  25
han de dar siempre materia
los fieros botes de lanza
con que el numen de la guerra
bate de las altas torres
las titubantes almenas;  30
ni siempre del ciego niño
las mal seguras ternezas
se han de publicar en breves
y almibaradas endechas.

   Venga, pues, el estro hinchado  35
del dios rubicundo, venga
a ahuecar mi voz y henchirla
del nombre y timbres de Huerta2;
y dime tú, musa mía,
cuál grata deidad horrenda  40
dio a su vencedora pluma
tan descomunales fuerzas,
fuerzas que abatir lograron
las arrogancias tifeas
de los necios botarates  45
cimbrios, lombardos y celtas;
di cómo la heroica fama
de este paladín poeta,
desde la Puerta del Sol
(a cuya chorreante alberca  50
pudo agotar los raudales)
fue llevada en diligencia
de las regiones de Arcadia
hasta las ignotas tierras;
y cómo arrancó a los vates  55
que las ilustran y pueblan
los altisonantes nombres,
que impresos en gordas letras,
antioran y aletofilan
se furibunda cabeza;  60
di la destemplada trompa
con que cantó las proezas
de aquel rayo de Neptuno,
de aquel capitán Tempesta,
a cuya vista temblaron,  65
con más miedo que vergüenza,
las inhospitales playas
de la Numidia altanera,
y hasta los viejos escombros
de las ruinas tagasteas;  70
di la horrenda tiritona
de Alecto, Cronos y aquella
peste de sacres nadantes,
los rayos, Vesubios, Etnas,
los tremendos estallidos,  75
y el humo, el polvo y la gresca
de demonios coronados
que ennegrecieron la esfera;
di tú...; pero nada digas,
que para tamaña empresa  80
no basta ¿qué digo un cuerno?,
mas ni cuatro mil trompetas.

   Pero si en cantar insistes,
pídele prestado a Huerta
el ronco favot con que  85
sus jácaras pedorrea,
y con él a fuego y sangre
guerra, inexorable guerra
puedes declarar a cuantos
malandrines y banderas;  90
del antihortense partido
siguen las rotas banderas;
declárala a aquel pobrete
que en discordantes corcheas
solfeó las maravillas  95
del arte de las cadencias;
al que en cien metros, medidos
sin cartabón y sin regla,
fue por más de cinco días
Mimi-Esopo de las letras,  100
hasta que un tunante, envuelto
en jironadas bayetas,
le hizo fábula del Prado
con rebuzno y con orejas;
ni te arredre el tal sopista,  105
que calada otra visera,
quiso desfacer, Quijote,
los entuertos de Minerva,
y echando por estos trigos,
se desnucó en la Academia;  110
declárala al andaluz,
que con su porraza enhiesta,
para disfrazar la suya
va magullando molleras
ni a aquel gavilán Garnacha,  115
archibufón de la legua,
perdones que ande adobando
las navajas y lancetas;
aquél que en lánguidos versos,
zurcidos a la violeta,  120
quitó el crédito a Celinda
y el buen nombre al mal profeta;
ni al otro culto prosista,
lagrimaníaco en melena,
que autorizó el desafío  125
contra las Musas y Astrea.
Pero sobre todo acosa
hasta las hondas cavernas
del Báratro a aquel follón
que con su azote y palmeta  130
fabulizó una doctrina
digna de niños de escuela;
a aquel momo vascongado,
que al compás de su vihuela,
calado el yelmo y cubierto  135
con máscara aragonesa,
supo epistolar sus pullas
y encartar sus cuchufletas;
y en fin, después que tendido
hubieres en la palestra  140
a tanto ruín endriago,
y que con sus calaveras
alfombrada y deslucida
dejares la ilustre arena,
haz que en volandas te lleven  145
hasta la orilla del Sena,
y allí las gálicas huestes
reta a más cruda pelea.
Rétalas, y no te asusten
en tan peligrosa guerra  150
ni la borlada Sorbona,
ni los temidos Cuarenta,
ni los Doce de la Fama,
ni toda la vil caterva
de futres ni de gabachos  155
que con nevadas cabezas
ya en los Tejares cabriolan,
y ya en Luxemburg gallean.

   Querrán, ya se ve, asustarte
con las sombras lastimeras  160
de aquellos que, maridando
consonantes machos y hembras,
dieron a luz no sé cuántas
trivialísimas tragedias;
y querrán que humilde inclines  165
la inhumillable cabeza
al catequista de Jaira
y al adúltero de Fedra;
pero tú, tiesa y finchada
cual matrona portuguesa,  170
ni al uno ni otro espantajo
rendirás la erguida cresta.
Antes, por broquel tomando
el cartón de taracea
(que salpicado y repleto  175
por toda su vara y media
de diámetro, de rimbombos,
de azafrán y unciales letras,
fue en la Imprenta Real blasón
digno del valle de Ruesga),  180
embrázale, y denodado
brincando por la palestra,
para los soberbios botes
con que las picas francesas
para herirte en la tetilla  185
se enristrarán a docenas;
y si por suerte flaqueare
tan tremebunda rodela,
para más fortificarla,
pon el retrato de Huerta,  190
a guisa de ombligo, en medio,
y por debajo esta letra:
«Diome cuna Zafra, abuelos
me dio Castilla la Vieja,
diome fama Orán, y diome  195
Carnicero vida eterna,
quam mihi et vobis, amén».

   Verás cuál la vil caterva
estupefacta a la vista
de su frente medusea,  200
huye de tanto conjuro
con el rabo entre las piernas.
Entonces sí que triunfante,
con más de veinte carretas,
¿qué es veinte?, más de cien mil,  205
de entremeses, de comedias,
tragedias, sainetes, follas,
autos, loas y zarzuelas,
podrás entrar sin embargo
por las calles de Lutecia,  210
donde si acaso topares
con aquel joven badea,
que prestó su bolsa a un loco,
como un tieso, y con afrenta
de la razón y el buen seso,  215
se hizo aprendiz de Mecenas,
empobreciendo su fama
por enriquecer a Huerta,
dile... Pero, musa, ¿qué
le dirás que bien le venga?  220
Dile: «Salve, oh patroncito
de las musas jacareras;
salve, limosnero andante
de las Piérides iberas,
por quien España con H  225
alcanzó tan estupendas
victorias como hoy publican
los eruditos horteras,
parientes de Mariblanca,
por el lado de las tiendas;  230
salve, nata; salve, espuma;
salve, flor, y salve, estrella
del Parnaso, a quien, repletos
de entusiasmo, los poetas
hambrientos, vida y dulzura  235
llaman y esperanza nuestra;
salve, y plegue a Dios que llegue
hasta tus tataranietas
la inmortal dedicatoria
que al ver la bolsaza abierta  240
contra ti y toda tu casta
lanzó la musa de Huerta.
Salve, salve, y plegue al cielo
que algún día el mundo sepa,
cuando el Theatro Hespañol  245
tu nombre por él extienda,
que no pudo haber en toda
la redondez de la tierra,
desde Augusto acá, tal hombre,
tal autor ni tal Mecenas.»  250
Dile... Pero, musa, basta.
Toma aliento, y menos fiera,
para la segunda parte
ve limpiando la corneta.




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- XLI -




ArribaAbajo

Romance segundo


Segunda parte de la historia y proezas del valiente caballero Antioro de Arcadia, en que se cuenta cómo venció y destruyó en singular batalla al descomunal gigante Polifemo el Brujo


ArribaAbajo   Por los balcones de oriente
rayaba la blanca amiga
de Titón, regando aljófar
sobre las verdes colinas,
cuando el valiente Antioro  5
de su castillo salía,
armado de punta en blanco,
lanza en mano, espada en cinta,
lleno el cuajo de alacranes,
y de venablos la vista.  10

   De un largo alazán candongo
la aguda espalda ceñía,
tan seguro en los estribos,
cuanto brioso en la silla.
No vieron tan bizarrote  15
las guadianesas orillas
al paladín de la Mancha
allá, cuando peregrinas
aventuras demandando
de Rocinante oprimía  20
el flaco armazón, al peso
de espaldar, casco y loriga,
como vosotras, oh vegas
que el claro Alfeo ameniza,
al triunfador pirenaico  25
visteis con pasmo este día.

   Por todas partes las aves
salvas a su nombre hacían;
sahumábanle las flores,
le abanicaban las brisas.  30
Hubiera salido en busca
de un gigantón que en el día
de la pasada refriega
logró escapar de sus iras;
mas no bien diera de Arcadia  35
por las campañas floridas
su alazán treinta corcovos,
cuando hétele que a su vista
se apareció Polifemo
(que así al gigante apellida  40
la fama, pródiga siempre
en elogios y mentiras).

   Dime tú, chuscante musa,
tú, que la pasada riza
cantando, supiste el cuerno  45
henchir de flatos y chispas;
tú, que en la parte primera,
con tan pomposa armonía,
de los gálicos pendones
pintaste la triste ruina,  50
y de mi campeón el triunfo
a las celestes guardillas
encaramaste ingeniosa;
dime ahora, por tu vida,
¿quién era, o de dónde vino  55
a nuestra tierra esta hidra
infernal, este vestiglo,
este monstruo y esta arpía,
que del invencible Antioro
pudo despreciar las iras?  60
¿No es éste aquél a quien juntos
Guadiana y Turia prohíjan,
y a cuyo ingenio oficiosas
de uno y otro las orillas
dieron sales de secano  65
con liviandad regadía?
¿No es aquél que con Proteo
puede apostar a engañifas,
pues sabe cascar las liendres
bajo mil formas distintas?  70
¿No es el que osó dar asalto
a los muros de la China,
y hacer en sus mandarines
horrenda carnicería?
¡Oh malhadada victoria,  75
por el tiempo oscurecida!
Desluciéronte los brujos,
pifiáronte las jorquinas.
¿No es aquél que allá del Betis
en las desmandadas linfas  80
zabulló qué sé yo a cuántas
deidades hechas de priesa,
ya de recia carne humana,
y ya de estraza y de tinta?
¡Épico divinizante!,  85
tú lo dirás, o lo digan
las prensas, que ya en tu abono,
sino resudan, rechinan.
¿No es, en fin, quien nuevas armas
fundiendo está a la sordina  90
contra el Theatro Hespañol,
allá en las forjas sanchinas?

   El mismo es pintiparado,
que con el albor del día
al encuentro de Antioro  95
se salió medio en camisa,
solo, y sin más armadura
que su astucia serpentina.
Va caballero en un asno,
ducho ya en cruentas rizas.  100
Apenas le ve Antioro,
cuando clavando en las tripas
de su hipogrifo tres palmos
de acicate, a suelta brida
corre a él, y puesto en jarras,  105
de esta suerte le exorciza:
«Ven acá, desacordado
gigante, a quien apellidan
azote de altos ingenios
las gálicas sabandijas;  110
ven acá, follón cobarde,
tú que nunca abierta liza
otorgaste en campo raso,
sino que con ruin perfidia
parapetado y cubierto  115
detrás de cien celosías,
contra la flor del Parnaso
tu munición encaminas;
en mala hora a mis manos
te cabestró tu desdicha,  120
que has de perecer en ellas
sin más ni más, como hay viñas».
Dijo, y blandiendo el lanzón,
con tal aire a la tetilla
le apuntó, que ya le enviara  125
a almorzar a la otra vida,
a no ser porque en un punto
(¡ésta sí que es maravilla!)
se le convirtió en barbero
con guitarra y con bacía.  130
¿Quién podrá contar la rabia,
la furia, el livor, la tirria
con que el bueno de Antioro
tragó la burla maldita?
Pero, por fin, reparado  135
de su vergüenza, a la liza
vuelve, diciendo al endriago
estas dulces palabritas:
«Ya, ya conozco, espantajo,
tus mágicas arterías,  140
y estoy bien seguro de ellas
por la estafeta mambrina;
mas no te valdrán por cierto,
pues juro a la charca estigia
de no rizarme los tufos  145
en más de cuarenta días,
hasta poner fin y postre
a tu duendesca estantigua».

   Dijo, y ya iba el lanzón
a alzar, cuando una neblina,  150
que no sé de dónde diablos
bajó, robó de su vista
el burro, el flebotomiano,
la guitarra y la bacía,
y en su lugar ¡oh portento!  155
quedó un ciego romancista
con su garrote, su perro,
lazarillo y sinfonía.

   ¡Válame Dios, y qué burla
tan pesada y tan rolliza!  160
¿Viste alguna vez chasqueado
por la astucia peregrina
de Pepeíllo un torazo
de Gijón, cuál las sortijas
del negro testuz encrespa,  165
brama, bufa, y con la vista
torva al débil enemigo
impropera y desafía?
Pues así, ni más ni menos,
Antioro, ardiendo en ira  170
y echando trinos y tacos,
por la estrada corre y brinca
como un sandio, y al trasgüelo
quiere engullir con la vista.
Impertérrito entre tanto  175
el ciego a la sinfonía
cantaba la horrenda rota
de las huestes cisalpinas,
y el lazarillo hacía el son
con su vara y sortijillas.  180
De tan desigual combate
bien quisiera la indecisa
suerte evitar Antioro,
o que una bruja maldita
súbito le trastrocase  185
en Bereber de Numidia,
en Hebrea toledana
o en Orate de Chinchilla
mas reparose, y membrando
de corazón la alta estima  190
de su nombre, el juramento
que jurara, y la rechifla
de todo el género humano:
«Pues nada, dijo, me auxilian
ni el valor, ni tan tremendas  195
armas contra una estantigua
mágicamente endiablada,
venza otro encanto sus iras,
que industrias contra finezas,
dijo una pluma erudita».  200
Y al punto arrojó la lanza
tan veloz, que por la limpia
región del aire crujiendo,
fue a dar en la puerta misma
de la tienda de Copín,  205
donde hasta hoy se divisa
profundamente clavada,
y aun hay quien diz que se cimbra.
«Ahora las habrás conmigo»,
dijo entonce el sinfonista.  210
¿Y qué hace? ¡Quién lo creyera!
Toma y coge... ¡oh maravilla!
el prólogo del Theatro
con toda su ortografía,
preñada de HH y XX,  215
de tal temple y con tan finas
puntas armadas, que un muro
de diamante herir podrían;
añadiole por contera
la Advertencia de Jaîra,  220
las Obras sueltas, El pedo
dispersador, y una ristra
de romanzones heroicos
y jácaras, embutidas
con desvergüenzas tamañas  225
como el puño. A tan dañina
metralla, ¡qué hombre, qué ángel,
qué dios resistir podría!
Y porque a ningún ensalmo
se doblase, la exorciza,  230
leyendo en alto el romance
de las playas de Numidia,
con sus horrendos conjuros
y sus nombres de paulina.

   Conoció el riesgo el gigante,  235
y la mortal batería
temiendo, vuelve a su forma,
y se presenta a la liza.
Empero, viendo la rabia
con que hacia él se movía  240
su fiero rival, turbose,
y con voz interrumpida,
puesto en cuclillas el burro
y él de jinojos encima:
«Bravo campeón, le dijo,  245
en vano la industria mía
contra tu invencible diestra
se movió, cuando aturdidas
no quieren venir las hadas
a darle ayuda; en tal cuita,  250
duélete por Dios, y triunfa
de mí y mis hechicerías,
que yo juro de no ser
a tu pesar helenista,
ni volterista, ni brujo  255
en los días de mi vida».

   ¡Qué corazón tan guijarro,
qué alma tan diamantina
a tan modesta plegaria
no envainara su ojeriza!  260
Pero al contrario, Antioro,
regoldando nuevas iras,
y con voz aún más tremenda
que la del trueno, decía:
«No, juro a Dios, no me duelo  265
de tu susto ni tus cuitas,
follón, y haz cuenta que ya
te cayó la lotería».

   Viendo, por fin, que al combate,
se preparaba, su ruina  270
temió Polifemo, y para
evitarla, con gran prisa
dio de varazos al burro,
y acá y acullá la brida
moviendo, pensó burlarse  275
de la cólera antiorina;
mas el héroe, echando rayos
por la boca y por la vista,
le enderezó su metralla
con tal tino y tanta dicha,  280
que en la frente del gigante
enclavó una octava rima,
enredada entre dos HH
y la X de Xaîra,
con que le estrelló, y dejole  285
tuerto por toda su vida.

   Desconcertado, sin pulsos,
sin voz, y al golpe rendidas
su fuerza y las de sus magos,
sobre la arena batida  290
cayó de su burro el triste
Polifemo, y con su ruina
acreditó al orbe entero
que no hay ni en las hondas simas
del Averno, ni en la tierra  295
ni en el cielo tan divina
pujanza, que a la pujanza
de Antioro no se rinda.




ArribaAbajo

- XLII -




ArribaAbajo

Jácara en miniatura


A don Vicente García de la Huerta




ArribaAbajo   Desde este desván
o caramanchón,
donde una gran vida
papándome estoy,
veo cuanto pasa,  5
señor don Simón,
por toda la tierra
medida al redor.
De Lima a Madrid,
de Roma al Mogol,  10
no hay corte, villorrio,
cabaña o rincón,
do no se haya entrado
de hoz y de coz
la Envidia, y metido  15
su jurisdicción.
¡Qué estragos no causa,
qué desolación!
Soy duende, y con todo,
me lleno de horror.  20
Empero más punza
sin contradicción
la infame, y más clava
su diente feroz
en gente sabihonda  25
de fama y de pro.
No hay cura ni fraile,
no hay estudiantón,
togado, letrado,
doctora o doctor,  30
que no hiera y manche
con torpe livor.

    Mas ya los poetas,
a quienes guiñó
Minerva propicia  35
y Apolo fió
su cítara ebúrnea,
son blanco desde hoy
de su venenoso
sangriento furor.  40
Los sigue y acecha,
les zumba alrededor,
les ladra, los muerde
y sin compasión
los roe y engulle  45
con rabia feroz.

    Dígalo uno de ellos,
lo diga, si no,
aquel ingeniazo
de los de a doblón,  50
aquel gran poeta
que al mundo aturdió
de Aranda a París,
de Zafra al Tirol;
aquel cuyos versos,  55
sonando a tambor,
atruenan y aturden
oído y razón.
¡Oh, qué testimonios
que le levantó  60
la Envidia! ¡Qué chismes!
¡Qué enredos! ¡Qué horror!
¡Qué cosas no dijo!
¡Con cuánta pasión
de apodos y motes  65
su nombre cubrió!
Llamole trompeta
de Puerta del Sol,
chispero del Pindo,
pluma de antuvión,  70
autor de desván,
candil y jergón.
Y para que fuese
su fama mayor,
más lindo su nombre,  75
más hueca su voz,
le trajo de Arcadia
un mote burlón,
y Antioro Deliade
también le llamó.  80
Ni así la perversa
sació su rencor:
sus dichos, sus hechos
sangrienta infamó,
y a Resma y Gutiérrez  85
(¡qué mala intención!)
en prosa y en verso
su nombre igualó.

   Mas todo a la Envidia
lo pasara yo,  90
si no fuese un cuento
de ruin invención,
que para reírse
la pícara urdió.
Contarle quisiera,  95
señor don Simón,
pero habéis de oírle
con grande atención,
como que os le cuenta
la Envidia, y no yo.  100

    En fin, como digo,
amigo y señor,
entre otras cosuelas
que le levantó,
decía la Envidia  105
(¡vea usted qué invención!)
decía que cuando
al suelo hespañol
del vientre materno
cayó este señor,  110
bajaron las musas,
y en un corralón
juntaron concejo
con grande rumor.
¡Qué mimos no hicieron  115
al niño rollón,
qué cocos, qué muecas!
¡Sea todo por Dios!
Erato primero
sus dones le dio,  120
le untó con meloja
la lengua y pulmón,
y para que un día
cantase de amor,
en vez de su lira  125
le dio un guitarrón.
«Clarín y trompeta
no te daré yo,
dijo doña Clío
con tono burlón;  130
mas, para que cantes
al gran Barceló
zampoña y corneta
te daré, por Dios,
y para otro dropes  135
un ronco fagot».

   Con aire gitano,
ladino y chuscón,
la buena ventura
Urania le echó,  140
y el signo anunciando
de su mamantón:
«¡Oh nene!, le dijo,
¡qué fama, qué honor,
qué glorias, qué timbres,  145
el tiempo andador
guardados te tiene
en su gabetón!
Un día en la corte
del reino hespañol  150
serás tú un gazapo
de marca mayor.
Tus obras por calles,
por tiendas, y por
zaguanes, traídas  155
como en procesión,
de viejos, de niños,
y aun fembras de pro,
serán ensalzadas
sin ton ni sin son;  160
y entonces tu nombre,
impreso al primor,
por esos dinteles
y esquinas de Dios,
será en letras gordas  165
sobre un cartelón
rumboso, pomposo,
tamaño o mayor
que el que a sus bragueros
Menine ofreció.  170
A oscuras, en medio
de tanto esplendor,
quedarán los nombres
que estén al reedor,
incluso el frescote  175
y atroz titulón
del santo Concilio,
paz sea al traductor».

   Pero sobre todas
las musas mostró  180
Talía aquel día
su garbo y primor.
Al vate en mantillas
de dijes llenó;
chillole, arrullole,  185
cantole el ron ron,
besole en la boca,
y el rubio pezón
para almibararle
en ella ordeñó,  190
diciendo: «Hijo mío
bendito sea Dios,
que para mi gloria
al mundo te echó.
Tú serás un día  195
mi lustre, mi honor,
y aun mi patroncito,
por vida de briós
Por ti ya no temo
a aquel regañón  200
que del Peripato
la jerga inventó,
y las unidades
sacó en procesión;
aquel viejo chocho  205
que el Pindo pensó
rendir a sus leyes
como el Macedón,
su cría, a porrazos
el mundo rindió;  210
ni del venusino,
rancio preceptor,
que a Octavio y Mecenas
sin tino aduló;
las reglas me asustan  215
que en larga lición
dictó a los Pisones,
ni las que le hurtó,
sin Dios ni conciencia,
el chusco Boileau,  220
para irlas cantado
en su Facistol;
ni temo a otros tantos
poetas de pro,
que de preceptistas  225
tienen opinión
y van con sus reglas
vendiendo alfajor
desde el Tajo al Sena,
desde el Duero al Po.  230
Más que ellos y ellas
valemos tú y yo,
amén de Moreto,
Lope y Calderón,
y toda la chusma  235
del zueco hespañol».

   Así de las musas
la risa y favor
gozaba este niño
desde que nació.  240
Sólo Melpomene
en tal ocasión
adusta y tacaña
con él se mostró,
puesto que ni un dije  245
ni un beso le dio.

    La causa, señores,
de tanto rigor,
decía la Envidia,
bien me la sé yo.  250
¿Y quién no la sabe?
Oídme, por Dios,
lo que andando el tiempo
con él sucedió:
Un día el tal nene  255
(si fue chanza o no
ninguno lo sabe)
al templo subió
de la cancamusa,
y en él de rondón  260
entrando, el coturno
izquierdo le hurtó.
Calzole en chancleta,
y aunque le atisbó
y siguió un portero,  265
infame y ladrón
llamándole a gritos,
por fin se escapó,
cojeando y saltando,
por un corredor.  270
De allí por las tapias
del corral ganó
la casa de Ulloa,
que estaba con Dios.
Ni sala, ni cuarto,  275
ni alcoba dejó
que no pescudase,
cual diestro ladrón;
hasta que la moza
por fin le sopló.  280
Montola a las ancas
de un rucio frisón;
llevola a Toledo,
y allí la atavió
con tocas flamantes,  285
refajo y jubón,
y en fin, de tal arte
me la disfrazó,
que no la extremara
ni quien la parió.  290
Después su manceba,
sin ley y sin Dios
la hizo; dotola
con gran profusión,
le dio su retrato  295
en arras, y aun hoy
perdido por ella
anda el pobretón.
¿Quién tal pensaría
de un hombre de honor?  300
Mas caro la fiesta,
pardiez, le costó,
pues tal amorío
en suma purgó,
no sé si en Melilla,  305
Orán o Peñón.
Con todo, hay quien jura
que no escarmentó,
y debe ser cierto,
según la opinión  310
de aquellos que dicen
que a Oliva robó
después los gregüescos
de su Agamenón;
y a otros... Mas basta  315
de chismes, señor,
y aun éstos los dice
la Envidia, y no yo.
Vea usted aquí un cuento,
señor don Simón,  320
que, así Dios me ayude,
no puede ser peor.
¡Qué embrollo! ¡Qué enredo!
Parece invención
del tuerto Segarra;  325
mas témome yo
que en otra oficina
tal vez se forjó.
¿Qué va que aquí anduvo
algún camastrón  330
medio farmaceuta?
¿Qué va, en conclusión,
que a modo de emplasto
el cuento amasó
y no hubo almirez,  335
mortero, perol,
retorta, alambique
ni matraz, que no
saliese a la danza
en esta ocasión?  340
¿No lo dice el duende?
Pues apuesto yo
a que para ello
ya tiene razón.
¡Hay diablo de duende!  345
No hay bicho peor.
¡Y qué polvareda
al fin levantó
por dar vaya al nuevo
Theatro hespañol!  350
¡Que viva, que viva
por tal invención!
Voltaire y Racine,
Linguet y Carón,
el buen Signorelli,  355
Forner y el bufón
de Cosme Damián,
con toda la flor
de los antihortenses,
al duende inventor  360
darán mil palmadas,
y harán bien, por Dios.




ArribaAbajo

- XLIII -




ArribaAbajo

Sátira primera


A Arnesto



Quis tam patiens ut teneat se?

(Juvenal).                



ArribaAbajo   Déjame, Arnesto, déjame que llore
los fieros males de mi patria, deja
que su ruîna y perdición lamente;
y si no quieres que en el centro obscuro
de esta prisión la pena me consuma,  5
déjame al menos que levante el grito
contra el desorden; deja que a la tinta
mezclando hiel y acíbar, siga indócil
mi pluma el vuelo del bufón de Aquino.

    ¡Oh cuánto rostro veo a mi censura  10
de palidez y de rubor cubierto!
Ánimo, amigos, nadie tema, nadie,
su punzante aguijón, que yo persigo
en mi sátira al vicio, no al vicioso.
¿Y qué querrá decir que en algún verso,  15
encrespada la bilis, tire un rasgo,
que el vulgo crea que señala a Alcinda,
la que olvidando su orgullosa suerte,
baja vestida al Prado, cual pudiera
una maja, con trueno y rascamoño,  20
alta la ropa, erguida la caramba,
cubierta de un cendal más transparente
que su intención, a ojeadas y meneos
la turba de los tontos concitando?
¿Podrá sentir que un dedo malicioso,  25
apuntando este verso, la señale?
Ya la notoriedad es el más noble
atributo del vicio, y nuestras Julias,
más que ser malas, quieren parecerlo.

    Hubo un tiempo en que andaba la modestia  30
dorando los delitos; hubo un tiempo
en que el recato tímido cubría
la fealdad del vicio; pero huyose
el pudor a vivir en las cabañas.
Con él huyeron los dichosos días,  35
que ya no volverán; huyó aquel siglo
en que aun las necias burlas de un marido
las Bascuñanas crédulas tragaban;
mas hoy Alcinda desayuna al suyo
con ruedas de molino; triunfa, gasta,  40
pasa saltando las eternas noches
del crudo enero, y cuando el sol tardío
rompe el oriente, admírala golpeando,
cual si fuese una extraña, al propio quicio.
Entra barriendo con la undosa falda  45
la alfombra; aquí y allí cintas y plumas
del enorme tocado siembra, y sigue
con débil paso soñolienta y mustia,
yendo aún Fabio de su mano asido,
hasta la alcoba, donde a pierna suelta  50
ronca el cornudo y sueña que es dichoso.
Ni el sudor frío, ni el hedor, ni el rancio
eructo le perturban. A su hora
despierta el necio; silencioso deja
la profanada holanda, y guarda atento  55
a su asesina el sueño mal seguro.

    ¡Cuántas, oh Alcinda, a la coyunda uncidas,
tu suerte envidian! ¡Cuántas de Himeneo
buscan el yugo por lograr tu suerte,
y sin que invoquen la razón, ni pese  60
su corazón los méritos del novio,
el sí pronuncian y la mano alargan
al primero que llega! ¡Qué de males
esta maldita ceguedad no aborta!
Veo apagadas las nupciales teas  65
por la discordia con infame soplo
al pie del mismo altar, y en el tumulto,
brindis y vivas de la tornaboda,
una indiscreta lágrima predice
guerras y oprobrios a los mal unidos.  70
Veo por mano temeraria roto
el velo conyugal, y que corriendo
con la impudente frente levantada,
va el adulterio de una casa en otra.
Zumba, festeja, ríe, y descarado  75
canta sus triunfos, que tal vez celebra
un necio esposo, y tal del hombre honrado
hieren con dardo penetrante el pecho,
su vida abrevian, y en la negra tumba
su error, su afrenta y su despecho esconden.  80

    ¡Oh viles almas! ¡Oh virtud! ¡Oh leyes!
¡Oh pundonor mortífero! ¿Qué causa
te hizo fiar a guardas tan infieles
tan preciado tesoro? ¿Quién, oh Temis,
tu brazo sobornó? Le mueves cruda  85
contra las tristes víctimas, que arrastra
la desnudez o el desamparo al vicio;
contra la débil huérfana, del hambre
y del oro acosada, o al halago,
la seducción y el tierno amor rendida;  90
la expilas, la deshonras, la condenas
a incierta y dura reclusión. ¡Y en tanto
ves indolente en los dorados techos
cobijado el desorden, o le sufres
salir en triunfo por las anchas plazas,  95
la virtud y el honor escarneciendo!

    ¡Oh infamia! ¡Oh siglo! ¡Oh corrupción! Matronas
castellanas, ¿quién pudo vuestro claro
pundonor eclipsar? ¿Quién de Lucrecias
en Lais os volvió? ¿Ni el proceloso  100
océano, ni, lleno de peligros,
el Lilibeo, ni las arduas cumbres
de Pirene pudieron guareceros
el contagio fatal? Zarpa, preñada
de oro, la nao gaditana, aporta  105
a las orillas gálicas, y vuelve
llena de objetos fútiles y vanos;
y entre los signos de extranjera pompa
ponzoña esconde y corrupción, compradas
con el sudor de las iberas frentes.  110
Y tú, mísera España, tú la esperas
sobre la playa, y con afán recoges
la pestilente carga y la repartes
alegre entre tus hijos. Viles plumas,
gasas y cintas, flores y penachos,  115
te trae en cambio de la sangre tuya,
de tu sangre ¡oh baldón!, y acaso, acaso
de tu virtud y honestidad. Repara
cuál la liviana juventud los busca.

    Mira cuál va con ellos engreída  120
la imprudente doncella; su cabeza,
cual nave real en triunfo empavesada,
vana presenta del favonio al soplo
la mies de plumas y de agrones, y anda
loca, buscando en la lisonja el premio  125
de su indiscreto afán. ¡Ay triste, guarte,
guarte, que está cercano el precipicio!
El astuto amador ya en asechanza
te atisba y sigue con lascivos ojos;
la adulación y la caricia el lazo  130
te van a armar, do caerás incauta,
en él tu oprobrio y perdición hallando.
¡Ay, cuánto, cuánto de amargura y lloro
te costarán tus galas! ¡Cuán tardío
será y estéril tu arrepentimiento!  135

    Ya ni el rico Brasil, ni las cavernas
del nunca exhausto Potosí nos bastan
a saciar el hidrópico deseo,
la ansiosa sed de vanidad y pompa.
Todo lo agotan: cuesta un sombrerillo  140
lo que antes un estado, y se consume
en un festín la dote de una infanta.
Todo lo tragan; la riqueza unida
va a la indigencia; pide y pordiosea
el noble, engaña, empeña, malbarata,  145
quiebra y perece, y el logrero goza
los pingües patrimonios, premio un día
del generoso afán de altos abuelos.
¡Oh ultraje! ¡Oh mengua! Todo se trafica:
Parentesco, amistad, favor, influjo,  150
y hasta el honor, depósito sagrado,
o se vende o se compra. Y tú, Belleza,
don el más grato que dio al hombre el cielo,
no eres ya premio del valor, ni paga
del peregrino ingenio; la florida  155
juventud, la ternura, el rendimiento
del constante amador ya no te alcanzan.

    Ya ni te das al corazón, ni sabes
de él recibir adoración y ofrendas.
Ríndeste al oro. La vejez hedionda,  160
la sucia palidez, la faz adusta,
fiera y terrible, con igual derecho
vienen sin susto a negociar contigo.
Daste al barato, y tu rosada frente,
tus suaves besos y tus dulces brazos,  165
corona un tiempo del amor más puro,
son ya una vil y torpe mercancía.




ArribaAbajo

- XLIV -




ArribaAbajo

Sátira segunda

A Arnesto




Sobre la mala educación de la nobleza


      Perit omnis in illo
Nobilitas, cujus laus est in origine sola

(Lucano, Carm. ad Pisones.)                



      ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
      sin la virtud?

ArribaAbajo   ¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto, con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro,
magro, pálido y sucio, que al arrimo
de la esquina de enfrente nos acecha  5
con aire sesgo y baladí? Pues ése,
ése es un nono nieto del Rey Chico.
Si el breve chupetín, las anchas bragas
y el albornoz, no sin primor terciado,
no te lo han dicho; si los mil botones  10
de filigrana berberisca, que andan
por los confines del jubón perdidos,
no lo gritan, la faja, el guadijeño,
el arpa, la bandurria y la guitarra
lo cantarán. No hay duda: el tiempo mismo  15
lo testifica. Atiende a sus blasones:
sobre el portón de su palacio ostenta,
grabado en berroqueña, un ancho escudo
de medias lunas y turbantes lleno.
Nácenle al pie las bombas y las balas  20
entre tambores, chuzos y banderas,
como en sombrío matorral los hongos.
El águila imperial con dos cabezas
se ve picando del morrión las plumas
allá en la cima, y de uno y otro lado,  25
a pesar de las puntas asomantes,
grifo y león rampantes le sostienen.
Ve aquí sus timbres; pero sigue, sube,
entra, y verás colgado en la antesala
el árbol gentilicio, ahumado y roto  30
en partes mil; empero de sus ramas,
cual suele el fruto en la pomposa higuera,
sombreros penden, mitras y bastones.
En procesión aquí y allí caminan
en sendos cuadros los ilustres deudos,  35
por hábil brocha al vivo retratados.
¡Qué gregüescos! ¡Qué caras! ¡Qué bigotes!
El polvo y telarañas son los gajes
de su vejez. ¿Qué más? Hasta los duros
sillones moscovitas y el chinesco  40
escritorio, con ámbar perfumado,
en otro tiempo de marfil y nácar
sobre ébano embutido, y hoy deshecho,
la ancianidad de su solar pregonan.
Tal es, tan rancia y tan sin par su alcurnia,  45
que aunque embozado y en castaña el pelo,
nada les debe a Ponces ni Guzmanes.
No los aprecia, tiénese en más que ellos,
y vive así. Sus dedos y sus labios,
del humo del cigarro encallecidos,  50
índice son de su crianza. Nunca
pasó del B-A ba. Nunca sus viajes
más allá de Getafe se extendieron.
Fue antaño allá por ver unos novillos
junto con Pacotrigo y la Caramba.  55
Por señas, que volvió ya con estrellas,
beodo por demás, y durmió al raso.
Examínale. ¡Oh idiota!, nada sabe.
Trópicos, era, geografía, historia
son para el pobre exóticos vocablos.  60
Dile que dende el hondo Pirineo
corre espumoso el Betis a sumirse
de Ontígola en el mar, o que cargadas
de almendra y gomas las inglesas quillas,
surgen en Puerto Lápichi, y se levan  65
llenas de estaño y de abadejo. ¡Oh!, todo,
todo lo creerá, por más que añadas
que fue en las Navas Witiza el santo
deshecho por los celtas, o que invicto
triunfó en Aljubarrota Mauregato.  70
¡Qué mucho, Arnesto, si del padre Astete
ni aun leyó el catecismo! Mas no creas
su memoria vacía. Oye, y dirate
de Cándido y Marchante la progenie;
quién de Romero o Costillares saca  75
la muleta mejor, y quién más limpio
hiere en la cruz al bruto jarameño.
Harate de Guerrero y la Catuja
larga memoria, y de la malograda
de la divina Lavenant, que ahora  80
anda en campos de luz paciendo estrellas,
la sal, el garabato, el aire, el chiste,
la fama y los ilustres contratiempos
recordará con lágrimas. Prosigue,
si esto no basta, y te dirá qué año,  85
qué ingenio, qué ocasión dio a los chorizos
eterno nombre, y cuántas cuchilladas,
dadas de día en día, tan pujantes
sobre el triste polaco los mantiene.
Ve aquí su ocupación; ésta es su ciencia.  90
No la debió ni al dómine, ni al tonto
de su ayo mosén Marc, sólo ajustado
para irle en pos cuando era señorito.
Debiósela a cocheros y lacayos,
dueñas, fregonas, truhanes y otros bichos  95
de su niñez perennes compañeros;
mas sobre todo a Pericuelo el paje,
mozo avieso, chorizo y pepillista
hasta morir, cuando le andaba en torno.
De él aprendió la jota, la guaracha,  100
el bolero, y en fin, música y baile.
Fuele también maestro algunos meses
el sota Andrés, chispero de la Huerta,
con quien, por orden de su padre, entonces
pasar solía tardes y mañanas  105
jugando entre las mulas. Ni dejaste
de darle tú santísimas lecciones,
oh Paquita, después de aquel trabajo
de que el Refugio te sacó, y su madre
te ajustó por doncella. ¡Tanto puede  110
la gratitud en genorosos pechos!
De ti aprendió a reírse de sus padres,
y a hacer al pedagogo la mamola,
a pellizcar, a andar al escondite,
tratar con cirujanos y con viejas,  115
beber, mentir, trampear, y en dos palabras,
de ti aprendió a ser hombre... y de provecho.
Si algo más sabe, débelo a la buena
de doña Ana, patrón de zurcidoras,
piadosa como Enone, y más chuchera  120
que la embaidora Celestina. ¡Oh cuánto
de ella alcanzó! Del Rastro a Maravillas,
del alto de San Blas a las Bellocas,
no hay barrio, calle, casa ni zahurda
a su padrón negado. ¡Cuántos nombres  125
y cuáles vido en su librete escritos!
Allí leyó el de Cándida, la invicta,
que nunca se rindió, la que una noche
venció de once cadetes los ataques,
uno en pos de otro, en singular batalla.  130
Allí el de aquella siete veces virgen,
más que por esto, insigne por sus robos,
pues que en un mes empobreció al indiano,
y chupó a un escocés tres mil guineas,
veinte acciones de banco y un navío.  135
Allí aprendió a temer el de Belica
la venenosa, en cuyos dulces brazos
más de un galán dio el último suspiro;
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras,  140
nobles, plebeyas, majas y señoras,
a las que vio nacer el Pirineo,
desde Junquera hasta do muere el Miño,
y a las que el Ebro y Turia dieron fama
y el Darro y Betis todos sus encantos;  145
a las de rancio y perdurable nombre,
ilustradas con turca y sombrerillo,
simón y paje, en cuyo abono sudan
bandas, veneras, gorras y bastones
y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos;  150
y en fin, a aquellas que en nocturnas zambras,
al son del cuerno congregadas, dieron
fama a la Unión que de una imbécil Temis
toleró el celo y castigó la envidia.
¡Ah, cuánto allí la cifra de tu nombre  155
brillaba, escrita en caracteres de oro,
oh Cloe! El solo deslumbrar pudiera
a nuestro jaque, apenas de las uñas
de su doncella libre. No adornaban
tu casa entonces, como hogaño, ricas  160
telas de Italia o de Cantón, ni lustros
venidos del Adriático, ni alfombras,
sofá, otomana o muebles peregrinos.
Ni la alegraban, de Bolonia al uso,
la simia, il pappagallo e la spinetta.  165
La salserilla, el sahumador, la esponja,
cinco sillas de enea, un pobre anafe,
un bufete, un velón y dos cortinas
eran todo tu ajuar, y hasta la cama,
do alzó después tu trono la fortuna,  170
¡quién lo diría!, entonces era humilde.
Púsote en zancos el hidalgo y diote
a dos por tres la escandalosa buena
que treinta años de afanes y de ayuno
costó a su padre. ¡Oh, cuánto tus jubones,  175
de perlas y oro recamados, cuánto
tus francachelas y tripudios dieron
en la cazuela, el Prado y los tendidos
de escándalo y envidia! Como el humo
todo pasó: duró lo que la hijuela.  180
¡Pobre galán! ¡Qué paga tan mezquina
se dio a tu amor! ¡Cuán presto le feriaron
al último doblón el postrer beso!
Viérasle, Arnesto, desolado, vieras
cuál iba humilde a mendigar la gracia  185
de su perjura, y cuál correspondía
la infiel con carcajadas a su lloro.
No hay medio; le plantó; quedó por puertas...
¿Qué hará? ¿Su alivio buscará en el juego?
¡Bravo! Allí olvida su pesar. Prestole  190
un amigo... ¡Qué amigo! Ya otra nueva
esperanza le anima. ¡Ah! salió vana...
Marró la cuarta sota. Adiós, bolsillo...
Toma un censo... Adelante; mas perdiole
al primer trascartón, y quedó asperges.  195
No hay ya amor ni amistad. En tan gran cuita
se halla ¡oh Zulem Zegrí! tu nono nieto.
   ¿Será más digno, Arnesto, de tu gracia
un alfeñique perfumado y lindo,
de noble traje y ruines pensamientos?  200
Admiran su solar el alto Auseva
Limia, Pamplona o la feroz Cantabria,
mas se educó en Sorez. París y Roma
nueva fe le infundieron, vicios nuevos
le inocularon; cátale perdido,  205
no es ya el mismo, ¡Oh, cuál otro el Bidasoa
tornó a pasar! ¡Cuál habla por los codos!
¿Quién calará su atroz galimatías?
Ni Du Marsais ni Aldrete le entendieran.
Mira cuál corre, en polisón vestido,  210
por las mañanas de un burdel en otro,
y entre alcahuetas y rufianes bulle.
No importa, viaja incógnito, con palo,
sin insignias y en frac. Nadie le mira.
Vuelve, se adoba, sale y huele a almizcle  215
desde una milla... ¡Oh, cómo el sol chispea
en el charol del coche ultramarino!
¡Cuál brillan los tirantes carmesíes
sobre la negra crin de los frisones!...
Visita, come en noble compañía;  220
al Prado, a la luneta, a la tertulia
y al garito después. ¡Qué linda vida,
digna de un noble! ¿Quieres su compendio?
Puteó, jugó, perdió salud y bienes,
y sin tocar a los cuarenta abriles  225
la mano del placer le hundió en la huesa.
¡Cuántos, Arnesto, así! Si alguno escapa,
la vejez se anticipa, le sorprende,
y en cínica e infame soltería,
solo, aburrido y lleno de amarguras,  230
la muerte invoca, sorda a su plegaria.
Si antes al ara de himeneo acoge
su delincuente corazón, y el resto
de sus amargos días le consagra,
¡triste de aquella que a su yugo uncida  235
víctima cae! Los primeros meses
la lleva en triunfo acá y allá, la mima,
la galantea... Palco, galas, dijes,
coche a la inglesa... ¡Míseros recursos!
El buen tiempo pasó. Del vicio infame  240
corre en sus venas la crüel ponzoña.
Tímido, exhausto, sin vigor... ¡Oh rabia!
El tálamo es su potro...
Mira, Arnesto,
cuál desde Gades a Brigancia el vicio
ha inficionado el germen de la vida,  245
y cuál su virulencia va enervando
la actual generación. ¡Apenas de hombres
la forma existe...! ¿Adónde está el forzudo
brazo de Villandrando? ¿Dó de Argüello
o de Paredes los robustos hombros?  250
El pesado morrión, la penachuda
y alta cimera, ¿acaso se forjaron
para cráneos raquíticos? ¿Quién puede
sobre la cuera y la enmallada cota
vestir ya el duro y centellante peto?  255
¿Quién enristrar la ponderosa lanza?
¿Quién?... Vuelve ¡oh fiero berberisco!, vuelve
y otra vez corre desde Calpe al Deva,
que ya Pelayos no hallarás, ni Alfonsos
que te resistan; débiles pigmeos  260
te esperan. De tu corva cimitarra
al solo amago caerán rendidos...
¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,  265
sin la virtud? Los nombres venerandos
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
a quienes fía su defensa el trono?  270
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido,
en quien libraba el castellano pueblo
su libertad? ¡Oh vilipendio! ¡Oh siglo!
Faltó el apoyo de las leyes. Todo  275
se precipita: el más humilde cieno
fermenta, y brota espíritus altivos,
que hasta los tronos del Olimpo se alzan.
¿Qué importa? Venga denodada, venga
la humilde plebe en irrupción y usurpe  280
lustre, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetría: no haya
clases ni estados. Si la virtud sola
les puede ser antemural y escudo,
todo sin ella acabe y se confunda.  285




ArribaAbajo

- XLV -




ArribaAbajo

Romance tercero


Contra Forner3




ArribaAbajo   Esta y no más, Numen mío,
ven a calentar mis versos,
que esta vez más que otra alguna
te han menester placentero;
ésta, y nunca más me inspira,  5
pues voy a cantar corriendo,
tan estupendas hazañas,
que nunca vieron los cielos
otras tales ni tan gordas,
desde el chino al chichimeco.  10
Ven, que si a mi ruego pronto
bajas esta vez, ofrezco
de consagrarte una pluma
entre ilustres arrapiezos,
girones y telarañas,  15
allá de Atocha en el templo,
do abierto un palmo de boca
la señalen con el dedo
in saecula saeculorum
los devotos madrileños.  20

    No bien Polifemo el brujo
con su bálsamo hechicero
curado hubo las heridas
que en los pasados encuentros
le diera el fuerte Antioro,  25
cuando ¡qué buen escarmiento!,
vuelto a su disforme forma,
tan loco andaba y tan tieso
por esas calles de Dios,
cual pudiera un Gerineldos.  30

    Otra estupenda batalla,
transformado en escudero,
riñó después con Antioro
por desagraviar el tuerto
que hiciera el bergante a un manco,  35
bien querido en todo el pueblo.
Hubo en ella horribles lances,
y aunque dudoso el suceso,
todavía le aguijaban
a buscar nuevos trofeos,  40
cuando hétele que a la plaza
salió un nuevo aventurero,
hombre avezado a las lides
y cual ninguno en esfuerzo.
Era este tal... Aquí, aquí,  45
numen mío, está el aprieto.
Vamos a pintarle al punto,
y quiera Dios se esté quedo.

    Era de cuerpo muy flaco,
mas de espíritu muy recio;  50
duro y firme de mollera,
cual chinarro berroqueño,
y aunque en miembros alfeñique
¡ira de Dios! no hay celebro
que no magulle a los golpes  55
que da su brazo derecho.
Nacido allá en la Cosmosia,
junto a los quintos infiernos,
criárale una amazona
que le dio por madre el cielo,  60
no con leche ni papilla,
sino con hiel y veneno.
Ya crecido, fue el asombro
de los mozos de su tiempo:
siempre adusto y siempre solo,  65
campando por su respeto.
¡Qué corazón! Más bizarro
ni más duro no le hubieron
ni Ferragut ni Galafre,
ni don Roldán ni Oliveros.  70
Nunca fueron su solaz
juveniles pasatiempos,
que era el lidiar su descanso
y era el vencer su recreo.
Armado de fuertes armas,  75
que le labró un hechicero,
de su tierra andaba siempre
invulnerable y cubierto;
pero entre todas brillaba,
alto y bien guarnido, el yelmo  80
que le dio un dey cosmosiano
cuando le armó caballero.
Este y la diestra manopla
de muy bien templado acero
eran su salud, porque  85
tenía ¡raro portento!
toda su fuerza cifrada,
como el otro en los cabellos,
nuestro Sansón de Cosmosia
en el testuz y en los dedos,  90
con que la tajante espada
blandía a diestro y siniestro.
Con tal brío y tal defensa
salía de tiempo en tiempo
el paladín cosmosiano  95
solo a desfacer entuertos,
y ni en yermos ni en poblados,
ni aun en palacios ni templos,
ningún malandrín seguro,
se pudo hallar de sus retos.  100
Rindió en singular batalla
a aquel gigantón protervo,
que dos siglos ha en la Nescia
se alzara rey de los pueblos,
y de sus pingües provincias  105
le despojando, en un credo
hasta más allá de Calpe
llevó el cosmosiano imperio.
¡Válasme Dios, qué de brujos,
de adivinos, de hechiceros,  110
de astrólogos, de poetas,
a sus manos perecieron!
Aun dicen que el fuerte Antioro
anduvo rodando entre ellos,
pero convertido en odre  115
logró escapar del aprieto,
que le salvaba el dios Momo
para burla del Permeso.
Ni pudo huir de sus golpes
Tartufo, aquel caballero  120
que nacido en la Nigricia
se unió al bando de los nescios
y con el gran cosmosiano
tuvo tan duros encuentros.
¡Cuántas formas el bribón  125
no tomó, nuevo Proteo,
para vencer en batalla
a su contrario! Yo mesmo,
yo vi sus transformaciones
yo las vi, y aún no las creo.  130
Hétele vuelto en urraca,
cátale mudado en cuervo,
allí va con capa parda
y aquí en sayo ceniciento;
ya se le muestra ensañado,  135
y ya con rostro halaguero
le regala, le acaricia,
le enlabia con sus consejos,
para llevarle a las trampas
que le iba armando con queso.  140
Nada le valió; no importa,
que al que no es buen caballero
un cantazo por detrás,
y adelante con el cuento.
Digo, pues, que al tal Tartufo  145
tentó la ropa en mil duelos,
hasta que por fin un día
que lidiaron cuerpo a cuerpo,
descargó en él tal diluvio
de embestidas y de encuentros,  150
que a los ciento y veinte y tres
me le derrocó en el suelo,
y con la tajante espada
de par en par le abrió el pecho.
No sacaron mejor suerte  155
muchos que con él se hubieron
allí, pero fue entre todos
celebrado el escarmiento
de Tormentorio de Hispalia,
jayán tan vano y contento  160
de su poder, que aun rendido,
apaleado y casi muerto,
todavía cantó el triunfo
con bramidos tan horrendos,
que no hubo quien no le oyese  165
desde Estremoz a Murviedro.
De tales, de tan ruidosas
hazañas, de pueblo en pueblo
la siempre parlera fama
iba esparramando el eco.  170
Cantábanse al cosmosiano
himnos, trovas y sonetos,
puestos en solfa por uno
y tarareados por ciento.
Cuál ensalza su osadía,  175
cuál encarece su ingenio,
éste alaba su pujanza
y aquél el bizarro aliento
con que desprecia a los flacos
y hace cara a los soberbios.  180
«¡Qué fuera de ti, oh Redondo,
qué de vosotros sin cuento,
los que azuzáis por la espalda
y contra la ley del duelo
tiráis y escondéis la mano,  185
como malsines rateros!
Válgavos vuestra ruindad,
y válgavos el desprecio
que hacen de tan viles armas
los valientes caballeros».  190

    Así cantaba un poeta,
que en tan bien sentido verso
solía apostillar las trovas
del Fraso de nuestros tiempos.

    Tal era... Ya, numen mío,  195
tiempo es de volver al cuento;
dame por tu vida el hilo
que se perdió en el tintero.
Tal era y de tales mañas
el adalid que, cubierto  200
de sus armas, salió al campo
y lidió con Polifemo.
La causa de los rencores
de tan grandes caballeros
contaré, ya que he empezado  205
por uno y por otro huevo.
Pasárale por la chola
al cosmosiano en sus fieros
(que era gran retrahedor
y bocachón por extremo),  210
un día que estaba el pobre
con un humor como un perro,
que amén de su geniecillo
esto de andar por el pueblo
dando acá y allá porrazos,  215
asendereado y maltrecho,
no es lo mismo que estar siempre
bailando al son del pandero...
Pasárale por la chola,
como digo de mi cuento,  220
decir mal, o maldecir,
que al cabo al cabo es lo mesmo,
de los valientes campeones
que lidiaran cuerpo a cuerpo
con aquel ruin magancés,  225
Masolín el embustero
aquel pagano hiperbóreo,
que, descreído y protervo,
con mentiras y baldones
mancillar quiso el respeto  230
de la sin par doña Iberia,
el más preciado portento
de nobleza y cortesía
que jamás vio el Universo.
Dijo, pues, el cosmosiano  235
hablando por todos ellos;
dijo... ¡nunca tal dijera!,
que ni eran fuertes ni diestros,
cual convenía a campeones
de tal nombre y en tal duelo;  240
que eran viejos sus rocines;
que sin escudos ni yelmos
por el palenque anduvieran,
sin poder tocar al pelo
de la ropa al magancés;  245
que eran de muy ruin acero
sus espadas, y muy flojas
sus manoplas y aun sus dedos;
y por fin, vino a decir...,
dijo, en fin, y aquí fue ello,  250
que la tal dueña acuitada
no había en todo el su reino
quien de lavar su mancilla
fuese capaz... No hay remedio,
ya lo dijo. ¡Ira de Dios,  255
y la que se armó al momento!
¡Qué blasfemias, qué brabatas,
qué votos y qué reniegos,
ya dichos y ya mascados,
no produjo el tal denuesto!  260

    Pero nadie más furioso
se mostró que Polifemo;
y es el caso que escondido
saliera también al cerco,
llamado de la nodriza  265
de Iberia, que oído el tuerto
de su ama, sábelo Dios,
tomó gran parte en su reto,
y llamando a la defensa
príncipes y caballeros,  270
ofreció su blanca mano
a quien la salvase en duelo.
Oyó, pues, los dicharachos
de Zonzorín, Polifemo;
oyólos, y no más listo  275
se armó el gallardo Oliveros,
cuando, aunque herido y doliente,
llegó a saber los denuestos
que contra Carlo y sus doce
refunfuñaba el tremendo  280
Fierabrás de Alenjandría,
que se arreó Polifemo
para la lid, y tomando
lanza y broquel, caló el yelmo,
y en demanda del bastardo  285
Zonzorín salió tan tieso.
Hallole que estaba entonces
asestando a un escudero,
a quien por mote llamaban
Bocacerrada en el pueblo,  290
el cual, viéndose con armas
y con razón, quiso atento
por tan ilustre princesa
quebrar dos lanzas; por cierto
que dio al bastardo once botes  295
tan firmes, que el uno de ellos,
resbalando a la manopla,
le hubo de quebrar los dedos.
Mas Zonzorín, nunca débil,
reparose, tomó aliento,  300
volvió a la carga, y tal
vez rematara al escudero
a no haber salido entonces
tan gran contrario a su encuentro.
Viéronse en fin. No se paran  305
allá en los campos del cielo
dos nubarrones, batidos
de dos encontrados vientos,
más terribles frente a frente
uno de otro, ni más fieros,  310
que frente a frente se paran
Zonzorín y Polifemo:

    -Caballero, si lo sois,
dijo aquéste, pues no creo
que tanta descortesía  315
quepa en quien es caballero,
non fundedes vuestra gloria
en tan mezquinos trofeos,
que si de fama y renombre
andáis por caso sediento,  320
aquí estoy yo en quien podéis
buscar triunfos de más precio.

    Dijo, y largando el bridón,
tal bote dio contra el yelmo
de Zonzorín que por poco  325
no se le derriba al suelo;
mas le abolló, por San Jorge,
y fuera el golpe tan recio,
que casi cien chapas de oro
le quitó del guarnimiento.  330




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- XLVI -




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Sátira tercera


Contra los letrados



Si yo no hubiera seguido la escuela,
sino puéstome en el entresuelo de algún
letrado de fama en la corte, y dádome a
escribir papeles en derecho, creo que hu-
biera paleado los doblones.

(Mayans a Jover, Carta de 30 de octubre de 1745).                



ArribaAbajo   ¿Eres locuaz? Pues métete a letrado:
miente, cita, vocea, corta y raja,
y serás, sin pensarlo, afortunado.

   Al mundo aturdirás y en su baraja,  5
pésele a quien pesare, harás figura,
más que allá en Avapiés una real maja.

   Crecerá dos pulgadas tu estatura
con la peluca blonda y el manteo:
digno juez de sabia catadura.  10

   Y con que ande limpito aqueste arreo
podrás, al primer paso de la curia,
subir hasta el cenit con tu deseo.

   Jamás del hambre sentirás la injuria,
porque nunca a garguero engolillado  15
osó tocar sus devorante furia.

   Antes que bachiller hazte abogado,
mas sin tocar al Tormes y al Pisuerga,
do se corona sólo al que ha luchado,

   que no es para letrados la monserga  20
que suena allí, ni el bárbaro ergoteo,
tanto distante de su culta jerga.

   Haz lo que otros: escribe tu deseo
a algún sopista de Osma, y tendrás una
panza de oveja a vuelta de correo;  25

   pues hay mil alquilones de la tuna
que, prestando su ciencia a cualquier nombre,
saben bachillerear aun en la cuna.

   Logra tu fin y el medio no te asombre,
que en esta edad tan cara a maravilla  30
sólo cuesta muy poco hacerse hombre.

   Gana, junta, rellena tu alforjilla,
y vende a la fía a todo pleiteante
que al bufete acercare su mancilla.

   Ni para ser verboso o retumbante  35
sigas de Fabio o Cicerón la guía,
sino sólo tu labia y tu talante;

   que yo conozco un quidam que salía,
lleno de orgullo y de sudor, de estrados
do charló un día, y otro, y otro día.  40

   Gritó, pateó, sopló por todos lados,
y en diluvios de citas y palabras
se dejó a los vivientes abismados.

   Serás tú un Papiniano si así labras
tu suerte, y sabes desde pobre a rico  45
subir mientras tu padre guarda cabras.

   ¡Cuántos no hacen fortuna por el pico!
Y aun sin él, con descaro y con pulmones,
la puede hacer también cualquier borrico.

   Ríete de elocuentes oraciones  50
llenas de fuego y de filosofía,
con tal que ahúches duros y doblones.

   Consultas y alegatos a porfía
zurce, y largos papeles en derecho,
y habla, y consulta, y dicta todo el día.  55

   Así con mano larga y fuerte pecho
se echan de una gran casa los cimientos,
que en hablar y escribir está el provecho.

   Por varas medirás tus pedimentos,
tus informes por triduos, sin cuidado  60
de estilo ni doctrina, que son cuentos.

   Con el dicho, y el suso, y el narrado,
el otrosí, el y porque, el juro, el pido,
costas, protesto, etcétera, forjado,

   harás un pedimento muy cumplido,  65
y capaz de apurar la negra honrilla
del contrario más culto y presumido.

   Cuando ya absorto el vulgo de la villa
te agregare a los doce de la fama,
desata sin piedad tu taravilla.  70

   Desgañítate, indígnate y declama,
y lleno de estro y espumante [el] labio,
esparce en»torno la plectórea llama;

   que así a tu voz tremenda no hará agravio,
si por doctrina vierte espumarajos,  75
ningún juez que pretenda hacer el sabio.

   Atruénalos con fieros latinajos,
y ensarta acá y allá textos y citas,
y haz pompa y vanidad de calandrajos.

   Nunca al sentido de la ley permitas  80
que desluzca tu ingenio y travesura,
pues lo que a él le das a ti lo quitas.

   Fuera de que la judicial mesura
de un vejancón repleto de experiencia
mal de las leyes sufre la premura:  85

   dar quiere a su talante la sentencia,
y eructando al Acurcio y a Molina,
alarde hacer de su profunda ciencia.

   Pero, si a gloria tu afición te inclina,
y a meter ruido y a llamar la gente,  90
darete yo una astucia peregrina:

   échate a canonista osadamente,
y sabio de la noche a la mañana
serás, y problemista de repente.

   Estudiar, ¿para qué? ¡Ni una semana!  95
¿No es más barato hurtar los quodlibetos
a algún autor de pluma inocenciana?

   Retócalos e ingiere tus secretos,
y habla al gobierno, adula, ofrece, manda,
y así a la gloria irán los mamotretos.  100

   ¿Hizo más que esto el bello Peñaranda,
que ahora entre danzantes y Ubreros
en cálculos y arpegios se desmanda?

   Mas, guay, que mientras, infalible, agüeros
de próspera abundancia desperdicia,  105
va por las calles su guitarra en cueros.

   No creas, no, dichoso al que se inicia
de esta alquimia civil en los arcanos
y es pobre y nada para sí codicia.

   Antes te afana y echa los livianos  110
por ganar oro y plata, y no renombre,
cual otro que ya nada en mejicanos.

   Disfraza tú, como él, la patria y nombre,
y dora tus mentiras y tus plagios
con algún ilustrísimo cognombre.  115

   Tendrás así del vulgo los sufragios
y vendiendo tu bodrio a peso de oro
rico serás sin riesgo de naufragios.

   ¡Oh, cuál vendrán, temiendo tu desdoro,
los letrados de aldea y de guardilla  120
a traer la garrama a tu tesoro!

   Todos te comprarán a maravilla,
y a dos por tres excederás en renta
a cualquier ilustrísimo golilla.

   ¡Esto sí que es saber hacer la cuenta!  125
¡Esto sí que es vender gato por liebre,
y lo que diez no vale por cuarenta!

   Harás también que en himnos te celebre
de culto y sabio el vulgo romancista,
si delirante y con ardor de fiebre  130

   murmuras del cuitado manteísta,
que sabe enjaretar un silogismo
y ergotear en forma sumulista.

   Di que toda su ciencia es barbarismo;
haz burla de Donelo y de Cujacio,  135
y echa venablos contra Arnoldo mismo,

   que no es digno de henchir tu cartapacio,
si ya no embarbascaron su doctrina
Sala, Magro, el Beleña muy despacio.

   Mueve otrosí tu crítica dañina  140
contra todo monuelo que de Grocio
o Puffendorf guisare en la cocina,

   y con Nela y Castillo haz tu negocio,
llamando a boca llena tu maestro
al culto Gómez y Aillón su socio.  145

   Tendrante así por eminente y diestro
el foro, la academia y el bufete,
y serás de mil jóvenes cabestro.

   Tus estantes atente, y el bonete
rellenarán Martínez y Elizondo,  150
charcos do bebe ya cualquier pobrete;

   pues para serse por demás sabihondo
bastan ellos y el Paz, Pradilla y Bayo,
lumbreras de la práctica al más mondo.

   ¡Cuántos haciendo venturoso ensayo  155
de arbitrio tal soltaron la corteza,
y hoy es ya señoría el que ayer payo!

   Tú también subirás a tal alteza,
y más, si necio y descarado, insultas
con rabia a la escolástica nobleza.  160

   No escapen de tu azote ni por cultas
las espirantes becas, ni de tanto
noble varón las sombras insepultas.

   Denígralos, si puedes, tanto o cuanto,
y si hincheras dos tomos de mentiras  165
será tu manuscrito sacrosanto.

   Verás cómo te ensalzan en sus liras
los ánsares del Turia y a graznidos
las orejas piadosas hacen jiras.

   Mas si tu caparrosa ennegrecidos  170
dejare al paso mantos y cogullas,
¡oh cuánto crecerán los alaridos!,

   que al tiroteo de frecuentes pullas
abrirán tanta boca los violetos
y creerán que trinas cuando aúllas.  175

   Caigan aquí los pobres recoletos,
allá los mendicantes, y de todos
di que son girovagos y paletos.

   Cúbrelos de ridículos apodos,
y llámalos polillas del estado,  180
y peste y roña, con livianos modos.

   Ni evite los chubascos de tu enfado
el velo religioso, aunque inocente,
y entre rayos y púas bien cerrado

   muerde y destroza tan canalla gente  185
y expónla con un cuento y otro cuento
a la mofa de todo maldiciente,

   que así a la fama de hombre de talento
se va, y siguiendo tan trillada senda
hicieron su agostillo más de ciento.  190

   Le hicieron, juro a tal, y nadie entienda,
que pasaron su vida mal seguros,
ni de títulos faltos ni de hacienda.

   Pero si de esta trocha en los apuros
has de cejar al riesgo o al trabajo,  195
no ataques, no, tan venerables muros.

   Huye, y buscando más seguro atajo,
por no quedar de bruces en la brecha,
date a zarabutear de vuelo bajo.

   Huele, rastrea, caza, atisba, acecha,  200
codicilos, reclamos, matrimonios,
y haz con tontos y tercos tu cosecha.

   Urde embustes, falsea testimonios,
prevarica, cohecha, y como ganes,
da tu fama y tu punto a los demonios;  205

   que ésta fue de otros bravos perillanes
de tres siglos acá la noble ciencia,
y éste el fruto y el fin de sus afanes.

   Después hicieron santa penitencia,
y hoy comen sin zozobra sus biznietos  210
lo que hurtaron con trémula conciencia.

   Huye también el riesgo y los aprietos
en que del patrio amor puedan ponerte
los sublimes y rígidos preceptos,

   que eso de provocar la negra suerte  215
por librar a la patria de ruina
es buscar santa, pero triste muerte.

   Acusó Tulio al fiero Catilina,
loó a Pompeyo y puso miedo a Antonio,
mas punzaron su lengua, aunque divina.  220

   Si tal pensares tú serás bolonio,
por más que tengas a la vista alguno
tan claro y menos triste testimonio.

   Pues si columbras en la cima a uno
que allá trepó por tan difícil senda,  225
di que es dichoso y sabio cual ninguno,

   mas no le imites, no, ni des la rienda
a un deseo que daña y no aprovecha,
ni da para la plaza ni la tienda.

   Y aunque el Estado vieres en deshecha  230
tormenta zozobrar, vencido el cable
de la esperanza, y rota y trozos hecha

   la proa, en medio de la mar instable,
duerme tranquilo, y del timón la guía
abandona a la chusma irrefrenable.  235

   Verás cuál se abalanzan a porfía
uno y otro grumete hasta empuñarle,
y alargando el naufragio sólo un día,

   regir el buque, no para salvarle,
sino para escapar con su tesoro  240
y echarle a pique en vez de marinarle.




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- XLVII -




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Carta de un Quidam a un amigo suyo, en que le describe el Rosario de los cómicos de esta corte


Epílogo


ArribaAbajo   Estos que viste ayer, Fabio, fingiendo
con tristes casos del amor voltario,
la hinchazón del orgullo estrafalario,
del fraude y la traición el caos horrendo,

   hoy por las calles su rumor siguiendo  5
contritos el magnífico Rosario,
su piedad, su fervor extraordinario
van a María humildes ofreciendo.

   ¡Notable ejemplo de virtud, que todos
ven con espanto, admiran con ternura  10
al paso de la mística comparsa!

   Sólo un chispero, gastador de apodos,
dijo, con más donaire que locura:
«Al fin en este gremio todo es farsa».




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- XLVIII -




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Idilio decimoséptimo


A un supersticioso




ArribaAbajo   ¿Por qué consultas, dime,
con las estrellas, Favio,
y vas en sus mansiones
tu horóscopo buscando?
¿Son ellas por ventura  5
a quienes fue encargado
dar principio a tus días
o término a tus años?
Las vidas de los hombres
no penden de los astros,  10
que en el Olympo tienen
moderador más alto.
Aquel gran Ser, que supo
con poderosa mano
los orbes cristalinos  15
sacar del hondo cahos;
que enciende el sol, i guía
su luminoso carro;
que mueve entre las nubes,
de estruendo i furia armado,  20
su coche, i forma el trueno;
que vibra el fuerte rayo,
refrena el viento indócil,
y aplaca el mar turbado;
aquél es de tu vida  25
el dueño soberano,
y él solo en sí contiene
la summa de tus años.

   Implórale, i no fíes
tu dicha a los arcanos  30
del tiempo, ni al incierto
compás del Astrolabio.
Implórale, i no alces
tus ojos al Zodiaco,
que a sus constelaciones  35
del hombre no ligaron
las dichas ni el contento
con ciega ley los hados.
Implórale, i ahora
escrito esté el amargo  40
momento de tu muerte
sobre el fogoso Tauro;
ora por las Pleyadas
no visto, del Aquario
guardado esté en la urna,  45
respeta de su brazo
la fuerza omnipotente,
y adórala postrado:
que no de los Planetas
ni los volubles astros  50
pendiente está tu vida,
mas sólo de su brazo.




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- XLIX -




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Oda tercera


A don Carlos González de Posada




ArribaAbajo   Ya cierra Febo plácido la línea,
Carlos, que el curso de tus años mide;
ya se despide, y de los verdes campos
      lleva el otoño.

   Hinche el colono las vacías trojes  5
y el mosto llena las sedientas cubas,
do de las uvas el humor ardiente
      cae bullendo.

   Reina en los techos rústicos el gozo,
y alegres himnos con piedad sincera  10
la vocinglera juventud entona
      a Baco y Ceres.

   Asoma entonces por las altas cumbres
el frío invierno la nevada frente,
y al diligente labrador intima  15
      su largo imperio.

   Le oye, madruga, y los humeantes bueyes
sigue, moviendo pródigo su mano,
y al rubio grano, que derrama, Vesta
      abre su seno.  20

   ¿Y los alumnos de Sofía en tanto
a risa y juego se darán tan solo,
mientras de Apolo y de Minerva el grito
      los apellida?

   ¡Sus!... despertemos, y a las doctas artes  25
el disipado espíritu volvamos;
Carlos, subamos del abismo al cielo
      sobre sus alas,

   que en lo más alto, de la gloria el templo
está, do sólo virtüoso toca  30
el que provoca la deidad con dones,
      de ella no indigno;

   pues no al que fiero desoló la tierra,
ni a quien los mares atronó furioso
el rumoroso quicio de sus puertas  35
      dócil se vuelve.

   Se abre al que el bando del error persigue
y al negro Averno la ignorancia envía,
y al que porfía y a la verdad santa
      descorre el velo;  40

   al que su patria vigilante ilustra,
y los varones ínclitos ensalza,
y sabio alza a la región etérea
      su claro nombre;

   al que del mundo la discordia ahuyenta,  45
y mientras brama Némesis proterva,
la ley conserva de amistad, e incienso
      quema en sus aras;

   sin que ni al oro ni a los altos puestos,
ni de los grandes al favor mudable  50
ceda ni instable sacrifique al ruego
      su fe constante.




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- L -




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Oda cuarta


Jovino a Poncio




ArribaAbajo   Dejas ¡oh Poncio! la ociosa Mantua,
y de sus musas separado, corres
a do las torres de Cipión descuellan
      sobre las ondas;

   sobre las ondas que la grande armada  5
mecen humildes del monarca hispano,
a cuya mano, tímido, Neptuno
      cedió el tridente.

   ¡Oh cuánta noble juventud te espera!
¡Oh cómo hierve, y animosa explaya  10
sobre la playa su valor, de triunfos
      impaciente!

   Sube las altas naos presurosa,
y por el ancho piélago cruzando,
gira bramando cual león que hambriento  15
      busca su presa.

   Tiembla a su vista, pálida, y se esconde,
despavorida, la feroz Quimera,
que la bandera tricolor impía
      sigue, y proterva.  20

   Caerá rendida, y con horrible estruendo
en el profundo báratro lanzada,
será herrojada por las negras furias
      de sus cavernas.

   Y allí sus dogmas y cruentos ritos,  25
y allí sus leyes y moral nefanda,
y allí su infanda deleznable gloria
      serán sumidos.

   Allí, de donde por desdicha fueran
de la llorosa humanidad salidos,  30
serán hundidos con espanto, y dados
      a olvido eterno.

   ¡Guar de ti, loca nación, que el velo
de la inocencia y la verdad rasgaste,
cuando violaste los sagrados fueros  35
      de la justicia!

   ¡Guar de ti, loca nación, que al cielo
con tan horrendo escándalo afligiste,
cuando tendiste la sangrienta mano
      contra el ungido!  40

   Firmó su santa cólera el decreto
que la venganza confió a la España,
y ya su saña corre el golfo, armada
      del rayo y trueno.

   Lidiará Poncio do la roja insignia  45
se diere al viento por la empresa santa,
do la almiranta desparciere en torno
      ruina y espanto.

   Lidiará, empero, de Minerva al lado,
que ella su brazo y asistencia pide,  50
y ella su egide tenderá piadosa
      para cubrirle.

   ¡Cúbrele, oh diva! La naval corona
ciñe a la frente, y tu graciosa oliva
envía, oh diva, por la amiga mano  55
      del caro Poncio.

   ¡Guárdale, oh diva, para culto y gloria
de tus altares y delicia mía!
¡Guárdale pía, y a mis tiernos brazos
      vuélvele salvo!  60



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