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ArribaAbajoCanto

recitado en la Junta general celebrada por la Real Academia de S. Fernando en 3 de julio de 1763, para la distribución de premios a los discípulos de las Nobles Artes





- I -

ArribaAbajoNinfas del Manzanares, si algún día
el vulgo de sus faunos os vio atento,
suspensas de la débil armonía
del menos que bucólico instrumento;
hoy, que siguiendo más sublime vía
renuevo el antes aplaudido intento,
renovad la atención, porque ella sea
inspiración y elogio de mi idea.


- II -

Hechos oiréis que excedan las ficciones
de las más elevadas fantasías,
y ser mis decantadas predicciones
sucesos ya que ilustran nuestros días.
Si ocupan mundo y fama los blasones
del grande Carlos, a las rimas mías
ofrezcan en señal de amor profundo
su voz la fama, su teatro el mundo.


- III -

Verde dosel, hermoso más que augusto,
esmeros y delicias del verano,
era el follaje de un laurel robusto
pulido del primor de culta mano.
Ni el helado aquilón, ni el sirio adusto
violar pudieron su verdor lozano,
la vez primera que la envidia impura
no se atrevió a insultar a la hermosura.


- IV -

Acaso porque el dios del bosque ameno,
su belleza mirando peregrina,
hizo su albergue su copado seno,
o en él estableció su ara divina;
o que, de glorias contemplando lleno,
el español imperio le destina,
siguiendo al uso sus constantes leyes
a coronar los triunfos de sus reyes.


- V -

Sobre el húmedo césped descansaba
al pie de este hijo bello de la tierra,
al blando silbo, que entre guijas daba
líquida sierpe que nació en la sierra.
Morfeo, que de cerca me acechaba,
declara a mis sentidos dulce guerra;
rindióme, acreditándome vencido,
lo más noble del alma suspendido.


- VI -

Al punto me ofreció la fantasía,
coronado de excelsos torreones,
si no el palacio del autor del día,
otro, que ilustran más decoraciones.
De estrellas puras y oro puro había
labrado los augustos paredones
el artífice, uniendo con desvelo
lo más precioso de la tierra y cielo.


- VII -

El orden no de Jonia ni Corinto
en el noble edificio se ostentaba,
ni en todo su magnífico recinto
el Toscano ni el Dórico brillaba.
Otro orden superior, otro distinto
la corpulenta máquina animaba,
su primor aumentando su decoro
luz a los astros, brillantez al oro.


- VIII -

Ser al principio imaginé el febeo
alcázar; y que allí con pie profano
me había conducido mi deseo,
a ser de su esplendor nuevo tirano.
Nuevo castigo al nuevo Prometeo
vibraba sobre mi celeste mano,
siendo aun en la ilusión el triste agüero
a culpa incierta susto verdadero.


- IX -

Huir quería, y presuroso huyera,
si, previniendo mi turbado intento,
otro nuevo prodigio no acudiera
a poner en mí fuga impedimento.
De verde edad un bello joven era
que, conducido por el leve viento,
serenó con su vista mis enojos,
prisión del pie y asombro de los ojos.


- X -

Un manto del color del claro cielo
al hombro con gentil aire terciado
era su adorno, y sobre el blondo pelo
azul sombrero de alas coronado.
Coturno alado para el pronto vuelo
y bastón también de alas adornado,
que la lid de dos sierpes dividía
del precioso metal que el Tajo cría.


- XI -

«No temas, dijo con acento blando
el dios; y, pues la suerte te ha traído
al sagrado lugar que estás mirando,
a otro mortal ninguno concedido,
irás a tu memoria confiando
cuanto alcances con vista y con oído,
porque después su relación extraña
admire al mundo y engrandezca a España.


- XII -

Ese edificio excelso que reparas,
cuya custodia a mí Minerva fía,
sudor es de las tres deidades claras
que imitan cuanto cielo y tierra cría;
aquellas, digo, que en sus cultas aras
venera la mantuana Academía,
y a quienes Carlos, dando al orbe ejemplo,
entre sus lares las consagra templo.


- XIII -

Ellas, en fe de cuanto lo agradecen,
este padrón erigen a sus glorias,
donde a los siglos que vendrán ofrecen
conservadas sus ínclitas memorias;
aunque, si tanto sus blasones crecen,
mal podrán comprenderse sus historias,
ni será cuanto el orbe se derrama
templo bastante a su gloriosa fama.»


- XIV -

Esto dijo y, moviendo el caduceo,
el dorado dintel tocara apenas,
cuando patentes hizo a mi deseo
arcanidades de lo humano ajenas.
No pasma tanto en el undoso Egeo
al piloto la voz de las sirenas,
que a su muerte conspiran con su canto,
como a mis ojos el divino encanto.


- XV -

Era una suntuosa galería,
a cuyo extremo por ningún camino
la más aguda vista alcanzaría,
cansada aun en lo vario y peregrino.
Un zafiro era el techo, donde hería
del rubio Apolo el resplandor divino,
y en él con tal viveza se copiaba
que un nuevo cielo con su sol formaba.


- XVI -

Ricos despojos del pincel valiente,
que del oro el valor sobrepujaban,
y de docto cincel promiscuamente
cubrían la pared o entretallaban.
Gran lugar ocupaba dignamente
el buril, y los huecos que quedaban
con obras de arrogancia y hermosura
de milagros llenó la Arquitectura.


- XVII -

Trasladó la Escultura a un mármol pario
de Carlos la real munificencia,
las llaves franqueando de su erario
a la toga y la espada con clemencia.
Marte no tan feroz ni temerario,
y Minerva sumisa con decencia
su gratitud al don que recibían
con muda voz a Carlos exprimían.


- XVIII -

La disciplina militar expuso,
de la mano de Apeles auxiliada,
en un cuadrado lienzo que dispuso
su antigua brillantez acrecentada.
Bizarra tropa, ejercitando al uso
de mejor arte o el fusil o espada,
en su gallarda muestra y movimiento
llevaba sobrescrito el vencimiento.


- XIX -

De allí no muy distante parecía
un medallón, cuyo espacioso plano,
el rubio bronce que Corinto envía
relevaba con arte soberano.
En él la siempre humana cirugía,
al pecho puesta la obsequiosa mano,
rendidas gratitudes tributaba,
y el coturno de Carlos adoraba,


- XX -

En otra parte el cobre suavizado,
al oro compitiendo en pulimento,
a esfuerzos del buril más delicado
cómodo figuraba un pavimento.
Mostraba allí su aspecto abrillantado
Mantua, y con más decoro y ornamento,
grata al nuevo esplendor que le debía,
dosel más digno a Carlos ofrecía.


- XXI -

Más adelante se elevaba exenta
una aguja, que obró maestra mano,
con los rayos que en lid sanguinolenta
vibró Mavorte o inflamó Vulcano.
El acueducto allí se representa,
con que a Segovia enriqueció el romano,
y una inscripción, en donde se leía,
Nueva Escuela Real de Artillería.


- XXII -

Animado a merced de la Escultura
reconocí de España el genio bello,
con dobles alas que a la esfera pura
le elevaban a ser de luz destello.
Hiedra, laurel, oliva, encina dura
ofrecían corona a su cabello,
y tapete a sus plantas los blasones
de almenados castillos y leones.


- XXIII -

Reparé que en la diestra sostenía
una fábrica antigua, cuyo seno
a la vista de todos se ofrecía
de humanidad y de riquezas lleno.
Ser conocí una ilustre librería,
que, retratando un paraíso ameno,
los deliciosos frutos que llevaba
con dulce agrado a todos franqueaba.


- XXIV -

Allí la aplicación fogosa ardía
de sublimes ingenios laboriosos,
haciendo con su estudio cada día
los blasones de España más famosos.
Sobre la puerta principal había
de Carlos un retrato y en lustrosos
caracteres decía un lema breve:
A ti, oh gran Carlos, mi esplendor se debe.


- XXV -

En el opuesto muro resaltaba
de oro una medalla primorosa,
cuyo medio relieve retrataba
la acción menos feliz y más gloriosa.
Armada formidable vomitaba
gente feroz, escuadra numerosa
sobre los campos, que si el mar circunda,
el ejército nuevo los inunda.


- XXVI -

Era la Habana, a quien la saña oprime
del marítimo inglés, cuya fiereza,
aunque al principio con valor reprime,
triunfó la inmensidad de la braveza.
Ya estrecho cerco con rigor comprime
de pocos defendida fortaleza;
pocos, que muchos deben presumirse
los que intentan morir y no rendirse.


- XXVII -

Es su caudillo aquel hijo de Marte,
Velasco, claro honor de las montañas,
entrando de sus glorias a la parte
González en la muerte y las hazañas.
Ya el hierro ardiente el aire turbio parte,
rugiendo a su estampido las campañas,
del fuerte siendo escándalo y fracaso,
y de valientes vidas triste ocaso.


- XXVIII -

Sin miedo a la continua batería
y estrago de morteros y cañones
mantiene la española bizarría
los ya desmantelados torreones.
Ya apenas piedra sobre piedra había,
cuando, uniendo los fuertes corazones,
si bien del largo padecer deshechos,
nuevas murallas forman de sus pechos.


- XXIX -

Turbó al inglés la acción desesperada,
llenándole la envidia de despecho;
pero una mina con furor volada
ruinosa puerta abrió por largo trecho.
Llevó el estrago a la feliz morada,
a recibir el galardón del hecho,
las almas de españoles venturosas
en coronas más dignas y gloriosas.


- XXX -

Troncos cuerpos de espíritus altivos
dejan los campos de pavor cubiertos,
que con fieros semblantes, más que vivos,
amenazan aun pálidos y muertos.
El muro aportillado ejecutivos
entran los anglos, de su triunfo ciertos;
pero les pone su defensa ruda
el daño en claro y la victoria en duda.


- XXXI -

Quien, porque ya la munición faltaba,
sobrándole el esfuerzo y valentía,
del inútil fusil haciendo clava,
los monstruos calidonios abatía;
quien, ya sin armas, las que a la ira daba
la ruina en sus peñascos impelía,
siendo despojo en su furor extremo
mil Acis a los pies de Polifemo.


- XXXII -

Mas, triunfando los hados injuriosos,
y al sangriento rigor de las heridas
muertos los capitanes valerosos,
último resto de las nobles vidas,
entran los vencedores, que, furiosos,
buscando a sus espadas homicidas
empleo, sólo hallaron en el fuerte
repetida la imagen de la muerte.


- XXXIII -

¡Oh, tragedia feliz, que da a España
aun en la adversidad perpetua gloria;
nombres felices, cuya heroica hazaña
tendrá en la voz del orbe viva historia!
Pues del olvido contra el odio y saña
monumentos previene a su memoria
tierra y mar, y con muestra peregrina
el primor de una mano salmantina.


- XXXIV -

Una columna en distinguido asiento
con singular esmero cincelada
al esfuerzo español del Sacramento
la colonia figura sojuzgada;
del ejército el brío y ardimiento,
y del caudillo la gloriosa espada,
en Italia otro tiempo conocida,
y de propios trofeos guarnecida.


- XXXV -

Más adelante el gran templo de Jano
copió un pincel, en cuyo centro encierra
el grande Carlos con potente mano
el espantoso monstruo de la guerra.
Brama oprimido dentro, e inhumano
salir quisiera a perturbar la tierra,
a no ser freno de su furia insana
de Carlos la presencia soberana.


- XXXVI -

Una deidad del cielo se deriva
de virginal pureza decorada,
ceñida el pelo de brillante oliva,
y el cuerpo de una túnica nevada.
Igualaba del sol la llama viva
el resplandor de la deidad sagrada,
y a descubrirse entonces las estrellas,
fueran menos brillantes, menos bellas.


- XXXVII -

Sostenida en el aire con humano
ademán coronó a Carlos la frente
la dulce paz, llenando el soberano
aspecto de delicias el ambiente.
El reprimido orgullo lusitano,
del blasón figurado en la serpiente,
que domó Carlos con robusta planta,
respira libre y la cerviz levanta.


- XXXVIII -

En medio de la excelsa galería
armado Marte a Carlos representa,
benignidad vertiendo y alegría
sobre el ara de jaspe en que se asienta.
Cuanto el soberbio templo se extendía,
llena de majestad la efigie exenta,
y el grave rostro del sagrado bulto
inspira religión, provoca a culto.


- XXXIX -

Obra era el busto de la docta mano,
que acrecentar honor a Grecia sabe,
y restaurar con arte más humano,
cuanto al cincel el tiempo menoscabe.
Al ver el simulacro soberano,
bañóse el pecho de contento suave,
y del afecto natural movidos
arrebató la vista los sentidos.


- XL -

Volar quisiera a venerar postrado
al monarca mayor y más glorioso,
y en el augusto altar dejar grabado
mi labio siempre humilde y obsequioso.
Arrójome veloz, y conturbado
del movimiento al ímpetu furioso,
despierto, y desvanécense en el viento
sueño, palacio, altar y pensamiento.


- XLI -

Lloré perder la vista deliciosa,
sin poder penetrar completamente
cuanto la augusta casa misteriosa
comprendía en su ámbito luciente.
Mas, si la suerte menos rigurosa
algún alegre día me consiente,
me oirán cantar del Tajo las napeas
Homero a Aquiles, y Virgilio a Eneas.


- XLII -

Entretanto, vosotros, generosos
alumnos de la ilustre madre, a quienes
hoy Astrea reparte victoriosos
círculos con que orléis las nobles sienes,
esforzad los espíritus gloriosos
a empresas que más dignos parabienes
os puedan merecer; que yo, hasta tanto,
suspendo el plectro y finalizo el canto.




ArribaAbajoCanción

que por encargo de la Real Academia de San Fernando compuso el Autor, con motivo de haber remitido a ella el Príncipe N. S. y el señor Infante don Gabriel dos diseños de arquitectura delineados, spombreados y firmados de sus manos. Díjose en la Junta general de 3 de julio de 1763




ArribaAbajo   Dulce, canora Clío,
robate un breve rato al sacro coro,
dejándote traer del leve viento,
y pulsa a ruego mío
los trastes de cristal, las cuerdas de oro  5
del celestial dulcísono instrumento;
que, si proteges mi glorioso intento,
lograrás que a la dulce melodía
suspendan las esferas
su voluble porfía,  10
las aguas sus corrientes lisonjeras,
y el sol su curso pare,
mientras tu lira con mi voz sonare.

    Teatro suntuoso
era un regio salón a circo grave  15
de ingenios de Minerva laureados.
Su recinto espacioso
parece que archivó con rica llave
los primores allí más delicados.
De piedras y de lienzos animados,  20
no cubrirse, formarse parecía
la magnífica pieza;
y como el arte había
en ellos apurado su destreza,
engañado el discurso  25
los juzgó tal vez parte del concurso.

    El acto presidían
bajo regios doseles elevados
todas las Gracias sólo en dos matronas.
En sus ojos lucían,  30
y en su vestido virginal sembrados,
los astros más brillantes de las zonas.
Ostentaba una y otra seis coronas
a concurso de espíritus alados,
que con graves tareas  35
a lienzos preparados
piedra y metal trasladan mil ideas,
y compiten activos
del laurel los honores siempre vivos.

    Los mármoles molestos  40
unos hendían, otros figuraban
edificios que a líneas dividían;
otros los indigestos
colores con fatiga quebrantaban;
templar el duro hierro otros porfían.  45
Aquí el luciente cobre sacudían,
haciéndole al buril más obediente;
liquidaban metales
allí con llama ardiente,
y todos daban en su afán señales,  50
que su ingenio fecundo
formaba el embrión de un nuevo mundo.

    Sus obras ya ofrecían,
del último primor acrisoladas,
tímidos al examen riguroso.  55
Unos se prometían
las coronas al digno reservadas;
otro desconfiaba temeroso.
La expectación del circo numeroso
severidad al acto acrecentaba;  60
y al tiempo que ya Astrea
el premio preparaba
con que ilustrar la más feliz tarea,
un extraño suceso
el acto suspendió, pasmó el congreso.  65

    Las ajustadas puertas
de fuerzas soberanas impelidas
con súbito rumor y común susto
parecieron abiertas;
retrajo de las venas comprimidas  70
el rojo humor el pecho más robusto.
A todos ocupaba el terror justo
cuando, sembrando luces celestiales,
con luminosa huella
ilustró los umbrales  75
una deidad, cuya presencia bella,
cual Febo el claro día,
a los ánimos trajo la alegría.

    Torreada corona,
como suele a Minerva atribuirse,  80
su hermosa frente con honor ceñía.
Ornaba su persona
un ropaje, cuya obra distinguirse
el celeste esplendor no permitía.
En la siniestra por blasón regía,  85
en vez de cetro, del metal precioso
compás y escuadra, dando
su ademán generoso
muestras de majestad, y provocando
con amable violencia  90
su augusto aspecto a culto y reverencia.

    La noble Arquitectura,
con real esplendor condecorada,
de todos conocida fue al momento;
y con civil dulzura,  95
de las caras hermanas saludada,
llegó a ocupar el superior asiento.
Entonces, dando al aire el blando acento
en delicadas voces y suaves,
con notable energía,  100
estas razones graves
articuló, bañando la armonía
la región leve y pura,
y el ánimo, el deleite y la dulzura.

    «En vano los laureles  105
en mi agravio destina vuestra mano
a triunfos que a mí sola se han debido.
Pues ni Fidias ni Apeles,
ni cuantos por su ingenio soberano
libertaron sus nombres del olvido,  110
ni cuantos larga edad ha producido
en los climas de Europa venturosos,
disputarme pudieran
sus blasones gloriosos;
y cuando a empresa tanta se movieran,  115
sería el vencimiento
pena segura al ciego atrevimiento.»

    Sacó entonces del seno,
sobre el terso papel delineadas,
dos fábricas de dórico artificio,  120
en el blanco terreno
con tan grande primor perficionadas,
que el más severo dio de pasmo indicio.
No encontró el más escrupuloso juicio
sino la admiración en sus primores;  125
primores que excedían
los aplausos mayores
que al numeroso circo merecían,
cuyo asombro advirtiendo,
así la diosa prosiguió diciendo:  130

    «A mí se deben sola
coronas de mayor merecimiento
y premios de más alta jerarquía;
pues el hado acrisola
su influjo grato a mi favor atento,  135
colmándome de dichas y alegría.
¡Oh, memorable, venturoso día
de mí con blanca piedra señalado
y digno sacrificio!
En mi pecho obligado  140
templo tendrás, y con humilde oficio
el ánimo devoto
repetirá cada momento el voto.

    Pues noble empleo he sido,
de maestra gozando privilegios  145
y honores que llegó nadie a lograrlos,
y estudio ennoblecido
del desvelo de dos jóvenes regios,
digna progenie del glorioso Carlos;
dos jóvenes excelsos, que al nombrarlos  150
el orbe todo con razón se humilla
y la dichosa España,
doblando la rodilla,
por cuanto el Betis, Ebro y Tajo baña
en floridos vergeles  155
rinde a sus pies olivas y laureles.

    Aquestos monumentos,
con que hoy enriquecemos han querido
sus ilustres tareas venturosas
y sublimes talentos,  160
con dignidad y con honor debido,
logren veneraciones obsequiosas.
Vosotras, oh deidades generosas,
y genios a la gloria consagrados,
depositarios fieles  165
de tan ricos dechados,
alfombras prevenid, colgad doseles,
y construid altares
a vuestros nuevos dioses tutelares.

    Empresas que acreditan  170
aun en la tierra edad maduros bríos,
en breve el orbe llenarán de glorias,
cuando ya supeditan
tan ancho campo a los elogios míos,
y tan fértil materia a las historias.  175
Acumular victorias a victorias,
a ser vendrá su más digno ejercicio,
y adquirirse renombres
del común beneficio,
siendo, por eso eternizar sus nombres,  180
blasón de los pinceles,
gloria de los buriles y cinceles.

    Los ingenios sutiles,
que los néctares liban de Helicona,
y al Pindo huellan la cerviz sombría,  185
en sus cultos pensiles
a sus dos frentes tejerán corona;
corona que a los siglos desafía.
Darán feliz asunto a su armonía
las conquistas de bárbaras naciones,  190
seguidas e imitadas
las paternas acciones,
de la fama en el templo atesoradas,
la paz establecida,
y Astrea al suelo restituida.  195

    Las ciencias obsequiosas,
fomentadas también por todas partes,
publicarán sus timbres igualmente;
y con muestras piadosas
favorecidas las sutiles artes  200
extenderán su fama al continente
del nuestro más remoto y diferente.
Pasmo será y envidia al extranjero
la relación gloriosa
del paternal esmero,  205
con que las honren, y será famosa
en cuanto Febo baña
por tan heroicos príncipes España.

    Aunque a tantos primores
con que hoy ilustran nuestro docto gremio,  210
y en permanentes sellos reduplican
nuestras glorias mayores,
podremos prevenir en vano premio
competente al honor que nos aplican.
Pero ya las esferas les dedican  215
en sus estancias plácidas y bellas
premios más permanentes
en coronas de estrellas,
cuando, felices hechas ya las gentes
de los dos hemisferios,  220
trasladen a los astros sus imperios.

    Y en tanto, porque vea
el orbe de su amor claras señales,
a Carlos y Gabriel el premio debe
la dichosa tarea,  225
y el círculo de ramas inmortales,
con que el sudor ilustre se promueve.»
Esto dijo, y lloviendo el viento leve
guirnaldas, en un punto coronadas
las vencedoras sienes  230
quedaron, y embargadas
del súbito placer y extraños bienes
del cuerpo las acciones,
y hecho el sentido un mar de admiraciones.

    La común algazara,  235
los dos amados nombres repitiendo,
al cielo con estrépito subía.
La esfera pura y clara,
a las voces del suelo respondiendo,
el aplauso esforzó con su armonía.  240
Y yo, que parte fui de la alegría,
obedeciendo al superior mandato
que me ilustra y apremia,
perpetuar así trato
el suceso feliz, docta Academia,  245
si por ventura Clío
no desdeñó el humilde ruego mío.




ArribaAbajoAcción de gracias de la Real Biblioteca a Carlos III

Por el nuevo aumento y esplendor que ha debido a su Real munificencia



ArribaAbajo   Costumbre antigua fue de los que intentan
de algún grande varón cantar los hechos
dignos de fama, de memoria dignos,
voces ciento pedir y lenguas ciento;
    mas, si por suerte se me concediera  5
el poder desatar con arte nuevo
la multitud de lenguas docta y rara
que deposito en mi callado seno,
    sin duda en vano, oh Príncipe benigno,
intentaría mi agradecimiento  10
manifestaros, si de libros llena,
mucho más llena de los dones vuestros.
    Pues, ¿quién podrá expresar con dignas voces
las repetidas honras que os merezco,
los beneficios grandes, excedidos  15
a cada instante de otros de más precio,
    con que pródigamente la indulgencia
de vuestra mano real subió a un extremo
la suerte mía, que pudiera nunca
en la esfera caber de mis deseos?  20
    ¿No fue bastante haberme enriquecido
grabado en oro ese semblante regio,
luego que nuevo sol amanecisteis
a iluminar el horizonte hesperio?
    ¿No me bastaba para entera gloria  25
de mi riqueza antigua el fundamento
acrecentado tan copiosamente
con las que antes a Roma ennoblecieron?
    ¿No era bastante, en fin, haber honrado
a los sabios varones de mi gremio  30
con los insignes libros que retratan
tanto docto real descubrimiento?
   Mas, no admitiendo términos ni fines
vuestra munificencia (que contemplo
ser su grandeza sólo comparable  35
con la vasta extensión de vuestro imperio),
    nuevo regio esplendor, dijo, te adorne
desde hoy, oh Biblioteca, pues pretendo
en ti perficionar del gran Filipo
la heroica empresa y paternal empeño;  40
    seguir quiero del próvido Fernando
en protegerte el fraternal ejemplo,
única seas, y de Carlos digna
la fama te proclame al universo.
   Colmando entonces de expresivos lazos  45
de estas voces los últimos acentos,
sus tesoros me ofrece y sus riquezas
con franca mano y amoroso pecho.
    Honras y bienes de diversas clases
derramando acredita sus esmeros,  50
el número de alumnos me acrecienta,
y a mis rentas concede nuevo aumento.
    Con títulos y honores me distingue,
e ilustrada también con nuevos fueros,
parte me nombra de su Augusta Casa,  55
siendo de su favor medida el cetro.
    Más dijera si no me arrebatara
la admiración la voz, reconociendo
mi suerte venturosa, y que el asombro
extiende hasta los dioses sus efectos.  60
    Al ver mi dicha y contemplar la suya,
se admira Apolo que el dorado Tejo
su precioso raudal mezcle gustoso
en los claros cristales pegaseos;
    que broten ya del Pindo en los vergeles,  65
agradecidos al felice riego,
los sagrados laureles nuevas ramas
con más vivo verdor y alegre aspecto;
   y que a porfía, Príncipe glorioso,
acudan sus coronas a ofreceros,  70
y de ceñir primero vuestra frente
se estén todos la gloria compitiendo.
    También se admira que en las ricas aguas,
bañados nuevamente los ingenios,
con vena mas copiosa distribuyan  75
la sublime armonía de sus versos;
   y ya sus voces a ensayar se atrevan
en elogio, señor, de vuestros hechos,
que obligan a la fábula por grandes
a envidiar de la historia los sucesos.  80
   Mirad, Carlos, también, cómo al gran Marte
igual admiración le alcanza, viendo
que si a su bando vuestro celo asiste,
al de las artes atendéis no menos;
   pues cuando con aliento belicoso  85
revuelve graves guerras vuestro pecho,
cuando fortificáis antiguos muros
y el mar espera formidables leños;
    cuando de bronce transportáis los rayos
para estrago de alcázares soberbios,  90
juntáis por todas partes escuadrones,
y ejércitos ponéis en movimiento;
    cuando abiertos, en fin, vuestros erarios
a tan crecido bélico dispendio,
ya la tierra, ya el mar experimentan  95
de vuestra providencia los extremos.
    Advierte que igualmente de las musas
al auge y distinción contribuyendo,
obsequiáis sus pacíficas deidades,
y auxilio las prestáis por todos medios;  100
    que siguen a porfía sus banderas,
y estimulados de un impulso mesmo,
se alistan escogidos campeones
bajo la sombra del auspicio regio;
    que, gozando el sudor de sus tareas  105
magníficos y prontos estipendios,
de la docta milicia el ejercicio
abrazan con intrépido denuedo;
    y alentados de nuevos galardones
al desempeño más feliz propuestos,  110
a mayores empresas se previenen
y reduplican su primer esfuerzo.
    También se asombra al ver que se franquea
numerosa armería a los ingenios,
donde tome el bisoño y veterano  115
armas de igual firmeza y lucimiento;
    y que un Etna segundo se descubre
que, en estudios solícitos ardiendo,
al español de ciencias ilustrado
le añada nueva luz y esplendor nuevo.  120
    Pero dejad, oh dioses, de admiraros,
ni de esto que advertís quedéis suspensos,
pues con razón de Príncipe tan grande
mayores cosas esperar debemos.
    Obras más altas emprender bien puede  125
quien a sí cada vez se va excediendo,
como el ínclito Carlos generoso,
vida, honor y delicias de su reino.
    Carlos, que a letras y armas inclinado,
repartiendo su amor con sabio celo,  130
solicita igualmente por entrambas
el más claro esplendor del nombre ibero.
    Carlos, que juzga ser el mayor timbre,
la mayor gloria de su augusto empleo,
que sus vasallos donde quiera sean  135
en méritos y fama los primeros.
    A quien Minerva y Marte a competencia
cada cual de su rama está tejiendo
corona, y sobre cual antes la ciña,
entre sí mueven generosos duelos;  140
    aunque mucho más grata se la ofrece
la misma patria llena de contento,
y dichosa en tener por rey a Carlos,
o bien por padre con mejor derecho.
    Vos, pacífico Febo y bravo Marte,  145
con la lira y clarín de igual acuerdo,
llenad el orbe de las alabanzas
que son debidas a tan altos hechos.
    Entretanto, a mi voz agradecida
ejercicio será dulce y perpetuo  150
celebrar tanto don, y el amor grande
superior al don mismo que celebro.
    Y antes los doctos Manes que en mí habitan
sus lenguas soltarán en claros ecos,
que calle yo las gracias recibidas  155
de la pródiga mano de mi dueño.
    Guardaré a las edades venideras
entre mis más preciosos monumentos,
grabado con eternos caracteres,
a merced tanta mi agradecimiento.  160
    Ni al tiempo ni a la fama la memoria
de acción tan alta encomendar pretendo;
pues, siendo yo custodia de uno y otro,
en mí se archivará con más acierto.
    Y pues que de los ínclitos Borbones  165
hazañas tan sin número conservo,
ésta guardar con más razón me toca,
siendo vos el mayor de todos ellos.




ArribaAbajoAl rey Nuestro Señor en su venida a habitar el Palacio Nuevo

Día I de Diciembre de 1764. La Real Biblioteca



ArribaAbajo   Entrad en hora buena, excelso Carlos,
del popular aplauso precedido,
en ese regio alcázar que os previene
de larga edad felices vaticinios.
    Entrad en hora buena, pues sus puertas,  5
movidas por sí mismas de sus quicios,
en fe de ser su dueño ya os franquean
en augustos salones solio digno.
    Aquí donde Vulcano de los reyes
consumió los alcázares antiguos,  10
siendo retrato del troyano incendio,
dorados techos, altos obeliscos.
    Aquí pues, donde el fuego impetuoso
murallas derribó, torres deshizo,
envidioso tal vez de los blasones  15
del austríaco César Carlos Quinto.
    A influjos de otro Quinto, el gran Felipe,
primer Borbón a España concedido,
el que fue de cenizas monumento
cual Fénix renació noble edificio;  20
    tan corpulentamente artificioso,
que tal vez le juzgaron los sentidos
monte de mármol sólido a que el arte
dio ilustre forma con sudor prolijo.
    Pues hierro y mármol solos combinados  25
contra el poder del tiempo y del olvido
unen su inmensidad, sin tener parte
ni el duro roble o cedro peregrino.
    En vano así las lluvias importunas,
el furioso aquilón, ni el fuego activo  30
contra él conspirarán, y aun a la tierra
inmoble la tendrá su peso mismo.
    Los atrios interiores, que sustentan
columnas mil de dórico artificio,
de esplendideces nobles y riquezas  35
vasto tesoro son, capaz archivo.
    Los mármoles y jaspes resplandecen,
haciendo que resalten más sus brillos;
el oro que por todas partes viste
muros, cornisas, bóvedas y frisos.  40
    Su hermosa situación nuevo realce
de su mérito es, y el extendido
término delicioso que descubre
por cualquiera sección de su recinto.
    Pues sobre una colina edificado  45
goza de aires más puros y más limpios,
con que alcanza la vista libremente
cuanto comprende en sí largo distrito.
    Por aquí su Real Palacio Febo
descubre en los albores matutinos,  50
y por allá las lóbregas estancias
en que sepulta su esplendor occiduo.
    Por esta parte más templado el bóreas,
por la otra sopla el austro menos frío;
de modo que por todos cuatro aspectos  55
logra del cielo influjos más benignos.
    Descúbrense de allí por largo trecho
los campos abundantes y floridos,
de que Ceres y Baco a competencia
disputan igualmente el señorío.  60
    Al contorno también se ven los montes,
en tal forma dispuestos que sus visos
figuran un augusto anfiteatro
de selvas florecientes guarnecido.
    Vese el inmenso pueblo que, estrechando  65
el ámbito espacioso en mayor circo,
acude a ver ansioso a su monarca
de reverente afecto compelido.
    Aquí, mientras que España feliz fuere
en gozaros por Rey, Príncipe invicto,  70
seréis pasmo del orbe, acostumbrado
a ser regido de español dominio;
    pues supo España de su ilustre seno
Césares producir esclarecidos,
sembrando por el orbe mil coronas,  75
y aun hoy no olvida su anterior estilo.
    Desde aquí contaréis en larga serie
tantos ínclitos reyes como hijos,
cuyos hijos después de muchos años
por maestro os tendrán y ejemplo vivo.  80
    Y entretanto esta Regia Biblioteca,
que tanto vuestro amor ha merecido
y logra hoy de más cerca contemplaros,
último esmero de un feliz destino,
    al orbe extenderá vuestras grandezas;  85
pues la suerte propicia la ha ofrecido
(porque pueda elogiarlas dignamente)
la ventura de ser de ellas testigo.
    Y en tanto que a esta empresa se dedica,
porque conste, Señor, el gran motivo  90
de la fe con que os ama, un monumento
en estos versos dejará erigido.

«YO ILUSTRE HIJA DE FILIPO EL GRANDE,
QUE EL QUINTO A ESPAÑA FUE DE LOS FILIPOS,
DE CARLOS POR LA GRAN MUNIFICENCIA  95
A SER DEL ORBE LA PRIMERA ASPIRO.»




ArribaAbajoViaje de la Serenísima Princesa de Asturias Nuestra Señora


ArribaAbajo   Luego que fue a ilustrar su nuevo alcázar,
estable silla al español imperio
y obra por sí acabada, el grande Carlos
mandó juntar los próceres del pueblo,
y, colocado en el supremo trono,  5
rompió con tales voces el silencio:
    «Ya la edad varonil, la fuerza y brío
del Príncipe parece están pidiendo
consorte que con larga descendencia
le hagan feliz. El público provecho,  10
de Estado la razón, los obsequiosos
pueblos de la península y aquellos
que, si bien los dividen anchos mares,
ni en amor ceder saben, ni en obsequio,
solicitan lo mismo. Este cuidado  15
dudas ocasionó a mi pensamiento,
hasta que al fin vencidas, determino
seguir por más seguro este consejo.
    Luisa, estimada hija de Felipe,
mi hermano, aquel que victorioso el seno  20
de Italia penetró, entre las ausonias
ninfas de única goza el privilegio.
Esta elegí, de la borbonia estirpe
rama gloriosa o ínclito renuevo,
si es que dejarme pudo algún arbitrio  25
el amor que del Príncipe en el pecho
su mérito encendió, a merced del arte
bien trasladado a un venturoso lienzo.
    Explorados los ánimos, consigo
sea Luisa de Carlos digno empleo,  30
y la gloria y blasón de los Borbones
se eleven nuevamente hasta los cielos.
    Y más cuando produzca este consorcio
a la feliz España ilustres nietos,
que el nombre de Borbón reduplicando,  35
ejercicio perenne den al eco.
¿Qué hacéis, pues? Disponed apresurados
la marcha a Italia; ligurinos techos
aposentan de España a la Princesa,
venga a su capital, pues ya es su dueño.  40
    Al mismo tiempo debo preveniros
que conduzcáis hacia el ausonio suelo
a mi hija, a mi amada María Luisa,
prenda que de Leopoldo los deseos
como suya impacientes solicitan.  45
   ¿Pero consentirá el amor paterno
despedirme de una hija tan amada,
que nunca veré acaso? ¿De su pecho
podrá el mío apartarse? De estos brazos
arrancadla; llevadla do Himeneo  50
manda. Con ella parte de nosotros
alegre vaya, triste quede el resto.»
    Así dijo, y al punto diligentes,
el superior mandato obedeciendo,
del mar a las orillas se encaminan,  55
por donde España tiene austral aspecto.
    Yace en los celebrados Contestanos
una antigua ciudad, a quien dijeron
Cartago nueva, contrapuesta a Libia.
    De los brazos de tierra forma un puerto,  60
que el mar circundan por espacio largo
arco formando; todo aquel terreno
hacen inexpugnables fuertes muros;
a flor del agua está un peñasco inmenso
que le sirve de llave; el mar tranquilo  65
desprecia del Boótes los esfuerzos.
    Aquí llegaron, y después que alegre
dejó admirarse del concurso atento
la augusta Infanta, luego de la escuadra
van a ocupar los voladores leños.  70
    Los vientos soplan; ya en el mar se engolfan;
la tierra se divisa mal de lejos;
ciñen las naves menos venturosas
a la que lleva el más dichoso peso.
    Queda a la izquierda el Ródano; a la diestra  75
Etruria, y de Parténope los reinos,
cuna feliz de nuestra amable Infanta.
    Ya se acerca la tierra, y van subiendo
las costas ginovesas. De la invicta
ciudad abre las puertas al momento  80
el amor de la gente. Ya de Parma
admiran en la ninfa los iberos
de deidad infinitas cualidades:
unos lo afable del semblante regio;
de los miembros la gracia y compostura  85
otros; y todos con igual acierto
alaban la dulzura y alegría
que en sus ojos parece están de asiento.
    Al punto que se vieron las dos ninfas
dentro de la ciudad, con lazo estrecho  90
se abrazan, y con ósculos explican
el mutuo gusto; nuevos sentimientos
sacando el nuevo gozo de sus ojos.
    El oro, que en las márgenes del Tejo
ésta bebió, por lágrimas derrama;  95
aquélla del Erídano el electro
llanto de Faetusa. Amor al punto
los líquidos despojos recogiendo,
éstos dirige al amoroso Carlos,
al impaciente Leopoldo aquellos.  100
    Festiva la ciudad sobre manera
a sí misma se excede; y el festejo
de las dos ninfas a su cargo toman
nobleza y plebe con igual empeño.
Ya gustan de mirar el rostro afable  105
de ésta, de aquella ya el agrado tierno;
e, indecisa la vista, en los dos rostros
gusta mil veces de variar de objeto.
    No tanta gloria pudo dar Cibeles
al Díndimo, ni a Pafos tanta Venus,  110
como a Génova dan las dos princesas,
feliz por hospedarlas en su centro.
Pasan los días, y aunque amor las manda
dividirse, lo impide el mismo afecto.
    Llegó el último fin en que apartarse  115
manda el orden real; tres veces fueron
a hablar, y por tres veces a formarle
para el postrero vale faltó aliento.
    Dejan pues la ciudad, las altas popas
reciben su Princesa, que influyendo  120
como estrella propicia, las inquietas
olas al punto serenó y los vientos.
    El campo azul así surcaba, cuando
en el séptimo día repartiendo
sus luces bellas la rosada aurora  125
por las excelsas gabias, ya que el sueño
había sacudido, a su presencia
se ofreció rodeado todo el cuerpo
de púrpura real la augusta imagen
de España. Pende del dorado cuello  130
rico collar, adorna su cabeza
una alta torre, guarnecida a trechos
de diademas de piedras peregrinas.
    Debajo de sus pies el orbe nuevo
tiene, la religión y fe la siguen,  135
y la justicia armada de su peso,
y, postrada ante ella, así la dijo:
«Salve, luz de España, del ibero
firme esperanza, del Borbón Felipe
ilustre hija, de ínclitos abuelos  140
descendencia, y que reyes a la tierra
has de dar. ¿Es posible que te veo
después de tan diversos infortunios
por mar y tierra? Ven adonde fueron
tan amados tus padres; ve a tu España.  145
    Estos países, todos estos reinos
son tu dote, y aquellos que divide
el océano mar. ¡Cuántos anhelos
me cuesta este consorcio deseado!
¡Con cuántos votos le he pedido al cielo!  150
Por fin oyó mis ruegos, y dispone
vengas a ser la paz de este hemisferio
con el dichoso Carlos. De este modo
las Lises de la Francia irán cundiendo
tanto, que en todas partes saldrán flores  155
en que escritos se lean nombres regios.
Ven a tus reinos pues, donde te llaman
los cielos, el amor y rendimiento.
    El Rey, tu esposo, Mantua te desea,
y la heroica Isabel unir queriendo  160
su rostro al tuyo. Advierte en su cordura
los singulares dotes y talentos,
que cifró larga serie de monarcas.
   Por dos veces la vio el hispano suelo
reinar; ahora ve reyes a sus hijos,  165
y también reyes ínclitos sus nietos.
    Así los siglos llevarán su nombre
por tantos reyes para hacerle eterno.»
De aquesta suerte dijo, y, como sombra
o aire vano, se deshizo luego.  170
   El Euro, en tanto, la brillante aurora
dejando y los confines nabateos,
lleva la escuadra al puerto deseado.
   Apenas la española arena el sello
del pie augusto logró, cuando de todos  175
admirarse dejó nuevo portento.
   La nave que condujo a la Princesa
empezó a enmollecerse, convirtiendo
su ser antiguo en el de hermosa ninfa.
   Entre las bellas hijas de Nereo,  180
si bien nació en las selvas, logra vida,
a tal servicio merecido premio.
   Ya entra en sus tierras Luisa, acompañada
de inmensa multitud. Los campos llenos
repiten sus elogios, que en mil coros  185
alternan ya doncellas, ya mancebos.
Las altas torres, los soberbios montes
inclinan en señal de acatamiento
a su dueño las cimas eminentes;
y las deidades, de quien son esmeros  190
los campos españoles, la tributan
sus más preciosos dones con respeto;
sus rosas Flora, Ceres sus espigas,
y Palas de la oliva el ramo fresco.
    Hay un lugar llamado antiguamente  195
Ara de Jove; el Tajo le hace ameno
con su raudal. Aquí en la primavera
suelen gozar los reyes grato asiento,
cuando los campos muestran sus verdores,
o los matiza el céfiro sereno.  200
De la diosa de Chipre conducidos
mil armados amores concurrieron;
unos flechas arrojan por los campos,
su destreza ensayando; otros, cogiendo
flores, tejen guirnaldas; éstos claman,  205
ensalzando a los astros a Himeneo;
aquéllos danzan; muchos de ellos vuelan
sobre altas torres para estar de acecho
cuando llegue su dueño. Suena al punto
la voz de que ya viene. El Tajo, haciendo  210
que su cabeza toque las estrellas,
    formó un líquido monte corpulento
para adorar la ninfa que venía;
la cual, llevada del amable objeto,
gustosa mira desde su carroza  215
tantos bosques y selvas, el somero
río, las florecientes arboledas,
mármoles vivos y diversos juegos
de las aguas, gozando la armonía
que en río y bosque forma el aire fresco.  220
Tú también, a quien dio perpetuo nombre
la parmesana Luisa, de mis versos
has de ser celebrada, oh Villaverde.
Tú, después de los varios contratiempos,
humilde la recibes y fomentas;  225
su cansancio reparas, en tus huertos
a beneficio de los aires puros
desecha del viaje el largo tedio,
y dejándose ver de todos, logra
reparar el espíritu y el cuerpo.  230
Ya en este tiempo Venus oficiosa,
quejándose del tardo movimiento
de los días, los tálamos prepara,
y del Rey apresura los intentos.
Más allá de los montes carpetanos,  235
línea de ambas Castillas, un ameno
valle, a quien dieron nombre los sapinos,
yace. Al prelado insigne de Toledo
Ildefonso se erige en su distrito
altar devoto, suntuoso templo.  240
Aquí del seco estío los rigores
no se sienten jamás; reina perpetuo
el verano en las selvas cuando el sirio
agosta el campo. El cortesano estruendo
dejado, este lugar al nuevo triunfo  245
del amor destinado, y de Himeneo
en sus bosques umbrosos divertía
al grande Carlos; cuando amaneciendo
Luisa con su llegada, los contornos,
las montañas saltaron de contento.  250
Llega al palacio, y en el mismo punto
del himen resonó el alegre acento,
lográndose, con ser de Carlos Luisa,
de toda España el general deseo.
    Ya los bosques y campos laurentinos  255
habitan los que célebres han hecho
la religión y augusta arquitectura.
El Ésculo que nace en todos ellos
nombre les dio, y el nombre del Levita
a la sagrada casa. Aquí los cielos  260
por muchos días retribuyen gracias
por el feliz consorcio; y con ejemplo
piadoso exequias fúnebres dedican
a los manes augustos. Ya era tiempo
de volver a ilustrar los patios lares  265
y los muros de Mantua. El mausoleo
del gran Felipe dejan, y los campos
del mártir español, el gran Lorenzo.
Ya Madrid se descubre, ya la cuesta
que está después del río van subiendo,  270
donde empiezan las torres a elevarse
y de altas casas los labrados techos.
Una sola es la voz que se percibe
al pueblo innumerable y placentero:
«Alégrate ya, oh Mantua venturosa,  275
pues ves a tu princesa, y salvos vemos
a Carlos nuestro Rey, su augusta madre,
y todos los demás príncipes nuestros.»
Guiada de estas voces lisonjeras,
entra Luisa gustosa, recibiendo  280
los aplausos y votos de la gente
en su Corte feliz y alcázar regio.