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Odas



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Oda I

El rizo de Corina

1801

                                  ArribaAbajo¡Oh dulce prenda por mi bien hallada,
don amoroso de mi amante dueño,
tú que halagüeño a su belleza diste
nuevos hechizos;
   lindo cabello, que escuchaste un día 5           
los tiernos ayes de mi ninfa ausente,
cuando en su frente te meció travieso
manso favonio!
   Dime, te ruego, si de mí se acuerda;
si por su amigo suspirar la oíste; 10
dime si viste de la ausencia el llanto
vivo en sus ojos.
  Así seguro de voraces llamas
gozarte puedas en su faz hermosa,
seña amorosa con ardid formando, 15
cifras y flores.
   ¿Callas? ¿Qué anuncia tu silencio triste?
¿Tal vez que el soplo del olvido pudo
matar sañudo de mi amor la llama
mustio en su pecho? 20
   No; que yo he visto en mi cruel partida
de sus luceros lágrimas fogosas
correr copiosas hasta el albo seno
nido de amores.
   ¿Callas? Te entiendo: venturoso un día 25
plácido ornabas su gentil cabeza,
y hoy en tristeza y soledad envuelto
lloras tu estado.
   Ni ya los ojos de mi bien me ocultas;
ni te ensortijas de su sien en torno; 30
ni el simple adorno de tus bellos rizos
luce en su cuello.
   Ni ya te ostentas con primor cogido
de rica joya, o cándida guirnalda;
ni por su espalda juguetón ondeas 35
libre y airoso.
   Débil juguete de fortuna instable
gloria tan alta mísero perdiste.
Así yo triste de la excelsa cumbre
vine al abismo. 40
   Desde la cumbre de sus dulces brazos
vine al abismo de insondable pena,
en donde llena de despecho el alma
yace sumida.
   Tú solo puedes de tan dura ausencia, 45
rizo precioso, suavizar el ceño:
tú de mi dueño mudamente hablando
templas mis males.
   Grato recuerdo de mi fiel Corina,
mi amante pecho tu morada sea, 50
que en él campea su gallarda imagen
copia de Venus.
   Verasla siempre de mi fe señora,
gloria y encanto y esperanza mía
hasta aquel día que la madre tierra 55
cubra mis huesos.


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Oda I (2)

Al cabello de Pradina

Sáficos y adónicos

                                  ArribaAbajo¡Oh dulces prendas por mi bien halladas;
lazos amables, en que amor travieso
cautivo y preso tuvo mi albedrío
y hora le tiene!
   Lindo cabello, que de mi Pradina 5           
el cuello ornaste delicioso y blando,
con quien jugando céfiro apacible
llevó mis ayes:
   Dime, te ruego, si de mí se acuerda,
si por su amigo suspirar la oíste, 10
dime si viste de la ausencia el llanto
turbar sus ojos.
   Así seguro de voraces llamas
gozarte puedas en su frente hermosa,
seña amorosa plácido formando, 15
cifras y flores.
   ¿Callas? ¿Qué indica tu silencio triste?
¿Que el frío soplo del olvido crudo
mató sañudo de mi amor la llama
mustia en su pecho? 20
   No, no: que he visto en mi cruel partida
de sus luceros lágrimas fogosas
correr copiosas hasta el alto pecho
do amor se anida.
   ¿Callas? Te entiendo: venturoso un día 25
ledo brillabas sobre su cabeza,
y hoy de tristeza y aflicción cubierto
lloras tu estado.
   No ya los ojos de mi bien me ocultas,
ni te ensortijas de su faz en torno, 30
ni el simple adorno de tus bellos rizos
cubre su seno.
   Ni ya te luces con primor cogido
de rojo lazo y cándida guirnalda,
ni por su espalda juguetón ondeas 35
libre y airoso.
   ¡Débil juguete de la instable diosa
gloria tan alta ¡mísero! perdiste:
Así yo triste de la excelsa cumbre
rodé al abismo. 40
   Desde la cumbre de sus dulces brazos
rodé al abismo de insondable pena,
en donde llena de dolor el alma
yace sumida.
   Tú solo puedes de tan dura ausencia, 45
pelo gracioso, suavizar su ceño;
tú de mi dueño mudamente hablando
templar mis males.
   Pero yo en cambio por templar los tuyos
sobre mi pecho te daré morada, 50
donde grabada su preciosa imagen
verás ufano.
   Verasla siempre de mi amor señora,
móvil, encanto y esperanza mía;
hasta aquel día que la madre tierra 55
cubra mis huesos.


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Oda II

A Corina ausente en su cumpleaños

1801

                                  ArribaAbajoYa al esplendor de Febo
brilla del Aries el vellón dorado,
Corina, y ya de nuevo
de flor se viste el prado,
y alegre salta el tímido ganado. 5           
   Ya el león carpetano
la nieve arroja de su helada greña,
que hasta el sediento llano
baja de breña en breña,
y en arroyos de plata se despeña. 10
   Ya vuelve Primavera
dando al cielo fulgor, y al campo flores;
ya su voz hechicera
sueltan los ruiseñores
a la dulce estación de los amores. 15
   Ya del zagal sencillo
se oye el tierno cantar, y en pos resuena
su blando caramillo,
y la campiña amena
de alegres juegos y placer se llena. 20
   Ya en fin se acerca el día,
en que abrumada del invierno triste
recobró su alegría
la tierra, y tú naciste,
y nuevo ser con tu beldad le diste. 25
   Así dio vida al suelo
del primitivo abril la fértil huella:
así en oscuro cielo
nació brillante estrella,
y en su concha de nácar Venus bella. 30
   Que de tu rostro hermoso
tanto la luz se esparce y reverbera,
cual tiende el sol fogoso
la rubia cabellera
bañando en oro la oriental ribera. 35
   Y más vivos colores
tu boca ostenta de carmín divina,
que entre nevadas flores
la fresca clavellina
al sonreír del alba matutina. 40
   ¡Ay! tan gentil belleza
goza, Corina, impenetrable al sello
del tiempo y la tristeza,
y en rosa y lilio bello
cien mayos enguirnalden tu cabello. 45
   Yo triste a crudo invierno,
y a llorar en tu ausencia condenado,
ni oigo a Favonio tierno
suspirar por el prado,
ni el trino de las aves concertado. 50
   El fecundo rocío
igual al hielo estéril se me ofrece:
iguales hallo el río
que hinchado se embravece
y el manso arroyo que las flores mece. 55
   ¿Dó fueron ¡ay!, Corina,
las dulces horas de delicia llenas,
cuando a la hojosa encina
entre mirto y verbenas
sombra debió tu lecho de azucenas? 60
   En mi laúd sonaban
mi fe, mi dicha, y mi amoroso orgullo,
y con él alternaban
las tórtolas su arrullo,
y de la fuente el plácido murmullo. 65
   ¡Oh! Deme Amor que pueda
tus gracias ensalzar, como solía,
con voz sonora y leda,
cuando la vida mía
por ti, contigo y para ti quería. 70
   Hora el dolor que siento
con ayes solo desfogar me place;
que en triste desaliento
sumida el alma yace
y en su propio delirio se complace. 75


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Oda III

El pecho de Corila

1805

                                  ArribaAbajoDame, Corila hermosa,
la lira del amor que blanda suena:
dámela, y la preciosa
beldad, que mis sentidos enajena,
cantaré de tu pecho 5           
por la alba mano de las Gracias hecho.
   Tu pecho delicioso,
nido feliz de mágicos placeres,
do su beso amoroso
imprimió ufano el hijo de Citeres, 10
y en verle se recrea,
y en él posado al mundo señorea.
   ¿En qué alabanza cabe
de sus dos globos la sin par belleza,
la undulación suave, 15
la fina tez, y mórbida firmeza?
¿Y quién el atractivo
pintar sabrá de su botón lascivo?
   Igualarle no puede
el color de la fresa rubicunda, 20
ni el de la rosa excede
al iris virginal, que le circunda,
ni del pichón la pluma
aventajarle en suavidad presuma.
   Cual en julio abrasado 25
busca el fresco raudal el caminante,
y corre desalado
al seno de su madre el tierno infante,
yo por el tuyo anhelo,
y en él hallo mi gloria y mi consuelo. 30
   Tú mi atrevida mano
separar solicitas débilmente;
del pudor soberano
el amable carmín baña tu frente,
y tus ojos hermosos 35
de los míos se apartan vergonzosos.
   Mas mi boca encendida
entrambas pomas anhelante sella,
y su blanda caída,
y el dulce hoyuelo, y la garganta bella. 40
Tal la abeja oficiosa
de una flor a otra flor vuela amorosa.
   Entonces inflamada
hierve la sangre en mis ardientes venas,
mi vista ya ofuscada 45
tu grata conmoción distingue apenas,
y exhalo en aquel punto
en cada beso vida y alma junto.
   ¡Oh pecho peregrino,
manantial de delicias inmortales, 50
donde el placer divino
colocaron las Gracias celestiales!
En ti solo se encierra
cuanto mi corazón ansía en la tierra.


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Oda IV

A la defensa de Buenos Aires

1807

                                  ArribaAbajoTú, de virtudes mil, de ilustres hechos
fecundo manantial; a quien consagran
su vida alegres los heroicos pechos;
Patria, deidad augusta,
mi numen es tu amor. Su hermoso fuego, 5           
que aun hoy las piedras de Sagunto inflama;
el que arrojó la chispa abrasadora,
baldón y estrago de la gente mora,
que aun brilla desde el Cántabro hasta Alhama,
da que pase a mi voz; sublime el eco 10
del éter vago los espacios llene
tus glorias celebrando,
y atrás el mar Atlántico dejando
hasta el remoto Patagón resuene.
   De allí no lejos las britanas proras 15
viera el indio pacífico asombrado
sus costas invadir, y furibundo
al hijo de Albión, que fatigado
tiene en su audacia y su soberbia al mundo,
cual lobo hambriento en indefenso aprisco, 20
entrar, correr, talar. Montevideo,
que ya amarrado a su cadena gime,
con espanto en sus muros orgulloso
ve tremolar su pabellón, ansiando
lanzar del cuello el yugo que le oprime, 25
mientras la rienda a su ambición soltando
el anglo codicioso,
la rica población domar anhela,
que de Solís el río
en su ribera occidental retrata, 30
cuando a la mar con noble señorío
rinde anchuroso su raudal de plata.
   ¡Cuán presta ¡oh Dios! la ejecución corona
las empresas del mal! El anglo altivo
tiempo ni afán perdona. 35
Vese en la playa las inmensas naves
presurosa ocupar la isleña gente
de muertes mil cargada,
y en pos hender la rápida corriente.
Ya la soberbia armada, 40
batiendo el viento la ondeante lona,
vuela, se acerca y a la corva orilla
saltan las tropas. Ostentoso brilla
el padre de la luz, y a los reflejos
con que los altos capiteles dora, 45
la sed de su ambición la faz colora
del ávido insular. Así de lejos
mira el tigre feroz la ansiada presa
y con sangrientos ojos la devora.
   Álzase en tanto, cual matrona augusta, 50
de una alta sierra en la fragosa cumbre
la América del Sur: vese cercada
de súbito esplendor de viva lumbre
y en noble ceño y majestad bañada.
No ya frívolas plumas, 55
sino bruñido yelmo rutilante,
ornan su rostro fiero:
al lado luce ponderoso escudo,
y en vez del hacha tosca o dardo rudo
arde en su diestra refulgente acero. 60
La vista fija en la ciudad; y entonces
golpe terrible en el broquel sonante
da con el pomo, y al fragor de guerra
con que herido el metal gime y restalla,
retiembla la alta sierra 65
y el ronco hervir de los volcanes calla.
   «¡Españoles!, clamó: cuando atrevido
arrasar vuestros lares amenaza
el opresor del mar, a quien estrecho
viene el orbe, ¿será que en blando lecho 70
descuidados yazgáis, o en torpe olvido?
¿O acaso, echando a la ignominia el sello,
daréis al yugo el indomado cuello?
¿Dó mis Incas están? ¿Adónde es ido
el imperio del Cuzco? ¿Quién brioso 75
domeñó su poder? ¿No fue trofeo
del castellano esfuerzo poderoso?
¿Y hora vosotros, sucesión valiente
de Pizarro y Almagro, envilecidos
ante el tirano doblaréis la frente? 80
¿Cederá el español? ¡Oh! Nunca sea
que América infeliz con viles hierros
al carro de su triunfo atar se vea!
   No; jamás se verá; que en noble saña
siento inflamarse ya los fuertes pechos 85
de los hijos magnánimos de España
de la patria a la voz. Caigan deshechos
y a cenizas y polvo reducidos
templos y torres y robustos techos,
primero que rendidos 90
el mundo os vea al ambicioso isleño.
Ni la ciudad, al enemigo abierta,
sin reforzado adarve y bastiones,
el brío arredre del heroico empeño.
Cuando la fama alígera os aclame 95
por remotas regiones,
nueva Numancia occidental la llame,
mostrando a las atónitas naciones,
que no hay más firmes muros
que un ánimo constante y pechos duros». 100
   Dijo; y cual se oye en la estación de Tauro
de volador enjambre numeroso
el sordo susurrar, así incesante
bélico afán en la ciudad se escucha,
que sin que el fuego del bretón la espante 105
se apresta osada a la tremenda lucha.
   Ya doce mil guerreros
de mortíferos bronces precedidos
a las débiles puertas se abalanzan,
y los limpios aceros 110
del rayo brillan de Titán heridos;
ya sus columnas en las anchas calles
intrépidas se lanzan;
por montes y por valles
del militar clamor retumba el eco, 115
y el trémulo batir del parche hueco.
   Trábase ya la desigual pelea
y del fiero enemigo el paso ataja
furioso el español; cruza silbando
el plomo; inexorable se recrea 120
sus víctimas la Parca contemplando;
crece la confusión; al cielo sube
el humo denso en pavorosa nube,
y al bronco estruendo del cañón britano,
que muertes mil y destrucción vomita, 125
impávido el esfuerzo castellano
lluvias arroja de letal metralla.
No hay ceder; no hay ciar. De nuevo estalla
retumbante el metal del anglo fiero,
que el horizonte atruena, 130
mas el valiente ibero
ni el ruido escucha ni al estrago atiende;
que en almas grandes, que el honor enciende,
más alto el grito de la patria suena.
   Suena, y el pecho del esclavo inflama, 135
y es un guerrero ya. Los moradores
invictos héroes son. ¡Cuál multiplican
la ciega rabia y bélicos clamores
las artes de dañar! Inmensas trabes,
y lumbre y peñas por los aires bajan 140
sobre el mísero inglés; profundo foso
y alta trinchera su furor atajan.
Él en tanto animoso
redobla el fuego y el tesón, y truenan
contra su hueste horrísonos cañones 145
ríos de sangre de Albión vertiendo.
Desplómanse los fuerte torreones
con roncos estallidos,
y al espantoso estruendo
con que los altos techos se derrumban, 150
se oyen gemir los vientos comprimidos
y hasta en las cuevas de los Andes zumban.
   Tiende la noche el pavoroso velo
cubriendo tanto horror. Do quier se escucha
del triste isleño el lúgubre gemido, 155
que con la muerte irrevocable lucha.
Su caudillo infeliz, que estremecido
el fiero estrago entre tinieblas mira,
de su domada hueste
los restos junta, y pálido suspira. 160
Al fin vertiendo su esplendor celeste
la nacarada aurora
su vista aparta de la horrible escena.
¡Cuál de pavor se llena
el britano adalid! Allí, en confuso 165
tropel, de sus soldados
rotas armas y cuerpos hacinados
contempla, y se horroriza,
y el abatido ardor buscando en vano
de su fiereza brava, 170
el pelo se le eriza,
desampara el bastón la yerta mano,
y un espanto glacial sus miembros traba.
   América triunfó. ¿No veis cual brilla
tremolado en su diestra el estandarte 175
de las excelsas torres de Castilla?
Ve el pueblo valeroso
sitiado al sitiador; del fiero Marte
depone el rayo, y al Olimpo eleva
clamor de triunfo en himno placentero. 180
Muéstrase entonces el caudillo ibero
al britano, que atónito enmudece
y de la salva América las playas
dejar le ordena: el anglo le obedece.
A las naves temblando 185
los restos suben del vencido bando;
y cual suele medrosa
la garza huir del sacre furibundo,
así la escuadra huyendo presurosa
surca asombrad el piélago profundo. 190
   Lauros, palmas traed, y ornad, iberos,
la frente al vencedor. De la victoria
en alas vuele tan brillante hazaña
al templo de la gloria.
Feliz anuncio sea 195
de nuevos timbres al blasón de España,
y en letras de oro en su padrón se lea.
Y vosotros, del Tajo
canoros cisnes, cuya voz divina,
cuando en ardor patriótico se enciende, 200
el blando son del agua cristalina
y el coro de sus náyades suspende;
vuestra lira sonora,
de la rama inmortal dispensadora,
al cielo alzando tan heroico brío 205
las altas glorias de la Iberia cante,
y en sus alas levante
el tono humilde del acento mío.


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Oda IV (2)

                                  ArribaAbajoTú, de virtudes mil, de ilustres hechos
fecundo manantial a quien tributan
su vida alegres los heroicos pechos;
Patria, deidad augusta,
mi numen es tu amor; su hermoso fuego, 5           
que aun hoy las piedras de Sagunto inflama,
el que arrojó la chispa abrasadora
cobarde toma la inexperta lira
y aquella ardiente llama
que aun brilla desde Asturias a Cartama 10
haz que pase a mi voz: mi humilde lira
del éter vago los espacios llene
tus glorias celebrando
y el mar de Atlante raudo atravesando
hasta el remoto Patagón resuene. 15
   De allí no lejos las britanas popas
miró el indio pacífico asombrado
sus costas infestar, y furibundo
al hijo de Albïón, que ya cansado
tiene de horror y crímenes al mundo, 20
cual lobo hambriento en inocente aprisco,
entrar, correr, talar. Montevideo,
de su codicia bárbara trofeo,
indignada en sus muros vio orgulloso
tremolar su pendón. Inquieta ansiando 25
del cuello echar el yugo vergonzoso
mientras la rienda a su ambición soltando
el insular furioso
la bella población amaga fiero
que de Solís el río 30
en su ribera occidental retrata,
cuando a la mar con noble señorío
rinde anchuroso su raudal de plata.
   ¡Cuán presta, oh Dios, la ejecución corona
las empresas del mal! El anglo altivo 35
tiempo ni afán perdona.
Vese en la playa las inmensas naves
presurosa ocupar la insana gente
de muertes mil cargada
y en pos hender la rápida corriente. 40
Ya la orgullosa armada,
batiendo el aire la ondeante lona
vuela, se acerca y a la inerme orilla
saltan las tropas. Ostentoso brilla
el padre de la luz, y a los reflejos 45
con que los altos capiteles dora,
el ansia de robar la faz colora
del ávido insular. Así la presa
mira el tigre feroz y ya de lejos
y con sangrientos ojos la devora. 50
   Álzase en tanto, colosal matrona,
de una alta sierra en la fragosa cumbre
la América del Sur: vese cercada
de inmensos rayos de encendida lumbre
y en noble ceño y majestad bañada. 55
No ya ligeras plumas,
sino pesado casco rutilante
ornan su rostro fiero:
al lado luce triunfador escudo
y en vez del hacha tosca o dardo rudo 60
brilla en su diestra refulgente acero.
Fija la vista en la ciudad: entonces
terrible golpe en la marcial rodela
dio con el pomo, y al sonido agudo
con que herido el broquel gime y restalla, 65
la sierra se estremece
y el ronco hervir de los volcanes calla.
   «¡Españoles!, clamó: cuando atrevido
nuestros lares tiránico amenaza
el opresor del mar a quien estrecho 70
viene el orbe, ¿será que en blando lecho
descuidados yazgáis, o en torpe olvido?
¿O acaso, echando a la ignominia el sello,
daréis al yugo el indomado cuello?
¿Dó mis Incas están? ¿Adónde es ido 75
el imperio del Cuzco? ¿Quién brioso
destruyó su poder? ¿No fue trofeo
del castellano esfuerzo poderoso?
¿Y hora vosotros, claros descendientes
de Pizarro y Almagro, envilecidos 80
ante el britano inclinaréis las frentes?
¿Cederá el español? ¡Oh! Nunca sea
que América infeliz con viles hierros
al carro de su triunfo atar se vea!
   No; jamás se verá; que en noble saña 85
siento inflamarse ya los fuertes pechos
de los hijos magnánimos de España
de la patria a la voz: caigan deshechos
y a cenizas y polvo reducidos
templos y torres y robustos techos, 90
primero que rendidos
el mundo os vea al insolente isleño.
Ni la ciudad, al enemigo abierta,
sin reforzado adarve y bastïones,
el brío arredre del heroico empeño. 95
Cuando la fama alígera os aclame
por lejanas regiones
nueva Numancia occidental la llame,
mostrando a las atónitas naciones
que no hay más firmes muros 100
que un ánimo constante y pechos duros».
   Dijo; y cual suena en la estación de Tauro
de volador enjambre numeroso
el sordo susurrar, así incesante
bélico afán en la ciudad se escucha, 105
y sin que el fuego del bretón le espante
se apresta osada a la tremenda lucha.
   Ya doce mil guerreros
de mortífero bronce precedidos
en contra suya con fuerza se abalanzan, 110
y los limpios aceros
del rayo brillan de Titán heridos;
ufanos ya por las abiertas calles
furibundos se lanzan;
por montes y por valles 115
del militar clamor retumba el eco,
y el trémulo batir del parche hueco.
   Trábase ya la desigual pelea
y del fiero enemigo el paso ataja
furioso el español; cruza silbando 120
el plomo; inexorable se recrea
su estrago la Parca contemplando;
crece la confusión; al cielo sube
el humo negro en pavorosa nube,
y al bronco estruendo del cañón britano, 125
que muertes mil y destrucción vomita,
impávido el esfuerzo castellano
que el pundonor a la venganza excita,
lluvias arroja de letal metralla.
No hay ceder; no hay ciar. De nuevo estalla 130
retumbante el metal del anglo fiero,
que el horizonte atruena,
mas el valiente ibero
ni el ruido escucha ni al estrago atiende;
que en nobles pechos que el honor enciende 135
más alto el grito de la patria suena.
   Moradores, esclavos, niños, todos
guerreros, héroes son: ¡Cuál multiplica
la ciega rabia en desusados modos
las artes de dañar! Inmensas trabes 140
y enormes peñas por los aires bajan
sobre el mísero inglés; profundo foso
y alta trinchera su furor atajan.
Él en tanto animoso
redobla el fuego y el tesón, y truenan 145
sin cesar los horrísonos cañones
la roja sangre por doquier vertiendo.
Desplómanse los fuertes torreones
con roncos estallidos,
y al espantoso estruendo 150
con que los altos techos se derrumban,
se oyen gemir los vientos oprimidos
y hasta en las cuevas de los Andes zumban.
   Tiende la noche el pavoroso velo
cubriendo tanto horror. Do quier se escucha 155
del insular el lúgubre gemido,
que con la muerte irrevocable lucha.
El general bretón los mustios ojos
vuelve en torno de sí despavorido,
ve el resto de su ejército, y cubierta 160
la tierra de cadáveres: escucha
de tantos moribundos el gemido
y al ver la muerte que azorada vuela
en las venas la sangre se le hiela.
A la vez entonces el estrago 165
el hispano caudillo alegre viendo,
sitiado al sitiador, dejar le ordena
de la ya libre América las playas.
Recoge obedeciendo y atónitas las tropas
temblando ocupan las amigas popas, 170
y la abatida armada
surca los anchos mares espantada.
   Lauros, palmas, me dad. De la victoria
en alas vuele la brillante hazaña
al templo de la gloria. 175
Feliz anuncio sea
de nuevos triunfos al Señor de España,
y en letras de oro en su padrón se lea.
Y vosotros, del Tajo
cisnes canoros, cuya voz divina, 180
cuando en amor patriótico se enciende,
el blando son del agua cristalina
y el coro de sus Náyades suspende;
la lira seductora,
de la rama inmortal dispensadora, 185
al cielo alzando tan heroico brío
las altas glorias de la Iberia cante,
y en sus alas levante
un armónico acento al rudo mío.


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Oda V

A la influencia del entusiasmo público en las artes

1808

                                  ArribaAbajo¿Cuál en rápido vuelo
el numen fue que a Píndaro y a Apeles
al remoto cénit alza y encumbra
del estrellado cielo
sobre el astro inmortal que al mundo alumbra? 5           
¿Quién es el poderoso
genio que al vate y al pintor valiente
la débil línea y el fugaz sonido,
venciendo al orgulloso
Atlas que erguida la marmórea frente 10
sobre los montes de África descuella,
con marca fiel de eternidad les sella?
   ¿Quién? Solo el corazón. Cuando inflamado
de vehemente pasión oprime el pecho,
la osada fantasía 15
cede a su ardor, y el cerco de la esfera
siendo ya a su poder límite estrecho,
sus obras inmortales
del tiempo vencen la veloz carrera.
Él fue quien blando suspiró en Tibulo; 20
trazó los celestiales
rasgos que a Venus dan gracia y belleza;
él la noble osadía
fijó de Apolo en la gentil cabeza;
y a par que en el sonoro 25
canto de Homero al implacable Aquiles
el penacho agitó del yelmo de oro,
y en su seno encender los ayes supo
con que la triste Andrómaca suspira,
dio el intenso gemir al noble grupo 30
do en lastimero afán Laoconte expira.
   Él solo fue. Si la espartana gente
ardiendo en sedición calmó Terpandro;
si Timoteo audaz con prestos sones
logró encender el alma de Alejandro 35
en el vario volcán de las pasiones,
primero las sintió. Quien a los ecos
de virtud y de gloria no se inflama,
ni al tierno sollozar del afligido
súbito llanto de piedad derrama; 40
el que al público bien o al patrio duelo
de gozo o noble saña arrebatado,
cual fuego que entre aristas se difunde,
o como chispa eléctrica invisible
que en instantáneo obrar rápida cunde, 45
su corazón de hielo
hervir no siente en conmoción secreta,
ni aspire a artista, ni nació poeta.
   ¡En balde ansioso el mármol fatigando,
puliendo el bronce, en desigual contienda 50
pugnará con tesón! Por más que hollando
de insuficiente imitación la senda
al Correggio sus gracias pida ¡en vano!,
alma al gran Rafael, brillo a Ticiano,
nunca en su tabla el hijo de Dione 55
maligno excitará falaz sonrisa,
o al fiero ardor de los combates Ciro;
ni hará gemir la moribunda Elisa,
ni Hécuba sierva arrancará un suspiro.
   ¿Y ¡qué! en las Artes solo 60
ejerce el corazón su noble influjo?
Cuanto el hombre en magnánima osadía
digno, grandioso y singular produjo,
obra es suya también. Dadme que un día
su frente un pueblo alzando 65
al baldón de extranjera tiranía
temblar de justa indignación se vea;
que la máscara hipócrita arrojando
que al bien opone el sórdido egoísmo,
el honor, la virtud su numen sea; 70
y antes que, en muda admiración suspenso,
sus rasgos de heroísmo,
su saber, su valor, sus glorias cuente,
podré el cauce agotar del mar inmenso,
y a par de Sirio levantar mi frente. 75
   ¡Oh tú, claro esplendor del griego nombre,
célebre Atenas, de las Artes templo
y hora mísero polvo y triste ejemplo
de la barbarie y del furor del hombre!
Ya sus leyes dictando 80
contemple a su Solón, o a Fidias mire
la gran deidad del Ática animando;
ya embebecido admire
del dulce Anacreón la voz divina,
o al fuerte impulso de tu heroico brío 85
hollada en Maratón y en Salamina
la soberbia de Jerjes y Darío;
de tu gloria, asombrado,
ante el coloso excelso me confundo,
y veces mil te aclamo enajenado 90
modelo, envidia, admiración del mundo.
   Mas ¿quién podrá del público entusiasmo
los portentos medir? Su hermosa llama
no bien lució en tu seno, oh patria mía,
y ya al índico mar vuela tu fama. 95
Tú que atenta me escuchas,
amable juventud, y en lid activa
entre las armas y las artes luchas,
contempla ¡cuán hermosa perspectiva
de grandeza y de honor se abre a tus ojos! 100
Tú de fervor patriótico inflamada,
en tanto que entre bélicos despojos
aterra al domador de cien naciones
la saña de los hésperos leones,
por cuanto el mar abarca con sus olas 105
extenderás sus hechos generosos
y el blasón de las Artes españolas.
   Sí; yo os lo anuncio: Zeuxis y Lisipos
de la Hesperia seréis. Si en vano un día
atónito el viajero 110
del Cid el bulto y de Cortés buscando
los términos corrió del campo ibero,
a vuestro genio ardiente
tanta dicha el destino reservando,
respirar los verá. Que de repente 115
en firme pedestal se alce Pelayo
y al pérfido opresor del orbe espante:
haced que su semblante
en santo fuego y cólera encendido
llene de horror las playas agarenas, 120
y en su tumba Tarif lance un gemido
que haga temblar las líbicas arenas.
   Mas ¡qué! ¿la antigua España
modelos de heroísmo y bizarría
a vuestro noble afán concede solo? 125
¿Ya en su seno fecundo no los cría?
¡Qué! ¿no oís el rumor de tanta hazaña
la ancha esfera llenar de polo a polo?
Ellos harán eterno vuestro nombre;
vosotros su valor. Patente veo 130
la edad futura, y la espaciosa plaza
descubro del magnífico Museo,
donde entre claros timbres y blasones
su sien de lauro ornada
ínclitos héroes a Castilla ostentan; 135
y en los regios salones,
que en usos viles profanados fueron,
subir las Artes miro
a más alto esplendor que nunca vieron
Grecia ni Roma, ni Sidón ni Tiro. 140
   Allí pincel fogoso,
de Polignoto envidia y de Timantes,
las proezas brillantes
de Cataluña indómita renueva:
el galo, aquí, medroso 145
sueltas las riendas al bridón lozano
huye el furor del ágil edetano:
allá en acento rudo,
como acosada fiera de Jarama,
Dupont soberbio entre cadenas brama, 150
mientras Betis sañudo
petos y cascos y águilas sangrientas
revuelve entre sus aguas turbulentas.
   No lejos, tremolando
las barras de Aragón, a Augusta veo 155
contra el tesón del vándalo luchando;
y como roca altiva, que resiste
una vez y otras mil la rabia suma
del mar hinchado que feroz la embiste
y al cielo arroja la sonante espuma, 160
domando así su bárbara porfía
opone al galo fiero
pechos de pedernal, brazos de acero.
¡Oh magia del pincel! Sobre el glorioso
montón de escombros de la antigua torre 165
que a la horrísona bomba se desploma,
allí el aragonés su frente asoma
indómita y serena,
y al terco sitiador de espanto llena.
   Mas ¿qué otra imagen tu atención cautiva 170
de amor tu pecho y de placer colmando,
parnáside feliz? ¿No ves orlada
de fresco lauro y de naciente oliva
la regia sien del séptimo Fernando?
El Rey ¿no es éste que Madrid gozosa 175
con vivas mil y cantos de alegría
del sol de Tauro a la esplendente lumbre
vio en majestad bañado y lozanía?
¡Cuán grande, cuán augusto
ya de Pirene en la enriscada cumbre 180
huella con firme planta
de su vil opresor la infiel garganta!
¡Hechicera ilusión! ¿Tan bello día
será que luzca al horizonte ibero?
Sí, no dudéis: lo decretó el destino. 185
El español guerrero
romperá, Rey amado, tus prisiones,
y enemigos pendones
tenderá por alfombras al camino.
Nuevo Tito serás: benigno el cielo 190
en júbilo tornando los clamores
con que la patria fiel por ti suspira,
mis ojos te verán; faustos loores
daré a tu nombre... y romperé mi lira.


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Oda VI

A Celmira en sus días

1809

                                  ArribaAbajoRasgando alegre el nebuloso velo
con sus dedos de rosa,
ufana vuelve Primavera hermosa
a dar vida al vergel, fulgor al cielo.
   Vuelve, y do quier derrama 5           
de su rocío el inmortal tesoro,
que al sacudir su cabellera de oro
la flor recoge y la sedienta grama.
   Desde el brillante carro señorea
el éter luminoso; 10
bebe el aire su aliento delicioso
y valle, y monte y selvas hermosea.
   Vuelve el rostro sereno
del claro Betis a la fértil vega,
y el bello prado que fecunda y riega 15
mira de ninfas y de amores lleno.
   Mas ve a Celmira en su dichoso día
almas mil cautivando,
suelta las alas a Favonio blando
y este saludo plácida le envía: 20
   «Salve, Celmira hermosa;
mil veces salve, celestial doncella,
más que la reina de las flores bella,
más que la madre del Amor graciosa.
   Tú, a quien cedió mi ruiseñor canoro 25
su garganta divina,
Delio su ardor, su cítara Corina,
y el dulce Anacreón su plectro de oro,
   salve; y risueño el gusto
volando en torno a tu nevada frente, 30
el sombrío pesar de ti se ahuyente,
cual de mis luces el invierno adusto.
   ¿A qué mis galas donde están tus ojos?
Su influencia hechicera
alegría y verdor da a la pradera, 35
y en lindas rosas torna los abrojos.
   Donde tu mano toca
brota un ramo de frescos alhelíes,
y si con dulce agrado te sonríes,
¿qué clavel hay más bello que tu boca?» 40
   Dijo la diosa del Abril: ligero,
a la ninfa halagando,
baña las alas en su aliento blando
y a su madre retorna el mensajero.



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Oda VII

A la bendición de la bandera del primer batallón de las Milicias Nacionales de Valencia en 16 de septiembre de 1821

                                    ArribaAbajo¡Qué insólita alegría:
qué falange marcial; qué grato acento
de bélica armonía;
qué faustos vivas siento!
¡Qué de plumas sin fin agita el viento! 5           
   Corred, hijas hermosas
del Turia, y de sus márgenes amenas
guirnaldas olorosas
traedme a Manos llenas
de frescos amarantos y azucenas; 10
   que no los batallones
soberbios son del déspota que un día
domeñó cien naciones,
y con audacia impía
la madre España encadenar creía. 15
   Hermano, amigo, esposo
veréis entre ellos, plácida esperanza
del comunal reposo.
Formad festiva danza;
resuene el aire en himnos de alabanza. 20
   ¿Veis cuál se ostenta ufano
su porte altivo y su ademán guerrero?
¿Veis en la fuerte mano
con grato reverbero
doblar la luz del sol el limpio acero? 25
   ¡Cómo la insignia vuela,
labor y ofrenda de gentil matrona!,
la insignia que no anhela
destrozos de Belona,
ni de laurel sangriento se corona. 30
   Pacífica bandera,
en solo un ramo de modesta encina
cifrar su dicha espera,
y al templo se encamina
pidiendo humilde bendición divina. 35
   Allí con santo celo,
doblando ante el altar desnuda frente,
al Dios de tierra y cielo
alza la armada gente
sus tiernos votos, su oración ferviente. 40
   No palmas de victoria
implora de los santos tutelares;
sino la dulce gloria
de honrar los patrios lares,
guardando en paz los cívicos hogares. 45
   Juran, sí, los primeros
verter su sangre por el libro amado
de los hispanos fueros
depósito sagrado,
al fulgor de mil bombas promulgado; 50
   que en él aun más brillante
el solio ibero indestructible dura,
y en sello de diamante
perpetua se asegura
la fe de Recaredo ilesa y pura. 55
   Júranlo, y de repente
al fiel concurso músicas festivas
lo anuncian, que impaciente
las bóvedas altivas
del templo atruena en redoblados vivas. 60
   ¡Plegue a Dios que cumplido
por tiempo largo y próspero se vea
su anhelo, y el erguido
pendón, que al viento ondea,
símbolo eterno de concordia sea! 65


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Oda VIII

Al fausto nacimiento de la Serenísima Señora Infanta doña María Isabel Luisa

1830

                   «ArribaAbajo¡Cuán ciegos los mortales,
del esplendor del solio deslumbrados,
ventura tal de la Fortuna imploran!
Si el ídolo que adoran
los oyese benévolo y el sumo 5           
bien que ansiosos codician otorgara,
como el aroma vil que arde en el ara
su dicha vieran disiparse en humo».
   Así exclamaba un día
mi Rey amado en lágrimas deshecho, 10
y el ay doliente al encumbrado techo
entre el oro y los mármoles subía.
«¿Qué importan, proseguía,
a la humana ventura el regio trono,
la pompa ni el poder? Oír gemidos, 15
a la tierna amistad negado el seno
y a la verdad augusta los oídos;
fingir rostro sereno
cuando la pena el corazón devora;
juguete ser de adulación traidora 20
y ver mintiendo celo a la perfidia;
tal es de los monarcas el destino
que fascinada envidia
la ambición de los hombres insensatos.
¡Ah! ¿Qué vale, oh dosel, que al vulgo hechices, 25
si hasta el don celestial de hacer felices
lo acibara el temor de hacer ingratos?
   Solo es dichoso un rey cuando, depuesta
la púrpura enojosa,
solaz le ofrece la filial ternura, 30
y con su cara esposa
de sus amables hijos circundado
de inocente placer el vaso apura.
Mas ¡ay! que no fue dado
gozar tan alto bien al alma mía. 35
¡Oh cuántas, cuántas veces
soñó mi fantasía
verlos correr con planta vacilante
por los jardines de Aranjuez floridos;
en puro estanque a los dorados peces 40
con el sabroso cebo seducidos
a su mano atraer; sobre una rosa
sorprender la versátil mariposa;
o ya afectando varonil talante,
de caña armados o sarmiento rudo 45
honrarme graves con marcial saludo!
   ¡Engañosa ilusión! ¡Fantasmas vanos
de apariencia falaz! Benigna suerte
da a mis caros hermanos
en prole hermosa descendencia larga, 50
y en su estancia feliz bulle festivo
rumor de inquieta y plácida alegría,
¡cuando tristeza amarga,
silencio, soledad reina en la mía!
Así mi angustia crece, 55
y el curso de los años fugitivo,
prolijo, eterno, a mi dolor parece.
¿Y no es mejor que a compasión movida
dé fin la muerte a mi gemir cansado,
que estar sin esperanza condenado 60
a atravesar el yermo de la vida,
como en el aire exhalación ligera
que sin dejar señal cruza la esfera?»
   Con tan lúgubre acento
Fernando se quejaba 65
en las tinieblas de la noche umbría;
el son de su lamento
por las excelsas bóvedas vagaba
cual eco sordo de huracán lejano.
Llamando al sueño en vano, 70
que de sus mustios párpados huía,
sintió que de repente
balsámica esperanza al pecho dando,
una voz celestial así decía:
«Alza, buen Rey, la congojosa frente, 75
cese tu largo duelo
y el ya fecundo tálamo prepara;
que en augusta doncella te depara
la ansiada sucesión piadoso el cielo».
Oyó el Monarca atónito y ufano 80
los gratos ecos de la voz divina
Cuando improvisa al horizonte hispano,
astro de amor, apareció Cristina.
   De las playas amenas
donde desagua el Ter entre jardines 85
hasta el campo feraz que el Tajo baña,
la venturosa España,
mostrando alegre su esplendor bizarro
con danzas y festines,
recibe de su Rey la esposa bella. 90
Siguen las Gracias la florida huella
que estampa el calce del triunfante carro,
y en grupos mil la cercan los amores
jugando en torno en apacible vuelo.
Luce en sus labios el carmín del alba; 95
brilla en sus ojos el fulgor del cielo;
hácela el coro de las aves salva,
y al ver en su mejilla el dulce hoyuelo
de la sonrisa y los donaires nido,
bate las palmas el rapaz Cupido 100
que con su dedo le imprimió en la cuna,
présago de su gloria y su fortuna.
   Admirola Madrid: su bellos ojos
la alborozada población suspenden
por los vecinos campos extendida. 105
El bronce truena; la montaña herida
revoca el eco; las esferas hienden
cien lenguas de metal, y hasta en la cumbre
de las torres y alcázares se agolpa
la inmensa muchedumbre 110
gritos sin fin de aclamación lanzando;
calles, plazas y templos atronando
sube el clamor de vítores al cielo,
a par que de los altos miradores
batiendo el blanco velo 115
rinden las damas a su Reina hermosa
tributo en vivas y homenaje en flores.
Ella en tanto graciosa
aquí y allí con plácido saludo
su amable risa y su bondad ostenta 120
y el bullicioso júbilo acrecienta,
mientras embebecido
al diestro lado el Rey la contemplaba
sobre un potro lozano,
que blanca espuma en derredor lanzaba, 125
temblando el suelo al asentar la mano.
   Así la Corte ibera
festejó Reina y hospedó Señora
a la ninfa gentil, a quien en breve
dará de madre el nombre venturoso. 130
Sí, que la diosa que a Endimión adora
ya el término cumplió de giros nueve,
y el próspero momento
e acerca... ¿Oís?... ¿Qué extraño movimiento,
qué rumor nuevo la quietud altera 135
de la regia mansión? A la ancha plaza
¿por qué tan presuroso
el pueblo corre y con ardor se abraza?
¿Cuál anuncio dichoso
da fuego al bronce, el címbalo voltea? 140
¿Qué cándido pendón al viento ondea?
   ¡Oh claro, oh bello día
de almo consuelo y de memoria eterna!
¿Cómo la lira mía
sabrá cantarte dignamente, y cómo 145
pintar al vivo la expresión sublime
con que ansioso Fernando,
padre feliz, en la mejilla tierna
del fruto de su amor el labio imprime
por la primera vez? Al dulce beso 150
con otros mil la acarició Cristina,
que lánguida mirada
de vanagloria y regocijo llena
fijó en su esposo, y luego
su prenda idolatrada 155
se paró a contemplar con faz serena.
¡Con qué inefable amor, con qué embeleso
los rasgos examina
de aquel gracioso, angélico semblante!
Sus facciones no ve; las adivina 160
con maternal penetración, en ellas
la copia hallando de sus formas bellas,
y en medio al gozo que su pecho siente,
el muerto brillo de sus labios rojos
y una cuajada lágrima en los ojos 165
reliquias son de su penar reciente.
   Tal suele en Guadarrama
caliginosa tempestad formarse
en seca tarde del ardiente estío.
Vese la parda nube desplegarse 170
tendiendo el manto lóbrego y sombrío,
y en ráfagas sin fin de viva lumbre
el rayo serpear, crujir el trueno;
hasta que abierto el seno,
rompe sañuda en túrbidos raudales, 175
que piedras, troncos, mieses arrebatan
con ímpetu feroz... En breve empero
la nube pasa, y por el bosque verde
el sol esparce su esplendor primero,
sin que otro indicio apenas le recuerde, 180
que en las tranquilas hojas suspendida
gota brillante en perla convertida.
   La nueva en tanto cunde
en alas de la fama: de Isabela
el claro nombre por los aires vuela 185
y entre el público aplauso se difunde.
¡Cuánto alborozo el pueblo carpetano
ante el alcázar regio
ostenta amante en redoblados vivas!
De músicas festivas 190
alterna el coro, y en jovial tumulto
los hijos todos del recinto hispano
celebran fieles a su Infanta bella.
Óyese del lejano
confín del suelo astur el canto grave, 195
que en círculo anchuroso,
lento y seguro pie compasa y mide;
el baile estrepitoso
de la feliz Valencia do preside
la morisca dulzaina; allí resuena 200
el crótalo andaluz al son alegre
que las béticas playas enajena;
allí cuantos la orilla
vio nacer del Jalón, del Miño y Segre
renuevan hoy en danzas y cantares 205
gratos recuerdos de los patrios lares.
   ¡Oh tú, preciosa niña, objeto caro
de tanto aplauso y general contento;
tú que quizás con infantil quejido,
forzosa deuda que a natura pagas, 210
respondes solo a mi cansado acento!
Duerme, tierna Isabel, duerme, reposa;
y las musas iberas
que en tu alabanza el júbilo reúna,
para adornar tu cuna 215
de mirto y lauro tejerán festones;
y de heroicas acciones,
que el timbre augusto de Borbón realzan,
te servirá de arrullo el noble canto.
Duerme, y permite que tu madre hermosa, 220
hora asustada al eco de tu llanto,
goce tranquila en dulces ilusiones
de tu ventura el porvenir risueño;
que la española fe te guarda el sueño.
   Y tú, sol de Fernando, Reina amada, 225
que absorta y muda el ánimo recreas
en tu cara Isabel, y en tal instante
ni el mismo trono olímpico deseas;
gozala un siglo, y el afán materno
compense en gracias su niñez serena, 230
como el susurro de Favonio tierno
paga en fragancia cándida azucena.
Qué allá en el tiempo que de veinte abriles
sus ojos vieren renacer las flores,
y el mundo a sus encantos juveniles 235
ofrezca adoración, tribute amores;
si de Iberia en el solio soberano
dieren las patrias leyes
asiento digno a más feliz hermano,
cien poderosos reyes 240
de las lejanas y vecinas zonas
rendirán a sus plantas cien coronas.

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