Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Epístolas





ArribaAbajo

Epístola I

A Montano

Epístola escrita en abril de 1798

                                  ArribaAbajoOh tú el mejor de todos mis amigos,
que en medio de mil gustos y delicias
el pueblo del placer y de las letras
objetos de mis lágrimas habitas:
   tú, querido Montano, cuya falta 5           
la dura fuerza de mi mal duplica,
de mi mal, que fomenta a un tiempo mismo
una serie de causas infinitas:
   tú que si alguna vez dichoso he sido,
testigo fuiste de mis breves dichas, 10
y como amigo sin doblez ni engaños
en mi felicidad te complacías;
   ten compasión, te ruego, de quien solo
el aire infecto del dolor respira,
desde que de su centro le sacaron, 15
y el triste suelo zamorano pisa.
   Quién pudiera pensar, cuando en noviembre
con tanta pena y desazón partía,
y el deber me arrancó de entre los brazos
de la casi olvidada Loporiza 20
   que antes de haber pasado cinco meses
tan duro y enojoso me sería
volver al pueblo cuya ausencia entonces
ahuyentó de mi rostro la sonrisa;
   porque dejó a Zamora suspiraba 25
el que al presente porque está suspira,
mi esperanza, mi gozo era la vuelta,
y ya es la vuelta mi mayor desdicha.
   ¡Oh, cómo a todas horas echo menos
la dulce libertad, tu compañía, 30
y la de otras personas, cuyo trato
el mal humor rebate y dulcifica!
   Nada me alegra en el lugar tedioso
do se empezaron a contar tus días
todo aumenta mi triste abatimiento, 35
y hace que el peso del dolor me oprima;
   aquí las calles yermas, solitarias
que cual desnudo páramo se miran;
y entre cuatro paredes encerrada
yace esta gente lúgubre y esquiva. 40
   No se percibe popular murmullo;
solamente la fúnebre abubilla,
desde el viejo morrión de Pedro Mato
nos anuncia de mayo la venida.
   Valorio do la alegre primavera 45
sus hechiceras gracias multiplica,
en vano serpentea y se engalana
para atraer la gente a sus orillas:
   nadie sino los tiernos jilgueritos
goza del campo la simpar delicia: 50
ni aquí temió jamás la humana planta
la amapola vistosa y encendida.
   ¡Qué inútiles suspiros ¡ay! me cuesta
el Rollo, do se ve todos los días
en más de mil objetos diferentes 55
el donaire y la gracia salmantina!
   Pues con harto y penoso sentimiento
veo que el feliz tiempo se aproxima
en que con un sinfín de diversiones
se pasa en ésa la estación florida. 60
   Todas las tardes infinitas gentes
huellan la yerba, la muralla arriba,
y en agradables juegos se recrean
tomando el fresco al declinar el día.
   Otros con algazara bulliciosa 65
al Zurguén o al Otea se encaminan
..........................................................
con su frescura y su verdor convidan.
   Entonces es cuando tranquilo el Tormes
se goza ufano en sus hermosas hijas, 70
que con suelta y airosa compostura
la sal y el buen humor caracterizan.
   Llega la noche y las calladas horas
que sólo a sueño y a descanso incitan
vanse ligeras entre alegres danzas 75
que el juvenil ardor y el gusto avivan.
   Así mil veces por las altas sierras
las ve del nuevo sol la faz benigna,
que el baile y el amor son las pasiones
que juntas roban sus dichosos días. 80
   Dichoso tú también, Montano mío,
que de tantos placeres participas,
y gozas que es lo más, tranquilamente,
de los blandos halagos de una amiga.
   Quiérela, y nunca dejes de quererla, 85
pues ella es sola de tu afecto digna,
tanto como eres digno del afecto
que cuidadosamente te dedica.
   Y ya que mi desgracia irresistible
de todo gusto y todo bien me priva, 90
tenga al menos la dulce complacencia
de que te adora y es correspondida.
   Sed felices los dos y tan felices
que nada turbar pueda vuestra dicha,
y cuanto me es adversa la fortuna 105
tanto a vosotros muéstrese propicia.
   Derrame en fin el cielo mil venturas
sobre entrambos; mas ruégoos que algún día
dediquéis un momento a la memoria
del que un mes hace sin cesar suspira. 110


ArribaAbajo

Epístola II

A Pradina

1803, Junio

                                  ArribaAbajoTu hechicera beldad y tus virtudes
aprecio más, bien mío, que la varia
brillante perspectiva de los puestos,
honras y gozos con que el mundo halaga.
   Sólo en tus brazos encontré la dicha; 5           
enlazado a tu cándida garganta
de la felicidad hallé el resumen,
y en divinos placeres me anegaba.
   Tres veces de la hermosa primavera
nuestros amores vio la faz rosada, 10
y tres veces en plácida sonrisa
de mirto y flores nuestra sien ornara;
   mas la ausencia feroz, la ausencia impía
te arrebató a mis ojos; ¡cuántas ansias,
cuánto infortunio y eternal tormento 15
hundió en mi corazón tu inútil marcha!
   Solo, asombrado, cual el triste búho,
que asusta con su grito las montañas,
por las orillas del undoso Duero
corrí, llorando mi desdicha aciaga. 20
   Aquí y allí, confuso, extraviado
con paso incierto y voz desentonada,
de mi ciega pasión enloquecido,
por mi Pradina al bosque preguntaba.
   Pradina, tristemente respondía 25
el eco sordo de las peñas altas;
y Pradina también allá en el río
iba sonando entre las turbias aguas.
   Limpias ondas del Órbigo felice,
que entre los olmos la mansión retrata, 30
la fúnebre mansión que el dueño mío
prefirió a mis caricias acendradas,
   volved atrás; decidle cuántas veces
visteis de Duero la corriente brava,
con mis copiosas lágrimas envuelta, 35
turbar la vuestra cristalina y mansa;
   mientras Pradina con desdén injusto,
en su grato retiro sosegada,
sin más pensar en su infeliz amigo,
las antiguas promesas olvidaba. 40
   Mas ¡ay! que el tiempo de quejarme es ido,
Ya llanto eterno y soledad me aguardan;
pues, para más dolor, no le ha quedado
ni un quimérico apoyo a mi esperanza.
   Después que el orgulloso despotismo, 45
o más bien tu tibieza y mi desgracia,
la fúnebre barrera levantaron
que a los dos para siempre nos separa,
   los campos atroné con mis querellas,
desesperado y loco; vomitaba 50
injurias mil contra los hombres todos,
cual furioso volcán que airado brama;
   pero a esta furia impetuosa y ciega
sucedió presto la terrible calma,
en que mi corazón aletargado 55
melancólicamente se anonada.
   Ya ni reír ni lastimarme puedo;
expira el ¡ay! cobarde en la garganta,
y el dolor todo, en mi interior sumido
con callado puñal le despedaza. 60
¡Cuanto tuve perdí! De tiempo en tiempo
el bálsamo precioso de tus cartas,
como en verano el húmedo rocío
refresca las campiñas abrasadas,
   con delicioso y celestial influjo 65
la activa fuerza de mi mal templaba;
mas hoy desconocida me abandonas,
y ves mi padecer y no le calmas.
   ¡Ay! ¿Por qué tal rigor! ¿Es por ventura
delito amar? ¿Es crimen la constancia? 70
Ya que están nuestros cuerpos divididos
¿querrás que se dividan nuestras almas?
   ¿Han de olvidarse los ardientes votos,
las firmes y dulcísimas palabras
de un afecto sin fin, que a nuestro labio 75
la fe sencilla y el amor dictaban?
   No sé, no sé, Pradina, si esta idea,
esta atroz desunión tu gusto halaga
o si presumes que el deber austero
te impele riguroso a procurarla; 80
   pero entretanto que, a pesar del duro
tormento que la abate y menoscaba,
del sol hermoso la radiante lumbre
mire, y fomente mi existencia amarga;
   ora logre feliz ver tu semblante, 85
mansión de la belleza y de las gracias,
ora infelice, de tu vista lejos,
me separen incógnitas distancias;
   tuyo será mi corazón sincero,
siempre abrasado en amorosa llama, 90
y en él tu imagen y bondad sublime
perpetuamente vivirán grabadas.
   Y si acaso mi musa lastimera,
que hoy sólo sabe bosquejar mis ansias,
en lúgubres endechas algún día 95
con más osado vuelo se levanta,
   el nombre y la virtud de mi Pradina
a extraños climas llevará la fama,
y la historia fatal de mis amores
vivirá eterna en las sensibles almas. 100
   Entonces a los jóvenes amantes,
sobre el dulce regazo de su amada,
arrancará tal vez algún suspiro
la triste relación de mis desgracias.
   Bien que ya no serán tan insufribles 105
si su recuerdo compasión te causa,
y una lágrima sola derramares
al recorrer las líneas de esta carta.


ArribaAbajo

Epístola III

Al Excmo. Sr. Conde de Haro, animándole al ejercicio y buen uso de la poesía

1807

                                  ArribaAbajoAquí do vuelto a los maternos brazos
vivo felice, y del tropel de afanes
en que la corte bulliciosa hierve
descansa el corazón; donde engañosos
ni el oro corruptor pervierte al bueno, 5           
ni el falso brillo del poder deslumbra;
plácida ¡oh Conde! a regalar mi oído
llegó tu musa, y a sus tristes ayes
con débil voz de fúnebre elegía
responde Duero, y con doliente lloro 10
desgreñadas sus ninfas le acompañan.
Oyó de Antonio el nombre, oyó tus ecos,
que suspirando el céfiro difunde,
la selva, el prado, y por doquier unidos,
los aires pueblan su loor y el tuyo. 15
¡Virtud, santa virtud! Sañuda en vano
su amarga hiel la envidia ponzoñosa
lanza en tu daño, y la calumnia infame
ruge y te acosa con feroz ladrido.
Tú de modestia y de candor armada, 20
cual tras lóbrega nube más brillante
derrama su fulgor el rey del día,
tu faz ostentas, y los monstruos viles
pálidos huyen y a tu luz se ocultan.
¡Feliz aquél a quien seguirla es dado, 25
y ensalzarla también! Su eterna antorcha
mostró luciente en su natal Sofía,
y risueñas las Musas le arrullaron.
Tu cuna, dulce amigo, cariñosas
mecer les plugo, y en el sacro fuego 30
benignas inflamarte, cuya llama
ni el tiempo ofusca, ni el poder consume,
y al templo augusto de la gloria guía.
Sigue su impulso. Tu acento puro,
debido a la verdad, nunca profane 35
la torpe adulación. Del que inflamado
de ardiente caridad se afana y suda
por embotar las puntas aceradas
de los abrojos ásperos que cubren
la senda del vivir; del juez que, al oro 40
la faz negando y al poder y al ruego,
la balanza de Astrea igual mantiene;
del que en tenaz vigilia desvelado
ocultas fuentes del saber descubre;
de la virtud, en Fin, do quier brillare, 45
eterno galardón tu canto sea.
   Mas no ceñuda y rígida presumas
que el eco dulce del amor desdeñe
la apacible virtud: ella a sus juegos,
si la inocencia y el pudor los guían, 50
benigna ríe, y plácida le halaga.
¿Quién es el triste que a su impulso blando
nunca cedió? ¿Qué mármol de una hermosa
desconoció el poder? Canta a tu amada;
canta sin miedo su gentil donaire, 55
su tez de rosa y sus cabellos de oro.
Que yo en tu canto armónico la vea
batiendo el aire su cendal de nácar,
triscar, cual ninfa, por la margen verde
del regio Manzanares: de sus ojos 60
tiemble la luz en las fugaces ondas,
y las húmedas trenzas sacudiendo
oigan su voz las náyades del río:
o bien tus tiernos cánticos aplauda,
y una sonrisa de su linda boca 65
grata los pague, o tímida suspire.
   No es un mal el amor. Otros agobian
a la paciente humanidad: el fraude,
la baja envidia, la impiedad horrible,
el seco amor de sí, la fe violada, 70
el tiránico orgullo, y la rabiosa
sed de mando... ¡Oh dolor! ¿Tiemblas, amigo,
tiemblas? ¿Será que el insolente ceño
del vicio entronizado te intimide?
¡Nunca! Levanta el brazo, el duro azote 75
de la sangrienta sátira descarga,
y abate la cerviz que alza impudente
con desenfreno audaz. Que el mundo vea
de la calumnia vil la oculta trama
en que ley y verdad envueltas gimen; 80
descubre el dolo con que mina astuta
pérfida seducción; arranca y huella
la máscara al hipócrita; tu pluma
rompa de un rasgo el reforzado cofre
del ávido usurero, y el tesoro 85
que el crimen hacinó patente brille.
   No, empero, siempre mal y vicios veas,
amado Conde, ni censor te ostentes
acre, adusto, mordaz; ni la enojosa
pasión de deprimir tu pecho agríe. 90
Tal Fabio con frenética locura
por negra lente el universo acecha:
todo a sus ojos es inicuo; en todo
voraz se ceba su canino diente;
do quier de la maldad descubre el sello, 95
y el gesto frunce, y vomitando hieles
el mundo infama con gritar de arpía.
   Haz bien, y canta el bien. Al hombre el cielo
para el hombre crió: que no, cual clama
torva misantropía, la inocencia, 100
el honor, la piedad del orbe huyeron;
ni solo habitan los oscuros claustros,
las pajizas cabañas, o el humilde
taller del menestral. Dígnanse a veces
de honrar pintados techos, y entre el brillo 105
del oro y de los mármoles se hospedan.
   Mas ya te oigo decir: «¿Dó están, amigo,
dónde? De la virtud la sombra veo:
sí, la sombra, y no más». Cuando afanoso
por la ancha Libia el infeliz viajante 110
mares y mares de inflamada arena
huella perdido y en sudor bañado,
con vista inquieta y trémula, de horrible
sed que le ahoga por templar la hoguera,
mira angustiado el horizonte de oro 115
pidiéndole un raudal; allá lejano
le descubre a su ver; redobla ansioso
el paso y el tesón; se afana el triste,
y ve del agua la apariencia sola
que al reflejo del sol le ofrece un mármol. 120
¿Qué hará? ¡Infeliz! De su anhelar rendido
junto a la roca aletargado cae,
y frescos bosques y risueñas fuentes
le brinda el sueño plácido y le adula,
y aquel momento en la ilusión se goza. 125
   Él tu norma será. Si el mal te aqueja,
sueña al menos el bien; que al dios del Pindo
no plugo en vano electrizar tu frente
con la chispa inmortal que endiosa al vate,
feliz destello de su luz preclara. 130
Si la fría razón de pies de plomo
entre escollos de error al hombre guía
con certero compás, tú sola sabes,
osada fantasía, mundos nuevos
darle, y a su pesar impetüosa, 135
como torrente que feroz bramando
rocas y troncos y cabañas lleva,
de la alta cumbre de Apenino al centro
del mar y al carro de Flegón ardiente
llevarle a tu placer. Del grande Homero 140
¿quién resiste a la voz? Con él recorro
los campos de Dardania; entre la nube
de polvo denso los caballos sigo
del implacable Aquiles, y al soberbio
Airón del casco que agitado ondea 145
tiemblo azorado y pálido; suspiro
con la mísera Andrómaca, y escucho
los estallantes látigos, el sordo
batallar de los héroes, el doliente
murmullo de Escamandro... ¿Y dónde, dónde, 150
soberano cantor, la magia hallaste
que me arrebata así? ¿Quién los colores,
Milton sublime, y las etéreas luces,
con que el Arcángel esplendente brilla,
dio a tu pincel? ¿Cuál fuerza a los cerrojos 155
del malogrado Edén el diamantino
sello alzó para ti? Tú sola sabes,
fantasía feliz, mil mundos nuevos
al hombre dar y engrandecer su mente.
   Suelta, no temas, las brillantes alas 160
a tu imaginación, y nuevos orbes
de ventura y bondad fecunda cree,
donde el amable joven, que el impuro
soplo no encalleció del vicio infame,
al amor de la paz y las virtudes 165
abra su corazón. Que allí no vea
del odioso interés, que al hombre aísla,
la ávida faz, ni el oropel del lujo
como al indio salvaje le fascine,
ni de ambición frenética arrastrado 170
a fuer de hiena por los campos corra
de humana sangre y destrucción sediento.
¡Oh loca ceguedad! ¿Quién contra el hombre
al hombre encarnizó?... Perdón, amigo,
perdón si en santa cólera me inflamo 175
contra ese azote carnicero, horrible
de la inocente humanidad. La patria
armó tu diestra del tajante acero
de tus progenitores, y a sus filos
su defensa, su honor, su gloria fía; 180
mas no te ofenda que el furor deteste
de la guerra insaciable. En sangre tintos,
en sangre fraternal los lauros veo
del tigre macedón: de sus victorias
no el himno infausto a mis oídos llega. 185
¿Y cómo ha de llegar? ¿Cómo, si en ellos
resuena el grito de cien mil familias
que en la orfandad o el cautiverio gimen?
   ¿Y tú le cantarás? Si acaso un tiempo
la belicosa trompa al labio aplicas, 190
solo para inflamar los pueblos suene
en santa indignación, si un nuevo Gengis
en su ambición insana más terrible
que en su cólera el mar cuando furioso
naves y chozas y naciones traga, 195
a tu patria dirige el cetro duro
con que hoy amaga audaz de los Triones
el remoto país; mas no con sangre
en guerra injusta y bárbara vertida
las cuerdas de tu cítara salpiques, 200
ni el triste objeto de tu canto sean
luto y dolor, asolación y estragos.
   Canta la dulce paz; canta a sus hijas
las artes bienhechoras, la abundancia
que ante su carro placentera ríe 205
su copia rica prodigando en torno,
la industria activa, y el comercio, y cuantas
ciencias y nobles máximas conducen
a suavizar el belicoso germen
que hoy despuebla los campos, convirtiendo 210
la culta Europa en horda de caribes.


ArribaAbajo

Epístola III (2)

Epístola dirigida al E. S. Conde de Haro animándole al ejercicio y buen uso de la poesía

                                  ArribaAbajoAquí do en calma y soledad dichosa
contento vivo y del afán y orgullo
en que las Cortes bulliciosas hierven
descansa el corazón; donde atrevido
ni el vicio corruptor desdeña al bueno 5           
ni el falso brillo del poder deslumbra;
plácida, oh Conde, a regalar mi oído
llegó tu Musa, y a sus tiernos ayes
con débil voz de fúnebre elegía
responde Duero, y con doliente lloro 10
sus desgreñadas Ninfas le acompañan.
Oyó de Antonio el nombre, oyó tus ecos,
que suspirando el céfiro difunde,
la selva, el prado; y por do quier unidos
los aires pueblan su loor y el tuyo. 15
   ¡Virtud, santa virtud! Sañuda en vano
su amarga hiel la Envidia ponzoñosa,
lanza en tu daño, y la Calumnia infame
ruge, y te acosa con feroz ladrido.
Tú de modestia y de candor armada, 20
cual tras lóbrega nube más brillante
derrama su fulgor el rey del día,
pura te ostentas, y los monstruos viles
pálidos huyen, y a tu luz se ocultan.
   ¡Feliz aquél a quien seguirla es dado, 25
y ensalzarla también! Su eterna antorcha
mostró luciente en su natal Sofía,
y las risueñas Musas le arrullaron.
Tu cuna, dulce amigo, cariñosas
mecer les plugo, y en el sacro fuego 30
benignas inflamarte, cuya llama
ni el tiempo ofusca, ni el poder consume,
y al templo augusto de la gloria guía.
Sigue su impulso fiel. Tu blanda lira
presta a la voz del bien cante oficiosa 35
loores del mortal que en ansia ardiendo
de la dicha común se afana y suda
por embotar las puntas aceradas
de los abrojos ásperos que cubren
la senda del vivir. Del juez que al oro 40
su faz negando y al soborno infame
la balanza de Astrea igual mantiene;
del que en tenaz vigilia desvelado
ocultas fuentes del saber descubre;
de la virtud en fin do quier brillare, 45
eterno galardón tu canto sea.
   Mas no ceñuda y rígida presumas
que el eco dulce del Amor desdeñe
la apacible virtud. Ella a sus juegos
benigna ríe y plácida le halaga. 50
¿Quién es el triste que a su blando impulso
nunca cedió? ¿Qué mármol de un hermosa
desconoció el poder? Canta a tu amada:
canta sin miedo su gentil donaire,
su tez de rosa y sus cabellos de oro. 55
Que yo en tu verso armónico la vea
batiendo el aire su cendal de nácar
correr, cual Ninfa, por la margen verde
del regio Manzanares. De sus ojos
tiemble la luz en las fugaces ondas, 60
y sacudiendo sus mojadas trenzas
oigan su voz las Náyades del río.
O bien tus tiernos cánticos escuche,
y una sonrisa de su linda boca
grata los pague y tímida suspire. 65
   No es un mal el amor. Otros agobian
a la doliente humanidad. El fraude,
la baja envidia, la ambición de honores,
el tiránico orgullo, y la rabiosa
sed de sangre... ¡Oh dolor! ¿Tiemblas, amigo? 70
¿Tiemblas? ¿Será que el insolente ceño
del vicio entronizado te intimide?
¡Nunca! Levanta el brazo: el duro azote
de acibarada sátira descarga,
y abate la cerviz que alzara impune 75
con audacia soez. Del mal letrado
a plaza saca la infernal madeja
en que ley y verdad envueltas gimen:
castiga el dolo con que mina astuta
pérfida seducción: arranca y huella 80
la máscara al hipócrita. Tu pluma
rompa de un rasgo el reforzado cofre
del ávido usurero, y el tesoro
que el crimen hacinó patente brille.
   No, empero, siempre mal y vicios veas, 85
amado Conde, ni en censor te erijas
acre, adusto, mordaz; ni la enojosa
pasión de deprimir tu pecho agríe.
Tal Celio con frenética manía
por negra lente el universo acecha: 90
todo a sus ojos es inicuo: en todo
voraz se ceba su canino diente:
do quier de la maldad descubre el sello;
y el gesto frunce, y vomitando hieles
el mundo atruena con gritar de arpía. 95
   Haz bien y canta el bien: Natura al hombre
para el hombre crió. No como clama
torva misantropía la inocencia,
el honor, la piedad del orbe huyeron.
Corre a buscarlas a las pobres chozas, 100
a los tranquilos campos, al humilde
taller del menestral. Bondad, ternura,
filial respeto, conyugal cariño,
ardiente caridad, temor sagrado,
y mil y mil ejemplos por do quiera 105
ledo hallarás en que feliz descanses
de la plaga de vicios que te acosa.
   Mas ya te oigo decir: ¿Dó están, amigo?
«¿Dónde? De la virtud la sombra veo:
sí: la sombra y no más». Cuando afanoso 110
por la ancha Libia el infeliz viajero
mares y mares de inflamada arena
huella anhelante y en sudor bañado,
con vista inquieta y trémula, de horrible
sed que le ahoga, por templar la hoguera, 115
fija angustiado al horizonte de oro
pidiéndole un raudal. Allá lejano
le descubre por fin; redobla ansioso
el paso y el tesón; se agita el triste;
y en vez del agua, que engañó sus ojos 120
le ciega el brillo de caliente mármol.
¿Qué hará? ¡Infeliz! De tanto afán rendido
se duerme al pie de la falaz cantera,
y frescos bosques, y risueñas fuentes
le ofrece el sueño plácido y le adula, 125
y aquel momento en la ilusión goza.
   Él tu norma será. Si el mal te aqueja
sueña al menos el bien: que al dios del Pindo
no plugo en vano electrizar tu frente
con la chispa inmortal que endiosa al vate, 130
feliz destello de su luz divina.
Si la fría razón de pies de plomo
entre escollos de error al hombre guía
con certero compás, tú sola sabes
fantasía atrevida, mundos nuevos 135
darle, y a su pesar impetuosa,
como torrente que feroz bramando
rocas y troncos y cabañas lleva,
del alta cumbre de Apenino, al centro
del mar y al carro de Flegón ardiente 140
llevarle a tu placer. Al grande Homero
¿qué pudo resistir? Con él recorro
los campos de filón, y entre la nube
de denso polvo los cabellos sigo
del implacable Aquiles, y al soberbio 145
Airón del casco que incesante ondea
tiemblo azorado y pálido: suspiro
con la mísera Andrómaca, y escucho
los estallantes látigos; el sordo
batallar de los héroes; el doliente 150
murmullo de Escamandro... ¿Y dónde, dónde
soberano cantor, la magia hallaste
que me arrebata así? ¿Quién los colores,
Milton sublime, y las etéreas luces,
con que el Arcángel esplendente brilla, 155
dio a tu pincel? ¿Cuál fuerza a los cerrojos
del malogrado Edén el diamantino
sello alzó para ti?... Tú sola sabes,
fantasía feliz, mil mundos nuevos
al hombre dar, y engrandecer su mente. 160
Suelta, no temas, las brillantes alas
a tu imaginación, y que otros orbes
de ventura y bondad fecunda cree,
donde el amable joven, que el impuro
soplo no encalleció de las maldades, 165
al amor de la paz y las virtudes
abra su corazón. Que allí no vea
del odioso interés, que al hombre aísla,
la ávida faz; ni el oropel del lujo,
como a cándido isleño le fascine, 170
ni de ambición frenética arrastrado,
a fuer de hiena por los campos corra
de humana sangre y destrucción sediento.
¡Oh ceguera infernal! ¿Quién contra el hombre
al hombre encarnizó? Perdón, amigo, 175
perdón, si en santa cólera me inflamo
contra ese azote carnicero, horrible,
de la inocente humanidad. La patria
armó tu diestra del tajante acero
de tus progenitores, y en sus filos 180
su defensa, su honor, su gloria fía;
mas no te ofenda que el furor deteste
de la guerra insaciable. En sangre tintos,
en sangre fraternal los lauros veo
del tigre macedón. De sus victorias 185
no el himno augusto a mis oídos llega.
Y ¿cómo ha de llegar? ¿Cómo, si en ellos
retumba el grito de cien mil familias
que en la orfandad y en la miseria lloran?
¿Y tú le cantarás?..................................... 190
..................................................................
solo para inflamar los pueblos suene
en santa indignación, si un Gengis nuevo
en su ambición insana más terrible,
que en su cólera el mar cuando furioso 195
naves, y gentes y naciones traga,
a tu patria volviere el cetro duro
con que hora oprime audaz de los Triones
el remoto país. Mas nunca en sangre,
en guerra injusta y bárbara vertida 200
las flores de tu cítara salpiques,
ni el triste objeto de tu canto sea
luto y dolor, asolación y muerte.
   Canta la dulce paz; canta a sus hijas
las artes bienhechoras: la abundancia 205
que ante su carro placentera ríe
su copia rica pródiga vertiendo:
el activo comercio ledo y libre
de las cadenas que a su cuello echara
la fatal desunión; y en pos la industria 210
sus caros hijos abrazando tierna
que de Belona el látigo sangriento
de su lado arrancó. Que así más timbres
tus versos te darán, que en doble escudo
de tu palacio el pórtico sustenta, 215
y ceñida la sien de lauro y rosas
mientras el astro de la luz brillare
del sacro monte habitarás la cumbre.


ArribaAbajo

Epístola IV

A doña Carmen Argote

                                  ArribaAbajoSeñora Carmen Argote,
vuestra epístola estimada
os deja purificada
desde la planta al cogote.
Mas para que nadie note 5           
que en esta u otra ocasión
pudiera yo sin razón
censurar a quien venero,
también sincerarme quiero
de una falsa imputación. 10
   Todo este cuento se funda
en haberme yo informado
si de vuestro esposo al lado
sufrís la santa coyunda.
Sin duda intención segunda 15
tuvo el que el chisme os llevó,
pues no os ofendiera yo
con cosa que así os aflige:
como pregunta lo dije,
pero como cargo no. 20
   La vejez o el desaliño
que de mí esconderos hace,
ni a mi razón satisface
ni tampoco a mi cariño,
¿pensáis que me han vuelto niño 25
los tres lustros de intermedio?
Temed más bien que os dé tedio
mi maltratada persona,
que si estáis vos cotorrona
yo estoy cotorrón y medio. 30
   Mas si receláis, señora,
que el diablo saque la pata
sin que borre lo beata
resabios de pecadora,
yo os afirmo desde ahora 35
que aunque el fomes natural
de la culpa original
tiene sugestiones raras,
podremos vernos las caras
sin ruina espiritual. 40
   De ese favor que en Sevilla
suponen, no hablemos nada;
que es cosa para tratada
despacio de silla a silla;
mas con la fe de Castilla 45
terminantemente os digo,
que si por dicha consigo
que alguna vez me ocupéis,
en mí siempre encontraréis
un buen servidor y amigo. 50


ArribaAbajo

Epístola V

Contestación a unos tercetos improvisados por varios amigos

1840

                                  ArribaAbajoRoca, Vega, Bretón, Díaz, Romea,
recibí vuestro métrico billete
de prisa escrito en reunión pimplea,
   donde a favor del dulce pajarete
y al retintín de la espumante copa 5           
hilvanabais tercetos siete a siete.
   ¡Triste de aquél que condenado a sopa
seráfica y al néctar de las fuentes,
puede solo sentir fuego de estopa!
   Tuve en verdad estímulos vehementes 10
de acrecentar la alegre compañía;
mas la lluvia sin fin cayó a torrentes,
   y fuerza fue del natalicio día,
entre memorias tristes y confusas
pasar solo la tarde oscura y fría. 15
   Más inflaman las mesas que las Musas,
aun cuando, al escribir, trémula mano
trace en lugar de letras semifusas;
   y no sé que tuviese el juicio sano
el que fingió disuelta en agua pura 20
la inspiración de Apolo soberano.
   Sube un pobrete, echando la asadura,
el Pindo arriba, ansioso de entusiasmo,
sudando el kilo por ganar la altura;
   ¿y no será rechifla y aun sarcasmo 25
que el dios le ofrezca un vaso de Hipocrene
que le corte el sudor y le dé un pasmo?
   Mejor quizá con la razón se aviene
de aquella chusma el delirar eterno
que con brujas y espectros se entretiene. 30
   Y atormentada de furor interno,
desdeñando el favor del sacro monte,
su aciaga inspiración pide al infierno.
   Mas yo me atengo al padre Anacreonte,
viejo tuno y maulón, que lo entendía 35
más que el cantor de Gama o Rodamonte,
   y con brindis de Chipre y Malvasía,
de las muchachas jónicas cercado,
calentaba su dulce poesía.
   Tendido sobre el césped de un collado 40
la cana sien de pámpanos corona
con la botella o el porrón al lado.
   Allí sus cantos báquicos entona,
a que, cual moscas a la miel, acude
de las ninfas la turba juguetona: 45
   a la que el beso o el pellizco elude,
y sorda a los halagos de su musa
de sus traviesos brazos se sacude,
   deponiendo el rabel, o cornamusa,
toma el porrón el viejo marrullero 50
y con un par de sorbos la engatusa.
   De tan sabia opinión os considero:
seguid del Teyo Anacreón las huellas
en prez y gloria del Parnaso ibero.
   Y aunque no os acaloren ninfas bellas 55
(más castos, sí bien jóvenes, que el viejo),
tomad el plectro y destripad botellas;
   que al dulce influjo del licor añejo
correrán vuestros versos, como ríos,
sembrados de agudezas y gracejo. 60
   En tanto yo, sin juventud, sin bríos,
¿qué gracias ¡pesia tal! queréis que siembre
en estos metros lánguidos y fríos,
   si a más del cierzo que corrió en septiembre,
contra mi buen humor veis conjurados 65
el hielo de mi edad y el de diciembre?
   Sólo a vosotros, jóvenes amados,
esperanza y honor de las Españas,
de Cintio y de Lieo acariciados,
   os toca difundir por las extrañas 70
el nombre de la patria, que os admira,
mientras envuelta en polvo y telarañas
descansa en un rincón mi pobre lira.


ArribaAbajo

Epístola VI

A don Juan Prim, Conde de Reus

1843

                                  ArribaAbajoYa dicen estos señores
que el turno me toca a mí,
señor don Juan, y allá voy,
aunque no sé qué decir.
Que eres valiente, se sabe 5           
del Ebro al Guadalquivir,
y antes de poco tu nombre
resonará hasta en Pekín.
Despacha pronto, y asoma
por las puertas de Madrid, 10
donde te esperan manolas
con pandero y tamboril.
Viéronte un tiempo asustadas
creyendo que el bravo Prim
era un catalán gigante, 15
de bigote tunecí,
hosco, negro, cejijunto,
con patillotas de crin,
pelos tiesos y erizados,
cual cerdas de jabalí. 20
Mil aspavientos hicieron
al mirar que no era así,
sino un joven agraciado,
con gesto de serafín,
menos parecido a Marte 25
que a Narciso o Adonís.
Su miedo se cambió entonces
en gracioso sonreír,
y sus vítores y vivas
rayaron en frenesí. 30
Vuelve pronto y las verás
despojar nardo y jazmín,
y a falta de otras coronas
las harán de perejil.


ArribaAbajo

Epístola VII

Epístola de Lady M*** a Lord N*** que la motejaba de insensible

Traducción

1845

                                  ArribaAbajoLa indiferencia fría
que tu festivo genio
me imputa, y la atribuyes
a un corazón de hielo,
   no, Milord, no procede 5           
de orgánico defecto,
de femenil empacho
ni escrúpulo molesto.
   Bien sé que amar es propio
de los humanos pechos, 10
y el mayo de la vida
fugaz y pasajero;
   que a veces por mis venas
corre la sangre hirviendo,
y en dulces ilusiones 15
enajenar me siento.
   Mas aunque al blando yugo
tendiera alegre el cuello,
a los amantes todos
los odio y los desprecio. 20
   Las artes abomino,
los falsos juramentos
y halagos con que triunfan
de nuestro flaco esfuerzo.
   Detesto sus engaños, 25
y en fin trocar no quiero
instantes de delirio
por siglos de tormento.
   Mas ¡ay! si aquel amante
que en deliciosos sueños 30
a mi agitada mente
presenta mi deseo,
   viese a mis pies rendido,
¡cuán presto ¡oh Dios! cuán presto
vieras de mi cordura 35
venir la torre al suelo!
   Un hombre en quien brillando
plácido y vivo ingenio
a un natural dichoso
preste realces bellos; 40
   que de falacias libre,
de vanidad ajeno,
el puro don me ofrezca
de un corazón sincero:
   que, hasta en amar prudente, 45
haga su triunfo eterno
huyendo cuidadoso
ridículos extremos.
   Festivo con decoro,
sin aspereza serio, 50
con las demás amable,
conmigo sola tierno:
   que en público ocultando
las ansias de su pecho,
sus ímpetus refrenen 55
los grillos del respeto.
   Bastará que furtivos
en oportuno encuentro,
sus ojos me retraten
su corazón entero. 60
   Mas cuando sin testigos
en escondido encierro
protejan nuestra llama
las alas del misterio,
   con expresivo labio 65
repítame te quiero;
repítalo diez veces
y escucharalo ciento.
   Entonces atrevido
sin sombra de recelo 70
a su pasión se entregue,
dé rienda a sus deseos.
   Reconvención ni queja
no tema por su exceso,
que amor cuando delira 75
dora sus propios yertos.
   Que nuestra fe asegure
contra el poder del tiempo
siendo mi fiel amigo,
mi guía y mi consejo: 80
   que adquieran con su trato
de mil encantos lleno
elevación mi mente,
nobleza mis afectos:
   que en él depositados 85
del alma los secretos,
redoble mis placeres
suavice mis tormentos.
   Depáreme el destino
tan anhelado objeto, 90
si tal por mi ventura
quiso criarle el cielo;
   verasme cómo ansiosa
amor y fe le ofrezco
impávida a los gritos 95
del vulgo vocinglero;
   y alegre hasta en las chozas
de solitario yermo,
será, mientras respire,
mi Dios y mi universo. 100
   Mas ya que el bien soñado
de mi ilusión no encuentro,
¿qué valen atractivos
ni gracias ni embelesos?
   Así su indiferencia 105
conservará mi pecho
sin que un suspiro solo
perturbe su sosiego.
   Déjame pues que mire
con risa o menosprecio 110
de insípidos amantes
el importuno cerco.
   Me cansan sus protestas,
sus frívolos esfuerzos,
y tedio al fin me inspira 115
el humo de su incienso.
   Otras habrá que acepten
su formulario obsequio,
y débiles o vanas
se inflamen en su fuego. 120
   La frágil caña dobla
del céfiro el aliento,
mas la robusta encina
burla su loco empeño.

Arriba