|
Oh tú el mejor de todos mis amigos, |
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que en medio de mil gustos y delicias |
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el pueblo del placer y de las letras |
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objetos de mis lágrimas habitas: |
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tú, querido Montano, cuya falta |
5 |
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la dura fuerza de mi mal duplica, |
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|
de mi mal, que fomenta a un tiempo mismo |
|
|
una serie de causas infinitas: |
|
|
tú que si alguna vez dichoso he sido, |
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|
testigo fuiste de mis breves dichas, |
10 |
|
|
y como amigo sin doblez ni engaños |
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|
en mi felicidad te complacías; |
|
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ten compasión, te ruego, de quien solo |
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el aire infecto del dolor respira, |
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desde que de su centro le sacaron, |
15 |
|
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y el triste suelo zamorano pisa. |
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|
Quién pudiera pensar, cuando en noviembre |
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|
con tanta pena y desazón partía, |
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y el deber me arrancó de entre los brazos |
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de la casi olvidada Loporiza |
20 |
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que antes de haber pasado cinco meses |
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tan duro y enojoso me sería |
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volver al pueblo cuya ausencia entonces |
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ahuyentó de mi rostro la sonrisa; |
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porque dejó a Zamora suspiraba |
25 |
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el que al presente porque está suspira, |
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|
mi esperanza, mi gozo era la vuelta, |
|
|
y ya es la vuelta mi mayor desdicha. |
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|
¡Oh, cómo a todas horas echo menos |
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|
la dulce libertad, tu compañía, |
30 |
|
|
y la de otras personas, cuyo trato |
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|
el mal humor rebate y dulcifica! |
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|
Nada me alegra en el lugar tedioso |
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do se empezaron a contar tus días |
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todo aumenta mi triste abatimiento, |
35 |
|
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y hace que el peso del dolor me oprima; |
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|
aquí las calles yermas, solitarias |
|
|
que cual desnudo páramo se miran; |
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|
y entre cuatro paredes encerrada |
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yace esta gente lúgubre y esquiva. |
40 |
|
|
No se percibe popular murmullo; |
|
|
solamente la fúnebre abubilla, |
|
|
desde el viejo morrión de Pedro Mato |
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|
nos anuncia de mayo la venida. |
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Valorio do la alegre primavera |
45 |
|
|
sus hechiceras gracias multiplica, |
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|
en vano serpentea y se engalana |
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|
para atraer la gente a sus orillas: |
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|
nadie sino los tiernos jilgueritos |
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goza del campo la simpar delicia: |
50 |
|
|
ni aquí temió jamás la humana planta |
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la amapola vistosa y encendida. |
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|
¡Qué inútiles suspiros ¡ay! me cuesta |
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el Rollo, do se ve todos los días |
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|
en más de mil objetos diferentes |
55 |
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|
el donaire y la gracia salmantina! |
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|
Pues con harto y penoso sentimiento |
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|
veo que el feliz tiempo se aproxima |
|
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en que con un sinfín de diversiones |
|
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se pasa en ésa la estación florida. |
60 |
|
|
Todas las tardes infinitas gentes |
|
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huellan la yerba, la muralla arriba, |
|
|
y en agradables juegos se recrean |
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tomando el fresco al declinar el día. |
|
|
Otros con algazara bulliciosa |
65 |
|
|
al Zurguén o al Otea se encaminan |
|
|
.......................................................... |
|
|
con su frescura y su verdor convidan. |
|
|
Entonces es cuando tranquilo el Tormes |
|
|
se goza ufano en sus hermosas hijas, |
70 |
|
|
que con suelta y airosa compostura |
|
|
la sal y el buen humor caracterizan. |
|
|
Llega la noche y las calladas horas |
|
|
que sólo a sueño y a descanso incitan |
|
|
vanse ligeras entre alegres danzas |
75 |
|
|
que el juvenil ardor y el gusto avivan. |
|
|
Así mil veces por las altas sierras |
|
|
las ve del nuevo sol la faz benigna, |
|
|
que el baile y el amor son las pasiones |
|
|
que juntas roban sus dichosos días. |
80 |
|
|
Dichoso tú también, Montano mío, |
|
|
que de tantos placeres participas, |
|
|
y gozas que es lo más, tranquilamente, |
|
|
de los blandos halagos de una amiga. |
|
|
Quiérela, y nunca dejes de quererla, |
85 |
|
|
pues ella es sola de tu afecto digna, |
|
|
tanto como eres digno del afecto |
|
|
que cuidadosamente te dedica. |
|
|
Y ya que mi desgracia irresistible |
|
|
de todo gusto y todo bien me priva, |
90 |
|
|
tenga al menos la dulce complacencia |
|
|
de que te adora y es correspondida. |
|
|
Sed felices los dos y tan felices |
|
|
que nada turbar pueda vuestra dicha, |
|
|
y cuanto me es adversa la fortuna |
105 |
|
|
tanto a vosotros muéstrese propicia. |
|
|
Derrame en fin el cielo mil venturas |
|
|
sobre entrambos; mas ruégoos que algún día |
|
|
dediquéis un momento a la memoria |
|
|
del que un mes hace sin cesar suspira. |
110 |
|
|
Tu hechicera beldad y tus virtudes |
|
|
aprecio más, bien mío, que la varia |
|
|
brillante perspectiva de los puestos, |
|
|
honras y gozos con que el mundo halaga. |
|
|
Sólo en tus brazos encontré la dicha; |
5 |
|
|
enlazado a tu cándida garganta |
|
|
de la felicidad hallé el resumen, |
|
|
y en divinos placeres me anegaba. |
|
|
Tres veces de la hermosa primavera |
|
|
nuestros amores vio la faz rosada, |
10 |
|
|
y tres veces en plácida sonrisa |
|
|
de mirto y flores nuestra sien ornara; |
|
|
mas la ausencia feroz, la ausencia impía |
|
|
te arrebató a mis ojos; ¡cuántas ansias, |
|
|
cuánto infortunio y eternal tormento |
15 |
|
|
hundió en mi corazón tu inútil marcha! |
|
|
Solo, asombrado, cual el triste búho, |
|
|
que asusta con su grito las montañas, |
|
|
por las orillas del undoso Duero |
|
|
corrí, llorando mi desdicha aciaga. |
20 |
|
|
Aquí y allí, confuso, extraviado |
|
|
con paso incierto y voz desentonada, |
|
|
de mi ciega pasión enloquecido, |
|
|
por mi Pradina al bosque preguntaba. |
|
|
Pradina, tristemente respondía |
25 |
|
|
el eco sordo de las peñas altas; |
|
|
y Pradina también allá en el río |
|
|
iba sonando entre las turbias aguas. |
|
|
Limpias ondas del Órbigo felice, |
|
|
que entre los olmos la mansión retrata, |
30 |
|
|
la fúnebre mansión que el dueño mío |
|
|
prefirió a mis caricias acendradas, |
|
|
volved atrás; decidle cuántas veces |
|
|
visteis de Duero la corriente brava, |
|
|
con mis copiosas lágrimas envuelta, |
35 |
|
|
turbar la vuestra cristalina y mansa; |
|
|
mientras Pradina con desdén injusto, |
|
|
en su grato retiro sosegada, |
|
|
sin más pensar en su infeliz amigo, |
|
|
las antiguas promesas olvidaba. |
40 |
|
|
Mas ¡ay! que el tiempo de quejarme es ido, |
|
|
Ya llanto eterno y soledad me aguardan; |
|
|
pues, para más dolor, no le ha quedado |
|
|
ni un quimérico apoyo a mi esperanza. |
|
|
Después que el orgulloso despotismo, |
45 |
|
|
o más bien tu tibieza y mi desgracia, |
|
|
la fúnebre barrera levantaron |
|
|
que a los dos para siempre nos separa, |
|
|
los campos atroné con mis querellas, |
|
|
desesperado y loco; vomitaba |
50 |
|
|
injurias mil contra los hombres todos, |
|
|
cual furioso volcán que airado brama; |
|
|
pero a esta furia impetuosa y ciega |
|
|
sucedió presto la terrible calma, |
|
|
en que mi corazón aletargado |
55 |
|
|
melancólicamente se anonada. |
|
|
Ya ni reír ni lastimarme puedo; |
|
|
expira el ¡ay! cobarde en la garganta, |
|
|
y el dolor todo, en mi interior sumido |
|
|
con callado puñal le despedaza. |
60 |
|
|
¡Cuanto tuve perdí! De tiempo en tiempo |
|
|
el bálsamo precioso de tus cartas, |
|
|
como en verano el húmedo rocío |
|
|
refresca las campiñas abrasadas, |
|
|
con delicioso y celestial influjo |
65 |
|
|
la activa fuerza de mi mal templaba; |
|
|
mas hoy desconocida me abandonas, |
|
|
y ves mi padecer y no le calmas. |
|
|
¡Ay! ¿Por qué tal rigor! ¿Es por ventura |
|
|
delito amar? ¿Es crimen la constancia? |
70 |
|
|
Ya que están nuestros cuerpos divididos |
|
|
¿querrás que se dividan nuestras almas? |
|
|
¿Han de olvidarse los ardientes votos, |
|
|
las firmes y dulcísimas palabras |
|
|
de un afecto sin fin, que a nuestro labio |
75 |
|
|
la fe sencilla y el amor dictaban? |
|
|
No sé, no sé, Pradina, si esta idea, |
|
|
esta atroz desunión tu gusto halaga |
|
|
o si presumes que el deber austero |
|
|
te impele riguroso a procurarla; |
80 |
|
|
pero entretanto que, a pesar del duro |
|
|
tormento que la abate y menoscaba, |
|
|
del sol hermoso la radiante lumbre |
|
|
mire, y fomente mi existencia amarga; |
|
|
ora logre feliz ver tu semblante, |
85 |
|
|
mansión de la belleza y de las gracias, |
|
|
ora infelice, de tu vista lejos, |
|
|
me separen incógnitas distancias; |
|
|
tuyo será mi corazón sincero, |
|
|
siempre abrasado en amorosa llama, |
90 |
|
|
y en él tu imagen y bondad sublime |
|
|
perpetuamente vivirán grabadas. |
|
|
Y si acaso mi musa lastimera, |
|
|
que hoy sólo sabe bosquejar mis ansias, |
|
|
en lúgubres endechas algún día |
95 |
|
|
con más osado vuelo se levanta, |
|
|
el nombre y la virtud de mi Pradina |
|
|
a extraños climas llevará la fama, |
|
|
y la historia fatal de mis amores |
|
|
vivirá eterna en las sensibles almas. |
100 |
|
|
Entonces a los jóvenes amantes, |
|
|
sobre el dulce regazo de su amada, |
|
|
arrancará tal vez algún suspiro |
|
|
la triste relación de mis desgracias. |
|
|
Bien que ya no serán tan insufribles |
105 |
|
|
si su recuerdo compasión te causa, |
|
|
y una lágrima sola derramares |
|
|
al recorrer las líneas de esta carta. |
|
Al Excmo. Sr. Conde de Haro, animándole al ejercicio y buen uso de la poesía
|
Aquí do vuelto a los maternos brazos |
|
|
vivo felice, y del tropel de afanes |
|
|
en que la corte bulliciosa hierve |
|
|
descansa el corazón; donde engañosos |
|
|
ni el oro corruptor pervierte al bueno, |
5 |
|
|
ni el falso brillo del poder deslumbra; |
|
|
plácida ¡oh Conde! a regalar mi oído |
|
|
llegó tu musa, y a sus tristes ayes |
|
|
con débil voz de fúnebre elegía |
|
|
responde Duero, y con doliente lloro |
10 |
|
|
desgreñadas sus ninfas le acompañan. |
|
|
Oyó de Antonio el nombre, oyó tus ecos, |
|
|
que suspirando el céfiro difunde, |
|
|
la selva, el prado, y por doquier unidos, |
|
|
los aires pueblan su loor y el tuyo. |
15 |
|
|
¡Virtud, santa virtud! Sañuda en vano |
|
|
su amarga hiel la envidia ponzoñosa |
|
|
lanza en tu daño, y la calumnia infame |
|
|
ruge y te acosa con feroz ladrido. |
|
|
Tú de modestia y de candor armada, |
20 |
|
|
cual tras lóbrega nube más brillante |
|
|
derrama su fulgor el rey del día, |
|
|
tu faz ostentas, y los monstruos viles |
|
|
pálidos huyen y a tu luz se ocultan. |
|
|
¡Feliz aquél a quien seguirla es dado, |
25 |
|
|
y ensalzarla también! Su eterna antorcha |
|
|
mostró luciente en su natal Sofía, |
|
|
y risueñas las Musas le arrullaron. |
|
|
Tu cuna, dulce amigo, cariñosas |
|
|
mecer les plugo, y en el sacro fuego |
30 |
|
|
benignas inflamarte, cuya llama |
|
|
ni el tiempo ofusca, ni el poder consume, |
|
|
y al templo augusto de la gloria guía. |
|
|
Sigue su impulso. Tu acento puro, |
|
|
debido a la verdad, nunca profane |
35 |
|
|
la torpe adulación. Del que inflamado |
|
|
de ardiente caridad se afana y suda |
|
|
por embotar las puntas aceradas |
|
|
de los abrojos ásperos que cubren |
|
|
la senda del vivir; del juez que, al oro |
40 |
|
|
la faz negando y al poder y al ruego, |
|
|
la balanza de Astrea igual mantiene; |
|
|
del que en tenaz vigilia desvelado |
|
|
ocultas fuentes del saber descubre; |
|
|
de la virtud, en Fin, do quier brillare, |
45 |
|
|
eterno galardón tu canto sea. |
|
|
Mas no ceñuda y rígida presumas |
|
|
que el eco dulce del amor desdeñe |
|
|
la apacible virtud: ella a sus juegos, |
|
|
si la inocencia y el pudor los guían, |
50 |
|
|
benigna ríe, y plácida le halaga. |
|
|
¿Quién es el triste que a su impulso blando |
|
|
nunca cedió? ¿Qué mármol de una hermosa |
|
|
desconoció el poder? Canta a tu amada; |
|
|
canta sin miedo su gentil donaire, |
55 |
|
|
su tez de rosa y sus cabellos de oro. |
|
|
Que yo en tu canto armónico la vea |
|
|
batiendo el aire su cendal de nácar, |
|
|
triscar, cual ninfa, por la margen verde |
|
|
del regio Manzanares: de sus ojos |
60 |
|
|
tiemble la luz en las fugaces ondas, |
|
|
y las húmedas trenzas sacudiendo |
|
|
oigan su voz las náyades del río: |
|
|
o bien tus tiernos cánticos aplauda, |
|
|
y una sonrisa de su linda boca |
65 |
|
|
grata los pague, o tímida suspire. |
|
|
No es un mal el amor. Otros agobian |
|
|
a la paciente humanidad: el fraude, |
|
|
la baja envidia, la impiedad horrible, |
|
|
el seco amor de sí, la fe violada, |
70 |
|
|
el tiránico orgullo, y la rabiosa |
|
|
sed de mando... ¡Oh dolor! ¿Tiemblas, amigo, |
|
|
tiemblas? ¿Será que el insolente ceño |
|
|
del vicio entronizado te intimide? |
|
|
¡Nunca! Levanta el brazo, el duro azote |
75 |
|
|
de la sangrienta sátira descarga, |
|
|
y abate la cerviz que alza impudente |
|
|
con desenfreno audaz. Que el mundo vea |
|
|
de la calumnia vil la oculta trama |
|
|
en que ley y verdad envueltas gimen; |
80 |
|
|
descubre el dolo con que mina astuta |
|
|
pérfida seducción; arranca y huella |
|
|
la máscara al hipócrita; tu pluma |
|
|
rompa de un rasgo el reforzado cofre |
|
|
del ávido usurero, y el tesoro |
85 |
|
|
que el crimen hacinó patente brille. |
|
|
No, empero, siempre mal y vicios veas, |
|
|
amado Conde, ni censor te ostentes |
|
|
acre, adusto, mordaz; ni la enojosa |
|
|
pasión de deprimir tu pecho agríe. |
90 |
|
|
Tal Fabio con frenética locura |
|
|
por negra lente el universo acecha: |
|
|
todo a sus ojos es inicuo; en todo |
|
|
voraz se ceba su canino diente; |
|
|
do quier de la maldad descubre el sello, |
95 |
|
|
y el gesto frunce, y vomitando hieles |
|
|
el mundo infama con gritar de arpía. |
|
|
Haz bien, y canta el bien. Al hombre el cielo |
|
|
para el hombre crió: que no, cual clama |
|
|
torva misantropía, la inocencia, |
100 |
|
|
el honor, la piedad del orbe huyeron; |
|
|
ni solo habitan los oscuros claustros, |
|
|
las pajizas cabañas, o el humilde |
|
|
taller del menestral. Dígnanse a veces |
|
|
de honrar pintados techos, y entre el brillo |
105 |
|
|
del oro y de los mármoles se hospedan. |
|
|
Mas ya te oigo decir: «¿Dó están, amigo, |
|
|
dónde? De la virtud la sombra veo: |
|
|
sí, la sombra, y no más». Cuando afanoso |
|
|
por la ancha Libia el infeliz viajante |
110 |
|
|
mares y mares de inflamada arena |
|
|
huella perdido y en sudor bañado, |
|
|
con vista inquieta y trémula, de horrible |
|
|
sed que le ahoga por templar la hoguera, |
|
|
mira angustiado el horizonte de oro |
115 |
|
|
pidiéndole un raudal; allá lejano |
|
|
le descubre a su ver; redobla ansioso |
|
|
el paso y el tesón; se afana el triste, |
|
|
y ve del agua la apariencia sola |
|
|
que al reflejo del sol le ofrece un mármol. |
120 |
|
|
¿Qué hará? ¡Infeliz! De su anhelar rendido |
|
|
junto a la roca aletargado cae, |
|
|
y frescos bosques y risueñas fuentes |
|
|
le brinda el sueño plácido y le adula, |
|
|
y aquel momento en la ilusión se goza. |
125 |
|
|
Él tu norma será. Si el mal te aqueja, |
|
|
sueña al menos el bien; que al dios del Pindo |
|
|
no plugo en vano electrizar tu frente |
|
|
con la chispa inmortal que endiosa al vate, |
|
|
feliz destello de su luz preclara. |
130 |
|
|
Si la fría razón de pies de plomo |
|
|
entre escollos de error al hombre guía |
|
|
con certero compás, tú sola sabes, |
|
|
osada fantasía, mundos nuevos |
|
|
darle, y a su pesar impetüosa, |
135 |
|
|
como torrente que feroz bramando |
|
|
rocas y troncos y cabañas lleva, |
|
|
de la alta cumbre de Apenino al centro |
|
|
del mar y al carro de Flegón ardiente |
|
|
llevarle a tu placer. Del grande Homero |
140 |
|
|
¿quién resiste a la voz? Con él recorro |
|
|
los campos de Dardania; entre la nube |
|
|
de polvo denso los caballos sigo |
|
|
del implacable Aquiles, y al soberbio |
|
|
Airón del casco que agitado ondea |
145 |
|
|
tiemblo azorado y pálido; suspiro |
|
|
con la mísera Andrómaca, y escucho |
|
|
los estallantes látigos, el sordo |
|
|
batallar de los héroes, el doliente |
|
|
murmullo de Escamandro... ¿Y dónde, dónde, |
150 |
|
|
soberano cantor, la magia hallaste |
|
|
que me arrebata así? ¿Quién los colores, |
|
|
Milton sublime, y las etéreas luces, |
|
|
con que el Arcángel esplendente brilla, |
|
|
dio a tu pincel? ¿Cuál fuerza a los cerrojos |
155 |
|
|
del malogrado Edén el diamantino |
|
|
sello alzó para ti? Tú sola sabes, |
|
|
fantasía feliz, mil mundos nuevos |
|
|
al hombre dar y engrandecer su mente. |
|
|
Suelta, no temas, las brillantes alas |
160 |
|
|
a tu imaginación, y nuevos orbes |
|
|
de ventura y bondad fecunda cree, |
|
|
donde el amable joven, que el impuro |
|
|
soplo no encalleció del vicio infame, |
|
|
al amor de la paz y las virtudes |
165 |
|
|
abra su corazón. Que allí no vea |
|
|
del odioso interés, que al hombre aísla, |
|
|
la ávida faz, ni el oropel del lujo |
|
|
como al indio salvaje le fascine, |
|
|
ni de ambición frenética arrastrado |
170 |
|
|
a fuer de hiena por los campos corra |
|
|
de humana sangre y destrucción sediento. |
|
|
¡Oh loca ceguedad! ¿Quién contra el hombre |
|
|
al hombre encarnizó?... Perdón, amigo, |
|
|
perdón si en santa cólera me inflamo |
175 |
|
|
contra ese azote carnicero, horrible |
|
|
de la inocente humanidad. La patria |
|
|
armó tu diestra del tajante acero |
|
|
de tus progenitores, y a sus filos |
|
|
su defensa, su honor, su gloria fía; |
180 |
|
|
mas no te ofenda que el furor deteste |
|
|
de la guerra insaciable. En sangre tintos, |
|
|
en sangre fraternal los lauros veo |
|
|
del tigre macedón: de sus victorias |
|
|
no el himno infausto a mis oídos llega. |
185 |
|
|
¿Y cómo ha de llegar? ¿Cómo, si en ellos |
|
|
resuena el grito de cien mil familias |
|
|
que en la orfandad o el cautiverio gimen? |
|
|
¿Y tú le cantarás? Si acaso un tiempo |
|
|
la belicosa trompa al labio aplicas, |
190 |
|
|
solo para inflamar los pueblos suene |
|
|
en santa indignación, si un nuevo Gengis |
|
|
en su ambición insana más terrible |
|
|
que en su cólera el mar cuando furioso |
|
|
naves y chozas y naciones traga, |
195 |
|
|
a tu patria dirige el cetro duro |
|
|
con que hoy amaga audaz de los Triones |
|
|
el remoto país; mas no con sangre |
|
|
en guerra injusta y bárbara vertida |
|
|
las cuerdas de tu cítara salpiques, |
200 |
|
|
ni el triste objeto de tu canto sean |
|
|
luto y dolor, asolación y estragos. |
|
|
Canta la dulce paz; canta a sus hijas |
|
|
las artes bienhechoras, la abundancia |
|
|
que ante su carro placentera ríe |
205 |
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su copia rica prodigando en torno, |
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la industria activa, y el comercio, y cuantas |
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ciencias y nobles máximas conducen |
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a suavizar el belicoso germen |
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que hoy despuebla los campos, convirtiendo |
210 |
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la culta Europa en horda de caribes. |
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Epístola dirigida al E. S. Conde de Haro animándole al ejercicio y buen uso de la
poesía
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Aquí do en calma y soledad dichosa |
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contento vivo y del afán y orgullo |
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en que las Cortes bulliciosas hierven |
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descansa el corazón; donde atrevido |
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ni el vicio corruptor desdeña al bueno |
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ni el falso brillo del poder deslumbra; |
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plácida, oh Conde, a regalar mi oído |
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llegó tu Musa, y a sus tiernos ayes |
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con débil voz de fúnebre elegía |
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responde Duero, y con doliente lloro |
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sus desgreñadas Ninfas le acompañan. |
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Oyó de Antonio el nombre, oyó tus ecos, |
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que suspirando el céfiro difunde, |
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la selva, el prado; y por do quier unidos |
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los aires pueblan su loor y el tuyo. |
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¡Virtud, santa virtud! Sañuda en vano |
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su amarga hiel la Envidia ponzoñosa, |
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lanza en tu daño, y la Calumnia infame |
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ruge, y te acosa con feroz ladrido. |
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Tú de modestia y de candor armada, |
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cual tras lóbrega nube más brillante |
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derrama su fulgor el rey del día, |
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pura te ostentas, y los monstruos viles |
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pálidos huyen, y a tu luz se ocultan. |
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¡Feliz aquél a quien seguirla es dado, |
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y ensalzarla también! Su eterna antorcha |
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mostró luciente en su natal Sofía, |
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y las risueñas Musas le arrullaron. |
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Tu cuna, dulce amigo, cariñosas |
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mecer les plugo, y en el sacro fuego |
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benignas inflamarte, cuya llama |
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ni el tiempo ofusca, ni el poder consume, |
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y al templo augusto de la gloria guía. |
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Sigue su impulso fiel. Tu blanda lira |
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presta a la voz del bien cante oficiosa |
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loores del mortal que en ansia ardiendo |
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de la dicha común se afana y suda |
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por embotar las puntas aceradas |
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de los abrojos ásperos que cubren |
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la senda del vivir. Del juez que al oro |
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su faz negando y al soborno infame |
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la balanza de Astrea igual mantiene; |
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del que en tenaz vigilia desvelado |
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ocultas fuentes del saber descubre; |
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de la virtud en fin do quier brillare, |
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eterno galardón tu canto sea. |
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Mas no ceñuda y rígida presumas |
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que el eco dulce del Amor desdeñe |
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la apacible virtud. Ella a sus juegos |
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benigna ríe y plácida le halaga. |
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¿Quién es el triste que a su blando impulso |
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nunca cedió? ¿Qué mármol de un hermosa |
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desconoció el poder? Canta a tu amada: |
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canta sin miedo su gentil donaire, |
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su tez de rosa y sus cabellos de oro. |
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Que yo en tu verso armónico la vea |
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batiendo el aire su cendal de nácar |
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correr, cual Ninfa, por la margen verde |
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del regio Manzanares. De sus ojos |
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tiemble la luz en las fugaces ondas, |
60 |
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y sacudiendo sus mojadas trenzas |
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oigan su voz las Náyades del río. |
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O bien tus tiernos cánticos escuche, |
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y una sonrisa de su linda boca |
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grata los pague y tímida suspire. |
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No es un mal el amor. Otros agobian |
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a la doliente humanidad. El fraude, |
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la baja envidia, la ambición de honores, |
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el tiránico orgullo, y la rabiosa |
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sed de sangre... ¡Oh dolor! ¿Tiemblas, amigo? |
70 |
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¿Tiemblas? ¿Será que el insolente ceño |
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del vicio entronizado te intimide? |
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¡Nunca! Levanta el brazo: el duro azote |
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de acibarada sátira descarga, |
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y abate la cerviz que alzara impune |
75 |
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con audacia soez. Del mal letrado |
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a plaza saca la infernal madeja |
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en que ley y verdad envueltas gimen: |
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castiga el dolo con que mina astuta |
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pérfida seducción: arranca y huella |
80 |
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la máscara al hipócrita. Tu pluma |
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rompa de un rasgo el reforzado cofre |
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del ávido usurero, y el tesoro |
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que el crimen hacinó patente brille. |
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No, empero, siempre mal y vicios veas, |
85 |
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amado Conde, ni en censor te erijas |
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acre, adusto, mordaz; ni la enojosa |
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pasión de deprimir tu pecho agríe. |
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Tal Celio con frenética manía |
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por negra lente el universo acecha: |
90 |
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todo a sus ojos es inicuo: en todo |
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voraz se ceba su canino diente: |
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do quier de la maldad descubre el sello; |
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y el gesto frunce, y vomitando hieles |
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el mundo atruena con gritar de arpía. |
95 |
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Haz bien y canta el bien: Natura al hombre |
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para el hombre crió. No como clama |
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torva misantropía la inocencia, |
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el honor, la piedad del orbe huyeron. |
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Corre a buscarlas a las pobres chozas, |
100 |
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a los tranquilos campos, al humilde |
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taller del menestral. Bondad, ternura, |
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filial respeto, conyugal cariño, |
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ardiente caridad, temor sagrado, |
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y mil y mil ejemplos por do quiera |
105 |
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ledo hallarás en que feliz descanses |
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de la plaga de vicios que te acosa. |
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Mas ya te oigo decir: ¿Dó están, amigo? |
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«¿Dónde? De la virtud la sombra veo: |
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sí: la sombra y no más». Cuando afanoso |
110 |
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por la ancha Libia el infeliz viajero |
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mares y mares de inflamada arena |
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huella anhelante y en sudor bañado, |
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con vista inquieta y trémula, de horrible |
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sed que le ahoga, por templar la hoguera, |
115 |
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fija angustiado al horizonte de oro |
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pidiéndole un raudal. Allá lejano |
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le descubre por fin; redobla ansioso |
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el paso y el tesón; se agita el triste; |
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y en vez del agua, que engañó sus ojos |
120 |
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le ciega el brillo de caliente mármol. |
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¿Qué hará? ¡Infeliz! De tanto afán rendido |
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se duerme al pie de la falaz cantera, |
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y frescos bosques, y risueñas fuentes |
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le ofrece el sueño plácido y le adula, |
125 |
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y aquel momento en la ilusión goza. |
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Él tu norma será. Si el mal te aqueja |
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sueña al menos el bien: que al dios del Pindo |
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no plugo en vano electrizar tu frente |
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con la chispa inmortal que endiosa al vate, |
130 |
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feliz destello de su luz divina. |
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Si la fría razón de pies de plomo |
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entre escollos de error al hombre guía |
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con certero compás, tú sola sabes |
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fantasía atrevida, mundos nuevos |
135 |
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darle, y a su pesar impetuosa, |
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como torrente que feroz bramando |
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rocas y troncos y cabañas lleva, |
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del alta cumbre de Apenino, al centro |
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del mar y al carro de Flegón ardiente |
140 |
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llevarle a tu placer. Al grande Homero |
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¿qué pudo resistir? Con él recorro |
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los campos de filón, y entre la nube |
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de denso polvo los cabellos sigo |
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del implacable Aquiles, y al soberbio |
145 |
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Airón del casco que incesante ondea |
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tiemblo azorado y pálido: suspiro |
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con la mísera Andrómaca, y escucho |
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los estallantes látigos; el sordo |
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batallar de los héroes; el doliente |
150 |
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murmullo de Escamandro... ¿Y dónde, dónde |
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soberano cantor, la magia hallaste |
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que me arrebata así? ¿Quién los colores, |
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Milton sublime, y las etéreas luces, |
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con que el Arcángel esplendente brilla, |
155 |
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|
dio a tu pincel? ¿Cuál fuerza a los cerrojos |
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del malogrado Edén el diamantino |
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sello alzó para ti?... Tú sola sabes, |
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fantasía feliz, mil mundos nuevos |
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al hombre dar, y engrandecer su mente. |
160 |
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|
Suelta, no temas, las brillantes alas |
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|
a tu imaginación, y que otros orbes |
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|
de ventura y bondad fecunda cree, |
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donde el amable joven, que el impuro |
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|
soplo no encalleció de las maldades, |
165 |
|
|
al amor de la paz y las virtudes |
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abra su corazón. Que allí no vea |
|
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del odioso interés, que al hombre aísla, |
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|
la ávida faz; ni el oropel del lujo, |
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|
como a cándido isleño le fascine, |
170 |
|
|
ni de ambición frenética arrastrado, |
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|
a fuer de hiena por los campos corra |
|
|
de humana sangre y destrucción sediento. |
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|
¡Oh ceguera infernal! ¿Quién contra el hombre |
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|
al hombre encarnizó? Perdón, amigo, |
175 |
|
|
perdón, si en santa cólera me inflamo |
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|
contra ese azote carnicero, horrible, |
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|
de la inocente humanidad. La patria |
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|
armó tu diestra del tajante acero |
|
|
de tus progenitores, y en sus filos |
180 |
|
|
su defensa, su honor, su gloria fía; |
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|
mas no te ofenda que el furor deteste |
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|
de la guerra insaciable. En sangre tintos, |
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|
en sangre fraternal los lauros veo |
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del tigre macedón. De sus victorias |
185 |
|
|
no el himno augusto a mis oídos llega. |
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|
Y ¿cómo ha de llegar? ¿Cómo, si en ellos |
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|
retumba el grito de cien mil familias |
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|
que en la orfandad y en la miseria lloran? |
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|
¿Y tú le cantarás?..................................... |
190 |
|
|
.................................................................. |
|
|
solo para inflamar los pueblos suene |
|
|
en santa indignación, si un Gengis nuevo |
|
|
en su ambición insana más terrible, |
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|
que en su cólera el mar cuando furioso |
195 |
|
|
naves, y gentes y naciones traga, |
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a tu patria volviere el cetro duro |
|
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con que hora oprime audaz de los Triones |
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el remoto país. Mas nunca en sangre, |
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|
en guerra injusta y bárbara vertida |
200 |
|
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las flores de tu cítara salpiques, |
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ni el triste objeto de tu canto sea |
|
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luto y dolor, asolación y muerte. |
|
|
Canta la dulce paz; canta a sus hijas |
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|
las artes bienhechoras: la abundancia |
205 |
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que ante su carro placentera ríe |
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su copia rica pródiga vertiendo: |
|
|
el activo comercio ledo y libre |
|
|
de las cadenas que a su cuello echara |
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la fatal desunión; y en pos la industria |
210 |
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|
sus caros hijos abrazando tierna |
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que de Belona el látigo sangriento |
|
|
de su lado arrancó. Que así más timbres |
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|
tus versos te darán, que en doble escudo |
|
|
de tu palacio el pórtico sustenta, |
215 |
|
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y ceñida la sien de lauro y rosas |
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|
mientras el astro de la luz brillare |
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|
del sacro monte habitarás la cumbre. |
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Roca, Vega, Bretón, Díaz, Romea, |
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|
recibí vuestro métrico billete |
|
|
de prisa escrito en reunión pimplea, |
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|
donde a favor del dulce pajarete |
|
|
y al retintín de la espumante copa |
5 |
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hilvanabais tercetos siete a siete. |
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¡Triste de aquél que condenado a sopa |
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seráfica y al néctar de las fuentes, |
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puede solo sentir fuego de estopa! |
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Tuve en verdad estímulos vehementes |
10 |
|
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de acrecentar la alegre compañía; |
|
|
mas la lluvia sin fin cayó a torrentes, |
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y fuerza fue del natalicio día, |
|
|
entre memorias tristes y confusas |
|
|
pasar solo la tarde oscura y fría. |
15 |
|
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Más inflaman las mesas que las Musas, |
|
|
aun cuando, al escribir, trémula mano |
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|
trace en lugar de letras semifusas; |
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y no sé que tuviese el juicio sano |
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el que fingió disuelta en agua pura |
20 |
|
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la inspiración de Apolo soberano. |
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Sube un pobrete, echando la asadura, |
|
|
el Pindo arriba, ansioso de entusiasmo, |
|
|
sudando el kilo por ganar la altura; |
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¿y no será rechifla y aun sarcasmo |
25 |
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que el dios le ofrezca un vaso de Hipocrene |
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que le corte el sudor y le dé un pasmo? |
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|
Mejor quizá con la razón se aviene |
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|
de aquella chusma el delirar eterno |
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que con brujas y espectros se entretiene. |
30 |
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Y atormentada de furor interno, |
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desdeñando el favor del sacro monte, |
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su aciaga inspiración pide al infierno. |
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Mas yo me atengo al padre Anacreonte, |
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viejo tuno y maulón, que lo entendía |
35 |
|
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más que el cantor de Gama o Rodamonte, |
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y con brindis de Chipre y Malvasía, |
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|
de las muchachas jónicas cercado, |
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calentaba su dulce poesía. |
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Tendido sobre el césped de un collado |
40 |
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la cana sien de pámpanos corona |
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con la botella o el porrón al lado. |
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|
Allí sus cantos báquicos entona, |
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a que, cual moscas a la miel, acude |
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de las ninfas la turba juguetona: |
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a la que el beso o el pellizco elude, |
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y sorda a los halagos de su musa |
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|
de sus traviesos brazos se sacude, |
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deponiendo el rabel, o cornamusa, |
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toma el porrón el viejo marrullero |
50 |
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y con un par de sorbos la engatusa. |
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De tan sabia opinión os considero: |
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seguid del Teyo Anacreón las huellas |
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en prez y gloria del Parnaso ibero. |
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Y aunque no os acaloren ninfas bellas |
55 |
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(más castos, sí bien jóvenes, que el viejo), |
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tomad el plectro y destripad botellas; |
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|
que al dulce influjo del licor añejo |
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correrán vuestros versos, como ríos, |
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sembrados de agudezas y gracejo. |
60 |
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En tanto yo, sin juventud, sin bríos, |
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¿qué gracias ¡pesia tal! queréis que siembre |
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en estos metros lánguidos y fríos, |
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si a más del cierzo que corrió en septiembre, |
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contra mi buen humor veis conjurados |
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el hielo de mi edad y el de diciembre? |
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Sólo a vosotros, jóvenes amados, |
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esperanza y honor de las Españas, |
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de Cintio y de Lieo acariciados, |
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|
os toca difundir por las extrañas |
70 |
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el nombre de la patria, que os admira, |
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|
mientras envuelta en polvo y telarañas |
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descansa en un rincón mi pobre lira. |
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