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- XXXVIII -

La amabilidad

En el álbum de la señorita doña Matilde Carondelet

1845, octubre

                                  ArribaAbajoSi del trato apacible la dulzura
no le presta las gracias que atesora,
sólo es, bella Matilde, la hermosura
apariencia fugaz, flor inodora.
Grata amabilidad, dulce ternura 5           
duplicando su fuerza seductora
con nuevo hechizo su poder aumentan
y su influencia mágica sustentan.


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- XXXIX -

La Última Cena

1848

                                  ArribaAbajoEl cordero pascual, sagrado emblema
de víctima suprema,
todo el pueblo judaico disponía,
mientras el verdadero
reparador y celestial Cordero 5           
al odio ciego la traición vendía.
   De derramar la sangre redentora
se aproxima la hora:
hora que al tiempo precedió en la mente
del Hacedor Eterno; 10
hora que con horror prevé el infierno,
y al cielo abisma en pasmo reverente.
   Mas en tanto la Víctima sublime,
cuya sangre redime
a un mundo criminal, y el fin espera 15
de su misión divina,
sus pasos al cenáculo encamina,
a celebrar la pascua postrimera.
   Doce varones son los que elegidos,
cual amigos queridos, 20
llama Jesús a su banquete augusto
y los que deben fieles
las penas compartir, duras, crueles,
que el cielo envía al corazón del justo.
   Doce apóstoles son, doce tan sólo, 25
y la traición y el dolo
al uno tornan pérfido enemigo,
que como vil serpiente
clavar intenta el venenoso diente
en aquel seno que le diera abrigo. 30
   El último es, que llega conturbado
al convite sagrado.
¡Vedle! De horror se eriza su cabello,
y en su mirada incierta,
y adusta faz de amarillez cubierta, 35
del crimen lleva el infamante Sello.
   Jesús, empero, con serena frente
le recibe clemente,
y al alma vil del criminal aterra
tan celestial dulzura, 40
imaginando en su mortal pavura
que bajo de sus pies se hunde la tierra.
   Y ¿será, oh Dios, tu mansedumbre tanta
que allí, a tu mesa santa,
el manjar gustará por ti bendito, 45
y llegará su boca
al borde mismo que tu labio toca,
y en que tu amor se ostentará infinito?
   ¡Oh! sí; miradle: de Jesús enfrente
se sienta el delincuente; 50
insólito temblor su cuerpo agita,
y con empeño vano
quiere encubrir bajo su helada mano
la maldición en su semblante escrita.
   Mirándole el Señor, busca benigno 55
algún dichoso signo
de sincero dolor, pues su presciencia
por su amor enmudece,
y ya el perdón en su mirada ofrece
al despertar de Judas la conciencia. 60
   «Uno me vende de vosotros», clama:
a tan inicua trama
llenos de horror su indignación reprimen;
mas el divino acento
excita sólo altivo atrevimiento 65
en el vil corazón que alberga al crimen.
   «¿Por ventura soy yo?», pregunta osado
el apóstol culpado;
y «tú lo has dicho», le responde Cristo:
«Con presto paso llega 70
mi tiempo ya; mas ¡ay de quien me entrega!
¡Feliz si nunca el sol hubiera visto!».
   Dice, y bajando la ínclita cabeza,
con piadosa tristeza
la infausta suerte del traidor deplora; 75
mientras su rabia excita
oculta voz con que incesante grita
a su oído Luzbel. «¡Marcha, Ya es hora!».
   Mas antes llega el venturoso instante
que el Salvador amante 80
previsto tiene para dar al mundo,
de admiración suspenso,
en alta prueba de poder inmenso,
perpetua prueba de su amor profundo.
   Tomando el pan en sus sagradas manos, 85
alza los soberanos
ojos al cielo con fervor divino,
y articula un acento
que trueca el pan en inmortal sustento,
y en néctar de los ángeles el vino. 90
   ¡Hecho inefable, que al empíreo asombra!
Quien prodigio le nombra
su excelsitud deprime y su grandeza:
ante el sublime arcano
anonadado yace el juicio humano, 95
y la razón proclama su flaqueza.
   ¡Mas quién, Señor, tu voluntad limita!
La Víctima infinita,
el Dios que el tiempo y el espacio mide,
el Rey de cielo y tierra: 100
todo ese cáliz misterioso encierra.
En ese Pan mi Redentor reside.
   ¡Oh de clemencia inescrutable abismo!
Así se ofrece Él mismo
dejando eterno en el linaje humano 105
su celestial convite,
y aun su Sangre santísima permite
que entre en el pecho del traidor villano.
   Ya instituido el Sacramento egregio,
de su atroz sacrilegio 110
se espanta Judas: ciego, fascinado,
huye en veloz carrera...
donde un cordel a su garganta espera,
premio final de su hórrido atentado.


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- XL -

Versos para el retrato de la Reina

                                  ArribaAbajoA par que al cielo por tu dicha implora,
su imagen fiel te ofrece enternecida
quien en su corazón la tuya adora
con indelebles rasgos esculpida.


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- XLI -

Versos para el retrato de la Infantita

                                  ArribaAbajoSi mueve mi retrato
blanda risa en tu labio placentero,
¿podré dudar, Señor, que admites grato
de tu dulce Isabel el don primero?


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- XLII -

A Dionisia Trespalacios en sus días

                                  ArribaAbajoHoy que en el fuego que en tus ojos brilla
con más placer tu madre se recrea,
escucha, Nise, la expresión sencilla
de quien tu dicha con ardor desea.
Pura, como el carmín de tu mejilla, 5           
fuerte como el peñón que nos rodea,
goces feliz tus años juveniles
y ofrézcante sus flores cien abriles.


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- XLIII -

A Florela

                                  ArribaAbajo¿Por qué, Florela, cuando yo te miro
cruel rechazas mis humildes ojos,
y el rostro vuelves con desdén y enojos,
por robarles la llama de su amor?
Remedio busco a tu desaire altivo 5           
y otras bellezas halla mi porfía;
errante voy en dulce compañía
entre caricias mísero amador.
   Fingidas son ¡ay infeliz! las glorias
si no las siente el pecho atribulado. 10
¿De qué me sirve cariñoso agrado
si el corazón cautivo me dejé?
Así tal vez los hijos del destierro
de las extrañas gentes acogidos,
por la patria lamentan con gemidos 15
y allí la muerte es premio de su fe.


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- XLIV -

Mis deseos

                                  ArribaAbajoQuieran los cielos que la ninfa bella
que hoy ofrece su cuello al dulce lazo,
nos dé un gracioso vástago como ella
que ya en abril sonría en su regazo:
y ambos esposos, por feliz estrella 5           
que así prolongue de su vida el plazo,
de amor, de dichas, de salud repletos
logren besar los nietos de sus nietos.


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- XLV -

En el álbum de doña Matilde Díez

                                  ArribaAbajoSi esas endechas frívolas, mezquinas
ecos un tiempo de mi lira humilde
las recitaras tú, bella Matilde,
en tus labios de miel fueran divinas.


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- XLVI -

En el álbum de don Adolfo de Quesada

                                  ArribaAbajoGran aparato,
regio salón,
turba brillante
me deslumbró
-¿Qué nos espera? 5           
-Noble función.
-¿Algún concierto?
-¿Qué? No, señor.
Es un cubano,
nuevo Anfión, 10
que toca el clave
con tal primor,
que a todos llena
de admiración,
porque es a veces 15
su pulsación,
dulce y meliflua
como acitrón
y a veces bronca
como un cañón. 20
Ya de sus teclas
nace un temblor
que nos domina,
y hacen cló, cló
las entretelas 25
del corazón:
lágrimas corren
de dos en dos.
Mas otras veces
¡válgame Dios! 30
ya no es un piano,
que es un furgón,
una borrasca
que causa horror.
Fusas confusas, 35
¡qué me sé yo!
estrepitosas
como un trombón.
-Es un asombro,
y a fe que si hoy 40
no me avisaran
fuera un dolor.
-Pues, amiguito,
quédate a Dios,
que a mí me cansa 45
re, mi, fa, sol.


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- XLVI (2)-

                                  ArribaAbajoGran aparato,
regio salón,
turba brillante
me deslumbró...
¿Qué nos espera? 5           
Noble función.
¿Algún concierto?
¿Qué? No, señor.
Es un cubano,
nuevo Anfión, 10
que toca el clave
con tal primor,
que a todos llena
de admiración.
Dulce es a veces 15
su pulsación,
y a veces bronca
como un cañón.
De la primera
nace un temblor 20
que nos domina
y hacen clocló
las entretelas
del corazón.
De la segunda 25
¡válgame Dios!
ya no es piano,
es un furor,
una borrasca
que causa horror, 30
fusas, corcheas,
¿qué me sé yo?
se oyen a cientos
sin ton ni son,
estrepitosas 35
como un trombón,
ásperas, duras,
más que un fagot.
Es un asombro,
y a fe que si hoy 40
no me avisaran
fuera un dolor.
Pues, amiguito,
quédate a Dios,
que yo no quiero 45
re, mi, fa, sol,
desde que Liszt
me entonteció.


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Poemas de Osián traducidos



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Minona

                               Vos quoque qui fortes animos, belloque peremptos,
laudibus in longum vates diffunditis aevum
plurima securi fudistis carmina Bardi.
Luc. Phars. Lib, I
                                  ArribaAbajoDe Letmon el alcázar ocultaba
la oscuridad: callada y macilenta
junto al ocaso la ofuscada luna
con vacilante luz brillaba apenas,
y el viento mugidor de media noche 5           
silbaba por los llanos y las selvas;
al tiempo que Esvarán, enamorado,
de su Minona a la mansión se acerca.
Mas ¡qué silencio lúgubre la habita!
El sueño ocupa las altivas peñas, 10
los aires y las ondas: todo duerme,
y la voz de su amante no resuena
del héroe inquieto en el atento oído.
«¿Qué haces, bien mío? ¿Qué desgracia nueva,
qué obstáculo te oculta de mis ojos? 15
¿De aquel terrible instante no te acuerdas,
terrible instante y delicioso a un tiempo,
en que el honor mandó que las soberbias
olas del mar de Inístora cruzase?
¡Cuál te quejabas de la suerte adversa! 20
Yo, yo vi palpitar tu seno hermoso
de ternura y horror; te vi deshecha
en lágrimas amargas al partirme;
con voz desfallecida tus querellas,
tu angustia y tu pasión manifestabas... 25
¡y hoy no te veo celebrar mi vuelta!».
   Dijo, y halló del lóbrego palacio
los pórticos abiertos: de hojas secas
regados se miraban los umbrales,
y el noto por las bóvedas desiertas, 30
sonando triste con lejanos ecos,
gritos despide y dolorosas quejas.
Crece la oscuridad: sobre la roca
suspenso y melancólico se sienta
Esvarán infeliz; negros anuncios 35
a su agitada mente se presentan,
y entre proyectos lúgubres confuso
su corazón zozobra, y titubea.
Viene entretanto a duplicar el sueño
el horror insufrible de sus penas, 40
y tres veces su espíritu angustiado
espantosos agüeros amedrentan.
Su adorada Minona se aparece,
de una nube de lágrimas cubierta
su vista celestial, del negro pelo 45
revuelve el aire la gentil madeja,
y el tierno pecho de alabastro tiñe
un copioso raudal de sangre espesa.
«¿Será, será posible que mi amante
sobre la cima de un peñasco duerma, 50
mientras que su Minona idolatrada,
a quien dio de cariño tantas pruebas,
su brazo protector, su ayuda implora
con lamentos inútiles? ¡Despierta,
levántate, Esvarán! Las ondas bravas 55
del mar furioso a Tromatón rodean:
allí, de horror y de aflicción cercada,
gimo en el centro de una oscura cueva,
imagen de los pálidos sepulcros.
A la ciega pasión tu amante expuesta 60
del cruel Duromat, que así me tiene...
Corre a librarme de su infiel cadena».
   El viento cruje en las espesas ramas:
la sombra amable escápase ligera
como veloz relámpago: aterrado 65
vuelve Esvarán del sueño con presteza;
y blandiendo furioso el ancho acero,
hiende con él los aires y la niebla.
Los ojos clava en el oriente oscuro,
maldiciendo del alba la pereza... 70
Dora por fin su luz el alto cielo,
y del héroe de Inístora las velas
dividen ya las ondas espumosas.
El rey del día por la vez tercera
con sus doradas armas aparece; 75
cuando el fuerte Esvarán con vista inquieta
descubre a Tromatón, que en los cristales
del azulado mar se balancea.
Minona de sus males agobiada,
suspirando en la próxima ribera, 80
ve llegar a su amante; de sus armas
la turba el relumbrar, y la vergüenza
y el amable pudor la sobrecogen:
fija los ojos en la blanca arena,
y un torrente de lágrimas despide. 85
«¿De qué mi amante se acobarda y tiembla?
dijo Esvarán, ¿mi rostro por ventura
la muerte o el desprecio te presentan?
¿No eres el astro, cuya luz brillante
mis pasos guía en tan lejana tierra? 90
Si algún infame tu aflicción motiva,
yo su maldad castigaré: no temas,
pues ya impaciente la atrevida espada
se estremece colérica en mi diestra.
Responde, hija de Anir, ¿no ves mi llanto?». 95
 
MINONA
   «¡Ay! ¿por qué no fui yo como la tierna
flor de los escondidos matorrales,
que nace y muere oculta entre las peñas!
No bien he visto desplegar su manto
a la fugaz y fértil primavera 100
dieciséis veces en los bosques nuestros,
cuando ya de la tumba macilenta
se abre para tragarme el hondo abismo.
¡Oh pesar roedor! ¿Habrá en la tierra
héroe que llore sobre mis cenizas! 105
Tal vez, tal vez de mis atroces penas
y mi arrepentimiento, conmovido
podrá ser que mi amante compadezca
mi involuntario crimen, y me llore
en el silencio de la noche negra». 110
 
ESVARÁN
   «No te abatas así, que en el momento
dejaré tu venganza satisfecha.
¿Dónde el traidor está? Cierta es su muerte,
mas si mi brazo lánguido me niega
de tu infame raptor el vencimiento, 115
cuida, mi dulce amor, de que no muera
a par de tu Esvarán la gloria suya;
mi tumba erige en la escarpada breña;
da mi acero a los hijos de los mares,
cuando el velamen de un esquife veas, 120
y que al lloroso Coldanar le lleven.
Con eso ya en las ondas turbulentas
no fijará la vista el triste anciano,
ni con zozobra esperará mi vuelta».
 
MINONA
   «¿Y juzgas tú que en ánimo me excedes? 125
A perecer contigo estoy resuelta.
Los dos en un sepulcro dormiremos,
que no es mi corazón de dura piedra,
ni a las olas imita el alma mía,
que ora las hinche la borrasca horrenda, 130
ora la sesga calma las arrulle,
se deslizan con fría indiferencia
entre sañudos y ásperos escollos.
Sí, querido Esvarán. La misma flecha
hiera mi corazón, rival del tuyo. 135
¡Isla de Tromatón, isla funesta!
Ya por desdicha a la infeliz Minona
dejar no es dado tus atroces selvas.
Era mi hermano a guerrear partido
a remoto país: en triste vela 140
quedé yo sola en mi desierto alcázar,
y el negro precursor de la tormenta,
el ábrego, rugía sordamente
en los altos abetos, cuando suena
súbito choque de aceradas armas: 145
el hierro da en el hierro, y oigo cerca
de los fogosos potros el relincho...
La más dulce esperanza se apodera
en aquel punto de mi pecho ansioso:
«¡Oh mi guerrero amado! puedan, puedan 150
verte mis ojos»... Salgo: el espantoso
Duromat a mi vista se presenta,
tinta en la sangre su feroz cuchilla
de mis fieles amigos. Sin clemencia
me arrebata, desprecia mis lamentos, 155
y desmayada a su bajel me lleva...
¿Qué pudo hacer Minona delicada?
En vano te llamé... Mas ¡ay! que llega
dividiendo los mares inflamado.
¿No ves, no ves allí su flota inmensa? 160
Huye, infeliz, del bárbaro tirano».
 
ESVARÁN
   «¡Que huya, me dices! ¡Que tu amante ceda
sin combatir el triunfo! Salga, salga
del borrascoso mar a la ribera,
y verasle a mis plantas derribado. 165
No conozco el temor. En esa cueva
quedarte puedes retirada en tanto.
Y vosotros, amigos, de mi adversa
y mi próspera suerte compañeros,
la muerte en vuestras rápidas saetas 170
vuele, y ese traidor su culpa expíe».
   Dice, y Minona en la cavada peña
corre a ocultarse. En su turbado seno
los suspiros abisma la sorpresa,
y el pálido color de su semblante 175
en agradable púrpura se trueca,
cual luciente relámpago extendido
que entre las sombras fúnebres serpea.
Duromat entretanto se aproxima
con presto pie: la cólera sangrienta 180
le arruga y tuerce el formidable gesto,
y bajo el arco de las hoscas cejas,
los torvos ojos que la muerte anuncian
revuelve ardiendo en saña carnicera.
«Extranjeros, les grita, ¿de los vientos 185
os arrojó a esta playa la violencia?
¿O presumís tal vez osadamente
sacar de entre mis brazos la belleza
que yo cautiva en mis palacios guardo?
Minona es de mi reino clara estrella 190
¿quieres, débil rival, privarme de ella?
Si tal es tu intención, ¿juzgas acaso
volver seguro a la mansión paterna?»
 
ESVARÁN
   «¿De Coldanar al hijo has olvidado? 195
¿Ni de aquel día, Duromat, te acuerdas
en que medroso de mi espada huías,
como entre matas y escarpadas breñas
huye del lobo el tímido cabrito?
En vano mil soldados te rodean: 200
pronto de Anir ocupará las torres
mi amante, libre de tu infiel cadena».
   Dice, y le ataca cual ligero rayo.
Con sus escuadras Duromat se mezcla,
cobarde huyendo, y Esvarán le alcanza. 205
Ya sus entrañas con furor penetra
el asta vengativa, y un arroyo
corre de sangre por la hollada arena.
A su aspecto los débiles guerreros
por la playa gritando se dispersan: 210
el resto ahuyentan de Morvén los dardos,
y libre el campo de enemigos queda.
Entonces Esvarán sin detenerse
hacia la gruta de Minona vuela.
Mas ¡qué objeto infeliz sus ojos miran! 215
Tendido un joven mísero se queja,
en cuyo pecho penetrante herida
cubre de sangre la arenosa tierra.
Traspasado Esvarán de sus sollozos
le ofrece humano la amistosa diestra, 220
y así le dice en tono compasivo:
«Con mi favor y mis auxilios cuenta,
incógnito soldado, y tus lamentos
acalle la esperanza lisonjera.
Yo conozco las plantas saludables, 225
y su virtud benéfica y secreta
probé mil veces en guerreros varios,
siendo su gratitud la recompensa
más dulce para mí. ¡Quién, ay, dichoso
mitigar, joven, tu dolor pudiera! 230
Reyes sin duda tus mayores fueron:
¿Qué clima vio tus ínclitas proezas?».
«Sí, le responde: célebres han sido
mis abuelos; mas ¡ay! ¡será que sientan
y lloren sin rubor mi desventura! 235
Mi gloria se deshizo en estas yermas
y fatales campiñas, como suele
de luz un rayo disipar la niebla.
A orillas de Dourana, sobre rocas,
se ve un palacio antiguo en la eminencia, 240
de lúgubres abetos rodeado:
sus torres melancólicas reflejan
las turbias aguas que a sus plantas corren:
mi hermano allí con inquietud me espera.
Dale noticia de mi infausta muerte, 245
y mi celada sin tardar le entrega».
   Dice. Esvarán absorto y conmovido...
Minona... ¡Duro instante!... en su caverna
tomó las duras armas, y valiente
lidiando estuvo en la cruel pelea. 250
 
MINONA
   «Hijo de Coldanar, dulce amor mío,
no hay que abatirse a débiles flaquezas,
le dice, ya la muerte inexorable
se va extendiendo por mis mustias venas.
Soy indigna, lo sé, de tu ternura, 255
mas recibe mis voces postrimeras.
Mi desgraciada juventud ha sido
combatida de bárbaras tormentas.
¡Quién dentro de los muros de Dourana
quedado hubiese en la mansión paterna! 260
Anir al menos de mi amor en pago
a la feliz Minona bendijera».
   Dijo y murió. Su exánime cadáver
hundió Esvarán en la morada estrecha,
donde tres veces el señor del día 265
le halló vertiendo lágrimas acerbas.
Mas llevole a países diferentes
el imperioso grito de la guerra:
volvió a Morvén, y su aflicción notamos.
Yo canté de Minona la belleza, 270
y lució entonces en su triste pecho
de alegría una ráfaga ligera;
pero la agitación y los suspiros
daban de su pesar constantes señas.
Así, cuando la calma bienhechora 275
y el nuevo sol los cielos hermosean,
relámpagos que brillan a lo lejos
la pasada borrasca nos recuerdan.


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- II -

Temora

CANTO I

                                  ArribaAbajoRayaba el día: sus azules ondas
el mar de Ulín tranquilo paseaba
bajo el ala del céfiro: las cumbres
empezaba a dorar de las montañas
la luz primera; su melena espesa 5           
ya sacudían las encinas altas;
y allá en los cielos rápida tendía
el águila caudal sus prestas alas;
cuando en un valle estrecho y apacible,
que un arroyuelo bullicioso baña, 10
y orgullosos dominan dos collados,
de do robustos pinos se abalanzan,
con hosca vista Caïrbar inquieto,
cual sombra huida de la negra estancia,
de sus remordimientos destrozado, 15
triste, afligido y pálido velaba.
Ante sus turbios ojos se presenta
la imagen de Cormac desfigurada,
más sutil que los soplos de favonio,
que apenas mueven las serenas aguas. 20
Las heridas profundas y crueles
que vilmente le dio, sangre brotaban,
y el callado rumor con que le acusa,
al asesino asusta y acobarda.
En vano el rey de Athá yerto, asombrado, 25
rechazar quiere la feroz fantasma;
furioso agita el brazo de gigante,
y con trémula voz su gente llama.
Ya todos sus soldados le rodean
en confuso tropel, y en las cercanas 30
selvas el eco a su clamor responde.
Clonor, Dunscar valientes le acompañan,
y el querido de tantas hermosuras,
el joven Hidalán. Cormac la osada
frente en el yelmo pavonado esconde, 35
de gesto atroz y vista sanguinaria,
pero no tan feroz cual la de Malthos.
A su lado Foldat, cuyas palabras
dicta el duro desprecio, de destrozos
sediento, blande la terrible lanza. 40
Otros muchos famosos capitanes
estaban con su rey, cuando en la playa
vieron venir a Moranán corriendo,
mustio, azorado, y seca la garganta.
   «¡Cómo!, dice: ¿es posible que a mi vuelta 45
halle de Erín en perezosa calma,
como la selva al declinar el día,
reposando el ejército? Las armas
prevenid, que Fingal la costa ocupa,
y es tan veloz, tan rápida su marcha, 50
que el ojo apenas distinguir consigue
de sus tropas el giro. Su muralla
mil batallones son, que rige diestro».
   «¿Le has visto, dime?, Caïrbar le ataja.
¿Vienen precipitados sus guerreros 55
como torrente que espumoso brama
y hace temblar hinchado la ribera?
¿La pica de la lid blande y levanta
contra nosotros, o pretende acaso
que la paz señoree estas comarcas?». 60
   «No: que en su mano vi de los combates
la lanza fuerte: corpulenta espanta
su voz, igual al trueno, y aunque viejo,
no le ha robado el tiempo la pujanza,
de que su propio corazón se asusta. 65
Al lado pende la fatal espada,
en cuyo filo está la muerte fiera.
Osián famoso por la voz y el arpa,
y el hijo de Morní, que a tantos reyes
funesto ha sido, juntos se adelantan 70
con el anciano intrépido. Dermidio
y el ligero Conal los acompañan.
Allí también Fillán el arco vibra...
¿Más quién al joven valeroso iguala,
al hijo de Osián, héroe atrevido, 75
que el reposo aborrece? Óscar se llama.
Como tarde serena o luminoso
lucero brilla su esplendente cara:
los cabellos que el céfiro revuelve
sueltos ondean por la hermosa espalda, 80
y al asentar el pie, las armas crujen.
De oro resplandeciente, su coraza
rayos despide: me aterró su vista,
y huyendo vine con veloces plantas».
   «¿Qué indigno sobresalto te estremece?, 85
dijo Foldat colérico. ¡Ea!, marcha
a ocultar tu medrosa cobardía,
hijo de la molicie, entre las matas
que cercan tus arroyos. ¿Por ventura
con ese Óscar, que tímido agigantas, 90
no he combatido ya? ¿Juzgas acaso
que le teme Foldat, porque dimana
de tantos héroes y valiente sea?
Al punto, Caïbar, si tú lo mandas,
cumpliré mis deseos, y al torrente 95
fogoso me opondré que nos amaga.
Bien conoces mi brío, y si mi pica
la mueve el viento como débil caña».
   «¡Y qué!, responde Malthos prontamente.
¿Irá solo Foldat a la batalla? 100
¿Desconoce el peligro, o no se acuerda
que turbulento el mar en estas playas
ha las valientes tropas vomitado,
de cuyos jefes la atrevida espada
al vencedor de Erín, a Esvarán mismo 105
le dio muerte cruel? Tu triunfo canta,
presumido Foldat, que yo de lejos
celebraré tu gloria. Ni me faltan
derechos que oponer: mas solamente
al bardo toca hablar de mis hazañas». 110
   «Dejad, guerreros, frívolas disputas,
o temed que Fingal llegue a escucharlas,
dijo el sabio Catol. Y si, vencido,
queréis que en la vejez llore la infausta
pérdida de su lustre, en insultaros 115
el tiempo no perdáis, y sin tardanza
bajo el pendón de Erín id a esperarle».
 
   Cual en la cumbre de Cronlá escarpada
la tenebrosa tempestad se forma
lentamente, una luz trémula y parda 120
los valles ilumina; los peñascos
el rayo en breve con horror quebranta;
de medrosos relámpagos ceñidas
allá en el aire las sañudas almas
sobre los vientos rápidas se cruzan, 125
y sus carros se encuentran y restallan:
tal Caïrbar en lúgubre silencio
mil proyectos revuelve de venganza
dentro del pecho oscuro: y de repente
preparar un festín tranquilo manda. 130
   «Comenzad vuestro canto, bardos míos,
dulce y armonioso: reinar haga
el placer en mi ejército este día,
y el venidero se desplegue, y caiga
la muerte y el terror sobre el contrario. 135
Degal, recibe de tu rey el arpa,
y dile a Óscar que a mi festín asista.
Mis guerreros aplauden sus hazañas,
y yo aprecio su gloria y su renombre.
Sé, sin embargo, que mordaz propaga, 140
faltando a mi respeto, indignas voces,
con que de mi valor el brillo empaña,
y de Cormac la muerte me acumula.
Pero su sangre lavará mañana
la ofensa mía». Dijo: y al oírle 145
gritos mil a los cielos se levantan.
 
   Nosotros entretanto, sorprendidos
del alboroto y alegría extraña
presumimos que el rey menos airado
la vuelta de su hermano celebraba. 150
Entrambos alimentan en sus venas
ilustre sangre de inmortal prosapia;
mas, ¡cuánto en el carácter y virtudes
los dos se diferencian! Era el alma
del feroz Caïrbar profunda noche; 155
y alegre y deliciosa madrugada
la del dulce Catmor. Bajo sus leyes
Athá de paz felice disfrutaba.
A su inmenso palacio conducían
siete caminos: siete torres altas 160
coronaban su cima, y a los hijos
del mar tempestuoso, que a las varias
y magníficas fiestas concurrían,
siete nobles con pompa cortejaban.
Degal convida a Óscar. Armado parte 165
mi buen hijo; trescientos le acompañan
intrépidos guerreros, y en el llano
ante él los dogos juguetones saltan.
Fingal, que al falso Caïrbar conoce
y recela funestas asechanzas, 170
al héroe de Morvén con vista inquieta
sigue de lejos, que veloz se aparta.
 
   Al acercarse Óscar las arpas ciento
trémulas suenan; sus loores cantan
los cien bardos de Erín: su gallardía 175
a todos embelesa y arrebata,
y en los ojos de jefes y soldados
la imagen del placer se vio pintada,
cual de la luna el moribundo rayo
presta a ocultarse entre las nubes pardas. 180
En esto Caïrbar que de improviso
en la mano de Óscar lucir el asta
vio de Cormac, con hórrido entrecejo
la frente arruga: cesan las cien arpas,
y el bullicioso júbilo enmudece; 185
solamente a lo lejos se escuchaban
himnos de muerte, que Degal entona.
Ya mi querido Óscar el fin presagia
de este acaso fatal; pero inmutable
ni multitud ni fuerzas le acobardan. 190
   «Dame, le dice el rey, la aguda pica,
gloria de mi palacio, y muerte infausta
de los guerreros todos. Mis abuelos
en la sangrienta lid la enarbolaban».
   «¿Quién? ¿Yo?, responde el héroe. ¡Yo, cobarde, 195
siendo don de Cormac, ceder su lanza!
¿Tan débil es el brazo que la rige?
¿Qué me puede importar tu altiva rabia,
ni el eco de tu cántico asesino?
¿Me ves temblar al ruido de tus armas? 200
¿O por ventura que he de ser presumes
juguete yo de tus inicuas tramas?
El vil tiemble a tu cólera y se esconda,
que Óscar es un peñasco y no le espanta».
   «Hijo de Osián, tus amenazas cesen. 205
¿Te ha inspirado Fingal la loca audacia
y orgullosa altivez con que respondes?
Venga ese viejo, rey de cien montañas
hecho a embestir cobardes enemigos,
y así disiparé su gloria vana, 210
cual suele el sol desvanecer la niebla».
   «Verdugo de Cormac, si se humillara
Fingal a combatirte, de tu reino
señor sería. Sus honrosas canas
venera humilde. De esplendor colmado 215
bajo sus estandartes las extrañas
y las propias naciones le respetan.
Tu necio insulto sobre mí recaiga,
pues que de entrambos es igual el brío».
   La fiesta cesa: todos se levantan, 220
presto se visten la acerada cota,
y arremeten a Óscar...
 
                             ¿Por qué derraman,
dulce Malvina, lágrimas tus ojos?
El rostro enjuga y la fatiga calma.
Es verdad que el destino inexorable 225
su esfuerzo burlará con tu esperanza;
pero antes de morir dará la muerte.
Ya cien héroes tendidos a sus plantas
se miran: Conacar sus ojos cierra
en sueño eterno; y con mortales ansias 230
Clotal nada en su sangre, y se revuelca.
Al verle, Caïrbar ardiendo en saña
tras una roca pérfido se oculta,
y allí la vista con temor clavada
en mi adorado Óscar, le hiere al paso. 235
Penetra el crudo hierro en sus entrañas,
y un punto titubea: pero en breve
más ligero que el rayo se levanta
y de un revés la bárbara cabeza
del cuerpo infame con vigor separa... 240
Mas cae al fin. Erín y sus guerreros
con mil clamores la victoria ensalzan:
Fingal los oye, y pálido suspira.
«¡Quién sabe, dice, si tal vez exhala
mi Óscar amado de nosotros lejos 245
el aliento postrero! Sin tardanza
corramos a salvarle, si es posible».
 
   Como furioso río cuando salta
sobre las rocas con ruidoso espanto,
que humildes tiemblan de sus ondas bravas, 250
así nosotros del erguido monte
vencimos la aspereza, y por la llana
campiña de Lená nos desplegamos.
¿Quién pudo entonces resistir mi rabia,
aunque tuviese corazón de acero? 255
¿Ni quién de un padre el ánimo contrasta,
cuando el despecho y el furor le ciegan?
Erín cede: sus huestes asombradas
perecen todas, o cobardes huyen.
   Óscar tendido y sin aliento estaba, 260
y débilmente el pecho le latía.
En un mar nuestros ojos se desatan;
sólo Fingal su llanto comprimiendo
reclinado sobre él, doliente exclama:
«¿Es posible que en medio de su curso 265
este lucero oscurecido yaga?
¿Quién, ¡ay!, podrá templar mi eterno lloro
y la aflicción, oh Selma, que te aguarda?
¡Óscar querido! ¿Se extinguió de veras
la lumbre que tus ojos animaba? 270
¿Ha de quedarse en su familia solo
el mísero Fingal? ¿Será que hollada
la gloria mía, envejecido y cano
esperar deba en el desierto alcázar,
privado de mis hijos, una muerte 275
ya demasiado perezosa y tarda?».
   Tiernos suspiros proseguir le impiden.
Yo detrás taciturno le miraba
con rostro inmóvil; y los fieles dogos
Brano y Luat inquietos a las plantas 280
de su dueño infeliz, con triste aullido
mostraban su dolor; cuando levanta
los párpados Óscar. A todos mira;
ve nuestra pena y lágrimas amargas,
y alzando blandamente la cabeza 285
«Ese duelo, nos dice, esas palabras
de sobresalto y aflicción que escucho,
el abundante lloro que derraman
los ancianos, y el lúgubre ladrido
mi corazón crueles despedazan. 290
¡Oh rey de los conciertos!, caro padre,
erige en mis colinas adoradas
la tumba mía. De las fuertes peñas
desprendido, un raudal de limpias aguas
la arena acaso llevará algún día 295
que mi cuchilla cubra, y al mirarla
el cazador suspenso y lastimado,
ésta fue, clamará, de Óscar la espada».
 
   ¡Oh tú, de mi vejez ansiado apoyo!
La muerte incontrastable te arrebata 300
del amor paternal, hijo adorado.
Ni ya perseguirás en las montañas
el tímido cabrito, ni en los mares
despreciarás escollos y borrascas.
Otros guerreros de mejor destino, 305
al referir sus ínclitas hazañas,
moverán de sus padres la ternura,
y yo ¡infeliz! en mi viudez opaca
no volveré a escuchar tus dulces ecos,
más gratos que en la selva solitaria 310
el favonio que plácido suspira.
Cuatro piedras verdosas, mal labradas,
que los yermos collados entristecen,
al guerrero mayor por siempre guardan.
 
   De tres días al cabo de sollozos, 315
Fingal cansado de amargura tanta
«Hijos, nos dice, de los altos montes
esta flaqueza indigna nos degrada;
ni el pesar, ni los llantos amorosos
vuelven la vida al héroe que los causa. 320
Muramos, pues es fuerza, pero sea
conquistando valientes el alcázar
de las ligeras nubes. Parte, Ulino;
las sangrientas reliquias desdichadas
del malogrado Óscar a Selma lleva, 325
y entre lutos y fúnebres plegarias
allá le lloren de Morvén las hijas;
mientras que de su muerte la venganza
nosotros en Erín tomar logramos.
Mis días a su ocaso se adelantan, 330
e impacientes de verme mis abuelos
ha tiempo que solícitos me aguardan
en la región del trueno transparente.
¿Esplendor luminoso no derrama
Fingal en torno suyo? Pues, guerreros, 335
ya mi postrera lid tenéis cercana».
Calló: y al pie de una robusta encina
triste se entrega a reflexión amarga.
 
   La noche en tanto mustia y silenciosa
recorre las llanuras estrelladas 340
en su carro. La fiesta se dispone.
El venerable Athán un himno canta,
y del joven Cormac desventurado
a referir la historia se prepara.
 
   «Cormac de Erín el reino poseía, 345
dice, su amable juventud brillaba
como el astro sereno que en las ondas
del sosegado mar sus rayos baña,
y de oro cubre la oriental ribera.
En la antigua Temora y regia casa 350
le acompañaba yo, cuando en un punto
se precipita de las cumbres altas
de Eslimor un ejército furioso.
El duro Caïrbar, sangrienta rabia
inspirando a su gente, le conduce. 355
Cormac entonces en alegre calma
los nobles hechos de su padre oía,
que en boca de cien bardos resonaban.
Y como suele la azucena hermosa
abrir sus hojas a la luz del alba 360
el perdido frescor recuperando,
así su corazón se dilataba
al oír nuestro canto armonioso.
En esto vemos con fiereza extraña
de bárbaros guerreros inundado 365
el palacio indefenso: se adelanta
el torvo Caïrbar, y de repente
sobre Cormac se arroja y le traspasa.
Herido el rey vacila, titubea,
y al tiempo de caer con voz turbada 370
se querella del pérfido asesino.
Yo, lastimado de su muerte aciaga,
«Hijo de Arthó, clamé, mísero objeto
de nuestro llanto, con ligeras alas
entre las nubes a tu padre veas, 375
llevando en pos las pruebas acendradas
de nuestro corazón; y de tu pueblo
puédante al menos consolar las ansias.
¡Cormac! paz a tu sombra se conceda,
y duro hierro al que traidor te mata». 380
   Se indigna Caïrbar de mi lamento,
y en una torre sepultar me manda.
Mas, aunque en la maldad envejecido,
no se atrevió su diestra temeraria
de un bardo ilustre a derramar la sangre. 385
Allí mis males sin cesar cantaba,
cuando llegó Catmor, héroe benigno,
a quien movió mi canto y mi desgracia;
y a Caïrbar colérico mirando,
así le dice: «Tu dureza insana, 390
insaciable de lágrimas y luto
siempre terror y asolación propaga.
Tu hermano soy: en la defensa tuya
Catmor guerreará, por más que vayas
oscureciendo con bajezas viles 395
de la gloria inmortal la pura llama
que arde en mi corazón. ¿Por qué sañudo
de ese infeliz la libertad retardas?
Nosotros, Caïrbar, pereceremos,
mas sus canciones que al cobarde ultrajan 400
cuanto al valiente ensalzan y recrean
serán por largos siglos celebradas».
   Mis cadenas al punto desataron,
y mi armonía lisonjera y blanda
la piedad aplaudió del héroe ilustre 405
que veremos en breve. Ardiendo en saña
corre a vengar la muerte de su hermano.
   «Llegue, dijo mi padre; Fingal ama
un enemigo de tan nobles prendas
que, modelo de jefes y monarcas, 410
arrogante desprecia los peligros,
fiel a la heroica gloria que le inflama.
Mas la noche desplega todavía
sobre nosotros su medrosa capa,
y la paz reina de Morá en la altura. 415
Baja, Fillán, el monte sin tardanza,
y allí mantente hasta que alumbre el día,
en donde oculto con señales claras
avisarnos podrás de todo riesgo.
Ya debilita la vejez mi audacia, 420
hijo querido; y al cuidado tuyo
toca celar el lustre de tu casa».
   Calla Fingal, aléjase mi hermano,
los guerreros se tienden y descansan
al pie de los abetos tenebrosos, 425
y hasta mi padre al sueño se entregaba;
yo sólo entre tormentos desvelado,
al ir bajando la áspera montaña,
oigo de tiempo en tiempo el son confuso
que forman de Fillán las roncas armas. 430

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