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ArribaAbajo

A Galatea, que huyó de su casa por seguir a un amante

                     ArribaAbajo   ¿Huyes ¡ay imprudente!,
de un ciego amor guiada,
el dulce albergue maternal dejando?
Cual alondra inocente
de su nido apartada, 5           
que, el reclamo de lejos escuchando,
hacia su par volando
torna, y en lazo fuerte
halla eterna prisión o dura muerte,
¿corres al que, mintiendo, oh Galatea, 10
tristes cariños, tu baldón desea?
De cada huella que imprimió tu planta,
un odio y un pesar se te adelanta.
   Huye, y tu madre, en tanto,
tu madre, antes querida, 15
te busca en vano, y encontrarte espera.
Te llama en hondo llanto,
y no es correspondida.
Tal la oveja, con mísera carrera,
en pos va lastimera 20
del perdido cordero.
Corre inquieta la vega y el otero,
de mata en mata registrando atenta;
a cada sombra, sus dolores cuenta,
con acento tristísimo balando, 25
en su favor a todos implorando.
   De temores cercada,
¡cuánto, cuánto recela!
¡Qué perspectiva de dolor su mente
mira desesperada! 30
Si tierna la consuela
la voz de la amistad, un ay doliente
exhala y solamente
¡Galatea!, responde.
¡Galatea!, no más; y huye, y se esconde, 35
y silenciosa abriga su tormento,
fijo siempre en su hija el pensamiento.
Pensando en ella la saluda el día,
y la recibe así la noche fría.
   En su lóbrego espanto, 40
¡oh si su voz oyeras
cuando al regazo maternal te llama!
Ya la enmudece el llanto;
ya, cual si allí la huyeras,
tente, tente, cruel; ¿huyes?, exclama; 45
¿huyes de quien más te ama?
Tu madre soy. ¿Por suerte,
mi cariño infeliz pudo ofenderte,
que, endurecida a mis ansiosas quejas,
¡ay!, tantos años de piedades dejas 50
por un monstruo que odioso te arrebata?
¡Oh Galatea, Galatea ingrata!
   Yo, como el ave amante
que, el pecho ensangrentando,
a sus hijos en él nutre y anida, 55
desde el aciago instante
que te miró llorando
pasar de mis entrañas a la vida,
en mi pecho, acogida
te dí, te dí sustento; 60
te dí todo mi amor, sangre y aliento;
y pendiente de ti, siempre vivía
en tu vivir, en que gozosa veía
¡cuánta noble virtud y honor hermoso!
Y en mi helada vejez ¡cuánto reposo! 65
   ¡Ciega! ¡Cuánta mudanza
en lo que allí soñaba!
Con Galatea huyó la dicha mía;
falleció mi esperanza;
la luz que me alumbraba 70
se tornó oscuridad, y mi alegría
es luto y agonía.
La amaba, y me ha dejado;
me dejó para siempre. Esposo amado,
si, alzando de la tumba tenebrosa, 75
vieras el llanto de tu fiel esposa,
¿creyeras que a tormento tan agudo
dar ocasión tu Galatea pudo?
   Pudo, pudo... La insana
a su madre abandona. 80
Huye, y me deja como vid doliente
que cuando más ufana
riendo se corona
de opulentos racimos, de repente
marcha del occidente, 85
llega, y cae resonando
el opaco granizo, y destrozando
los pámpanos, los frutos, la esperanza,
el suelo cubre de su atroz venganza;
y es la vina infeliz, ya despojada, 90
de cuantos pasan con dolor mirada.
   Mi más querida prenda,
única gloria mía,
ídolo de mi pecho, hija adorada,
mira, mira; esa senda 95
do tu pasión te guía,
está de espinas y dolor sembrada.
¡Oh madre infortunada!
¡Oh joven sin ventura!
¡Oh cuánta pesadumbre y amargura 100
te sigue! Abandonada de tu amante,
sin madre, sin virtud, en un instante
verás crimen, verás remordimiento
donde hallar esperabas el contento.
   Guárdate, miserable, 105
que el cielo omnipotente
vengó el desprecio y paternal afrenta
por siempre inexorable.
¿Quién sabe si, al presente,
el Ser eterno tu castigo intenta, 110
y la espada sangrienta,
envuelta en muerte y llanto,
contra ti va a esgrimir? Detén, oh santo
Señor, el golpe funeral, espera;
en mí se cebe tu venganza fiera; 115
me ofendió, y la perdono. ¡Ay hija mía!,
vuelve ya, vuelve a la que amaste un día.
   Pon fin a su amargura:
torna a tu madre amante,
o la harás para siempre desdichada. 120
¿Temerás por ventura,
en mi airado semblante,
mi recelo y tu fuga ver pintada?
No, no; que más amada
serás que nunca has sido. 125
No -hallarás sino amor y eterno olvido
de cuanto fue... No vuelve. ¿Así dilata
el arrepentimiento? ¡Ingrata, ingrata!
Vendrás, y me verás ya sepultada,
y sobre mí tu ingratitud sentada. 130
 
 
ArribaAbajo

Oda

ArribaAbajo   Tente, tente, cruel. ¿Así te alejas,
Tirsis ingrato, de tu Nice amada?
¿Así, cerrando el insensible oído
a sus ardientes dolorosas quejas,
huyes, y en aflicción desesperada 5
la abandonas? ¿Será que, fementido,
anegues en dolores
un alma que te dio tantos amores?
   En vano escudas tu infeliz dureza
con el destino que a partir te obliga; 10
amor y sólo amor; no hay más destino
para quien supo amar. Si la riqueza,
si la sed ambiciosa te fatiga,
si gloriosa te llama, a su camino,
la ensangrentada guerra; 15
parte y siembra de llanto la ancha tierra.
   Que Nice ¡ay triste!, a su dolor rendida,
sola en el mundo, en congojoso llanto,
Tirsis, mi Tirsis, clamará doquiera,
y no será de Tirsis respondida. 20
¡Ay duro Tirsis! ¿Dónde estás? En tanto
que buscas anhelante esa quimera
que la ambición te inspira,
Nice te nombra, y por tu amor expira.
   Morirá, morirá, si es que resiste 25
tu ingrato pecho al doloroso acento
con que te llama a su amoroso lado.
¡Con qué vehemencia te recuerda triste
el tiempo en que tu sólo pensamiento
era tu Nice! ¡Tiempo afortunado 30
de paz y de alegría!
¡Bello por siempre cuando amor quería!
   ¡Cuán elocuente su semblante mudo
te pinta su dolor! Su hinchado pecho
hierve, y hondos suspiros exhalando, 35
ata su voz con invencible nudo.
Su planta tiembla; en lágrimas deshecho,
su demudado rostro va buscando
en el tuyo su suerte.
¡Ay! Tu separación será su muerte. 40
   Apiádate, cruel: ¿ves cuál te tiende
las tiernas palmas, y tu cuello enlaza,
y te estrecha en su pecho enamorado?
¿Y más y más en su pasión se enciende,
y otra vez torna, y a su Tirsi abraza, 45
diciéndole, en acento desmayado,
su lengua lastimera
que te abrace otra vez, y luego muera?
   Le deja, y clava en el piadoso cielo
la turbia vista ya desencajada, 50
y clava su aflicción. No hay en la tierra
quien pueda mitigar su desconsuelo;
no hay más que un Tirsi, que ahora abandonada
la va a dejar. Cuanto anchuroso encierra
el orbe de hermosura 55
es para Nice luto y amargura.
   ¿Qué haces, Tirsi? Detén tu labio triste,
no pronuncie jamás la voz temida
de la separación; que es voz de muerte
para el sensible amor... ¡Cruel! ¿Qué hiciste? 60
¿Ya resonó en tu lengua aborrecida
el inhumano adiós que a nunca verte
condena a la infelice?
¿Que el postrimero adiós lanzaste a Nice?
   Vuelve, Nice; no irá. Ya su partida 65
desecha con horror... En vano, en vano
la intento recobrar: pálida, helada,
del sudor de la muerte acometida,
el sepulcro la espera... ¡Insano, insano!
¿Do se pierde mi mente enajenada? 70
El telón ha caído
Tirsis, Nice, volved; ¿dónde habéis ido?
   ¡Y fue todo ilusión! ¡Y el sentimiento
que mi agitado pecho acongojaba
fue sombra y nada más! No: es verdadera 75
la Nice que cantó; cierto el tormento
que su sensible corazón probaba
en el terrible adiós: ni ¿quién pudiera
con un mentido canto
mandar al alma la aflicción y el llanto? 80
   Amable Nice, tierna, generosa,
que con el fuego que en tu pecho ardía
abrasaste las almas que te vieron,
¡cuánto tesoro de virtud hermosa
en tu llanto y dolor se descubría! 85
Los santos cielos sobre ti quisieron
de un corazón humano
la ternura verter con larga mano.
   ¡Vive, Nice feliz, vive dichosa
a par de los deseos de un amigo 90
que ama tu corazón! Y madre tierna,
hija obediente, enamorada esposa,
¡que de tu sombra al maternal abrigo
crezcan tus hijos, conservando eterna
adentro en su alma pura 95
la virtud de su madre en su ternura!
 
 
ArribaAbajo

En elogio del general Buonaparte, con motivo de haber respetado la patria de Virgilio

Victorque viros supereminet omnes.
Virgilio
 
ArribaAbajo   Marón yacía en los Elíseos campos,
y en torno de él volaban silenciosos
cual los soles radiantes del olimpo
mil héroes; y a su vida arrebatado
con celeste armonía 5
desatando la voz así decía:
   «¡Oh venerables sombras generosas
nacidas para el bien! ¿Por qué la tierra
tan en breve os perdió? ¿Por qué inmortales
no eternizáis en ella la justicia, 10
la virtud bienhechora
que en vuestra muerte irreparable llora?
   A vuestro aspecto acobardado el crimen
tiembla, y huye, y se esconde, y al abismo
su tronco cae; y la virtud hermosa 15
sobre él alzada, el universo entero
trae a su dulce mando
leyes de unión y de amistad dictando.
   Faltáis empero, y ¡ay!... La primavera
muere en los brazos del estío ardiente; 20
pero otra igual renacerá. Un otoño
en otro y otros sempiterno vive;
mas la virtud fallece,
y otra virtud en su lugar no crece.
   ¡Oh Fabricio! ¡Oh Camilo! ¡Oh Epaminondas! 25
¡Oh tú, que de tu patria en Salamina
fuisteis el fundador! Y tú, ¡oh Aristides!
¡Oh Leónidas! ¡Oh Aníbal! ¡Oh Scipiones!
¿Quién, ay, dará a la tierra
cuanto ya en vuestros túmulos se encierra? 30
   Mira entre tanto a Buonaparte, y clama:
no habéis muerto; vivís, héroes gloriosos,
todos, todos vivís. Joven valiente
tú Marcelo serás. Dijo, y el héroe
el bastón empuñando 35
va al enemigo rápido marchando.
   Le acomete, venció; combate, triunfa;
batalla, y un ejército enemigo
fue, y otro y otros; vuela, es la victoria;
y a una sola campaña un siglo entero 40
de heroísmo cargando
gana la paz, la guerra esclavizando.
   Sí; que al oírle desnudar la espada
tiemblan los muros de diamante, tiemblan
ríos y montes. Sólo sin espanto 45
la pobre aldea de Marón le mira,
que el héroe le respeta.
Violo en su tumba y sonrió el poeta.
   Y rebosando en júbilo su pecho,
«cumplióse, dijo, mi feliz presagio, 50
Buonaparte inmortal. ¡Oh que a la vida
no pudiese otra vez volver ahora!
¡Quién loarte me diera,
y que luego a mi túmulo volviera!
   De mis cantos, rayad, rayad a Augusto, 55
rayad a Eneas y a Catón dictando
sus leyes a los justos del Eliseo;
que todo nombre de virtud y gloria
con virtud despiadada,
la juventud romana cautivada. 60
   ¡Yo lo ví, yo lo ví, dijo, enclavados
en los púnicos templos los pendones
e incruentas espadas que el guerrero
arrancar se dejó! ¡Yo vi en las libres
espaldas, entre lazos, 65
los ciudadanos retorcidos brazos!
   Vi ya patentes las herradas puertas
de los contrarios, y en triunfante gozo
romper su arado los tranquilos surcos;
los surcos ¡ay!, de nuestra gloria llenos, 70
que, en más felices horas,
talaron nuestras armas vencedoras.
   ¿Será que el oro de su vil rescate
haga más fuerte al campeón esclavo?
Le hará más vil y engendrador de infames; 75
que nunca, tinta, su color nativo
la lana ha recobrado,
ni su virtud el pecho amancillado.
   Cuando luche la cierva, desprendida
de la nudosa red, será brioso 80
el militar que al pérfido enemigo
confió su salud. ¿En nuevas lides
podrá temblar Cartago
su vencimiento y funeral estrago
   de los brazos que en hierros ponderosos 85
el miedo de morir ató cobarde?
Buscando vida sin saber do estaba,
a paz forzaron el combate. ¡Oh mengua!
¡Oh gran Cartago, alzada
sobre el baldón de Italia destrozada! 90
   Dijo; y del beso de su casta esposa
huyó, cual siervo, y de sus tiernos hijos;
y en torvo ceño, el varonil semblante
fijó en la tierra, en tanto que afirmaba
al dudoso Senado 95
en su consejo atroz nunca imitado.
   Parte veloz a su destierro ilustre
entre el llorar de la amistad, que lejos
ve los tormentos que el sayón le guarda.
Él no tiembla y los ve; marcha, y en torno 100
rompe su brazo fuerte
el pueblo que mediaba entre su muerte;
   bien cual si huyendo la estruendosa Roma
y el cargoso velar en la fortuna
de sus clientes, a rendir marchase 105
a la rústica paz amables cultos
de calma y de contento
en los campos hibleos de Tarento.
 
 
ArribaAbajo

A la paz entre España y Francia en 1795

ArribaAbajo   ¿Qué fogoso volcán amenazando
hierve en mi corazón, que en paz dormía,
bien como en el abismo honditronante
del Etna cuando brama, y humeando
va a romper? Tente, tente, fantasía, 5
¿do me arrastras? Perdona; mí sonante
cítara suspendí; mi labio mudo
para siempre olvidó la voz del canto.
Y ¿cómo he de cantar entre el espanto
con que Marte sañudo, 10
en rencorosa guerra
muda en sepulcro la anchurosa tierra?
   ¡Oh Pirineo! ¡Oh campos de Gerona!
¡Espectáculo atroz! ¡Oh! ¿Quién me aleja
de esta escena cruel de sangre y lloro 15
do el fratricidio la discordia abona?
¿Dónde es muerte el honor? ¡Ay, cuál refleja
el acero infeliz los rayos de oro
del sol vivificante! ¡Cuál rechina
el carro horrible do el cañón sentado 20
va de viudez y de orfandad preñado!
¡Cuánto llanto, y ruina
y sepulcro está abriendo
del trémulo tambor el ronco estruendo!
   Tened, crueles. ¿Contra quién esgrime 25
el duro hierro la insensata mano?
¿Do está la humanidad, el don divino
que en nuestras almas al nacer imprime
la natura? ¡Perezca el inhumano
que el feroz ministerio de asesino 30
el primero ejerció! ¡Que el hondo Averno
trague hasta el nombre del que alzó malvado
altares al valor ensangrentado
y, de laurel eterno
ciñendo su cabeza, 35
dijo: sea virtud la impía dureza!
   Hirió su voz de Jerjes el oído,
que el escudo batiendo con la lanza,
la guerra ordena al hijo del oriente.
En la ilusión de su altivez dormido, 40
sueña que el universo a su pujanza
ya inclina con temor la esclava frente.
Marcha, triunfa; de Esparta en los leones
da, cía, los rodea, caen rugiendo.
Y su rugir Temístocles oyendo, 45
mueve al mar sus Pendones,
y allí, la diestra alzada,
tumba de toda el Asia fue su espada.
   ¿Huyes, oh Jerjes? ¿Tan ópimo fruto
te valió tu venganza lisonjera? 50
¿Huyes? ¿Adónde huirás? Ya se adelanta
a recibirte, en doloroso luto,
Asia; y «¿qué fue mi juventud guerrera?»,
te pregunta. «Mis campos, do levanta
el abrojo su frente ignominiosa, 55
piden los brazos donde en paz amiga
su sien posaba la materna espiga.
La amante lagrimosa
busca a su amor, no le halla,
que, polvo yerto, para siempre calla. 60
   «¡Hijo adorado, en mi vejez odiosa
único puerto de mi ingrata suerte!
Desamor, soledad, ¿ésta es la herencia
que me vuelven de ti? Noche afrentosa
de mi himeneo, en que el amor fue muerte, 65
¡jamás seas...!» exclama en la vehemencia
de su hondo pesar la anciana madre;
mientras la viuda en lágrimas deshecha,
los huerfanitos en su seno estrecha;
y la mente en su padre, 70
mil futuros temores
flechan su corazón con mil dolores.
   «Tú me arrancaste con tu infanda guerra
mi laboriosa paz y mis amores,
entregándome al hambre y las maldades. 75
Y ¡oh cuánta sangre en mi domada tierra
por ti veo correr! Por tus furores
vuela entre victoriosas mortandades
contra mí el Macedón, y me saquea,
y a su muerte... ¡qué horror!, ¡ay!, vuelve, impío, 80
vuelve mis hijos al regazo mío;
mis hijos de Platea;
cruel, torna al momento,
tórname mi virtud y mi contento».
   El Asia dijo; y aún su voz ahora 85
desde el horror de sus desiertos clama
por su sangre inocente. Oíd, hispanos:
la madre España a sus lamentos llora,
y con su ejemplo a la concordia os llama.
¿Será que vuestros pechos inhumanos 90
resisten a su voz, que religiosa
repite sin cesar que no hay ventura
sin virtud, ni virtud sin la ternura
y la unión amistosa,
adonde en ara santa 95
feliz beneficencia se levanta?
   ¡Falte la tierra al que a su mismo hermano
persiga en su enemigo! Uncid los bueyes,
oh vírgenes del campo lagrimosas,
que vuelve su señor. Con diestra mano, 100
pues amor dictará sus dulces leyes,
tejed guirnaldas de azucena y rosas.
Madres sensibles, vuestro amargo llanto
truéquese ya en placer y regocijos,
que ya a sus lares vuestros tiernos hijos 105
tornan; sí, que el espanto
va a cesar de la guerra,
y en mieses de oro se ornará la tierra.
   ¡Júbilo, salvación! ¡Oh cuál se inunda
mi espíritu en placer! ¿Oís que clama 110
Paz, paz el Pirineo ensangrentado?
Dad oliva a mi sien. ¿Quién la circunda
con sus hojas? La trompa de la fama
toda es paz, y a su son llora abrazado
del galo el español, y maldiciendo 115
de la guerra y sus bárbaros horrores,
en amistad convierten sus rencores.
Los oye, y brama huyendo
la discordia sangrienta,
y en la oscura Albión tu trono asienta. 120
   ¿Do estáis, pastores, que el silencio amado
de los montes dejasteis al ardiente
estruendo del cañón? Volved tranquilos
a sus antiguos reinos el ganado;
señoread las selvas do inocente 125
a las plácidas sombras de los tilos
el amor sus misterios os confía.
Desechad el temor; del alto cielo,
yo lo ví, yo lo vi, que en raudo vuelo
alma paz descendía 130
de espigas coronada,
de genios y de musas rodeada.
Saludadla, cantad, hijos de Apolo.
¡Salve, decidla, madre bienhechora
del linaje mortal, cándida hermana 135
de la santa virtud! ¡De polo a polo
rija un día tu mano vencedora!
¡Salve mil veces, y a la gente humana
no abandones jamás! ¡Pueda contigo
comenzar el imperio afortunado 140
de la fraternidad, en que el malvado
es el solo enemigo,
y la tierra piadosa
una sola familia virtuosa!
 
 
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La primavera

ArribaAbajo   Rosas, naced; que a la mansión del Toro,
de nativo placer y amores llena,
se acerca el sol, de triunfos coronada,
cual noble vencedor, la frente de oro.
Quebrantó victorioso la cadena 5
en que gimió la tierra avasallada
del numen invernal. Las altas cumbres,
do estéril nieve Capricornio lanza,
se estremecen de Febo a la pujanza,
que en crujientes heladas pesadumbres 10
los montes derrocando
va de su altiva eternidad triunfando.
   Abrego silbador, cierzo bramante,
lóbregos partos del sañudo invierno,
huid do vuestro padre silencioso 15
de su alcázar de yelo resonante
os llama en Espizberg. Huid, que tierno
vuelve al campo del céfiro el reposo
el padre de la luz. La primavera
nació, y el coro de los mansos vientos 20
sopla suave, y abre a sus alientos
su seno el campo, y ríe la pradera,
y en umbrosos frescores
brota la selva el sueño y los amores.
   ¿Oís? ¿Quién parte con veloz huida 25
ante la nube, que con marcha lenta
por la aérea región se va tendiendo?
Es Favonio, que a Ceres la venida
anuncia de la plácida, opulenta
lluvia sutil. Sus rayos escondiendo 30
eclipsado va el sol; y a veces ama
el desplegar, la nube traspasando,
los que antes encubrió, lejos dorando
la nevosa altivez de Guadarrama,
que los valles nublados 35
alegra con sus iris variados.
   ¡Cuál, suspendida, por el vago viento
flota la nube de esperanzas llena
que las alondras revolantes miden
clamando, lluvia, en incesable acento! 40
¿Cae? Mi frente mojó, y el río suena
formando un orbe, y otros, que despiden
otros más ensanchados, que rodean
otros que inmensos en la orilla mueren.
¡Cuán regalados los oídos hieren 45
los alisos que trémulos menean
sus hojas, do jugando
el agua de una en otra va saltando!
   Desciende al gremio de la madre Flora;
que a sus hijas, de perlas coronando 50
su ya débil prisión, hinche de vida.
¡Oh, cuantas rosas la primer aurora
en verde cuna mirará, asomando
con tímida inocencia la encogida
y vergonzosa faz! Venid, aladas 55
hijas del viento, atravesad ligeras
las llanuras del mar, que placenteras
os llaman ya las sombras sosegadas
que abril embalsamado
tiende risueño sobre el verde prado. 60
   Venid, que Flora a vuestro amor ofrece
su hibleo don, y Ceres espigosa
por vuestra descendencia ya afanada
en misteriosa paz granando crece.
   ¡Oh salve, salve, fuentecilla hermosa 65
de adormida corriente! Desmayada
tal vez diciembre al Guadarrama frío
te encadenó; benigna primavera
rompe tus grillos; corre, y la pradera
florezca en tu correr, y el bosque umbrío 70
redoble en tus cristales
la pompa de sus ramas inmortales.
   Corre dichoso, y tu feliz corriente
oiga nacer el trébol delicado
y verde juncia entre la humilde grama. 75
Tu benéfico humor la árida frente
cubra a aquel risco, y brille hermoseado
con musgoso verdor. Mas ¿quién derrama
por la ancha vega en profusión fragante
el balsámico olor que así enajena? so
¡Oh Coronilla! En la mojada arena
de tu dorada flor eterno amante,
quiero a su sombra fría
posar la sien hasta que expire el día.
   Doquier repara maternal natura 85
la anual destrucción, y la esperanza
y paz renueva, y el placer y vida.
Y entre tanto ¡infeliz!, ¿cuál amargura
prueba mi corazón entre la holganza
y risa universal? ¡Oh enardecida 90
voz! ¡Oh cantar del ruiseñor doliente
que, amor, amor, en el silencio triste
clama del bosque! En vano se resiste
el alma a su impresión; mi rostro siente
de los ojos saltando 95
mis lágrimas ardientes ir bajando.
   ¡Amor, amor! La tierra, el firmamento
todo anuncia tu ley. Doquier envío
los mustios ojos, de tu antorcha ardiente
me cerca el resplandor; doquier tu acento 100
me hiere, y veo que hasta el polo frío
la inspiración de tu deidad resiente.
Su indestructible yelo por tu mando
se enternece, flaquea y, derretido,
despeñándose cae: tiembla oprimido 105
con su mole el océano, y bramando
tus cultos misteriosos
lejos proclama entre ecos montañosos.
   Los oye el Leviatán, inmensurable
levantando la frente entre el helado 110
coloso que sobre él vasto se tiende.
Amor le habló; cesó su formidable
ferocidad: su pecho enamorado
suspira débil y en amor se enciende.
Ve a su amante, y acorre, y atrevido 115
en el profundo mar se alza fogoso,
y con placer terrible y estruendoso,
cual Osa sobre el Pelión suspendido,
cumpliendo, oh amor, tus leyes,
al imperio glacial da nuevos reyes. 120
   En tanto el Atlas el feroz rugido
repite del león que centellante,
desordenada la gentil melena,
por las selvas se agita al encendido
volcán que le devora. El que arrogante 125
en otros días por la ardiente arena
paseaba feliz su calma fiera,
ora esclavo, sin paz, rinde impotente
al yugo del placer la indócil frente;
y a par de su rugiente compañera 130
con formidable agrado
adora a su pesar al dios alado.
   ¡Vivificante amor! ¡Hijo dichoso
del alma primavera! En tus altares
humea sin cesar de noche y día 135
el agradable incienso que amoroso
te ofrece todo ser. Doquier mirares
las caricias verás y el alegría
con que, buscando sempiterna vida
en su posteridad, hace que estable 140
subsista lo que fue. Yo, no culpable,
yo solo, en juventud ¡ay me!, perdida,
entre tanto contento,
mi soledad y desamor lamento.
   ¿Y por siempre, sin fin, estéril llama 145
en mí pecho arderá? ¿Nunca una amante
dará empleo feliz a la ternura
de un triste corazón a quien inflama
todo el dios del amor, que ni un instante
vivirá sin amar? ¿Do está, oh natura, 150
tu ley primaveral? En vano, en vano
de un nuevo abril renacerá florido
de un amor y otro amor; ¡ay!, sometido
de la pobreza a la imperiosa mano
nunca oiré delicioso, 155
nunca me oiré llamar padre ni esposo.
   Cruel disparidad, tú monstruosa,
divinizando la opulencia hinchada
sobre la humillación del indigente,
sumergiste la tierra lagrimosa 160
en desorden y horror. Por ti cercada
de riqueza y maldad alzó la frente
la insaciable codicia, que sangrienta
llamó suyo el placer y la esperanza
que la natura por común holganza 165
dio a los humanos. Al sudor y afrenta
el bueno es condenado
por que nade en deleites el malvado.
   El Sibarita, en languidez ociosa
voluptuosamente adormecido, 170
sin poder desear, los brazos tiende
y bebe sin cesar, en la engañosa
copa de los placeres, el olvido
de la razón; y bebe, y más se enciende
en implacable sed, y más corrompe 175
los favores maternos usurpando
de la naturaleza, el lazo blando
que le une al infeliz, sangriento rompe,
y su virtud apena
y a estériles deseos le condena. 180
   ¡Oh Helvecia, oh región donde natura
para todos igual, ríe gozosa
con sus hijos tranquilos y contentos!
De la rígida nieve en la fragura
allí tiene su templo candorosa 185
la paz inmemorial. Ledos acentos
suenan en derredor del que, forzando
los campos con la reja reluciente,
con el sudor de su encorvada frente
la frugal opulencia va comprando, 190
y esperanzas mayores,
y en larga ancianidad largos amores.
   De su cuna le ríe el himeneo,
y entre honesto placer tierno le guía
a la beldad que, en la vecina choza, 195
es de sus padres perenal recreo.
La misma selva que sus juegos veía
en la hermosa niñez, luego se goza
con los suspiros de su edad amante;
y en su preciosa unión las sombras presta 200
para las danzas de tan dulce fiesta;
sombras do su vejez, ya vacilante,
cargada de memorias,
vendrá a buscar los días de sus glorias.
   ¡Bienhadado país! ¡Oh! ¿Quién me diera 205
a tus cumbres volar? Rustiquecido
con mano indiestra de robustas ramas
una humilde cabaña entretejiera;
y ante el vecino labrador, rendido
te dijera: «Si justo no desamas 210
la voz de la desgracia virtuosa,
oye a un hombre de bien que las ciudades
huyendo cual abrigo de maldades,
busca en esta aspereza montañosa
la paz y la ventura 215
con que le brinda maternal natura.
   «Si amaste alguna vez, por los placeres
de tu primer amor, benigno oído
te merezca. En el culto misterioso
quiero iniciarme de la rubia Ceres, 220
y tú me iniciarás. Yo, sometido
para siempre a tu voz, no perezoso
rehusaré el afán. O sople frío
el cierzo nevador, o el rayo ardiente
lance el sol estival, siempre obediente 225
me verás que, incansable, al buey tardío
sigo en la marcha lenta,
la mano de labrar tal vez sangrienta.»
   Sí; mi rústico dios me enseñaría
la ley del labrador; y yo, rendido 230
en tanto a la beldad de una pastora,
hija suya tal vez, ¡con qué alegría
oyera mi lección! Presto, instruido
en mandar a los campos, mi señora
premiara mis fatigas con su mano 235
y una eterna ventura deliciosa.
¡Cuál amaría a mi inocente esposa!
Esposa, esposa, en mi querer insano,
clamaría doquiera,
y el eco mis amores repitiera. 240
   ¡Oh cuántas veces mi querido dueño,
de nuestro amor el fruto sustentando,
a mis surcos viniera y blandamente
el tierno hijito, entre la paz del sueno,
ofreciera a mi vista, provocando 245
mi beso paternal! Su calma frente
besaría bañándola en mi llanto,
y a su madre después con tiernos lazos
estrechara mil veces en mis brazos;
y la besara en inefable encanto 250
y otra vez la abrazara,
y más que nunca mi labor amara.
   Contando mi vivir por mis amores
de ellos cercado y de mi dulce esposa,
cuando anunciase abril la primavera 255
alegre cantaría sus loores;
y en la cabaña que hospedó oficiosa
mi pasado dolor yo les dijera
el antiguo pesar que al patrio suelo
me forzó a renunciar; la cruda guerra 260
que mueve a la virtud la impía tierra;
cual de los Alpes quebrantando el yelo
vine; y como infelice
la informe choza con las ramas hice.
   ¡Ah!, que al oírme con llorar doliente 265
bendecirán la rústica pobreza
de su amable virtud, y a mí estrechados
me amarán más y más, y más ardiente
crecerá en su cariño mi terneza,
y ¿por qué me engañáis, sueños amados 270
de la imaginación?, ¿dónde, perdido,
me llevan, oh virtud, tus ilusiones?
No; jamás de mis Alpes las ficciones
realizadas veré, no; desquerido
sin hijos, sin esposa, 275
jamás será mi primavera hermosa.
 
 
ArribaAbajo

El otoño

ArribaAbajo   ¡Oh, salve, salve, soledad querida,
do, en los halagos del Abril hermoso,
vine a cantar en medio a los amores
mi eterno desamor! ¡Salve, oh florida,
oh calma vega! A tu feliz reposo 5
torno otra vez y, entre tus nuevas flores
enjugando el sudor que a Sirio ardiente
pagó en tributo lánguida mi frente,
veré al otoño levantarse ufano
sobre la árida tumba del verano. 10
   Sí, le veré; que la Balanza justa
las sombras y la luz igual partiendo
en sus frescos palacios aprisiona
voluble al sol que, de su sien augusta
la diadema inflamada desciñendo, 15
de rayos más benignos se corona.
Otoño, clama de su carro de oro;
y otoño al punto, entre el favonio coro
que agosto adormeció, la faz alzando,
el florido frescor vuela soplando. 20
   A su dulce volar ¡cuál reverdece
la tierra enriqueciendo su ancho manto
de opulento verdor! La tuberosa
del albo cáliz en su honor florece,
y la piramidal, y tú, oh amaranto, 25
de más largo vivir. Tu flor pomposa,
que adornaba de mayo los amores,
hoy halla frutos donde vió las flores;
oyó quejarse al ruiseñor primero,
y ya recibe su cantar postrero. 30
   Tú le viste brillante y florecido
a este rico peral que, ahora agobiado
del largo enjambre de su prole hermosa,
la frente inclina. Céfiro atrevido,
de una poma tal vez enamorado, 35
bate rápido el ala sonorosa,
y la besa, y la deja, y torna amante,
y mece las hojitas, e inconstante
huye, y torna a mecer, y cae su amada,
y toca el polvo con la faz rosada. 40
   ¡Otoño, otoño! ¿Le miráis que llega
de colina en colina vacilante
resaltando? ¡Evohe! Salid, oh hermosas,
a recibirle al monte y a la vega
suspendiendo a los hombros el vacante 45
hondo mimbre. Corred, y en pampanosas
guirnaldas coronad mi temulenta
sien. Dadme yedras, que ardo en violenta
sed báquica. ¡Evohe!, cortad, que opimos
entre el pámpano caigan los racimos. 50
   ¡Mil veces Evohe! Que ya resuena
rechinando el lagar. ¡Cuál, ay, corriendo,
el padre Baco en ríos espumantes
se precipita, y de la cuba llena
la ancha capacidad que tiembla hirviendo! 55
Copa, copa; mis labios anhelantes
se bañen en el néctar de Lico.
Hijos de Ceres, vuestro duro empleo
cesa; ¡mitad mis báquicos furores,
que ya el año premió vuestros sudores. 60
   Conmigo enloqueced. Ya está vacía,
mi copa rellenad, y en torno ruede,
y los ecos repitan retumbando
cien veces ¡Evohe! La selva umbría
se adelanta hacia mí; ya retrocede, 65
ya gira en derredor. ¡Cuál, ay, saltando
los peñascos y montes de su asiento
vuelan ligeros por el vago viento!
Tierra y cielo se mueven. Luego, luego
cien copas ¡Evohe!, dad a mi fuego. 70
   Otras ciento me dad; y que el arado,
rompiendo el seno a la fecunda Ceres,
la esperanza asegure en rubios granos
al futuro vivir y, desvelado,
   siembre nuevo placer. ¡Ah!, los placeres 75
cual humo pasan, y recuerdos vanos
dejan en su lugar. ¿Veis cuál fallece
la alegría otoñal? Ya palidece
el hojoso verdor, y el claro cielo
llora cubierto en nebuloso velo. 80
   El gozo es llanto. En los vapores lanza
el Escorpión su bárbaro veneno,
y abre las puertas de la tumba fría.
Muere el infante, mísera esperanza
de la madre infeliz, que entre su seno 85
le está viendo morir. En tanto impía
vuela la muerte al trono de himeneo,
huella al amor, y un bárbaro trofeo
allí levanta, a la afligida esposa
cubriendo el lecho de viudez sombrosa. 90
   ¡Tristeza universal! ¿Quién ¡ay!, me diera
volar a otra región do más tardío
lanzase otoño el postrimer aliento?
¡Que del Betis corriendo la ribera
no oyese todavía el canto mío 95
mezclar el ruiseñor su tierno acento!
Entre los bosques de Minerva errante
la diestra armada del bastón pujante
el árbol de la paz despojaría,
y en ríos de oro el suelo regaría. 100
   U, oprimiendo el ijar del espumante
caballo, las selvosas espesuras
penetrara las fieras persiguiendo.
¿Oís, oís que el eco retumbante
hinche el aire de acentos ladradores 105
y de agudos relinchos? Al estruendo
huye el ciervo, se esconde, para, mira,
y tornando el ladrar, trémulo gira
por entre el laberinto montuoso,
en otro tiempo su feliz reposo. 110
   En vano, en vano en su favor implora
a su bosque. Las ramas alevosas
que galán de las selvas le aclamaron,
¡oh fortuna cruel!, prenden ahora
de su frente las galas ambiciosas 115
que en silencio mil veces retrataron
las ondas claras del arroyo amigo.
Ya todo se mudó; que su enemigo
llega, y el triste por huir se agita,
y más se enreda cuanto más se irrita. 120
   No hay ya salud, que el ladrador ardiente
le ve, y se arroja, y a su cuerpo airoso
se abalanza amargando, y no exorable
la majestad humilla de su frente.
¡Ciervo infeliz! Tendido, sanguinoso, 125
rodeado de muerte inevitable,
los ojos tristes por la vez postrera
alza al bosque do vió la luz primera;
y entre el acero que sus gracias hiere,
y recuerdos amargos, llora y muere. 130
   Así tal vez del hombre la alegría
expira en el dolor; y así sucede
a la risa otoñal el desconsuelo
que a la estación brumal árido guía.
Ya nos rodea; sustentar no puede 135
la selva su ambición; pálido el suelo
se encubre con las hojas que, bajando
por el aire en mil orbes circulando,
lentas van; caen, y yace lastimero
el selvoso frescor de un año entero. 140
   ¡Cuál silban en las ramas combatiendo
hijos de obscuridad los roncos vientos,
vedando a Ceres su vigor fecundo!
Brama el mar, y los ríos, con estruendo,
arrastran los torrentes violentos 145
en turbias ondas con horror profundo.
Avecitas de Abril, huid ligeras
del Nilo a las benéficas riberas;
aquí ya no hay placer, ha muerto Flora,
otoño expira, y nos dejó la Aurora. 150
   Huyó cual sueño el anual contento
que alargaba mentida mi esperanza,
y se llevó un otoño de mi vida.
Otro en pos volará, y en un momento
marchita flor mi juvenil pujanza, 155
la edad madura en lo que fue perdida,
con albo pelo y encorvada frente
me arrastrará la ancianidad doliente,
y do posé la planta vacilante,
la tumba abierta miraré delante. 160
   Presto será que, solo y apartado
de todo cuanto amé, llore extranjero
en este mundo muerto a mis placeres.
Vanamente el octubre empampanado
renovará las risas placentero; 165
¡mísero yo! Perdidos mis quereres,
sin amigos, sin padres, sin amores,
¿a quien me volveré? ¿Cuál ser piadoso
enjugará mi llanto congojoso?
   Doquier publicará naturaleza 170
mi destierro. Vendrá el abril florido
ya sin mi juventud, sin las delicias
de un ya distante amor, de una belleza
polvo, sueño fugaz. Saldrá encendido
agosto, recordando las primicias 175
de mi Apolo: ¡oh dolor! Murió su canto
para siempre. De invierno, entre el espanto,
oiré que de su helado monumento
mudo me llama el paternal acento.
   ¡Oh soledad, oh bárbara amargura 180
de un ser aislado! Mi tristeza os llama,
volad, amigos, que con tiernos lazos
estrechándome huirá mi desventura.
¡Pueda en medio de vos, pobre, sin fama,
merecer vuestro amor, y en vuestros brazos 185
venturoso vivir eternamente!
¡Pueda aprender de vos, la calma frente
posando en vuestros dulces corazones,
de la santa virtud las instrucciones!
   Y cuando ya la muerte se levante 190
a romper nuestra unión, ¡pruebe conmigo
su hierro! ¡Oh muerte, en mi cerviz descarga
tu primero furor! ¡Jamás quebrante
mi corazón del doloroso amigo
que ya bebe su fin la escena amarga! 195
¡Ah, precédalos yo! ¡Pueda mi lecho
mirarlos rodear, y entre su pecho,
con su amor olvidando mi tormento,
darles al fin mi postrimer aliento!
   ¡Oh recreo feliz del alma mía! 200
¡Oh mis amigos! Cuando yazca helado
de mi arroyo querido en la ribera,
un sepulcro me alzad, de sombra fría
de cipreses y adelfas rodeado.
Amadme siempre; y cuando otoño muera, 205
mis cenizas con lágrimas regando,
decid, Nicasio; y repetid clamando:
hombre tierno y amigo afectuoso
fue su otoño en nosotros delicioso.
 
 
ArribaAbajo

Mi paseo solitario de primavera

Mihi natura aliquid semper amare dedit

 
ArribaAbajo   Dulce Ramón, en tanto que, dormido
a la voz maternal de primavera,
vagas errante entre el insano estruendo
del cortesano mar siempre agitado;
yo, siempre herido de amorosa llama, 5
busco la soledad y, en su silencio,
sin esperanza mi dolor exhalo.
Tendido allí sobre la verde alfombra
de grama y trébol, a la sombra dulce
de una nube feliz que marcha lenta 10
con menudo llover regando el suelo,
late mi corazón, cae y se clava
en el pecho mi lánguida cabeza,
y por mis ojos violento rompe
el fuego abrasador que me devora. 15
Todo despareció; ya nada veo
ni siento sino a mí, ni ya la mente
puede enfrenar la rápida carrera
de la imaginación que, en un momento,
de amores en amores va arrastrando 20
mi ardiente corazón, hasta que prueba
en cuantas formas el amor recibe
toda su variedad y sentimientos.
Ya me finge la mente enamorado
de una hermosa virtud; ante mis ojos 25
está Clarisa; el corazón palpita
a su presencia; tímido no puede
el labio hablarla; ante sus pies me postro,
y con el llanto mi pasión descubro.
Ella suspira y, con silencio amante, 30
jura en su corazón mi amor eterno;
y llora y lloro, y en su faz hermosa
el labio imprimo, y donde toca ardiente
su encendido color blanquea en torno
Tente, tente, ilusión... Cayó la venda 35
que me hacía feliz; un cefirillo
de repente voló, y al son del ala
voló también mi error idolatrado.
Torno ¡mísero!, en mí, y hállome solo
llena el alma de amor y desamado 40
entre las flores que el Abril despliega,
y allá sobre un Amor lejos oyendo
del primer ruiseñor el nuevo canto.
¡Oh mil veces feliz, pájaro amante,
que naces, amas, y en amando mueres! 45
Esta es la ley que, para ser dichosos,
dictó a los seres maternal natura.
¡Vivificante ley! El hombre insano,
el hombre solo en su razón perdido
olvida tu dulzor, y es infelice. 50
El ignorante en su orgullosa mente
quiso regir el universo entero,
y acomodarle a sí. Soberbio reptil,
polvo invisible en el inmenso todo
debió dejar al general impulso 55
que le arrastrara, y en silencio humilde
obedecer las inmutables leyes.
¡Ay triste! Que a la luz cerró los ojos,
y en vano, en vano por doquier natura,
con penetrante voz, quiso atraerle; 60
de sus acentos apartó el oído,
y en abismos de mal cae despeñado.
Nublada su razón, murió en su pecho
su corazón; en su obcecada mente,
ídolos nuevos se forjó que, impíos, 65
adora humilde, y su tormento adora.
En lugar del amor que hermana al hombre
con sus iguales, engranando a aquéstos
con los seres sin fin, rindió sus cultos
a la dominación que injusta rompe 70
la trabazón del universo entero,
y al hombre aísla, y a la especie humana.
Amó el hombre, sí, amó, mas no a su hermano,
sino a los monstruos que crió su idea:
al mortífero honor, al oro infame, 75
a la inicua ambición, al letargoso
indolente placer, y a ti, oh terrible
sed de la fama; el hierro y la impostura
son tus clarines, la anchurosa tierra
a tu nombre retiembla y brota sangre. 80
Vosotras sois, pasiones infelices,
los dioses del mortal, que eternamente
vuestra falsa ilusión sigue anhelante.
Busca, siempre infeliz, una ventura
que huye delante de él, hasta el sepulcro, 85
donde el remordimiento doloroso
de lo pasado, levantando el velo,
tanto mísero error al fin encierra.
¿Do en eterna inquietud vagáis perdidos,
hijos del hombre, por la senda oscura 90
do vuestros padres sin ventura erraron?
Desde sus tumbas, do en silencio vuelan
injusticias y crímenes comprados
con un siglo de afán y de amargura,
nos clama el desengaño arrepentido. 95
Escuchemos su voz; y, amaestrados
en la escuela fatal de su desgracia,
por nueva senda nuestro bien busquemos,
por virtud, por amor. Ciegos humanos,
sed felices, amad; que el orbe entero 100
morada hermosa de hermanal familia
sobre el amor levante a las virtudes
un delicioso altar, augusto trono
de la felicidad de los mortales.
Lejos, lejos, honor, torpe codicia, 105
insaciable ambición; huid, pasiones
que regasteis con lágrimas la tierra;
vuestro reino expiró. La alma inocencia,
la activa compasión, la deliciosa
beneficencia, y el deseo noble 110
de ser feliz en la ventura ajena
han quebrantado vuestro duro cetro.
¡Salve, tierra de amor! ¡Mil veces salve,
madre de la virtud! Al fin mis ansias
en ti se saciarán, y el pecho mío 115
en tus amores hallará reposo.
El vivir será amar, y dondequiera
clarisas me dará tu amable suelo.
Eterno amante de una tierna esposa,
el universo reirá en el gozo 120
de nuestra dulce unión, y nuestros hijos
su gozo crecerán con sus virtudes.
¡Hijos queridos, delicioso fruto
de un virtuoso amor! Seréis dichosos
en la dicha común, y en cada humano 125
un padre encontraréis y un tierno amigo,
y allí... Pero mi faz mojó la lluvia.
¿Adónde está, qué fue mi imaginada
felicidad? De la encantada magia
de mi país de amor vuelvo a esta tierra 130
de soledad, de desamor y llanto.
Mi querido Ramón, vos mis amigos
cuantos partís mi corazón amante,
vosotros solos habitáis los yermos
de mi país de amor. Imagen santa 135
de este mundo ideal de la inocencia,
¡y, ay!, fuera de vos no hay universo
para este amigo que por vos respira.
Tal vez un día la amistad augusta
por la ancha tierra estrechará las almas 140
con lazo fraternal. ¡Ay!, no; mis ojos
adormecidos en la eterna noche
no verán tanto bien. Pero, entre tanto,
amadme, oh amigos, que mi tierno pecho
pagará vuestro amor, y hasta el sepulcro 145
en vuestras almas buscaré mi dicha.

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