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ArribaAbajo

A un amigo que dudaba de mi amistad porque había tardado en contestarle

                     ArribaAbajo   ¿Y dudas, dudas, Muriel querido,
de mi amistad porque tan largamente
a tus voces callé? ¿Podrá en mi mente
entrar jamás el letargoso olvido
de mi felicidad, de mis amores? 5           
¿Podrá mi corazón decir ingrato
a sus más verdaderos amadores,
«Nuestros antiguos vínculos desato,
os destierro de mí?» ¡Qué horror! ¡Ay triste!
¡Cuánta noche, cual caos espantoso, 10
entonces en mi espíritu caería!
¡Adiós, tierna piedad; adiós, hermoso
consolador placer de amarse amando!
¡Adiós, oh mi feliz melancolía,
que ahora de mis ojos arrancando 15
este llanto que vierto, en vivas llamas
mi corazón anegas, y le inflamas
en el volcán de amor que me devora!
Y ¡adiós, adiós, virtud!... Desamorado,
¡ah!, ¿qué fuera de mí? La tierra entera 20
cual vasto yermo ante mis ojos viera
de sanguinarios tigres habitado;
pues insensible para siempre odiado
mi fiereza hallaría por doquiera.
Ahora que el abril con blando aliento 25
despierta a amor, y en su hermanal cadena
enlaza al hombre recreando el mundo;
yo, espectador del general contento,
cual muerto abrojo entre galanas rosas,
vería sin gozar, el alma llena 30
de roedoras furias envidiosas.
¿Quién me había de amar? El sol naciente,
su carrera de luz abriendo al día,
te aborrezco gritara, y marcharía
cargado de mis odios a occidente, 35
La luna en pos, la perezosa frente
recostando en los sueños bostezantes,
tomara el cetro en la celeste esfera;
y entre sus sombras tímidas y errantes
huye, yo te persigo, me dijera, 40
huye dentro de ti. Y allí ¿qué viera?
La soledad del cruel remordimiento.
Ya me parece que su triste acento
me hiere, mis entrañas destrozando,
y con terrible voz así me dice: 45
«Hombre de execración, tú que infelice
tu interés del ajeno separando
lanzaste de tu pecho empedernido
el benéfico amor, recibe ahora
el justo galardón que has merecido. 50
Vive insensible; por deidad adora
a tu aislado interés: jamás tu pecho
responda al ¡ay!, de tu doliente hermano,
y sé tú solo tu universo entero;
mas vive solo; tu interior tirano 55
sus calabozos lóbregos abriendo
te dé eterna prisión, donde tu oído
sólo escuche el horror de mi alarido.
Jamás por ti la compasión fecunda
abra las fuentes de su dulce llanto; 60
espantado el amor nunca te infunda
de su aliento vital el tierno encanto;
ni la amistad te halague complaciente,
ni el gozo bienhechor ría en tu frente.
En vano, en vano al estruendoso trato 65
del mundo apelarás; el mundo ingrato
en tu fortuna próspera risueño
te venderá fingiendo ante tus ojos
simulacros fantásticos de amigos,
que, mentidas imágenes de un sueño, 70
huirán de ti cuando al dolor despiertes.
Entonces clamarás, y tu gemido,
por desmayada soledad vagando,
en vanos ecos morirá perdido.
La vista ansiosa volverás buscando 75
quien se aflija en tu mal, y solamente
encontrarás en mí quien acreciente
tu pesadumbre. Tu sepulcro abriendo
al desamor diré: sus ojos cierra,
y que dura le sea hasta la tierra 80
y el último suspiro despidiendo,
sin piedad en el túmulo arrojado,
de ninguno jamás serás llorado.
No; ni tus hijos, ni tu misma esposa,
si insensato te acoges a himeneo, 85
en llanto regarán la yerta losa
que tu cadáver olvidado oprima.
Lágrimas de interés, llantos venales
sus ojos verterán, porque han perdido,
no el padre ni el esposo aborrecido, 90
sino el oro cruel que en él amaban;
porque menguada su feroz riqueza,
no ostentarán en triunfo escandalosos
los vicios de su padre y su dureza.
Murió y nada dejó; maldito sea: 95
estos serán los ayes cariñosos,
los adioses que oirás en tu agonía.
Sí, la venganza lo ha jurado: viendo
que no era amor quien tierno te guiaba
al tálamo nupcial, clamó diciendo: 100
ven, sube, goza cuanto ansioso esperas;
procrea, sí, pero procrea fieras.»
¡Ay, perezca, perezca, dulce amigo,
quien resiste al amor! Sin él ¿qué fuera
cuanto siente, cuanto es? Natura entera 105
del caos en el túmulo yacía
cuando sonó una voz, que, «amor» decía,
«amor; yo soy unión, la unión es vida,
la desunión es caos, muerte, nada;
sea, sea la unión.» En el instante 110
el orden se alza por la vez primera.
El inflamado sol sube triunfante
en su trono de luz, en torno mira,
y nacen sus planetas, que hermanados,
monta en su carro cada cual, y gira, 115
y se tiende el espacio, el tiempo vuela,
y en sus alas abrió las estaciones.
Cerca el aire la tierra, sopla el viento,
las aguas caen, y en abismoso asiento
todas unidas con perpetuos lazos 120
el globo ciñen con fraternos brazos.
El sol ama, y su amor vivificante
de gozo maternal hinche a la tierra.
¡Oh cuánta vida en sus entrañas cierra!
¡Cuántos siglos de ser en este instante 125
silenciosos allí se están labrando!
Naced, plantas, creced; y vuestras flores,
de su par cada cual enamorada,
sin límites os vayan propagando.
Vuestra pompa en la tierra sustentada 130
en ella encontrará madre oficiosa;
padre bueno en el sol, cuyos rigores,
excesivos tal vez, sabrá amistosa
el agua mitigar con sus frescores,
ora arroyuelo juguetón saltando, 135
ora opulento, respetable río,
y ora nube en los vientos cabalgando.
También el aire el liberal rocío
amigo os prestará, y el nutrimento
incógnito os dará, de vuestras hojas 140
fiando su feliz beneficencia.
Todos los seres, tierra, firmamento
sobre vos derramando su influencia
os publican su amor y el vuestro piden.
Con el follaje que el otoño os roba 145
a la tierra pagad, que agradecida,
se hará maternal con nueva vida.
Al sol tributaréis vuestros vapores
con que cebe su ardor, y reducidos
a lluvia bajarán; y los debidos 150
dones volviendo al agua dadivosa,
en la limpia atmósfera más hermosa
parecerá del sol la clara fuente.
Al aire hospedaréis en vuestro seno,
y allí purgando su mortal veneno 155
puro le volveréis a la atmosfera
conservando su ser. De esta manera,
a la amistosa unión todos los seres
su bienestar debieron, y su vida,
y de especies la tierra se vió henchida. 160
Nace el hombre, los campos le saludan,
y con sus pobres voluntarios frutos
a sustentar su mendiguez ayudan.
Pero ya no bastando a sus tributos
«tiende a nosotros, tiende» le dijeron, 165
«tu brazo bienhechor, si compasiva
tu amistad industriosa nos cultiva
pródigos premiaremos tus sudores.
Mas solo ¿qué podrás? Venid, humanos,
volad a reuniros, sed hermanos 170
del que solo no basta a su ventura;
que en la suya la vuestra se asegura.»
El hombre obedeció, y en el arado
nació la sociedad. Allí, abrazado
del hombre el hombre, por la vez primera 175
toda la humanidad sintió en su pecho,
toda, toda su esencia, su alma entera,
hombre fue el hombre. Al sexual cariño
el brutal apetito rindió el cetro,
y dio principio a la piedad paterna, 180
al afecto filial, a la fraterna
caridad, y al deseo generoso
de amarse amando. El personal odioso
en interés común ya convertido
era un padre del joven cada anciano, 185
el joven de los jóvenes hermano;
por dondequiera el inocente niño
huérfano hallaba maternal cariño,
y era un amigo cada semejante.
Así el amor, perpetuo compañero 190
del tranquilo mortal, de día en día
le iba insensible a la vejez llevando
por su carrera plácida sembrando
en larga juventud larga alegría.
Y cuando ya la muerte le brindaba 195
a dormir en la paz del sueño eterno
con lágrimas su tumba rociaba,
cubriéndola en las flores olorosas
de sus frescas virtudes amorosas.
Moría cual la rosa postrimera, 200
último adiós de la estación florida,
que, viéndola expirar, todos dolientes
exclaman, ¡qué otra vez no renaciera!
¡Oh amigo! ¡Oh Muriel! Cuanto es criado
es hijo del amor; toda belleza 205
todo bien es amor; Naturaleza
es amor, y no más. Los negros males
son desunión, son restos infernales
del caos antiguo; Amor los aborrece.
¡Ah!, triunfe, triunfe Amor! ¡Pueda algún día 210
el terco error y la ignorancia hollando
traer los hombres a su dulce mando
la tierra en paraíso convirtiendo!
¡Pueda, los corazones encendiendo
en caridad, llenar a los mortales 215
de este mar de placer que ahora inunda
mi pecho electrizado en sus amores!
¡Oh Muriel! ¡Oh amigos bienhechores!
¡Oh Nicasio feliz! ¡Eternamente
me hará vuestro cariño venturoso!, 220
que la pobreza, el deshonor odioso,
cruel dolor, ignominiosa muerte
me acometan; en medio del tormento
bendeciré con lágrimas mi suerte;
soy feliz, soy feliz, diré contento, 225
amé, me amaron, me amarán por siempre.
 
 
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El recuerdo de mi adolescencia

ArribaAbajo   Caro Batilo ¿para qué despiertas
en mi memoria los dormidos días
que en las calladas sombras del Otea
a tu lado gocé? ¡Días amables!,
cual en tarde de abril flotante nube 5
que rociando va. Mirólos Tormes
de sus ondas en pos correr fugaces
de mi florida juventud cargados.
Sembraron ¡ay!, en la tenaz memoria
larga cosecha de recuerdos tristes, 10
y volaron después, y muertos yacen
de lo pasado en el sepulcro inmenso.
Ya jamás los veré; no al alma mía
las risas volverán, las esperanzas
inmortales del bien que en torno vuelan 15
de aquella edad de mágicos encantos,
la franqueza veraz, ni la bondosa
inexperiencia que inocente ríe
cual a amigo hermanal a cada humano.
¡Sencilla juventud! Nueva en el mundo, 20
le prodigas tu amor porque le ignoras.
Tu recto corazón, no corrompido
con el trato falaz, sordo a las voces
de la añosa maldad, risueño abriga
de las virtudes la semilla fértil. 25
Así, cerrando su modesto cáliz
al nocturno vapor, la adormidera
dócil le presta al oreante soplo
que Febo, al renacer, delante envía.
Jamás, en hondo afán, tu erguida frente 30
dobló triunfante el cárdeno cuidado;
ni la envidia voraz, pálida hermana
del odio adusto, te arrancó en secreto
llantos de destrucción; ni la perfidia
riendo muertes, enseñó a su rostro 35
a negar la maldad que dentro hierve.
¿Cuándo jamás en tu tranquilo lecho
turbulenta ambición alzando el trono
los sueños ahuyentó para dictarte
rencor, deshermandad, crimen y muerte? 40
¿Cuándo avaricia, entre inmortal pobreza,
clavó en tu corazón tímido y solo
la insaciabilidad del oro insomne?
Dulce igualdad en fraternal cariño;
penas comunes, y comunes gozos 45
en fortuna común; almas exentas
de los pesares y el temor funesto
que aíslan al mortal... ¡yo vi aquel tiempo,
yo le vi, le gocé, y eternamente
su presta fuga llorarán mis ojos! 50
Paz, recíproco amor, todo el deleite
de la vida social, fueron mis días
en aquella estación ¡cándida imagen
de la hermosa unidad de la natura!
Allí fue el hombre mi oficioso hermano; 55
en su querer me saludé felice,
y a lo futuro adelanté mi dicha
¡engañado de mí!, que en pos sin verla,
otra edad de dolor ya, ya asomaba
do el díscolo interés, soplando estéril, 60
sofocara el placer y la inocencia.
Llega terrible; de mis ojos huye
la hermosa escena en que viví dichoso,
y en nuevo mundo en su lugar parece
do busco en vano la perdida magia. 65
¿Adónde estáis, amados compañeros
de mi primera juventud? ¿Adónde
os seguiré que con vosotros halle
la sencilla amistad, el gozo antiguo,
y la risueña virtuosa calma? 70
Fue, fue, responden; y en la torva frente
entronizada la inquietud rugosa
tristes y solos, arrastrados giran
de la fortuna en la insociable rueda
que entre abismos de mal injusto mueve. 75
¡Insensible interés! En vano, en vano
fiel la memoria ofrecerá a su pecho
el antiguo placer cual dulce fruto
de la fraternidad y las virtudes.
Ellos, en tanto que suspiran tristes, 80
y en llanto riegan tan feliz recuerdo,
nuevos inciensos quemarán impíos
a la injusta deidad; y en sus altares
en propiciarla agotarán acaso
la sangre, y el honor, y la inocencia 85
de los que amaban en mejores días.
El interés gritó: crimen, fortuna;
y por siempre jamás se disociaron
los que amistad unió con lazo tierno.
Mar incalmable de abismosas ondas 90
que el huracán de las pasiones hincha,
donde aislado el mortal en frágil tabla
sobre la muerte naufragante aleja
cual enemigo, y en las aguas hunde
al que las palmas moribundas tiende, 95
y asir en él su salvación procura;
tal es, Batilo, el borrascoso mundo
do expiraron mis años bonancibles;
y tal mudanza por doquier presenta
el hombre débil. Su niñez recibe 100
una infantina juventud, hermosa,
dócil, sensible al maternal acento
de la natura, que oficiosa halaga
su tierno corazón, y le fecunda
en placer, en virtud, en mil amores, 105
fabricando sobre él un templo augusto
a la beneficencia. ¡Afán perdido!
Presto será que el pestilente soplo
del ejemplo mortal de un mundo infecto,
arideciendo el alma infructuosa, 110
sin esperanza la semilla ahogue
que natura plantó. ¿Dónde está el fuerte
que, íntegra su virtud, resista inmóvil
el choque atroz de las voraces ondas
que en inflamado mar de hirviente lava, 115
entre montes de sombras humeantes,
ese volcán fulminador arroja
estremeciendo el vacilante suelo?
No, no le es dado a la humanal flaqueza
tan alto esfuerzo; ni arrostrar el riesgo 120
fue prudencia jamás. Al virtuoso
¿qué le resta? ¡Infeliz! Suspira y huye;
rompe llorando los sociales lazos,
¡que no debieran! Pero al crimen guían;
su oscura probidad, y algún amigo 125
solitario cual él son su universo.
¡Oh Batilo! ¡Oh dolor! ¿Es ley forzosa
para amar la virtud odiar al hombre,
y huirle como a bárbaro asesino?
¡Congojosa verdad! Tú has encerrado 130
en el sepulcro del dolor mis días.
¡Oh! ¿Quién me diese el atrasar el tiempo
hasta arrancarle mi verdor marchito?
¿O siquiera volar con mi Batilo
a buscarle del Tormes en la orilla? 135
Le encontrara; allí está; por siempre inmóvil
entre sus ondas deleznables yace
mi adolescencia; por doquier mis ojos
hallarán restos de sus frescas flores.
Del Otea, el Zurguén, de la enriscada 140
aspereza que mira amenazando
correr debajo el río hondisonante;
doquier me hiriera con dulzura triste
la silenciosa voz de lo pasado.
Aquí, diría, deleitables horas 145
de cordial amistad en ancho coro,
entre las risas del ardiente Baco,
se te huyeron; allí las largas noches
velando ante las aras de Minerva
para siempre insensibles te dejaron; 150
acá, de la Academia en los afanes
y las contiendas, intornables días
pasaron sobre ti; y allá el Otea
de tu Batilo a par te vio mil veces
correr sus huertas, y arrancar riendo 155
la lechuga frugal, y a par del Tormes
lavándola en sus aguas circulantes,
comerla entre las pláticas sabrosas
nadando el alma en celestial contento.
¡Oh inefable placer! ¡Oh hermosas tardes 160
de mi felicidad!... Fueron, Batilo,
para siempre jamás ¡pueda a lo menos
vivir siempre inmortal nuestro cariño
único resto de tan bellos días!
 
 
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Un amante al partir su amada

ArribaAbajo   ¡Ay! ¡Ay que parte! ¡Que la pierdo! Abierta
del coche triste la funesta puerta
la llama a su prisión. Laura adorada,
Laura, mi Laura ¿que de mí olvidada
entras donde esos bárbaros crueles 5
lejos te llevan de mi lado amante?
¡Ay! Que el zagal el látigo estallante
chasquea, y los ruidosos cascabeles
y las esquilas suenan, y al estruendo
los rápidos caballos van corriendo. 10
¿Y corren, corren, y de mí la alejan?
¿La alejan más y más sin que mi llanto
mueva a piedad su bárbara dureza?
Parad, parad, o suspender un tanto
vuestra marcha; que Laura su cabeza 15
una vez y otra asoma entristecida
y me clava los ojos; ¡que no sea
la vez postrera que su rostro vea!
¿Y corréis, y corréis? Dejad al menos
que otra vez nuestros ojos se despidan, 20
otra vez sola, y trasponeos luego.
¡Corazones de mármol! ¿A mi ruego
todos ensordecéis? En vano, en vano
cual relámpago el coche se adelanta;
en pos, en pos mi infatigable planta 25
cual relámpago irá, que amor la guía.
Laura, te seguiré de noche y día
sin que hondos ríos ni fragosos montes
me puedan aterrar; tú vas delante.
Asoma, Laura; que tu vista amante 30
caiga otra vez sobre mis tristes ojos.
¿Tardas, ingrata, y en aquella loma
te me vas a ocultar? Asoma, asoma,
que se acaba el mirar. Sólo una rueda
a lo lejos descubro; todavía 35
la diviso; allí va; tened que es mía,
es mía Laura; detened, que os veda
robármela el amor; él a mi pecho
para siempre la unió con lazo estrecho.
¡Ay!, entre tanto que infeliz me quejo 40
ellos ya para siempre se apartaron;
mis ojos para siempre la han perdido;
y sólo en mis dolores me dejaron
el funesto carril por donde han ido.
¿Por qué no es dado a mi cansada planta 45
alcanzar su carrera? ¿Por qué el cielo
sólo a las aves el dichoso vuelo
benigno concedió? Jamás doliente
llora el jilguero de su amor la ausencia;
y yo entretanto de mi Laura ausente 50
en soledad desesperada lloro
y lloraré sin fin. Si yo la adoro,
si ella sensible mis cariños paga
¿por qué nos separáis? En dondequiera
es mía, lo será; su pecho amante, 55
yo le conozco, me amará constante,
seré su solo amor... ¡Triste! ¿Qué digo?
Que se aparta de mí, y a un enemigo
se va acercando a quien amó algún día.
Huye, Laura, no creas, desconfía 60
de mi rival, y de los hombres todos.
Todos son falsos, pérfidos, traidores,
que dan pesares recibiendo amores,
¡Almas de corrupción!, jamás quisieron
con la ingenua verdad, con la ternura, 65
con la pureza y la fogosa llama
con que mi pecho enamorado te ama.
Te ama, te ama sin fin; y tú entretanto
¿qué harás de mí? ¿Te acordarás? ¿En llanto
regarás mi memoria y tu camino? 70
¿Probarás mi dolor, mi desconsuelo,
mi horrible soledad? Astro del cielo,
oh sol, hermoso para mí algún día,
tú la ves, y me ves: ¿dónde está ahora?
¿Qué hace? ¿Vuelve a mirar? ¿Se aflige? ¿Llora? 75
¿O ríe con la imagen lisonjera
de mi odioso rival que allá la espera?
¿Y ésta es la paga de mi amor sincero?
¿Y para esto infeliz, desesperado,
sufro por ella, y entre angustias muero? 80
¡Ah! Ninguna mujer ha merecido
un suspiro amoroso, ni un cuidado.
Tan prontas al querer como al olvido,
fáciles, caprichosas, inconstantes,
su amor es vanidad. A cien amantes 85
quieren atar en su cadena a un tiempo,
y ríen de sus triunfos, y se aclaman,
y a nadie amaron porque a todos aman.
¿Y mi Laura también?... no, no lo creo.
Yo vi en sus ojos que me hablaba ansioso 90
su veraz corazón; todo era mío;
yo su labio escuché, y su labio hermoso
mío le declaró; cuantos oyeron
sus palabras, sus ayes, sus gemidos,
es tuyo, y todo tuyo, me dijeron. 95
Es mío, yo lo sé; que en tiernos lazos
mil y mil veces la estreché en mis brazos,
y al suyo uní mi Corazón ardiente,
y juntos palpitaron blandamente,
jurando amarse hasta la tumba fría. 100
¡Oh memoria cruel! ¿Adónde han ido
tantos, tantos placeres? Laura mía,
¿dónde estás? ¿Dónde estás? ¿Que ya mi oído
no escuchará tu voz armoniosa,
mucho más dulce que la miel hiblea?, 105
¿que sin cesar mi vista lagrimosa
te buscará sin encontrarte? Al Prado,
que tantas veces a tu tierno lado
me vio, soberbio en mi feliz ventura,
iré, por ti preguntaré, y el Prado, 110
no está aquí, me dirá; y en la amargura
de mi acerbo dolor, cuantos lugares
allí tocó tu delicada planta
todos los regaré con largo llanto,
en cada cual hallando mil pesares 115
con mil recuerdos. Bajaré perdido
a las Delicias, y con triste acento,
Laura, mi Laura, clamaré, y el viento
mi voz se llevará, y allí tendido
sobre la dura solitaria arena, 120
pondrase el sol, y seguirá mi pena.
A tu morada iré; con planta incierta
toda la correré desesperado,
y toda, toda la hallaré desierta.
Furioso bajaré, y a mis amigos, 125
de mi ardiente pasión fieles testigos
preguntaré en silencio por mi amante;
y ellos, la compasión en el semblante,
nada responderán. ¡Desventurado!
¿A quién me volveré? Si sólo un día 130
durase mi dolor, yo me diría
feliz, y muy feliz; pero mis ojos
un sol, y otro verán, y cien tras ellos,
y a Laura no verán. Sus labios bellos
no se abrirán, y entre cordial ternura 135
te amo repetirán mil y mil veces;
ni con la suya estrechará mi mano,
ni gozaré mirando la hermosura
de su expresivo rostro soberano.
¡Ay, que nunca a mis ojos tan hermosa 140
brilló cual hoy cuando de mi partía!
Jamás, jamás la olvidaré; una diosa,
la diosa del amor me parecía.
Sí, mi diosa serás, Laura adorada,
la única diosa a quien mi pecho amante 145
cultos tributará. Ya en adelante
en todo el orbe para mí no existe
más belleza que tú, ni más deseo;
adorarte será mi eterno empleo.
¡Oh Guadiana, Guadiana hermoso!, 150
¡oh río entre los ríos venturoso!,
¡oh mil veces feliz! Tú a Manzanares
su tesoro robaste. Placenteras
mirarán a mi Laura tus riberas
contemplando cual pasan tus olitas, 155
y unas en otras sin cesar se pierden.
Pensativa al mirarlo, en mí la mente,
ocultará en tu rápida corriente
con mil lágrimas tristes mil amores.
¡Oh si después hacia Madrid corrieras!, 160
a las suyas mis lágrimas unieras.
¡Ay!, dila, dila, cuando allí la vieres,
que eternamente vivirá en mi pecho
su inextinguible amor; que acongojado
la lloro sin cesar; que lo he jurado, 165
cuando la sien de abril ciñan las flores
iré a exhalar entre sus dulces brazos
todo mi corazón, y mil amores
en cambio a recibir; que ella constante
pague mi fe, porque en el mundo entero 170
no encontrará un amor más verdadero.
 
 
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A un amigo en la muerte de un hermano

ArribaAbajo   Es justo, sí; la humanidad, el deudo,
tus entrañas de amor, todo te ordena
sentir de veras y regar con llanto
ese cadáver, para siempre inmóvil,
que fue tu hermano. La implacable muerte 5
abrió sin tiempo su sepulcro odioso
y derribóle en él. ¡Ay! ¡A su vida
cuántos años robó! ¡Cuánta esperanza!
¡Cuánto amor fraternal! y ¡cuánto, cuánto
miserable dolor y hondo recuerdo 10
a su hermano adelanta y sus amigos!
Vive el malvado atormentando, y vive,
y un siglo entero de maldad completa:
y el honrado mortal en cuyo pecho
la bondadosa humanidad se abriga 15
¿nace, y deja de ser? ¡Ay!, llora, llora
caro Fernández, el fatal destino
de un hermano infeliz; también mis ojos
saben llorar, y en tu aflicción presente
más de una vez a tu amistad pagaron 20
su tributo de lágrimas. ¡Si el cielo
benigno oyera los sinceros votos
de la ardiente amistad! Al punto, al punto
hacia el cadáver de tu amor volando
segunda vida le inspirara, y ledo 25
presentándole a ti, toma, dijera,
vuelve a tu hermano y a tu gozo antiguo.
Mas ¡ay!, el hombre en su impotencia triste
no puede más que suspirar deseos.
La losa cae sobre el voraz sepulcro 30
y cae la eternidad; y en vano, en vano
al que en su abismo se perdió le llaman
de acá las voces del mortal doliente.
Ni poder, ni virtud, ni humildes ruegos,
ni el ay de la viudez, ni los suspiros 35
de inocente orfandad, ni los sollozos
de la amistad, ni el maternal lamento,
ni amor, el tierno amor que el mundo rige;
nada penetra los oídos sordos
de la muerte insensible. Nuestros ayes 40
a los umbrales de la tumba llegan,
y escuchados no son; que los sentidos
allí cesaron, la razón es muda,
helóse el corazón, y las pasiones
y los deseos para siempre yacen. 45
Yacen, sí, yacen, el dolor empero
también con ellos para siempre yace,
y la vida es dolor. Llama a tus años,
caro Fernández; sin pasión pregunta
¿qué has sido en ellos? Y con tristes voces 50
dirán: si un día te rió sereno,
ciento y ciento tras él, tempestuosos
tronando sobre ti, huellas profundas
de mal y de temor sólo dejaron.
Hórrido yermo de inflamada arena, 55
do entre aridez universal y muerte
solitario tal vez algún arbusto
se esfuerza a verdear; tal es la imagen
de esta vida cruel que tanto amamos.
Enfermedad, desvalimiento, lloro, 60
ignorancia, opresión, este cortejo
nos espera al nacer, y apesadumbra
la hermosa candidez de nuestra infancia
que en nada es nuestra. Los demás ordenan
a su placer de nuestro débil cuerpo; 65
y nuestra mente a sus antojos sirve.
Si nuestro llanto a su indolencia ofende,
manda que pare su feroz dureza,
o su bárbara mano enfurecida
sobre nosotros cae. ¡Niño infelice! 70
Llora ya, llora cuando apenas naces
de la injusticia la opresión sangrienta,
y el desprecio, el baldón, y tantos males,
¡preludios, ay, de los que pos te aguardan!,
tus años correrán, y por tus años 75
hombre te oirás decir; mas siempre niño
entre niños serás. Injusto y justo,
opresor y oprimido todo a un tiempo
de tus pasiones en el mar furioso
perdido nadarás. En lucha eterna 80
de acciones y deseos, mal seguro
no sabrás qué querer; y fastidiado
con lo presente, volarás ansioso
a otro tiempo y lugar buscando siempre
allá tu dicha donde estar no puedas. 85
¿Y qué valdrá que en tu virtud contento
goces contigo, si mirando en torno
verás la humanidad acongojada
largamente gemir? Despedazado
tu tierno corazón verá los males, 90
querrá aliviarlos, no podrá, y el lloro,
sólo un estéril lloro es el consuelo
que puede dar su caridad fogosa.
¿Hay pena igual a la de oír al triste
sufrir sin esperanza? ¡Oh muerte, muerte! 95
¡Oh sepulcro feliz! ¡Afortunados
mil y mil veces los que allí en reposo
terminaron los males! ¡Ay!, al menos
sus ojos no verán la escena horrible
de la santa virtud atada en triunfo 100
de la maldad al victorioso carro.
No escucharán la estrepitosa planta
de la injusticia quebrantando el cuello
de la inocencia desvalida y sola;
ni olerán los sacrílegos inciensos 105
que del poder en las sangrientas aras
la adulación escandalosa quema.
¡Oh cuánto no verán! ¿Por qué lloramos,
Fernández mío, si la tumba rompe
tanta infelicidad? Enjuga, enjuga 110
tus dolorosas lágrimas; tu hermano
empezó a ser feliz; sí, cese, cese
tu pesadumbre ya. Mira que aflige
a tus amigos tu doliente rostro,
y a tu querida esposa y a tus hijos. 115
El pequeñuelo Hipólito suspenso,
el dedo puesto entre sus frescos labios,
observa tu tristeza, y se entristece;
y marchando hacia atrás, llega a su madre
y la aprieta una mano, y en su pecho 120
la delicada cabecita posa,
siempre los ojos en su padre fijos.
Lloras, y llora; y en su amable llanto
¿qué piensas que dirá? «Padre, te dice,
¿será eterno el dolor? ¿No hay en la tierra 125
otros cariños que el vacío llenen,
que tu hermano dejó? Mi tierna madre
vive, y mi hermana, y para amarte viven,
y yo con ellas te amaré. Algún día
verás mis años juveniles llenos 130
de ricos frutos, que oficioso ahora
con mil afanes en mi pecho siembras.
Honrado, ingenuo, laborioso, humano,
esclavo del deber, amigo ardiente,
esposo tierno, enamorado padre, 135
yo seré lo que tú. ¡Cuántas delicias
en mí te esperan! Lo verás; mil veces
llorarás de placer, y yo contigo.
mas vive, vive, que si tú me faltas,
¡oh pobrecito Hipólito!, sin sombra 140
¡ay!, ¿qué será de ti huérfano y solo?
No, mi dulce papá; tu vida es mía,
no me la abrevies traspasando tu alma
con las espinas de la cruel tristeza.
Vive, sí, vive; que si el hado impío 145
pudo romper tus fraternales lazos,
hermanos mil encontrarás doquiera;
que amor es hermandad, y todos te aman.
De cien amigos que te ríen tiernos
adopta a alguno, y si por mi te guías 150
Nicasio en el amor será tu hermano».
 
 
ArribaAbajo

Zorayda

En elogio de una señora que en una función particular de teatro, hizo en esta tragedia el papel de Zorayda. Como su sensibilidad y mérito resalta más que en ningún otro lugar en el soliloquio que hay en el tercer acto, sobre él recae principalmente el presente elogio.

 
ArribaAbajo   Era la noche; la modesta luna
con rostro melancólico reía,
de las selvas calladas visitando
la augusta soledad, do la fortuna
tal vez de algún amante se dolía 5
sus lágrimas pasadas enjugando.
Sueño, placer, amores
doquier volaban; y Zorayda en tanto,
sola con sus dolores,
las rosas del jardín regando en llanto, 10
en la Alhambra se queja,
y mientras llora Abenamet se aleja.
   ¿Se aleja? ¿Y es verdad? Su idolatrado,
su solo gozo, su única esperanza,
todo su corazón, su mundo entero, 15
su Abenamet se aleja de su lado.
¿Pudo agostar el soplo de venganza
tantas flores de amor tan verdadero?
¿Es de otro ya la mano
que, niña aún, Zorayda balbuciente 20
le ofreció? ¿Por qué en vano
feliz entonces la fingió su mente
si iba a nombrarla esposa
su verdugo, y su amor vil alevosa?
   Entra esta voz en su inocente oído, 25
y desmáyase y cae, y el reino odiado
de la muerte en su pecho largamente
se dilata. El terror despavorido
al mirarla caer, yerto, erizado
el cabello, se arroja omnipotente 30
a los espectadores
y ata sus miembros, y su labio abriendo,
los más hondos temores
va en sus almas atónitas vertiendo.
Mudo el espanto vuela, 35
y el ¡ay!, de todos en las fauces hiela.
   Ya torna en sí la moribunda amante.
Va a respirar, y su primer aliento
es un dolor que suena sollozando
en sus entrañas. Quiere vacilante 40
la cabeza elevar, y el sentimiento
se la abate imperioso. Suspirando
la vista en torno tiende,
y nada ve sino su odiosa vida.
Lucha una vez, pretende 45
otra y otras alzarse, y desvalida
cae. ¿Y en su angustia extrema
sin amparo se ve? ¿Do estás, Zulema?
   Con rencorosa voz: ¡bárbaro!, clama
a su esposo feroz. Luego gimiendo 50
con el tono de amor más lastimero,
por su querido, ¡el infeliz!, exclama
y agudo sigue un ¡ay!, cual si, rompiendo
su corazón, lanzase el postrimero
aliento de su vida. 55
Fija la mente en que su amor traidora
la juzgó a su partida,
se ahoga en amarguras, calla, llora;
y en tanto mil pasiones
hablan en su semblante y sus acciones. 60
   Odio, deber, amor, miedo, venganza,
un volcán de pasiones fulminantes
dentro de su alma combaten destrozada.
El odio triunfa; con furor se lanza
del asiento, los ojos centellantes, 65
la voz hirviendo en la garganta hinchada,
blanco y trémulo el labio,
incierto el pie, los músculos turgentes,
a su esposo en su agravio
le provoca, y en ansias impacientes 70
a su querido llama,
y más que nunca en su delirio le ama.
   Tiende los brazos cual si allí le viera,
le repite su amor, enajenada
ya su esposa se juzga, y de repente 75
su ilusión desparece placentera;
en vez de Abenamet halla pasmada
que es ya de Boabdil eternamente.
Para; sus miembros riega
frío sudor; su lengua entorpecida 80
al paladar se pega;
vuelve al cielo la vista dolorida
y calla y sigue el cielo
en su quieto girar, y ella en su duelo.
   En su silencio estúpido la espanta 85
la imagen de un esposo a quien ofende.
Teme; sola se ve; marcha a su amiga
y ¡en vano, en vano la rebelde planta
en busca suya acelerar pretende!,
que el rígido pavor sus miembros liga. 90
Su palpitante pecho
fuerza el aliento y a Zulema llama,
y muere a largo trecho
sin respuesta su voz. Otra vez clama
y huye, dice al momento, 95
do no veas mi torpe abatimiento.
   ¡Cuál se aflige de amar, y siempre amando!
¡De aborrecer, y siempre aborreciendo!
¡De faltar a un deber que doloroso
un sepulcro infeliz le está aguardando! 100
¡Cuán sublime expresión! Está vertiendo
los afectos en mar tempestuoso,
su marcha, su semblante,
su silencio, su voz. ¡Ah!, no hay acento,
no hay pincel que bastante 105
sea ni a bosquejar tanto portento;
ni ya mi pecho aspira
sino sólo a sentir; romped mi lira.
   Rompedla al punto, que jamás mi mano
la volverá a pulsar. Almas piadosas 110
no creáis a mi voz; a su presencia
venid; ved a Zorayda. ¿Hay labio humano
que ose de sus acciones afectuosas
retratar la volcánica elocuencia
ni el penetrante acento 115
que habla en la muchedumbre de sus males?
Tan vasto sentimiento
no cabe, no, en los pechos de mortales.
Basta, Zorayda, tente
que yo expiro al dolor que tu alma siente. 120
   ¿Y quién resistirá? ¡Llámese fiera
el bárbaro mortal que no se ablande
a tu voz y a tu vista abrasadora!
¡Zorayda celestial! ¡Oh! ¡Quién me diera
de Píndaro y de Sófocles el grande 125
genio eternizador! En cuanto dora
el sol, de gente en gente,
en alas de mi musa volaría
tu nombre eternamente,
y lágrimas sin fin arrancaría. 130
Mas, ¡ay!, ¡nací en mal hado!
Admirarte y callar sólo me es dado.
 
 
ArribaAbajo

En la ausencia de Cloe

ArribaAbajo   Espera, tente, ¿por ventura esquivas
mi sincera pasión? ¿Huyes ingrata,
de quien nació para adorarte?...¿Adónde,
adónde has ido, celestial imagen
de mi querida Cloe? Ahora, ahora 5
en este punto, en mis amantes brazos
la vi, estreché mi corazón al suyo;
y palpitaba, y palpité; y sus ojos
en los míos ardieron; mis labios
en los suyos pegué; y un alma sola 10
entre los dos erró. Lo ví; no es sueño,
no es mentida ilusión: ¿cabe por suerte
tanta verdad en la apariencia vana?
Aquí ha de estar; la llamaré: ¿mi Cloe,
Cloe, mi Cloe?... Tenderé los brazos, 15
y a mis brazos vendrá: Cloe, ¿qué esperas?
¿Cloe, mi Cloe?...Pero ¿en cuál delirio
así me arrastra mi exaltada mente?
La llamo; y ella, en apartado clima,
mi voz no escucha. ¿Para qué destierras, 20
sol importuno, las piadosas sombras
de la noche feliz? Dichoso en ella
yo me gozaba en la mentida magia
de un sueño bienhechor; cruel llamaste
con tu luz a mis párpados tranquilos, 25
y abrí inocente, y con mi dulce sueño
voló mi dicha, y empezó mi llanto.
¡Astro de maldición! Huye, apresura
tu giro de dolor; cae, y en tu ocaso
también mi vida para siempre caiga. 30
¡Puedan los rayos de tu nuevo oriente
en el féretro hallar mis yertos ojos
cerrados a tu luz, cayendo en torno
el llanto de mi madre y mis amigos!
¡Gocen ¡ay!, gocen de tu hermosa lumbre 35
los que impacientes con la noche anhelan
por tu presencia, y a la aurora llaman!
La aurora los oirá, y ellos felices
serán de nuevo al rosear la aurora.
Mas yo ¡infeliz!, que, de mi Cloe lejos, 40
no puedo ver su idolatrado rostro
¿qué es el sol para mí? ¡Triste!, algún día
me hizo también su resplandor dichoso!
Al asomar su refulgente carro,
latiendo el pecho, la veré, exclamaba; 45
y la veía en verdad. Ora risueño
a su morada en la mitad del día
iba con planta presurosa, y Cloe
ya me esperaba. Los amantes brazos
al verme abría, y en su pecho ardiente 50
estrechándome tierna, un dulce beso,
un beso, todo amor, entre mis labios
iba a esconder; y luego me miraba,
y sonreía, y de su boca en torno
mil y mil besos para mí nacían. 55
¡Ay! ¿Dónde huyeron tan alegres horas?
¿Do están los juegos cariñosos? ¿Dónde
las lágrimas de amor, los juramentos
de una eterna constancia, los desmayos,
los ayes de placer; las blandas quejas, 60
los enojos tal vez, nuncios felices
de un cariño mayor en nuevas paces?
Cloe ¿do estás? Desesperado corro
por todas partes en tu busca, y hallo
en todas partes soledad. Perdido 65
voy a los olmos, cuyas verdes ramas
una vez y otra en las serenas tardes
te miraban pasar, y allí sentado
esperándote estoy. Pasan las bellas,
pasan, y pasan, y la noche viene; 70
pero mi amante no. ¿Qué es ésto, Cloe?
Cloe ¿qué es ésto? Cuando sólo vivo
al resplandor de tus hermosos ojos
¿así permites que en perpetua noche
me consuma el dolor? ¿Esta es la paga 75
de tanto amor como mi ardiente pecho
anidó para ti, para ti siempre,
y sólo para ti? ¿Y eres piadosa?
Iré: mis labios en aquesta noche
el nombre odioso te darán de ingrata. 80
Iré al instante: en tu mansión ahora
entrar furioso me verás. Partamos:
la diré... la diré... ¡Poder del cielo!...
¡Ay! Las antorchas que en la noche umbría
la entrada a su mansión iluminaron 85
todas muertas están: están cerradas
en silenciosa oscuridad las puertas.
Ha partido: es verdad: partió, y en vano
mi amor la busca en su fatal delirio.
Ha partido por fin, y triste y solo 90
no habrá en la tierra quien me diga te amo.
Ha partido por fin, y a mi me deja
cual huerfanito que la sombra pierde
de su madre al nacer. Solo en el mundo
estas lágrimas solas me acompañan; 95
estas amargas lágrimas que riegan
de su morada las paredes frías.
¡Paredes de mi amor, ay! ¡Si albergasen
entrañas de piedad! Ellas conmigo
llorarían también, ellas me amaran 100
como las amo yo; pero mi labio
las toca sin cesar, y ellas heladas
mis besos y mis lágrimas reciben
sin dolerse de mi. Guardad al menos
tantos cariños, y decid a Cloe 105
cuando retorne a vos. «Aquí tu amante
todas las noches te lloró, y entre ayes
mil y mil veces repitió tu nombre
al son tal vez de la ruidosa lluvia.
Aquí le vimos (levantando al cielo 110
los mustios ojos, que después volvía
hacia el lugar adonde tú partiste)
mil bendiciones enviar a Cloe.
Besaba el aire en su ilusión diciendo:
Acaso este aire tenderá sus alas 115
y hacia ella volará, y jugando en torno
de sus mejillas, la dará mi beso.
Después, clavando con ardor la mano
sobre su corazón; hasta el sepulcro,
más allá del sepulcro, eternamente 120
suyo todo será, clamaba; y luego
«¡pueda un día, una hora, un mismo instante
abrazados los dos en nudo estrecho,
sus labios y sus ojos en los míos,
mi pecho y corazón clavado al suyo 125
vernos así expirar! ¡Pueda una tumba,
pueda un solo ataud cerrar piadoso
nuestras cenizas en descanso eterno!
Aquesto la diréis; mas no: ¿quién sabe
si entonces ella me amará? ¿Si odioso 130
ya le será mi desdichado nombre?,
nombre que un día recreó su oído.
¡Ay! ¡Ay! Tal vez su corazón prendado
de otro amante mejor... Ámale, Cloe,
ámale, sí, como su amor te ría. 135
Mi lengua callará; mi triste labio,
mudo a las quejas, se abrirá tan solo
para colmarte en bendiciones. Ama;
sé tú feliz, y mas que yo perezca.
¡Ella es feliz!, exclamaré muriendo. 140
Y alegre exhalaré, pensando en Cloe,
mi último amor con mi postrer suspiro.
 
 
ArribaAbajo

La rosa del desierto

ArribaAbajo   ¿Dónde estás, dónde estás, tú que embalsamas
de este desierto el solitario ambiente
con tu plácido olor? Con él me llamas
hacia ti más y más, te busco ardiente,
e ingrata a mi cuidado, 5
triste me dejas en mi afán burlado.
Bella entre flores bellas
¿por qué te escondes y mi amor esquivas?
¿Temes que yo prefiera
a tu hermosa franqueza la altanera 10
pompa del tulipán, o la inodora
anémona que al iris desafía,
o del clavel la majestad grandiosa?
No; todo cede para mi a la rosa,
la rosa es mi placer, ven, ven, ofrece 15
tu modesta beldad a mi deseo,
oh rosa virginal. ¿Me engaño, o veo
su purpúreo color que allí aparece
por entre una quebrada?
Es, es, no hay duda; en los paternos brazos 20
de su rosal sentada
con lentitud se mece
al movimiento blando
de un cefirillo que la está besando.
¡Oh salve, salve! ¿Qué mi vista ansiosa, 25
cansada ya de la aridez penosa
que en torno te rodea
al fin en tu belleza se recrea?
¡Oh flor amable! En tus sencillas galas
¿qué tienes, dí, que el ánimo enajenas 30
y de agradable suspensión le llenas,
en cada olor que liberal exhalas
de tu cáliz ingenuo, un pensamiento,
un recuerdo, un amor... no sé que siento
allá dentro de mi, que enternecido 35
suelto la rienda al llanto,
y encuentro en mi aflicción un dulce encanto.
Sola en este lugar, ¿cuándo, qué mano
pudo plantarte en él? ¿Fue algún anciano
que recordó sus días juveniles 40
pasando por aquí, y al ver su muerte
en recogerlos se afanó y guardarlos
dentro de tu raíz? ¿O fue un amante,
que abandonado ya de una inconstante
huyó a esta soledad, queriendo triste 45
olvidar a su bella,
y este rosal plantó pensando en ella?
Era un hombre de bien del hombre amigo
quien un yermo infeliz pobló contigo,
que en medio a la aridez así pareces 50
cual la virtud sagrada
de un mundo de maldades rodeada.
¡Ah! Rosa es la virtud, y bien cual rosa
dondequiera es hermosa,
espinas la rodean dondequiera, 55
y vive un solo instante
como tú vivirás. ¡Ay! Tus hermanas
fueron rosas también, también galanas
las pintó ese arroyuelo, cual retrata
en ti de tu familia la postrera. 60
Del tiempo fugitivo imagen triste
él corre, correrá, y en su carrera
te buscará mañana con la aurora,
y no te encontrará, que ya esparcidas
tus mustias hojas sin honor caídas 65
sobre la tierra dura
el fin le cantarán de tu hermosura.
¡Oh si me fuese dado
tus horas prolongar cediendo un día
en tu favor del tiempo que me toca! 70
Gozoso más en breve marcharía
hacia mi tumba helada
porque durase más mi flor amada.
¡Imposibles soñados! ¡Ay!, siquiera
toma, guarda ese beso 75
de mi amistad sincera
y esa parte de mí contigo muera.
¿Y qué, sola, olvidada,
sin que su labio y su pasión imprima
en ti ninguna amante 80
en fin perecerás sin ser llorada?
¿No volará en su muerte
ningún ay de tristeza
de la fresca belleza
que en ti contemple su futura suerte? 85
¡Oh Clori, Clori!, para ti esta rosa,
bella cual mi cariño,
aquí nació: la cortará mi mano
y allá en tu pecho morirá gloriosa.
Guarda, tente, no cortes, y perdone 90
Clori esta vez; que por ventura injusto
bajará a este lugar algún celoso
venganzas meditando allá en la mente
de una triste inocente
que amarle hasta morir en tanto jura. 95
Al mirar esta rosa de repente
se calmarán sus celos, y bañado
en llanto de ternura
maldecirá su error, y arrepentido
irá a abjurarle ante su bien postrado. 100
o la verá tal vez algún esposo
ya en sus cariños frío;
y la edad de sus flores recordando,
fija la mente en su marchita esposa,
clamará en su interior, también fue rosa: 105
y con este recuerdo despertando
el fuego que en su pecho ya dormía,
la volverá un amor que de ella huía.
¿Y quién sabe si acaso maquinando
la primera maldad, con torvo ceño 110
vendrá algún infeliz solo, perdido
de pasiones terribles combatido?
Al llegar donde estoy verá esta rosa,
la mirará, se sentará a su lado,
e ignorando por qué, su pecho herido 115
de una dulce terneza
amará, de mi flor estimulado,
la belleza moral en su belleza.
¡Ay!, que del crimen al cadalso infame
tal vez ese infeliz se despeñara 120
si esta rosa escondida
la virtud en su olor no le inspirara.
Queda, sí, queda en tu rosal prendida,
oh rosa del desierto,
para escuela de amor y de virtudes. 125
Queda, y el pasajero
al mirarte se pare y te bendiga,
y sienta y llore como yo, y prosiga
más contento su próspero camino
sin que te arranque de tus patrios lares. 130
¿Es tan larga tu edad para que quiera
cortarte, acelerando tu carrera?
No; queda, vive, y el piadoso cielo
dos soles más prolongue tu hermosura.
¡Puedas lozana y pura 135
no probar los rigores
del bárbaro granizo,
ni los crudos ardores
de un sol de muerte; ni jamás tirano
tus galas rompa el roedor gusano. 140
No: dura, y sé feliz cuanto desea
mi amistad oficiosa;
y feliz a la par contigo sea
la abejilla piadosa
que en tu cáliz posada 145
hace a tus soledades compañía.
Adiós, mi flor amada,
adiós, y eterno adiós. La tumba fría
me abismará también; mas si en mi musa
llego a triunfar del tiempo y de la muerte, 150
inseparable de tu dulce amigo
eternamente vivirás conmigo.

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