Al señor marqués de Fuertehíjar, en los días de su esposa
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¿Duermes, Germano, y el rosado oriente |
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va a proclamar el venturoso día |
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de tu más tierno amor? ¿Duermes, y en tanto |
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vela tu amigo, y a gozar te llama, |
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y no atiendes su voz? Tal vez nos llegan |
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las horas de placer, nos ven dormidos, |
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y pasan, y huyen, y el placer las sigue |
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para nunca volver. El sueño entonces |
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¿qué deja en pos sino pesar estéril? |
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Duerman los tristes; pero tú despierta, |
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ven, ven, al punto a recibir, marchemos |
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entre las verdes pensativas ramas |
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de un desmayado sauce, el primer rayo |
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del astro de la luz. El insensible |
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por la profunda soledad del cielo |
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va silencioso en perenal viaje. |
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Si tú le esquivas, a tus voces sordo |
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este sol pasará, y ¡oh cuánto, cuánto |
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otro cual él se tardará en lucirte! |
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Este es el sol que de tu amable esposa |
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cuenta los años. De la oscura noche |
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lejos un día amaneció radiante, |
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y allí con él desde el materno seno |
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también Lorenza amaneció: Lorenza |
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antes de lo que fue, y es en la nada. |
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En ella busca a su querido objeto, |
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y le halla, y le ama; y desde allí volando |
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corta lo por venir, entra en la, tumba |
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y ama en la tumba, y en la tumba vive. |
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Distancias desconoce; en breve espacio |
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lleva en el alma el universo entero. |
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Ni hay edades en él, ni hay estaciones, |
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que eterna primavera es el cariño. |
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Todo lo anima, lo embellece todo |
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cual embellece para ti, oh Germano, |
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este día feliz. ¿Y que tú solo |
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en él te gozarás? No; tus placeres |
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de tus amigos son: ellos tus penas |
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sentirán otra vez. Nicasio te ama, |
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y ama a tu esposa, y ¿lo ignoráis? Nicasio |
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sabe también amar. ¡Oh cuál palpita |
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de júbilo mi pecho! Ven, estrecha, |
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Germano mío, en tus amigos brazos |
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mi ardiente corazón, y a par del tuyo |
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lata más vivo y tu placer redoble. |
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¡Oh cuál en ellos mi amistad se inflama! |
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¡Cuántos deseos de cariño hermoso |
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hinchen mi corazón que allá en el pecho |
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ya no acierta a caber! Estrecha, estrecha |
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dolor hermoso de su tierna madre. |
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Ella nacía, para ti nacía, |
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y lo ignorabas tú. ¿Y en dónde estabas, |
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dime, o cuál eras en aquel instante? |
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Indómito garzón entre los juegos |
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de tu edad bulliciosa te perdías |
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ciego a lo por venir y a lo pasado. |
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¿Quién te dijera que a distancia tanta |
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lejos, allá en el gaditano suelo |
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del alma una mitad hoy te nacía? |
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¿Que de Lorenza la inocente cuna |
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mecían la piedad, las tiernas gracias, |
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la compasión, la ingenuidad hermosa, |
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tanto y tan bello amor como adelante |
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para siempre tu pecho cautivaron? |
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¡Oh cuántas veces te alumbró este día |
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igual a los demás, y confundido |
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entre el vulgo de días le olvidaste! |
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¡Cuántas, cuántas después, cuando Lorenza |
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con su querer le ennobleció a tus ojos, |
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fija la mente en los que ya pasaron |
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en medio de dos lágrimas lanzaste |
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un ay de amor, clamando entristecido: |
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«¡Oh si posible el atrasarlos fuese, |
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y de uno en otro de mi esposa al lado |
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ir ascendiendo hasta el feliz instante |
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que la miró nacer! Allí naciera |
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mi cariño también; ella vería |
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todo el espacio de su vida hermoso |
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sembrado con mi amor desde su cuna. |
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Más ignorada para mí en su infancia |
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no pude verla palpitar dormida |
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entre los pechos que manaron píos |
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en su boquita el cándido sustento. |
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Saltó jugando en su niñez traviesa, |
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y no pude alternar allí en sus juegos, |
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ni sonreír con sus pueriles gracias. |
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Su adolescencia las primeras flores |
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brotó lozana, y para mí no fueron. |
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¡Ay!, cuántos años sin su amor perdidos!» |
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¿Perdidos? No; con tu pesar amante, |
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pesar hermoso de las almas tiernas, |
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los haces revivir, y amas en ellos. |
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Así el amor lo que perdió desquita, |
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y poderoso el sepulcral vacío |
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llena de lo que fue con lo presente. |
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La misteriosa eternidad del tiempo |
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la inmensidad del insondable espacio |
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es estrecha prisión para el cariño: |
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no hay límites con él. Las alas tiende, |
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vuela, y penetra lo pasado, y vuela |
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más y más cada vez; y así enlazados, |
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bien cual hermanos, al salir nos halle |
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el pacífico sol... ¡oh salve, salve!... |
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¿Le ves, le ves que por las altas cumbres |
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su rayo matinal tímido asoma? |
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¡Oh salve, salve, vencedor glorioso |
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de la muerte, del caos y la noche! |
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¡Monarca celestial! ¡Brillante imagen |
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de verdad, de virtud y de hermosura! |
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¡Vivificante sol! ¡Ay! Siempre bello |
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tiendes con profusión por la ancha esfera |
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de tu lumbre inmortal las ricas galas. |
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O críe rosas tu vital aliento, |
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o en soplo abrasador las mieses dores, |
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o más templado alegres las colinas |
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con el verdor dl pampanoso octubre, |
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o allá en nublosa oscuridad perdido |
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cubras el mundo de invernal tristeza; |
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siempre eres bello, y tu belleza es tuya. |
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Mas tan bello cual hoy, oh sol, perdona, |
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mis ojos no te ven ni cuando tierno |
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la flor primera del Abril nos abres, |
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ni cuando entierra con honor tu ocaso |
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del verde otoño el postrimer suspiro. |
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Más hermosa que tú mil y mil veces |
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reluce la amistad, y en este día |
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es la bella amistad quien te hermosea. |
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Lorenza brilla en ti. ¡Pueda Lorenza |
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brillar entre su esposo y sus amigos |
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cual tú feliz en medio a tus planetas! |
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¡Puedas sembrar de rosas y placeres |
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su fausto día, sin que nunca torne |
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la vista ansiosa a lo pasado huyendo |
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de lo presente en él! ¡Siempre lograda |
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hasta en los sueños su esperanza vea, |
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y sueñe risas y virtud! ¡Que viva, |
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viva tan larga edad!... Caro Germano |
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¡Ay, ay Germano! Las fugaces horas |
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vuelan impías, y tras sí arrebatan |
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días y años, y lustros, y en un punto |
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parece la vejez y en pos la muerte. |
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¡Oh, que no fuese a mi cariño dado |
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el tiempo detener antes que traiga |
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ese trance cruel! ¡Nunca mis ojos |
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lo lleguen a mirar! ¡Antes resuene |
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en mi hueco ataúd el sordo ruido |
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de la tierra fatal que cae rodando |
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a henchir la soledad de los sepulcros! |
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Sí, dulce amigo: con tu amada esposa |
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vive, vive feliz cuanto desea |
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mi fogosa amistad, y ¡pueda el cielo |
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cortando por piedad mi inútil vida |
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la vuestra prolongar próspera y bella! |
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Torna este abrazo para ti, Germano, |
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y éste también para tu tierna esposa, |
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y toda el alma recibid en ellos. |
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Cuando después en mi sepulcro yazca |
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este sol mismo volverá en agosto, |
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y yo no le veré. Germano, entonces |
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siquiera en un recuerdo de tu mente |
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viva Nicasio, y a tu amable esposa |
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dando un abrazo la dirás lloroso: |
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esto un amigo me dejó en tus días. |
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La pastorcilla enamorada
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¿En cuál hado nací tan funesto |
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que a perpetuo dolor me condena? |
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Allá dentro me aflige una pena |
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que yo siento y no puedo decir. |
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Aborrezco lo que antes amaba; |
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solitaria a llorar me retiro, |
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me pregunta mi madre, y suspiro, |
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y respondo, yo quiero morir. |
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¡Ay!, ¿dónde están los apacibles días |
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que me vieron contenta |
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pastorear los mansos corderillos? |
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De pesares exenta |
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al son de los acordes caramillos |
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danzando entre las ágiles pastoras |
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gocé largo placer en breves horas. |
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Tal vez en ancho corro |
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en medio a mis amigas refería |
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mil divertidos cuentos, |
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y reían conmigo y yo reía. |
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Tal vez se ejercitaban los talentos |
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n resolver enigmas misteriosos, |
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y aquélla que acertaba |
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mil parabienes y una flor ganaba. |
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¡Ay!, cuánta y cuánta flor, premios dichosos |
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de aquella mi agudeza, |
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a mi madre llevé que los guardara! |
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Ella los recibía, |
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y después repasándolos decía: |
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más premios has ganado |
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que las otras zagalas de este prado: |
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toma, toma este abrazo, Silvia mía: |
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¡Ay!, ¿qué valieron mis victorias bellas? |
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Recogiéndolas hoy, marché con ellas |
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a par del sesgo río, |
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y de una en una las eché en sus ondas, |
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y vi como cayeron, |
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y en ellas, cual mis gustos, se perdieron. |
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Ya ni las dulces flores, |
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ni el grato rosear de la mañana, |
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ni el expirar del sol, ni los pastores |
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con sus juegos nativos, nada alcanza |
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a templar mis pesares; |
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ni la blanda amistad con sus consuelos, |
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ni de mi madre la cordial terneza; |
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más bien todo redobla mi tristeza. |
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Dolor es cuanto siento, |
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cuanto miro es dolor, y triste vaga |
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de dolor en dolor mi pensamiento. |
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Fileno ¡ay Dios!, Fileno |
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yo fallezco de amor, y él no me paga. |
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En el alma clavado |
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sin poder desecharle va conmigo; |
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duermo, y allí a mi lado |
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entre sueños le veo; |
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despierto, y allí está con Mis amigas; |
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a Fileno y no más hallan mis ojos; |
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al bosque solitaria me retiro, |
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y allí a Fileno en cada sombra miro. |
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Fileno por doquier; todo es Fileno; |
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y él, el ingrato, en mi dolor sereno. |
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¡Ay!, ni mis ojos mustios, |
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ni el pálido color de mi semblante, |
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ni mi cruel tristeza, |
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ni este morir en juventud perdida |
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no ablandan su dureza. |
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Todos se duelen de la pobre Silvia, |
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todos se esfuerzan a enjugar mi llanto, |
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todos la buscan; y Fileno en tanto |
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va de la triste huyendo |
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a Galatea por doquier siguiendo; |
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ámala, que es hermosa; y yo soy fea, |
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¡Oh quién fuese la bella Galatea! |
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¡Tuviese yo a lo menos |
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sus negros ojos y las dulces gracias |
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de su reír! ¡Tuviera |
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no más que su fortuna!, |
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que tan fea no soy si él me quisiera. |
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Y aún hay quien comparándome con ella |
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dice que soy más bella. |
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Mi madre en este día |
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besándome en sus brazos lo decía; |
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y mi madre no miente. |
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¿Y no lo dice claro aquesta fuente |
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que me retrata ahora en sus cristales? |
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Todas mis compañeras |
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y todos los zagales, |
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y las mismas corderas, |
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todos, todos me quieren, |
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y en todo a Galatea me prefieren. |
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Mas ¿qué vale si en tanto |
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yo me consumo en doloroso llanto? |
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Avecilla en la jaula prendida |
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ve a su par y le llama piando, |
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y al mirar que se aleja volando |
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se contrista y no puede vivir. |
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Madre, madre, yo soy la avecilla; |
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el ingrato no atiende a mi ruego; |
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no me es dado apagar este fuego: |
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madre mía, yo quiero morir. |
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En alabanza de un carpintero llamado Alfonso
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Virtutem... invenies... callosas habentem manus. |
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SÉNECA, De Vita beata, 7. |
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Yo lo juré: mi incorruptible acento |
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vengará la virtud, que lagrimosa |
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en infame baldón yace indigente. |
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En despecho del oro macilento |
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y de ambición pujante y envidiosa, |
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mil templos la alzaré do reverente, |
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sus aras perfumando |
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al orbe su loor iré cantando. |
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Nobles magnates, que la humana esencia |
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osasteis despreciar por un dorado |
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yugo servil que ennobleció un Tiberio, |
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mi lira desoíd. Vuestra ascendencia |
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generación del crimen laureado, |
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vuestro pomposo funeral imperio, |
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vuestro honor arrogante, |
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yo los detesto, iniquidad los cante. |
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¿Del palacio en la mole ponderosa |
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que anhelantes dos mundos levantaron |
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sobre la destrucción de un siglo entero, |
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morará la virtud? ¡Oh congojosa |
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choza del infeliz! A ti volaron |
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la justicia y razón desde que fiero, |
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ayugando al humano, |
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de la igualdad triunfó el primer tirano. |
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Dilo tú, dilo tú, pura morada |
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del íntegro varón: taller divino |
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de un recto menestral... Adonde, adonde... |
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¿Quién sacrílego habló? ¿Qué lengua osada |
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se mueve contra mí porque apadrino |
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a la miseria do virtud se esconde |
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mi Apolo condenando, |
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innoble y bajo al menestral llamando? |
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¿Innoble? ¡Oh monstruo, en el profundo Averno |
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perezca para siempre tu memoria |
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y tu generación! ¿Eternamente |
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habremos de ignorar que el sempiterno |
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es Padre universal? ¿Que no hay más gloria |
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ante su rectitud inteligente |
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que inflexible justicia, |
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ni más baldón que la parcial malicia? |
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Fue usurpación, que la verdad nublando, |
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distinciones halló do sus horrores |
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se ilustrasen. Por ella la nobleza, |
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|
del ocioso poder la frente alzando, |
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dijo al pobre: soy más; a los sudores |
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el cielo te crió; tú en la pobreza, |
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|
yo en rico poderío, |
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|
tu destino es servir, mandar el mío. |
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|
¿Y nobles se dirán estos sangrientos |
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|
partos de perdición, trastornadores |
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|
de las eternas leyes de natura? |
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¿Nobles serán los locos pensamientos |
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de un ser que innatural huella inferiores |
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|
a sus hermanos, y que audaz procura |
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|
en sobrehumana esfera |
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|
divinizar su corrupción grosera? |
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|
¿Pueden honrar al Apolíneo canto, |
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|
cetro, toisón y espada matadora, |
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insignias viles de opresión impía? |
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¿Y de virtud el distintivo santo, |
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|
el tranquilo formón, la bienhechora |
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|
gubia su infame deshonor sería? |
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|
¿Y un insecto envilece |
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|
lo que Dios en los cielos ennoblece? |
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|
Levantaos, oh grandes de la tierra; |
65 |
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|
seguid mis pasos, que a su tumba oscura |
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|
Alfonso os llama. Enhiestos y brillantes |
|
|
con más tesoros que Golconda encierra, |
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|
de vuestra claridad y excelsa altura |
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|
presentad los blasones arrogantes, |
70 |
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|
que a los vuestros famosos |
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|
él ya a oponer sus timbres virtuosos. |
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|
Recibiólo al nacer sacra pobreza |
|
|
para seguirle hasta el postrer aliento. |
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|
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Nació, y oyendo su primer vagido |
75 |
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|
voló la enfermedad, y con dureza |
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|
quebrantó su salud, eterno asiento |
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|
fijando en él. Se queja, y al quejido |
|
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desde el Olimpo santo |
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|
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baja virtud para enjugar su llanto. |
80 |
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|
Crece, y sus padres con placer miraron |
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|
crecer en él la cándida inocencia. |
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|
Corrió su edad, esclareció su mente, |
|
|
y ya su pecho y su razón le hablaron. |
|
|
|
Mira en torno de sí, y es indigencia |
85 |
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|
cuanto miró; y al contemplar doliente |
|
|
su familia infelice, |
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|
un escoplo tomó, y así le dice: |
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|
«Objeto de mi amor ¡ay!, sólo es dado |
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el sustento al afán, y sólo el vicio |
90 |
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|
se alimenta sin él. ¡Ley adorable |
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de mi adorable autor! El triste estado |
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|
ves de mis padres, cuánto sacrificio |
|
|
merezco a su cariño infatigable; |
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ellos de noche y día |
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compran con su dolor la dicha mía. |
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|
¿Por siempre gemirán? Es tiempo ahora |
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|
de amparar su vejez. Escoplo amigo, |
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|
ya te puedo gritar; mi brazo fuerte |
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|
|
a ti se acoge; tu favor implora; |
100 |
|
|
tú mi apoyo serás y firme abrigo |
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|
contra el hambre y maldad; harás mi suerte |
|
|
hasta el día postrero, |
|
|
y yo te juro ser fiel compañero. |
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|
|
Empieza, empieza; y favorable el cielo |
105 |
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|
bendiga tu empezar, y a tus labores |
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dé rico galardón; puedas un día |
|
|
de mi triste familia ser consuelo. |
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Puedas ¡ay!, de mi padre los sudores |
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para siempre limpiar; y en compañía |
110 |
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de su divina esposa |
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|
cerrar los ojos en quietud dichosa. |
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|
Y entonces ¡ay!, cuando orfandad doliente |
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|
siembre en mis días soledad y lloro, |
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¿adónde llevaré la débil planta |
115 |
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|
que temple mi dolor? Tú de mi mente |
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las fúnebres imágenes que honoro |
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|
piadoso aparta, y la antorcha ardiente |
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|
al amor concediendo |
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con su dulce esposa mi penar partiendo. |
120 |
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Modelo de virtud su fértil seno |
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|
sabrá reproducir multiplicadas |
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|
sus virtudes sin fin. Gozos filiales, |
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el bien os ame; su cruel veneno |
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no os soplen las maldades prosperadas. |
125 |
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|
Estudiad los ejemplos maternales |
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|
mientras la mano mía |
|
|
guarda vuestra niñez de la hambre impía. |
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|
¡Seductora ilusión! ¡Oh quién me diera |
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en salud floreciente mis labores |
130 |
|
|
no interrumpir jamás! Dios poderoso |
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|
que paternal desde tu augusta esfera |
|
|
del infeliz recibes los clamores, |
|
|
yo me postro ante ti; vuelve piadoso |
|
|
|
hacia mí tu semblante, |
135 |
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|
y mi quebranto cesará al instante. |
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|
Yo no deseo la opulenta suerte |
|
|
de una alta condición; tú me la diste; |
|
|
cual tuyo adoraré mi humilde estado. |
|
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|
Mas, ¡oh mi padre!, que tu brazo fuerte |
140 |
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|
siempre me aparte de la senda triste |
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del vicio; y que a tu acento recobrado |
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|
mi vital desaliento |
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|
en mi labor recoja mi sustento.» |
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|
|
Dijo, y obró; y al varle, estremecido |
145 |
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|
el infierno tembló; y el vicio adusto |
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|
miró caer su cetro fulminante. |
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|
Por tres veces Alfonso repetido |
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por los ángeles fue; y el nombre augusto |
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de esferas en esferas resonante |
150 |
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dijo el Ser soberano: |
|
|
este es el hombre que crió mi mano. |
|
|
Ven, oh tierra; venid, cielos hermosos, |
|
|
cantad las alabanzas del Eterno, |
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|
y admirar su poder imponderable; |
155 |
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|
ved entre los anhelos trabajosos, |
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el hambre y el oprobio sempiterno, |
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|
un Carpintero vil; inestimable |
|
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tesoro en él se encierra: |
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es la imagen de Dios, Dios en la tierra. |
160 |
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Es el hombre de bien; oscurecido |
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en miseria fatal, nubes espesas |
|
|
su virtud anublaron, despremiada |
|
|
su difícil virtud. Si enardecido |
|
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de la fama al clarín arduas empresas |
165 |
|
|
obra el héroe, su alma es sustentada |
|
|
con gloriosa esperanza; |
|
|
mas la oscura virtud ¿qué premio alcanza? |
|
|
El desprecio, el afán, y la amargura; |
|
|
|
tal fue de Alfonso el galardón sangriento. |
170 |
|
|
Sacrificado a la inmortal fatiga, |
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|
¿cuál fruto recogió? La parca dura |
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|
debilitando su vital aliento |
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|
desde el mismo nacer, hizo enemiga |
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que en trabajo inclemente |
175 |
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|
fuera estéril sudor el de su frente. |
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|
Veía a sus hijos y su amante esposa |
|
|
en las garras del hambre macilenta |
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|
prontos a perecer. En vano, en vano |
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|
|
la enfermedad ataba poderosa |
180 |
|
|
sus miembros al dolor. Su alma atenta |
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|
al ajeno sufrir, su estado insano |
|
|
olvida, y en contento |
|
|
dobla por sus amores su tormento. |
|
|
|
¡Oh tú, esposa feliz de un virtuoso, |
185 |
|
|
perpetua infatigable compañera |
|
|
de su eterna aflicción! Teresa amable, |
|
|
¿no es cierto que jamás tu santo esposo |
|
|
murmuró en su pesar? ¿Que lastimera |
|
|
|
su pobreza adoró? ¿Que inviolable |
190 |
|
|
su planta religiosa |
|
|
huyó de la maldad menos costosa? |
|
|
Y vosotros, oh prendas inocentes |
|
|
de Alfonso, hablad. Decidnos las lecciones |
|
|
|
que os dictó ejecutando; los dolientes |
195 |
|
|
que tierno consoló; los angustiados |
|
|
que su hambre sustentó; los corazones |
|
|
que su atractivo ejemplo |
|
|
llevó rendidos de virtud al templo. |
|
|
|
Bondad fue su vivir; en su semblante |
200 |
|
|
hablaba la deidad. ¡Oh cuántas veces |
|
|
mi espíritu en respetos abismado |
|
|
ante tu majestad probó el triunfante |
|
|
imperio de virtud. Mis altiveces |
|
|
|
allí desparecían, y humillado |
205 |
|
|
a sus palabras santas, |
|
|
tal vez quiso besar sus dignas plantas. |
|
|
Yo le vi... yo le vi... ¡Funesto día! |
|
|
Para siempre le vi... Pálida muerte |
|
|
|
volaba en torno de él. ¡Infortunado!, |
210 |
|
|
que el penúltimo sol entonces veía. |
|
|
Jamás, jamás, su enfurecida suerte |
|
|
ostentó más rigor. Desfigurado |
|
|
con furibundo acento |
|
|
|
me demandó su postrimer sustento. |
215 |
|
|
¡Sacrosanta virtud? ¿Tú suplicante |
|
|
a mí, débil mortal? Tú, tú lo viste, |
|
|
Omnipotente Dios, el amargura |
|
|
que mi pecho bebió en aquel instante. |
|
|
|
Nunca el sol para mí lució más triste; |
220 |
|
|
lloré mi dicha, deseé la tumba oscura, |
|
|
y ¡ojalá quien me diera |
|
|
que en el lugar de Alfonso padeciera! |
|
|
Disipad, destruid, oh colosales |
|
|
|
monstruos de la fortuna, las riquezas |
225 |
|
|
en la perversidad y torpe olvido |
|
|
de la santa razón; criad, brutales |
|
|
en nueva iniquidad, nuevas grandezas |
|
|
y nueva destrucción; y el duro oído |
|
|
|
a la piedad negando, |
230 |
|
|
que Alfonso expire, en hambre desmayando. |
|
|
¿Esto es ser noble? Vuestro honor sangriento |
|
|
en la muerte de Alfonso: ¡ay, ay, que expira! |
|
|
Pesadumbres huid; cesad siquiera |
|
|
|
de atormentar su postrimer aliento. |
235 |
|
|
Inútil ruego. Adonde el triste mira, |
|
|
aflicción. Con sus hijos lastimera |
|
|
su esposa se le ofrece; |
|
|
y cuanto sufrirán, él lo padece. |
|
|
|
¡Dolorido varón! Ni un solo día |
240 |
|
|
alegre te miró: ni un solo instante |
|
|
rió tu probidad. Torvos doctores, |
|
|
vos que enseñáis que con la tumba fría |
|
|
cesan el bien y el mal, ved expirante |
|
|
|
a Alfonso. Su virtud entre dolores; |
245 |
|
|
¿es nada, es nombre vano, |
|
|
o hay un otro vivir para el humano? |
|
|
Hay otro estado donde espera el justo |
|
|
eterno galardón. ¡Ah!, vuela, vuela, |
|
|
|
del santo Alfonso espíritu dichoso |
250 |
|
|
a la patria inmortal, adonde augusto |
|
|
te llama el Dios que justiciero vela |
|
|
por su amada virtud. Paró nubloso |
|
|
su invierno, y placentera |
|
|
|
ya le ríe inmortal la primavera. |
255 |
|
|
Goza, goza en la paz inalterable |
|
|
el fruto dulce de tu amable vida. |
|
|
Bebe de las delicias, que en torrentes |
|
|
manan sin descansar del Inefable. |
|
|
|
Yo entre tanto a la tumba oscurecida |
260 |
|
|
iré do tus cenizas inocentes |
|
|
yacen, y mis dolores |
|
|
mitigaré cubriéndola de flores. |
|
|
Iré, la bañaré con triste llanto |
|
|
|
en tributo anual; y cuando horrendo |
265 |
|
|
el falso vicio deslumbrarme intente, |
|
|
allí te buscaré. Tu nombre santo |
|
|
invocará mi voz, y el vicio huyendo, |
|
|
a mi clamor la sombra reverente |
|
|
|
saldrá, y en soplo frío |
270 |
|
|
volverá la virtud al pecho mío. |
|
|
¡Oh sepulcro que guardas el reposo |
|
|
de tan justo mortal! Hasta la muerte |
|
|
has de ser mi lección. Tú la inocencia |
|
|
|
me enseñarás; lo honesto y virtuoso |
275 |
|
|
leeré en tu oscuridad; harás que fuerte |
|
|
sepa amar el afán y la indigencia; |
|
|
y que allí atrincherado |
|
|
huelle el poder del crimen entronado. |
|
|
|
|
|
|
|
La escuela del sepulcro
|
|
A la señora marquesa de Fuertehíjar, con motivo de la muerte de su amiga la
señora marquesa de las Mercedes |
|
|
|
|
|
¿Adónde, adónde los dolientes ojos |
|
|
vuelves? ¿Qué buscas? ¿O por quién exhalas |
|
|
tanto suspiro de dolor y angustia? |
|
|
¿Qué atiendes, di, que el respirar parando |
|
|
|
el alma toda en el oído clavas |
5 |
|
|
ansioso de escuchar? En vano, en vano |
|
|
anhelas por oír; la quieta noche |
|
|
a los mortales con su sombra encierra, |
|
|
y acalla al mundo que tranquilo yace |
|
|
|
en un mar de silencio sumergido. |
10 |
|
|
Mas ¡ay!, ¿cuál son tan a deshora turba |
|
|
la silenciosa paz de las tinieblas? |
|
|
¿Y cesa, y vuelve a resonar, y para, |
|
|
y resuena otra vez? Llora, sí, llora |
|
|
|
tu amarga soledad, oh triste amiga, |
15 |
|
|
gime, lamenta sin cesar, tu pecho |
|
|
se parta de dolor, y al labio envíe |
|
|
el ay de la amistad desesperada. |
|
|
El bronco son que tus oídos hiere |
|
|
|
es la trompeta de la muerte, el doble |
20 |
|
|
de la campana que terrible dice: |
|
|
fue, fue tu amiga. La que tantas veces |
|
|
te vio, y te habló, y en sus amantes brazos |
|
|
tan fina te estrechó, y en tus mejillas |
|
|
|
su cariño estampó con dulces besos; |
25 |
|
|
la que en su mente consagró tu imagen, |
|
|
y en cuyo corazón un templo hermoso |
|
|
te erigió la amistad do siempre ardía |
|
|
tanto y tan puro amor, ya por las olas |
|
|
|
fue de la eternidad arrebatada; |
30 |
|
|
ahora mismo a su cadáver yerto, |
|
|
en estrecho ataúd aprisionado, |
|
|
alumbrarán con dolorosa llama |
|
|
tristes antorchas del color que ostentan |
|
|
|
las mustias hojas que al morir otoño |
35 |
|
|
del árbol paternal ya se despiden. |
|
|
Ahora mismo yacerá en la cima |
|
|
de la tumba infeliz, hollando lutos |
|
|
negros, más negros que nublada noche |
|
|
|
en las hondas cavernas de los Alpes. |
40 |
|
|
En torno de ella, y apartando el rostro |
|
|
de su espantable palidez, sentados |
|
|
compañía la harán los que otro tiempo |
|
|
tal vez colgados de su voz, pendientes |
|
|
|
de un giro de sus ojos, estudiaban |
45 |
|
|
su voluntad para servirla humildes. |
|
|
Esta será ¡ay dolor!, la vez postrera |
|
|
que la visiten los mortales, ésta |
|
|
su tertulia final, y último obsequio |
|
|
|
que el mundo la ha de hacer. Sí; que esos cantos |
50 |
|
|
con que del templo la anchurosa mole |
|
|
temblando toda en rededor retumba |
|
|
su despedida son, con sus adioses, |
|
|
el largo adiós final. ¡Oh tú Lorenza, |
|
|
|
ven por la última vez, ven, ven conmigo |
55 |
|
|
y a tu amiga verás, verás al menos |
|
|
el cuerpo que animó, verás reliquias |
|
|
de una nada que fue! Mira que tardas, |
|
|
y nunca, nunca volverás a verla, |
|
|
|
nunca jamás; que ya sobre sus hombros |
60 |
|
|
cargaron los ministros del sepulcro |
|
|
el ataúd, y marchan, y descienden |
|
|
con él a la morada solitaria |
|
|
del oscuro no ser. Allí en los muros |
|
|
|
cien bocas abre la insaciable muerte |
65 |
|
|
por donde traga sin cesar la vida; |
|
|
y a ti, ¡oh Quero infeliz! ¡Oh malograda! |
|
|
¡Oh atropellada juventud! Caíste, |
|
|
bien como flor que en su lozana pompa |
|
|
|
hollada fue por la ignorante planta |
70 |
|
|
de un pasajero sin piedad. Caíste, |
|
|
y ya otro rastro de tu ser no queda |
|
|
que las memorias que de ti conserven |
|
|
los que te amaron. Pasarán los días, |
|
|
|
y las memorias pasarán con ellos; |
75 |
|
|
y entonces ¿qué serás? El nombre vano, |
|
|
el nombre sólo en tu sepulcro escrito, |
|
|
con que han querido eternizar tu nada. |
|
|
Tirano el tiempo insultará tu tumba, |
|
|
|
con diente agudo roerá sus letras, |
80 |
|
|
borrará la inscripción, y nada, nada |
|
|
serás por fin. ¡Oh muerte impía!, |
|
|
¡oh sepulcro voraz! En ti los seres |
|
|
desechos caen; en ti generaciones |
|
|
|
sobre generaciones se amontonan, |
85 |
|
|
en ti la vida sin cesar se estrella; |
|
|
y de tu abismo en la espantosa margen |
|
|
el tiempo destructor está sañudo |
|
|
arrojando los siglos despeñados. |
|
|
|
¿Qué son ahora los primeros días, |
90 |
|
|
la edad primera de la tierra? ¿En dónde |
|
|
las que fueron después hoy hallaremos? |
|
|
¿Sesostris dónde está? ¿Dónde el gran Ciro? |
|
|
¿Babilonia y Semíramis? Pasaron |
|
|
|
cortando el tiempo, cual veloz saeta |
95 |
|
|
que el aire hiende sin que rastro alguno |
|
|
deje de su pasar. ¿Qué son ahora |
|
|
los Césares, los Jerges, los Timures |
|
|
y los héroes famosos de la Grecia? |
|
|
|
Voces y nada más. ¿Y qué es el siglo |
100 |
|
|
que acaba de expirar? ¿Y qué es el día |
|
|
de ayer, el de hoy en lo que va corrido? |
|
|
Muerte en verdad; que cuanta vida el tiempo |
|
|
nos ha llevado en el sepulcro yace. |
|
|
|
¿Es tan breve el vivir? ¿Y el hombre insano |
105 |
|
|
en hacerse infeliz sólo le emplea? |
|
|
Como en airada mar la frágil nave |
|
|
luchando entre borrascas horrorosas |
|
|
corre perdida sin timón ni velas, |
|
|
|
y en pos el huracán desenfrenado |
110 |
|
|
la va acosando en bárbaros embates, |
|
|
y ora a las nubes las bramantes olas |
|
|
la arrojan, y ora con terrible estruendo |
|
|
la despeñan, rompiéndose, al abismo; |
|
|
|
y ya anegada con salobre muerte |
115 |
|
|
llora su perdición, y ya un fracaso |
|
|
mira seguro en la enriscada costa |
|
|
donde a estrellarse va; tal es el hombre |
|
|
por el mar de la vida navegando. |
|
|
|
Siempre a merced de sus pasiones corre |
120 |
|
|
entre tinieblas y borrascas tristes |
|
|
en eterna inquietud, allá en el alma |
|
|
hondamente clavada la amargura, |
|
|
y la zozobra y el cruel fastidio, |
|
|
|
y desesperación; sin que los ojos |
125 |
|
|
vuelva jamás al relumbrante faro |
|
|
de la pura razón. En cada instante |
|
|
vota acogerse a su sagrado puerto, |
|
|
y a cada instante, quebrantando el voto, |
|
|
|
se aparta más y más; y a nuevos mares |
130 |
|
|
se confía, y a míseros naufragios. |
|
|
De ilusión a ilusión, de sombra en sombra |
|
|
va deslumbrado, con ardor abraza |
|
|
mil fantasmas de bien, y ellas le burlan |
|
|
|
deshaciéndose, y halla el miserable |
135 |
|
|
ansia y dolor donde esperó contento; |
|
|
y vuela deslizándose entre tanto |
|
|
la vida, y se le escapa, y el sepulcro |
|
|
le sale al paso, y ¿qué vivió? Cien voces |
|
|
|
oigo que salen desde el centro frío |
140 |
|
|
de los sepulcros que tormentos dicen. |
|
|
Tormentos claman las doradas urnas |
|
|
donde descansan las cenizas regias; |
|
|
tormentos claman las inmundas hoyas |
|
|
|
donde la plebe amontonada gime, |
145 |
|
|
tormentos las pirámides erguidas |
|
|
que en sus entrañas cóncavas tragaron |
|
|
cien dinastías del perdido oriente; |
|
|
y tormentos, tormentos desde el norte |
|
|
|
al mediodía, desde oriente a ocaso |
150 |
|
|
toda la tierra sin cesar repite. |
|
|
¿Dónde estás, dónde estás soberbia tumba, |
|
|
tumba olvidada del atroz guerrero |
|
|
a cuya alta ambición venía estrecha |
|
|
|
la inmensidad del tiempo y del espacio? |
155 |
|
|
Tumba del Macedón ¿dónde te escondes |
|
|
que no dices aquí? Tal vez ahora |
|
|
darás abrigo a las cansadas yuntas |
|
|
de algún humilde labrador honrado: |
|
|
|
tal vez la tierra que te henchía cubre |
160 |
|
|
una choza infeliz, y las reliquias |
|
|
del famoso Alejandro son paredes |
|
|
de algún pobre pastor, no conocido |
|
|
de otro mortal que de su tierna esposa, |
|
|
|
y de su perro y de su fiel ganado. |
165 |
|
|
Él es feliz en su pobreza oscura, |
|
|
y tú fuiste infeliz en la abundancia |
|
|
de tu hambrienta ambición. Él sus deseos |
|
|
por la necesidad de cada día |
|
|
|
mide, y prudente la natura acalla |
170 |
|
|
con lo que fácil la razón exige. |
|
|
Así contento lo presente goza |
|
|
sin olvidarlo por correr ansioso |
|
|
a encontrar a mañana, y a perderse |
|
|
|
allá en un porvenir que nunca llega. |
175 |
|
|
Y tú ¿qué fuiste, vencedor del mundo? |
|
|
Tú, de soberbia y ambición hinchado, |
|
|
tú, que sangrientas lágrimas vertías |
|
|
temiendo atroz que la paterna espada |
|
|
|
nada en la tierra te dejase libre |
180 |
|
|
que poder oprimir, ¿fuiste dichoso? |
|
|
Las victorias del Gránico y del Iso, |
|
|
Persia a tu carro triunfador atada, |
|
|
cien tronos de Asia, el Asia estremecida |
|
|
|
a un mover de tu pie, la tierra entera |
185 |
|
|
arrodillada de tu nombre al eco, |
|
|
tanta potencia, tanta gloria ¿acaso |
|
|
pusieron coto a tu ambición? ¿No hallaste |
|
|
por siempre un más allá que las entrañas |
|
|
|
te roía doquier, y cada gloria |
190 |
|
|
te presentaba desabrida y triste |
|
|
desde el punto fatal en que era tuya? |
|
|
¿Cuál fue tu vida? Nunca lo presente |
|
|
existió para ti, que adormecido |
|
|
|
vivías en los sueños de esperanzas |
195 |
|
|
desterrado por siempre en lo futuro. |
|
|
Para ti lo pasado fue un tormento, |
|
|
un estímulo más, que te arrastraba |
|
|
a deseos sin fin, a largos planes |
|
|
|
de guerras y victorias, y ruinas |
200 |
|
|
y perpetua inquietud. Pues, ¿cuándo, cuándo |
|
|
viviste? ¿Cuándo del feliz reposo |
|
|
gozaste, y de la paz y la bonanza |
|
|
de las pasiones, y el alegre cielo |
|
|
|
de un inocente corazón tranquilo? |
205 |
|
|
En el sepulcro, en el fatal sepulcro, |
|
|
y sólo en el sepulcro descansaste; |
|
|
y los mortales sólo allí descansan, |
|
|
que raros son los que en vivir insanos |
|
|
|
de Alejandro no imitan el ejemplo. |
210 |
|
|
Si es tal la vida, ¿para qué lloramos |
|
|
a los dichosos que al tranquilo puerto |
|
|
llegaron de la muerte ya seguros |
|
|
de este mar de dolor que aquí nos cerca? |
|
|
|
Y si es justo llorar, ¿por qué así estéril |
215 |
|
|
en lágrimas se pierde nuestro llanto |
|
|
sin que aprendamos a vivir felices |
|
|
en la escuela sublime del sepulcro? |
|
|
Enjuga ya, desconsolada amiga, |
|
|
|
tu llanto de dolor, y atenta escucha |
220 |
|
|
de tu amiga la voz. No ha perecido |
|
|
tu amiga para ti, que vive y te habla |
|
|
desde su tumba sin cesar, y dice: |
|
|
«Mira del hombre la fatal carrera, |
|
|
|
mira del hombre el paradero infausto. |
225 |
|
|
Aquí ya para siempre se aniquilan |
|
|
las grandezas del mundo, aquí se espantan |
|
|
los sueños de la gloria, aquí los vientos |
|
|
de las pasiones se echan, y se borra |
|
|
|
el vaho del vivir, y el hombre es nada. |
230 |
|
|
Vendrá el trance cruel, vendrá, oh amiga, |
|
|
en que desciendas a la eterna noche |
|
|
a acompañar mi soledad. ¡Aleje, |
|
|
aleje el cielo tan fatal instante! |
|
|
|
Y cada nuevo sol más despejado |
235 |
|
|
el horizonte ensanche de tu vida! |
|
|
Pero al fin ¿qué será, y encierra un siglo |
|
|
el más largo durar de su carrera? |
|
|
Sólo un pestañear, volviendo el rostro |
|
|
|
verás tu muerte a tu nacer tocando. |
240 |
|
|
¡Ay!, a lo menos, pues el plazo es breve, |
|
|
no, no le acortes suspirando ansiosa |
|
|
por otro día, y sin cesar por otro; |
|
|
porque es nunca vivir, es vivir muertes, |
|
|
|
jugar este hoy por el mañana incierto, |
245 |
|
|
Lejos, lejos de ti las ilusiones |
|
|
que al mísero mortal le van llamando, |
|
|
y las sigue, y se apartan, y engañosas |
|
|
tendiéndole los brazos, le enajenan, |
|
|
|
y le venden por fin, pues al sepulcro |
250 |
|
|
le atraen, tropieza, cae, y ellas huyeron. |
|
|
Lejos de ti las bárbaras pasiones |
|
|
que en torbellinos de dolor arrastran |
|
|
a los esclavos que las sirven ciegos, |
|
|
|
y su fortuna de su mar confían. |
255 |
|
|
¿Qué es la ambición, la vanidad, del oro |
|
|
la frenética sed? ¿Qué, los deseos |
|
|
de una imaginación desenfrenada, |
|
|
y de un enfermo corazón? Errores, |
|
|
|
y el error es un mal. ¿Quién en la tierra |
260 |
|
|
fue dichoso jamás llorando males? |
|
|
La razón, la razón; no hay otra senda |
|
|
que a la alegre virtud pueda guiarte |
|
|
y a la felicidad. Por ella fácil |
|
|
|
tus deseos prudente moderando |
265 |
|
|
aprenderás a despreciar el mundo, |
|
|
la gloria y la opinión, preciando sólo |
|
|
lo que inflexible la razón aprueba. |
|
|
Así constante vivirás contigo, |
|
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vivirás para ti, y harás más larga |
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la próspera carrera de tus años, |
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porque al fin vivirás. ¡Oh cuál me gozo |
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al mirarte feliz en la grandeza |
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de tu alma pura! Superior al cieno |
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de este mundo infeliz, ni los desastres, |
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ni la persecución, ni los dolores |
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te podrán abatir; ni la fortuna |
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podrá mellar tu espíritu de bronce |
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con sus brillantes dones mentirosos. |
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¿Qué puede dar la mísera fortuna |
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que no posea quien felice goza |
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una sana razón? ¿Y qué desgracias |
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ha de temer quien el mayor deseo |
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de una conciencia irreprensible y pura |
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dentro del corazón lleva escondido? |
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¡Oh Lorenza, Lorenza! ¡Oh tierna amiga! |
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¡Adiós, adiós! Desde el dichoso instante |
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que allá en Pisuerga te juró mi pecho |
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una eterna amistad, ¿falté por suerte, |
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falté, responde, a tu veraz cariño? |
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Siempre en mi memoria; siempre |
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ardió por ti mi corazón sincero; |
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siempre mis labios te dijeron finas |
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palabras de amistad; y eternamente |
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con mis consejos te probé, y mis obras |
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la verdad de mi amor. Bajé al sepulcro, |
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y él conmigo también; aquí a tu Quero, |
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si es que un recuerdo para mí te queda, |
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por siempre encontrarás; de noche y día |
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y en todas partes te hablarán mis labios, |
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te hablarán la verdad. ¡Oh nunca apartes |
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tu oído de mi voz! Adiós amiga, |
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adiós, adiós: la eternidad te espera». |
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