Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.



ArribaAbajo

Al señor marqués de Fuertehíjar, en los días de su esposa

                     ArribaAbajo   ¿Duermes, Germano, y el rosado oriente
va a proclamar el venturoso día
de tu más tierno amor? ¿Duermes, y en tanto
vela tu amigo, y a gozar te llama,
y no atiendes su voz? Tal vez nos llegan 5           
las horas de placer, nos ven dormidos,
y pasan, y huyen, y el placer las sigue
para nunca volver. El sueño entonces
¿qué deja en pos sino pesar estéril?
Duerman los tristes; pero tú despierta, 10
ven, ven, al punto a recibir, marchemos
entre las verdes pensativas ramas
de un desmayado sauce, el primer rayo
del astro de la luz. El insensible
por la profunda soledad del cielo 15
va silencioso en perenal viaje.
Si tú le esquivas, a tus voces sordo
este sol pasará, y ¡oh cuánto, cuánto
otro cual él se tardará en lucirte!
Este es el sol que de tu amable esposa 20
cuenta los años. De la oscura noche
lejos un día amaneció radiante,
y allí con él desde el materno seno
también Lorenza amaneció: Lorenza
antes de lo que fue, y es en la nada. 25
En ella busca a su querido objeto,
y le halla, y le ama; y desde allí volando
corta lo por venir, entra en la, tumba
y ama en la tumba, y en la tumba vive.
Distancias desconoce; en breve espacio 30
lleva en el alma el universo entero.
Ni hay edades en él, ni hay estaciones,
que eterna primavera es el cariño.
Todo lo anima, lo embellece todo
cual embellece para ti, oh Germano, 35
este día feliz. ¿Y que tú solo
en él te gozarás? No; tus placeres
de tus amigos son: ellos tus penas
sentirán otra vez. Nicasio te ama,
y ama a tu esposa, y ¿lo ignoráis? Nicasio 40
sabe también amar. ¡Oh cuál palpita
de júbilo mi pecho! Ven, estrecha,
Germano mío, en tus amigos brazos
mi ardiente corazón, y a par del tuyo
lata más vivo y tu placer redoble. 45
¡Oh cuál en ellos mi amistad se inflama!
¡Cuántos deseos de cariño hermoso
hinchen mi corazón que allá en el pecho
ya no acierta a caber! Estrecha, estrecha
dolor hermoso de su tierna madre. 50
Ella nacía, para ti nacía,
y lo ignorabas tú. ¿Y en dónde estabas,
dime, o cuál eras en aquel instante?
Indómito garzón entre los juegos
de tu edad bulliciosa te perdías 55
ciego a lo por venir y a lo pasado.
¿Quién te dijera que a distancia tanta
lejos, allá en el gaditano suelo
del alma una mitad hoy te nacía?
¿Que de Lorenza la inocente cuna 60
mecían la piedad, las tiernas gracias,
la compasión, la ingenuidad hermosa,
tanto y tan bello amor como adelante
para siempre tu pecho cautivaron?
¡Oh cuántas veces te alumbró este día 65
igual a los demás, y confundido
entre el vulgo de días le olvidaste!
¡Cuántas, cuántas después, cuando Lorenza
con su querer le ennobleció a tus ojos,
fija la mente en los que ya pasaron 70
en medio de dos lágrimas lanzaste
un ay de amor, clamando entristecido:
«¡Oh si posible el atrasarlos fuese,
y de uno en otro de mi esposa al lado
ir ascendiendo hasta el feliz instante 75
que la miró nacer! Allí naciera
mi cariño también; ella vería
todo el espacio de su vida hermoso
sembrado con mi amor desde su cuna.
Más ignorada para mí en su infancia 80
no pude verla palpitar dormida
entre los pechos que manaron píos
en su boquita el cándido sustento.
Saltó jugando en su niñez traviesa,
y no pude alternar allí en sus juegos, 85
ni sonreír con sus pueriles gracias.
Su adolescencia las primeras flores
brotó lozana, y para mí no fueron.
¡Ay!, cuántos años sin su amor perdidos!»
¿Perdidos? No; con tu pesar amante, 90
pesar hermoso de las almas tiernas,
los haces revivir, y amas en ellos.
Así el amor lo que perdió desquita,
y poderoso el sepulcral vacío
llena de lo que fue con lo presente. 95
La misteriosa eternidad del tiempo
la inmensidad del insondable espacio
es estrecha prisión para el cariño:
no hay límites con él. Las alas tiende,
vuela, y penetra lo pasado, y vuela 100
más y más cada vez; y así enlazados,
bien cual hermanos, al salir nos halle
el pacífico sol... ¡oh salve, salve!...
¿Le ves, le ves que por las altas cumbres
su rayo matinal tímido asoma? 105
¡Oh salve, salve, vencedor glorioso
de la muerte, del caos y la noche!
¡Monarca celestial! ¡Brillante imagen
de verdad, de virtud y de hermosura!
¡Vivificante sol! ¡Ay! Siempre bello 110
tiendes con profusión por la ancha esfera
de tu lumbre inmortal las ricas galas.
O críe rosas tu vital aliento,
o en soplo abrasador las mieses dores,
o más templado alegres las colinas 115
con el verdor dl pampanoso octubre,
o allá en nublosa oscuridad perdido
cubras el mundo de invernal tristeza;
siempre eres bello, y tu belleza es tuya.
Mas tan bello cual hoy, oh sol, perdona, 120
mis ojos no te ven ni cuando tierno
la flor primera del Abril nos abres,
ni cuando entierra con honor tu ocaso
del verde otoño el postrimer suspiro.
Más hermosa que tú mil y mil veces 125
reluce la amistad, y en este día
es la bella amistad quien te hermosea.
Lorenza brilla en ti. ¡Pueda Lorenza
brillar entre su esposo y sus amigos
cual tú feliz en medio a tus planetas! 130
¡Puedas sembrar de rosas y placeres
su fausto día, sin que nunca torne
la vista ansiosa a lo pasado huyendo
de lo presente en él! ¡Siempre lograda
hasta en los sueños su esperanza vea, 135
y sueñe risas y virtud! ¡Que viva,
viva tan larga edad!... Caro Germano
¡Ay, ay Germano! Las fugaces horas
vuelan impías, y tras sí arrebatan
días y años, y lustros, y en un punto 140
parece la vejez y en pos la muerte.
¡Oh, que no fuese a mi cariño dado
el tiempo detener antes que traiga
ese trance cruel! ¡Nunca mis ojos
lo lleguen a mirar! ¡Antes resuene 145
en mi hueco ataúd el sordo ruido
de la tierra fatal que cae rodando
a henchir la soledad de los sepulcros!
Sí, dulce amigo: con tu amada esposa
vive, vive feliz cuanto desea 150
mi fogosa amistad, y ¡pueda el cielo
cortando por piedad mi inútil vida
la vuestra prolongar próspera y bella!
Torna este abrazo para ti, Germano,
y éste también para tu tierna esposa, 155
y toda el alma recibid en ellos.
Cuando después en mi sepulcro yazca
este sol mismo volverá en agosto,
y yo no le veré. Germano, entonces
siquiera en un recuerdo de tu mente 160
viva Nicasio, y a tu amable esposa
dando un abrazo la dirás lloroso:
esto un amigo me dejó en tus días.
 
 
ArribaAbajo

La pastorcilla enamorada

ArribaAbajo   ¿En cuál hado nací tan funesto
que a perpetuo dolor me condena?
Allá dentro me aflige una pena
que yo siento y no puedo decir.
Aborrezco lo que antes amaba; 5
solitaria a llorar me retiro,
me pregunta mi madre, y suspiro,
y respondo, yo quiero morir.
¡Ay!, ¿dónde están los apacibles días
que me vieron contenta 10
pastorear los mansos corderillos?
De pesares exenta
al son de los acordes caramillos
danzando entre las ágiles pastoras
gocé largo placer en breves horas. 15
Tal vez en ancho corro
en medio a mis amigas refería
mil divertidos cuentos,
y reían conmigo y yo reía.
Tal vez se ejercitaban los talentos 20
n resolver enigmas misteriosos,
y aquélla que acertaba
mil parabienes y una flor ganaba.
¡Ay!, cuánta y cuánta flor, premios dichosos
de aquella mi agudeza, 25
a mi madre llevé que los guardara!
Ella los recibía,
y después repasándolos decía:
más premios has ganado
que las otras zagalas de este prado: 30
toma, toma este abrazo, Silvia mía:
¡Ay!, ¿qué valieron mis victorias bellas?
Recogiéndolas hoy, marché con ellas
a par del sesgo río,
y de una en una las eché en sus ondas, 35
y vi como cayeron,
y en ellas, cual mis gustos, se perdieron.
Ya ni las dulces flores,
ni el grato rosear de la mañana,
ni el expirar del sol, ni los pastores 40
con sus juegos nativos, nada alcanza
a templar mis pesares;
ni la blanda amistad con sus consuelos,
ni de mi madre la cordial terneza;
más bien todo redobla mi tristeza. 45
Dolor es cuanto siento,
cuanto miro es dolor, y triste vaga
de dolor en dolor mi pensamiento.
Fileno ¡ay Dios!, Fileno
yo fallezco de amor, y él no me paga. 50
En el alma clavado
sin poder desecharle va conmigo;
duermo, y allí a mi lado
entre sueños le veo;
despierto, y allí está con Mis amigas; 55
a Fileno y no más hallan mis ojos;
al bosque solitaria me retiro,
y allí a Fileno en cada sombra miro.
Fileno por doquier; todo es Fileno;
y él, el ingrato, en mi dolor sereno. 60
¡Ay!, ni mis ojos mustios,
ni el pálido color de mi semblante,
ni mi cruel tristeza,
ni este morir en juventud perdida
no ablandan su dureza. 65
Todos se duelen de la pobre Silvia,
todos se esfuerzan a enjugar mi llanto,
todos la buscan; y Fileno en tanto
va de la triste huyendo
a Galatea por doquier siguiendo; 70
ámala, que es hermosa; y yo soy fea,
¡Oh quién fuese la bella Galatea!
¡Tuviese yo a lo menos
sus negros ojos y las dulces gracias
de su reír! ¡Tuviera 75
no más que su fortuna!,
que tan fea no soy si él me quisiera.
Y aún hay quien comparándome con ella
dice que soy más bella.
Mi madre en este día 80
besándome en sus brazos lo decía;
y mi madre no miente.
¿Y no lo dice claro aquesta fuente
que me retrata ahora en sus cristales?
Todas mis compañeras 85
y todos los zagales,
y las mismas corderas,
todos, todos me quieren,
y en todo a Galatea me prefieren.
Mas ¿qué vale si en tanto 90
yo me consumo en doloroso llanto?
Avecilla en la jaula prendida
ve a su par y le llama piando,
y al mirar que se aleja volando
se contrista y no puede vivir. 95
Madre, madre, yo soy la avecilla;
el ingrato no atiende a mi ruego;
no me es dado apagar este fuego:
madre mía, yo quiero morir.
 
 
ArribaAbajo

En alabanza de un carpintero llamado Alfonso

Virtutem... invenies... callosas habentem manus.
SÉNECA, De Vita beata, 7.
 
ArribaAbajo   Yo lo juré: mi incorruptible acento
vengará la virtud, que lagrimosa
en infame baldón yace indigente.
En despecho del oro macilento
y de ambición pujante y envidiosa, 5
mil templos la alzaré do reverente,
sus aras perfumando
al orbe su loor iré cantando.
   Nobles magnates, que la humana esencia
osasteis despreciar por un dorado 10
yugo servil que ennobleció un Tiberio,
mi lira desoíd. Vuestra ascendencia
generación del crimen laureado,
vuestro pomposo funeral imperio,
vuestro honor arrogante, 15
yo los detesto, iniquidad los cante.
   ¿Del palacio en la mole ponderosa
que anhelantes dos mundos levantaron
sobre la destrucción de un siglo entero,
morará la virtud? ¡Oh congojosa 20
choza del infeliz! A ti volaron
la justicia y razón desde que fiero,
ayugando al humano,
de la igualdad triunfó el primer tirano.
   Dilo tú, dilo tú, pura morada 25
del íntegro varón: taller divino
de un recto menestral... Adonde, adonde...
¿Quién sacrílego habló? ¿Qué lengua osada
se mueve contra mí porque apadrino
a la miseria do virtud se esconde 30
mi Apolo condenando,
innoble y bajo al menestral llamando?
   ¿Innoble? ¡Oh monstruo, en el profundo Averno
perezca para siempre tu memoria
y tu generación! ¿Eternamente 35
habremos de ignorar que el sempiterno
es Padre universal? ¿Que no hay más gloria
ante su rectitud inteligente
que inflexible justicia,
ni más baldón que la parcial malicia? 40
   Fue usurpación, que la verdad nublando,
distinciones halló do sus horrores
se ilustrasen. Por ella la nobleza,
del ocioso poder la frente alzando,
dijo al pobre: soy más; a los sudores 45
el cielo te crió; tú en la pobreza,
yo en rico poderío,
tu destino es servir, mandar el mío.
   ¿Y nobles se dirán estos sangrientos
partos de perdición, trastornadores 50
de las eternas leyes de natura?
¿Nobles serán los locos pensamientos
de un ser que innatural huella inferiores
a sus hermanos, y que audaz procura
en sobrehumana esfera 55
divinizar su corrupción grosera?
   ¿Pueden honrar al Apolíneo canto,
cetro, toisón y espada matadora,
insignias viles de opresión impía? 60
¿Y de virtud el distintivo santo,
el tranquilo formón, la bienhechora
gubia su infame deshonor sería?
¿Y un insecto envilece
lo que Dios en los cielos ennoblece?
   Levantaos, oh grandes de la tierra; 65
seguid mis pasos, que a su tumba oscura
Alfonso os llama. Enhiestos y brillantes
con más tesoros que Golconda encierra,
de vuestra claridad y excelsa altura
presentad los blasones arrogantes, 70
que a los vuestros famosos
él ya a oponer sus timbres virtuosos.
   Recibiólo al nacer sacra pobreza
para seguirle hasta el postrer aliento.
Nació, y oyendo su primer vagido 75
voló la enfermedad, y con dureza
quebrantó su salud, eterno asiento
fijando en él. Se queja, y al quejido
desde el Olimpo santo
baja virtud para enjugar su llanto. 80
   Crece, y sus padres con placer miraron
crecer en él la cándida inocencia.
Corrió su edad, esclareció su mente,
y ya su pecho y su razón le hablaron.
Mira en torno de sí, y es indigencia 85
cuanto miró; y al contemplar doliente
su familia infelice,
un escoplo tomó, y así le dice:
   «Objeto de mi amor ¡ay!, sólo es dado
el sustento al afán, y sólo el vicio 90
se alimenta sin él. ¡Ley adorable
de mi adorable autor! El triste estado
ves de mis padres, cuánto sacrificio
merezco a su cariño infatigable;
ellos de noche y día 95
compran con su dolor la dicha mía.
   ¿Por siempre gemirán? Es tiempo ahora
de amparar su vejez. Escoplo amigo,
ya te puedo gritar; mi brazo fuerte
a ti se acoge; tu favor implora; 100
tú mi apoyo serás y firme abrigo
contra el hambre y maldad; harás mi suerte
hasta el día postrero,
y yo te juro ser fiel compañero.
   Empieza, empieza; y favorable el cielo 105
bendiga tu empezar, y a tus labores
dé rico galardón; puedas un día
de mi triste familia ser consuelo.
Puedas ¡ay!, de mi padre los sudores
para siempre limpiar; y en compañía 110
de su divina esposa
cerrar los ojos en quietud dichosa.
   Y entonces ¡ay!, cuando orfandad doliente
siembre en mis días soledad y lloro,
¿adónde llevaré la débil planta 115
que temple mi dolor? Tú de mi mente
las fúnebres imágenes que honoro
piadoso aparta, y la antorcha ardiente
al amor concediendo
con su dulce esposa mi penar partiendo. 120
   Modelo de virtud su fértil seno
sabrá reproducir multiplicadas
sus virtudes sin fin. Gozos filiales,
el bien os ame; su cruel veneno
no os soplen las maldades prosperadas. 125
Estudiad los ejemplos maternales
mientras la mano mía
guarda vuestra niñez de la hambre impía.
   ¡Seductora ilusión! ¡Oh quién me diera
en salud floreciente mis labores 130
no interrumpir jamás! Dios poderoso
que paternal desde tu augusta esfera
del infeliz recibes los clamores,
yo me postro ante ti; vuelve piadoso
hacia mí tu semblante, 135
y mi quebranto cesará al instante.
   Yo no deseo la opulenta suerte
de una alta condición; tú me la diste;
cual tuyo adoraré mi humilde estado.
Mas, ¡oh mi padre!, que tu brazo fuerte 140
siempre me aparte de la senda triste
del vicio; y que a tu acento recobrado
mi vital desaliento
en mi labor recoja mi sustento.»
   Dijo, y obró; y al varle, estremecido 145
el infierno tembló; y el vicio adusto
miró caer su cetro fulminante.
Por tres veces Alfonso repetido
por los ángeles fue; y el nombre augusto
de esferas en esferas resonante 150
dijo el Ser soberano:
este es el hombre que crió mi mano.
   Ven, oh tierra; venid, cielos hermosos,
cantad las alabanzas del Eterno,
y admirar su poder imponderable; 155
ved entre los anhelos trabajosos,
el hambre y el oprobio sempiterno,
un Carpintero vil; inestimable
tesoro en él se encierra:
es la imagen de Dios, Dios en la tierra. 160
   Es el hombre de bien; oscurecido
en miseria fatal, nubes espesas
su virtud anublaron, despremiada
su difícil virtud. Si enardecido
de la fama al clarín arduas empresas 165
obra el héroe, su alma es sustentada
con gloriosa esperanza;
mas la oscura virtud ¿qué premio alcanza?
   El desprecio, el afán, y la amargura;
tal fue de Alfonso el galardón sangriento. 170
Sacrificado a la inmortal fatiga,
¿cuál fruto recogió? La parca dura
debilitando su vital aliento
desde el mismo nacer, hizo enemiga
que en trabajo inclemente 175
fuera estéril sudor el de su frente.
   Veía a sus hijos y su amante esposa
en las garras del hambre macilenta
prontos a perecer. En vano, en vano
la enfermedad ataba poderosa 180
sus miembros al dolor. Su alma atenta
al ajeno sufrir, su estado insano
olvida, y en contento
dobla por sus amores su tormento.
¡Oh tú, esposa feliz de un virtuoso, 185
perpetua infatigable compañera
de su eterna aflicción! Teresa amable,
¿no es cierto que jamás tu santo esposo
murmuró en su pesar? ¿Que lastimera
su pobreza adoró? ¿Que inviolable 190
su planta religiosa
huyó de la maldad menos costosa?
   Y vosotros, oh prendas inocentes
de Alfonso, hablad. Decidnos las lecciones
que os dictó ejecutando; los dolientes 195
que tierno consoló; los angustiados
que su hambre sustentó; los corazones
que su atractivo ejemplo
llevó rendidos de virtud al templo.
Bondad fue su vivir; en su semblante 200
hablaba la deidad. ¡Oh cuántas veces
mi espíritu en respetos abismado
ante tu majestad probó el triunfante
imperio de virtud. Mis altiveces
allí desparecían, y humillado 205
a sus palabras santas,
tal vez quiso besar sus dignas plantas.
   Yo le vi... yo le vi... ¡Funesto día!
Para siempre le vi... Pálida muerte
volaba en torno de él. ¡Infortunado!, 210
que el penúltimo sol entonces veía.
Jamás, jamás, su enfurecida suerte
ostentó más rigor. Desfigurado
con furibundo acento
me demandó su postrimer sustento. 215
   ¡Sacrosanta virtud? ¿Tú suplicante
a mí, débil mortal? Tú, tú lo viste,
Omnipotente Dios, el amargura
que mi pecho bebió en aquel instante.
Nunca el sol para mí lució más triste; 220
lloré mi dicha, deseé la tumba oscura,
y ¡ojalá quien me diera
que en el lugar de Alfonso padeciera!
   Disipad, destruid, oh colosales
monstruos de la fortuna, las riquezas 225
en la perversidad y torpe olvido
de la santa razón; criad, brutales
en nueva iniquidad, nuevas grandezas
y nueva destrucción; y el duro oído
a la piedad negando, 230
que Alfonso expire, en hambre desmayando.
   ¿Esto es ser noble? Vuestro honor sangriento
en la muerte de Alfonso: ¡ay, ay, que expira!
Pesadumbres huid; cesad siquiera
de atormentar su postrimer aliento. 235
Inútil ruego. Adonde el triste mira,
aflicción. Con sus hijos lastimera
su esposa se le ofrece;
y cuanto sufrirán, él lo padece.
   ¡Dolorido varón! Ni un solo día 240
alegre te miró: ni un solo instante
rió tu probidad. Torvos doctores,
vos que enseñáis que con la tumba fría
cesan el bien y el mal, ved expirante
a Alfonso. Su virtud entre dolores; 245
¿es nada, es nombre vano,
o hay un otro vivir para el humano?
   Hay otro estado donde espera el justo
eterno galardón. ¡Ah!, vuela, vuela,
del santo Alfonso espíritu dichoso 250
a la patria inmortal, adonde augusto
te llama el Dios que justiciero vela
por su amada virtud. Paró nubloso
su invierno, y placentera
ya le ríe inmortal la primavera. 255
   Goza, goza en la paz inalterable
el fruto dulce de tu amable vida.
Bebe de las delicias, que en torrentes
manan sin descansar del Inefable.
Yo entre tanto a la tumba oscurecida 260
iré do tus cenizas inocentes
yacen, y mis dolores
mitigaré cubriéndola de flores.
   Iré, la bañaré con triste llanto
en tributo anual; y cuando horrendo 265
el falso vicio deslumbrarme intente,
allí te buscaré. Tu nombre santo
invocará mi voz, y el vicio huyendo,
a mi clamor la sombra reverente
saldrá, y en soplo frío 270
volverá la virtud al pecho mío.
   ¡Oh sepulcro que guardas el reposo
de tan justo mortal! Hasta la muerte
has de ser mi lección. Tú la inocencia
me enseñarás; lo honesto y virtuoso 275
leeré en tu oscuridad; harás que fuerte
sepa amar el afán y la indigencia;
y que allí atrincherado
huelle el poder del crimen entronado.
 
 
ArribaAbajo

La escuela del sepulcro

A la señora marquesa de Fuertehíjar, con motivo de la muerte de su amiga la señora marquesa de las Mercedes

 
ArribaAbajo   ¿Adónde, adónde los dolientes ojos
vuelves? ¿Qué buscas? ¿O por quién exhalas
tanto suspiro de dolor y angustia?
¿Qué atiendes, di, que el respirar parando
el alma toda en el oído clavas 5
ansioso de escuchar? En vano, en vano
anhelas por oír; la quieta noche
a los mortales con su sombra encierra,
y acalla al mundo que tranquilo yace
en un mar de silencio sumergido. 10
Mas ¡ay!, ¿cuál son tan a deshora turba
la silenciosa paz de las tinieblas?
¿Y cesa, y vuelve a resonar, y para,
y resuena otra vez? Llora, sí, llora
tu amarga soledad, oh triste amiga, 15
gime, lamenta sin cesar, tu pecho
se parta de dolor, y al labio envíe
el ay de la amistad desesperada.
El bronco son que tus oídos hiere
es la trompeta de la muerte, el doble 20
de la campana que terrible dice:
fue, fue tu amiga. La que tantas veces
te vio, y te habló, y en sus amantes brazos
tan fina te estrechó, y en tus mejillas
su cariño estampó con dulces besos; 25
la que en su mente consagró tu imagen,
y en cuyo corazón un templo hermoso
te erigió la amistad do siempre ardía
tanto y tan puro amor, ya por las olas
fue de la eternidad arrebatada; 30
ahora mismo a su cadáver yerto,
en estrecho ataúd aprisionado,
alumbrarán con dolorosa llama
tristes antorchas del color que ostentan
las mustias hojas que al morir otoño 35
del árbol paternal ya se despiden.
Ahora mismo yacerá en la cima
de la tumba infeliz, hollando lutos
negros, más negros que nublada noche
en las hondas cavernas de los Alpes. 40
En torno de ella, y apartando el rostro
de su espantable palidez, sentados
compañía la harán los que otro tiempo
tal vez colgados de su voz, pendientes
de un giro de sus ojos, estudiaban 45
su voluntad para servirla humildes.
Esta será ¡ay dolor!, la vez postrera
que la visiten los mortales, ésta
su tertulia final, y último obsequio
que el mundo la ha de hacer. Sí; que esos cantos 50
con que del templo la anchurosa mole
temblando toda en rededor retumba
su despedida son, con sus adioses,
el largo adiós final. ¡Oh tú Lorenza,
ven por la última vez, ven, ven conmigo 55
y a tu amiga verás, verás al menos
el cuerpo que animó, verás reliquias
de una nada que fue! Mira que tardas,
y nunca, nunca volverás a verla,
nunca jamás; que ya sobre sus hombros 60
cargaron los ministros del sepulcro
el ataúd, y marchan, y descienden
con él a la morada solitaria
del oscuro no ser. Allí en los muros
cien bocas abre la insaciable muerte 65
por donde traga sin cesar la vida;
y a ti, ¡oh Quero infeliz! ¡Oh malograda!
¡Oh atropellada juventud! Caíste,
bien como flor que en su lozana pompa
hollada fue por la ignorante planta 70
de un pasajero sin piedad. Caíste,
y ya otro rastro de tu ser no queda
que las memorias que de ti conserven
los que te amaron. Pasarán los días,
y las memorias pasarán con ellos; 75
y entonces ¿qué serás? El nombre vano,
el nombre sólo en tu sepulcro escrito,
con que han querido eternizar tu nada.
Tirano el tiempo insultará tu tumba,
con diente agudo roerá sus letras, 80
borrará la inscripción, y nada, nada
serás por fin. ¡Oh muerte impía!,
¡oh sepulcro voraz! En ti los seres
desechos caen; en ti generaciones
sobre generaciones se amontonan, 85
en ti la vida sin cesar se estrella;
y de tu abismo en la espantosa margen
el tiempo destructor está sañudo
arrojando los siglos despeñados.
¿Qué son ahora los primeros días, 90
la edad primera de la tierra? ¿En dónde
las que fueron después hoy hallaremos?
¿Sesostris dónde está? ¿Dónde el gran Ciro?
¿Babilonia y Semíramis? Pasaron
cortando el tiempo, cual veloz saeta 95
que el aire hiende sin que rastro alguno
deje de su pasar. ¿Qué son ahora
los Césares, los Jerges, los Timures
y los héroes famosos de la Grecia?
Voces y nada más. ¿Y qué es el siglo 100
que acaba de expirar? ¿Y qué es el día
de ayer, el de hoy en lo que va corrido?
Muerte en verdad; que cuanta vida el tiempo
nos ha llevado en el sepulcro yace.
¿Es tan breve el vivir? ¿Y el hombre insano 105
en hacerse infeliz sólo le emplea?
Como en airada mar la frágil nave
luchando entre borrascas horrorosas
corre perdida sin timón ni velas,
y en pos el huracán desenfrenado 110
la va acosando en bárbaros embates,
y ora a las nubes las bramantes olas
la arrojan, y ora con terrible estruendo
la despeñan, rompiéndose, al abismo;
y ya anegada con salobre muerte 115
llora su perdición, y ya un fracaso
mira seguro en la enriscada costa
donde a estrellarse va; tal es el hombre
por el mar de la vida navegando.
Siempre a merced de sus pasiones corre 120
entre tinieblas y borrascas tristes
en eterna inquietud, allá en el alma
hondamente clavada la amargura,
y la zozobra y el cruel fastidio,
y desesperación; sin que los ojos 125
vuelva jamás al relumbrante faro
de la pura razón. En cada instante
vota acogerse a su sagrado puerto,
y a cada instante, quebrantando el voto,
se aparta más y más; y a nuevos mares 130
se confía, y a míseros naufragios.
De ilusión a ilusión, de sombra en sombra
va deslumbrado, con ardor abraza
mil fantasmas de bien, y ellas le burlan
deshaciéndose, y halla el miserable 135
ansia y dolor donde esperó contento;
y vuela deslizándose entre tanto
la vida, y se le escapa, y el sepulcro
le sale al paso, y ¿qué vivió? Cien voces
oigo que salen desde el centro frío 140
de los sepulcros que tormentos dicen.
Tormentos claman las doradas urnas
donde descansan las cenizas regias;
tormentos claman las inmundas hoyas
donde la plebe amontonada gime, 145
tormentos las pirámides erguidas
que en sus entrañas cóncavas tragaron
cien dinastías del perdido oriente;
y tormentos, tormentos desde el norte
al mediodía, desde oriente a ocaso 150
toda la tierra sin cesar repite.
¿Dónde estás, dónde estás soberbia tumba,
tumba olvidada del atroz guerrero
a cuya alta ambición venía estrecha
la inmensidad del tiempo y del espacio? 155
Tumba del Macedón ¿dónde te escondes
que no dices aquí? Tal vez ahora
darás abrigo a las cansadas yuntas
de algún humilde labrador honrado:
tal vez la tierra que te henchía cubre 160
una choza infeliz, y las reliquias
del famoso Alejandro son paredes
de algún pobre pastor, no conocido
de otro mortal que de su tierna esposa,
y de su perro y de su fiel ganado. 165
Él es feliz en su pobreza oscura,
y tú fuiste infeliz en la abundancia
de tu hambrienta ambición. Él sus deseos
por la necesidad de cada día
mide, y prudente la natura acalla 170
con lo que fácil la razón exige.
Así contento lo presente goza
sin olvidarlo por correr ansioso
a encontrar a mañana, y a perderse
allá en un porvenir que nunca llega. 175
Y tú ¿qué fuiste, vencedor del mundo?
Tú, de soberbia y ambición hinchado,
tú, que sangrientas lágrimas vertías
temiendo atroz que la paterna espada
nada en la tierra te dejase libre 180
que poder oprimir, ¿fuiste dichoso?
Las victorias del Gránico y del Iso,
Persia a tu carro triunfador atada,
cien tronos de Asia, el Asia estremecida
a un mover de tu pie, la tierra entera 185
arrodillada de tu nombre al eco,
tanta potencia, tanta gloria ¿acaso
pusieron coto a tu ambición? ¿No hallaste
por siempre un más allá que las entrañas
te roía doquier, y cada gloria 190
te presentaba desabrida y triste
desde el punto fatal en que era tuya?
¿Cuál fue tu vida? Nunca lo presente
existió para ti, que adormecido
vivías en los sueños de esperanzas 195
desterrado por siempre en lo futuro.
Para ti lo pasado fue un tormento,
un estímulo más, que te arrastraba
a deseos sin fin, a largos planes
de guerras y victorias, y ruinas 200
y perpetua inquietud. Pues, ¿cuándo, cuándo
viviste? ¿Cuándo del feliz reposo
gozaste, y de la paz y la bonanza
de las pasiones, y el alegre cielo
de un inocente corazón tranquilo? 205
En el sepulcro, en el fatal sepulcro,
y sólo en el sepulcro descansaste;
y los mortales sólo allí descansan,
que raros son los que en vivir insanos
de Alejandro no imitan el ejemplo. 210
Si es tal la vida, ¿para qué lloramos
a los dichosos que al tranquilo puerto
llegaron de la muerte ya seguros
de este mar de dolor que aquí nos cerca?
Y si es justo llorar, ¿por qué así estéril 215
en lágrimas se pierde nuestro llanto
sin que aprendamos a vivir felices
en la escuela sublime del sepulcro?
Enjuga ya, desconsolada amiga,
tu llanto de dolor, y atenta escucha 220
de tu amiga la voz. No ha perecido
tu amiga para ti, que vive y te habla
desde su tumba sin cesar, y dice:
«Mira del hombre la fatal carrera,
mira del hombre el paradero infausto. 225
Aquí ya para siempre se aniquilan
las grandezas del mundo, aquí se espantan
los sueños de la gloria, aquí los vientos
de las pasiones se echan, y se borra
el vaho del vivir, y el hombre es nada. 230
Vendrá el trance cruel, vendrá, oh amiga,
en que desciendas a la eterna noche
a acompañar mi soledad. ¡Aleje,
aleje el cielo tan fatal instante!
Y cada nuevo sol más despejado 235
el horizonte ensanche de tu vida!
Pero al fin ¿qué será, y encierra un siglo
el más largo durar de su carrera?
Sólo un pestañear, volviendo el rostro
verás tu muerte a tu nacer tocando. 240
¡Ay!, a lo menos, pues el plazo es breve,
no, no le acortes suspirando ansiosa
por otro día, y sin cesar por otro;
porque es nunca vivir, es vivir muertes,
jugar este hoy por el mañana incierto, 245
Lejos, lejos de ti las ilusiones
que al mísero mortal le van llamando,
y las sigue, y se apartan, y engañosas
tendiéndole los brazos, le enajenan,
y le venden por fin, pues al sepulcro 250
le atraen, tropieza, cae, y ellas huyeron.
Lejos de ti las bárbaras pasiones
que en torbellinos de dolor arrastran
a los esclavos que las sirven ciegos,
y su fortuna de su mar confían. 255
¿Qué es la ambición, la vanidad, del oro
la frenética sed? ¿Qué, los deseos
de una imaginación desenfrenada,
y de un enfermo corazón? Errores,
y el error es un mal. ¿Quién en la tierra 260
fue dichoso jamás llorando males?
La razón, la razón; no hay otra senda
que a la alegre virtud pueda guiarte
y a la felicidad. Por ella fácil
tus deseos prudente moderando 265
aprenderás a despreciar el mundo,
la gloria y la opinión, preciando sólo
lo que inflexible la razón aprueba.
Así constante vivirás contigo,
vivirás para ti, y harás más larga 270
la próspera carrera de tus años,
porque al fin vivirás. ¡Oh cuál me gozo
al mirarte feliz en la grandeza
de tu alma pura! Superior al cieno
de este mundo infeliz, ni los desastres, 275
ni la persecución, ni los dolores
te podrán abatir; ni la fortuna
podrá mellar tu espíritu de bronce
con sus brillantes dones mentirosos.
¿Qué puede dar la mísera fortuna 280
que no posea quien felice goza
una sana razón? ¿Y qué desgracias
ha de temer quien el mayor deseo
de una conciencia irreprensible y pura
dentro del corazón lleva escondido? 285
¡Oh Lorenza, Lorenza! ¡Oh tierna amiga!
¡Adiós, adiós! Desde el dichoso instante
que allá en Pisuerga te juró mi pecho
una eterna amistad, ¿falté por suerte,
falté, responde, a tu veraz cariño? 290
Siempre en mi memoria; siempre
ardió por ti mi corazón sincero;
siempre mis labios te dijeron finas
palabras de amistad; y eternamente
con mis consejos te probé, y mis obras 295
la verdad de mi amor. Bajé al sepulcro,
y él conmigo también; aquí a tu Quero,
si es que un recuerdo para mí te queda,
por siempre encontrarás; de noche y día
y en todas partes te hablarán mis labios, 300
te hablarán la verdad. ¡Oh nunca apartes
tu oído de mi voz! Adiós amiga,
adiós, adiós: la eternidad te espera».

Arriba