Veo ahora realizado mi deseo de publicar algunas de las
poesías inéditas de mi finado padre doctor
MIGUEL W. GARAYCOCHEA.
Todas las composiciones que él
he podido conservar, formarían tres o cuatro veces
el presente volumen; pero no es posible darlas a luz, porque
muchas quedaron truncas, otras tan ilegibles que hube de
abandonar la tarea de descifrarlas y algunas escritas en
caracteres taquigráficos, cuya traducción fiel
no sería fácil hacer.
De su mérito
literario nos dan idea los eminentes literatos, señores
Palma y Gonzales Prada, quienes solicitados por mí
para emitir su opinión sobre las poesías del
doctor Garaycochea, se prestaron a ello bondadosamente; por
lo cual hago constar aquí mi agradecimiento.
Cumplido
el deber, para mí ineludible, de que se conozca este
trabajo póstumo de mi referido señor padre,
sólo deseo que el público ilustrado se digne
acogerlo favorablemente.
Lima, 11 de junio de 1904.
Juan
M. Garaycochea
Prólogo
El autor de este libro nos viene a corroborar que la ciencia
no anda en guerra con la poesía o, hablando en estilo
de clásicos y pedantes, que Minerva puede vivir en
amigable compañía, con las musas. Efectivamente:
si al sondar las entrañas de lo bello encontramos
lo verdadero, al penetrar en el corazón de la verdad
nos hallamos con la belleza. Ningún poeta negará
la grandiosa estética, encerrada en las leyes de Kepler
o en la teoría de Darwin, como ningún artista
dejará de reconocer la suprema geometría oculta
en la Ilíada, el Partenón o la Venus de Milo.
Solamente los espíritus que revolotean a ras del suelo
descubren oposiciones entre la ciencia y la poesía.
Al ascender, se esfuman las diferencias en los detalles y
resalta la armonía del conjunto: los montes para las
hormigas son llanuras para los cóndores. Todo se confunde
y se unifica en las alturas, de modo que las ciencias y las
artes deben representarse por una inmensa pirámide
con muchos planos y muchas aristas pero con un solo vértice.
Don Miguel W. Garaycochea no disfrutó de muy larga
vida, pues habiendo nacido en Arequipa el año de 1816,
murió en Trujillo el de 1861. Se educó en la
ciudad de su nacimiento hasta recibir el grado de doctor
en Jurisprudencia. Fue profesor en el Seminario de Trujillo,
rector en el Colegio Nacional de San Juan de esa misma ciudad,
juez de primera instancia de Chachapoyas, vocal de la Corte
Superior de Cajamarca, diputado a
Congreso &. Aunque
vivió menos de medio siglo, la vida no debió
de parecerle corta: la pasó estudiando, y como él
mismo lo asegura,
El hombre vive tanto cuanto sabe.
Según
don Federico Villarreal, el DOCTOR GARAYCOCHEA publicó
algunos textos de matemáticas que se adoptaron en
los colegios de Instrucción media del norte de la
República, y en la actualidad, en algunas escuelas
del Departamento de la Libertad. A más de su CÁLCULO
BINOMIAL, dejó las siguientes obras inéditas:
Tratado de Filosofía
Elemental.
Disertaciones Teológicas.
Lecciones de mundo y de crianza [en verso].
Un tomo de poesías.
Sin datos suficientes para delinear la, fisonomía
moral del doctor Garaycochea, nos le figuramos como un hombre
laborioso, meditabundo, sensible, no desposeído de
ingenio burlón y satírico. Merced a un juego
de imaginación, le vemos aparecer a nuestros ojos:
después de fallar una causa, dictar una lección,
resolver un problema o dilucidar un pasaje de San Agustín,
se empareda en su habitación, deja la prosa de la
vida, y tranquilamente se pone a entonar un yaraví,
glosar una canción o aguzar algún epigrama.
Si
Ogni vate e pintor pinge se stesso,
hay una regla para
conocer el alma de los poetas -leerles-. Por más que
un autor disimule y se disfrace, tiene momentos en que deja
desprenderse la máscara y descubre los rasgos de su
fisonomía. Goethe afirma que sus obras se reducen
a fragmentos de una confesión general. No sabemos
si el escritor del presente libro ha deseado confesarse con
sus lectores; pero vamos a ver si algo podemos conocerle
por los arranques sinceros y espontáneos.
Cansado
a veces de haber sido por mucho tiempo un frío matemático,
se siente hombre de sangre fogosa, desea disfrutar los placeres
de la vida y exclama:
Basta de libros, basta;
fuera pluma y tintero;
consumirme no quiero
en más
meditación.
La vida se me gasta
del tiempo a los
estragos.
Sin gozar los halagos
de una tierna pasión.
¿Quién
me vende que le compro,
quién
me vende un corazón?
Hallado
el corazón [quizá no muy fiel] disfrutado el
placer (acaso no muy dulce) escribe:
No amo el deleite que la fuerza enerva
ni los laureles que el furioso Marte
atroz reparte con
sangriento enojo:
amo a Minerva.
Amo los libros, la sublime ciencia:
del sabio busco la preclara historia;
y ésta es
la gloria que en mi alma ejerce
suma
influencia.
¡Oh verdad santa,
celestial, hermosa!
¡Cómo mi mente de tu luz gozara!
¡Cuál te gustara, y al gozarte cuánto
fuera
dichosa!
¿Logró poseer
esa verdad tan deseada y tan querida? Aunque parece buen
creyente, no deja de expresarse como si hubiera sido envuelto
por la atmósfera escéptica del siglo:
¡Funesta duda! ¡Cruel incertidumbre
que aclarar no ha podido
de mi pobre razón la escasa
lumbre!
Treinta años he vivido
sin saber lo que soy, lo que antes era
ni lo que al fin
seré después que muera.
En
una larga composición A la ciencia, hace comprender
que su vida no se deslizó siempre como un arroyo entre
flores, que más de una vez se vio sacudido por el
viento de las hondas desesperaciones, que hasta llegó
a maldecir de la ciencia y pensar en el suicidio. Dice que
hay unos días tristes y sin luz,
Días, en fin, funestos, sin color y sin
nombre,
en que, por un impulso que nadie explica bien,
una pistola a veces desesperado el hombre
descerraja frenético
en su marchita sien.
En uno de estos
días, oprimido mi pecho
de grave pesadumbre, de
oculto malestar,
de la sublime ciencia maldije en mi despecho
las luces celestiales, el sacro luminar.
Mas
las desesperaciones se desvanecen, las dudas se evaporan,
y el sabio regresa compungido a los brazos de la ciencia,
como un esposo vuelve a la esposa, después de haberla
ofendido con algunas infidelidades.
Tú pones en contacto la tierra con
el cielo
que eres la inmensa escala del sueño de Jacob.
¡Oh ciencia bienhechora, celeste, veneranda!
Mi espíritu se rinde de hinojos ante ti
y con
humilde súplica el perdón te demanda
de las
injurias necias que un tiempo te inferí.
El
hombre que pasó su niñez entre la guerra de
la colonia y la metrópoli, el que en su adolescencia
presenció los fusilamientos ejecutados por Santa Cruz,
el que en su juventud respiró el caldeado ambiente
de las revoluciones, no podía librarse de la influencia
política ni dejar de hacerla trascender en sus versos.
Las composiciones Sala verry marchando al cadalso, A la tumba
de Corbacho, La peruana y algunas más denuncian la
influencia. Sin embargo, no parece que el doctor Garaycochea
se hubiera mezclado activamente a las luchas civiles de su
tiempo. Fue diputado; mas, seguramente, al ocupar el asiento
de la cámara, se halló desorientado y como
extranjero, en contacto de hombres que entendían mucho
de pedidos e informes, muy poco de endecasílabos y
binomios. ¡Quién sabe si mientras algunos de sus colegas
hilvanaban soporíficos discursos, él se vengaba
enderezándoles algún epigrama! Que vena satírica
no le faltaba.
Como muestras
de su ingenio chispeante y burlón, merecen citarse
Una elección de rector en la Universidad de Trujillo,
Paranomasia y Los ergos, donde se ríe de los silogistas
como don José Joaquín de Mora en su romance
Don Opas. Hay algo picaresco en estos dos epigramas:
¿Conque te casas, Manuel?
¡Bravo! Servirás a Dios;
Y ella servirá
a los dos...
Es decir, a ti y a él.
Juana
que quejaba un día,
después de verse al espejo,
de que en huesos y pellejo
su beldad se convertía,
la vecina que sabía
las gracias de la fulana,
al oír queja tan vana,
la dijo quedo al oído:
¿Si tus carnes has vendido,
cómo has de estar
gorda, Juana?
Quien al hablar
del viento, dice:
Tan silencioso y manso se desliza
que ni deja su rastro en la ceniza;
Quien
tornea quintillas como:
Prosigue, guapo estudiante,
agitando tu pulmón,
no desmayes; adelante;
embrolla,
grita y brillante
habrá sido la función;
Quien, por fin, abre de este
modo un soneto:
Al campo de batalla va Panthea
esperando encontrar su esposo vivo,
y le cierra así:
Sobre su cuerpo cae; y bajo un techo
en el sepulcro habiten, dice airada,
los que durmieron
juntos en un lecho;
da pruebas suficientes de lo mucho
que habría podido realizar, si exclusivamente se hubiera
consagrado a la poesía. Porque los lectores deben
recordar que para el doctor Garaycochea, el escribir composiciones
en verso fue distracción o faena secundaria, en lugar
de ocupación absorbente o cosa primordial: sabio
de profesión, buscaba en la poesía un solaz
del ánimo. Era el forjador que momentáneamente
arroja el martillo y deja el yunque para escabullirse a respirar
el aire de un jardín.
A
los 40 años de un olvido injusto, don Miguel W. Garaycochea
va conquistándose el sitio que merece ocupar. Su Cálculo
binomial se imprime a costa de la nación, su nombre
resuena ya entre los sabios del extranjero. El país
debe admiración y gratitud a los poquísimos
hombres que en medio de la barbarie política lograron
formar una especie de mundo aparte y vivieron consagrados
a las labores del espíritu. Ellos serán los
que sobrenaden cuando el total diluvio del olvido haya devorado
a legisladores, ministros y presidentes. Según Théophile
Gautier,
El busto sobrevive a la ciudad.
El
cuentecillo de un prosador y el soneto de un poeta vivirán
mucho más que la cháchara de los sociólogos
y el fárrago de los políticos.
Manuel G. Prada
Prologuito
Ha poco más de cuarenta
años que bajó a la tumba el doctor Miguel Wenceslao
Garaycochea, nacido en Arequipa el 28 de setiembre de 1816.
Diputado a Congreso y vocal de la Corte de Cajamarca, murió
en Trujillo, por los años de 1861, desempeñando
el rectorado del Colegio Nacional de esa ciudad.
La
bien conquistada reputación del señor Garaycochea,
como matemático, le ha sobrevivido. Su obra sobre
Cálculo binomial, de la que en 1896 se publicó
la primera parte en un volumen de 800 páginas en 4º,
basta para inmortalizarlo. Garaycochea es el Lagrange americano,
decía un escritor eminente; y en verdad que ningún
hombre de ciencia encontrará exagerado el encomio,
después de agotar la lectura y estudio del Cálculo
binomial. Este libro honra tanto a su autor como a la patria
en que naciera, que gloria para todo pueblo es la gloria
de sus hijos. Así lo ha estimado el Perú, y
el retrato de nuestro insigne matemático figura hoy
en la Galería de autores nacionales que adorna el
salón de lectura de la Biblioteca de Lima.
Pero
ignorábamos que el doctor Garaycochea hubiera sido,
como el matemático Echegaray (hoy el primer dramaturgo
de España) también asiduo tributario de las
musas, y este grato conocimiento nos lo ha proporcionado
el señor don Juan Manuel Garaycochea, cuyo amor filial
lo impulsa a dar a la estampa los manuscritos rimados
de su egregio progenitor.
Sobre
nuestra mesa de trabajo tenemos ya prueba impresa del libro,
y mal podríamos negarnos a expresar, lisa y llanamente,
el concepto que de él hemos formado, sin que nuestra
buena voluntad para borronear estas líneas importe
la más ligera pretensión de constituirnos en
autoridad literaria.
Que el
señor Garaycochea nació con alma de poeta es
punto que no puede ponerse en tela de discusión, que
poeta e inspirado poeta es quien escribe versos como éstos,
dignos de la pluma de Alberto Lista:
Sin penas ni temores
se deslizan mis días, muellemente,
como
por entre flores
la tranquila corriente
de solitaria y escondida fuente.
Junta
el avaro miles
explotando sin fin la hedionda charca
de sus pasiones viles;
pero
hidrópica su arca
menos se llena cuanto más
abarca.
¿A qué multiplicar
citas de estrofas aisladas en las que unas veces nos deleita
el dulcísimo estro de Garcilaso, y otras nos seduce
la arrogante entonación de Herrera o de Luis de León?
Garaycochea dista mucho de
ser un poeta lírico al gusto del día. Es un
poeta por el estilo de Arriaza, cuyos versos fueron, indudablemente,
su lectura favorita de colegial.
En
la lira de nuestro compatriota encontraron resonancia, más
o menos feliz, todos los géneros de poesía,
desde el sencillo madrigal y el pastoril idilio hasta la
oda solemne y la letrilla intencionada.
Como
sus comprovincianos Melgar y Manuel Castillo supo reflejar
las tristezas más íntimas en el melancólico
yaraví; y como Benito Bonifaz, Trinidad Fernández,
Ángel Fernando Quiroz, y como todos los belicosos
vates sus contemporáneos nacidos a la falda del Misti,
Arequipa, y sus hombres, y sus acontecimientos clásicos,
le inspiraron conceptuosos versos, sobre todo en los días
de la invasión boliviana. Como apóstrofe es
soberbio este Garaycochea:
Miedo y pavor circunden sus banderas,
cobardía sus bríos anonade,
y no acierten
sus manos con la espada
en el instante mismo del combate.
No siempre el buen gusto
del versificador raya alto en las composiciones de Garaycochea.
Abusaba de su pasmosa facilidad para rimar, y faltole escuela
literaria para cautivarnos por la corrección y las
galas de la forma; pero sobráronle espontaneidad y
sentimiento poético. Los lunarcillos que en sus composiciones
encontramos son los de todos los cultores de la poesía,
en esa época de alborada para la literatura nacional.
Este libro es valioso contingente
para el estudio que algún día ha de escribirse
sobre la poesía peruana, en su transición de
la vida colonial a la vida republicana. En ese estudio tocará
a Garaycochea una hoja de laurel, por la independencia y
sinceridad de que reviste sus ideas filosóficas y
por sus sentimientos altruistas y generosos.