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ArribaAbajoChachapoyas



ArribaAbajo Aquí no hay diversiones,
paseos, reuniones,
teatros ni turtulias,
ni Paquitas ni Julias
a quienes galantear;  5
   Sólo se dan papayas,
plátanos, chirimoyas,
piñas y pitajayas
gratas al paladar.

¿Qué hacer en Chachapoyas?...  10
Comer y reventar.

   Doce meses al año
llueve aquí sin engaño;
y aún en los tiempos secos,
a la calle sin suecos  15
no es posible salir.
   Y si arrecian las aguas,
de las preciosas joyas
de bastón y paraguas
¿quién puede prescindir?...  20

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
De fastidio morir.

   Aquí andan las mestizas
con las piernas rollizas
metidas en el charco,  25
y las del ojo zarco
donde recios traspiés;
   que la más estirada,
en las fangosas hoyas
quedar suele incrustada  30
y en facha descortés.

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
Destrozarse los pies.

   Aquí se usan los votos
donde van los devotos  35
que con todo hacen migas,
de sus anchas barrigas
a llenar el baúl;
   y ordenada la tanda
con las Naches y Goyas1,  40
bailan el quimra-manda,
el Güielco y Cerro azul.

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
Rabiar como un Saúl.

   Si se alegra una china  45
Vussha pone en la esquina,
y danza en su contorno,
con rústico bochorno,
al son de un mal violín;
   y el añussi y el ancas  50
con todas sus tramoyas,
enredos y fayancas,
completan el festín.

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
Consumirse de esplín.  55

   Si alguna damisela,
de las de arpa y vihuela,
de noche se visita,
nos canta la Pollita,
la Chanza y la Perdiz,  60
   al compás de los vientos
que por las claraboyas
repiten los acentos
del maldito miz, miz.

¿Qué hacer en Chachapoyas?...  65
Vivir siempre infeliz.

   Aquí, en lugar de vino,
usan guayabambino
guarapo, o turbia chicha;
y para más desdicha  70
el mote hace de pan;
   que jamás en retorno
le satisfacen poyas
a las puertas del horno,
como dice el refrán.  75

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
Vivir a lo patán.

   ¿Quién toma con franqueza
la espumosa cerveza,
ni calienta la sopa  80
con una buena copa
de sabroso jerez?...
   ¡Oh Baco soberano!
Aquí tan sólo boyas
en el sucio pantano  85
de cañazo soez.

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
Vivir en la escasez.

   No hay, pues, otro remedio
para matar el tedio  90
que continuo me abruma,
que hacer con tosca pluma
borrón sobre borrón.
   ¡Oh tú, querida musa!
Si mi proyecto apoyas  95
y mi mente confusa
llenas de inspiración

Ya tendré en Chachapoyas
placer y distracción.

   En diferentes versos,  100
aunque salgan perversos,
escribiendo centones,
letrillas y canciones
la vida pasaré;
   y en todos mis instantes  105
serán mis ricas joyas
acentos, consonantes,
número, metro y pie.

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
Escribir... ¡Ya se ve!  110

   Y que bramen los vientos
furiosos y violentos;
y que caigan las aguas,
y se enciendan las fraguas
del rayo aterrador;  115
   cerrando mis ventanas,
puertas y claraboyas,
por días y semanas
seguiré mi labor.

¿Qué hacer en Chachapoyas?...  120
Volverse pensador.

   ¡Oh dichosa mudanza!
Se cumplió mi esperanza,
pues con duro trabajo
los designios barajo  125
del ocio criminal.
   Gracias ¡oh musa bella!
Que mi proyecto apoyas,
ya no formo querella
contra mi hado fatal.  130

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
Vivir cual racional.

   Aquí no hay diversiones,
paseos, reuniones,
teatros ni tertulias,  135
ni Paquitas ni Julias
de equívoca virtud;
   aquí son las mujeres,
incluyendo a las Coyas,
dadas a sus quehaceres  140
desde la juventud.

Sencilla Chachapoyas,
¡felicidad! ¡Salud!

   En tu fértil terreno
de mil primores lleno,  145
no se produce el fruto
que damos en tributo
a la inmoralidad;
   sólo se dan papayas,
plátanos, chirimoyas,  150
piñas y pitajayas
de rica variedad.

Fecunda Chachapoyas,
¡Salud!, prosperidad.

   ¿Y qué me importa Baco?...  155
Fumo rico tabaco.
Y aunque en modesto pate
tomo buen chocolate
y sabroso café,
   del Marañón aquende  160
que pasen en oroyas
los licores de allende,
ignoro para qué.

Humilde Chachapoyas,
tu encomiador seré.  165

   El pernicioso influjo
desconoces del lujo:
tus fiestas y balatas
son sencillas y gratas
al buen espectador.  170
   Y de tu quimra-manda
las graciosas tramoyas
demuestran de la tanda
la inocencia y candor.

Alegre Chachapoyas  175
¡Prosperidad!, ¡honor!

   De tus damas el canto
tiene todo el encanto
y dejo de tristeza,
con que naturaleza  180
cautiva el corazón,
   ¡oh ciudad deliciosa!
A pesar de las hoyas
de tu tierra fangosa,
mereces mi afición.  185

¿Qué hacer en Chachapoyas?...
Amar, y con pasión.

   Que en señoras y chinas
hay caras peregrinas,
ojitos hechiceros,  190
encantos y saleros
que no hay más que pedir;
   y sus corazoncitos
tienen ¡ay!, esas joyas,
quilates exquisitos  195
como el oro de Ofir.

Bizarra Chachapoyas
¿De ti quién puede huir?

   Mientras esté en tu suelo,
cantaré con anhelo  200
de tus lindas mujeres
los gustos, los placeres,
la gracia y juventud;
   que pulsando mi lira,
así ardan veinte Troyas,  205
que me aburra es mentira
en tu blanda quietud.

Tranquila Chachapoyas,
te amo con gratitud.




ArribaAbajoUna elección de rector:

En la Universidad de Trujillo





I


ArribaAbajo ¡Sus, arriba! ¡Vamos flojo!
Ponte la capa y sombrero;
echa a las puertas cerrojo;
y ven conmigo, que quiero
satisfacer un antojo.  5

   ¡Vivir siempre solitario
consumiéndose en secreto!...
Y por su gusto... ¡canario!
No conozco otro sujeto
más cerril y estrafalario.  10

   No te amohínes... perdona;
pero sufre mi maldita.
Deja la vida poltrona,
corteja, juega, visita,
y serás otra persona.  15

   ¡Me miras, y de reojo!...
Nada he dicho... ¡Bagatela!
No me conserves enojo;
ponte el sobrero y afuera,
que no te coma el gorgojo.  20

   Y esto diciendo, Rodrigo,
con todo el desembarazo
de un condiscípulo amigo,
ensartándome del brazo,
en la calle dio conmigo.  25




II


ArribaAbajo   Y a pocos instantes entramos a un claustro
sombrío, ruinoso, de aspecto fatal,
en cuyas pilastras el soplo del austro
parece que imita la voz sepulcral.
   Estaba la tarde funesta, ventosa;  5
el sol en las nubes su rostro ocultó;
y a pocos momentos campana melosa,
con pausa medida, las cinco tocó.
   Entonces, Rodrigo me dijo afanado:
Avanza, que el tiempo podemos perder;  10
y mucho me importa no andar descuidado
y quien la consigne de pronto saber.
   -Pero hombre, decidme... -No es nada, camina.
-Siquiera un apunte... -No puedo, perdón.
En esto torcimos del claustro la esquina  15
y abierto encontramos hermoso un salón.
   Escaños notables con gracia labrados,
que aprecio tendrían en tiempo feliz,
había dispuestos en ambos costados,
y en medio una mesa de rojo barniz.  20
   En ella, tintero, reloj y campana
de voces sonoras y fino metal;
y un libro forrado con verde badana,
de cantos dorados, cual rico misal.
   Antiguos fanales del techo colgaban  25
de telas de araña con pardo capuz,
que ha tiempo los pobres quizá no gozaban
de claras bujías la espléndida luz.
   Y había un guerrero de bravo talante,
un fraile, una monja y un joven doctor,  30
con más de un obispo de grave semblante,
pintados, se entiende, querido lector.
   Y luego vinieron garnachas, bonetes,
manguillos calados de encaje sutil,
airosas capetas y viejos birretes,  35
haciendo una mezcla vistosa y gentil.




III


ArribaAbajo   -¿A qué viene esto, Rodrigo?
¿Para qué tal concurrencia?-
Pregunto con impaciencia
a mi atolondrado amigo.
-Te lo contaré al momento  5
que la cosa es bien ligera-
me contestó el calavera,
principiando así su cuento:
-Este que ves congregado
en consejo de familia  10
que con sus luces concilia
todo negocio enredado,
   y para darla marido
a la señora de casa,
que de veinte abriles pasa,  15
hoy día se ha reunido.
-¿De mi pregunta te mofas?
Buenos estamos, por cierto.
-Si es mentira, cojo y tuerto
me vea, por San Cleofás.  20
   Lo sé de muy buen origen,
que me lo han dicho muy quedo
Don Engaño y Don Enredo,
que estos asuntos dirigen.
   Y por señas, que los ramos  25
en Santa Clara se han hecho,
que a las monjas de derecho
tal ocupación las damos.
   Y que habrá jamón, truchuelas,
con el consabido pavo,  30
y para sacarse el clavo
buenos vinos y mistelas;
   pues se ha dispuesto gran fiesta
del novio electo en la casa:
esto es todo lo que pasa.  35
Si no lo crees, apuesta.
-¿Que escuche tus desatinos?...
-Oye, mira: de estas gentes
te diré los pretendientes
y los que son sus padrinos.  40
   Aquel de los negros guantes,
alto, narigón y enjuto,
que está vestido de luto,
es uno de los amantes.
   Don Ergo del Peripato  45
desde la escuela se llama;
y es viejo que tiene fama
de ruin y de mentecato.
   De sí mismo satisfecho,
ignorante y presumido,  50
dicen que nunca ha emprendido
una cosa de provecho.
   Mas, por estas desventajas,
a la novia dará en dote
faldellines de anascote  55
y otras varias zarandajas,
   que conserva de la herencia
de la abuela de su abuelo
Don Peripato Ciruelo,
autor de la equipotencia.  60
   Sus patronos son los tíos
de la niña desposada.
Esos de cara arrugada
que ves, tan hoscos y fríos.
   Y que de todos en daño  65
detestan las novedades,
y están por las necedades
y las rutinas de antaño.
   El segundo candidato
es Don Progreso del Día,  70
aquel cara de alegría,
gordinflón, rechoncho y ñato.
   Dicen que es joven de genio
y de conducta muy franca,
pero que no tiene blanca  75
ni otro caudal que su ingenio.
   Mas, por su fatalidad,
enamorado perdido,
también quiere ser marido
de doña Universidad.  80
   Ella de amor está loca
por el joven pretendiente;
pero cual niña obediente
no se atreve a abrir la boca.
   Y sólo abriga esperanza  85
contra sus hados tiranos,
en sus imberbes hermanos
que tienen voto en la danza.




IV


ArribaAbajo   Ocho contra siete
da la votación,
dice el presidente
de la reunión.
   Y unos con agrado,  5
y otros con desdén,
al señor Don Ergo
dan el parabién.
   Este de alegría,
turbado el magín,  10
a los circunstantes
convidó al festín.
   Rojo cual tomate
Don Progreso huyó;
se fueron las gentes,  15
y todo acabó.




V


ArribaAbajo   Entonces, Rodrigo, me dijo, en secreto:
No tiene remedio, que así debió ser.
¡Albricias! Albricias... soy otro sujeto,
en esta semana seré bachiller.
   Pues tengo, ¿no sabes?, un cántico hermoso  5
un... ¿cómo se llama?... un... un... qué sé yo;
y en premio... ¿me entiendes?, seré, al fin, dichoso:
ya me hallo en carrera; mi suerte empezó.
   Y luego sacando del roto levita
un pliego cerrado, después de toser  10
y armarse el bigote, con voz exquisita,
y limpia y sonora, se puso a leer.




VI


ArribaAbajo   Ven, himeneo benévolo,
a unir con lazos prolíficos
de estos amantes simpáticos
los corazones vivíficos.
   Y de esposa tan angélica,  5
con entusiasmo solícito,
fecundiza el receptáculo
con muchos fetos científicos.
   Nazcan de unión tan ubérrima
hartos varones perínclitos  10
que el honor peripatético
sostengan con celo rígido.
   Y entonces, cual siempre fúlgidos,
serán los Ergos muníficos,
de los estudios más clásicos  15
relumbrantes jeroglíficos.
   Resonarán en las cátedras,
como en tiempos más claríficos,
los silogismos en bárbara
y los dilemas legítimos.  20
   Reemplazará la dialéctica
a ese método analítico
que con su influjo diabólico
vuelve el ingenio raquítico.
   Y no se hablará de fórmulas,  25
ni de senos logarítmicos,
ni de cuerdas, ni de triángulos,
ni de otros nombres insípidos.
   ¡Oh fortuna!, ya el crepúsculo
de día tan honorífico,  30
en el horizonte plácido,
divisan mis ojos míseros.
   Ven, himeneo benévolo,
ven, himeneo prolífico,
enciende la antorcha fúlgida,  35
alumbra el lecho magnífico.
   Y de esposa tan angélica,
con entusiasmo solícito,
fecundiza el receptáculo
con muchos fetos científicos  40
   que de gritar en las cátedras,
aun cuando se vuelvan tísicos,
el honor peripatético
sostengan con celo rígido.




ArribaAbajoLos ergos




I


ArribaAbajo   Se tiende la mesa y al son de campana
los jóvenes vienen, tras de ellos el Vice,
que luego, con calma, la sopa bendice
y ordena que al punto se llame al rector.
   Que es día de pruebas, y en días como éste  5
se come y se arguye, que así lo ordenaron
los sabios doctores que, antaño, formaron
para este colegio la ley interior.
   Y viene el ilustre regente de estudios,
con toda la flema debida a su empleo:  10
el gorro a las cejas, terciado el manteo,
y el paso medido y asaz señoril.
   Y luego se ordena la cruda palestra,
curiosos se asoman el gordo portero,
los otros sirvientes, mas no el cocinero,  15
que escaso sancocho reparte entre mil.
El joven alumno la cátedra ocupa;
y el cuerpo derecho, la diestra extendida,
la frente sudosa, la cara encendida,
con gritos y gestos y fiero ademán;  20
   demuestra su tesis con viejos latines,
en tanto que al eco del nego y permito,
los otros colegas, con grande apetito,
engullen su yuca, su arroz y su pan.




II


ArribaAbajo   Prosigue guapo estudiante
agitando tu pulmón;
no desmayes; adelante;
embrolla, grita, y brillante
habrá sido la función.  5
   Mira que este es el busilis
para llegar a valer,
y no pienses que tu filis
mueva a los otros la bilis
y se queden sin comer.  10
   Que el triquitraque del plato
y de jigote el olor,
a par del acento grato
del ergo del peripato,
es la pimienta mejor.  15
   ¿No ves ese crujimiento
de quijadas?... Pero... ¡bah!
No mires, no, tal portento,
porque tu estómago hambriento
las folías bailará.  20
   Y aunque el humo del potaje
impresione tu nariz,
argumenta con coraje;
mira que este aprendizaje
te hará muy pronto feliz.  25
   Vendrá día, y el capelo
y las borlas obtendrás;
y con tu lana y tu pelo
en silla de terciopelo,
quién sabe, te sentarás.  30
   Y entonces, sin que reproche
ninguno tu parecer,
todo el día y por la noche
hablarás a trochimoche
en prueba de tu saber.  35
   Y entonces el tratamiento
de Useñoría obtendrás,
que, aunque seas un jumento,
si tienes bordado asiento
te adularán los demás.  40




III


ArribaAbajo   Utrum si la forma
al estudio es útil,
o si es vana y fútil,
era la cuestión.
   Y En forma probaba  5
que sí el sustentante
mas el replicante
puso esta objeción:




IV


ArribaAbajo   Es la forma estéril, vana,
petulante, bulliciosa,
despreciable, caprichosa
y llena de necedad;
luego debe desterrarse  5
del estudio, que es discreto
y que no tiene otro objeto
que descubrir la verdad.
   Y con todos sus trebejos
repetido el argumento,  10
después de un breve momento
ésta fue la solución:
-Niego si se habla simpliciter,
si secumdum-quid, corriente;
permito el antecedente  15
y niego la conclusión.-
-¡Bravo, bravo!, no es posible
que el contra pruebe el colega,
exclamó la gente lega
al salir de su ansiedad:  20
siempre el distingo famoso
es el arma, a cuyo filo
queda destrozado el hilo
de toda dificultad.
   Bendito sea Aristóteles  25
que concibió tal portento,
para freno del talento
y norma de la razón;
y benditos los hermanos
que los ergos cultivaron  30
y en herencia los dejaron
a nuestra generación.




V


ArribaAbajo   Y en esto a descanso tocó la campana,
abrazos muy sendos ganó el sustentante;
y en premio, su docto, discreto pasante,
con una sonrisa le dio el parabién.
   Y todos en grupos al claustro salieron  5
rumiando los ergos que habían papado:
¡oh tiempo precioso tan bien empleado!
Benditos, por siempre, los ergos, amén.




ArribaAbajoEl trovador



ArribaAbajo ¿Lo ves poeta? ¡Qué desengaño!
Con duro ceño te han despedido,
tus dulces trovas no han conseguido
      ningún favor.
¿Pensaste, acaso, que cual refieren,  5
de antiguos tiempos, lindas historias,
siempre apreciadas fuesen las glorias
      del trovador?

¿Que a la armonía de tus preludios,
de alto castillo cayendo al puente,  10
te condujeron al esplendente
      salón feudal,
donde amorosa la castellana,
que veinte abriles apenas frisa,
te agasajara con su sonrisa  15
      bella, ideal?

¿Pensaste, acaso, que tras la cena,
dándote asiento cerca del fuego,
te demandaran con blando ruego
      tierna canción:  20
y que escuchando con entusiasmo
de tus acentos el dulce giro
se le escapara por ti un suspiro
      del corazón?

¡Pobre insensato! Pasó ese tiempo  25
con sus castillos y sus poetas,
y sus torneos y sus discretas
      cortes de amor;
y ya la reina de la hermosura,
enrojecido su rostro bello,  30
rica cadena no pone al cuello
      del vencedor.

¡Pasó ese tiempo! Y ahora el eco
del tierno amante que nada ofrece,
el pecho duro ya no enternece  35
      de la mujer,
que contra el peto de oro brillante,
con que ambiciosa se cubre hoy día,
no tiene el dardo de la armonía
      ningún poder.  40

¡Pobre poeta! ¡Qué desengaño!
de tu adorada, cerca la reja,
al son de tu arpa, sentida queja
      quisiste dar;
pero ella oyendo de tus preludios  45
los tristes ayes, cruel y tirana,
las duras puertas de su ventana
      mandó cerrar.

¿Qué, pues, esperas?... Con menosprecio,
con ignominia te han despedido;  50
tus dulces trovas no han conseguido
      ningún favor;
bajo del brazo coloca el arpa,
y sin demora ponte en camino;
anda, infelice, cumple el destino  55
      del trovador.

Anda, visita los verdes prados,
el ancho río, la clara fuente,
el bullicioso raudo torrente,
      la inmensa mar;  60
recorre, a prisa, pagos y aldeas,
que a las zagalas, los trinos suaves
de las sensibles canoras aves,
      suelen gustar.

¡Pobre poeta! Anda, y si acaso  65
te asaltan, crueles, en tu camino
la noche oscura, o el torbellino,
      o el chaparrón,
de los palacios el duro bronce
no toques nunca, que allí tan solo  70
se abriga el lujo, la orgía, el dolo,
      la corrupción.

Y a la cabaña, más bien, dirige
tu incierto paso, que allí hospedaje,
en comedido, franco lenguaje,  75
      te han de ofrecer;
sin que curiosos e impertinentes,
como por paga del beneficio,
cuál es tu historia, cuál es tu oficio
      quieran saber.  80

Anda a los campos, y allí en las noches
claras y hermosas a sus doncellas,
frescas y puras, al par que bellas,
      enseña a amar,
que no se hicieron para ti, mísero,  85
de las ciudades los altos bienes,
ni de la ingrata que adoras tienes
      ya que esperar.

¡Pobre poeta!... ¡Tu idolatrada
con duro ceño te ha despedido;  90
tus dulces trovas no han conseguido
      ningún favor!
Bajo del brazo coloca el arpa
y de su vista veloz te aleja;
no más suspiros, basta de queja,  95
      basta de amor.




ArribaAbajoSáficos


ArribaAbajo Yo no deseo ni caudal ni honores,
desprecio el oro que los hombres aman,
que no me inflaman de la infiel fortuna,
      no, los favores.
Sé que si me hallo de dinero exhausto  5
hacer pudiera más dichosa suerte;
empero, inerte, deliciosa vida
      quiero, y no fausto.
Y no por esto mis deberes violo:
hijos no tengo que en mi contra lloren,  10
hijos que imploren de mi amor sustento;
      soy hombre solo.
Menos deseo poderoso oficio,
cargos, destinos, dignidad, loores,
que los vapores del incienso vano  15
      turban el juicio.
No amo el deleite que la fuerza enerva
ni los laureles que el furioso Marte
atroz reparte con sangriento enojo:
      amo a Minerva.  20
Amo los libros, la sublime ciencia;
del sabio busco la preclara historia;
y ésta es la gloria que en mi alma ejerce
      suma influencia.
¡Oh verdad santa, celestial, hermosa!  25
¡Cómo mi mente de tu luz gozara!
¡Cuál te gustara, y al gozarte cuánto
      fuera dichosa!...
Pero recibe mi homenaje puro
ya que no puedo poseerte ¡oh ciencia!  30
No es negligencia que de ti me priva,
      no, te aseguro.
Más que la bella cortesana el lujo,
más que el monarca baladí ambiciona
nueva corona que su imperio ensanche,  35
      amo tu influjo.
Mas hoy mortales de talento un pasmo
a ver de cerca tu fulgor divino
se alzan con tino, y en buscarte emplean
      raro entusiasmo:  40
águilas nobles que con grande arrojo,
tras sí dejando la región del agua,
en esa fragua de perenne fuego
      fijan el ojo.
Mientras que muchos, de talento escaso,  45
romper no pueden de ignorancia el velo
ni alzar del suelo sus pesadas alas,
      y este es mi caso.




ArribaAbajoA la ciencia


ArribaAbajo   Hay unos días tristes, sin luz y sin colores,
en que tras negras nubes encapotado el Sol
al horizonte asoma, sin que sus resplandores
la cordillera bañen de fúlgido arrebol.
   Días en que los ábregos desenfrenados ruedan  5
y en recios torbellinos se agrupan por doquier,
y las quejas del hombre parece que remedan
al compás mesurado de la lluvia al caer.
   Melancólicos días en que al rayo se escucha,
en el preñado vientre de la nube bramar,  10
como león cautivo que furibundo lucha
queriendo de su jaula los hierros quebrantar.
   Días, en fin, funestos, sin color y sin nombre,
en que, por un impulso que nadie explica bien,
una pistola a veces desesperado el hombre  15
descerraja frenético en su marchita sien.
En uno de estos días, oprimido mi pecho
de grave pesadumbre, de oculto malestar,
de la sublime ciencia maldije en mi despecho
las luces celestiales, el sacro luminar.  20
   Y en los pliegues en vuelto de un vértigo espantoso
maldije mis estudios, maldije mi saber
y los días felices del tiempo venturoso
que, con grandes trabajos, empleé en aprender.
   Perezca ese funesto, desventurado día  25
en que tal cosa dije, privado de razón;
porque una incomprensible, negra melancolía
llenaba, con hartura, de hiel mi corazón.
   Perezca en el olvido: los meses y los años
no cuentan en su número a ese día fatal.  30
Maldición a ese día y a los viles engaños
que en su socorro trajo para causarme mal.
   ¡Oh ciencia veneranda! ¡Disimula el agravio!
¡En ese día lóbrego era tan infeliz!!!
Pero hoy con entusiasmo te celebra mi labio,  35
mi espíritu de hinojos te adora y es feliz.
   Tú en la fúlgida mente del ser incomprensible
tu trono estableciste desde la eternidad:
tú sacaste los mundos del caos invisible
y con ellos llenaste la negra inmensidad.  40
   Tú pusiste al cometa su blanca cabellera
y lo lanzaste rápido al espacio sin fin;
y encendiste en los cielos esa perenne hoguera
que alumbra el más lejano, recóndito confín.
   Tú a los hombros colgaste de la noche su manto  45
de negro terciopelo y esplendoroso tren,
donde las estrellas brillantes, del uno al otro canto,
con variedad magnífica, esparcidas se ven.
   En la mano tú tienes al rayo tremebundo,
las estaciones riges con orden regular,  50
los impulsos contienes del aire gemebundo
y el orgullo refrenas de la soberbia mar.
   Tú al hombre participas con providencia suma
las luces celestiales desde tu alto dosel,
y diriges ahora los rasgos que mi pluma,  55
consultando a mi espíritu, estampa en el papel.
   En tus alas ligeras llevando en raudo vuelo,
a las altas regiones, al genio de Newton
descorriste a sus ojos el misterioso velo
para que comprendiera las leyes de atracción.  60
   Por ti del infinito los sublimes arcanos
descubrió, en pocas horas, el inmortal Leibnitz;
por ti Lalande y Herchel planetas más lejanos
centellando encontraron en el azul tapiz.
   Por ti... pero imposible que mi ignorancia pueda  65
tus grandes beneficios, tus glorias numerar,
que cuando te contempla mi mente absorta y leda
tus vivos resplandores la vuelven a cegar.
   Tú pones en contacto la tierra con el cielo,
que eres la inmensa escala del sueño de Jacob;  70
y en su grande infortunio sirvieron de consuelo
tus divinos consejos al inocente Job.
   Entre truenos oyeron, al pie del monte Santo,
tu voz las doce tribus al recibir la Ley;
y a tu impulso vibraron con delicioso canto  75
los bordones del arpa del penitente rey.
   ¡Oh ciencia bienhechora, celeste veneranda!
Mi espíritu se rinde de hinojos ante ti
y con humilde súplica el perdón te demanda
de las injurias necias que un día te inferí.  80
   Perdona los delirios de un corazón llagado
en esos negros días en que enlutado el Sol
montó los horizontes, en instante ignorado,
sin que ninguno viera su fúlgido arrebol.
   Días en que sus alas saturando en la nieve  85
que se agrupa en los Andes el fiero vendaval,
vino envuelto en la lluvia, y en un instante breve
entumeció mi pecho con su soplo letal.
   ¡Oh generosa ciencia! Disimula el agravio.
¡En ese día lóbrego era tan infeliz!...  90
Pero hoy con entusiasmo te celebra mi labio,
y de hinojos te adora mi espíritu feliz.




ArribaFantasía



ArribaAbajo   Era la media noche, y los mortales
en delicioso sueño
descansaban un rato de sus males,
mientras yo, con empeño,
a la pálida luz de una bujía,  5
meditaba en el fin que tendré un día.

   ¡Funesta duda! ¡Cruel incertidumbre
que aclarar no ha podido
de mi pobre razón la escasa lumbre!...
Treinta años he vivido  10
sin saber lo que soy, lo que antes era
ni lo que al fin seré después que muera.

   Una noche fatal vine llorando
a este mísero mundo:
sin saber el porqué, cómo ni cuándo.  15
En delirio profundo,
la aurora se pasó de mi existencia
sin que tuviera de mi ser conciencia.

   Vino la juventud, entré en mí mismo,
y conocí que era algo.  20
Del fondo, entonces, de mi propio abismo
deduzco lo que valgo,
y en mi interior encuentro un ser sublime
que a todo un sello celestial imprime.

   Pero antes que mi padre el ser me diera  25
cediendo a un amor tierno,
pocos momentos antes que me viera
en el seno materno,
mísero embrión de prole desdichada,
¿qué era, cielos, de mí?... ¡ay!... nada, nada.  30

Luego, si de la nada fui sacado
sin la voluntad mía,
¿no es preciso que sea anonadado
bajo la loza fría?...
¿Para qué, entonces, tanto sacrificio  35
si ha de ser la virtud igual al vicio?...

   En mi cerebro tal error fermenta:
el calor me sofoca:
el pecho opreso con trabajo alienta:
y todo me provoca  40
a respirar el puro y fresco ambiente,
y abandono mi silla de repente.

   Las puertas abro y el umbral traspaso
y los tenues reflejos
de la Luna, muy próxima al ocaso;  45
el ruido que a lo lejos
los vientos forman y la noche fría,
todo acrecienta mi melancolía.

   Y en funestas ideas abismado,
con inciertas pisadas  50
me dirijo, de todo enajenado,
por sendas ignoradas;
y a poco de vagar solo me encuentro
de un cementerio fúnebre en el centro.

   Me sobresalto al punto y tengo miedo  55
de verme allí aislado;
pero la reflexión me da denuedo,
y empiezo recatado
a examinar, con vista temerosa,
ese recinto de la parca odiosa.  60

   Tétrica claridad amarillenta
alumbra los objetos,
y a mis turbados ojos representa
hórridos esqueletos,
vértebras, cráneos, sucias calaveras,  65
pedazos de mortajas y maderas.

   El fúnebre ciprés y la retama
rodean tristemente
una sólida cruz, que se encarama
y sostiene de frente  70
sobre alto pedestal, donde se ostenta
de los pobres humanos la osamenta.

   Y viejas inscripciones sepulcrales,
ruinosos mausoleos
que inventaron los míseros mortales  75
por los vanos deseos
de no mezclar con otros sus despojos,
doquiera miran mis medrosos ojos.

   Todo descansa... el ábrego sujeta
sus alas vagorosas  80
que de los muertos la quietud respeta;
y sobre las baldosas
tan silencioso y manso se desliza
que ni deja su rastro en la ceniza.

   De vez en cuando turba solamente  85
ese silencio triste
de la carcoma el afilado diente,
que con furor embiste,
o la fibra tenaz de la madera,
o el duro hueso de una calavera.  90

   Las doce dan, y el fúnebre graznido
de la negra lechuza
acompaña tan tétrico sonido.
Mi cuerpo se espeluza,
y procuro salir apresurado  95
de ese sitio fatal y malhadado.

   Y el peso de mi planta aquí deshace
en polvo una canilla,
que hace tiempo al hambre satisface
del gusano y polilla.  100
Acá, espantado, con un cráneo toco;
allí, en el borde de una tumba choco.

   En un viejo cajón ya carcomido
tropiezo, finalmente
el cual se desmorona con un ruido  105
horrísono, estridente;
y convertirse en nada ven mis ojos
de un antiguo cadáver los despojos.

   Un líquido glacial corre en mis venas:
se me eriza el cabello:  110
echa el miedo a mis pies duras cadenas:
se me corta el resuello:
y con el corazón desfallecido,
víctima del pavor, pierdo el sentido.

   Entonces los sepulcros se conmueven  115
con fuerte terremoto,
crujen en mi redor, saltan, se mueven,
y con sordo alboroto
vomitan de su seno el polvo helado
de las generaciones que han pasado.  120

   Silencio... oscuridad... reina un momento.
La materia, en seguida,
por un vertiginoso movimiento,
recobra nueva vida,
y en mil grupos se ordena de repente  125
dejando el cielo claro y esplendente.




II


ArribaAbajo   Sombras, entonces, cándidas, puras,
con vestiduras de blanco lino
      mis ojos ven,
que de coronas de fraganciosas
y frescas rosas, engalanada  5
      tienen la sien.

   Sombras felices que en dos hileras,
llevando ceras que de sí arrojan
      fúlgida luz
en el silencio más decoroso,  10
con religioso respeto, marchan
      hacia la cruz.

   Y allí dirigen divino canto
al justo, al santo que con su sangre
      nos redimió:  15
al que, prendado del mísero hombre,
tomó su nombre y en un madero
      por nos murió.

   Manes sagrados del tierno niño,
cándido armiño que sin mancilla  20
      subió al Edén;
y de la virgen que el gusto inmundo
trocó del mundo por la sagrada
      Jerusalén.

   Del sacerdote sabio, prudente,  25
manso, indulgente, digno ministro
      del Dios de paz,
que a la ovejuela descaminada,
a la manada, trae de nuevo
      tierno y sagaz.  30

   Del magistrado cuya delicia
recta justicia, con firme mano,
      fue siempre hacer;
y del patriota que de mil modos,
por bien de todos, se expuso a riesgo  35
      de perecer.

   Almas dichosas que a Dios disfrutan
y le tributan gloriosos himnos
      de amor y fe;
y que contentas bajan al suelo  40
por el consuelo de ver al que antes
      su cuerpo fue:

   que siempre es dulce, sabroso y grato,
ver por un rato lo que otro tiempo
      se idolatró;  45
y deliciosa melancolía
siente uno el día que ve la cárcel
      en que penó.

   Ellas por eso, con raudo vuelo,
bajan del cielo, de la alta noche  50
      en la quietud,
a ver el cuerpo que antes bizarro
en sucio barro conserva ahora
      el ataúd.

   Y lo consuelan con la esperanza  55
de la mudanza que debe obrarse
      en su favor
cuando el arcángel, con voz de trueno,
al malo, al bueno, convoque a juicio
      ante el Señor.  60

   Que entonce el cuerpo del escogido
a su alma unido, por las alturas
      ascenderá,
y allí en eterna, fiel compañía,
la primacía del sacro numen  65
      bendecirá.


III

   Pero horrorosos fantasmas,
descarnados esqueletos
y negras sombras, inquietos
miran mis ojos, también:  70
   que de un ataúd en torno,
en seña de su destino,
se agitan con desatino
y en un confuso vaivén.

   Fieros espectros que insanos,  75
con desaforados gritos,
sus maldades y delitos
no cesan de pregonar:
   que el castigo más horrendo
a que se hallan condenados  80
es de publicar, forzados,
lo que quisieran callar.

   Entre ellos vi al sacerdote
que, temerario y profano,
tomó con inmunda mano  85
el cuerpo del Redentor;
   y con sacrílego arrojo,
de su crimen satisfecho,
en su fementido pecho
lo depositó ¡qué horror!...  90

   Pero lo vi con corona
de serpientes, enroscadas
a sus sienes, abrasadas
con una llama infernal.
   Estilando gota a gota  95
de su corazón impuro,
inconsecuente y perjuro,
veneno pestilencial.

   Vi a la joven cortesana
que, primero seducida,  100
después ocupó su vida
en traficar con su amor;
   desconsolada y llorosa
de sus amantes huyendo,
y ella, a su vez, persiguiendo  105
a su infame seductor.

   A ese hombre que poseído,
del más brutal apetito,
por la senda del delito
encaminó a la infeliz;  110
   y después de haber gozado
de sus hechizos y encanto,
hizo burla de su llanto
y le afrontó su desliz.

   Y vi al cobarde asesino  115
que, en desprecio de los jueces,
ensangrentó varias veces
el homicida puñal.
   Encadenado a sus víctimas
que, con gesto agonizante,  120
siempre ponen delante
de su vista criminal.

   Y aunque, extendiendo las manos
y ocultando la cabeza,
procura con entereza  125
huir la fiera visión,
   allí están ellos presentes
acusando su injusticia,
a la par que su malicia
le destroza el corazón.  130

   Y vi al traidor a su patria
que, a las plantas del tirano,
mal hombre, mal ciudadano,
se prostituyó servil
   vuelta la cara a la espalda,  135
para que, en letreros rojos,
lea con sus propios ojos
su conducta infame, vil.

   Y vi la horrible fantasma
del juez inicuo y malvado  140
que regaló al potentado
de los huérfanos el pan,
   perseguido por los pobres
que, contra todo derecho,
inmoló, injusto, al cohecho  145
de los hijos de Satán.

   Y vi la sombra extenuada
del avaro despreciable
que amontonó miserable
de tesoros un millón,  150
   abrumado bajo el peso
de los inmensos caudales
que, por medios ilegales,
adquirió en su perdición.

   Y otros diversos espectros  155
de criminales famosos,
de semblantes espantosos,
hubo esa noche fatal,
   sufriendo el justo castigo
de los inmundos pecados  160
que cometieron, osados,
en su vida criminal.

horrendos, torpes delitos
y desaforados gritos
en aquella noche oí;  165
   de modo que horrorizado
de oír y ver crimen tanto,
delirante y con espanto,
un sordo gemido di.

   Entonces, apresuradas  170
todas las sombras huyeron,
y en su sepulcro se hundieron,
con mágica prontitud.
   Y volvió a reinar al punto.
En ese recinto odioso,  175
el silencio pavoroso
y la aterrante quietud.

   Pero un anciano encorvado
que me contemplaba fiero,
con rostro adusto y severo  180
y atenta curiosidad,
   abriendo sus labios lívidos,
y alzando su mano seca,
con voz balbuciente y hueca
así me dijo -escuchad:  185




IV


Arriba   Esta sabia lección, mortal, bendice
y no vivas ufano
con tu necio saber. ¡Ay infelice!
Yo soy el tiempo cano;
y herido, sin piedad, por mi guadaña  5
aquí descansarás, pese a tu saña.

   ¿Qué te importa saber lo que era antes
de haber venido al mundo?
Aprovecha mejor de tus instantes.
Haz estudio profundo  10
de los deberes que te impone el cielo,
y no quieras rasgar de la fe el velo.

   Sigue adelante en pos de tu destino
y la vista no vuelvas,
que debes transitar por tu camino  15
cual, por riscos y selvas,
se arrastra o precipita el arroyuelo,
siempre en declive, con creciente anhelo.

   Y cerca está tu fin: cada momento
te aproxima al sepulcro.  20
Ten, pues, en lo que has visto el escarmiento.
Sé virtuoso, sé pulcro,
que tu vida veloz se te desliza
y muy pronto serás polvo, ceniza.

   Y aquí no hay novedad. Aquí en el centro  25
de la lóbrega loza
se confunden los hombres. Aquí dentro
yace temprana rosa
junto al olmo caduco; la opulencia
en los brazos está de la indigencia.  30

   Y sólo la virtud aquí merece.
Ya lo has visto tú mismo.
La humanidad del todo no perece:
una gloria... un abismo.
¡Oh joven desgraciado, ten presente  35
tu postrimero fin, y sé prudente!...

   Y esto diciendo concluyó el anciano.
Volvió a reinar la calma;
latió mi corazón; pulsó mi mano;
se despabiló mi alma;  40
y mis ojos miraron de la aurora
la matizada luz encantadora.