Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Poesía. Selección

Cruz Varela


[Nota preliminar: edición digital a partir de la edición de Juan Cruz Varela, Poesías, Buenos Aires, 1879, y cotejada con la edición de Poesía de la Independencia, ed. de Emilio Carilla, Caracas, Ayacucho, 1979, pp. 133-147, cuya consulta recomendamos.]




ArribaAbajoLa corona de mayo

Deus nobis haec otia fecit.


Virgilio, Égloga I                




    Este es el sitio ¡oh Dios! este es el sitio
del horror y la muerte. -En algún día
por el cóncavo techo,
en roncos ayes resonar se oía
el plañidor gemido  5
de víctima infeliz, que al triste lecho
atada con horrísima cadena,
al cielo endurecido
decía en vano su cansada pena.

   De este lugar hasta el cadalso horrible,  10
en el carro de muerte arrebatados,
iban los infelices destinados
al desagravio de la ley hollada,
y de la sociedad menospreciada.
Pero más todavía: más odiosa  15
para los Libres era
esta estancia ominosa,
por las escenas que otras veces viera,
en las horas de luto que cubrieron
el suelo en que algún día  20
la libertad y la igualdad nacieron.
Los grandes héroes de la Patria mía,
los ilustres varones
que el primer grito levantar osaron
e impusieron a todas las naciones,  25
cuando en Mayo de diez hasta el abismo
se hundiera el trono vil del despotismo;
esos patriotas de memoria eterna,
encarcelados por ingrata mano, aquí en dolor lloraron,
y al son de sus prisiones  30
la suerte de la Patria lamentaron.

   Mil de veces al cielo demandamos
un rayo vengador, que este edificio
en polvo convirtiera;
y el cielo a nuestros votos impropicio  35
el rayo suspendió, porque ya era
preparado otro tiempo
en que libre gozara el argentino
de la tranquila paz el don divino.
Este tiempo lució; la ronca rueda  40
de la carroza que arremata a Marte,
y el carro en que atropella la anarquía
cuando sus sierpes y su horror reparte,
gozosa sólo en su nefanda guerra,
pasaron ya otro día  45
para no más tornar, y en nuestra tierra
ni la huella dejaron
que señale el lugar por do rodaron.

    Este Mayo lo vio: su bella aurora
en el fúlgido oriente levantada,  50
miró la tierra por el cielo amada
y miró paz, unión. En esa hora
se elevó nuestro canto al firmamento,
y el alígero viento
desde el cielo a la tierra lo volvía,  55
mientras la fama más veloz volaba,
y a todo el universo lo anunciaba.
Mayo fue cual ninguno: su corona
estaba reservada
al dios de la armonía  60
que invisible y gozoso presidía
entre los amadores
de la música y canto:
Él lo colmó de todos sus favores
y del mágico encanto  65
que todas las pasiones adormece,
y todos los sentidos embebece.

    Este lugar de llanto y de tormento,
y de queja otra vez, se ha convertido
en el templo de Apolo;  70
y donde antes el eco del lamento
se levantaba desoído y solo,
al fin se siente un día
todo el placer que causa la armonía.
............................................................
Sí, perdonadme, y permitid que pueda  75
en el débil estilo
que a mi verso impotente se conceda,
invocar nuevamente
el nombre de la Patria, y la memoria
del bienhadado día  80
que la llenó de gloria,
y sepultó en el sur la tiranía.
¡Oh Mayo venturoso!
mes de los meses; pero más dichoso
esta vez que jamás; un Dios ha sido  85
quien la calma de paz al fin nos diera:
felices nos has visto; en su carrera
no se detiene el tiempo: cuando tornes
en años venideros,
más felices tal vez, más placenteros,  90
nos hallará tu sol; y tu alabanza
alcanzará a do su luz alcanza.



Al bello sexo argentino

Oda


   Tal como mira tras borrasca fiera
el triste navegante
aparecer el sol sobre la esfera,  95
y al mugidor océano en un instante
restituirle la calma placentera;
tal, argentinas bellas, os miramos
derramando consuelos
sobre los que, ya libres, habitamos  100
la tierra más amada de los cielos.

    El campeón patrio, que en feroz milicia
pasó sus verdes años;
el ministro imparcial de la justicia;
el sabio que destruye los engaños,  105
consagrados tal vez por la malicia;
el mercadante activo y afanoso,
todos, todos, oh bellas,
a vuestro lado olvidan deleitoso
penas a un tiempo y la memoria de ellas.  110

    La juventud se agolpa a vuestros pasos,
y, ciega, arrebatada,
cae en los blandos amorosos lazos
en que se engríe de mirarse atada,
Os formó el mismo Amor; y los abrazos  115
de la diosa sin par de la hermosura,
con otras tan ingrata,
colmaron de belleza y de ternura
a las hijas del Río de la Plata.

    Cual camina la luna majestuosa,  120
derramando fulgores,
del mismo modo la argentina hermosa
marcha serena derramando ardores;
pues le dieron con mano bondadosa
Venus sus ademanes expresivos,  125
los amores su risa,
las gracias sus picantes atractivos,
y el pudor sonrosado su divisa.

   Buenos Aires soberbio se envanece
con las hijas donosas  130
de su suelo feliz; y así parece
cual rosal lleno de galanas rosas
que en la estación primaveral florece.
Todas son bellas, y la mano incierta
que a la flor se adelanta,  135
una entre mil a separar no acierta
entre la pompa de la verde planta.

    ¿Cuál es el pecho de metal formado,
cuál corazón de peña,
que al mirar expresivo y pasionado,  140
al suavísimo hablar de una porteña,
puede permanecer desamorado?
¡Hijas del primer pueblo americano!
Ostentad vuestra gracia,
y cesen ya de presumir en vano  145
las bellezas de Georgia y de Circasia.

    ¿Qué queréis? ¿Queréis templos en que vamos
a dar adoraciones
a vosotras, ¡oh, diosas!, que admiramos?
Vuestros altares son los corazones,  150
nuestro incienso el suspiro que exhalamos,
nuestros votos amor. Y ¡cuántas veces
serás afortunado
mortal, que el pecho a la argentina ofreces,
si la argentina te llamó su amado!  155

    Mas no sola en vosotras la belleza,
porteñas adorables,
ha querido copiar naturaleza;
porque, para formaros más amables,
ha llenado vuestra alma de grandeza.  160
En vosotras, unida la hermosura
al sentimiento, al genio,
domináis en nosotros por ternura,
domináis en nosotros por ingenio.

   Vuestra imaginación, cual vuestro río,  165
ensanchada, atrevida,
corre con impetuoso señorío
sin que pueda mirarse contenida.
Aumentad vuestro hermoso poderío
con los adornos útiles del alma;  170
y goce a vuestro lado
el tumulto de amor, la dulce calma,
a un tiempo el amador embelesado.

    Adiós, hermosas de la patria mía.
¡Feliz, feliz mi verso  175
si pudiera lograr que en algún día
llenara vuestro nombre el universo!
Y sí lo llenará. La luz que envía
al anchuroso mundo el sol benigno
es de todos loada,  180
aunque en labio y en metro menos digno
llegue a ser por alguno celebrada.




ArribaAbajoEn honor de Buenos Aires


   Era la noche; y la ciudad amada
       por el Dios de los libres,
tranquila en brazos de la paz dormía,
en profundo silencio sepultada.
La mole de sus torres parecía  5
       antiguo monumento,
allá en remoto siglo levantado,
para grandioso y digno enseñamiento.
       Y era mudo olvidado,
pero del crudo tiempo respetado.  10

    De lumbreras menores rodeada
      la luna en medio cielo,
en su carroza de ébano sentada,
con su luz melancólica y serena
      bañaba el quieto suelo;  15
y el grande río de la patria mía
de su orilla feliz la suelta arena
suavemente en sus aguas revolvía;
a la luz de la luna así brillando,
       cual una copia inmensa  20
de derretida plata brillaría,
trémula, undante, en movimiento blando.

   Dejando el lado de mi dulce dueño,
que, en esas horas mudas, misteriosas,
ya descansaba el delicioso sueño  25
de las fatigas del amor preciosas,
contento el corazón, suelta la mente,
      me sentí de repente
      a la lira impulsado,
      cual de poder divino,  30
       y a cantar el destino
      del suelo afortunado
en que la suerte plácida me diera
abrir mis ojos a la luz primera.
    ¡Buenos Aires! ¡Mi patria! En algún día  35
    la maldición del cielo
tu recinto inundó, y oscuro velo
tus inmortales glorias encubría.
      En su carro de espanto
rodando por tus calles la anarquía,  40
tus calles anegaba en sangre y llanto,
y en fratricida mano se agitaba
de la discordia impía
el tizón infernal. Entonces era
cuando ni el hijo al padre respetaba,  45
      ni el hermano al hermano
debida parte en su cariño diera.
De las leyes al solio soberano
      subió el crimen triunfante,
y el altar de la ley cayó al instante,  50
      en trozos dividido,
por entre el polvo en vilipendio hundido.
Los dioses tutelares nos miraron
con ojos de piedad, y a su desgracia
la ciudad infelice abandonaron.  55

    Ese tiempo voló, y en nuestra historia
no borrará el honor de tu memoria,
inmortal Buenos Aires: hoy levantas
sobre los otros pueblos tu grandeza,
      cual alza su cabeza  60
a la nube el ciprés, entre las plantas
      y arbustos pequeñuelos,
que apenas se levantan de los suelos.

    ¡Gloria eterna a tu nombre! Por do quiera
      presentas, patria mía,  65
un motivo de asombro a las naciones.
Creyeron que el olvido te cubriera,
y que tu noble fama moriría
entre nuestras funestas disensiones;
pero tú resplandeces más glorioso,  70
      los hórridos nublados
de la civil contienda borrascosa:
      después de disipados
bien como el alto sol en alto cielo
      brilla más refulgente,  75
tras tempestad sombría, cuyo velo
nos robaba la lumbre de su frente,
yo admiro tu esplendor y le contemplo
y le admiro otra vez. Mi incierto paso
se dirige hacia allá, y entro en el templo  80
donde la ley se dicta en tono digno,
sin que lo estorbe prepotente brazo,
ni se oiga del poder ultraje indigno.
Con tal triunfo engreído el ciudadano,
      obedece gustoso  85
las leyes que le mandan ser dichoso,
      y bendice la mano
      que firmó su fortuna,
y la del hijo de su amor precioso,
a quien la libertad nace en la cuna.  90

    Hacia acá vuelvo, y al poder encuentro
      noblemente ocupado
en proteger al débil, al malvado
castigar, corregir, y hacer el centro
del comercio v las luces protectoras  95
      al pueblo afortunado,
que se puso en sus manos bienhechoras.
¡Tiranos ¡ah! los que afligís al hombre!
Sonará con horror eternamente
      vuestro execrado nombre;  100
y vosotros, vosotros que a la frente
      estáis de los destinos
de mi pueblo feliz, vuestros caminos
los de la fama son; y cuando el bronce
se pula en nuestro suelo, ¡cuánto entonces  105
honrará nuestro artista la memoria
de los que dieron a su patria gloria!
¿Pero quién me transporta a los altares
      do Minerva se adora,
los dones celestes atesora,  110
que prodiga sin fin y sin medida?
      ¡Juventud escogida
del escogido pueblo! Yo a millares
      agolpada te veo
a la fuente correr, en que se bebe  115
la ciencia y la inmortal sabiduría;
      ni mi ardiente deseo
      mira distante el día
      en que la patria debe
      fiarte su ventura,  120
esperando le pagues con usura.

   ¡Esparta libre! ¡Atenas ilustrada!
¡Remotos nombres que al remoto tiempo
pasaréis con honor! Pues imitada
en Buenos Aires fue la inmensa gloria,  125
que en edades de atrás os dio renombre,
      y hace que vuestra historia
hoy todavía al universo asombre;
Buenos Aires unida en adelante
      irá a vuestra memoria  130
      y, cuando ella se cante
en los siglos que vengan, nuestros nietos
tributarán iguales sus respetos
       al pueblo que ha imitado
los modelos que al mundo habéis dejado.  135

    Así cantaba yo; pero entretanto
mostró la aurora su rosada frente,
de grana y oro se vistió el oriente,
y, cansada la lira, cesó el canto.




ArribaSobre la invención y libertad de la imprenta


   Amor, que sobre todas las deidades
has recibido adoraciones mías,
tu dulce poderío y tus bondades
ya celebró mi canto
en lo florido de mis frescos días,  5
y regué tus altares con mi llanto.

    Canté lo que sentí. Después mi rima,
resonando entre gritos de victoria,
hizo volar por cuanto Febo anima
los nombres de los ínclitos varones  10
de perenne memoria,
que las iberas huestes debelaron,
y al suelo de mi patria libertaron.

    Canté lo que debí: y ora la mente,
de un entusiasmo nuevo arrebatada,  15
transportada se siente
hasta el templo del Genio, donde mora
la invención creadora;
templo en cuyos altares,
de la turba vulgar no frecuentados,  20
seres privilegiados
presentan sus ofrendas singulares,
y a la par de la deidad son adorados.
Extraño ardor me inflama;
y, en mi rápido vuelo,  25
allá me encuentro en el helado suelo
do Gutenberg nació. Quintana solo
supo ensalzar su nombre;
Quintana, el hijo del querer de Apolo,
émulo de Tirteo en fuerte canto,  30
y a quien solo se diera
que, de su lira al sonoroso encanto,
digno de Gutenberg su verso fuera.

   Arrastrando los carros de la guerra,
genios de destrucción al Rin llevaron  35
la plaga asoladora de la tierra;
y el renombre del Rin eternizaron
solamente a los ojos
de los hombres feroces,
que, sedientos de sangre y de despojos,  40
la Humanidad y sus derechos huellan,
y del cielo y Natura
las leyes sacrosantas atropellan.
¡Oh Rin ensangrentado! No tu fama
deberás al furor: el dios del verso,  45
los veraces anales de la Historia,
el genio, el Universo,
celebrarán tu gloria,
no porque oíste el horroroso estruendo,
si porque viste a Gutenberg naciendo.  50
Él inventó la Imprenta, y del olvido
redimió grandes nombres;
que el invento atrevido
eternizó las obras de los hombres,
y ató todos los tiempos al presente.  55
Todo cuanto la mente
de algún mortal contemplador concibe,
o exaltada imagina,
si libre, inmensa, por doquier camina,
cuanto precepto la razón prescribe,  60
todo, todo estampado,
y en copias mil y mil multiplicado,
cruza la erguida sierra,
cruza el ponto profundo,
que divide la tierra de la tierra,  65
y atraviesa veloz el ancho mundo
del Ecuador al Polo,
y del ocaso, do la noche mora,
hasta el fúlgido reino de la aurora.
¡Tanto puede la Imprenta! Ni esto sólo  70
a su poder es dado;
que los sabios del tiempo que ha pasado
hoy con nosotros hablan;
y, cuando el postrer siglo haya llegado,
hablará el más lejano descendiente  75
con ellos y nosotros igualmente.
Así la ilustración, como la llama
del sol inapagable,
que enseñorea inmóvil la Natura,
de un día en otro sin cesar renace  80
de un siglo en otro permanente dura.

    ¡Loor a Gutenberg! ¿Ni quien creyera
que su invención benéfica, sublime
en algún tiempo fuera
causadora de males,  85
que empaparon en sangre los mortales?
El fanatismo y el poder, que siempre
en daño de los hombres
del invento feliz se aprovecharon,
y él sirvió a los horrores  90
que al Universo afligen,
cuando aquellos desplegan sus furores,
y con vara de fierro al mundo rigen.

    La Imprenta publicaba
que al más vil, al más bárbaro tirano,  95
si en un infame trono se sentaba,
del mismo Dios la sacrosanta mano
daba el cetro gravoso,
que en yugo ignominioso
a los mismos pueblos abrumaba.  100

   En vano, en vano la Filosofía,
siempre amiga del hombre,
descubrir el engaño pretendía.
Disimulado con mentido nombre,
de la Verdad severa  105
la penetrante voz no bien se oyera,
cuando atroz fanatismo,
evocando las furias del abismo,
soplaba airada la funesta hoguera,
y la execranda llama consumía  110
las páginas de luz, que se atrevía
algún sabio a escribir con libre mano;
que el desusado tono
estremeció al tirano,
y sintió bajo el pie temblando el trono.  115
    Así quedó cegado
el canal que la Imprenta en algún día,
para dar curso a la sabiduría,
benéfica mostró. Desde el momento
a nadie le fue dado  120
disponer de su libre pensamiento,
cual si le fuera por merced prestado.
Cuando un nuevo camino
a los hombres se muestra, y las deidades
ofrecen nuevo don, ¿será destino  125
ingratos abusar de sus bondades,
y hacerlas instrumento
de crímenes sin cuento,
de opresión, de venganzas y maldades?
¡Ah! ¡Qué proterva condición del hombre!  130
Así llegó de la fecunda tierra
al seno engendrador su osada mano,
y el metal que se encierra
en las hondas entrañas
de las erguidas ásperas montañas,  135
arrebatara a la caverna oscura
do plugo sepultarlo a la Natura.
El rígido metal se convertía
en surcador arado,
y el campo alborozado  140
una mies abundosa prometía.
Pero pronto sonó la guerra impía,
la maldecida trompa,
y el metal en espada convertido,
y en dura lanza que los pechos rompa,  145
todo campo cubierto
de cadáveres fuera,
y la sangre humeando discurriera
por entre el surco del arado abierto.

    Así la selva sus robustos pinos  150
a la mar vio lanzados,
y venciendo las ondas denodados,
hallar nuevos caminos
que de un mundo conducen a otro mundo,
y hermanar las naciones del Oriente  155
con los pueblos lejanos de Occidente;
mas también pronto por el mar profundo,
preñados de furores y venganza,
los armados bajeles navegaron,
y en llanura de bárbara matanza  160
los piélagos inmensos transformaron.

   ¿De qué no abusa el hombre? Así la Imprenta,
un tiempo envilecida,
o brutales caprichos adulaba
de la ambición sedienta,  165
o al fanatismo pérfido vendida,
mentía en cada letra, y blasfemaba
del mismo Dios excelso,
cuyo nombre sacrílego estampaba.

   Esas negras edades  170
de ignorancia y maldades,
y universal error, ya son pasadas;
y el hombre, dueño de su pensamiento,
libre como su hablar y sus miradas,
libre como la luz y como el viento,  175
en rasgos indelebles lo publica.
Su tesoro de ciencia comunica,
o, de temor seguro,
juzga al déspota duro;
veraz y mesurado le condena,  180
y, sin violencia, su furor refrena;
y de la hipocresía
los simulados crímenes delata;
y la impostura pérfida arrebata
el doloso disfraz que la cubría.  185

    ¡Feliz, feliz el suelo
donde los hombres gozan
de tanta libertad! Los que destrozan,
allá bajo otro cielo,
la triste Humanidad y en los sudores  190
y en el llanto infeliz del miserable
se bañan con placer abominable,
¿qué harían si la prensa sus furores
al sometido pueblo revelara,
la amenaza llevase a sus oídos  195
y el odio de los buenos concitara
del opreso acallando los gemidos?
Temblad, tiranos, mientras libre sea
el ejercicio de escribir honroso;
y siempre lo será; que el mundo ahora  200
no es ya cual lo desea
vuestra ambición fatal y asoladora.
   Mas yo me vuelvo a venerar al hombre
que cultiva el saber y que el tesoro
de su mente prodiga. Su renombre,  205
con caracteres de oro
escrito en los anales de la ciencia,
irá a la más remota descendencia.
Es premio de su afán; no quiso avaro
sus luces ocultar; pudo dejarlas  210
en resplandor universal y claro,
y no debió en la tumba sepultarlas.
Libre escribió lo que en tenaz empeño
arrancó a la recóndita Natura,
y de la lengua pura  215
de la Filosofía
escuchó con anhelo en algún día.
Aprendió y enseñó: tantas lecciones
propagaron las prensas. Las naciones
perecerán después, y otros imperios  220
se verán levantados
sobre antiguos imperios derrocados.
Empero el sabio sin cesar renace,
que así la Imprenta sus prodigios hace.

   Por esta noble libertad se llama  225
el siglo en que vivimos
el siglo de las luces, aunque brama
sañudo el fanatismo, que quisiera
muchos lustros al tiempo en su carrera
hacer retrogradar porque tornara  230
su poderío infausto abominable,
antes por la ignorancia respetado,
pero en días felices, execrable
al Universo en fin desengañado.

   ¡Oh patria en que nací, digna morada  235
de la alma libertad, en donde el genio
se remonta brillante!
Si la Imprenta afanada
los frutos del saber y del ingenio
multiplica y derrama a cada instante,  240
ésa, mi amada patria, ésa es tu gloria.
Coronada tu frente
mil veces del laurel de la victoria,
la libertad, la ciencia solamente
te han sublimado a la envidiable altura,  245
donde el orbe te mira,
y a do en vano procura,
encumbrarse en tu honor mi humilde lira.





Indice