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Poética

Luis Ramón Leante Chacón





Aprendí a leer y a escribir muy tarde, a los trece años. Además, empecé escribiendo novelas, pasé después al relato y por último descubrí la poesía. Por el camino queda el teatro, pero ahora no recuerdo qué lugar ocupa. Todo esto hace que mis opiniones sobre la literatura no deban ser tomadas muy en serio, ni considerarse ortodoxas. Ni aprendí a leer a temprana edad, ni comencé escribiendo poesía -como parece ser que mandan los cánones tradicionales-, ni pasé del relato a la novela. Teorizar sobre el relato es como querer poner límites al campo, me parece a mí. Sólo conozco dos tipos de relatos, los relatos buenos y los malos; los demás, para mí, no existen, aunque se vendan en las librerías o viajen de editorial en editorial en forma de manuscrito. Escribir un relato bueno no es fácil ni difícil, es una casualidad; a veces, es un milagro. No valen las teorías, no vale el ingenio ni la experiencia vital ni el dominio de la técnica narrativa, sólo vale que al lector le parezca bueno. Lo demás se me antoja una pamplina. Seguramente algunos críticos y teóricos son los que más daño le han hecho al relato después de los propios escritores. ¿Está el relato en crisis? Sí, pero igual que el teatro lo está desde su nacimiento. ¿Se publican pocos relatos? Efectivamente; pero, ¿cuántos lectores compran relatos? Los primeros culpables de la crisis del relato y de que se lea poco este género somos los propios autores. Nosotros mismos, con ayuda de unos pocos críticos, nos empeñamos en comparar el género de la novela con el del relato. Tan disparatado me parece como comparar el teatro con el cine. No se debe confrontar un género -el relato-, que en el mejor de los casos puede escribirse en una tarde y leerse en media hora, con otro -la novela-, que en el peor de los casos pude llevarnos varios años para escribirlo y alguna semana, o meses, para leerlo. Todo lo demás, la diferencia de estructuras, la utilización de los personajes, la técnica de narración... es discutir el sexo de los ángeles, ganas de marear y de perder el tiempo.

El relato -se me antoja- es un género incomparable, indescriptible, heterodoxo, difícil a veces, producto de la casualidad a menudo, prescindible para el mercado, imprescindible para el lector, autónomo, antiguo como el mundo, independiente, único y sorprendente como la vida misma. Pero, cuando nos obstinamos en compararlos con otros géneros, no suele salir bien parado.

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