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Política del monarca francés Luís XIV respecto de España

Joaquín Maldonado Macanaz





  —209→  
I

Designado para informar acerca de la obra remitida á la Real Academia de la Historia por el Sr. Embajador de Francia, por encargo del Ministro de Negocios Extranjeros de su nación, titulada Recueil des instructions données aux ambassadeurs et ministres de France depuis les traités de Westphalie jusq'à la Révolution française, vol. XIe; en cumplimiento de tan honroso encargo expondré el juicio que he formado de un libro por varios conceptos interesante para la historia patria.

Diré acerca del mismo, que ha sido publicado bajo los auspicios de la Comisión francesa de Archivos Diplomáticos del Ministerio de Negocios Extranjeros, que es el undécimo volumen de una útil é importante colección; relativo todo él á España, pero sin llegar más que al final del siglo XVII, dejando los ochenta y nueve años del siglo XVIII para un segundo volumen cuya publicación se anuncia. El colector es M. A. Morel-Fatio, bien conocido del público español por los dos tomos de Docuntentos históricos   —210→   y literarios relativos á los siglos XVI y XVII y el Catálogo de los manuscritos españoles de la Biblioteca Nacional de París, por la publicación del texto íntegro de las Memorias del Marqués de Villars y por otras obras históricas. Ha colaborado en la que nos ocupa M. H. Leonardon.

Pertenece este libro á lo quo recientemente se ha denominado Historia diplomática; la cual, si por una parte comprende las correspondencias de ministros y embajadores con sus respectivas cortes, conforme al modelo que en 1842 trazó M. Mignet en sus Memorias relativas á la sucesión de España, por otra parte abarca también las instrucciones, así públicas como secretas, comunicadas á los referidos ministros y embajadores por sus respectivos Gobiernos. Ambas series se completan y vienen á formar el principal elemento de la Historia de la Diplomacia, por el estilo de las que han legado á Francia y á Italia escritores eminentes, como M. Flassau y el comendador Domenico Carutti.

Tal género de obras requiere gran escrupulosidad, pericia y conciencia en el editor. Las copias han de ser fieles, no han de mediar comentarios ni tendencias personales (me refiero á la Colección de Instrucciones), y el texto ha de ser completo, á diferencia de la Historia diplomática, que no puede menos de extractar.

Enojosa seria la lectura de estas Colecciones si no les acompañasen trabajos del editor, dedicados á exponer su importancia, auxiliar la lectura con bien trazadas clasificaciones y hacerla grata con noticias biográficas, ya al pie del texto, ya en forma de apéndices ó de ilustraciones que den á conocer á los principales personajes que en la acción intervienen.

Cumplidamente han llenado ese requisito M. Morel-Fatio y su colaborador en el volumen objeto de este informe. La Introducción que le precede es ordenada y clara, las notas al pie del texto muy numerosas y los apéndices contienen diversas monografías sobre diplomáticos españoles no muy conocidos hasta el presente y que merecen serlo.

Lo publicado en este primer tomo en que me ocupo comprende un solo reinado en Francia, el de Luís XIV, y tres España; el de Felipe IV, en parte, el de Carlos II, en totalidad, y el de Felipe V á su advenimiento. Abarca también cuatro paces generales;   —211→   la de los Pirineos en 1659, la de Aquisgrán, la de Nimega en 1678 y la de Rysvick en 1697. Estas fechas indican que hubo entre ambas naciones, Francia y España, en el reinado de Luís XIV y á partir de 1667, prolongadas guerras, durante las cuales, interrumpidas las relaciones normales, faltaron en Madrid ministros franceses.

Con estos antecedentes no parece difícil condensar el interés que para la historia de España ofrece la obra mencionada. Refiérese toda ella á la política adoptada y proseguida respecto de nuestra patria por Luís XIV. Séame lícito fijar en este punto capital la atención, para deducir lo que respecto del mismo arrojan las instrucciones á los embajadores de aquel monarca, en la cuales, no obstante lo diverso de las épocas y de las circunstancias, aparecen íntimo enlace y gran continuidad.




II

Una rivalidad no menos funesta á Europa que la que en el siglo XVI surgiera entre Carlos V y Francisco I, presenció la segunda mitad del siglo XVII. Me refiero á la larga y enconada lucha entre el monarca francés Luís XIV y el que fué primeramente Sthathuder en Holanda y después rey en Inglaterra, Guillermo III. No trazaré los orígenes de esa rivalidad, que diversos escritores han historiado minuciosamente, ni enumeraré tampoco las coaliciones que Guillermo, siempre derrotado hasta 1694, pero siempre en pie, logró organizar contra la preponderancia francesa y á favor del equilibrio de Europa. Es suficiente apuntar que la propia acusación de aspirar á la «monarquía universal», (entendiendo por esta frase lo que hoy significamos con la palabra Hegemonía), que había sido formulada contra Carlos I y contra su hijo Felipe II, volvió á serlo, aplicándola á Luis XIV; no ciertamente porque este monarca, más dado á la vanagloria y á las apariencias que perseguidor de un plan determinado, aspirase resueltamente ni aun á la frontera del Rhin y de los Alpes, como las fuerzas de su nación y las circunstancias en varias épocas se lo permitieron, sino porque su política exterior fue tan personal, tan depresiva con frecuencia de la dignidad de los otros listados   —212→   y tan perturbadora, que inspiraba la propia aversión y profunda desconfianza que si hubiese aspirado á la anexión y á la conquista en la medida en que lo hicieron luego la República y el Imperio. Fué, sin duda, grande aquel monarca por su amor á la gloria, su confianza en los recursos y fuerzas de la nación que gobernaba, su acierto en elegir hábiles ministros y el vigor con que los dirigió y sostuvo. Débele Francia la supremacía militar que desde 1672 hasta 1870 ha disfrutado, con algunos eclipses, en Europa. Débele la agregación de la Alsacia y en parte la de la Lorena, que hoy miramos nuevamente germanizadas, la consolidación de la frontera del N., mediante la agregación del Artois y gran parte de la Flandes francesa, así como por la construcción de una red de plazas fuertes tan bien estudiada, que las vicisitudes por que ha pasado aquella nación no han sido suficientes para alterarla. Débele la gloria literaria, construcciones artísticas ó suntuosas y la protección á las ciencias, artes y letras, que ha sido causa de que se denominase al siglo XVII Siglo de Luís XIV. Pero con todas estas circunstancias paréceme que la política exterior de aquel monarca no admite comparación con la que desenvolvieron los Cardenales Richelieu y Mazarino, con muchos menos recursos que los que el primero tuvo á su disposición; que carece de móviles fijos y que no responde muchas veces á un objeto proporcionado á los medios que hubo de emplear. Descartando lo que hubiese de personal en las censuras que de la política de este monarca, y también de su carácter sobradamente egoísta y absoluto, consignaron en sus Memorias el Marqués de La Fâre y el Duque de Saint Simon, todavía queda en ellas no poco que aceptar como motivado ó justo. Adviértese hoy día en algunos escritores franceses, y particularmente en MM. Baudrillat y Legrelle, una reacción favorable á la persona y á la política de Luis XIV contra los cargos que, siguiendo á los autores arriba citados, le dirigieron los modernos historiadores generales MM. Henry Martin y Michelet. No diremos que esta reacción sea exagerada ó injusta, ni hemos de negar tampoco que la publicidad de una gran masa de documentos referentes á aquel reinado, que ha coincidido con el hecho de haberse franqueado al público desde hace pocos años el Archivo de Negocios Extranjeros creado en París en 1710 por el   —213→   ministro Torey, ha sido propicia á aquel monarca, mostrando con qué asiduidad y diligencia intervino siempre en la dirección de las relaciones exteriores de Francia, y exhibiendo una moderación en la forma, un conocimiento tan cabal de los hechos y de los antecedentes, una claridad y preparación tales, que verdaderamente cautivan; pero esto no debe de ser parte para que desconozcamos los errores de su política, sus excesos innecesarios, como cuando Louvois hacía arrasar el Palatinado ó cuando Villeroy bombardeaba á Bruselas; y por último, el funesto abandono del principio de que las negociaciones y la diplomacia abrieran el camino á las armas, máxima á la cual debió aquel Gabinete una gran parte de sus éxitos, y á la que reemplaza desde 1678 la arrogante divisa Nec pluribus impar, conforme á la cual la diplomacia no sirve ya más que para justificar la anexión á la conquista, y Francia comienza á pelear sola contra muchos.

No es mi objeto trazar la historia de las diversas coaliciones formadas en Europa desde 1668 contra el monarca francés y en las que figuró España como principal interesada, pues las inspiraba la necesidad del equilibrio impidiendo la absorción de sus Estados europeos por Francia; me limitaré á indicar que, en mi opinión, casi todas esas coaliciones fueron defensivas, singularmente de parte de España; si bien por dos veces, en medio de su postración, los impulsos de la dignidad, nunca en este pueblo extinguidos, la movieron á declarar la guerra. Reconócese generalmente que la política, más personal que nacional ó francesa de Luís XIV lo hizo cometer en varias ocasiones errores de graves consecuencias, en los que dificilmente hubiesen incurrido Richelieu ó Mazarino que nunca antepusieron á la política francesa consideraciones ó móviles puramente dinásticos. Fué uno de aquellos la invasión de Holanda en 1672, que puso al borde del precipicio al pueblo neerlandés, ya dispuesto á emigrar al extremo Oriente; pero que terminó sin provecho para el invasor y después de haber dado á la República un jefe de tan grandes condiciones como Guillermo de Nassau, Príncipe de Orange. Desde aquel punto Holanda, apartada ya de Francia, antigua protectora de su independencia, desde la paz de Munster en 1648, por juzgar acertadamente que era mucho mayor peligro para ella la vecindad   —214→   francesa que la de España postrada y sin aspiraciones, conviértese en enemiga capital de Luís XIV, y esta enemistad revistió carne y forma humanas en la persona de Guillermo III, político sagaz y profundo, mal táctico en el campo de batalla, pero general constante, temible en la derrota, más afortunado en guerras civiles que en las exteriores, hábil é infatigable diplomático. Solamente Dios sabe cuál hubiese sido el término de la lucha que desde 1672 entabló con su rival, de no haber muerto trece años antes que éste. Pero con todo, mediante los elementos que Guillermo III dejó preparados, Francia estuvo á punto de sucumbir, y no se salvó de la total y definitiva humillación sino por un milagro.

El segundo de los errores de la política de Luís XIV, funestos á este monarca y á Francia por la influencia que ejercieron en los sucesos posteriores, data de 1688, de la víspera de la revolución que en Inglaterra derribó el trono de los Stuardos. Advertido por muchos conductos el monarca francés del objeto de la expedición que se preparaba en los puertos de Holanda, bien aconsejado por su ministro de Marina Seignelay, que proponía acercar al Mosa y al Escalda un fuerte ejército, con lo que seguramente hubiese fracasado la expedición y acaso la guerra civil en la Gran Bretaña, Luís XIV y Louvois prefirieron enviarlo al Rhin donde nada podía decidir. Tal vez juzgaron que la revolución en Inglaterra no estaba tan preparada como pronto se vió, ó que no sería tan rápida. Cuando, saliendo de su error, amagaron á Holanda, era ya tarde; Guillermo y María reinaban en la Gran Bretaña; esta nación poderosa sacudía para siempre el vasallaje á que los dos últimos Stuardos la sometieran, volvía á ser potencia europea y reanudaba su rivalidad secular con Francia. Las horas funestas de Poitiers y de Azincourt debían reproducirse como consecuencia de aquel error de Luís XIV y de su principal ministro.

A la revolución inglesa de 1655 siguió inmediatamente la más formidable de las coaliciones europeas contra Francia. Peleando sola contra muchos esta nación, todavía consiguieron los generales franceses el triunfo en Landen, en Staffarda y en Steinkerque; todavía, aun después de muertos Condé y Turena, tuvo   —215→   un gran general, Luxemburgo; todavía las armas de Luís XIV invadieron victoriosas á Cataluña y al Piamonte; pero la resistencia era cada vez mayor; los ejércitos de la coalición cada vez más numerosos y formidables; sus flotas lograban grandes triunfos sobre la marisca francesa, y nueve años de guerra general terrestre y marítima tenían arruinados á los pueblos.

Fué sin duda esa la causa principal de los tratados de paz que, por el Palacio de recreo de los príncipes de Orange, situada entre Delft y el Haya, donde se firmó bajo la mediación de Suecia, se denominó de Ryswick, pero no la única. Si Luís XIV mostraba desear la paz más que nadie, si para. acelerarla reforzó el ejército de Vendôme en Cataluña, de modo que tras largo sitio justamente célebre en los fastos militares por la defensa como por el ataque, pudo tomar á Barcelona mientras en América el marino Pointis, reuniendo á corsarios y filibusteros, saqueaba á Cartagena; si entabladas las negociaciones el monarca francés se mostró generoso restituyendo esas conquistas, con más el Luxemburgo, que valía tanto como la primera entre ellas, consistía en que había llegado el momento de plantear en el terreno político y diplomático el grave problema de la sucesión al trono de España, ocupado hacía treinta y dos años por el monarca á quien un autor moderno denomina con expresión cruel hasta rayar en inhumana «eterno moribundo» Carlos II de Austria.

Discútese en el día si hay exageración en la frase que en 1842 escribía el historiador M. Mignet, para quien el asunto de la sucesión del último de los Hapsburgos de España constituye el eje sobre el cual rueda y camina toda la política exterior del reinado de Luís XIV, así como «el suceso más considerable del más célebre de los siglos». Para algunos tuvo mayor importancia en ese reinado la aplicación de los principios y de las ventajas conseguidas por Mazarino en los tratados de Wesphalia y que los disturbios de La Fronda hubieron de contener en 1650. Sin entrar en la averiguación de ese punto, que no toca de cerca á la materia de este informe, entiendo que no cabe dudar que la sucesión española fué desde 1659, fecha de la paz de los Pirineos, hasta su muerte en Septiembre de 1715, es decir, en casi todo su reinado, objeto de predilección para el monarca   —216→   francés; á tal punto, que recordando que era español por su madre, cuñado y primo de Carlos II, que todavía siendo niño alcanzó un tiempo en el que el nombre español llenaba el mundo y en el que nuestros diplomáticos reclamaban y mantenían derecho de precedencia en todas las Cortes, pudiera sin temeridad presumirse, que aquella aspiración fué en Luís XIV todavía más personal que política; que se unió á los recuerdos de la infancia y á las tradiciones de familia y que el gran monarca se diferenció del Cardenal de Richelieu, en que mientras éste aspiró á abatir á la Casa de Austria, á quien detestaba, aquel tuvo presente la máxima de que no se destruye sino lo que se reemplaza, y soñó alguna vez con ser sucesor y continuador de Carlos V, como era por las hembras su descendiente.

Anticipando algo el orden de las materias, diré aquí que de la lectura del libro editado por M. Morel Fatio á que este informe se contrae, resultan probadas dos cosas: la primera es que el asunto de la Sucesión española constituyó el principal objeto á que se encaminaron las gestiones de los representantes de Francia en Madrid desde 1660 á 1700; y la segunda consiste, en que todos los interesantes documentos que dicho libro contiene demuestran de un modo palpable que Luís XIV quiso siempre la herencia y que la quiso íntegra.

Así es, que desde que muerto Mazarino aquel monarca tomó á su cargo con perseverante propósito el gobierno de Francia, y desde que habiendo bajado á la tumba su madre, cuyo corazón fué español, se vió exento del temor de afligirla, Luís XIV ni por un momento descansa en la tarea de preparar y activar, en paz ó en guerra, por negociaciones, anexiones, conquistas ó tratados, la desmembración del vasto y á la verdad poco homogéneo imperio español en Europa. Llama desde luego la atención en esta materia la perseverancia con que dió por nulas y sin valor ni eficacia las renuncias solemnes verificadas por Ana de Austria y por María Teresa al enlazarse con Luís XIII ó con su hijo. Nunca el Gabinete francés admitió que esos pactos internacionales pudiesen derogar la ley fundamental de los respectivos países alterando el orden de sucesión que ella establecía, ni menos que pudiesen mermar los derechos del sucesor. La frase «los derechos   —217→   de la reina» estuvo perpetuamente en labios de los ministros y diplomáticos de Luís XIV y sirvió de lema para grandes injusticias y verdaderas expoliaciones en perjuicio de España. Entre esta nación, gobernada desde 1665 por el débil y enfermizo Carlos II, y Francia, ya concentrada y poderosa, representóse al vivo desde aquella fecha la fábula de el cordero y el lobo; que no valía, por ejemplo, mucho más que el argumento de «me enturbias el agua» el que en 1667 alegaba Luís XIV de la «costumbre del Brabante» para aplicar á cuestiones de soberanía y al derecho público las prácticas del derecho civil en una localidad determinada, tratándose de una infanta española que no podía ser considerada brabanzona con mejor título que lombarda ó siciliana. No parecía sino que el monarca francés se propusiera arrancar pieza á pieza el edificio de la sucesión española, ya que no le fuera entonces posible trasladarlo de golpe. De aquí, repetimos, las coaliciones de las potencias de Europa contra una política agresiva, que ningún carácter conservador reviste desde el momento en que Francia tuvo asegurada en el Norte su frontera por medio de una red de plazas fuertes por naturaleza ó arte; coaliciones que facilita la unión tradicional entre España y Austria, algo debilitada desde la paz de Munster, y que promueve resueltamente, gobierna y capitanea desde 1688 el nuevo rey de Inglaterra Guillermo III.




III

Si de estos rasgos generales de la política exterior de Francia en el reinado de Luís XIV pasamos á examinar los que caracterizan la que el Gabinete de Versalles adoptó y siguió constantemente respecto de España, hallaremos en primer término, que aquel monarca, como ya hemos dicho, pretendió siempre, desde 1659, la sucesión española en totalidad. Los documentos coleccionados por M. Morel Fatio en el volumen que nos ocupa, y particularmente las Instrucciones al Conde de Rebenac, en las que se prevé el caso de la proclamación como Rey de España del Delfín, con el nombre de Luís I, no dejan la menor duda acerca de nuestro aserto. Despréndese igualmente de los mismos, que el   —218→   principal obstáculo con que los embajadores franceses en Madrid hubieron de luchar, consistió en la profunda y justificadísima desconfianza que la política de Luís XIV excitaba en el Gobierno español; pues, como aquel escritor reconoce, la postración en que nuestra patria se hallaba al terminar el siglo XVII, procedía en primer término de la tenacidad con que Francia nos abrumaba con incesantes guerras en todos nuestros Estados de Europa, y particularmente con invasiones periódicas en Cataluña, que llegaron en 1697 hasta tomar á Barcelona. Tal desconfianza, producida por hechos de constante hostilidad, no podía menos de estorbar las gestiones de los diplomáticos franceses; mucho más, cuanto que por la repetición de las campañas, los periodos de paz que aquellos pudieron utilizar fueron relativamente breves. Por este motivo, cuando Luís XIV, ya desesperanzado de adquirir por medio de un testamento ó por el de un poderoso partido francés aquí formado, la totalidad de la sucesión, ideó los famosos tratados de Repartimiento, hubo de comenzar negociando una paz general en Ryswick, en la que hizo amplias y en la apariencia generosas concesiones.

Con el mismo asunto de la sucesión se relacionan las gestiones de los embajadores en Madrid, ya para protestar contra la validez de las renuncias que suponían arrancadas á las princesas españolas Doña Ana y Doña María Teresa, ya para conseguir su revocación, ya para declarar su nulidad.

El segundo de los objetos á que tienden dichos diplomáticos en este período, consiste en apartar á España de las ligas ó coaliciones que desde 1667 se forman en Enropa contra su nación. Poco ó nada logran en este terreno, por la misma razón de la desconfianza que la política de Luís XIV inspiraba, y porque España perpetuamente amagada y de continuo despojada de su patrimonio por el monarca francés, forzosamente tenía que buscar el auxilio de otros Estados europeos, sin reparar en si eran protestantes ó católicos.

En los períodos de paz á que antes nos hemos referido, las instrucciones comunicadas á los embajadores, que los Sres. Morel Fatio y Leonardon con acierto han coleccionado, revelan igualmente que aquellos hubieron de ocuparse con preferencia   —219→   en otros dos asuntos: en las cuestiones de etiqueta que en el siglo XVII, linajudo y ceremonioso, tuvieron mucha mayor importancia que en el día, y en el asunto, de diversa índole, y que pudo ser beneficioso para España, del trueque del Rosellón por el Artois ó por otras comarcas; cambio no pocas veces indicado ó propuesto por el Gabinete de Versalles y que pudo dar lugar á la recuperación de Portugal con el auxilio de las armas francesas. Supuesta la imposibilidad demostrada por los hechos, de que España conservase las provincias católicas de Flandes sin exponernos á una guerra perpetua con Francia, no cabe duda en que hubiese sido muy ventajoso desprendernos de aquellos territorios, recuperando en cambio el Rosellón, que seguía siendo catalán por el idioma, la cultura y las simpatías, ó intentando la empresa más difícil de la readquisición de Portugal, mediante los auxilios que ofrecía ahora la misma nación á quien debió su independencia. La desconfianza perenne á que antes hemos aludido, y la paz efímera que Francia nos consentía, fueron causa de que las negociaciones, varias veces entabladas con aquel objeto, fracasasen siempre y de que el testamento y muerte de Carlos II, á que siguió la desmembración de la monarquía española en los tratados de Utrecht, hubiesen de sorprendernos sin que pudiéramos sacar la menor ventaja ó compensación de la pérdida, ya inevitable, de los Estados de Flandes y de otros territorios en Europa.

Las cuestiones de etiqueta y de presencia diplomática hicieron también perder tiempo y fuerzas en balde á los ministros franceses en Madrid, perjudicando gravemente á las negociaciones que les fueran encomendadas; y en algún caso, como en el del embajador español en Londres, Watteville, provocaron grave conflicto, que terminó para nosotros con una de aquellas humillaciones que tanto complacían á la soberbia de Luís XIV y que le granjearon más enconados adversarios que sus propias conquistas.

El propósito del Gabinete de Versalles, que se revela en las Instrucciones, de formar un partido francés en Madrid que contrarrestase al alemán y pudiese servir de apoyo en el asunto de la sucesión, tampoco llegó á realizarse nunca por completo.   —220→   No era eso posible siendo incesante la guerra, muy cortos los respiros y unánime la opinión de los españoles de que á la opresión y al martirio de veinte años (para valernos de la frase que emplea el Sr. Morel-Fatio) que nos impuso Luís XIV, eran debidos en primer término nuestros desastres y decadencia. La víspera de la muerte de Carlos II, todavía se lamentaba Luís XIV de que el partido francés en Madrid, que tanto deseara formar, no pareciese por ningún lado. Hubo sí un partido anti-alemán, dirigido por el cardenal Portocarrero, que influyó mucho en la última voluntad de Carlos II, y que poco antes del fallecimiento de este monarca se puso en relación, por medio de su jefe, con el francés; más este partido no tanto defendía intereses extranjeros, como obedecía al impulso de antiguas y enconadas enemistades, y luchaba por la influencia y el poder dentro de España.

Es odioso, por otra parte, ver en las Instrucciones á que este informe se contrae la hipocresía con que Luís XIV trata de explotar el interés de la religión católica, con objeto de apartarnos de la alianza con las naciones protestantes que nos amparaban con sus escuadras, ejércitos y subsidios. ¡Como si Francia no nos hubiera combatido unida con Inglaterra y en algunas ocasiones con el Imperio Otomano, sin que el interés de la religión bastase nunca para que prescindiese de una agresión ó de una injusticia!

Tales son las consideraciones que se desprenden de la sobria y bien escrita Introducción que acompaña á las Instrucciones. Entrando ya en el análisis de las mismas, diremos que no todo lo comprendido en este volumen es inédito, y que el texto de una parte de aquellos documentos encuéntrase en los cuatro tomos, en 1842 publicados por M. Mignet sobre las Negociaciones relativas á la sucesión de España hasta la paz de Nimega en 1678. Las instrucciones comunicadas al Marqués d'Harcourt habían sido igualmente publicadas por M. Hippeau, y son de todas las que el volumen contiene las más importantes; la Histoire diplomatique de la succession d'Espagne, por M. Legrelle, terminada en 1892, mermó también el interés de la Colección acerca de la que informamos; pero todavía hay en ésta muchos documentos nuevos é importantes, entre los que debemos de mencionar la Memoria del Conde de Rebenac, relativa á la situación   —221→   de España en 1688-89; y toda la obra abunda en noticias curiosas, con gran trabajo y acierto recogidas por los coleccionadores. Las relativas á la reina Doña Maria Luisa de Orleans, aunque originales de M. Morel-Fatio, están reproducidas de su bella edición de las Memorias completas del Marqués de Villars, publicada en 1894. Por último, han sido de gran auxilio á los editores las Memorias históricas francesas que en crecido número abarcan casi todo aquel periodo, como las de Grammont, Monglat, Feuquieres, etc.

A más de las noticias biográficas mencionadas, figuran en el Apéndice de este volumen, que comprende 39 páginas, diecisiete biografías nuevas y nutridas de datos de representantes de España en Francia desde 1645 á 1700, relativas muchas de ellas, como las del Conde de Peñaranda, D. Antonio Pimentel, el Marqués de Mancera, el Conde de Fuensaldaña y el Marqués de la Fuente, á personas que influyeron é intervinieron mucho en los asuntos públicos españoles en el siglo XVII. En la concerniente á Don Alonso Pérez de Vivero, Conde de Fuensaldaña, encuéntrase una noticia acerca de la cual debo de llamar la atención de esta Real Academia, y que se reduce á que en la Biblioteca de la ciudad de Cambray, que tanto tiempo fué española, existen dos manuscritos interesantes para la biografía del Conde y para la historia general de España; el núm. 680 in folio, titulado Memorias del Conde de Fuensaldaña sobre la guerra en Flandes é Italia desde 1648 á la paz de los Pirineos; y el núm. 683, también en folio, titulado Diario de la embajada extraordinaria del Conde de Fuensaldaña en Francia por su secretario Miguel Ángel de Worden, hasta 6 de Abril de 1661, ambas obras inéditas según expresa M. Moret-Fatio1.

Este ilustrado escritor, comprendiendo que la historia diplomática de la Sucesión española se halla agotada en cuanto á las fuentes francesas después de las publicaciones de M. Mignet y   —222→   de sus continuadores, ha dedicado perseverante atención á ilustrar la historia interna de España en el propio asunto y periodo, dándonos á conocer el personal político de la corte del Rey Católico, materia en la que los antores citados incurren en omisiones y en frecuentes errores, á causa del imperfecto conocimiento de nuestro idioma. Los juicios de M. Morel-Fatio en tal esfera suelen ser acertados, mas no podemos conformarnos con la calificación de «ingenioso invento» que aplica al odioso pretexto del «derecho de devolución» aducido por Luís XIV para posesionarse de extensas comarcas españolas en Brabante y Franco Condado; pues más bien que «ingenioso invento» fué, á nuestro juicio, un recurso de chicane, digno de un curial, para posesionarse de lo ajeno contra la voluntad de su dueño. El célebre Barón de Lisola, á quien el defender la verdad y la justicia valió odio y persecución de parte de la corte de Francia, juzgó con mayor acierto en su Bouclier d'État el de Justice de lo que el derecho de devolución significaba, y lo describió con tanta fidelidad como energía. Procedimientos de esta índole explican por qué los embajadores franceses en Madrid tropezaban constantemente con los recelos del Gobierno español y vivían aquí, según la frase gráfica del obispo de Embrum «como prisioneros de guerra».

La obra en que me ocupo ha de comprender todas las instrucciones á los embajadores en Madrid desde la paz de Westphalia hasta la Revolución francesa. El volumen I llega, como al principio dije, hasta el momento crítico de abrirse la sucesión de España con el testamento y la muerte de Carlos II: falta, pues, un segundo volumen que deberá incluir los documentos relativos al período desde 1700 á 1789, es decir, á los reinados de Felipe V, Luís I, Fernando VI y Carlos III, y por consiguiente á la Guerra de Sucesión, á los tratados de Utrecht, á los del Haya, Sevilla y Viena, á los de Aquisgrán, París y Versalles. Tampoco podrá ser inédita ó desconocida la materia de este segundo volumen, después de los trabajos de M. Millot, Legrelle, Baudrillart, de Courcy, etc., en los cuales, en extracto o íntegras, se contienen muchas Instrucciones á los embajadores franceses en la capital de España; mas no cabe duda en que una parte de aquellas ofrecerá novedad; ni tampoco en que, prosiguiendo M. Morel-Patio   —223→   y su colaborador M. Leonardon en la regla de conducta que se han trazado, de esclarecer la historia interna con noticias biográficas y oportunas ilustraciones, dicho segundo volumen del Recueil des instructions données aux ambassadeurs et ministres de France depuis les traités de Westphalie jusq'à la Révolution française no será de menor importancia para la historia diplomática y para la general de España, que éste acerca del cual me ha cabido la honra de informar á la Academia.





Madrid, 22 de Febrero de 1895



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