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Prensa periódica y discurso literario en la España del siglo XIX

Leonardo Romero Tobar





En un encuentro de historiadores y biógrafos de la institución periodística el curioso de la diacronía literaria tiene mucho que aprender y algo que reflexionar. Todos los participantes en estas reuniones mantenemos un alto interés por el conocimiento del periodismo español del pasado siglo; algunos, con ejemplar dedicación de investigador plenamente dedicado al tema. La información que, en el curso de estas reuniones, se va allegando es, sin lugar a dudas, el primer excelente resultado de las mismas. A todos los aquí presentes -y a otros muchos colegas ausentes- nos conviene saber lo investigado hasta ahora sobre la historia del periodismo español del XIX y los trabajos en curso de realización. La catalogación pormenorizada de los fondos hemerográficos existentes, los estudios monográficos sobre determinadas publicaciones periódicas, los análisis de contenido de sectores homogéneos del universo periodístico, la utilización, en fin, de la prensa como un documento histórico son hoy prácticas habituales de los estudiosos de las ciencias sociales que los filólogos y los estudiosos de la literatura habían frecuentado desde principios del siglo1. La coincidencia de objetivos de filólogos e historiadores es absoluta tanto en el orden de la rigurosa información bibliográfica como en el estudio de fenómenos de circulación cultural. Repárese en el riquísimo material informativo que depara la prensa periódica a la hora de reconstruir datos biográficos de personajes históricos, o de elaborar cuadros descriptivos de actividades intelectuales, artísticas y culturales como son el desenvolvimiento de empresas editoriales, el desarrollo de actividades teatrales y espectáculos públicos o la reconstrucción de procesos de recepción crítica. El estricto fenómeno sociológico que suponen las mediaciones políticas, económicas y sociales en el curso de la producción y distribución de la prensa es también punto de coincidencia entre historiadores y estudiosos de los fenómenos literarios.

Ahora bien, el filólogo interesado en el estudio de las publicaciones periódicas observa que, en algunos aspectos sustantivos de su investigación, no son idénticos sus objetivos y sus métodos de trabajo a los de los historiadores, entendiendo este término en su sentido más lato. Las reflexiones metodológicas que algunos historiadores han esbozado sobre el tema que nos ocupa2 marcan netamente las diferencias de métodos y objetivos. Para el filólogo un texto periodístico individualizado puede tener entidad suficiente como objeto de investigación científica, mientras que para el historiador un elemento aislado del hecho periodístico difícilmente reúne las condiciones exigibles para convertirlo en tema de estricta investigación. En la raíz de esta diferencia subyace la disparidad de objetivos de unos y otros. Al historiador, al estudioso de las ciencias sociales le preocupa, por modo fundamental, el contenido de la información recogida en los textos periodísticos, el qué se dice en ellos; para el filólogo, para el curioso por los fenómenos literarios prevalece el interés por el cómo se dice, por la especificidad del texto considerado él solo como una red de relaciones intrínsecas de significación. Los escritos periodísticos aparecidos durante la Regencia de María Cristiana percuten hoy al lector por su valor informativo sobre un momento histórico anclado en un tiempo que ya es Historia; por contra los artículos políticos de Larra provocan en las sucesivas generaciones de jóvenes españoles una reacción de trágica simpatía gracias al fulgor expresivo que irradia de la palabra de un clásico moderno de la literatura española.

Como se verá más adelante, la creación literaria y la expresión cultural en la prensa española del XIX presenta rasgos divergentes de los ostentados por la prensa literaria y cultural de nuestro siglo. En este orden de diferencias, es preciso recordar que, durante el pasado siglo, Madrid monopolizó casi de modo absoluto las iniciativas en lo que a este fenómeno se refiere. La prensa regional y local, salvo casos aislados que no llegaron a producir efectos de larga duración3, fue mimética y epigonal. Sólo la prensa catalana, durante la primera mitad del siglo, y las publicaciones de algunas otras regiones españolas en el último cuarto de la centuria mantuvieron un ligero perfil individualizado. Tendencia que, con intermitencias, se subraya brillantemente también en la prensa cultural de Andalucía4.

La consolidación del periodismo profesional que se verifica en Inglaterra y Francia al hilo del crecimiento industrial y capitalista del primer tercio del siglo da lugar a ese subgénero especial de «hombre de letras» a que se refería Balzac y cuyas características han delineado recientemente, entre otros, Delfau y Roche5. La figura del periodista romántico -un mixto de informador, político profesional y escritor- supone una discontinuidad con el diarista ilustrado para quien el concepto de «Literatura» sigue siendo el enciclopédico entendimiento del término que, en España, ofrecían los Padres Mohedanos, Llampillas o el P. Andrés en sus difundidos estudios sobre la «Literatura Española». El Memorial literario (1801-1868), Las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes de Quintana (1803-1805), la Crónica Científica y Literaria (1817-1820) son otros tantos títulos de periódicos del primer tercio del XIX en los que se mantiene aún el entendimiento dieciochesco de la noción de «Literatura». La ruptura con esta noción y la adquisición de un concepto artístico de la «Literatura» no se verifica hasta que un grupo de jóvenes burgueses, nacidos con el siglo, piloten una empresa periodística de hondo calado, El Artista (1835-36)6. Dicho esto, va de suyo que el discurso literario aparecido en la prensa periódica del primer tercio del siglo es un fenómeno cuyas marcas tipificadoras miran más hacia el siglo anterior que sobre la perspectiva del siglo liberal.

Las reflexiones a que me conducen las comunicaciones de los colegas historiadores intentan perfilar las dimensiones del hecho periodístico cuya naturaleza está más próxima a la especificidad del fenómeno literario.


La prensa periódica como medio de transmisión de textos literarios

Desde el momento en que la Literatura abandona la oralidad para fijarse en escritura, los medios materiales de transmisión desempeñan una función importante tanto en la fase de creación como en la de distribución y consumo. Para el estudioso de los textos literarios es cuestión de interés predominante el disponer de las distintas versiones de un texto escrito a fin de poder determinar el texto real que salió de la pluma del escritor o el texto arquetípico que más se acerca al ideal perseguido por el autor. Si el estudio de la transmisión de los textos manuscritos o la de los textos impresos ha desarrollado una ciencia auxiliar -la ecdótica- cuya finalidad estriba en la fijación del texto más próximo a la voluntad del escritor, no debe mantenerse al margen de este tipo de indagaciones la peculiar forma de transmisión de textos que supone la prensa periódica.

El editor de textos difundidos a través de publicaciones periódicas debe actuar con cautela a la hora de registrar variantes que, en muchas ocasiones, son modificaciones de imprenta7 y cuyo valor es ajeno al esfuerzo de restitución del texto a su estado original. El modo de escritura y corrección del escritor, los estados del texto ofrecidos en otros medios manuscritos o impresos y la misma estructura del texto deparan controles razonables para la determinación de las correcciones de autor.

Recuérdese La canción del pirata de Espronceda. El estribillo del poema, tal como lo recoge la edición de poesías de 1840 -en cuya impresión no participó el poeta sino sus amigos Gil y Carrasco y García Villalta8- repite en todos los casos la conocidísima cuarteta «Que es mi barco mi tesoro, / que es mi dios la libertad, / mi ley, la fuerza y el viento, / mi única patria, la mar». Pero en la primera edición del poema -aparecida en El Artista de 26 de enero de 1835- el verso tercero del estribillo, cuando éste cierra la canción, es «la victoria mi deidad». Esta variante textual, situada en un lugar tan relevante como el cierre del poema testimonia una voluntad de autor que insufla en la poesía un sentido diverso del que la versión canonizada sugiere.

Las modificaciones textuales introducidas por Clarín en la edición en volumen de los cuentos publicados previamente en periódicos o revistas no alcanza el grado de reelaboración textual a que Pedro Antonio de Alarcón sometía las distintas impresiones de sus relatos cortos9. Son dos casos extremos, de transmisión textual en los que la prensa periódica representa un papel significativo.

También desde el punto de vista de la configuración material del vehículo impreso debe ser atendida la interacción que se dio entre textos literarios y grabados de prensa ilustrada. No apunto ahora el hecho traído por la ilustración independiente del texto o relacionada con él solamente por analogías temáticas -relación que podemos ver en la mejor prensa ilustrada del XIX, desde El Artista hasta la Ilustración Española y Americana sino que me refiero al material literario escrito en rigurosa dependencia del material gráfico, de la escena del género costumbrista que el dibujante y el grabador han concebido previamente. En este problema de importancia decisiva en la génesis del «costumbrismo» decimonónico y, aunque se le ha prestado recientemente atención perspicaz, debe ser aún objeto de estudios detenidos en los que se ha de poner al tablero texto literario y texto gráfico, prensa ilustrada española y prensa ilustrada europea10. Lee Fontanella ha escrito a propósito de esta cuestión: «nevertheless, in estimating the influential but not the deterministic role of media on literature, we should recall Gombrich's observation that technological improvements are one of the two main forces (along with social rivalry) that will command change in fashion and style, because of their irresistible effect on choice situations»11.




La prensa periódica, una nueva forma de comunicación de los textos literarios

Los cauces de comunicación y transmisión de los textos escritos fueron magistralmente tipificados en un memorable discurso de Rodríguez-Moñino que ha pasado a ser pieza fundamental en la crítica literaria del hispanismo actual12. De entre los varios canales de circulación literaria que distinguía Rodríguez-Moñino en su trabajo, quiero destacar el caso del «pliego suelto» que, por sus peculiares características, entraba en la zona de la cultura de consumo popular en la que, pese a las investigaciones de los últimos años, es mucho lo que aún ignoramos tanto para los Siglos de oro como para la etapa contemporánea. Admitido este margen de indeterminación, parece un hecho indiscutible que la venta directa del buhonero al público consumidor generaba en la recepción del texto actitudes distintas a las que se producían en los otros cauces de comunicación textual (lecturas orales en reuniones y academias, lectura personal de manuscritos o libros impresos)13. Es bien sabido que, en el proceso de distribución de los «pliegos sueltos» y otros textos impresos de breve extensión, los ciegos cumplieron una función importante, aunque no fueron los exclusivos vendedores de la literatura de consumo popular14.

La institucionalización de otros modos de circulación que trajo consigo la venta de la prensa periódica (puntos de suscripción y venta, envío a través del correo) implicó la modificación radical de las formas comunicativas vigentes durante el Antiguo Régimen. Ahora bien, el paso de una u otra forma de comunicación no se produjo sin conflictos ni confusiones. El empleo de ciegos y otros vendedores no comerciantes para la distribución de periódicos y revistas es un curioso fenómeno de orden político que ha de entenderse como un caso de interferencia entre viejas y nuevas formas de comunicación cultural. A este respecto es sumamente iluminadora la peripecia surgida en torno al periódico radical El Guirigay cuando su difusión fue prohibida por el Jefe político de Madrid y los editores del periódico echaron mano de los ciegos, cuyo privilegio de venta de romances había sido suspendido años antes por el gobierno15.

Es sabido que el periódico del XIX funciona como registro documental de la oratoria parlamentaria y que, como manifestación lingüística del fenómeno, se producen trasvases y préstamos de la retórica parlamentaria hacia el específico lenguaje del periodismo16. No se ha reparado, en otra dirección, en que «el género epistolar no es otra cosa que el género oratorio rebajado hasta la simple conversación»17 y que el texto periodístico se ofrece, en muchas ocasiones, como un texto de comunicación interpersonal que intenta ajustarse a las pautas comunicativas del género epistolar.

La concepción del periódico como carta particular caracteriza una etapa de la historia del periodismo situada en la zona de transición entre el periodismo ilustrado y el nuevo periodismo informativo para masas. Cartas, pues, que la redacción del periódico dirige a un corresponsal próximo, en ocasiones, casi íntimo del autor de las cartas; pero sus noticias y comentarios de tono privado, son susceptibles de ser difundidos en lecturas a grupos más amplios. Todo ello se trata, claro está, de una ficción en la que se aplican con bastante rigor principios y estereotipos de la retórica epistolar, género tan productivo en la actividad literaria del XVIII. Desde esta circunstancia hemos de estudiar publicaciones periódicas que, desde su título, exhiben las marcas de la formulación epistolar: Lamentos de un pobrecito holgazán (1820), Cartas del Compadre del holgazán y apologista universal de la holgazanería (1820-21), Cartas Españolas (1831-32)... De los periódicos concebidos como repertorios epistolares a los artículos y comunicados presentados como cartas aisladas insertadas en el marco del periódico no hay sino un proceso de gradación. Mucho antes de que se institucionalizase la fórmula de aparente relación directa entre grupo editorial y lectores que conocemos bajo el marbete de «cartas al director», el periódico del XIX había troquelado el procedimiento epistolar como vehículo informativo o de expresión ideológica. Recuérdense las inevitables cartas escritas por los informadores lugareños que aparecen en tantos y tantos periódicos de la pasada centuria. Valga como recordatoria de la práctica un texto literario: «Don Silvestre Romero abrazó con efusión a Rafael de Horro. Eran antiguos amigotes, y en cierta ocasión, como el joven orador y publicista necesitase un buen corresponsal en Ficóbriga, brindóse a desempeñar este cargo el cura, enviando unas cartas muy saladas que no dejaban nada que desear»18.

Otro hecho de comunicación periodística que empieza a ser conocido con cierta precisión es la reacción de los lectores ante ciertas opiniones o informaciones políticas y -en el aspecto que ahora nos interesa-, ante ciertos textos literarios. La conmoción experimentada por los lectores de Dickens ante el sesgo que adoptaban las peripecias de algunas de sus novelas publicadas por entregas son hechos bien conocidos para los estudiosos de la novela moderna19; algo, que en menor medida, también conocemos en el caso de la novela española de folletín publicada en la parte inferior de la primera página de los periódicos20. Sin embargo el terreno cuyo análisis aún no se ha iniciado es el de las formas literarias establecidas que pasan a desempeñar en los periódicos funciones de comunicación diversas de las cumplidas hasta estos momentos. La cuestión enunciada nos lleva de la mano a otro aspecto que considero bajo el siguiente epígrafe.




Periodismo y literatura: estereotipos lingüísticos y formalizaciones genéricas

Los recientes estudios lexicológicos de la lengua española vienen prestando singular atención al léxico de los siglos XVIII y XIX, si bien los principales estudios sobre la centuria ilustrada tienden a la reconstrucción histórica del vocabulario intelectual y cultural y los trabajos dedicados el XIX atienden preferentemente el léxico de índole política y social21. Registros de primer orden en la documentación de los nuevos usos lexicales son, claro está, los textos literarios, aunque han sido empleados por los estudiosos los diccionarios y algunos textos periodísticos. Estos últimos dan viva noticia de la aparición de neologismos o de los nuevos significados que adquieren las palabras a tenor de los cambios de estructuras sociales y de mentalidad que se van operando en la metamorfosis de la sociedad del Antiguo Régimen hacia la nueva sociedad industrial. Los periódicos del XIX deparan información de primera mano sobre las novedades lingüísticas que, en el campo léxico, no sólo alcanza al vocabulario político sino a conceptos estéticos, crítico literarios, de estimativa social, etc. Términos tan significativos de la cultura del XIX como son «romántico», «imaginación», «cursi» son palabras constantemente usadas en las páginas de los periódicos con la palpitación de la novedad idiomática22.

Los estudios lexicológicos no cierran las posibilidades de investigación de las peculiaridades idiomáticas que actúan en los textos periodísticos. Hay un estilo del lenguaje periodístico que, evolucionando al par de los estilos en los géneros literarios, ilumina de forma deslumbrante sobre las pautas de comportamiento de la lengua literaria. La clave expresiva del redactor periodístico es la imitación -inconsciente o paródica- de las pautas estilísticas de los otros géneros literarios consagrados o de las nuevas pautas de comportamiento verbal de los círculos más innovadores. La prosa periodística del primer tercio del siglo despliega sus marcas caracterizadoras sobre el modelo de una prosa retórica clásica cuyos rasgos individualizadores están aún pendientes de estudio. Obsérvese el estilo de redacción de una noticia de 1820 en la que se explica el suicidio de un joven con una enumeración asindética que reitera un ritmo acentual de prosa clásica:

«Mayor tristeza y taciturnidad que nunca, incansable apego al trabajo de escribir y a la lectura, sobre todo de libros y papeles amorosos, estraordinarias vigilias, tales que apenas estaba en la cama dos o tres horas, frecuentes raptos de enojo, cólera y maledicencia, desconocidos y enteramente agenos de la dulzura de su carácter, son pruebas bastante seguras del delirio melancólico y amoroso que privándole de sus facultades intelectuales terminó en el suicidio»23.



El juego de palabras, el chiste verbal, la concentración expresiva de cuño conceptista serían rasgos de la prosa crítica de finales de siglo en contraposición a la sintaxis arborescente que todavía, en esos momentos, adorna la pieza retórica de academia o el parlamento político.

Si en el estudio de los estilos del XIX la prosa del periodismo es una rica parcela que registra abundantísimas pruebas de los neologismos léxicos y de las fórmulas retóricas, el terreno que aún está pendiente de estudiar a fondo es el de los géneros literarios específicos del nuevo medio de comunicación cultural.

Hago gracia de los artículos de crítica literaria que hasta el momento han interesado a los estudiosos más por el contenido que por sus formas de expresión, para recordar géneros literarios que hallaron su vehículo específico en las páginas de la prensa periódica: artículo de costumbres, novela de folletín, relato breve. Clarín, con su reconocida capacidad de penetración, testifica, a finales de siglo, el papel representando por los periódicos para la difusión de los textos narrativos:

«Por lo mismo que existe esta decadencia, son muy de aplaudir los esfuerzos de algunas empresas periodísticas por conservar y aun aumentar el tono literario del periódico popular, sin perjuicio de conservarle sus caracteres peculiares de papel ligero, de pura actualidad y hasta vulgar, ya que esto parece necesario. Entre los varios expedientes inventados a este fin, puede señalarse la moda del cuento, que se ha extendido por toda la prensa madrileña. Es muy de alabar esta costumbre, aunque no está exenta de peligros. Por de pronto, obedece al afán de ahorrar tiempo; si al artículo sustituyen el suelto, la noticia; a la novela larga es natural que sustituya el cuento. Sería de alabar que los lectores y lectoras del folletín apelmazado, judicial y muchas veces justiciable, escrito en un francés traidor a su patria y a Castilla, se fuesen pasando del novelón al cuento; mejorarían en general de gusto estético y perderían mucho menos tiempo»24.



La periodicidad de las publicaciones que aquí consideramos, la rápida difusión de los textos que conlleva; la distribución del texto escrito en las páginas y columnas de la publicación, la correlación entre escritura y grabado son mediaciones que determinan el cultivo de los géneros literarios aludidos y que no resultan, precisamente, formas literarias de menor relieve en el contorno de la actividad creativa del XIX. Deberíamos recordar también la abundante aparición de otros géneros literarios en las páginas periodísticas -poesía lírica, crítica literaria, facecias, fragmentos de novelas y piezas teatrales- cuya hechura no tiene la dependencia radical respecto al medio de publicación que mantienen el artículo de costumbres, el folletín o el relato breve. Proseguir por ese camino llevaría a la explicitación de un catálogo de las cuestiones literarias que se han de estudiar en los periódicos decimonónicos.

A la hora de confeccionar ese catálogo los estudiosos deberán tener en cuenta la doble vertiente de investigación que abre el tema que estoy planteando. Por una parte, la prensa regional y local y, por otra, la diversificación temática que ofrecen las publicaciones periódicas a la hora de integrar en ellas el discurso específicamente literario. En este segundo aspecto la distinción es muy clara entre prensa de información general y prensa cultural. La primera suele incorporar material literario episódicamente y más con carácter informativo -noticias sobre autores, sobre libros, sobre espectáculos- que con una finalidad de difusión artística y cultural. Entre una y otra clase de publicaciones se sitúan los suplementos literarios de los diarios -el primero del que se tiene noticia es el del periódico El Español en la etapa en que lo dirige García de Villalta, a partir de junio de 1837- y los diarios monográficos impresos con motivo de una circunstancia individualizada (reuniones navideñas del marqués de Molíns cristalizadas en El Belén, conmemoración del centenario de Calderón de la Barca en el diario que de un día que llevó como título el de Calderón).

Dentro de la prensa dedicada solamente a la publicación de material literario, la serie que inicia El Artista produce un resultado de amplísimo espectro a lo largo del siglo. Las revistas culturales podrán tener una mayor o menor atención a los textos creativos; podremos encontrar periódicos dedicados casi en exclusiva a la reproducción de novelas -como el Periódico para todos25- y, desde luego, numerosas revistas de preferente contenido intelectual. Lo inencontrable es la revista poética -de tanta significación, por otra parte, en la actividad literaria de nuestro siglo-. El teatro, en fin, reúne un repertorio de publicaciones periódicas que, para Madrid, ha inventariado Gómez Rea26.

Lo dicho hasta aquí no es sino un índice de cuestiones que plantea el estudio de la actividad literaria en la prensa periódica del XIX. He pretendido subrayar cómo el discurso literario, adaptándose al modo singular de edición que es el periodismo, sigue manteniendo su entidad específica en el marco de los textos informativos y de opinión, porque, como es bien sabido, la escritura literaria siempre constituye un sistema especial de comunicación con sus marcas de lenguaje, sus estimulantes constricciones de género y su apelación a un lector más allá del receptor inmediato de la efímera noticia de todos los días.







 
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