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Primero es la honra que el gusto

Francisco de Rojas Zorrilla



PERSONAS
 

 
LEONOR.
DOÑA ANA.
FLORA,   criada.
DON FÉLIX.
DON JUAN.
DON RODRIGO,   viejo.
PEPINO.
MÚSICA.





ArribaAbajoJornada primera

 

Salen DON JUAN por una parte, y FLORA por otra.

 
DON JUAN.
El suceso del papel
vengo a saber, bella Flora.
FLORA.
Ya se le di a mi Señora,
y aunque fulminó cruel
un destrozo riguroso
en sus amorosas penas
(Mas muriendo entre azucenas
no pudo morir quejoso),
en sus ojos advertía,
notando su indignación,
que, allá dentro el corazón
otros afectos sentía;
y al primer lance, no es
el desprecio muy severo,
que al fin le leyó primero,
aunque le rompió después.
DON JUAN.
Pues, Flora, si le leyó,
no fue el romperle desdén.
FLORA.
Y el modo del ser también
mal desmentido mostró
que la airada tempestad
de aquel desagrado ingrato,
fue más ley de su recato
que enojo de su crueldad.
DON JUAN.
¿Qué esa cauta fullería
brujuleaste en su semblante?
Trueque ya en frutos de amante
su flor la esperanza mía.
Tal la dicha viene a ser
que llego indigno a lograr,
que me obligas a ignorar
los modos de agradecer.
Este diamante ya veo,
Flora, que es inferior paga:
no la deuda satisfaga,
acredite mi deseo.
FLORA.
Mil años, sin que a tu amor
se atreva esquivo desdén
amante Matusalén
goces, don Juan, de Leonor.

  (Ap. 

Buenos mis enredos van;
la trampa ha sido cruel:
ni a Leonor di tal papel
ni conoce a tal don Juan;
toda alcahueta se ajuste
a imitar mi proceder,
que a un galán se ha de vender
a diamante cada embuste.)
DON JUAN.
¿Que al fin dices, Flora mía,
perdóname lo cansado,
que mostraba algún cuidado
cuando mi papel leía?
FLORA.
Digo que atenta la vi
decir, cuando le leyó,
con un gustillo, que no;
mas con los ojos, que sí.
DON JUAN.
Ay Leonor: hoy de tu gracia
los halagos gozaré;
siempre este lance juzgué
por el de más eficacia.

  (Ap. 

Quien las criadas granjea,
consigue un medio importante.)
FLORA.

 (Ap.)  

¡Qué fácilmente un amante
cree las nuevas que desea!
DON JUAN.
De tu diligencia fío,
la dicha de mi esperanza.
FLORA.
Buena será la fianza,
remite al cuidado mío.
Pero aguarda: mi Señora
y su padre, don Rodrigo,
viene, no te hallen conmigo;
Vete, don Juan.
DON JUAN.
Adiós, Flora.
FLORA.
Presto, que salen.
DON JUAN.
No olvides
mi amor, que hoy he de fundar...

 (Vase.) 

FLORA.
Seguro puedes estar...

  (Ap. 

De que no haré lo que pides.)
 

Salen LEONOR y DON RODRIGO.

 
RODRIGO.
¡Notable es tu condición!
LEONOR.
No la culpes hasta oírme.
RODRIGO.
¿Qué razón puedes decirme,
que abone esta sinrazón?
¿Todos, di, no culparán
por error inadvertido,
que no admitas un marido
que es noble, rico y galán?
LEONOR.
No es replicar proponer
aquello a que no me ajusto;
sigue tú después tu gusto,
pero oye mi parecer.
Tan obediente a tu arbitrio
me he de sujetar, que quiero
que sea tuya la elección
y mío el consentimiento;
pero permite; negado
a apasionado efectos,
a la razón el oído,
y a la prudencia el acuerdo:
don Juan Osorio es galán,
noble y rico, pero es necio;
mide, Pues, esos esmaltes
sólo con este defecto,
y yo sé que en mi favor
sentenciará tu consejo;
pues bien puedo asegurar
que si procedes atento
a la obligación de padre,
no has de consentir severo,
por hacerme rica, hacerme
desdichada, siendo menos
grave pensión la de pobre:
aunque yo, Señor, entiendo
que es rico el pobre que vive
con su fortuna contento.
RODRIGO.
Muy bachillera estás, hija;
templa ese estilo, advirtiendo
que en el verdor de tus años
pierden fuerza los consejos.
Si es necio don Juan, es rico,
Leonor, y en aqueste tiempo,
quien puede más, vale más,
porque los merecimientos
fallecen desanimados
si del oro a los reflejos
no se esfuerzan; el que es pobre,
no puede ser noble, puesto
que no lo puede ostentar,
que es lo mismo que no serlo.
Pues serio para sí solo
es rigor más que consuelo,
porque viene a ser forzarse
a obrar siempre con respetos
se quien es, y no poder
elegir indignos medios
para vivir, con que tiene
de noble (¡grave tormento!)
Sólo las obligaciones
y no, Leonor, los provechos.
LEONOR.
Y si yo, padre, probase
que el que no fuere discreto
no será rico, ¿sintieras
otra opinión?
RODRIGO.
Eso es bueno;
por reírme de tu error
permitiré el argumento.
LEONOR.
El ser rico no consiste
en tener dicha o acierto
para adquirir; sólo estriba
en tener buen regimiento
para saber conservar
lo adquirido; claro es esto.
Porque ¿qué importa que abunde
yo en venturosos aumentos
si en pródigos desperdicios
los consumo y desvanezco?
El saber, pues, conservar
es acto feliz de un pecho
que a la luz de la razón
regula su entendimiento,
de éste se halla destituido
el que es ignorante, luego
carecerá de cordura,
pues si le falta lo cuerdo
vivirá mal ordenado,
siendo consecuencia de esto
que todo lo que adquiriere
disipará; de que infiero
que nunca podrá ser rico
el que no fuere discreto.
RODRIGO.

 (Ap.  

¡Qué entendida está Leonor!
Que me ha vencido confieso.
¡Qué bien la crió su madre!
Fue de cordura un portento.)
Mejor sabré yo elegir
lo que te importa, pues debo
dos veces asegurarme
facilitando el acierto:
la primera por lo padre,
la segunda, por lo viejo.

 (Ap. 

Don Félix de Acuña es grande
amigo mio: yo quiero,
pues lo es también de don Juan,
que me ayude en este intento.)
Adiós, mi Leonor, que voy,
a procurarte este empleo.

 (Vase.) 

LEONOR.
Tuya es mi voluntad: airada suerte;
mejor dijeras a trazar mi muerte,
a eternizar violencias a mi gusto,
a sujetarme al cautiverio injusto
de quien por necios modos
guerra ha de ser e mis sentidos todos.
¡Ay amor! ¡ay don Félix! si del alma
has conseguido merecida palma,
y si eres tú el que ahora más me anima,
rígela de manera que redima
lo fiero de este golpe ejecutivo;
no he de vivir sin ti, pues por ti vivo.
FLORA.
Señora, injustamente formas quejas
de tu padre, pues tú guiarte dejas
de lo que a su interés es conveniencia;
y en estos lances, aunque tu obediencia
se revele...
LEONOR.
Detente,
no pases adelante neciamente
y, pues lo ignoras, es razón que entiendas
que las mujeres, Flora, de mis prendas,
en este caso y en cualquier intento,
nunca se han de oponer al sentimiento
de su padre, que cuerdo y vigilante
sabrá elegir en todo lo importante;
sólo por reducirle y ablandarle
persuadirle podré, no replicarle;
porque, o lo apoye el gusto, o lo repruebe
obedecer con sujeción se debe.
FLORA.
Ese portarse, yo no le recuso;
pero siento que no es vivir al uso,
que en la presente edad son en sus bodas
fiscales, jueces, y aun agentes todas.
LEONOR.
Ven, Flora; y si me deja mi fatiga
escribiré un papel en que le diga
a don Félix la pena con que lucho.
FLORA.
El llevar malas nuevas siento mucho;
mas distingo el porqué, de virtud lleno,
mas por mi mal, que no por el ajeno,
que en tales ocasiones
los amantes están muy preguntones,
muy hazañeros, muy desaforados,
y sólo en dar el porte reportados.
 

(Vanse.)

 
 

Sale DON FÉLIX, solo, con una carta.

 
DON FÉLIX.
Esta es carta de Violante,
a quien galán festejé
en Sevilla, y siempre hallé
en lo severa constante.
Si mi ausencia ha despertado
ardores en su tibieza,
perdone, que otra belleza
es dueño de mi cuidado.
Y aunque en ella su beldad
presuma ser maravilla
siendo dama de Sevilla,
será dama de ciudad.
Y el garbo, el aire, el primor
de las bellas cortesanas
harán titubear las canas
del más recto senador.
Si para pintallas tomo
la pluma, sólo diré
que tienen un no sé qué,
con que matan no sé cómo.

 (Abrela.) 

Quiero, pues, leerla, aunque no
consiga fineza mía:
bien poca prisa tenia,
pues odo el pliego escribió.
¡Qué prolija impertinencia!
Más parece, y lo sospecho,
información en derecho
que carta ¡Lo que una ausencia
descubre en una mujer!
Vive Dios, que he de romperla.
Porque ¿cómo para leerla
ánimo podré tener?
 

Rómpela en dos partes, y sale FLORA con un papel al paño.

 
FLORA.
Solo don Félix está
y ahora un papel rompió.
Lo poco que he visto, no
buenas sospechas me da.
Lo que aquí me toca es,
a fuer de buena criada,
suspender esta embajada,
Oír, y parlar después.
DON FÉLIX.
Sólo a ti bella deidad,
con decente adoración
se humilla mi corazón,
se postra mi libertad:
blasone con vanidad
mi amor, de que ha merecido
la vitoria de rendido
a tanto hermoso primor,
que siendo tú el vencedor
puede triunfar el vencido.
FLORA.

 (Ap.)  

No determina sujeto
el tal don Félix, y así
la curiosidad en mí
no conseguirá su efeto,
si coger pudiese ahora
aquel papel que rompió,
¡Qué dichosa fuera yo
si le viera mi Señora!
Pardiez, que emprenderlo puedo,
pues él está divertido;
bájome sin hacer ruido,
y alargo la mano; un dedo
me falta para llegar,
pues extender bien el brazo;
ya está en casa el un pedazo,
el otro se ha de pescar
con el mismo tiempo pues.
DON FÉLIX.
Quiero sin que me levante...
¡Válgate Dios por Violante!
 

(Túrbase FLORA, y encoge el brazo.)

 
FLORA.

 (Ap.)  

Malo es esto: cierto es
Mi recelo; pero yo
prosigo, bien me prevengo,
ya entrambas mitades tengo,
lindamente sucedió.
La que es alcahueta fiel
a hacer todo esto se obliga;
señores, nadie le diga
que yo lo cogí el papel.

 (Vase.) 

DON FÉLIX.
Razón es reconocer
que fue indecente el desmán,
poco uso de lo galán
siendo el papel de mujer.
No enmendar la grosería
pasará de necedad,
Obre la curiosidad
si no la galantería.
En mí quiero leerle, aunque
ofendido el gusto puede.

 (Sale a buscar, y túrbase.)  

¿Qué es esto que me sucede?
¿Pues aquí no le arrojé
en dos partes dividido?
¿Cómo lo puedo dudar?
A nadie he sentido entrar,
yo he de perder el sentido.
 

Busca el papel volviendo d una parte y a otra, y sale PEPINO, gracioso.

 
PEPINO.
¿Qué anda buscando mi amo?
Su juicio debe de ser;
temo que den en Toledo
estos amores con él.
Señor.
DON FÉLIX.
Pepino.
PEPINO.
¿Qué tienes?
¿Qué es esto? sosiégate.
¿Estás pensando en arbitrios,
o versificas? pues bien;
¿No me respondes?
DON FÉLIX.
Si es tuya
la burla, declararé
que estás cansado.
PEPINO.
No estoy,
que no he hecho ejercicio.
DON FÉLIX.
Ya es
tu desatino insufrible,
dame la carta.
PEPINO.
¿La qué...
DON FÉLIX.
la carta que ahora rompí.
PEPINO.
La carta, ya la llevé
a la estafeta.
DON FÉLIX.
Villano,
Vive el ello, que he de hacer...
PEPINO.
Como no me hagas cartero,
haz cuanto quisieres (él
está loco); no te espantes
de que no te entiendo, pues
de suerte te vengo a hallar
de oscuro y cerrado, que
he menester comentarte
para haberte de entender.
DON FÉLIX.
Pepino, no en todos tiempos
tan desatinado estés.
PEPINO.
Mil corchetes lleven mi alma,
que en el reino de Luzbel
son sota diablos, si tal
carta he visto, ni veré.
DON FÉLIX.
No apures más mi impaciencia.
PEPINO.
Yo soy muy hombre de bien;
y en materia de tomar,
es mi conciencia tan fiel,
que ni vivo en la provincia
ni he sido sastre montés.
DON FÉLIX.
Tres dios ha, Leonor bella,
que no he visto amanecer
de tu beldad soberana
la purpúrea candidez.
Hubiera muerto de ausente
a no animarme la fe,
que impresa en mi pecho vive
sin remedios del pincel.
Voy a ver si de tus ojos
luces puedo merecer,
y si no de tus paredes
lo exterior adoraré.

 (Vase.) 

PEPINO.
Juro a Cristo, hablando en veras,
que aqueste es un caso en que
todo mi juicio, aunque es poco,
emplear he menester.
 

Sale DOÑA ANA, alborotada, con manto.

 
DOÑA ANA.
Hidalgo, por vuestra vida,
que a una mujer amparéis,
que del sagrado se vale
desta casa por vencer
un peligro en que su honor
tormenta puede correr.
Siguiéndome un hombre viene,
y importa ocultarme dél;
y aun si aquí me ha visto entrar
segura dél no estaré.
Para pasar a esta sala,
licencia me dad cortés,
hasta que del grave empeño
deste riesgo libre esté.
 

(Entrase por una de las dos puertas que ha de haber a los dos lados.)

 
PEPINO.
Tarabilla, fondo en ceño,
si vos lo decís y hacéis
desta manera, excusado
el pedir licencia fue.
¿Cosa que entrase el tal hombre,
que muy contingente es,
a reñir conmigo el caso,
por qué me he metido a ser
don Pepino de Niquea,
pues defiendo a esta mujer?
Por asegurar mi miedo
a cerrar la puerta iré;
pero con Leonor, mi amo
vuelve aquí (¡lance cruel!),
ella vendría hacia casa
cuando iba a buscarla él.
Con esta mujer cerrada,
¿Qué haré? si Leonor la ve,
habrá cruel carambola,
y sobre mí ha de llover
la peor parte; ellos llegan,
terrible el aprieto es.
Sólo este remedio alcanzo,
no sé si le lograré.

  (Llega a la puerta.) 

Oyes, torbellino, trueno,
rayo, demonio o mujer,
que todo es uno, no salgas
deste aposento basta que
te avise; desta manera
excusar quizá podré
que Leonor la vea, y luego
con Bercebú la echaré.
 

Salen DON FÉLIX, LEONOR y FLORA, con mantos.

 
DON FÉLIX.
Hermosísima Leonor,
¿Cómo haces cielo esta casa?
Templa empeños, que ya pasa
a ser exceso el favor;
no pródigo el resplandor
que en tu beldad se atesora,
tanto madrugue, Señora,
nuncio sea un arrebol,
que para que nazca el sol
sale primero la aurora.
Este franco amanecer,
de hermosa es desconfiar
pues no, no para matar
toda tú te has menester;
el jazmín o el rosicler
vence en tus mejillas bellas,
sin que fulmines centellas
de esos rayos superiores,
que si matas con las llores,
¿Para qué son las estrellas?
LEONOR.
Quien os oyere tan tiernas
demostraciones de amante,
tan cariciosos afectos
de un alma que humilde yace
juzgará que vuestro amor
sólo aspira a eternizarse
constantemente en lo fino,
finamente en lo constante;
pues yo que debo noticias
de una verdad a un examen
curioso, más advertida
en la fe, sabré portarme.
PEPINO.

 (Ap.) 

Mientras se dicen los dos
veinte y cuatro disparates,
que fueran cuarenta y nueve
si cupiera el asonante,
nos podemos ir nosotros
allí dentro a hacer aparte
nuestros papeles, Florilla.
FLORA.

 (Ap.)  

¿No ve que es un ignorante
Ero? vuesarced, mi Rey,
o mi Roque, ¿pues no sabe
que un pepino y una flor
nunca traban maridaje?
PEPINO.
Anda, que eres una necia;
no en flores el tiempo gastes,
que aunque el Papa no dispense,
podrán en aqueste lance
el pepino enflorecerse
y la flor empepinarse.
 

(Vanse PEPINO y FLORA.)

 
DON FÉLIX.
¡Que lo firme de mi afecto
con falsas dudas agravies,
cuando a premiarle era justo
que franca te adelantases!
Desvanece esas sospechas,
no tu crédito embaracen,
y debate la razón
el estar más de su parte.
Porque tan ciego te adoro,
que idólatra de tu imagen
la imprimo en el corazón
con tan rebelde carácter,
que no han de alcanzar en ella
jurisdicción las edades.
LEONOR.
Señor don Félix, templad
hipérboles, que es muy tarde
para prevenir remedios
a tan peligroso achaque.
Yo he sabido ya que sois
tan abonado tratante
en empleos amorosos,
que porque jamás no falte
correspondencia tenéis
(resguardo importante y fácil)
en Madrid una Leonor,
y en Sevilla una Violante.
DON FÉLIX.
Si a tal Violante conozco,
plegue al cielo que no alcance
de tu beldad, Leonor mía...
LEONOR.
No, no paséis adelante,
Mirad bien lo que decís,
porque han llegado a informarme
del empeño que tenéis
con esta dama, tan grande
indicios, mejor dijera,
tan evidentes verdades,
que aun no concibo una duda
que mi crédito desmaye.
DON FÉLIX.
Que esa mujer no conozco,
Leonor, te aseguro; y antes
de culpar mi amor, debieras
con más acierto informarte.
LEONOR.
¿Ni esa carta conocéis?
DON FÉLIX.

 (Ap.) 

Por Dios que es la de Violante;
¿Cómo ha podido llegar
a sus manos? ¡Fuerte lance!
LEONOR.
¿Decid ahora que crea
vuestras finezas, que pague
vuestro amor, y que en el pecho
impresa adoráis mi imagen...
DON FÉLIX.
Ahora, pues, más rendido
puedo a tus ojos postrarme,
y tú más benigna ahora
debes franquearme hospedaje;
y en tu piedad, porque juzgo
que es más razón declararte
obligada que ofendida,
apura, pues, vigilante
este delito; ¿tú fundas
la queja en que averiguaste
en esa carta tus celos?
Justo es también que repare
en que a tus manos llegó
quejosa de aquese ultraje
que fulminó mi rigor;
luego puedo asegurarte
que pues la rompí severo
no la correspondo amante.
LEONOR.
Qué fácilmente, don Félix...
 

Salen PEPINO y FLORA.

 
FLORA.
¿Señora?
PEPINO.
¿Señor?
FLORA.
Tu padre.
PEPINO.
Sube ya por la escalera.
LEONOR.
¡Ay de mi! si acaso sabe...
DON FÉLIX.
No te detengas, Leonor;
en esta sala al instante
te oculta; abre aquí, Pepino.
PEPINO.
Se me ha perdido la llave
desta puerta (esto era bueno);
por Jesucristo, más fácil
será entrar en esta pieza.
DON FÉLIX.
Abre cualquiera.
LEONOR.
¡Qué grave
Susto padezco!
DON FÉLIX.
Conmigo,
ningún riesgo te acobarde.
 

(Escóndese LEONOR.)

 
 

Sale DON RODRIGO.

 
¿Señor don Rodrigo?
DON RODRIGO.
El cielo,
señor don Félix, os guarde.
DON FÉLIX.
¿En qué os sirvo? ¿Qué ocasión
a honrar esta casa os trae?
DON RODRIGO.
Hablaros quisiera a solas.
DON FÉLIX.
Pon aquí sillas, y salte
allá fuera.
PEPINO.

 (Ap.)  

Ya obedezco;
cuidado me da bien grande
esta tapada, yo temo
algún suceso de Marte.

 (Vase.) 

LEONOR.
Aún no sosiego...
DOÑA ANA.

 (Ap.)  

De suerte
se van enlazando lances,
que pienso que aquí escondida
hasta la noche he de estarme.
DON RODRIGO.
Las hijas, don Félix, son
en la obligación de un padre,
que debe correspondencias
nobles a su heroica sangre
el cuidado que más rinde
la opresión que más combate.
Ciegas en su juventud,
no saben aconsejarse
con la prudencia, y como es
su naturaleza frágil,
en el piélago de afectos,
y ocasiones naufragantes,
peligran; ¡oh! tema cuerdo
el piloto destas naves:
desvélese providente,
prevéngase vigilante,
que tiene para esperar
poco feliz su pasaje,
mucho que las aventure
y nada que las resguarde.
DON FÉLIX.

 (Ap.) 

No me contenta el proemio;
pero cuerdo he de portarme.
DON RODRIGO.
Señor don Félix de Acuña:
la amistad que vuestro padre
y yo estrechamos sirviendo
en los Estados de Flandes,
os ha de obligar ahora
a no ocultarme verdades,
que es preciso averiguar
en un negocio importante.
Vos sabéis mucho de historias,
y de todos los linajes
de España.
DON FÉLIX.
Confesar puedo
que he negado a ociosidades
el tiempo, y que a aqueste estudio
mi inclinación me persuade,
que ya, señor don Rodrigo,
se ha hecho más venerable
con profesarle, advertido,
el más bizarro, el más grande
sacro monarca del mundo.
DON RODRIGO.
Decidme, pues, si la sangre
de don Juan Osorio puede
sin escrúpulo mezclarse
con quien le pretende hacer
su yerno.
DON FÉLIX.

 (Ap.)  

¡Qué pena! ¡al fácil
impulso de aquesta voz
muerta mi esperanza yace!
LEONOR.

 (Ap.) 

¡Que en violentar mi albedrío
se empeñe tanto mi padre!
DOÑA ANA.

 (Ap.)  

¡Qué escucho! ¡fuerte rigor!
¿Don Juan de Osorio casarse
con otra, cuando en mi pecho
logra amorosas piedades?
DON FÉLIX.

  (Ap. 

Aunque me cueste la vida
ha de ser tuerza aprobarle.)
Todas las prendas que pueden
hacer envidiado y grande
a un caballero, concurren
con bien gloriosos esmaltes
en don Juan; estad seguro
que en lo ilustre de la sangre
de mal ya formadas dudas
ni aun el peligro no cabe.
DON RODRIGO.
Buenas nuevas me habéis dado;
decidme, así Dios os guarde,
¿no estará Leonor gustosa?
¿Mil gracias no podrá darme
por tal dueño?
DON FÉLIX.
Señor, eso
las historias no lo saben;
consultadlo con su gusto.

  (Ap. 

¡Qué este pesar no me mate!)
DON RODRIGO.
Mi gusto es el suyo; voy
a concluirlo al instante.
¿Qué hacéis, don Félix?
DON FÉLIX.
Salir
a acompañaros.
DON RODRIGO.
En balde
intentaréis tal suceso;
mirad que...
DON FÉLIX.
No he de quedarme.
 

(Vanse.)

 
 

Sale DOÑA ANA, tapada.

 
DOÑA ANA.
Yo me resuelvo a salir,
que esta es buena ocasión, antes
que otros estorbos lo impidan,
que tiempo ha habido bastante
para que mi hermano, que es
a quien encontré en la calle
y de quien huyendo entré
en esta casa a ocultarme
porque no me conociera,
haya pasado adelante;
es mi hermano muy marido.
LEONOR.
¿Qué paciencia habrá que baste
a sufrir lo que estoy viendo?
Vive el cielo ¡pena grave!
Que en aquella sala oculta...
no puedo hablar... el coraje,
la voz me ahoga en el pecho.
DOÑA ANA.
¡Ay, don Juan! no has de casarte,
aunque me cueste la vida.
 

Va a salir DOÑA ANA, y entra DON FÉLIX y piensa que es LEONOR.

 
DON FÉLIX.

  (Ap. 

Logre la suerte crueldades,
en quien...) ¡Señora, mi bien!
LEONOR.
¡Qué esto escuche!
DON FÉLIX.
No recates
estas estrellas que al sol...
aguarda, espera, no pases.
 

(Entrase DOÑA ANA; DON FÉLIX quiere ir siguiéndola y al entrarse detiene LEONOR muy enojada.)

 
LEONOR.
¡Que a una mujer de mis prendas
esto le suceda! Antes
será bien que os agradezca
esta fineza.
DON FÉLIX.
¡Notable
caso! ¿Es verdad o ilusión
lo que veo?¿Por qué parte
pudo ser?
LEONOR.
Señor don Félix,
no es hazaña, no es galante
trofeo engañar así
a mujeres principales.
DON FÉLIX.
¿Cómo engañar, Leonor mía?
Vive el cielo, que constante...
LEONOR.
Vive el cielo, que es acción
infame el no embarazarse
de tan vil correspondencia,
que a mis ojos... Pero calle.
DON FÉLIX.
Señora Leonor, advierto
que injustamente...
LEONOR.
Dejadme,
no encendáis más este fuego
Que con saña penetrante
abrasa mi corazón;
pues yo, yo sabré vengarme;
y ya que excusar no pueda
de mi flaqueza el desaire,
sabré enmendarle de suerte
que os asombren, que os espanten,
de una mujer ofendida
soberbias temeridades.
DON FÉLIX.
¡Que esto me suceda, cielos!
¿Qué mujer pudo ocultarse?
¿Cuándo? ¿Cómo? Estoy sin juicio.
LEONOR.
Pues no le perdáis, cobradle,
que no importa que esté oculta
en vuestra casa Violante,
que no es mal huésped don Félix.
DON FÉLIX.
¿Qué, la verdad no me vale
en esta ocasión, Leonor?
Plegue al cielo que me abrasen
de un rayo el voraz incendio,
que escandalizando el aire
del pardo horror de una nube
pavoroso aborto baje...
LEONOR.
Vaya, proseguid, que ya
lo fingido con lindo aire.
DON FÉLIX.
Plegue al cielo que una fiera
sañuda me despedace,
o que sea de mi vida
feroz alimento un áspid.
LEONOR.
¿Maldiciones? otra culpa;
vulgarísimo desaire.
DON FÉLIX.
Sino te venero humilde,
si no te adoro constante,
si conozco a esa mujer,
pues aunque has visto que sale
ahora de ese aposento,
por Dios, que he estado ignorante
de que se ocultaba en él;
y lo que pudo obligarme
a seguirla fue pensar...
LEONOR.
¿Que era yo? Disculpa fácil,
cierto que os debo infinito,
don Félix.
DON FÉLIX.
Si no es bastante
aquesta satisfacción,
mi bien, para asegurarte,
forma, despide, fulmina,
severa, airada, implacable,
rigores, iras y enojos;
que humilde, rendido, amante,
perseveraré sufriendo,
que tuyo he de eternizarme,
sino a pesar de fatigas,
firme a pesar de pesares.
LEONOR.
¿De qué ha servido cansaros
en ese amoroso alarde,
si mucho menos ahora
os he creído que antes?
DON FÉLIX.
Eso es matarme, Leonor.
LEONOR.
Eso es, don Félix, vengarme.
DON FÉLIX.
¡Que no creas mis finezas!
LEONOR.
¡Que no pagues mis verdades!
DON FÉLIX.
Yo te adoro.
LEONOR.
Tú me ofendes.
DON FÉLIX.
Firme soy.
LEONOR.
Eres mudable.
DON FÉLIX.
Mira bien...
LEONOR.
Son evidencias.
DON FÉLIX.
Oye disculpas.
LEONOR.
Es tarde.
DON FÉLIX.
No tan airada a mis ruegos...
LEONOR.
En vano me persuades.
DON FÉLIX.
Pues en rigor tan crecido...
LEONOR.
Pues en tormento tan grave...
DON FÉLIX.
¡Valedme, cielos, valedme!
LEONOR.
¡Vengadme, cielos, vengadme!

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