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ArribaJornada tercera

 

Salen LEONOR y DON RODRIGO.

 
DON RODRIGO.
¿En agravio de tu honor
pronuncias eso? ¿Estás loca?
Mira que tu error provoca
despeños a mi rigor.
Tienes oculto a don Juan
en tu cuarto, ¡qué insolencia!
¿Y quieres que mi advertencia
no remedie este desmán?
Mal con la prudencia mido
lo que debo al sentimiento,
que es portarme desatento
ser tan cuerdo en lo sufrido.
LEONOR.

 Ap. 

Obre la sagacidad
primero que lo impaciente,
que hay desaire en lo aparente,
que no es culpa en la verdad.)
Que oculté en este aposento
a don Juan confesaré,
pero siempre afirmaré
que fue con lícito intento.
DON RODRIGO.
Este lunar que atrevido
de mi honor lo hermoso afea,
aunque delito no sea,
basta haberlo parecido,
no viene a ser triunfo honroso
ser solo conmigo honrado,
que si quedo asegurado
queda el vulgo sospechoso.
Si a todos de mi opinión
notorio el desmán avisa,
para su abono es precisa
pública satisfacción.
Remedien decentes modos
lo que tu error deslució,
pues no me aseguro yo
si no satisfago a todos.
Y así, elige, que no espero
que otros medios convendrán
morir mujer de don Juan
o destrozo de un acero.
LEONOR.
Pues mi libertad rendida
ha de avasallar la palma
porque no peligre el alma
me olvidaré de la vida.
Si de un necio el desvarío
se sufre con gravedad
aun en toda una ciudad,
¿Qué será en un albedrío
donde es tan fácil conquista
a tu antojo la obediencia
quede la primer sentencia
no haya apelar a revista?
En una mujer no creas
tu opinión mayor rigor:
Necio y marido, Señor,
ni aun le admitirá una fea
Y yo en mi cuerdo advertir
que es más grave pena entiendo
un lento morir viviendo
que un arriesgado morir.
Y así, entre uno y otro afán
por menos tormento escojo
ser estrago de tu enojo
que ser mártir con don Juan.
DON RODRIGO.
Leonor, el querer vencer
lo sofístico, es en vano;
que des a don Juan la mano
es mi gusto, esto ha de ser.
Esto es ya necesidad,
porque esto en esta opinión
conviene a nuestra opinión
y a nuestra comodidad.
Ten, pues no habrá resistencia
si te aconseja el honor,
Para mañana, Leonor,
prevenida la obediencia.

 (Vase.) 

LEONOR.
Libre me dio el albedrío
el cielo, y hoy sin razón
quiere para esta elección
mi padre que no sea mío.
Pues a tu amor he de ser,
don Félix, agradecida,
porque he de perder la vida
o te he de satisfacer.
 

Sale FLORA.

 
FLORA.
Una mujer, para hablarte,
pide licencia, Señora.
LEONOR.
¿Pues quién es no dice, Flora?
FLORA.
Paréceme en su buen arte,
viendo en paz la crespa lid
de su hermosura y donaire
que es galera de buen aire
de las calles de Madrid.
LEONOR.
Que entre la di.
FLORA.
Pues ya voy.
LEONOR.
¿Oyes?
FLORA.
¿Qué tengo de oír?
LEONOR.
Flora, mira que hemos de ir
a hablar a don Félix hoy.
 

Sale DOÑA ANA con manto.

 
DOÑA ANA.
Al puerto de vuestro amparo,
del golfo de sus desgracias
una mujer afligida
viene a procurar bonanza.
LEONOR.
Dichosa seré si puedo
sosegar esa borrasca,
que en el mar de vuestras penas
algún naufragio amenaza.
DOÑA ANA.
Hoy podréis de mi deseo
animar las esperanzas.
LEONOR.
Decid, pues, en lo que os sirvo.
DOÑA ANA.
Oid, que no seré larga:
hermosísima Leonor,
cuyas soberanas gracias
indignamente se estrechan
en los límites de humanas;
Yo nací noble, pues debo
ilustre sangre a la casa
de más blasón y más nombre
que se celebra en España.
Pero tan pobre nací,
que de quien soy olvidada,
por ser conmigo piadosa
fui conmigo misma ingrata.
¡Oh rigurosa pensión,
groseramente tirana,
en quien debe a su valor
obligaciones honradas!
¿Qué le importa a un noble, a quien
la fortuna desampara,
que nazca para ser mucho
si ha de vivir siendo nada?
Festejome en esta corte
don Juan Osorio, el que aguarda
para ser esposo vuestro
sólo el plazo de mañana.
Obligome con finezas
venturosas como falsas,
que siempre las dichas sobran
donde los méritos faltan.
Viome, en fin, purpúrea rosa
en la más florida estancia
de mi edad, sin mendigar
los desperdicios del alba.
Y osadamente atrevida
su aleve mano profana
la pompa tiranizó
de que en mi centro triunfaba.
Y después de conseguir
grosera indecente palma
de mis lucidos verdores,
mal contenta y bien pagada,
que aun el hallarse muy dueño
de una dicha, también causa
desprecio lo que debiera
estimar, porque pagara
a la dignidad hermosa
la deuda de desdichada.
Ya advierto que es vanidad
pronunciar yo mi alabanza;
mas, ¿cómo he de creermefea
viéndome tan desgraciada?
Hoy, pues, Leonor, he sabido
que este alevoso se casa
con vos, aunque vos venís,
más que gustosa, forzada
en la boda, no pudiendo
por vuestro padre excusarla.
Ved, Señora, si el rigor
de una pena tan airada
que bárbaramente rompe
de mi pecho las murallas,
es justo sentir; pues cuando
creí que ya navegaba
con prosperidad mi honor
en el mar de mi esperanza,
se levantan sediciosas
de espuma crespas montañas,
que si no cierto peligro,
gran tempestad amenazan.
No, pues, permitáis, Señora,
que en el piélago anegada
en vano mi nave gima
las iras desta borrasca.
Ocupe feliz el puerto,
restitúyase a la playa,
no me combata el peligro
donde espero la bonanza.
No os caséis con quien tan mal
sus obligaciones paga,
que aun en él se desconocen
correspondencias hidalgas.
Esto os ruego, esto os suplico,
esto os pido como honrada,
como mujer, como noble;
Atended a mis desgracias
con piadosas advertencias,
porque hoy en desdicha tanta
quien viene a vos afligida
vuelva de vos consolada.
LEONOR.
Suspended esa corriente
de perlas, hermosa dama,
en quien belleza y desdicha,
aunque compiten, se hermanan.
Y esforzad vuestro valor
con seguras confianzas
de que hoy desvaneceré
esa niebla, que profana
lo claro de vuestro honor
yo haré con justa venganza
que si hoy lloráis ofendida
hoy triunféis desagraviada.
DOÑA ANA.
Bien de vuestra sangre noble
hacéis, Señora, bizarra
ostentación.
LEONOR.
Mi fineza
poco en esto se adelanta,
pues defiendo yo mi gusto
defendiendo vuestra causa.
DOÑA ANA.
Vuestra seré eternamente.
LEONOR.
Esperadme en esta sala,
que voy a hacer que don Juan
vuestra presencia salga,
porque habéis de ser testigo
de cuán vuestra apasionada
Procedo en esta ocasión.

 (Vase.) 

DOÑA ANA.
No sé cómo pueda el alma
tanto favor mereceros.
¡Ay, fortuna. si cansada
de perseguirme el rigor
de tus enojos templaras!
Pero aquí viene don Juan,
quiero que me halle tapada
por ver si me desconoce
de la suerte que me habla.
 

Sale DON JUAN, y piensa que es LEONOR DOÑA ANA.

 
DON JUAN.
Leonor mía, pero ¿cómo
con manto sales de casa?
¿No respondes? ¿Qué accidente
te enmudece y acobarda?
¿Adónde vas?
DOÑA ANA.
Antes vengo

 (Descúbrese.) 

DON JUAN.
¡Ay de mí! Fortuna airada
¿Pues cómo...
DOÑA ANA.
Vive el cielo,
puesto que con vos no bastan
ni cautelas prevenidas
ni finezas declaradas
para que reverenciéis
de mi decoro las aras
que a la obstinada violencia
de mis...
DON JUAN.
Advierte, doña Ana...
 

Sale LEONOR.

 
LEONOR.
Advertid, señor don Juan
que es conmigo la batalla
y que es roja la razón,
prevenid valientes armas.
DON JUAN.
¡Fuerte lance!
LEONOR.
Oídme atento.
DONA ANA.
Hoy mi vida se restaura.
LEONOR.
Yo arriesgo, señor don Juan,
gusto, interés, vida y alma,
advertid vos si estas son
prendas para aventuradas
en ser vuestra esposa... No
parece muy cortesana
la propuesta, pero siendo
ahora tan de importancia
el darme a entender, es justo
que de lo vulgar me valga.
Callen retóricos, que
no he de reparar en galas;
y así, perdonad por Dios,
que tengo de ser muy clara.
es verdad que os llamé anoche
por un papel a mi casa,
que vos vinisteis puntual
que os oculté en esa cuadra
porque mi padre no os viese:
que al fin os vio, fue desgracia;
en estos empeños, quien
oyere estas circunstancias
juzgará que fue amor todo,
pues no fue fineza nada.
Vos hasta ahora ignoráis,
don Juan, la razón, la causa
que a llamaros me obligó:
preciso es ya declararla.
Pero primero os prevengo,
porque vitoriosa salga
de que he menester en vos
ostentaciones bizarras.
Llameos, pues, para deciros,
que aunque con rebelde instancia
mi padre aspiraba a que
nuestra boda se efectuara;
y aunque yo en su ejecución
convenía, era forzada
de sus preceptos, no obrando
con libertad voluntaria;
porque el casarme con vos
era imposible, obligada
mi atención de cierto empeño
que ora mi decencia os calla;
y que así, de aquesta boda
con mi padre os excusarais
vos, porque no pareciera
que nacía el estorbarla
de mi arbitrio; aquesto entonces
rendidamente os rogaba.
Pero no os lo ruego ahora,
porque ya será excusada
diligencia que yo os pida
lo que es preciso que haga
vuestra obligación, don Juan;
no con violencia tirana
ocupe trono un afecto
en el imperio del alma.
Restituid obediencias
a la razón, no postrada
de un ciego antojo al impulso
viva quejosa; a esta dama
debéis su honor; atended
señor, a tan justa causa.
Redimid tan grave empeño,
no olvidéis tan necesaria
correspondencia; esforzaos;
todo lo puede una hidalga
resolución, una heroica
bizarría, una gallarda
nobleza; más pueda en quien
consigue prendas tan altas
las razones que le sobran
que el dinero que le falta.
¡Oh bienes de la fortuna!
¿Qué espera quien os alcanza?
¡Virtud, nobleza, hermosura,
y todas las demás gracias
en una mujer que es pobre,
son dote en moneda falsa!
Bien sé que conseguirá
esta persuasión la palma
en vuestro prudente acuerdo,
y advertid bien, por si os llama
Este afecto, que el casaros
conmigo, aunque interesada
conveniencia lo juzgáis,
don Juan, hoy, quizá mañana,
le costara vuestro honor
alguna grave desgracia.
Consultad vuestra cordura,
que una mujer arrestada
atropella muchas honras
por lograr una venganza.
Dichoso puerto procuran
estas naves, amparadlas;
una piadosa os invoca,
otra advertido os aclama.
Nuestra razón os anime,
vuestro interés os persuada,
para que quietando el golfo
que tormentos amenaza,
ni la una pierda el honor
ni la otra cautive el alma.

 (Vase.) 

DOÑA ANA.
Yo, ingrato, vil caballero,
ni con iras ni con ansias
afectuosas será bien
declararme apasionada.
Más conveniente remedio
para su dolencia el alma
prevendrá; yo me valdré
de la acción más acertada,
entrenando los desaires
que contra mí se desmandan.
Yo tendré, en tan fuerte empeño
animosa y temeraria,
hoy para el agravio aliento,
valor para la venganza.
 

Vase, y DON JUAN va tras ella diciendo estos versos, y encuentra con DON RODRIGO.

 
DON JUAN.
Espera, aguarda, no pienses
que he de casarme, doña Ana,
con Leonor.  (Ap.  ¡Pero qué miro
oyome el viejo. ¡Que nada
me suceda bien!)
DON RODRIGO.
¡Oh cielos!
¿Que esto escuche? ¡Pena airada!
hablemos, hablemos claro,
señor don Juan, que pues pasa
a extremo esta inadvertencia,
no es justo disimularla.
Vive Dios, que aunque en mi pecho
tibios ardores mis canas
arguyen, que en mi valor
arden juveniles llamas,
tanto, que para abrasar
a todo el orbe, si osara
de mi honor oscurecer
las antorchas soberanas,
sin costarme gran fatiga
mucho incendio me sobrara.
Si acaso juzgasteis leve
empeño el de la pasada
ocasión, o fuese culpa
o galantería, es falsa
presunción; devaos lo cuerdo
noticias más acertadas,
que en él perdió mi opinión
créditos que no restaura,
si no es dándole la mano
a Leonor; bien informada
queda ya vuestra advertencia,
don Juan, de lo que ignoraba;
y mirad no ocasionéis
en mi alguna destemplanza.
Todo queda prevenido
para que os caséis mañana;
yo me lo negociaré,
que no he de deberos nada.

 (Vase.) 

DON JUAN.
Buena esperanza me da
de padre. ¿Hay quien no se asombre?
¿Aun no lo ha sido en el nombre
y es suegro en las obras ya?
¡Cuando juzgué que a Leonor
obligaba mi cuidado,
severa ha desengañado
las finezas de mi amor!
Tanto, que me dio a entender,
¿Quién creyera caso igual?
Que pudiera estarme mal
quererla para mujer.
Yo excusaré el sentimiento
desta prevista dolencia,
curándome en la advertencia
antes que en el escarmiento.
Que quien entra a ser marido
de indicios no asegurado,
o quiere ser desdichado
o puede ser muy sufrido.
Niéguese, pues, a este injusto
afecto mi ciego error,
que aunque me llama el amor,
Primero es la honra que el gusto.

 (Vase.) 

 

Salen DON FÉLIX y PEPINO.

 
DON FÉLIX.
Fortuna, siempre mudable,
¿Quién te alcanza permanente?
Si estable eres solamente
en no ser jamás estable.
 

Salen por una puerta DON RODRIGO; DON JUAN y DOÑA ANA por otra.

 
DON RODRIGO.
Señor don Félix, mirad
que tiene que hablar mi acero
con vos aparte, escuchad.
DON FÉLIX.
No sé que pueda obligaros
a mostraros descompuesto
conmigo.
DON RODRIGO.
El haber sabido,
don Juan, el deslucimiento
de Leonor y de mi honor.
DON FÉLIX.
Oíd, señor don Rodrigo,
que si me escucháis atento,
quizá podrán mis razones
excusar esos extremos.
DON RODRIGO.
Primero de mi venganza...
DON FÉLIX.
Que luego reñir podremos;
lugar habrá para todo;
pero escuchadme primero.
Siempre Leonor contradijo
de don Juan el casamiento
por atender cariñosa
a mis amorosos ruegos,
porque ha seis meses que yo
cortésmente la festejo;
y aunque ocultó aquella noche
a don Juan en su aposento.
Le llamó para decirle
que a los tratados conciertos
de su boda se excusase.
Aquesto es cierto, y es cierto
también que debe don Juan
pagar con justo respeto
la mayor obligación
hoy a aquesta dama, siendo
su esposo; él, Señor, está
resuelto a casarse; luego
yo también lo estoy a dar
la mano a Leonor, si en esto
venís, que de aqueste daño
ese solo es el remedio;
mirad si vos lo quedáis;
que yo ya estoy satisfecho.
Si de esta suerte os parece
que soy bueno para yerno,
esta es mi mano, y si no
riñamos, que este es mi acero.
DON RODRIGO.
Siendo desta suerte todo,
yo soy quien más intereso
en granjearos por esposo
de Leonor, que aunque mi intento
fue casarla con don Juan,
siendo tan grande este empeño,
Primero es la honra que el gusto.
DON JUAN.
Y yo mi mano te entrego,
cumpliendo mi obligación.
DOÑA ANA.
Aunque esté en duda, la aceto,
por redimir mi flaqueza.
PEPINO.
Con lo cual esto está hecho;
estos señores se casan;
yo también hago lo mesmo
con Flora, con que se da
dichoso fin a este cuento.