Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoCAPITULO XIII

Conclusion.


Llegué en el camino que he andado á un punto tan importante que ruego al lector me permita hacer en él una breve pausa. Es inutil advertirle que lo que acaba de leer no es propiamente un tratado de economia política, sino la primera parte de un tratado de la voluntad ó la continuacion de un tratado del entendimiento. Por lo tanto no debe estrañar que no haya descendido á todos los pormenores de la economia política; pero sí deberia admirarse de que hubiese dejado de examinar en su origen nuestras necesidades y medios; de que no hubiese procurado manifestar cómo estas necesidades y medios nacen de nuestra facultad   —255→   de querer, y finalmente de que no hubiese indicado las relaciones de nuestras necesidades fisicas con nuestras necesidades morales.

En efecto, despues de haber observado el modo con que conocemos nuestras necesidades, nuestra flaqueza original y nuestra propension á simpatizar, no pudimos menos de conocer claramente la naturaleza de la sociedad; que ella es nuestro estado natural y necesario; que se funda en la propiedad y personalidad; que consiste en convenciones; que todas estas son cambios; que todo cambio es esencialmente útil á las dos partes contratantes, y finalmente que las ventajas generales de los cambios, que son los que constituyen el estado social, son producir el concurso de fuerzas, la acumulacion y conservacion de luces y la division del trabajo.

Despues de haber examinado los medios   —256→   que tenemos para satisfacer nuestras necesidades conocimos que nuestras fuerzas individuales son nuestra única riqueza primitiva; que el uso de estas fuerzas ó nuestro trabajo tiene un valor necesario, que es la única causa de todos los demas valores; que nuestra industria se reduce á fabricar y trasportar; y que el efecto de esta industria consiste siempre y únicamente en añadir un grado de utilidad á las cosas á que se aplica, y procurarnos obgetos de consumo y medios de existencia.

Subiendo siempre á la observacion de nuestras facultades vimos tambien que siendo necesarias la personalidad y la propiedad, debia ser inevitable la desigualdad entre los hombres, la cual es un mal, aunque preciso. Haciéndonos despues cargo de las causas que la aumentan estraordinariamente y de sus funestos efectos nos pusimos en estado de apreciar en   —257→   lo que valen esas espresiones indeterminadas y vagas con que se suelen esplicar los períodos y las vicisitudes por donde pasa sucesivamente una nacion asi cuando prospera como cuando decae.

Puesto que todos tenemos medios, se sigue que todos somos propietarios, y teniendo todos necesidades todos somos consumidores. Estos son los dos grandes intereses que nos reunen; pero como somos naturalmente desiguales, preciso es que con el transcurso del tiempo puedan unos ponerse en estado de hacer anticipaciones y otros no; de consiguiente estos últimos tendran que vivir de los fondos de aquellos, y véanse ya aqui dos grandes clases, una de asalariados y otra de los que asalarian cuyos intereses deben ser por necesidad encontrados; porque los que venden su trabajo le quisieran vender muy caro, y los que le compran comprarle muy barato.

  —258→  

Entre los que compran el trabajo, los unos que son los ricos ociosos no le emplean sino para su regalo personal, y como que consumen improductivamente cuanto produce, destruyen su valor y nada queda de él. Los otros que son los empresarios de industria le emplean por el contrario de un modo útil que reproduce lo que cuesta: asi son los únicos que conservan y aumentan las riquezas ya adquiridas y procuran á los demas capitalistas las rentas de que se mantienen, los cuales como que no se ocupan en cosa alguna, no hacen otro uso de sus capitales ya moviliarios ya inmoviliarios sino el de alquilarlos á los industriosos mediante una renta que sale de las ganancias de estos; de donde se deduce que cuanto mas se estienda y perfeccione su industria tanto mas se aumentarán nuestros medios de existencia.

Finalmente hemos observado que es   —259→   tan maravillosamente grande la fecundidad de la especie humana, que el número de hombres es siempre proporcionado á la cantidad de sus medios de existencia; y de consiguiente que donde no se aumenta contínua y rápidamente este número es porque perecen cada dia de miseria muchos individuos. Tales son las verdades principales que dedugimos de la observacion de nuestras facultades y se siguen tan inmediatamente de ellas que no es posible contestarlas; pero estas mismas nos conducen á otras muchas consecuencias que no son menos ciertas.

Conocida la naturaleza de la sociedad vimos cuan imposible era dejar de desechar las ideas quiméricas de vivir fuera de ella en un estado de aislamiento, ó de fundarla en una abnegacion absoluta de sí mismo ó en una igualdad perfecta entre sus individuos.

Puestos ya en claro los efectos de   —260→   nuestra industria, nos fue sumamente fácil conocer que nada hay de misterioso ni de grande en la industria agrícola que la diferencie de las demas. Hicimos ver los inconvenientes que le son peculiares, y que son realmente la causa de las diferentes formas á que está sugeta segun la diversidad de lugares y tiempos.

Conocida la causa necesaria de todos los valores vimos palpablemente como una consecuencia natural de ella que es un absurdo sostener que la moneda no es mas que un signo, y una cosa odiosa querer darle un valor arbitrario, ó reemplazarla á la fuerza con otro puramente ideal, y de consiguiente que todo establecimiento que se encamine á este fin es radicalmente perjudicial y funesto.

Despues de haber visto como se forman nuestras riquezas, y se renuevan continuamente, o como circulan, tocamos con la mano que el consumo considerado   —261→   en sí mismo nunca puede ser útil, y que el escesivo y supérfluo llamado lujo es siempre pernicioso; y de consiguiente que es ridícula la importancia que se ha querido dar á aquellos hombres que no tienen otro mérito que el ser consumidores de riquezas, como si este fuese algun talento muy estraordinario.

Las ideas exactas que nos formamos acerca del consumo, nos pusieron en estado de apreciar los consumos de los gobiernos, los efectos de sus gastos, de sus deudas y de los diferentes impuestos que componen sus rentas, y nos condujeron como por la mano á discernir y manifestar claramente los diversos choques y rechazos de los impuestos, y apreciar los males que ocasionan únicamente por las clases mas ó menos importantes de individuos que sufren todo su peso.

Estas consecuencias, aunque son rigurosas deducciones de verdades evidentes,   —262→   no por eso dejan de ser controvertidas y disputadas, y por lo tanto me fué preciso no anticiparlas, sino llegar como lo he hecho, á cada una de ellas metodicamente. Pero no todas estas verdades sufrirán la misma oposicion; porque no todas hieren tan vivamente los intereses del hombre. Las que encontrarán una resistencia porfiada, son todas las que nos conducen á fijar los diferentes grados de importancia de las diversas clases de la sociedad; porque ¿quien es el que podrá persuadir á esos propietarios territoriales tan ponderados que no son en todo rigor sino unos meros prestamistas de dinero, gravosos á la agricultura, é indiferentes y estraños á sus adelantamientos? ¿cómo será dable convencer á los ricos ociosos que para nada son buenos, y que su existencia es un mal para la sociedad por cuanto disminuye el número de los obreros útiles?   —263→   ¿quién es el que hará confesar á los que alquilan y pagan el trabajo, que la carestia de la mano de obra es una cosa que debe desearse y que en general los verdaderos intereses del pobre son exactísimamente los mismos que los de todo el cuerpo de la sociedad? No es solamente el interes de esas clases bien ó ma entendido el que se opone á estas verdades, sino sus pasiones, y sobre todo la vanidad, que es la mas impetuosa y antisocial de todas ellas. Cuando median estos motivos no es posible la demostracion ó á lo menos el convencimiento de la verdad, porque tienen las pasiones el arte de oscurecerla y confundirla, trasformando la luz en tinieblas. Por lo mismo decia Hobbes con tanta razon como agudeza, que si los hombres hubieran tenido un vivo deseo de que dos y dos no fuesen cuatro, habrian llegado á hacer dudosa esta verdad. Pudiera confirmarse   —264→   esto con algunas pruebas; y asi es cosa cierta que en muchas ocasiones es mas dificil hacer gustosa la verdad que descubrirla.







  —265→  

ArribaAbajoESTRACTO RACIOCINADO Ó TABLA ANALITICA DE ESTA OBRA DE ECONOMIA POLITICA.

TOMO PRIMERO.

Nociones preliminares, página 1.

Las ideas necesidades y medios, riqueza y pobreza, derechos y deberes, se derivan de la facultad de querer.

La idea propiedad nace únicamente de la facultad de querer, porque no se puede tener idea de la persona moral, ó de nuestro , sin tener la de la propiedad de todas las facultades de este y de sus efectos.

  —266→  

Si no fuese asi no habria entre nosotros propiedad natural y necesaria, ni habria habido jamas propiedad convencional y artificial.

De la facultad de querer nacen todas nuestras necesidades y medios.

Los mismos actos intelectuales emanados de nuestra facultad de querer que nos dan la idea distinta y completa de nuestro y de la propiedad esclusiva de todos sus modos, nos hacen susceptibles de necesidades, y son el origen de todos nuestros medios de satisfacerlas.

Porque, 1.º todo deseo es una necesidad, y toda necesidad no es sino la necesidad de satisfacer un deseo. El deseo siempre es en sí mismo un dolor.

2.º Cuando nuestro sistema sensitivo egerce su reaccion sobre nuestro sistema muscular tienen estos deseos la propiedad de dirigir nuestras acciones, produciendo asi todos nuestros medios.

  —267→  

El trabajo, ó el empleo de nuestras fuerzas, es nuestro único tesoro y nuestro único poder.

Asi, la facultad de querer es la que nos hace propietarios de necesidades y medios, de pasion y accion, de dolor y poder; de donde nacen las ideas de riqueza y de pobreza.

Todo lo que sirve mediata ó inmediatamente á la satisfaccion de nuestras necesidades es para nosotros un bien, esto es, una cosa cuya posesion es un bien.

Ser rico es poseer estos bienes, y ser pobre es carecer de ellos.

Todos ellos nacen del uso de nuestras facultades, y son el efecto y representacion de ellas.

Estos bienes tienen dos valores entre nosotros. El uno es el de los sacrificios que cuestan al que los produce, y el otro el de las ventajas que procuran al que los adquiere.

  —268→  

Por consiguiente el mismo trabajo de que emanan tiene estos dos valores.

Estos dos valores del trabajo son: el uno el de la suma de los obgetos necesarios á la satisfaccion de las necesidades que nacen inevitablemente en el ser animado, mientras que se hace su trabajo; y el otro el del grado de utilidad que resulta de este trabajo.

Este último valor es eventual y variable.

El primero es natural y necesario, y sin embargo no es absolutamente fijo.

ADVERTENCIAS para entender algunas proposiciones contenidas en esta obra, pág. 24.

Los derechos nacen de las necesidades, y los deberes de los medios.

La debilidad es siempre el origen de todos los derechos, y el poder el origen y de todos los deberes, ó si se quiere del   —269→   deber general de usar bien de él, el cual comprende todos los demas.

Estas ideas de derechos y deberes no son tan esencialmente correlativas, como se cree comunmente, pues la de derechos es anterior y absoluta.

El ser animado tiene siempre el derecho de satisfacer sus necesidades en fuerza de las leyes de la naturaleza, pero sus deberes varian segun son las circunstancias.

Un ser dotado de sentimiento y voluntad, pero incapaz de accion, tendria todos los derechos y ningun deber.

Este ser ideal, si se supone capaz de accion y separado de todo otro ser sensible, tiene los mismos derechos y el deber único de dirigir bien sus acciones y emplear bien sus medios para la mas completa satisfaccion de sus necesidades.

Poned este mismo ser en contacto con otros seres que le manifiesten su sensibilidad   —270→   tan imperfectamente que no pueda hacer con ellos convenciones, y se verá que tiene siempre los mismos derechos, y que sus deberes ó mas bien su único deber no ha variado, sino en que es menester que influya sobre la voluntad de estos seres, y en que tiene la necesidad de avenirse mas ó menos á ella. Estas son las relaciones que tenemos con los animales.

Supóngase que este mismo ser sensible está en relacion con otros seres con quienes puede corresponderse completamente y hacer convenciones: siempre tendrá los mismos derechos esencialmente indefinidos, y el mismo deber general y único.

Estos derechos no se limitan ni este deber se modifica por las convenciones recíprocas, sino en cuanto estas convenciones son otros tantos medios de egercer estos derechos y de observar este   —271→   deber con mayor perfeccion que antes.

Cuando se establecen estas convenciones recíprocas comienza lo justo y lo injusto propiamente dicho.

CAPITULO PRIMERO, pág. 37.

De la Sociedad.

Al principiar este tratado hemos debido examinar brevemente:

1.º Lo que son los seres inanimados, esto es, que ni sienten ni quieren.

2.º Lo que serian los seres sintiendo con indiferencia, y sin voluntad.

3.º Lo que son los seres que sienten y quieren, pero aislados.

4.º Finalmente, lo que son los seres que sienten y quieren como nosotros, pero puestos en contacto con sus semejantes.

Hablamos en esta obra solo de estos últimos, porque el hombre no puede subsistir sino en sociedad.

  —272→  

La necesidad de la reproduccion y la propension natural á simpatizar le conducen necesariamente á este estado, y su juicio le hace conocer las ventajas de él.

Voy pues á hablar de la sociedad.

No la consideraré sino con respecto á la parte económica, porque en esta obra hablamos solo de nuestras acciones y no de nuestros sentimientos.

Considerada por este lado la sociedad consiste en una série contínua de cambios; y el cambio es una transaccion en la cual ganan siempre ambos contratantes. Este modo de mirar la sociedad ó los cambios nos hará entender despues claramente la naturaleza y los efectos del comercio.

No es posible considerar un pais civilizado sin asombrarnos de lo que aumentan el poder primitivo del hombre estas pequeñas ventajas que no echamos de ver, y que se repiten cada dia y cada instante.

  —273→  

La razon es, porque esta série de cambios que constituye la sociedad tiene tres propiedades preciosas: produce concurso de fuerzas, acumulacion y conservacion de luces, y division del trabajo.

La utilidad de estos tres efectos va siempre en aumento; pero la conoceremos mejor cuando hayamos visto el modo con que se forman nuestras riquezas.

CAPITULO II, pág. 68.

De la produccion ó formacion de las riquezas.

Antes de todo, ¿qué debemos entender por esta palabra produccion?

Nosotros nada creamos; solo hacemos mudanzas de forma y de lugar.

Producir es dar á las cosas una utilidad que no tenian.

Todo trabajo del cual resulta una utilidad, es productivo.

Los trabajos relativos á la agricultura   —274→   no tienen por este respecto preeminencia alguna sobre todos los demas.

Una tierra tomada en arrendamiento es una verdadera manufactura.

Un campo es una verdadera máquina, ó se quisiere un conjunto de primeras materias.

Toda la clase laboriosa es productiva.

La verdadera clase estéril es la de los holgazanes.

Los fabricantes fabrican, y los comerciantes trasportan. Esta es toda nuestra industria, que consiste en producir utilidad.

CAPITULO III, pág. 82.

De la medida de la utilidad ó de los valores.

Todo lo que contribuye á aumentar nuestros placeres ó disminuir nuestros dolores es lo que llamamos útil para nosotros.

  —275→  

Por lo regular somos apreciadores muy injustos de la verdadera utilidad de las cosas.

Pero la medida de la utilidad, que con razon ó sin ella atribuimos á una cosa, es la cantidad de sacrificios que estamos dispuestos á hacer para procurarnos la posesion de ella.

Esto es lo que llamamos precio de esta cosa, y es su verdadero valor considerado con respecto á la riqueza.

El medio de enriquecerse es emplearse en el trabajo que se pague mejor, sea el que quiera; lo cual es tan cierto respecto de una nacion como de un individuo.

Sin embargo, es menester observar que siendo el balance de resistencia entre los vendedores y compradores, el que determina el valor convencional ó el precio venal de las cosas, debe suceder que una cosa sin dejar de ser tan deseada como   —276→   era, será menos cara cuando se pueda producir con mas facilidad y economia.

Y esta es la gran ventaja que traen consigo los progresos de las artes: nos surtimos á menos precio porque hacemos las cosas con menos trabajo.

CAPITULO IV, pág. 95.

De la mudanza de forma ó de la industria fabril y de la rural comprendida en ella.

En toda industria hay tres cosas: teoria, aplicacion y egecucion.

De aqui tres especies de trabajadores: sábio, empresario y obrero.

Todos tienen que gastar mas ó menos antes de recibir, especialmente el empresario.

Lo que gastan ó las anticipaciones que hacen, salen de economias ó ahorros anteriores, los cuales se llaman capitales.

  —277→  

El empresario asalaria por lo regular al sábio y al obrero; pero las ganancias de aquel son proporcionales al suceso de su fabricacion.

Es indispensable que los trabajos mas necesarios sean peor pagados que todos los demas.

Esto se verifica particularmente respecto de los de la industria rural.

Ademas de este inconveniente tiene esta industria el de que el empresario de cultivo no puede indemnizarse de la cortedad de sus ganancias estendiendo su labor ó aumentando considerablemente el número de sus tierras.

Asi no tiene aliciente esta industria para las personas ricas.

Los propietarios territoriales que no cultivan, son personas estrañas á la industria rural, no siendo mas que prestamistas de fondos.

Distribuyen estos segun las conveniencias   —278→   de aquellos que se los toman para emplearlos por sí mismos.

Hay en esta industria cuatro especies de empresarios: dos con mas ó menos medios que se llaman grandes y pequeños arrendadores; y las otras dos casi sin medios que se llaman parceros y pegujaleros.

De aqui nacen cuatro especies de cultivos esencialmente diferentes.

La division entre cultivo grande y pequeño es insuficiente, y está espuesta á equivocaciones.

La agricultura es pues la primera de las artes mirada con respecto á la necesidad, pero no con respecto á la riqueza.

Esto consiste en que nuestros medios de subsistencia y nuestros medios de existencia, aunque comunmente se han confundido, son cosas muy diferentes entre sí.

  —279→  

CAPITULO V, pág. 160

De la mudanza de lugar ó de la industria mercantil.

El hombre aislado fabricaria; pero no podria comerciar.

Porque comercio y sociedad son una misma cosa.

Solo el comercio anima á la industria.

Comienza uniendo los hombres de una misma comarca; despues diferentes comarcas del pais, y finalmente diversas naciones.

La mayor ventaja del comercio esterior y la única que merece atencion consiste en dar mas actividad y estension al comercio interior.

Los comerciantes, segun el verdadero significado de esta voz, facilitan el comercio; pero este puede existir y existe de hecho antes que ellos y sin necesidad de su intervencion y servicios.

  —280→  

Dan un nuevo valor á las cosas mudándolas de lugar, como los fabricantes mudándolas de forma.

De este aumento de valor salen todas sus ganancias.

La industria mercantil presenta los mismos fenómenos que la fabril. Hay en ella teoria, aplicacion y egecucion; sabios, empresarios y obreros: estos trabajadores son pagados del mismo modo en una que en otra, y tienen en ambas las mismas funciones, los mismos intereses, &c. &c.

CAPITULO VI, pág. 176.

De la moneda.

El comercio puede existir y existe hasta cierto punto sin moneda.

Los valores de todas las cosas que tienen valor sirven de medida recíproca.

Los metales preciosos, que son una   —281→   de estas cosas que tienen valor, vienen muy luego á ser la medida comun de todas por las ventajas que tienen para esto.

Sin embargo no son todavia moneda, porque esta cualidad no se la da á un pedazo de metal, sino la estampa del Soberano, que sirve para justificar su peso y ley.

La moneda de plata es la única y verdadera medida comun.

La proporcion entre el oro y la plata varía segun los tiempos y lugares.

La moneda de cobre es una falsa moneda, solamente buena para hacer pequeños pagos y acabalar los grandes.

Hubiera sido bueno que las monedas no hubiesen tenido otro nombre que el de su peso, y que nunca se hubiesen imaginado las denominaciones arbitrarias que se llaman monedas de cuenta, como libras, sueldos, dineros, &c. &c.

  —282→  

Pero una vez admitidas y usadas estas denominaciones en contratos, escrituras y demas actos públicos, el disminuir la cantidad de metal á que corresponden, alterando las monedas reales, es robar.

Y este es un robo que perjudica tambien al que le hace.

Pero todavia es un robo mayor y mas funesto el hacer de papel moneda.

Es mayor, porque en esta moneda no queda ya absolutamente valor alguno real.

Es mas funesto, porque deteriorándose este papel gradualmente, hace el mismo efecto mientras dura que el que haria una infinidad de alteraciones sucesivas de la moneda.

Todas estas iniquidades se fundan en la falsa idea de que la plata no es mas que un signo, siendo realmente un valor y un riguroso equivalente de lo que paga.

Siendo la plata un valor como cualquiera   —283→   otra cosa útil, debe haber tanta libertad para alquilarla como la hay para alquilar una tierra, una casa, &c.

El cambio propiamente dicho, es un simple trueque de una moneda por otra.

El banco ó el servicio propio del banquero consiste en facilitar que se tome en el punto que se quiera la misma suma de dinero que se le entrega donde él está.

Los banqueros hacen ademas otros servicios como descontar, prestar, &c.

Todos estos banqueros, cambistas, prestamistas, descontadores, &c. &c. tienen una gran tendencia á reunirse en grandes compañias á causa de la unidad de sus intereses: pretestan que lo hacen para que sus servicios sean mas baratos, haciéndolo realmente para obligar á pagarlos á mayor precio.

Todas las compañias privilegiadas despues de haber emitido muchas cédulas, acaban solicitando de los gobiernos una   —284→   autorizacion para no pagarlas á la vista, y de este modo introducen forzosamente el papel moneda.

CAPITULO VII, pág. 246.

Reflexiones sobre lo que precede.

Me parece que hasta aqui he seguido el mejor camino para llegar al término que me propuse.

Porque no quise hacer un tratado de economia política, sino de la voluntad, que fuese una continuacion al tratado del entendimiento: de consiguiente no he debido descender á pormenores, sino limitarme al encadenamiento severo de las proposiciones mas principales.

Sin embargo, lo que hemos dicho hasta aqui destruye muchos errores muy trascendentales.

Tenemos ya una idea precisa de la formacion de nuestras riquezas.

Nos queda que hablar de su distribucion   —285→   entre los miembros de la sociedad y de su consumo.

CAPITULO VIII, pág. 252.

De la distribucion de las riquezas entre los individuos.

Ahora debemos considerar al hombre atendiendo á los intereses que tienen los individuos.

La especie es fuerte y poderosa, pero el individuo es esencialmente miserable.

La propiedad y la desigualdad son dos condiciones invencibles de nuestra naturaleza.

El trabajo aun el mas torpe é inutil es una propiedad considerable, mientras que hay tierras que ocupar.

Sin razon han sostenido algunos escritores que hay no propietarios.

Aunque muchos intereses particulares nos dividan, todos estamos reunidos   —286→   por los que tenemos como propietarios y consumidores.

A medida que se perfecciona la agricultura se van desenvolviendo y perfeccionando las demas artes.

La miseria comienza cuando la demanda del trabajo es inferior á lo que ellas producen que va cada dia en aumento.

El estado de comodidad y conveniencia general en una nacion es necesariamente transitorio, y la causa es la fecundidad de la especie humana.

CAPITULO IX, pág. 274.

De la multiplicacion de los individuos, ó de la poblacion.

El hombre multiplica rápidamente donde tiene muchos medios de existencia.

Unicamente la falta de estos medios hace que la poblacion sea retrograda ó solamente estacionária.

Entre los salvages se detiene muy luego,   —287→   porque tienen pocos medios de existencia.

Los pueblos civilizados tienen mas. Su poblacion es siempre proporcionada á los medios que tienen y al buen uso que hacen de ellos; pero llega tambien á detenerse el incremento de su poblacion.

Luego existen siempre tantos hombres cuantos pueden existir.

Luego es un absurdo el empeñarse en multiplicarlos de otro modo que multiplicando sus medios de existencia.

Luego, finalmente, es bárbaro el deseo de esa multiplicacion de los hombres, porque siempre toca su aumento el límite de la posibilidad, y pasado este no hacen mas que sofocarse los unos á los otros.

  —288→  

TOMO SEGUNDO.

CAPITULO X, pág. 5.

Esplicacion y consecuencias de los principios establecidos en los dos capítulos precedentes.

Traigamos á la memoria, 1.º que todos somos opuestos en intereses, y desiguales en medios.

2.º Que á pesar de esto nos reunen los intereses que todos tenemos como propietarios y consumidores.

3.º Que de consiguiente no hay en la sociedad clases constantemente enemigas unas de otras.

La sociedad se divide en dos grandes clases, la de los asalariados y la de los que los asalarían.

Esta segunda se subdivide en dos especies, á saber:

  —289→  

La de los ociosos ó pasivos que viven de su renta, y cuyos medios no se aumentan.

La de los laboriosos ó activos que agregan su industria á las anticipaciones que pueden hacer: sus medios apenas se aumentan despues que llegan á cierto término.

Luego el fondo de que viven los asalariados viene á ser con el tiempo una cantidad casi fija.

La clase de los asalariados recibe la demasiada plenitud de las otras.

Asi la estension á que puede llegar es la que determina la de la poblacion total y la que esplica todas sus variaciones.

Síguese de aqui que todo lo que es realmente útil al pobre es siempre realmente útil á todo el cuerpo de la sociedad.

El pobre considerado como propietario tiene interés, 1.º en que se respete el derecho de propiedad, y aun le importa   —290→   mucho que se respete la conservacion de las propiedades de los que le asalarían. Tambien es justo y útil dejarle una libertad absoluta para que elija el trabajo que quiera y la morada que mas le guste.

2.º En que los salarios sean suficientes para mantenerse. Tambien importa á la sociedad que el pobre no sea demasiado menesteroso.

3.º En que estos salarios sean constantes. Las variaciones en los diferentes ramos de la industria son una verdadera calamidad y lo son mucho mayor las del precio de los granos. Los pueblos rurales son los mas espuestos de todos á esta última desgracia; los mercantiles apenas estan espuestos á la primera, y cuando lo estan, siempre es por su culpa.

Considerado el pobre como consumidor está interesado en que la fabricacion sea económica, las comunicaciones fáciles, muchas y variadas las relaciones mercantiles.   —291→   La simplificacion de las operaciones de las artes y la perfeccion de los métodos le hacen mucho bien y ningun mal; y asi se ve que aun en todas estas cosas, su interes es el mismo que el de la sociedad en general.

Examinada la oposicion de nuestros intereses veamos ahora la desigualdad de nuestros medios.

Toda desigualdad es un mal, porque es un medio de ser injusto.

Hay desigualdad de poder y desigualdad de riqueza.

La desigualdad de poder es la mas sensible: esta es la que existe entre los salvages.

La sociedad disminuye la desigualdad de poder; pero aumenta la de riqueza, que cuando es estremada produce la de poder.

Este inconveniente es mas ó menos dificil de evitar, segun son las circunstancias. De aqui nace la distinta suerte de las naciones.

  —292→  

Este círculo vicioso es el que esplica el encadenamiento de muchos sucesos de que se ha hablado siempre de un modo vago y muy inexacto.

CAPITULO XI, pág. 74.

Del uso de nuestras riquezas ó del consumo.

Despues de haber esplicado como se forman y distribuyen nuestras riquezas, es muy fácil ver como nos servimos de ellas.

El consumo es siempre lo opuesto á la produccion.

Sin embargo varía segun la especie de los consumidores y la naturaleza de las cosas consumidas. Consideremos antes los consumidores.

El consumo de los asalariados debe mirarse como consumo de los capitalistas que los asalarían.

Estos ó son ociosos que viven de rentas, ó activos que viven de ganancias.

  —293→  

Los primeros no asalarían mas que un trabajo estéril, y asi su consumo es una verdadera destruccion, y no les es posible gastar anualmente sino sus rentas.

Pero los otros espenden cada año sus fondos y los que toman en alquiler de los capitalistas ociosos; y aun sucede que los espeden muchas veces al año.

Su consumo es de dos especies.

El que hacen para la satisfaccion de sus necesidades personales es difinitivo y estéril como el de los ociosos.

El que hacen como industriosos vuelve á su poder con ganancias.

Con estas ganancias pagan su gasto personal y las rentas de los capitalistas ociosos.

Asi pues, los industriosos pagan á los asalariados que emplean directamente, á los censualistas que viven de sus rentas, y á los que estos asalarían; de todo lo cual se reembolsan mediante la venta que hacen   —294→   á esas clases de gentes de sus nuevos productos.

Esto es lo que constituye la circulacion, cuyo único fondo es el consumo productivo.

En cuanto á la naturaleza de las cosas consumidas el consumo mas lento es mas económico, y el mas rápido el mas destructivo.

Asi el lujo, esto es el consumo supérfluo, no puede acelerar la circulacion ni aumentar sus fondos.

No hace mas que sustituir gastos inútiles á gastos provechosos.

El lujo lo mismo que la desigualdad es un inconveniente inseparable é inherente al aumento de las riquezas; pero no puede ser causa de este aumento.

La historia manifiesta muy bien lo que sucede donde quiera que se suprimen los gastos inútiles.

Todas las teorías contrarias á esto se   —295→   reducen siempre á esta proposicion insostenible: destruir es producir.

CAPITULO XII, pág. 140.

De las rentas y gastos del gobierno y de sus deudas.

La historia del consumo del gobierno no es sino una parte de la historia del consumo general.

El gobierno es un consumidor muy grande; no vive de ganancias sino de rentas.

Es útil que el gobierno posea bienes raices. Fuera de otras razones, porque cuantos mas tenga tanto menor será la cuota de los impuestos.

El impuesto es siempre un sacrificio que el gobierno exige de los particulares.

Mientras que no ataca sino á las comodidades personales de cada uno no produce otro efecto que el de mudar los gastos de una mano á otra.

  —296→  

Pero cuando ataca ó cercena el consumo productivo disminuye la riqueza pública.

Toda la dificultad consiste en conocer y discernir los casos en que el impuesto produce el uno ó el otro efecto.

Para este fin es preciso dividir los impuestos en seis clases.

Se hace ver primeramente que los impuestos de cada una de estas seis clases perjudican de distintos modos que les son peculiares.

Se manifiesta despues á quien ó á quienes perjudica precisamente cada uno de ellos.

¿Se exige de mi una consecuencia de todo esto que pueda ser útil en materia de impuestos? Esta es. Los mejores impuestos son: 1.º los mas moderados porque son los que obligan á menores sacrificios y los que exigen menos violencias: 2.º los mas variados, porque se contrapesan unos á otros: 3.º los mas antiguos, porque el   —297→   tiempo ha hecho que influyan en todos los precios, y todo se ha arreglado á ellos.

En cuanto á los gastos del gobierno decimos que son necesarios pero son estériles; y asi es de desear que sean los menores posibles.

Aun es mas importante que el gobierno no contraiga deudas.

Es una desgracia grande que tenga la posibilidad de contraerlas.

Esta posibilidad que se llama crédito público, arruina prontamente á todos los gobiernos que usan de él: no tiene ninguna de las ventajas que se le atribuyen y descansa sobre un falso principio.

Es de desear que se reconozca universalmente esta verdad: que los actos de un poder legislativo, cualquiera que sea este, nunca pueden obligar á sus sucesores; y que se declare solemnemente que este principio se estiende tambien á los empeños que pueda contraer con sus prestamistas.

  —298→  

CAPITULO XIII, pág. 254.

Conclusion.

Este no es propiamente un tratado de economia política, sino la primera parte de un tratado de la voluntad.

Asi nos he debido entrar en todos los pormenores económicos, pero sí subir cuidadosamente hasta los primeros principios que se derivan de la observacion de nuestras facultades, é indicar cuanto es posible las relaciones entre nuestras necesidades morales y fisicas.

Esto es lo que he procurado hacer, y hemos visto las verdades incontestables que se deducen.

Serán sin embargo puestas en duda, pero aun menos por el interes que por las pasiones.

FIN DE LA ECONOMIA POLITICA



  —299→     —300→  

ArribaPRINCIPIOS LOGICOS O RECOPILACION DE LOS HECHOS RELATIVOS AL ENTENDIMIENTO HUMANO.

POR Ms. DESTUTT CONDE DE TRACY, par de Francia, miembro del Instituto nacional y de la Sociedad filosófica de Filadelfia.

  —301→  

ADVERTENCIA

Mucho tiempo ha que existe este pequeño escrito, y yo le tenia absolutamente olvidado. Publícole porque se me asegura que puede ser útil á los jóvenes que se dedican á esta clase de investigaciones, indicándoles los hechos principales que deben observar y verificar, y á los que incurriesen en la tentacion de despreciar este importante ramo de nuestros conocimientos, dispertándoles la curiosidad de poseerlos. Deseo pues que sirva para ambas cosas.

  —302→  

Si en él se encontrasen algunas aserciones que á primera vista parezcan dudosas, aventuradas ó falsas, pido al lector que no las condene irrevocablemente solo con verlas enunciadas, y que se tome el trabajo de buscar y examinar su esplicacion y sus pruebas en mis Elementos de Ideológia; porque aqui no me propongo hacer una obra que supla por ellos, sino que facilite únicamente su lectura.

  —303→  

CAPITULO PRIMERO.

DE LA LOGICA.

Lo que es la lógica y lo que debe ser esta ciencia.

No ha sido hasta ahora la lógica otra cosa que el arte de sacar consecuencias legítimas de una proposicion que se habia supuesto verdadera y estaba concedida como tal.

Pero en primer lugar, aunque las reglas que para ese fin se nos han dado fuesen   —304→   buenas, nada hay en ellas que nos asegure de su exactitud, pues todas se fundan sobre el silogismo, cuyas diversas formas se apoyan sobre el principio de que dos cosas iguales á una tercera son iguales entre si; por lo cual el silogismo consiste únicamente en introducir un término medio entre el mayor y el menor.

Verdadero es ese principio, mas no aplicable al caso presente, porque no es verdad que el término mayor, el menor y el medio de un silogismo sean exactamente iguales entre sí, pues si lo fuesen, espresarian una sola y misma cosa. Es igualmente falso que la mayor, la menor y la consecuencia de un silogismo sean proposiciones iguales entre si: si fuesen perfectamente iguales, nada diria la una mas que la otra, y no se habria adelantado mas en la tercera que en la primera: si al contrario dice la menor otra cosa que la mayor, y la consecuencia mas que ambas, no son iguales entre sí. Esto no tiene réplica50;y asi todo nuestro sistema   —305→   tema de argumentacion y raciocinio está mal fundado.

Aun cuando el principio en que se apoya este sistema le justificase plenamente nos restaba probar ese mismo principio y todos los demas sobre que se argumenta, hasta hallar en qué y por qué son verdaderos; y esto ni aun lo han emprendido los lógicos. Establecen por primer principio que no se ha de disputar de los principios; y sin embargo de eso cada uno admite mas ó menos que sus predecesores, aprobando ó censurando los que le parece; pero ninguno nos demuestra la primera causa de la verdad de los que admite y de la falsedad de los que desecha.

Unos dicen que se ha de estar á lo que dicta el buen sentido, al íntimo convencimiento, al sentimiento interior del   —306→   que tiene su razon libre: otros que una proposicion es cierta, indubitable, cuando tiene un sentido claro y distinto, ó cuando puesta en otros términos no puede hallársele un sentido mas claro ni mas cierto, ó cuando la contradictoria implica contradiccion y absurdo, &c. &c.

Todo esto, aunque vago y sugeto en la práctica á mil dificultades, puede ser exacto y verdadero; pero era menester manifestar por qué; y esto es lo que nadie ha hecho hasta ahora. Estas proposiciones estan, á pesar de eso, en el caso de otras muchas, cuya verdad necesita probarse y es susceptible de esplicacion y demostracion, porque no se ha encontrado al primer paso. Preciso es que se pueda mostrar claramente cómo se ha llegado á ella y qué razon ha habido para fijarse en ella. El hombre ha sentido antes de juzgar: ha hecho juicios confusos antes de formar proposiciones esplícitas: ha asentado proposiciones particulares antes de establecerlas generales; y todo esto pide esplicacion.

No habiéndose hecho esto debemos convenir en que nuestra lógica, aunque nada hubiese que reprender en sus operaciones, apoya en una idea falsa la deduccion de las consecuencias: está falta   —307→   de un punto fijo, en que se aseguren todos sus principios; y por consiguiente carece de una base cierta de que poder partir y que pueda afianzarnos la solidez y realidad de lo que sabemos ó creemos saber: por cuya causa jamas ha sido posible refutar victoriosa y metodicamente á los escépticos mas temerarios, y se han contentado sus adversarios con eludirlos y confundirlos con un desprecio afectado que oculta y descubre al mismo tiempo la impotencia de vencerlos, siendo mas fácil despreciar que responder.

Podrán, y acaso deberán haberse contentado con esta situacion precaria mientras que la ciencia humana ni aun daba esperanzas de llegar al origen y causa primera de toda certeza, habiendo hecho cortos progresos y consistiendo casi únicamente en algunas especies ó ideas mas ó menos felices; pero en el dia son muchos los adelantamientos que atestiguan la fuerza del entendimiento humano: muchos de nuestros descubrimientos no son frutos casuales del genio que adivina, sino efectos de la razon que vé: muchas aserciones establecidas metódicamente se han encontrado confirmadas por hechos posteriores; finalmente, todo prueba que hay verdades ciertas para nosotros y que nuestra   —308→   inteligencia puede tener una marcha segura y constante en todos los ramos de sus investigaciones: hay pues un derecho y un deber de exigir que la lógica que pretende presidir á todos nuestros conocimientos, sea en sí misma una ciencia rigurosa; que tenga un punto fijo de donde partir; que todos sus principios no sean mas que consecuencias de un primer hecho ó fenómeno presentado por la naturaleza; que nos dé la razon de nuestros estravíos y de nuestros aciertos, en una palabra, que sea realmente la ciencia de la verdad y nos manifieste claramente en lo que esta consiste. Esto es lo que debe hacer y lo que debe ser la lógica. Hasta tanto no se la puede considerar sino como un juego frívolo y el mas engañoso de todos: preciso es renovarla totalmente.

CAPITULO II.

De nuestra existencia, y cómo esta consiste en que sentimos.

Síguese de lo que acabamos de decir, lo primero, que la lógica no puede consistir sino en el estudio de nuestra inteligencia,   —309→   pues que las operaciones de esta son las que se trata de examinar y juzgar: lo segundo, que su primer cuidado debe ser el de buscar cuál es la primera cosa de que estamos seguros para pasar de esta á las que se deriven necesariamente de ella y tendrán por consiguiente igual certidumbre. Pero estas dos condiciones nos traen á la par al estudio de nosotros mismos; porque ¿donde podríamos hallar esta primera cosa ó este primer hecho sino dentro de nosotros? Entremos pues con la reflexion en nuestro interior. ¿Qué encontramos en él? El sentimiento. No existimos sino porque sentimos, y no existiríamos si no sintiésemos. Nuestra existencia consiste en sentirla en las diversas modificaciones que recibe, y al mismo tiempo estamos seguros de sentir lo que sentimos. Asi pues la primera cosa que sabemos es nuestra propia existencia, y la sabemos indubitablemente.

He aqui un primer hecho cierto; he aqui la primera certidumbre de todas. Descartes fué el que dió este primer paso hecho. Despues de haber convenido consigo mismo en mirar como dudoso todo cuanto hubiese podido saber y conocer, dijo: yo dudo, siento que dudo, estoy   —310→   seguro de dudar, ó por lo menos de creer que dudo; pero dudar ó aunque no sea mas que creer dudar es sentir, es pensar algo; y pensar ó sentir es existir: luego estoy seguro de ser, de existir siendo un ser pensador. De este modo fue el primero de los hombres que halló el verdadero principio de toda lógica; y despues de él todo lo que se ha hecho verdaderamente importante en esta ciencia, se ha reducido á echar por tierra la hipótesis de las ideas innatas que él mismo habia creado imprudentemente;51 á manifestar   —311→   mas circunstanciadamente que él nuestras varias operaciones intelectuales, y á conocer cómo estas nos hacen ver la existencia de los seres distintos de nosotros. Pero Descartes se estravió inmediatamente despues de haber comenzado tan bien, por haber saltado algunos intermedios, y los que le han seguido no han procedido aún con bastante rigor. Tomemos pues no mas que en la entrada el camino que él abrió, y sigámosle paso á paso como él debiera haberlo hecho, sin cuidarnos de seguirle como nuestra guia y mucho menos á otro alguno.

Yo estoy seguro de que siento, y mi existencia consiste en sentir: asi yo estoy mas inmediatamente asegurado de mi existencia que de la de otra cosa cualquiera. Empecemos pues examinando esta existencia directamente y con separacion de todas las demas, y veamos lo que podemos notar en la sensibilidad que la constituye.

Unicamente se trata aqui de observar nuestra sensibilidad: sus actos, es decir, sus diferentes modos que constituyen nuestras diferentes maneras de existir, y las consecuencias que resultan de estas maneras de ser: de ningun modo tratamos de descubrir cual es el ser dotado de esta sensibilidad, cual su naturaleza, su   —312→   principio, su fin ó su destino futuro. Estas últimas investigaciones podrán pertenecer á la metafisica que es de la jurisdiccion de la teología, pero son estrañas á la ideológia que es la que únicamente pertenece á la lógica: por otra parte bien se vé que no es su examen el que nos debe ocupar en los principios; porque nuestra sensibilidad como cualquier otro obgeto no se nos manifiesta sino por sus efectos, y es menester estudiarlos para conocerla y subir despues hasta sus causas; y si intentásemos descubrirlas, deberiamos servirnos de las operaciones y métodos que el estudio de esta misma sensibilidad nos hubiese hecho reconocer como los mejores. Asi pues este exámen será una aplicacion de la lógica, mas no una parte suya.

CAPITULO III.

De los diferentes modos de nuestra sensibilidad.

Yo estoy seguro de que siento y estoy cierto de que nada puedo esperimentar ó conocer sino en virtud de esta propiedad que tengo de ser susceptible   —313→   de impresiones; pero tambien estoy cierto de que soy capaz de una multitud de impresiones diversas. Veamos pues si en esta multitud podemos reconocer algunos modos distintos y hacer de ellos diferentes clases bajo las cuales se coloquen todas nuestras percepciones para poner algun órden y dar alguna luz en esta materia.

Observo primeramente que muchas veces me encuentro agitado de una cierta disposicion que llamamos querer: todos conocemos por esperiencia y por sentimiento esta modificacion de nuestro ser: sabemos que consiste en el deseo de probar ó de evitar un modo de ser cualquiera; y no la podemos confundir con otra alguna: he aqui pues un modo distinto de mi sensibilidad que llamo voluntad, y deseos á sus actos

Noto despues que no puedo concebir en mí, ni aun en ser alguno animado, un deseo sin un juicio anterior implicito ó esplicito que pronuncie que debo buscar ó evitar tal impresion. Pero cuando se juzga que una cosa es de desearse no por eso se la desea todavia: cuando juzgamos, notamos una disposicion diferente que cuando deseamos: es aquel un acto de nuestra sensibilidad diverso de éste; y á esta nueva   —314→   accion ó funcion se la llama juicio, lo mismo que á las percepciones que de ella resultan; porque nuestras lenguas son pobres y mal formadas en todo lo que respecta á las operaciones de nuestra mente; y debe ser asi , pues no habiendo sido jamas estas bien distinguidas, necesariamente han de estar mal significadas.

Consiste la accion de juzgar en ver que la idea que se tiene de una cosa pertenece á la idea que se tiene de otra. Cuando juzgo que un fruto es bueno ó malo, veo, percibo ó siento que en la idea total que tengo de aquel fruto está comprendida la idea de ser bueno ó de ser malo; y asi la percepcion llamada juicio que resulta del acto de juzgar, es siempre la percepcion de que una idea contiene á otra.

Esto me conduce á otra observacion. Para que yo vea que una idea contiene á otra es menester que antes haya percibido estas dos ideas. Hay pues otro acto de mi sensibilidad que consiste en sentir ó en percibir pura y simplemente una idea ó una percepcion cualquiera. Este acto ni es el de juzgar ni el de desear: es distinto de ambos y anterior á ellos aunque no sea mas que un instante, y se le puede llamar especialmente sentir.

Mas la percepcion que yo siento ó la   —315→   idea cualquiera que yo percibo puede ser efecto directo de una causa presente, ó no ser sino el recuerdo de una impresion ya probada ó de una idea anteriormente percibida. Esta circunstancia es bastante notable é importante para distinguir dos especies en la simple accion de sentir sin que todavia lleguemos á juzgar ni á desear; y podemos llamar á la segunda de estas dos maneras de sentir acordarse, y á sus efectos recuerdos.

Asi pues aunque todo efecto de nuestra sensibilidad, todo acto de nuestra mente, todo modo de nuestra existencia consiste siempre en sentir alguna cosa, podemos distinguir cuatro modificaciones esencialmente diversas en esta accion de sentir, á saber, las de sentir simplemente, acordarse, juzgar y querer; y llamarémos á sus efectos sensaciones, para denotar las percepciones directas, recuerdos, juicios y deseos.

Estas distinciones son otros tantos nuevos hechos de que estoy tan cierto como del primer hecho general, yo siento; y estoy cierto de ellos de la misma manera, es decir, porque yo los siento, que es el único modo que tengo de asegurarme de cualquier cosa.

Bien se que muchos observadores del   —316→   hombre han notado y creido deber distinguir otras muchas modificaciones de nuestra sensibilidad, tales como la reflexion, la comparacion, la imaginacion, &c.; y no niego que estos sean efectivamente otros tantos estados de nuestra sensibilidad ú operaciones de nuestro pensamiento que realmente se diferencian entre sí; pero de ellas no resultan inmediatamente en nosotros percepciones de un nuevo género que podamos llamar reflexiones, comparaciones é imaginaciones. Cuando comparo dos ideas, ó las siento y las juzgo, ó no hago nada: lo mismo sucede cuando reflexiono sobre ellas. Cuando imagino, junto diferentemente ideas que ya tenia, separo unas, reuno otras y formo de ellas diversas combinaciones; pero todo esto lo hago en virtud de que las percibo y hago juicios con ellas. Tenemos pues que estas son otras tantas operaciones intelectuales diversas en buen hora, pero no elementales y primordiales, puesto que se resuelven en las que dejamos notadas. Lo mismo hallariamos en todos los casos que quisiésemos examinar detenidamente; y asi debemos concluir que nunca hacemos otra cosa sino percibir, juzgar y querer. Pasemos adelante.

  —317→  

CAPITULO IV.

De nuestras percepciones ó ideas.

Prosigo el exámen de mi propia existencia porque es la única de que estoy seguro directa é inmediatamente: ella consiste en que yo siento; y continúo observándola en abstracto y separadamente de la existencia de cualquier otro ser, porque esta no me es conocida sino subsiguiente y mediatamente: despues veremos como descubrimos esta segunda existencia; en que consiste; lo que sabemos y lo que debemos pensar de ella. Sin embargo, mientras tanto hablaré siempre de los cuerpos como si realmente existiesen: esta es la opinion general, y bien pronto hallarémos que es fundada.

Todas las percepciones ó ideas que no hacemos mas que sentir, y en cuya consecuencia juzgamos y deseamos despues, son muy diferentes entre sí.

Tenemos primeramente sensaciones propiamente dichas, que no son sino simples impresiones que recibimos de todos los seres que hieren nuestra sensibilidad, contando entre estos nuestro mismo cuerpo:   —318→   tal es la percepcion de una quemadura ó picadura. Tenemos ideas de los seres que obran sobre nosotros, las cuales se componen de la reunion de todas las afecciones que nos causan: tal es la idea de un peral ó de un guijarro. Tenemos asimismo ideas de los propiedades, de las acciones, de las cualidades de estos mismos seres, las cuales no son tampoco sino las impresiones que recibimos de ellos, consideradas no en nosotros mismos, sino en los seres que las producen: tal es la idea de calor ó de pesadez.

Todas estas ideas son primeramente relativas á un solo hecho: son individuales y particulares: despues las estendemos á todos los hechos que se asemejan, prescindiendo de sus diferencias, y se hacen generales y abstractas. Asi la idea quemadura no es ya la de tal quemadura determinada, sino la de todas las quemaduras: la idea de un árbol no es la de un determinado árbol, sino la de todos los árboles: la idea de calor no es la del calor de tal cuerpo, sino la del calor de todos los cuerpos calientes.

En seguida de esto establecemos grados en estas ideas generales y abstractas, y formamos ideas de especies, de géneros, de clases por medio de eliminaciones   —319→   que hacemos sucesivamente; de modo que cuanto es menor el número de seres á que convienen esas ideas, mas particularidades incluyen de cada uno de ellos, y al contrario cuanto es mayor el número de aquellos á que se estienden, menos elementos contienen peculiares de cada individuo: asi es como nos formamos sucesivamente las ideas peral, árbol, vegetal, cuerpo, y finalmente, ser ó ente, que siendo la mas general de todas, no comprende mas que una sola propiedad comun á todos los seres, que es la de existir de cualquier modo que sea.

Todo esto no siempre se ha visto con toda claridad, ó acaso nunca, y sin embargo podia haberse visto prestando una ligera atencion, si los observadores no hubiesen estado preocupados con prevenciones anticipadas.

De cualquier modo que sea, tenemos muchas especies de percepciones diferentes unas de otras: su número y su diversidad han podido ofuscarnos; mas si no estamos poseidos de la incurable mania de sustituir á la observacion hipóteses y congeturas, no supondremos para esplicar la formacion de esas ideas que nos las da inmediatamente y á cada momento una causa sobrenatural; ó que en una época   —320→   que no podemos fijar existian todas en una porcion indeterminable de nuestro individuo, que las olvidó y las trae á la memoria segun que se las recuerdan los casos que podrian producirlas; ni haremos otras ficciones como estas. Por fortuna es en el dia inútil insistir sobre tales desvaríos que por tanto tiempo han ocupado la imaginacion.

Nos es fácil ver considerándonos á nosotros mismos, que todas esas ideas se forman fácilmente en nosotros únicamente por las operaciones de sentir y juzgar; que son otros tantos compuestos y subcompuestos de un corto número de elementos primitivos, que son nuestras simples sensaciones, las cuales aunque poco variadas, suministran una cantidad verdaderamente infinita de combinaciones, casi del mismo modo que treinta ó cuarenta caractéres bastan para la formacion de todas las palabras imaginables de los idiomas existentes y posibles; y la demostracion de esto se completa atendiendo á que en esa multitud innumerable de ideas nos es absolutamente imposible descubrir una sola que no tenga su orígen mas ó menos remoto en las sensaciones, y que al contrario nos es igualmente imposible inventar una sola sensacion   —321→   ó un solo sentido esencialmente distinto de estos de que estamos dotados. Todo es por nuestras sensaciones y nada sin ellas: vé aqui nuestra historia; y nuestro modo constante de elaborarlas es recordarnos á consecuencia de sentir, y querer á consecuencia de juzgar.

Hasta este punto me persuado que estan bien aclarados los actos de nuestra sensibilidad, bien reconocida nuestra íntima existencia, y reconocida con tanta certidumbre en sus pormenores como en su conjunto. Pero ¿qué es lo que liga esta existencia con la del resto de la naturaleza? ¿Es este una ilusion ó es una realidad? Me parece que ya estamos en el caso de dar noticia de eso. Puesto que nos vemos claramente á nosotros mismos, es decir, que vemos nuestros medios de conocer, tambien podemos ver claramente lo que estos medios son capaces de enseñarnos, y conviene tener presente que no hay otra manera que esa de conseguirlo.

  —322→  

CAPITULO V.

De la existencia de todos los seres distintos de nuestro yo.

Unicamente porque sentimos estamos seguros de nuestra existencia, ó de la existencia de nuestro yo sensitivo ó que siente; y puesto que esa existencia consiste solo en sentir, la de los seres distintos de nosotros, si existen, no puede consistir para nosotros sino en ser sentidos, ó como se dice comunmente, en las impresiones que nos causan. Esto es cierto; pero esa segunda existencia ¿es real ó ilusoria? Este es el punto que ahora se trata de poner en claro. ¡Pluguiese á Dios que Descartes despues de haberse convencido de su existencia hubiera emprendido esta investigacion, en vez de imaginar en seguida esencial y sustancias, y determinar osadamente la naturaleza intima de lo que no tenia bastante obervado!

Si nuestra sensibilidad no tuviese otra propiedad que la de producir percepciones ó sentimientos, nosotros no conoceriamos sino estas percepciones, y ciertamente no sabríamos ni aun sospechariamos   —323→   jamas de dónde nos vienen ni qué es lo que las produce. Podríamos sentirlas y recordárnoslas, juzgar y de consiguiente querer, elaborarlas y hacer con ellas mil combinaciones, mas no referirlas á cosa que nos fuese estraña, ni aun tener la idea de esto: conoceríamos nuestra existencia tal como la acabamos de representar y ninguna otra: todos haríamos lo que hemos esplicado en los capítulos anteriores y nada mas. Preciso es pues que hallemos en nuestra sensibilidad una propiedad que no hemos notado en ella, y que saliendo por decirlo asi de nosotros mismos nos ponga en relacion con el resto de la naturaleza: esto es lo que vamos á ver.

Supóngome un ser puramente sensitivo, una simple mónada con facultad de sentir, sin forma, sin figura, sin relacion, en una palabra, un ser tal como apenas podemos concebirle, que no tuviese absolutamente otra alguna propiedad mas que la de sentir y combinar sus percepciones. Es evidente que en tal caso conoceria mis percepciones y por ellas mi existencia; pero ni aun podria imaginar que me vienen de otra parte y que no nacen en mi espontáneamente y sin causa esterna. No teniendo accion alguna sobre   —324→   otro ser no podria sospechar que hay otros seres que obran sobre mi y los unos sobre los otros: tendria la idea de pasion y no la de accion, la de sentir y no la de obrar; y en este estado si mi voluntad se cumple no puedo saber por qué: si no se cumple tampoco puedo adivinar la causa de ello.

Pero no es esto lo que somos. Cualquiera que sea el principio de nuestra sensibilidad52, se halla ésta íntimamente unida á un conjunto de partes, á un cuerpo y á sus órganos: se egerce principalmente por medio de nuestro sistema nervioso, y sobre todo por el centro celebral, que es eminentemente el órgano secretorio de nuestra mente: ínterin que su accion y reaccion se limita á este sistema nervioso, no hacemos mas que sentir y percibir; pero tiene tambien la propiedad de que su reaccion se egerce sobre el sistema muscular: nuestra voluntad hace contraer nuestros músculos y mover nuestros miembros, y esto nos lo hace advertir un sentimiento cualquiera; y aunque es cierto que ignoramos desde luego que este sentimiento es el del movimiento   —325→   que se produce y que sentimos, sabemos por último que esperimentamos muchas veces este sentimiento cuando lo queremos, y que algunas no le esperimentamos aunque lo deseemos.

Muy pronto nos enseñan repetidos esperimentos que la existencia de este sentimiento se debe á la resistencia de lo que se llama la materia que cede á nuestra voluntad, y que la privacion de él proviene de esta misma resistencia cuando es invencible; y reconocemos ciertamente que lo que resiste á nuestra voluntad es cosa distinta de nuestra virtud sensitiva que quiere, y por consiguiente que existe otra cosa ademas de esta virtud sensitiva que constituye nuestro yo. Este es evidentemente para nosotros el fundamento de la existencia de todo lo que llamamos los cuerpos, y el primer camino por donde llegamos á descubrirla.

Aun cuando no existiese otro fenómeno que este, ni los cuerpos nos manifestasen otra propiedad que la de resistir á los actos de nuestra voluntad, su existencia no seria menos cierta y menos real con respecto á nosotros que la nuestra misma; porque para nosotros, existir es tener percepciones, y existir con respecto á nosotros es causarnos percepciones; y   —326→   nosotros nada podemos conocer jamas sino por sus relaciones con nosotros y con nuestra sensibilidad; pero descubrimos muy pronto en los cuerpos otras muchas propiedades como las de ser movibles, estensos, figurados, graves, sonoros, colorados, &c., y en algunos las de ser animados, sensitivos y querientes como nosotros: unimos todas estas propiedades á la primera de ser resistentes, y de su conjunto nos formamos las ideas que tenemos de estos seres; porque nuestra idea de un ser nunca es otra cosa que la reunion de las percepciones que nos causa ó de las cualidades que conocemos en él.

No entraré en un exámen circunstanciado de la manera con que adquirimos sucesivamente el conocimiento de todas estas propiedades de los cuerpos, y cómo aprendemos á distinguir el que obedece inmediatamente á nuestra voluntad y es el órgano de nuestra sensibilidad, de los que le son estraños, porque esto es inútil para el obgeto que me propongo: solo importaba á mi asunto determinar el sentido de la palabra existencia, probar que es real la de los seres que nos rodean, y manifestar en qué consiste; porque la oscuridad esparcida sobre estas cuestiones la produce en sumo grado sobre la historia   —327→   de las operaciones de nuestro entendimiento. Por la misma razon debo dar algunas luces sobre la formacion de dos ó tres ideas anexas á aquellas, y que por consiguiente nunca han sido bien esplicadas.

CAPITULO VI.

De las ideas tiempo, movimiento y estension.

Acabamos de ver á qué se reduce esa famosa cuestion que tanto se ha embrollado por hacer hipóteses y ficciones en vez de observar. Si nuestra voluntad jamas hubiese obrado directa é inmediatamente sobre cuerpo alguno, nunca hubiéramos sospechado siquiera la existencia de los cuerpos; pero cuando aquella se reduce á acto siente una resistencia, unas veces vencible y otras invencible, segun los casos: lo que la resiste es otra cosa que ella, y lo que resiste es un ser real; porque resistir es ser resistente, es ser, y es existir; y este ser ó mas bien estos seres resistentes reconocemos despues por mil esperimentos que poseen una multitud de propiedades, las cuales aparecen ó   —328→   desaparecen segun que la propiedad fundamental de resistir subsiste, se modifica ó se desvanece.

Hasta que este fenómeno primordial se ha reducido á ese estado de sencillez, ha sido imposible ver la generacion y el verdadero valor de algunas de nuestras ideas, tales como las de tiempo, movimiento, estension. Convendrá que nos detengamos un momento sobre ellas, porque son tan generales que embrollan todos los ramos de nuestros conocimientos mientras no estan bien determinadas.

Un ser sensitivo que no conociese mas que su propia existencia, y sin medios algunos para conocer otros seres que á sí mismo, podria tener la idea de la duracion: bastaria para esto que estuviese dotado de memoria, que tuviese un recuerdo, y que reconociese que era un recuerdo; porque juzgaria que él habia durado desde la primera vez que tuvo esta percepcion, y que la impresion de esta percepcion habia durado en él. Pero este ser no tendria la idea de tiempo, que es la de una duracion medida, ó á lo menos no podria tener la idea clara de un tiempo determinado exactamente; porque siendo nuestras percepciones fugitivas y transitorias, su sucesion en nuestra   —329→   mente no suministra medio alguno de dividir su duracion y la nuestra de una manera fija y precisa en porciones distintas y separadas. Por eso medimos siempre la duracion por el movimiento: siempre un tiempo es manifestado por un movimiento acaecido: los dos movimientos de la tierra, el uno diurno al rededor de su ege, y el otro anuo al rededor del sol, indican el dia y el año, y los de nuestros reloges manifiestan las subdivisiones de estos tiempos. Pero el ser de que hablamos no puede tener la idea de movimiento, pues se necesita de órganos para adquirirla igualmente que la de la estension.

Aunque estemos provistos de órganos sobre los cuales obre inmediatamente nuestra voluntad, no sabemos lo que es el movimiento desde el primer instante en que le hacemos: esperimentamos un sentimiento cuando nuestros miembros se mueven; mas no conocemos que su movimiento consiste en pasar de un punto á otro en el espacio, ó en correr una parte de estension, sino conociendo que la propiedad de los seres llamada estension consiste en que pueden ser corridos por el movimiento, ó en que es menester hacer un movimiento para ir de una de sus partes á otra. Cuando paso mi mano   —330→   sobre la superficie de un cuerpo, al mismo tiempo que siento constantemente que mi brazo se mueve y el cuerpo resiste, descubro que este cuerpo es estenso y que mi movimiento consiste en correrle; de modo que estas dos ideas son esencial y absolutamente correlativas, y no pueden subsistir la una sin la otra. Síguense de aqui dos cosas: la una que nos formamos estas dos ideas á un misino tiempo, y la otra que todo movimiento egecutado es representado exactamente por la cantidad de estension corrida; porque estos dos son un solo y mismo hecho considerado de dos maneras, en el cuerpo corriente y en el cuerpo corrido, ó en el agente y en el paciente53, 54.

  —331→  

Entre todas las propiedades de los cuerpos únicamente la estension tiene la ventaja inapreciable de ser estremamente divisible é invariable: podemos distribuirla en partes distintas por divisiones precisas y permanentes que se representan á nuestros sentidos siempre claras y siempre las mismas; y esto es lo que la hace eminentemente mensurable; porque siempre se la puede comparar á una de sus partes tomada por unidad, que es lo que se llama medir; y esto no puede hacerse con el color, el calor, la dureza, &c. mas bien que con la duracion.

Pero si representamos la duracion trascurrida por un movimiento egecutado, ya que este se representa necesariamente por la estension corrida, tendremos que ambos vienen á participar de las escelentes divisiones de la estension. Pero aun falta una condicion para que sean exactamente medidos; porque siendo siempre la misma la estension corrida, puede ser mayor la cantidad del movimiento y menor la de la duracion ó recíprocamente. Para obviar á este inconveniente   —332→   basta referir toda duracion á un movimiento uniforme y constante que siempre sea el mismo, y tomar por unidad de duracion uno de sus periodos, tal por egemplo, como el dia. Esto es lo que hacemos efectivamente; y asi toda duracion es mensurable, y por la misma razon lo es tambien todo movimiento; porque cuando conocemos la estension que ha corrido y la duracion que ha consumido, tenemos conocida su razon ó su proporcion con el movimiento diurno. De esta manera son medidos la duracion y el movimiento con la mayor exactitud por medio de la estension, y lo son mas ó menos bien todas las demas propiedades de los seres á proporcion que nos es mas ó menos posible comparar sus efectos con medidas de la estension.

Esta última consideracion nos manifiesta la causa de los diferentes grados de certeza de las diversas ciencias, ó por lo menos de los diferentes grados de facilidad de esa certeza; porque aunque esta pueda siempre tener lugar; cuanto mas dificil y fugitiva sea la precision de las medidas, mas fácil es engañarse sobre los valores y las diferencias ó matices de las percepciones que se trata de apreciar. El modo con que conocemos la estension nos   —333→   manifiesta tambien que no sentimos inmediatamente las formas y las figuras de los cuerpos, las cuales no son otra cosa que modificaciones de su estension, ni tampoco sus distancias y sus posiciones que son circunstancias suyas, del mismo modo que sentimos su color, su sabor ó su olor; sino que aquellas son cosas que descubrimos por esperimentos sucesivos, ó de que juzgamos por analogias. Mas no es esta ocasion de descender á tales circunstancias: trátase ahora de dar á conocer los principios de la logica, no los de todas las demas ciencias: basta pues haber asentado bases; y puede que se conozca ya que estas aclaran muchas ideas que embarazaban mucho á los fisicos, geómetras y metafisicos que no eran ideólogos.

Hemos tratado de nuestra existencia íntima, de los diferentes modos de nuestra sensibilidad, de la generacion de las percepciones que nos suministra, de su relacion con la existencia de otros seres y de las principales consecuencias de esta relacion, en una palabra, de la marcha general de nuestra mente, y parece que solo nos restaba deducir consecuencias para la direccion de nuestro entendimiento. Es menester no obstante considerar antes un preliminar necesario para esto:   —334→   es preciso hablar de los signos sensibles de nuestras ideas; porque solo por medio de ellos elaboramos nuestras ideas primitivas: sin ellos jamas hubiéramos formado la mayor parte de las que tenemos, ó se hubieran desvanecido inmediatamente despues de formadas; y nunca se nos presentan sino revestidas de signos, ni hacemos sino asi con ellas nuevas combinaciones. Por tanto para dar razon de estas es preciso haber esplicado el orígen, la naturaleza y los efectos de estos signos. Cuando háyamos hecho este exámen se percibirá mejor su necesidad; y por lo mismo debemos emprenderle actualmente.

CAPITULO VII.

De los signos de nuestras ideas, del lenguage natural y necesario.

Nosotros, y quizas todos los seres sensibles, estamos de tal manera constituidos que cuando tenemos una idea, si no la revestimos prontamente con un signo sensible, luego se nos desvanece, y no podemos ni recordarla si queremos, ni fijarla en nuestra mente para desenvolverla,   —335→   descomponerla y hacer sobre ella profundas reflexiones: asi pues los signos sensibles de que nuestras ideas estan revestidas, nos son muy necesarios para elaborarlas, combinarlas, formar de ellas diferentes grupos, que son otras tantas ideas nuevas, y representarnos estas nuevas ideas, y por consiguiente influyen mucho sobre las operaciones de nuestra inteligencia. Esta es la causa que nos obliga á tratar aqui de ellos, pero no es la que los ha hecho crear.

Un ser animado no bien ha descubierto que existen otros seres sensitivos y querientes como él, cuando siente la necesidad de comunicarles sus percepciones y sus afecciones, sea únicamente por el placer de simpatizar con ellos, sea para determinar la voluntad de ellos en su favor, ó por lo menos para impedir que le dañe.

Pero una idea no es una cosa que puede pasar directa é inmediatamente un ser á otro: es en sí misma absolutamente interna é intrasmisible. Es preciso pues para que un ser sensible participe su idea á otro ser sensible, que haga sobre sus sentidos una impresion representativa de esta idea. Esto puede hacerse desde que estan de acuerdo en que tal impresion es el signo de tal idea; mas   —336→   para hacer este convenio es preciso que ya se entiendan mútuamente, es decir, que se hayan comunicado ideas; y asi semejante convenio supone hecho lo que se trata de hacer. Por tanto no puede ser este el principio del lenguage; y jamas hubieran tenido nuestras ideas signos convencionales si antes no los hubiesen tenido necesarios. Tiénenlos por fortuna, y los deben á la propiedad que tiene nuestra voluntad de egercer una reaccion sobre nuestros órganos y de dirigir nuestros movimientos.

Por solo ser nuestras acciones el efecto de lo que pasa en nuestra mente son tambien sus signos. Cuando un hombre quiere acercar ó alejar de sí una cosa cualquiera, estiende los brazos para alcanzarla ó repelerla; y asi estos movimientos prueban que este hombre desea ó desecha la cosa ácia que se dirigen. Cuando ese mismo hombre está impresionado de alegria, de dolor ó de temor, lanza gritos que son diferentes en estas tres ocasiones; y estos gritos manifiestan cuál es el sentimiento que le conmueve. Por consiguiente estos movimientos y gritos son los signos necesarios de los sentimientos que los causan, y los manifiestan sin poderlo evitar á quien los vé y tiene esperimentado   —337→   que suceden en él las mismas cosas cuando siente iguales afecciones.

Por este medio y no otro descubre tambien un hombre que existen otros seres sensitivos y pensadores como él; porque viendo que ellos hacen lo mismo que él cuando tiene ciertos pensamientos y afectos, juzga que los tienen de la misma manera; y asi desde que conoce que son seres sensitivos tiene elementos de comunicacion con ellos; y cuando quiere manifestarles lo que pasa dentro de sí, puede hacerlo sin que preceda convenio alguno repitiendo las mismas acciones que hacia para egecutar su voluntad ó para obedecer á sus afecciones.

Todo esto se verifica en otros animales del mismo modo que en el hombre; y asi todos tienen un lenguage comun mas ó menos estenso á proporcion que su organizacion es mas ó menos propia para manifestar sus sentimientos, y mas ó menos circunstanciado á medida que su modo de ser es mas ó menos semejante. Todos se entienden entre sí, particularmente si son de una misma especie; pero hasta cierto punto todos entienden á los de las demas especies, y todos vienen á no reconocer como animados á aquellos seres que no tienen medios de manifestarles que   —338→   lo son ó cuya naturaleza se aleja mucho de la suya; y tenemos la prueba de todo esto en sus mismas acciones.

Pero parece que los animales, aun los mejor organizados, no añaden casi convencion alguna espresa á ese lenguage natural y necesario: le usan y no le perfeccionan. El hombre al contrario, ha hecho de él la base de muchos sistemas diferentes de signos tan complicados, tan artificiales y tan puramente convencionales, que ya no es fácil distinguir su primer origen y los diversos grados de su generacion; y sin embargo es preciso llegar á este punto si se quieren conocer las operaciones sucesivas de nuestro espíritu á que se deben esos sistemas de signos, y la reaccion proporcional de estos signos sobre esas mismas operaciones.

CAPITULO VIII.

De los signos de nuestras ideas, del lenguage artificial y convencional.

Puesto que nuestras acciones son los signos naturales de nuestras ideas, con mucha razon llamaron lenguage de accion al lenguage natural los primeros filósofos que percibieron su existencia y sus   —339→   consecuencias. Compónese de gestos y de voces ó sonidos cualesquiera despedidos por la boca.

El lenguage artificial no desprecia medio alguno de estos; porque nosotros mismos que nos servimos de los idiomas mas perfeccionados, nos auxiliamos todavia casi siempre de gestos que aumentan el efecto de nuestros discursos y frecuentemente le modifican: que en muchas ocasiones cambian totalmente el sentido de nuestras palabras, algunas veces suplen absolutamente por ellas; sobre todo en los momentos en que la viveza de la pasion no permite contentarse con una espresion lenta y reflexionada.

Los signos vocales son sin embargo los que forman principalmente el lenguage convencional, como que son los mas cómodos y susceptibles de un número infinitamente mayor de variedades y graduaciones finas y delicadas, y acaso tambien porque espresan mas inmediatamente los afectos que se esperimentan; pues asi como obramos para hacer lo que queremos, proferimos voces para decir lo que nos pasa. De estos signos se componen todos nuestros idiomas; pero en este último estado se hallan tan desfigurados los signos primitivos que cuesta trabajo ver   —340→   como han llegado á ese punto. Probemos no obstante á conseguirlo.

No tratamos aqui de etimología: la cuestion no es hallar cómo todas nuestras palabras se forman unas de otras, y se derivan de algunos sonidos ó sílabas primitivas: este examen es útil bajo ciertos respetos, pero es la genealogía de los sonidos, no la de las ideas; y lo que ahora queremos ver es cómo nuestras voces naturales llegan á formar una lengua, es decir, por qué operaciones intelectuales sucede que se les sustituyan frases compuestas de palabras, ninguna de las cuales hace por sí sola un sentido completo, y que tomadas separadamente no tienen, por la mayor parte, absolutamente significado alguno. La serie de transformaciones sucesivas que producen este último órden de cosas no es quizás tan dificil de hallar como parece á primera vista.

Partamos del estado actual y notemos primeramente, que todos nuestros discursos se componen de lo que llamamos proposiciones, y que todas nuestras proposiciones, cualesquiera que sean las formas de que estan revestidas, pueden reducirse á la especie de aquellas que llamamos proposiciones enunciativas; porque cuando yo digo haz esto, ¿o qué es esto? digo   —341→   realmente: yo quiero que tu hagas esto, ó yo te pregunto que es lo que es esto. Mas en el origen primitivo se espresaba eso por sola una voz ayudada si se quiere, de gestos; y asi estas voces espresan desde luego una proposicion enunciativa entera, del mismo modo que lo hacen en nuestras lenguas las palabras que los gramáticos llaman interjeciones y otras á que reusan dar ese nombre, debiendo dársele porque hacen el mismo efecto que ellas; tales como si, no, &c., porque si quiere decir yo concedo eso, y no vale tanto como yo niego eso. Asi pues el primer estado del discurso es el componerse de interjeciones que espresan cada una de por sí una proposicion enunciativa.

Ahora bien: ¿qué es una proposicion enunciativa? Es la enunciacion de un juicio. ¿Y qué es un juicio? Es la percepcion de que una idea hace parte de otro, ó de que puede y debe ser atribuida á otra. Una proposicion pues siempre encierra dos ideas, el sugeto y el atributo; y la interjecion ó la voz ó grito en el primitivo origen espresa el uno y el otro.

Aun se puede decir que como no sentimos, ni sabemos ni conocemos cosa alguna sino con relacion á nosotros mismos, la idea, que es el sujeto de la proposicion,   —342→   es siempre difinitivamente nuestro yo; porque cuando digo este árbol es verde, digo realmente yo siento, yo sé, ó yo veo que este árbol es verde. Pero por lo mismo que este preámbulo está siempre y necesariamente comprendido en todas nuestras proposiciones, le suprimimos cuando queremos, y toda idea puede ser el sugeto de la proposicion. Volvamos á nuestro asunto.

Deciamos que en el origen nuestras voces ó interjeciones primitivas espresan nuestras proposiciones completas. Por su medio comenzamos á darnos á entender. Bien pronto podemos añadir á ellas una modificacion, es decir, otra voz para indicar especialmente el obgeto que fija nuestra atencion y que manifestamos frecuentemente por un gesto55. Estos gritos ó voces añadidas antes ó despues de la primera vienen á formar los nombres de los obgetos, y he aqui nuestros sustantivos; que pueden ser despues los sugetos de nuevas proposiciones.

  —343→  

Pero ¿qué sucede cuando un nombre espresa ya el sugeto de la proposicion? Véase aqui: cuando digo ay, la voz ay significa yo ahogo, y representa toda la proposicion. Cuando digo yo ay, yo espresa el sugeto, ay no espresa mas que el atributo. He aqui pues que la interjecion ha venido á ser verbo, porque el verbo espresa siempre el atributo de la proposicion. Esta es la esencia de esa palabra verbo que tanto ha embarazado á los gramáticos, que se ha creido tan dificil de imaginar, y que sin embargo, nace tan naturalmente del grito primitivo, cuando hemos dado nombres á algunos obgetos. Por medio de estos nombres podemos variar indefinidamente los sugetos de un mismo atributo, y podemos tambien completar su significacion.

Habiendo llegado á este punto, podemos imaginar facilmente nuevos gritos ó monosílabos para espresar todas nuestras maneras de ser, y aun crear pronto una voz que signifique simplemente ser ó existir sin decir cómo. Esas palabras serán lo que llamamos verbos adjetivos; y la última será el verbo sustantivo, que es propiamente hablando el único verbo ó atributo, y del que reciben todos los demas esta cualidad.

Formarémos del mismo modo gritos   —344→   ó monosílabos para designar todos los obgetos sensibles, segun que los indiquemos por nuestros gestos, y esas palabras vendran á ser sus nombres propios. Bien pronto los generalizarémos y llegarán á ser nombres de clases, de géneros y de especies: podemos dar igualmente nombres á las diferentes cualidades de un obgeto, que serán particulares y llegarán á ser generales.

Es fácil ver que despues podrémos emplear adjetivamente estos últimos nombres para modificar con ellos á los sustantivos ó completar. el verbo ser, darles despues una forma adjetiva para denotar esta nueva funcion, asi como darémos á los verbos diferentes formas para indicar sus modos, tiempos y personas. Asi pues dirémos primeramente: ciervo ligereza ser ó siendo belleza; y despues ciervo ligero es ó era bello. De la misma manera harémos posteriormente de algunos de estos adjetivos preposiciones para unir entre sí á los sustantivos, y quizás conjunciones para enlazar las frases unas con otras, y de algunos sustantivos formarémos pronombres y nombres de persona; y por estos pasos tendrémos todos los elementos no del discurso, como dicen los gramáticos, sino de la proposicion; porque los   —345→   del discurso son las proposiciones mismas. Muy pronto inventarémos tambien giros elípticos ú oratorios y diversos espedientes que nos suministrarán la gramática y la retórica para hacer mas pronta ó mas viva la espresion de nuestras ideas, y tendrémos lenguas muy complicadas aunque haya algunos defectos en su construccion. Todo esto se concibe fácilmente, mas no es este lugar oportuno para hacer una esplicacion mas circunstanciada.

Observemos solamente que todo esto se hace por medio de juicios sucesivos, por los cuales distinguimos las diferentes partes de una idea, es decir, las diferentes ideas parciales que la componen, y por medio de la facultad que tenemos de separar estas partes diferentes para considerarlas aisladamente ó reunirlas de diferentes modos y formar con ellas ideas nuevas. Esto es lo que se llama abstraer; y esta facultad de abstraer es la de que yo pienso que carecen los demas animales, la que nos distingue esencialmente de ellos, y la que hace que solo el hombre entre todos los seres tenga un lenguage desenvuelto y circunstanciado.

Este lenguage, como ya hemos visto, nos es sumamente útil, no solo para comunicar   —346→   nuestras ideas, sino tambien para formarlas y combinarlas, porque nuestras ideas generales no tienen tipo ó modelo alguno en la naturaleza, y ningunas otras tenemos mas que ellas fuera de las que se espresan por nombres propios. Ningun apoyo tienen aquellas en nuestra mente sino la palabra que las representa; y asi son muy fugitivas, y si no les diesemos un nombre particular, se borrarian luego despues de formadas, como les sucede á las que creamos de continuo sin fijarlas por medio de un signo que las represente. Componiéndose ademas las palabras de sonidos, comunican á las ideas la propiedad de las sensaciones, que es hacernos una impresion mas sensible, la cual facilita recordarlas. Tienen pues ya estos signos grandes ventajas, pero todavia son fugitivos y transitorios: réstanos hacerlos á propósito para conservar nuestras ideas perpetuamente y para trasladarlas á todas partes. Tenemos dos medios de conseguirlo, que examinarémos sucesivamente.

Las palabras se componen de sonidos, y cada sonido se compone esencialmente de una articulacion ó de una aspiracion débil ó fuerte, que tambien es una especie de articulacion, de una voz, de un   —347→   tono y de una duracion. Representamos la articulacion por un carácter llamado consonante, la voz por otro carácter llamado vocal, el tono por un signo llamado acento, y la duracion por otro signo llamado signo de cantidad: asi es al menos como debiéramos hacerlo siempre, y no se verian entonces en nuestros escritos dos consonantes consecutivas, ni una vocal sin precederla una consonante, ni una consonante sin que estuviese seguida de una vocal, ni sílabas sin acento y signo de cantidad; pero finalmente, estas son las circunstancias del sonido que bien ó mal representamos, y esto es lo que se llama escribir.

Paréceme verisímil que se comenzarian á escribir los tonos; porque los hombres cantaron desde muy á los principios, y su primer lenguage es muy acentuado. Esta es la nota propiamente dicha, á la cual se uniria un carácter para indicar la articulacion, dejando supuesta la vocal, que habria de suplirse; y asi es próximamente la escritura del hebreo antiguo. Otras veces se habrá podido comenzar sin duda por un carácter representativo de toda una sílaba que despues se habrá circunstanciado; pero siempre venimos á encontrarnos con el mismo método. Este   —348→   modo de hacer duraderos y permanentes los signos fugitivos de nuestras ideas es escelente y no las espone á alteracion alguna, pues se vé que la notacion de los sonidos sirve para hacer reproducir los signos y no las ideas mismas.

Otro modo tenemos de representar nuestras ideas, que es el que se emplea en lo que se llama con mucha impropiedad escritura geroglifica y simbólica, tal como la de los antiguos egipcios, los chinos y los japones, á que puede añadirse la pasigráfica56, que no es sino un bosquejo muy imperfecto de lo que representa. Todos estos métodos de escribir consisten en imaginar un carácter para representar cada palabra de la lengua hablada, ó ya que esto sea imposible por el gran número de palabras, uno para cada palabra radical; y cada carácter primitivo se modifica despues para representar las palabras derivadas por medio de diferentes rayas y señales que en realidad le convierten en muchos caractéres nuevos. Esta série de caractéres se ordena despues segun las reglas de la sintaxis de aquel idioma sobre que se calcó primitivamente esta lengua figurada ó pintada.   —349→   Pero estos caractéres no pueden llegar jamas á imitar sino con mucha imperfeccion las delicadas é innumerables inflexiones que tiene el sentido de las palabras en el uso de los idiomas, y fuera de eso se vé que eso no es escribirlos, y que la operacion de que se trata es esencialmente muy diversa; porque en ella no se indican los sonidos de la palabra, lo que se hace es sustituir un rasgo de pluma ó de pincel á la palabra misma, y eso es dar un nuevo signo á la idea: en suma, esto es una verdadera traduccion en una lengua necesariamente muy pobre, dispuesta con muy poca destreza, muy confusa, y que jamas puede tener uso, porque es imposible hablarla: leerla es volverla á traducir á la lengua hablada, y este es otro manantial de errores. Son incalculables los funestos efectos de esta especie de signos, é imposible referirlos menudamente: cuanto mas se reflexiona mas bien se conoce que son innumerables; y la historia demuestra que los pueblos que se sirven de ellos no hacen progreso alguno; y aun reflexionando sobre ella nos hace sospechar que los débiles conocimientos que tienen son reliquias de los que recibieron de otros pueblos, y que los han dejado oscurecer   —350→   no habiendo sabido siquiera conservarlos. Añádese á todo esto que esas lenguas representadas en figuras tienen el grave inconveniente de no prestarse al uso de la preciosa invencion de la imprenta por la multiplicidad enorme de sus caractéres, que es tal que pasa un hombre estudioso la mayor parte de su vida en aprender á conocerlos imperfectamente.

Debe no obstante observarse que la ciencia de las cantidades se sirve de una lengua de esta especie, en que las cifras y los signos algébricos son los caractéres, y las reglas del cálculo son la sintaxis, y que esta lengua no solo no ofrece inconvenientes sino al contrario ventajas prodigiosas. Depende esto de la naturaleza de las ideas que forman esa ciencia; pues son todas únicamente de un solo género, á saber, ideas de cantidad: jamas se las considera bajo otro respecto que el de cantidad; y son tan exactas y precisas que no estan sugetas á confusion alguna, y se prestan á las elipses mas estremadas, que es el efecto de las fórmulas algébricas, y al uso de los pronombres mas distantes de lo que representan, que es la funcion que llena frecuentemente un signo algébrico sustituido á toda una ecuacion.

  —351→  

Sea de esto lo que quiera, tenemos ya signos circunstanciados y permanentes de nuestras ideas, y es manifiesta su utilidad. Todos esperimentamos que cuando hemos fijado una reunion de ideas por una palabra, se hace una idea única que puede ser cómodamente el sugeto de nuevos juicios, y por cuyo medio formamos fácilmente otras ideas subsecuentes; y esto es tan cierto que nunca pensamos sino auxiliados de las palabras; ó por lo menos yo asi lo creo, aunque algunos aseguran que son capaces de hacer reflexiones y combinaciones puramente mentales, pues me persuado á que padecen ilusion. A lo menos es constante que la mayor parte de los hombres no tienen esa facultad, y que no solo se sirven de las palabras para pensar, sino que muchas veces las repiten para sí mismos en voz baja, y algunas veces en alta voz cuando quieren fijar su atencion fuertemente: la idea tiene entonces la ventaja de herir el oido; y cuando está escrita tiene la ventaja aun mayor de herir la vista; y yo pruebo por mí mismo la energía de esta última impresion, y cuánto debilita á la reflexion el carecer de ella. Todo el mundo puede asimismo notar que es mas fácil juzgar de lo que se lee   —352→   que de lo que se oye. Los escritos multiplicados y sobre todo la imprenta es el mejor preservativo contra las tempestades que tan fácilmente escita la elocuencia y especialmente la popular, fuera de que es el medio mas poderoso de instruccion y comunicacion, y el único de conservar en lo futuro la memoria de nuestras acciones y de nuestros pensamientos.

Son pues de grande utilidad los signos de nuestras ideas, y no es ocioso repetirlo; pero no nos persuadamos por eso que los necesitamos indispensablemente para pensar como algunos han dicho; porque nunca hubiéramos creado signos si anteriormente no hubiésemos tenido ideas: tampoco es cierto que una vez creados los signos marchan delante de las ideas ó sin asociárselas, porque en tal caso ¿qué significarian?

No debemos ocultar sobre todo que no dejan de tener sus inconvenientes; y esto no solo cuando estan mal formados su analogía no sigue la de las ideas, y hace desconocer su derivacion, como sucede muchas veces, pues este al fin es un inconveniente accidental y que podria evitarse hasta un cierto punto; pero tienen otro mucho mas esencial y de que es imposible   —353→   preservarse completamente, y es el de que si representan ideas muy complicadas y muy fugitivas suelen recordarlas con poquísima perfeccion. Los signos no varian, pero las ideas que representan adquieren ó pierden en nuestra mente muchos de sus elementos, y han variado realmente sin que nosotros lo háyamos percibido: asi es que razonamos sobre la misma palabra creyendo razonar sobre la misma idea, y no es asi. Sucede ademas que habiendo aprendido cada uno de nosotros la significacion de una palabra en circunstancias, con ocasiones y por medios diversos y siempre casuales, es casi imposible que todos le atribuyamos precisa y completamente el mismo sentido; y esto es sensible especialmente en las materias delicadas ó poco conocidas. Pero esos inconvenientes tan graves que son el orígen de todos nuestros errores y nuestras disputas, mas bien proceden de las ideas mismas que de sus signos, y son anexos á la imperfeccion de nuestras facultades intelectuales. Esto nos conduce al exámen de la deduccion de nuestras ideas.

  —354→  

CAPITULO IX.

De la deduccion de nuestras ideas.

Si he dado bien á conocer en los capítulos precedentes, en que consiste nuestra existencia, cuáles son realmente nuestras principales operaciones intelectuales, cómo ellas forman todas nuestras ideas, cómo nos enseñan á referirlas á los cuerpos esteriores que son los que primero las causan, y en fin cómo llegamos á vestir estas mismas ideas de signos sensibles que nos sirven para combinarlas y multiplicarlas, poco me quedará que decir sobre la deduccion de estas ideas llamada raciocinio y sobre las causas de la certidumbre y del error.

En efecto toda nuestra existencia consiste en sentir, y nosotros no existimos sino por nuestras sensaciones tanto internas como esternas: toda la existencia de los seres distintos de nosotros consiste para nosotros únicamente en las impresiones que nos causan, y solo conocemos de ellos estas impresiones que les referimos, porque resisten á los movimientos que hacemos sintiéndolos y queriéndolos.   —355→   Asi es como adquirimos á un mismo tiempo las ideas esencialmente correlativas de movimiento y de estension, y por consiguiente el medio de medir la duracion, que nos es conocida por la sucesion de nuestras percepciones.

Todo lo que sentimos y percibimos es para nosotros muy cierto y muy real, y no somos capaces de tener otra certeza y realidad que esta. Asi pues todas las ideas que formamos de nuestras primeras percepciones deberian ser igualmente ciertas y conformes á la verdad, si los juicios por qué las componemos y formamos fuesen perfectos y sin tacha. Pero nuestros mismos juicios son una especie de percepcion, la cual consiste en ver ó en sentir que una idea puede atribuirse á otra, y que esta idea llamada sugeto encierra implícitamente en su comprension la idea atributo, ó al menos que esta puede agregarse á aquella, cuyo sentimiento es tambien una percepcion; y no puede ser una ilusion, porque realmente existe cuando le esperimentamos. Asi pues un juicio jamas es falso en sí mismo, ni puede serlo sino con relacion á otros, es decir, cuando consiste en atribuir á una idea otra idea contradictoria de otras que le hemos atribuido en otros   —356→   juicios; pero entonces esa idea sugeto, tal como actualmente la sentimos, no es ya exactamente la misma que sentiamos cuando hicimos esos juicios anteriores, aunque esté representada por el mismo signo: no es realmente la misma, sino que tenemos un recuerdo imperfecto de ella, y ya hemos visto que por desgracia esto es muy fácil y frecuente, y aun lo imposible que siempre nos es el evitarlo. Esta es la causa de todos nuestros errores y no puede haber otras. Concluyamos pues que no hay para nosotros sino dos especies de evidencia, la del sentimiento y la de la deduccion: la del sentimiento es de toda certeza; y por consiguiente no es menos cierta la de la deduccion, cuando esta ha sido legítima, es decir, cuando no se han introducido en ella cosas contradictorias; pero por desgracia está comunmente muy lejos la evidencia de la deduccion de la del sentimiento, ó hay gran distancia desde un primer hecho á sus últimas consecuencias, y el camino desde lo uno á lo otro es escabroso y resbaladizo.

¿Qué haremos pues para caminar por él sin tropiezo? ¿qué apoyos nos ofrecen para esto los lógicos? Examinémoslos. ¿Buscaremos auxilios en el arte silogístico   —357→   y en la forma de los razonamientos? Pero es evidente que el riesgo está en la materia ó en el fondo de estos, es decir, en las ideas, no en la forma ó en la manera de acercarlas unas á otras. Ademas, todo ese arte silogístico se reduce siempre á sacar una consecuencia particular de una proposicion mas general; ¿pero quién nos asegura de la exactitud de esa proposion general? Para esto nos abandona el arte. Nos dice que es un axioma, que es un principio, y no se ha de disputar de los principios; que se ha de estar á lo que dicta el buen sentido, el sentido comun, el sentido íntimo, y otras mil cosas de este jaez; es decir, que las reglas que se nos prescriben para nuestros razonamientos no nos guian sino cuando ya no hay para qué razonar, y nos abandonan cuando mas las necesitábamos, como observan con mucha razon los filósofos de Port Royal y Hóbbes.

Añádese á esto que todas esas reglas se fundan sobre un principio que es falso por dos respetos, y es el de que las proposiciones generales son la causa de la exactitud de las particulares, y que las ideas generales son las que contienen en sí á las particulares. Es falso lo primero; y antes por el contrario, los hechos particulares   —358→   bien examinados, y los juicios exactos que hacemos sobre ellos son el principio de toda verdad, y los que comparados entre sí con escrupulosidad y circunspeccion nos autorizan para elevarnos á consideraciones mas generales, es decir, para estender el mismo juicio á un número mayor de hechos á medida que vemos que es justo y exacto respecto de cada uno de ellos.

Tambien es falso que las ideas generales son las que encierran en sí á las particulares, ó por lo menos esto merece esplicacion. Hemos visto cuando hemos hablado de la formacion de nuestras ideas abstractas de diferentes clases, que nos formamos idea de una especie separando de muchas ideas individuales las que son peculiares ó propias á cada individuo, y conservando únicamente las que les son comunes: que nos formamos la idea de un género tomando las que son comunes á muchas especies y separando aquellas por qué estas especies se diferencian entre si; y haciendo de este modo abstracciones ó separaciones nos elevamos á las ideas mas generales en órden y en clase. Tenemos pues que las ideas mas generales son las que se estienden á un número mayor de seres, y en esto consiste   —359→   lo que se llama la estension de una idea; pero las ideas particulares son las que conservan mayor número de ideas componentes, y esto es lo que constituye la comprension de una idea. Los filósofos de Port Royal hicieron esta observacion, mas no sacaron de ella el partido que debian; porque el número de seres á que puede estenderse una idea no es el que influye en lo que se puede juzgar de ella: las ideas que comprende son las que hacen que se le pueda ó no atribuir otra, ó lo que es lo mismo, hacer sobre ella tal ó cual juicio. Asi es que puede muy bien decirse que un hombre es un animal, porque la idea de hombre encierra en sí todas las ideas que componen la idea de animal, pero no puede decirse que un animal es un hombre, porque la idea de animal no encierra en sí todas las ideas que componen la idea de hombre. Es pues una verdad, vuelvo á decir, que nada absolutamente hace la estension de una idea para los juicios que sobre ella pueden formarse. Es de notarse ademas, y creo que nunca se ha reparado en ello, que luego que se comparan dos ideas en una proposicion, la estension de la mas general se reduce tácitamente á la estension de la mas particular; porque cuando   —360→   se dice que el hombre es un animal, se quiere decir que es un animal de la especie humana y no de cualquier otra, pues sino se diria un grande absurdo.

Otra cosa hallo que reprender á los lógicos silogísticos; y es que si se ha de admitir segun ellos quieren, que las proposiciones generales son la causa de la exactitud de las proposiciones particulares y que las ideas generales comprenden á las ideas particulares, es contradictorio decir como ellos que el término medio que introducen en el silogismo es igual á los dos términos comparados, y que la mayor y la consecuencia son iguales é idénticas. Pero es tanto lo que tendria que censurar en este pretendido arte silogístico, al que me atreviera á tratar sin consideracion alguna de ilusorio y vano, que no me detendria en esta última observacion si no me condugese á hablar de Condillac, á quien somos en gran parte deudores de haberle desterrado de entre nosotros. Admitió este filósofo ese último principio de igualdad é identidad, aunque á lo menos desechó el otro que le es opuesto. Mas ese principio de la pretendida identidad que él conservó, que siempre recomendó con una exageracion progresivamente mayor, y que llevó hasta   —361→   el estremo de decir que lo conocido y desconocido son una sola y misma cosa, creo que le fué embarazoso, que detuvo sus progresos y que fué la causa de que sus últimos escritos no sean á mi parecer los mejores57. Efectivamente, esto era andar no mas que la mitad de la carrera. No habia mas que hacer sino tomar la inversa de la marcha antigua, ver el orígen de toda verdad en los hechos particulares y las ideas generales contenidas en las ideas particulares, asegurar claramente que las máximas generales no son la verdadera causa de conocimiento alguno, y que cuando mas nos debemos servir de ellas, despues de estar bien seguros de su exactitud, como de un medio breve de llegar á algunas consecuencias que encierran en su estension. Asi se hubiera   —362→   hecho en la teoria la reforma que tanto apetecia Bacon, y que está introducida en la práctica desde que en todo género de investigaciones no se busca generalmente otro apoyo que el de la observacion y la esperiencia: pero acaso lo hacen muchos asi meramente por imitacion y sin saber por qué; y de ahí es que se separan frecuentemente de ese escelente método, y aun les pesa de que se procure ilustrarle y manifestar en qué consiste su bondad.

Tenemos pues que nuestros lógicos antiguos solo nos han dado reglas muy falsas ó por lo menos muy inútiles para guiarnos en la forma de nuestros razonamientos. Veamos si han sido mas felices sus intentos de enseñarnos á aclarar las ideas que son el fondo ó la materia del discurso; porque eso es lo esencial en este arte.

El único aviso que nos han dado en este punto es que cuando nos veamos confusos difinamos las ideas de que se trata ó sobre que se disputa; pero perjudicaron al buen uso de esta provechosa advertencia, 1.º pretendiendo que una idea está bien difinida cuando se ha hallado ó creido hallarse lo que la constituye de tal género y lo que la distingue de la especie   —363→   mas próxima: 2.º distinguiendo difiniciones de palabras y difiniciones de cosas: 3.º asentando como cierto que las difiniciones son principios, y que por consiguiente no se debe disputar de ellas. Yo creo al contrario que las difiniciones no son principios; que si lo fuesen deberia examinarse con mucha escrupulosidad si son verdaderos ó falsos; que toda difinicion es ó debe ser la esplicacion de la idea, y por consiguiente la determinacion del valor del signo que la representa, y finalmente que siempre es inútil buscar y muchas veces imposible de hallarse lo que la constituye precisamente de tal género ó de tal especie.

Me resuelvo pues á reprobar esos principios. ¿Pero qué es lo que hemos de sustituir en vez de ellos? Una sola observacion que me suministra el atento estudio de nuestras facultades y de nuestras operaciones intelectuales, y el de la formacion de nuestras ideas. Es la siguiente.

Yo reparo que todas nuestras ideas provienen de nuestras sensaciones; que ya no tenemos ideas perfectamente simples; que todas son grupos de ideas reunidas en virtud de juicios que hemos hecho con las primeras que adquirimos; que todos nuestros juicios consisten en ver que la   —364→   idea que es el sugeto de ellos encierra en sí á la idea que se le atribuye, y todas nuestras proposiciones consisten en decir eso mismo; y que en todos nuestros razonamientos este primer atributo es sugeto de un segundo, este segundo de un tercero, el tercero de un cuarto, y asi sucesivamente mientras es menester buscar ideas intermedia entre la primera y la última; de modo que la última está comprendida en la primera si el razonamiento es justo, y si eso no sucede es falso el razonamiento y errónea su conclusion; y asi podemos decir en otros términos que nuestros razonamientos son siempre lo que en la escuela se llamaba sorites; y en efecto la primera figura silogística que se establecia como el fundamento de la exactitud de todas las demas sin saber bien la razon por qué se hacia asi, no era sino un sorites reducido siempre á tres términos para que tuviese la forma de un silogismo.

De estas consideraciones deduzco que nada absolutamente hay que decir sobre la forma de nuestros razonamientos, porque en realidad no tienen mas que una que les es dada por la naturaleza de nuestras facultades intelectuales, y nos es imposible hacerles tomar otra verdaderamente distinta de ella, aunque muchas veces esté   —365→   escondida entre figuras elípticas ú oratorias.

En cuanto á las ideas, es decir, al sugeto y materia del discurso, no encuentro que sea menester usar de otra precaucion que la de formarlas con cuidado, examinar frecuentemente si las alteramos y si representamos siempre las mismas con los mismos signos. Y cuando tengamos motivo para dudar ó recelar de su primitiva exactitud, ó cuando veamos que los demas no las comprenden bien, ó que sacan de ellas consecuencias contrarias á las que nosotros sacamos, no adoptemos el medio de dar una difinicion de ellas pedantesca y arbitraria; lo que hay que hacer es reconocer con la mayor escrupulosidad todas las partes que entran en su composicion y esponerlas lo mas circunstanciadamente que se sea posible: asi se determinará á la par el valor de la idea y el de su signo. Bien se ve que este reconocimiento y esposicion jamas pueden ser absolutamente completos, pues para que esto sucediese acaso seria preciso con respecto á una sola idea examinar y registrar casi todas las que nos hubiésemos formado, por lo estrechamente encadenadas y ligadas que estan todas entre sí; pero es necesario que ese reconocimiento   —366→   y esplicacion de que hablo, recaigan principalmente sobre los puntos dudosos y sobre los que hacen relacion con la indagacion ó la disputa que traemos entre manos.

Si despues de haber hecho ese examen hallamos ambigüedad ó falsedad en nuestras ideas, es fuerza suspender toda conclusion y recurrir á nuevas investigaciones, ó lo que es lo mismo, á nuevos hechos que nos pongan en estado de adelantar mas, pues de otro modo seria nuestra conclusion por lo menos aventurada. Bien podria no ser falsa en todo rigor, porque de una idea compuesta que encierra elementos falsos y elementos verdaderos, pueden sacarse consecuencias justas si se derivan legítimamente de esos últimos elementos. Tambien puede suceder que se saque una consecuencia justa ó exacta de un falso juicio, con tal que no se siga realmente de ella habiendo creido lo contrario: ambas cosas nos suceden con mucha frecuencia; pero en estos casos no hay certidumbre, y si se halla la verdad es efecto de un feliz acaso.

Redúcese todo esto á decir que toda nuestra certidumbre estriba fundamentalmente en la evidencia de los sentimientos, la cual se adquiere por medio de observaciones   —367→   y esperiencias detenidas y rigurosas: que nuestra certidumbre de deduccion es asimismo completa cuando no alteramos la primera por la inexactitud de nuestos juicios sucesivos: que ninguna otra certidumbre hay para nosotros fuera de estas; y que no hay otra causa de error mas que las alteraciones imperceptibles que sin advertirlo nosotros suceden en las ideas, las que espresamos siempre por el mismo signo como si realmente fuesen siempre las mismas.

Aqui podria concluir, pero debo todavia añadir algunas reflexiones.

Primeramente: hemos notado ya cuando hablamos de los signos de nuestras ideas que cada uno de nosotros aprende su significacion en circunstancias diferentes y las mas veces por casualidad, y que asi es muy dificil, por no decir imposible, que todos liguemos exacta y precisamente una misma idea á una misma palabra. Hemos observado tambien, hablando de nuestros juicios, que nuestras ideas se alteran con mucha frecuencia en nuestra mente sin que reparemos en ello, y por tanto cambian de significacion para nosotros las palabras que las espresan, y no lo percibimos. Pues debemos añadir ahora que este triste efecto dimana principalmente de   —368→   las variaciones de nuestras sensaciones internas, del estado general de nuestro individuo, de la torpeza ó de la libertad de las funciones de nuestros órganos, y que es una consecuencia inevitable de la diferencia de edades, de sexos, de temperamentos, del estado de salud ó enfermedad, de las diferentes especies de esta, de las impresiones habituales y de los sentimientos y pasiones que nos dominan. Es efectivamente imposible que la palabra amor, por egemplo, dispierte exactamente la misma idea en la cabeza de un niño ó de un viejo, de una muger apasionada, ó tímida, ó versátil, ó interesada, de un jóven libertino ó morigerado, estenuado ó vigoroso. Por razones análogas aunque diferentes, no puede ser tampoco que el nombre de una ciencia, por egemplo la palabra química, escite las mismas ideas en la mente de un sabio ó de un ignorante, de un hombre bien educado ó de un záfio, aunque ambos la ignoren, de quien la estudia por amor al saber ó á la humanidad, ó solo para hallar en ella ocasiones de lucro. Podrian multiplicarse los egemplos al infinito; y aunque las diferencias sean por lo comun poco sensibles, todas ellas son causa de error y de disentimiento, y son innumerables.

  —369→  

Bien se deja conocer que ciertas clases de ideas estan mas sugetas que otras á esa variedad; y esto es lo que produce no el grado de certidumbre de las diferentes ciencias, porque en todas ellas es igualmente perfecta cuando los raciocinios son justos, sino la mayor dificultad de hacerlos con esa exactitud en unas que en otras. Las ideas morales, por egemplo, estan muy espuestas á sufrir alteracion sin que nosotros lo notemos, por la disposicion de nuestros sentimientos, nuestros caractéres, nuestras edades, y los grados de nuestra esperiencia. He aqui porque las ciencias morales son tan dificiles, y porque varían tanto en ellas las opiniones. En las ciencias fisicas y naturales ya no caben tantas equivocaciones, mas no están esentas de ellas. Las ciencias matemáticas al contrario, están casi enteramente libres de esos tropiezos. Cualquiera que sea la disposicion de nuestro espíritu, es imposible que no percibamos la exactitud ó inexactitud de un cálculo, ó de una ecuacion, ó de un raciocinio sobre una proposicion de geometría, si aplicamos á su examen la atencion suficiente; porque esas ideas son demasiado diversas de otras cualesquiera para que puedan mezclarse con ellas y confundirlas,   —370→   y para que nuestras afecciones particulares las alteren.

Esto me conduce á hacer otra observacion. Contra una opinion bastante estendida y que aun era mas general en otro tiempo, yo no juzgo que el estudio de las matemáticas sea mas propio que otro alguno para dar exactitud á nuestra mente. No diré en apoyo de mi modo de pensar que hay matemáticos que discurren muy mal, aunque no se engañen acerca de los obgetos de su ciencia; porque ¿en dónde no se encuentran entendimientos falsos y superficiales? Pero observo que lo que se llama con bastante impropiedad matemáticas58 consiste en la ciencia de los cálculos aritméticos y algébricos y en la de las proposiciones de geometría, es decir, en el conocimiento de las combinaciones que pueden hacerse con las ideas abstractas de cantidad, y en el de las consecuencias que se pueden deducir de las ideas abstractas de la estension; porque yo no hablo sino de las matemáticas puras. Pero si se raciocina mejor y   —371→   con mayor seguridad en esas ciencias que en las demas, es únicamente porque es mas fácil, porque estan menos sugetas al error y menos espuestas al influjo imperceptible de las equivocaciones; pero por lo mismo no proporcionan mas ocasiones de enseñarse á evitarlas, antes bien diria yo que proporcionan menos. Aún adelanto mas, y es que la ciencia de las cantidades señaladamente, es de una monotonía absoluta: únicamente se trata en ella de un solo género de ideas, y siempre se comparan bajo un mismo respeto; y esta es la razon como ya hemos visto, de que pueda servirse de una verdadera lengua que le es peculiar y que no solamente tiene sus signos sino su sintáxis propia, que consiste en las reglas del cálculo, lo cual forma en rigor una lengua. Y no es como la que en otras ciencias se llama intempestivamente su idioma particular, porque este se reduce á su nomenclatura, pero siempre se sirven de la sintáxis de los idiomas comunes; mas el idioma numérico y algébrico es del todo diferente. No ignoro que para hacer buen uso de todos los recursos que ofrece, es decir, para escribir bien esta lengua se necesita frecuentemente de mucho entendimiento y tino y aun de buen ingenio; pero sus reglas son   —372→   tan seguras que si se las pudiese aprender de memoria sin comprenderlas y no se las olvidase, establecida y escrita una primera proposicion se podria llegar hasta la última consecuencia sin saberse lo que se hacia y sin errar; y quizas sucede eso algunas veces con corta diferencia. Pero este no es ciertamente el medio de adiestrarse en el raciocinio. Añádese que en el uso de ese idioma ó de esa lengua no ocurre el haber de hacer observacion ni esperiencia alguna, y asi no contribuye á formar el hábito de practicar estas operaciones con la precaucion y sagacidad que se necesitan; y por eso se ven grandes calculadores que propenden á no hacer un exámen muy escrupuloso de los datos de que deben partir. Si estos no son conformes á los hechos, cuanto mas se adelantan los cálculos, mas se estravia el calculador; y sin embargo de eso jamas se engaña en sus operaciones, porque esto no es posible observando sus reglas. La geometria pura está absolutamente en el mismo caso por lo que mira á la observacion y la esperiencia. Es verdad que sus raciocinios cuando se la trata por el método que en mi opinion se llama inoportunamente sintético, se hacen en las lenguas comunes, exigen las   —373→   precauciones ordinarias y son rigurosos; pero repito que es porque son fáciles, y si llegan á fatigar no es mas que por ser largos59.

  —374→  

Digo que no me agradan esas voces de método sintético y analítico; porque no hay operacion alguna intelectual en que no   —375→   se compongan y descompongan las ideas ó en que no haya síntesis y analisis; y asi no veo, por egemplo, qué razon hay   —376→   para que siempre se diga el analisis algébrica, y aun muchas veces el analisis en vez del álgebra. El álgebra no es un método, es una lengua escrita de que nos servimos como de las demas para componer y descomponer. Muy frecuentemente se resuelve una ecuacion en sus elementos para formar otra ú otras muchas, y asi hay en ese caso composicion y descomposicion. Dígase en buen hora analisis química cuando la operacion consiste en descomponer una sustancia, y sintesis al contrario cuando se trata de formar un nuevo compuesto de todos sus elementos; pero la ciencia se compone de todo esto, y no se puede decir que hace mas bien uso del método sintético que del analítico. Por lo que hace al supuesto método sintético de que los geómetras creen servirse cuando demuestran una proposicion nueva por raciocinios   —377→   hechos de la manera ordinaria, se comete un verdadero abuso de las palabras; porque si parten de proposiciones anteriormente probadas, hacen una deduccion como todas las demas, no se sirven de un método diverso: sí como sucede demasiadas veces, se fundan en axiomas ó máximas generales que dado que sean verdaderas, no se han tomado el trabajo de probar, ó en difiniciones que no den á conocer la generacion de la idea difinida, entonces no han hecho mas que la mitad de la obra: nada han compuesto; únicamente han deducido; y no solamente su sintesis no es un método, sino que su modo de conducirse no es riguroso como piensan, y aun dá á la mente un hábito vicioso acostumbrándola á contentarse con no empezar por el verdadero principio. En una palabra, descomponer es un acto del entendimiento; componer es otro, y de ambos necesitamos en todas ocasiones; pero un método puramente analítico ó puramente sintético no existe60. Volvamos á las ciencias.

  —378→  

El estudio de las ciencias fisicas y naturales, y especialmente el de la química, me parece el mas á propósito de todos   —379→   para formar bien nuestra mente, es decir, para dar buenos hábitos á nuestro entendimiento. En la química son muchos y variados los fenómenos, y egercitan la memoria: son ademas complicados y muchas veces dificiles de comprenderse distintamente, y esto acostumbra á la atencion y hace que se desenvuelva la sagacidad de nuestra inteligencia: dan tambien materia á muchas deducciones y á sacar multiplicadas consecuencias, lo cual forma el raciocinio. Y como al mismo tiempo se tienen siempre á la vista los obgetos, se recurre frecuentemente á los esperimentos y á las observaciones, ya para no descaminarse en el curso de la deduccion, ya para verificar el resultado despues que se llegó al fin. A esto se reduce verdaderamente el buen método que no es, vuelvo á decir, ni analítico ni sintético; ó si se quiere referirle á estos, es el uso sucesivo de ambos segun y cuando convenga.

  —380→  

Tambien el estudio de la fisiológia seria muy á propósito para formar bien al entendimiento. Tiene igualmente que la química la ventaja de producir el hábito de observar con delicadeza y de raciocinar sutilmente, habiendo de rectificar con frecuencia esta operacion con nuevos esperimentos. Puede añadirse que es superior á la química por razon del obgeto de que trata, porque el estudio de nosotros mismos es para nosotros el mas importante de todos, segun dijo Pope acertadísimamente. Comprendiendo ademas, como debe hacerse, en el conocimiento de nuestros órganos y de sus funciones, el del centro sensitivo y el de nuestras funciones intelectuales, tendremos que la fisiológia61 nos enseña directamente cuáles son nuestros medios de conocer, su fuerza y su flaqueza, su   —381→   estension, sus límites y su modo de obrar. De este modo nos hace ver cómo debemos servirnos de ellos, y viene á ser realmente la primera de las ciencias y la introduccion á todas las demas. Pero nos es todavia tan poco conocida la naturaleza viviente, nos presenta tantos misterios impenetrables hasta ahora, son tantos los puntos oscuros ó imperfectamente iluminados que en ella se descubren, y permite tan pocas veces que puedan darse esplicaciones completamente satisfactorias, que yo recelaria si se diese á su estudio un entendimiento aun no bien formado, que en vez de habituarse al teson en las investigaciones y al atrevimiento para dudar, se acostumbrase por el contrario á pagarse de conocimientos imperfectos y á entregarse á congeturas arriesgadas. En una palabra, la fisiológia es todavia una ciencia demasiado dificil para servir de preparacion y por decirlo asi de primera escuela. Es menester contentarse con el conocimiento de sus principales resultados para que sirvan de guias, pero no aspirar á traspasar ese término hasta que las facultades mentales tengan todo su vigor.

Resulta á mi parecer de todo esto, que en nuestras investigaciones debemos   —382→   siempre partir de las impresiones que recibimos, es decir, de los hechos: examinarlos atentamente para no ver en ellos sino lo que hay: aplicarnos con el mayor cuidado á formar segun ellos mismos ideas compuestas que sean consecuencias exactas suyas, y tomar todas las precauciones posibles para que una vez determinadas estas ideas no se alteren sin advertirlo nosotros en nuestra mente durante el curso de nuestras deducciones. Este es en mi opinion el único buen método, llámesele como se quiera; y esta es tambien la única conclusion que pongo á este escrito, que no es otra cosa que una esposicion sumaria de los principios lógicos mas importantes, ó bien una noticia de los principales hechos ó fenómenos relativos á la inteligencia humana, que es decir lo mismo de dos modos diferentes.

NOTA

Si despues de las esplicaciones precedentes aun hubiese quien tenga dificultad en creer que la perpetua é imperceptible variacion de nuestras ideas es la causa suficiente de todos nuestros errores sin que pueda haber otra, le ruego que dedique   —383→   algun rato de atencion á lo que he dicho en mi Lógica sobre ese particular; pero sobre todo le convendria leer detenidamente la obra inmortal del sábio profundo y juicioso que dejo citada. Me persuado á que la atenta meditacion de la historia fisiológica de nuestras sensaciones y de las modificaciones que padecen igualmente que nuestras disposiciones morales, por el efecto variado, contínuo ó accidental, de las edades, sexos, temperamentos, enfermedades y hábitos de toda especie, no le dejaria duda alguna sobre eso. Lo que yo he hecho aqui no ha sido sino sacar algunas consecuencias de ese cuadro magnífico de la naturaleza humana que aun podria dar otras muchas, y que para todos los ramos de nuestros conocimientos es asimismo una fuente de luz que debe cogerse sin temor de incurrir en demasía.




 
 
FIN