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Prólogo a Daniel Moyano, «La espera y otros cuentos»

Ana María Amar Sánchez





El auge de la literatura latinoamericana a comienzos de la década del sesenta, con el surgimiento de la narrativa de García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, entre otros, alcanza a nuestro país, donde el discutido boom provoca el renovado interés de los lectores por los autores latinoamericanos y argentinos. Durante esta década la literatura nacional alcanza una difusión desconocida hasta entonces, favorecida por un mayor desarrollo editorial con la aparición de colecciones populares y de revistas culturales, donde se da especial cabida a los concursos literarios y a los reportajes a figuras como Fuentes, Marechal o Roa Bastos.

Son años de intensa actividad literaria, se encabalga la producción de los narradores más jóvenes con la de los ya conocidos: continúan publicando los autores de la llamada generación de 1955, comienza la entronización de Borges, cuyas huellas se registran en la mayoría de los integrantes de las nuevas promociones, las obras de Marechal y Sábato alcanzan grandes tiradas y un sector de lectores, especialmente jóvenes, sigue a Cortázar y se interesa por la renovación formal que aporta su escritura.

Dentro de este panorama de auge y difusión es importante la presencia de un grupo de narradores proveniente del interior y que, con distintos proyectos, y tendencias, se adscriben a una literatura apartada del tradicional regionalismo provinciano. Por otra parte, su sistema narrativo responde todavía, en cierta medida, a líneas de filiación más o menos realistas y alejadas de las formas experimentales y las rupturas del sistema representativo que intentan otros narradores.

Daniel Moyana se ubica en este grupo junto a Héctor Tizón y Juan José Hernández, entre otros; si bien toma en ellos muy diversas inflexiones, ese origen provinciano común, y sólo pueden señalarse algunas vinculaciones aisladas, los unen rasgos que, sin que se lo hayan propuesto explícitamente, determinan toda una línea de la nueva narrativa: ninguno de ellos es heredero directo del sistema borgiano ni de la línea que fija Cortázar, todos han estado fuera del boom (tanto desde el punto de vista de su difusión como de la adopción de los recursos formales característicos de los autores que lo integraron) y, fundamentalmente, son los que, según Daniel Moyano, han descubierto «no un paisaje físico del interior sino un paisaje interno de ese interior del país, que obviamente es la Argentina, pero que también es Latinoamérica».

Ese interior surge en Moyano como el territorio de la marginalidad, siempre en oposición a la gran ciudad llena de riquezas; aquí se encuentran los puntos de contacto de su narrativa con la de Juan José Hernández: en ambos, con diferencias obvias de tratamiento, el encuadre histórico que proporciona la primera etapa peronista sirve como punto de referencia en el que se inserta la reflexión en torno a las relaciones entre interior y Buenos Aires, la emigración a las grandes ciudades y el ámbito de miseria y frustración en el que se debaten los pueblos de provincia. Pero en Moyano el conflicto se resuelve siempre por la marginación, determinada por la imposibilidad de encontrar un lugar en el nuevo medio, mientras que en Hernández se da la opción de la ciudad como salvación frente a un interior invadido por la chatura y la mediocridad, que sofoca toda posibilidad de realización personal.

A otro narrador que publica buena parte de su producción en esta década, Haroldo Conti (1925), lo une la semejanza del universo narrativo elegido: el mundo de la adolescencia, el de las zonas periféricas, el de los hombres marginales y desplazados. Conti, considerado en las clasificaciones literarias dentro de la generación del 55, concibe, al igual que Moyano, su escritura desde un «realismo» que rompe con el tradicional apego a lo descriptivo e intenta una aproximación mayor a autores como Pavese o los norteamericanos.

Por último, Moyano forma parte de una generación que a partir de mediados de la década del setenta, sufre, en su mayoría, el impacto de los acontecimientos políticos y, frente a la crisis social y cultural que se produce, se dispersa y toma el camino del exilio; en estas condiciones se gestan sus últimos textos, que retoman el tema del desarraigo, ahora planteado como una meditación sobre la condición del exilado y su marginación social y lingüística; ésta, particularmente, origina, en el caso especial del escritor, situado en el cruce de dos culturas, la afasia, la imposibilidad de nombrar: «No podía escribir ni siquiera cartas, no podía expresarme, no podía decir nada; [...] cada vez que tengo que nombrar una cosa, ya no sé cómo se debe nombrar. Entonces he optado directamente por el bilingüismo: a veces nombro de las dos maneras la misma cosa».

Daniel Moyano nació en 1930 en Buenos Aires aunque puede considerárselo un hombre del interior por que desde su infancia vivió, estudió y desempeñó diversos oficios primero en Córdoba y luego en La Rioja, donde fue profesor de violín en el Conservatorio Provincial, ejecutante de viola en el Cuarteto Estable de la provincia y donde produjo la mayor parte de su narrativa. Actualmente se encuentra radicado en España.

Su producción, ya extensa, se compone de varias colecciones de cuentos: la primera, Artistas de variedades, apareció en 1960, le suceden La lombriz (1964). El monstruo y otros cuentos (una selección del mismo autor de textos anteriores) y El fuego interrumpido en 1967, Mi música es para esta gente (1970) y El estuche del cocodrilo (1974); y de tres novelas: Una luz muy lejana de 1966, El oscuro, ganadora del Primer Premio de la revista Primera Plana en 1967 y El trino del diablo, publicada en 1974. En España acaba de publicar una nueva novela, El vuelo del tigre, comenzada en la Argentina y en la cual, por primera vez, se ubica en un país imaginario de América Latina, no ya en La Rioja.

Moyano es un autodidacta, alejado de los circuitos culturales tradicionales y sin una formación sistemática; dos autores son puntos de referencia importantes que dejan su impronta en él: Pavese y su atmósfera narrativa y Kafka, sus ámbitos asfixiantes y sus personajes impotentes frente a una realidad que no comprenden: «La lectura de Kafka me decidió a escribir, pero el descubrimiento de Pavese me ayudó a escribir» dijo en una entrevista de 1975. Kafka está presente desde sus primeros cuentos y sus huellas se hacen más evidentes en su última colección El estuche del cocodrilo en relatos como «El poder, la gloria, etc.» y «Kafka 12».

La gran unidad y coherencia de toda su producción está determinada por un eje fundamental presente tanto en las novelas como en los cuentos, sus textos son variaciones sobre una misma problemática: la del desarraigo y la marginación, que se constituyen en un espacio privilegiado a partir del cual se piensa las relaciones del hombre del interior con la gran ciudad y con los otros hombres. Su narrativa inflexiona de diversos modos este registro y reitera ciertos núcleos temáticos relacionados con ese interior que se extingue en la miseria y el olvido; pese a la intención «testimonial» y a la voluntad de ejercer una crítica sobre ciertos aspectos de la realidad, no hay una reproducción minuciosa de ambientes, ni descripciones del paisaje, tampoco apela al pintoresquismo ni intenta reflejar las jergas provincianas, rasgos todos característicos de la literatura del interior tradicional. Moyano logra trascender el limitado ámbito del clásico relato regionalista, pero también mantiene distancia de los procedimientos formales más complejos de la vanguardia, su escritura se caracteriza por un cierto uniforme tono neutro y una simplicidad formal común a la mayoría de sus textos.

La dominante del desarraigo y la marginalidad (a la que no es ajena su experiencia de habitante del interior: «La Rioja es la última provincia del país, la más pobre, la más olvidada. Es latinoamericana por donde se la mire») como resultante de un fenómeno social: la emigración de los habitantes de las provincias pobres hacia las grandes ciudades, determina tas diferentes articulaciones de las tres novelas: Una luz muy lejana, que por otra parte es la que más desarrolla núcleos temáticos presentes ya en los cuentos, sigue el extrañamiento del personaje y su imposibilidad de encontrar el propio espacio en la ciudad que lo desborda y lo deja de lado. En la segunda, El oscuro, la lucha del protagonista entre el rechazo de su origen humilde y «oscuro» y la imposibilidad de ser aceptado plenamente por el ámbito social elegido, determina la paranoia como último refugio para resolver el conflicto; mientras que El trino del diablo ejemplifica en forma de alegoría humorística el drama del artista provinciano sin posibilidades de trabajo ni de inserción social, forzado a emigrar a Buenos Aires, donde lo espera la miseria y el desarraigo.

En muchos de sus cuentos se privilegia un registro doblemente marcado por la marginación: el de la infancia y la adolescencia; espacio de la precariedad social, por una parte, y del abandono afectivo, por otra. También en los cuentos que más evidencian las huellas de Kafka, los personajes sufren diversos tipos de marginación: están desarraigados del medio social, son solitarios, «diferentes» y reconocen la imposibilidad de quebrar esa situación.

La persistencia de la reflexión en torno a una misma zona o recorte de lo real no solo se da por la reiteración en el nivel de lo anecdótico, sino por una serie de «motivos» o escenas y de significantes que se repiten y van integrando su universo narrativo. Las escenas o secuencias privilegiadas circulan entre los cuentos y las novelas y funcionan como núcleos significativos, caracterizando su escritura, por ejemplo, la visión de las luces de la ciudad, entrevistas a la distancia o la figura de los perros, que adquieren valor simbólico y alcanzan cierta condición fantástica relacionada con lo imaginario infantil. Por otra parte, «la espera», «la precariedad», «lo vulnerable», las «zonas invioladas» de los seres, «la salvación», son significantes que configuran en Moyano el mundo de la marginación, tienen que ver con ese espacio propio (interno o social) que se busca y que permitiría a los personajes lograr la identidad.

En un intento de establecer ciertos lineamientos dentro de su producción cuentística y tratando de evitar clasificaciones siempre discutibles y empobrecedoras, se pueden agrupar sus relatos, desde un punto de vista exclusivamente temático y de acuerdo con lo anteriormente señalado, por un lado, en aquellos en que la marginación se centra en la infancia y, por otro, en los que acusan una línea decididamente «kafkiana».

Entre los primeros puede distinguirse un grupo que constituye una especie de «novela familiar», una saga, hasta cierto punto autobiográfica, con la que se intenta repensar y comprender las relaciones de un niño huérfano con el núcleo familiar que lo recoge; otros cuentos, teniendo siempre a niños como protagonistas, reflexionan sobre su desvalida condición tanto material como afectiva.

En el segundo grupo se encuentra una serie de relatos que recrean ámbitos sociales asfixiantes donde el hombre está sujeto a determinaciones exteriores a sí mismo, careciendo de poder de decisión y en las que el orden externo conforma un sistema inexplicable en el que él no participa; así como aquellos cuentos en los que se indaga a una conciencia en la búsqueda de su propia identidad.

La presiente antología intenta reunir los cuentos que mejor representen estas líneas de Moyano; enfrentándose con el inevitable riesgo implícito en toda selección y evitando elecciones basadas en juicios de valor estrictamente subjetivos, se ha buscado reunir relatos de diferentes épocas y colecciones que permitan observar las recurrencias de elementos ya señaladas y que den una visión, a la vez unitaria y lo más amplia posible de su producción.

En los cuentos centrados en la infancia se señaló un grupo que constituye una saga familiar, a él pertenecen «Una partida de tenis», «La puerta», «Los mil días», «La lombriz», «El perro y el tiempo», «Para que no entre la muerte» y «Mi tío sonreía en Navidad»; sentimiento de no pertenencia a un medio que lo excluye, necesidad de comprender, a través del tiempo, ese pasado doloroso, esa condición marginal de la que es imposible desprenderse; son los elementos esenciales que conforman estos cuentos.

Esta saga persiste desde su primera colección Artistas de variedades, de donde son «Una partida de tenis» y «La puerta», hasta la última El estuche del cocodrilo, donde se encuentran «Para que no entre la muerte» y «Mi tío sonreía en Navidad». Son los relatos con mayor unidad entre sí, constituyendo casi una novela en la que cada uno es una versión que excluye o confirma la anterior, por ejemplo, la figura del tío va modificándose desde la terrible de «La lombriz» o «La puerta» a una menos endurecida, más «humana», transformada por las sucesivas reescrituras en «Mi tío sonreía en Navidad».

La circulación de temas y secuencias se produce tanto entre los cuentos, como entre éstos y las novelas. Un relato varía o se completa con otro repitiendo siempre un limitado número de elementos: «Los mil días» y «Para que no entre la muerte» pueden leerse como dos versiones de una misma historia que tiene como protagonista a un abuelo con proporciones míticas, especialmente en el último, menos apegado a lo anecdótico y verosímil; «Una partida de tenis» que configura, por una parte, la saga mencionada, por otra se conecta con la novela El oscuro: la misma imposibilidad de desprenderse de un pasado considerado vergonzante, de un origen familiar y una miseria que hay que olvidar y ocultar pero que, sin embargo, se vive como una condición esencial y sin salida.

Otro ejemplo de esta interrelación es el cuento «Artistas de variedades» que se expande y desarrolla en la novela Una luz muy lejana, ésta, en efecto, amplía aquel núcleo original: es el mismo personaje Ismael, frente a situaciones similares, tratando de encontrar un espacio propio de la gran ciudad y descubriendo su salvación en cualquier episodio casual, como el circo: «Siempre se había sentido perdido en la ciudad, [...] pero ahora descubría algo que podía salvarlo, algo real y verdadero para esa especie de salvación que había presentido».

En «El perro y el tiempo» se produce una concentración de motivos, la miseria y el despojamiento se viven a través de la posibilidad de tener o no un perro, de que pase o no el tiempo «esa cosa improbable y lejana»: dos elementos cargados de sentido en la obra de Moyano, el perro visto desde la perspectiva infantil que le atribuye propiedades misteriosas (capacidad de volar o desaparecer inexplicablemente) es un condensador de significados, reiterado en los cuentos y en la primera novela en la que encarna y sintetiza las relaciones que se dan en el texto entre los hombres, el tiempo y su improbable transcurrir es el eje tanto de los relatos centrados en los niños y su necesidad de crecer rápidamente para «salvarse», como de aquellos que abordan la situación de los pueblos de provincia invadidos por el tedio, donde nunca «pasa nada» y donde el cambio de las estaciones constituye de por sí un acontecimiento.

«La espera», «La columna» y «La cara» pertenecen a El fuego interrumpido, tanto la temática como los procedimientos formales otorgan gran unidad a esta colección; «La espera» es casi un paradigma de los elementos que trabaja Moyano porque privilegia la doble vertiente social y afectiva de la marginación a través de secuencias narrativas, ya señaladas, que se sintetizan en este relato: el niño abandonado a la espera de su padre, mira desde la periferia las luces de la ciudad y su monumento, siempre parcialmente mutilado y que, por un desplazamiento metonímico, es sinónimo de la figura del padre, del que también se tiene una imagen fragmentaria y escindida.

Esa perspectiva de la ciudad incompleta y distante cobra la importancia de un leitmotiv que enmarca la novela Una luz muy lejana y se vuelve a encontrar en «La columna», donde el niño es un «marginado afectivo»; tanto en este último cuento como en «La cara» predomina la visión de una infancia vulnerada por el mundo adulto responsable de la pérdida de su inocencia.

Finalmente se pueden agrupar aquellos cuentos que registran la fuerte presencia de una atmósfera evocadora de los textos de Kafka; en Moyano se trata de una nueva inflexión del concepto de la marginalidad: el hombre «extrañado» de sí mismo o sujeto a determinaciones externas, aislado de los demás, visto como «diferente» por los otros y por él mismo. «La fábrica» aúna a esta marginación existencial, la social, característica del hombre del interior que para mejorar su situación debe emigrar configurando un grupo aislado en una fábrica que, por una parte, se asimila al concepto de ciudad (el lugar de la riqueza y el orden) y, por otra, se transforma en un organismo vivo, capaz de manejar y decidir la vida de los hombres, que remite a El proceso de Kafka.

Cuentos como «El monstruo» y «El estuche del cocodrilo» reflexionan acerca de la condición de desarraigado del hombre entre los otros hombres; tanto el monstruo como el cocodrilo corporizan la calidad de extraños, de «raros», la imposibilidad de adaptación y verdadera comunicación con los demás, funcionando como los dobles de los personajes.

En tanto que «Nochebuena», «El rescate» y «Una guitarra para Julián» se centran en el aislamiento y soledad del hombre; el sentimiento de desposesión y abandono puede convertirse en un temor paranoico a los encuentros con un «otro» también monstruoso en «Nochebuena»; puede producir el reemplazo y sustitución del hijo por su asesino en un intento de vencer la soledad en «El rescate», o puede tener carácter colectivo y reducir al silencio y al escepticismo a todo un grupo social despojado de la esperanza, en «Una guitarra para Julián».

Reiteración y fidelidad a una problemática -el desarraigo y la marginación social o interna del hombre- que se traduce en una serie de líneas temáticas: el abandono del niño, la miseria de las provincias, la soledad en las grandes ciudades; un sistema narrativo construido con cierta uniformidad de procedimientos, con los que intenta un «realismo» desprendido de la pretensión de reflejarlo y describirlo todo, y que se tiñe, especialmente en los últimos textos, de una intención alegórica; una estructura narrativa que apela a la reiteración de escenas y motivos trasladados de uno a otro texto; y un léxico en el que se insiste sobre los mismos significantes -precariedad, sometimiento, salvación-: son los términos con que se constituye la escritura de Moyano.





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