Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Abajo

Prólogo de «Mis (primeros) 400 libros. Memorias literarias de Jordi Sierra i Fabra

Jordi Sierra i Fabra





Titular un libro como yo he titulado este, puede tener muchas lecturas. Posiblemente la mía sea la más inocente. Siempre he dicho que escribo muy en serio pero que en lo que respecta a mí, aunque mi vida sea escribir, separo y guardo distancias. Trato de reírme de mí mismo, lo cual descubrí hace años que es sanísimo. ¿Con lo de «Mis (primeros) 400 libros» hago una broma, «amenazo» con 400 más, le guiño un ojo al destino, busco el aplauso de los acólitos mientras provoco a los irredentos? Lo único cierto es que siendo así, habiendo llegado a esa cifra, ¿por qué no gritarlo (aunque sea en voz baja), con el orgullo justo y la sonrisa feliz del que sabe, como dijo Woody Allen, que los hitos están para ser superados?

No tengo estudios, ni cultura académica, ni he pretendido ser lo que no soy. Lo de los estudios me ha perseguido toda la vida. De niño leí libros de alquiler, a cincuenta céntimos. Libros de consumo. Nadie guió mis pasos lectores y de la nada, ya en la adolescencia o primera juventud, salté de Dostoyevsky a Hemingway o de Faulkner a Stendhal sin más razón que mi instinto compulsivo. Y aunque leí mucho, nunca fue suficiente. Nunca es suficiente. De mayor lo compensé viajando. Descubrí que cada ser humano, sea rockero famoso o un simple pescador polinesio es un mundo en sí mismo y un gran libro abierto. Aún así, no fue triste. Leer me salvó la vida. Leer, sea una novela buena o mala, es un regalo. Pero aún hoy, cuando en una conversación hay gente más lista, preparada o inteligente que yo, lo cual suele suceder casi siempre, me callo. No siento vergüenza, pero si humildad ante mi incultura. Sé de dónde vengo y lo que he trabajado para llegar hasta aquí. Haber escrito 400 libros de todos los géneros, por lo menos, me permite alguna licencia. Como por ejemplo creer que uno a uno forman unas memorias, el legado de una vida, o parte de una vida porque la palabra «primeros» entre paréntesis es no sólo una esperanza, sino una firme voluntad de seguir hasta el último aliento. Por suerte escribir no es jubilable, depende de ti, de tus capacidades físicas y mentales. Morir haciendo lo que a uno le gusta ha de ser reconfortante.

Quien espere encontrar en este libro una biografía típica, se equivoca. No van a aparecer chismes de mi época como director de revistas de rock ni detalles que no estén relacionados con mi vida de escritor. Son unas «Memorias literarias», es decir, un repaso a una existencia vinculada siempre a la literatura, una vida dividida en 400 partes, aunque en las primeras páginas si haya un amago de biografía, para explicar por qué fui escritor y cuáles fueron mis primeros pasos, qué me impulsó y qué me guió. Cada libro es una historia, cada historia una epopeya. Eso es lo que hace fascinante este «trabajo». No hay una novela igual a otra, las editoriales son distintas, el trabajo previo es diferente, las personas, los viajes... Además, nunca he querido repetirme, escribir dos novelas policiacas seguidas o cansarme con un registro, un tema o un personaje. En este sentido he mantenido y alimentado al niño que hay en mí, porque es la única forma de que los años no te pesen.

¿Por qué unas «memorias», y «literarias»?

No me han dado el Premio Nobel. Nunca me lo darán. No soy famoso pese a mis muchos premios y haber llegado a vender 10 millones de libros en 40 años. Entonces, ¿por qué escribo esto?

Para poner orden en estos (primeros) 400 libros. Por eso. Orden y rigor ante posibles errores o interpretaciones equivocadas de historiadores o críticos futuros. Y para dejar constancia de que los hice, y cómo y cuándo y por qué y hasta dónde los preparé o escribí.

Nunca pensé que mi manía de apuntar las fechas, los lugares en que desarrollé tal o cual guión previo, y hasta el número de páginas escrito día a día de cada una de mis obras, fuera a servirme de algo. Jamás pensé en hacer un libro como este. Hoy me alegra haber sido tan minucioso. Se puede ordenar mi vida, hacer un diario completo, con las fechas que aparecen aquí y a través de los créditos de cada libro. Cualquier lector se dará cuenta con ello de que me he pasado esa vida (al menos desde los 22 años) haciendo lo que me gusta, pensando, preparando guiones y escribiendo libros. Me encanta cocinar cada detalle, sentir que surge de mí. Ese es el placer del escritor, no del que escribe simplemente para comer. Jamás he dado un texto a una «secretaria» para que lo «pasara a máquina». He trabajado siempre solo. Soy puñetero hasta en eso. El placer de ver nacer y crecer una obra es algo que va más allá de todo. Soy el único responsable de cada cosa que he escrito originalmente (traducciones aparte, es obvio). Derivado de ello han surgido voces en cuarenta años diciendo lo que para muchos es evidente: que si se escribe tanto es imposible escribir bien.

Ray Bradbury decía: «Cantidad es igual a calidad. Cuanto más escribo, mejor escribo. La cantidad da experiencia, y sólo de la experiencia puede surgir la calidad». Yo me quedo con eso. He sido (soy) compulsivo, y esto es parte de mí. Me pertenece como una segunda piel. Otra frase memorable de Ray Bradbury es: «En la rapidez está la verdad. Cuanto más deprisa escribas, más sincero serás». Yo siempre he sido muy, muy rápido, sobre todo viniendo del periodismo, aunque fuese musical, y tras haber hecho de free lance algunos años. Creo en la sinceridad de la rapidez, sin artificios, natural y libre. Y una más: «Cuanto más hago, más quiero hacer. Uno se vuelve voraz. Le entran fiebres. Conoce júbilos». En realidad Bradbury tiene un sinfín de frases memorables que deberían conocer ante todo los futuros escritores: «Al escribir uno recuerda que está vivo y que esto es un privilegio», «Si no escribiese todos los días uno acumularía veneno y empezaría a morir, o a desquiciarse», «Uno tiene que mantenerse borracho de escritura para que la realidad no lo destruya», «El primer deber de un escritor es la efusión, ser una criatura de fiebres y arrebatos», «Soy una rareza de feria, el hombre con un niño dentro que lo recuerda todo», «Más que pensar mucho en mi camino, he hecho cosas y he descubierto quién era y qué era después de hacerlas», «Escribo todas mis novelas en un chorro de pasión deliciosa», «Hay escritores que tardan años en dar con la historia original que llevan dentro, otros apenas unos meses»...

Yo las firmo todas.

Y añado esta que no recuerdo quien la dijo: «La vida es un gran ruido entre dos silencios».

¡Pues a hacer ruido!

A la hora de preparar estas memorias, me enfrenté con un problema: de qué forma presentar esos 400 libros. Había tres: ordenarlos a medida que hice los guiones previos, ordenarlos a medida que los fui escribiendo, y ordenarlos a medida que se iban publicando.

La primera no me sedujo. Hay libros que he escrito muchos años después de haber hecho el guión previo, aunque para mí, ese guión, es el libro casi en un 90%. La tercera tenía el mismo problema y agravado, porque muchos libros que he escrito, y que han sido importantes en mi proceso, sobre todo los fracasados, nunca han sido publicados. Yo necesitaba hablar de ellos para mostrar toda mi evolución, las luces y las sombras. Así que la única forma real de presentar el recorrido era la segunda, hacerlo a través de lo escrito y en orden. De ahí que en cada libro destaque mucho cuándo hice el guión previo y cuándo fue editado. Para mí son detalles muy relevantes, esenciales, aunque para un posible lector lo sean menos. Situar, además, cada novela en su contexto histórico, en su año, es muy importante a la hora de valorarla. El tiempo nos da la medida de todo, y un libro pertenece siempre al momento en que fue creado. Imagino, por otra parte, que todos los que defienden que hay que «escribir» un libro en años, y revisarlo decenas de veces, se escandalizarán viendo el tiempo de trabajo de muchos de mis libros. Pero para mí el tiempo de trabajo real siempre es el previo, no el de la escritura en sí. Muchos grandes, al morir, han abominado de sí mismos por haber hecho tan pocos libros en su vida. Tarde para arrepentirse.

Una vida ha de servir para ser saciada y colmada. Si sólo hubiera hecho un libro al año me habría muerto de aburrimiento. No digamos ya un sólo libro en dos, tres, cinco años. Quizás no sea «escritor», sólo un «contador de historias». Quizás. El mundo de la literatura está lleno de palabras grandilocuentes y personajes mirándose su propio ombligo y pontificando sobre los demás, lo divino y lo humano, lo que está bien y lo que está mal. Olvidan, seguro, lo más importante: que escribir es una gozada. La mejor. Los que «se duelen» escribiendo tienen la sana opción de dejarlo. ¿Son masoquistas o queda muy bien decir lo mucho que han sufrido haciendo una novela? Yo nunca he querido ni he sabido mentir. ¿Para qué? Lo que hay es lo que hay. Saber comunicar es un don. La cultura de la crítica y el desprecio son habituales para enmascarar la impotencia propia. El respeto suele olvidarse, o ignorarlo como defensa natural. Incluso el lenguaje de estas «Memorias» es, ante todo, coloquial. Se trata de contar algo, nada más.

La primera persona a la que hablé de la posibilidad de hacer este libro fue Elsa Aguiar, mi amiga y editora de SM. Su entusiasmo fue también parte de mi decisión. Si una vida la forman una larga serie de eslabones, los míos siempre han tenido también un rostro humano que han hecho de esta cadena un paradigma de libertad. Dar las gracias sería largo, pero entre estas páginas se citan a la mayoría.





Indice