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Querer ser «vagabundo provisional»1

Antonio García Teijeiro





Decir que Fernando Alonso es una de las figuras más importantes dentro del campo de la Literatura Infantil, creo que no es descubrir nada nuevo.

Sus libros afrontan esos temas que aparecen, a diario, en cuanto abrimos la puerta de casa. Temas tan cercanos al niño como la solidaridad, las catástrofes, la convivencia, el autoritarismo, la libertad... pero expuestos de una manera peculiar e ingeniosa.

Libros como «El hombrecito vestido de gris...», «El duende y el robot», «El hombrecillo de papel» o «Sopaboba» son ejemplos válidos para poder contrastar una forma personal de hacer literatura. Una literatura envuelta en tonos de imaginación puntual y repleta de un sentido poético, sencillamente sugestivo.

Defensor de un modelo literario «en que los niños puedan ver las maneras de pensar, las formas en que pueden encauzar su pensamiento y abierto, sin imponer nada», Fernando Alonso crea unos personajes deliciosos, profundamente humanos, con los que el pequeño lector pasa a encariñarse de inmediato.

«Feral y las cigüeñas» es un precioso relato, en el que se dan una vez más las constantes de su literatura, pero a las que se les puede añadir la novedad de la inclusión de dichos populares, un cuento dentro del propio cuento, una adivinanza y hasta un pequeño poema de Rafael Alberti. Todo ello en torno a la figura de las cigüeñas y como prueba final que el protagonista habrá de pasar para conseguir su anhelado deseo. (He aquí una clara relación con la estructura de los cuentos maravillosos).

Feral, nuestro héroe, es un niño especial ya desde el momento en que nace. En Villalcamino eran tan pocos habitantes que, cada vez que nacía un crío, había fiesta por todo lo alto.

¿Y su nombre? Eso también fue una odisea. Todos sus familiares estaban dispuestos a darle el suyo. Así pues, podría llamarse Filoso, Eutropio, Relogio, Abulio o Liberato. No está nada mal ¿eh? Por fin -y para contentar a todos- una letra de cada uno de esos nombrecitos y ¡listo!: Feral. Después, los proyectos. Que si será general, que si mariscal, que si concejal. Sueños y más sueños familiares -algo tan común en esta sociedad nuestra- pero que no se harán realidad, porque el niño también tenía los suyos: sería «vagabundo provisional». Y cierto día, tras haber sido culpable de la huida del pueblo de una cigüeña que anidaba allí cada año, toma rumbo -con sus 14 años- hacia los países cálidos para convencer a ella y a las demás de que volviesen a Villalcamino.

Feral atraviesa bosques y campos. Recorre senderos y conoce a todo tipo de personajes: el vagabundo que le transmitirá su máxima («hoy por ti, mañana por mí»); a Teo, el cuervo, auténtico guía; al viejo espantapájaros que habla bajito y que, formado por piezas inservibles, nos permite conocer la increíble historia de cada una de ellas.

Feral habla el lenguaje de las flores y de los animales y tiene la virtud de escuchar a toda persona -real o ficticia- que necesita hablar y ser escuchado. No conviene olvidar que desde muy pequeñito se paraba junto al bosque, tras haber corrido por el campo y gritaba: ¡¡Árbol!! y no seguía adelante hasta que un rumor de hojas le contestaba. Por eso «sintió la necesidad de recorrer los caminos» y por eso también «le entró en las venas la extraña enfermedad del río, que le hace correr sin detenerse, caminar por el solo placer de caminar».

Cuento, pues, entrañable. Escrito en un lenguaje sencillo y poético a la vez, en el cual se deja entrever nuevamente la obsesión del autor por el tema del tiempo en relación con las personas. Pero por otra parte es una narración que permite varias lecturas por ese carácter simbólico que muchos de los personajes del libro poseen.

Las ilustraciones de Fuencisla del Amo, extraordinarias, muy adecuadas al texto aunque como es norma en esta editorial, lucen mucho menos de lo que sería de desear.





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