Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Reconocer y desconocerse: cuerpo escrito y cuerpo expósito en la obra de Margo Glantz

Esperanza López Parada





Dice Paul Valéry que el cuerpo humano alberga al menos otros tres cuerpos y que el trabajo más oportuno con ellos es el de la disección o la taxonomía1. Pero en la literatura de Margo Glantz se descubren muchos más: hay tantos cuerpos posibles como prosas, frases, escritos, siguiendo el principio inalterable de la escritura como una variante posible de la fisiología. Ésta procede desmenuzando los cuerpos múltiples que aloja el cuerpo. En tanto un arte cisoria o una cirugía incruenta, aísla sus órganos y redacta la historia o -lo que es lo mismo- la histología de sus tejidos.

Pese a todos los mecanismos contemporáneos para ocultar y disimular su sexo, y con él, la sexualidad y carnalidad de todas las cosas, Margo Glantz insiste que la escritura no puede ser sino sexuada y corpórea y que proviene de un primer gesto, de un primer trazo equivalente en el cuerpo de la letra al primer acto del cirujano, a una inicial incisión, a un despiece.

Cuerpo y escritura esbozan una alianza de análisis. Son términos biunívocos que se remiten, se apoyan como metáforas mutuas de organicidad y estructura, pero también como entes de intuición celular y de reflejos orgánicos.

La ciática, por ejemplo, es una dolencia que procede, con sus ramificaciones de nervios afectados inscribiendo en el cuerpo el laurel paulatino de la metamorfosis de Dafne; que camina, por lo tanto, volviendo al cuerpo en mito. La breve glosa que Margo le dedica recuerda que la enfermedad articula sus pautas como un relato2.

El inventario de esas corporeidades, de los cuerpos de Margo Glantz en el cuerpo de su escritura, arroja un número inabarcable, una nómina que será probablemente incompleta.


1. El cuerpo desconocido

La producción literaria femenina en México tiene una intención genealógica3. Margo Glantz apoya este juicio con su propio acervo. Su libro, Las genealogías constituye un título temprano, escrito con la intención de filiación y de origen que ella atribuye a esta modalidad discursiva.

Legalmente, sin embargo, una genealogía funciona como una garantía de linaje, una progresión que traza el lineamiento de progenitores y ascendientes. Compete a la raza -un animal tiene genealogía- y a la estirpe. Es una secuencia legal de nacimiento y sucesiones, la formulación oficial de la procreación y nunca un retrato improvisado familiar.

Pero según la definición de la RAE, es también el documento que la contiene. Por genealogía se entiende el escrito que despliega una genealogía. Como si un linaje no existiera hasta que es descrito y sancionado en el discurso genealógico, éste en realidad produce a aquél. Ejemplo de textualismo infinito, la genealogía documenta la genealogía y gesta discursivamente las gestaciones por ella documentadas: giro redondo de un trabajo de pertenencia que es padre y origen de sí mismo.

Margo Glantz sabe bien que el pasado es una cuestión de escritura, cuestión de textos que restañan el origen perdido y procuran, establecen y hasta construyen formas de identidad y arraigo. Surgida de un éxodo, trasplantada a otro lugar y otra lengua dentro de una familia con otra procedencia, ajena incluso dentro de la tradición que es suya, mexicana y española en una familia rusa, Margo decide pertenecer a un relato: Todos, seamos nobles o no, tenemos nuestras genealogías -dice al comienzo de ese libro sobre los comienzos-. Yo desciendo del Génesis, no por soberbia, sino por necesidad.

Sus padres habían nacido en una Ucrania hoy inexistente, completamente distinta del México donde nace la propia Margo que, desde ahí, desde ese primer desacuerdo, vive una relación de diferencias. Ella no estudió hebreo, la Biblia o el Talmud. Su nariz no es judía, sino traidoramente romana. Su altura le impide parecer mexicana, el negro de su pelo la distingue de la rubia familia Glantz. Es el cuerpo, que debería establecer proximidades, el que la aleja y es en la sangre, precisamente, donde comienza la orfandad4.

El fuerte sentimiento de exclusión física se compensa, sin embargo, con un nuevo tipo de identidad que llamaríamos gráfica o textual, porque Margo conserva el apellido paterno, firma con él y es quien, a pesar de su distancia, escribe la genealogía que regula y legisla todas las pertenencias. Su escritura de linaje y de origen, sin embargo, ha descubierto con ambos más divergencias que semejanzas.




2. La carne expósita

La estela de este reconocimiento imposible, de esta anagnórisis inversa atraviesa la obra de Margo Glantz que es, a su vez, irreconocible por no ubicable en una región, un estilo, una denominación, un género, ni siquiera en una disciplina. Así, la pregunta por la identidad y la pertenencia le atañe como un problema de definición propia, como un problema pertinente, tanto más eficaz y productivo cuanto más cuestionado.

Espectral, fantasmal en la medida en que no tiene un sitio claro, los contornos de la escritura de Margo son indefinidos y leves, hasta el punto de no poder establecer fidedignamente su corpus. Por un lado, se resiste a abandonar esa primera condición de bosquejo, apunte, boceto, nota, condición transitoria de la escritura misma hacia su configuración definida. Por otro, no reconoce fronteras ni purezas, se encandila con la mezcla, el experimento y la hibridación. Un ensayo de Margo podría ser una especie de novela sin personajes, una narración de intriga cuya incógnita adopta la fisonomía de un estilema o de una retórica. En cambio, sus prosas, novelas y ficciones poseen el rostro de la reflexión, del tratado, la forma corporal y narrada de un análisis. Digamos que creación y crítica en la escritura de Margo se identifican, construyen sistema, forman familia.

En lugar de un conjunto jerárquico ordenado, la bibliografía de Margo Glantz establece otras alianzas. Fragmentado en pedazos, roturado, mezclado, combinado de nuevo -en ocasiones la frase o el motivo de un estudio suyo reaparece en uno de sus cuentos-, resulta complicado fijar este corpus flotante, desubicado para el esquema habitual, expósito él también y huérfano de filiaciones.




3. El cuerpo deforme

En carta de su confesor, Sor Juana Inés de la Cruz se lamenta de no poder hacer gala de buena caligrafía y de tener que disimularla, fruncirla, malearla. Una letra pulcra y cuidada se consideraba atributo masculino, porque el hombre escribe con la cabeza y la mujer, la escritura es operación de la mano, una tarea manual y doméstica como lavar, coser o cocinar platos5.

Si escribir es en el XVII americano un trabajo corporal más, ello implica tener que seguirlo en su variante material, en sus vicisitudes manuscritas y en la aventura del rasguño del papel por la pluma, dentro de una especie de hermenéutica del trazo que constituiría la utopía crítica de Margo Glantz prácticamente desde sus inicios, en lo que es ya una de las carreras más sobresalientes del ensayista hispanoamericano. Sus calas en la narrativa mexicana del XX -Repeticiones (1980), Esguince de cintura (1984) o Intervención y pretexto (1980)- insistían en este tipo de exégesis que se aplica también y con causa citada, a la producción de la colonia: observación sensible a las condiciones reales en la redacción de lo estudiado -tinta, papel, tijera, borrón y borradura-, condiciones que sin duda se imprimen en el resultado y de las que se puede extraer sentido.

Detrás de esta insistencia en el avatar matérico de la escritura no está sino su encarnación orgánica, dentro de una comparación temprana en la temática de Margo Glantz, y por la cual el texto es carne que sufre todos sus accidentes: texto como cuerpo desnudo, maleado, disgregado, cuerpo borrado, cuerpo náufrago, fragmentado, «cuerpo en pedazos». Al fin y al cabo, disfrazar o malear el primero no sería sino una manera sutil de alterar el segundo: deformar la letra equivale quizá a la deformación del cuerpo femenino, oculto, retorcido, martirizado, carne de tentación dispersa y escondida hasta lo irreconocible.

En un artículo reciente dedicado a Octavio Paz, Margo desentrañaba el sistema de igualdades que el poeta parecía diseñar en sus voluminosas Trampas de la fe a fin de reconocerse en su propio libro: su autobiografía se quería disfrazar en el estudio biográfico de Sor Juana. Al establecer una relación analógica con la monja y de ésta con la sociedad barroca que la rodea, Paz viene a postularse, a su vez, como representación y síntesis del México actual, en un juego muy eficaz de identidades cerradas e inapelables6.

En cambio, Margo Glantz estudiaba El divino Narciso para su prólogo a la edición de la Biblioteca Ayacucho. El auto sacramental nos presentaba la figura de una desgraciada ninfa Eco que, condenada al silencio o la repetición, podría simbolizar bajo su mutismo -pensaba Margo- a todas las mujeres y probablemente a esta Sor Juana, obligada también a no manifestarse, a no declararse o a deformar y malear la declaración. Eco es la duplicadora de las voces y ¿no resuena [en la obra de Sor Juana] los ecos de las Sagradas Escrituras, los de Góngora, Calderón, San Juan de la Cruz, y los de Jeremías, Isaías, Miqueas, Ester y El Cantar de los Cantares? Pero, sobre todo las cosas, ¿no fue Sor Juana condenada al silencio?7

Frente a la igualdad México/Paz/Sor Juana, Margo nos propone la asimetría de la monja como ninfa repetidora y muda. En lugar de propiedad, nos propone una expropiación, silencio en vez de identidad y una reiteración disolvente y deforme en lugar de una similitud fundante. Recordemos que es la propia Sor Juana la que en uno de sus romances se hace llamar la diversa de sí misma.




4. Cuerpos rajados, cuerpos heridos

El desconocerse como saldo del trabajo identitario, de la tarea indagatoria en el yo, es una experiencia casi exclusivamente femenina o, por lo menos, Margo Glantz lo detecta mejor y más extensamente para una perplejidad de rango genérico. Son las mujeres -sus mujeres- las que practican una investigación que termina en el descubrimiento de la propia ignorancia. Sólo reconozco de mí que me desconozco, porque reconocimiento y desconocimiento se igualan en el proceso de identidad de la mujer que Margo explicita a través de los versos de Rosario Castellanos: No es posible vivir / con este rostro / que es el mío verdadero y que aún no conozco8.

El cuerpo femenino es, sin duda, el principio de este desconocerse. Comienza en él el enigma. Él mismo se ignora, se sorprende, se divide, se diluye, se desconcierta. A menudo a él se reduce toda forma de apelación. La Malinche, por ejemplo cuerpo interpuesto entre Hernán Cortés y los indios, queda resumida en los retratos que se le dirigen a la condición de lengua del uno y de los otros: una lengua sin voz. Esa reducción de la que es objeto continúa en una serie de metonimias que Margo Glantz indaga y que culminan cuando, de mediadora, carne entremedias, canal intermedio, pasa a denominar, por continuidad, al propio Cortés.

Origen desde su falta de nombre de una nueva nominación, hecha de carencia, también para Paz, la Malinche es la que, canal de contacto, abierto al exterior, la chingada, pierde una identidad y configura a partir de ese expolio otra forma de identificación9.

Ser excéntrico, ser alejado del centro, al margen de lo aceptable propio, concita un extraño proceso de reconocimiento nacional. Para el mexicano, es la traidora innombrable, cuna de un mal, el malinchismo, al que se resigna como enfermedad identitaria y patria. Ser su descendiente, ser hija de la Malinche supone aceptar la exclusión como condición característica y definirse negativamente10. Ella representa la historia que se rechaza y, a la vez, paradójicamente, representa a la mujer mexicana en su fatalidad anatómica, en su sexo o rajada -como señala Octavio Paz, citado por Margo11- que jamás cicatriza. Respecto a lo primero, a la historia, a la que alude por defecto, es un símbolo. Respecto a la segunda, a la mujer, a la que remite por exceso, por su carnalidad abusada, es una herida.

A efectos de su trabajo, escritural, esta contradicción interesa mucho a Margo porque, siguiéndola como modelo, puede sustituir, en tantos otros análisis suyos, la mujer por su sexo, la identidad por su falta, el símbolo por el síntoma, la exégesis por la patología.




5. Disjecta membra o el cuerpo desmembrado

El crítico patólogo y anatomista procede extrayendo muestras de tejido de su objeto de estudio y convirtiendo la observación de éstas en condición sintomática, en emblema o paradigma representativo del conjunto enfermo que se analiza. En sus ensayos literarios, Margo Glantz trabaja por secciones, por pedazos, separando músculos y órganos del total, como en una cuidadosa lección de anatomía. Ahí están para, testimoniar la viabilidad del mecanismo, sus artículos sobre la carne de la prostituta de Santa de Gamboa, sobre la matriz de Armonía Sommers o el culo de Bataille, la nariz de Djuna Barnes, el paladar en la prosa gustativa de Alfonso Reyes, el esqueleto esquemático de los minicuentos de Julio Torri, la erótica de las extremidades y del pie en Flaubert o en Cuéllar. De todos los órganos, es esté, calzado o desnudo, uno de los más reconocidos y presentes, hasta el punto que podría demostrarse cómo un ensayo de Margo Glantz empieza siempre por los pies y se escribe con ellos.

Y no sólo porque, como motivo, lo repita, lo reitere y lo seleccione del texto que va a comentar, sino ante todo porque su análisis se sitúa ante éste último como frente un paisaje y lo recorre puntualmente, paso a paso, rasgo a rasgo; lo camina al pie de la letra. El trabajo hermenéutico de Margo Glantz se articula igual que un paseo, con la dinámica de itinerario y progreso que justamente el pie le contagia.

Organizada como un desvío, un éxodo o un viaje un poco incierto, esta mirada desde abajo, a ras del suelo en el ensayismo de Margo descubre detalles quizá irrelevantes en la tectónica del texto, pero jugosos y apreciables en su semántica.

Descubre, por ejemplo, el lino de que estaban tejidas las velas de los barcos naufragados que Fernández de Oviedo comenta; las tunas y algarrobos que el hambre de Álvar Núñez Cabeza de Vaca le obliga a roer; la virtud de las tortugas que salvan la muerte al náufrago Zuazo; la semejanza entre los sacrificios paganos y el sacrificio de la Eucaristía que, alarmante para los predicadores, Sor Juana convierte una piedra angular de un «holocausto feliz»; los martirios que se imponen en los conventos novohispanos para reproducir en el cuerpo torturado de la monja el cuerpo resurrecto de Cristo. Y descubre sobre todo aquellos momentos en el que el texto vacila, se calla, momentos en que «va mudo y sin lengua», en que tropieza. Descubre los malos pasos de un texto que incluyan su anulación, su borrón o borradura; malos pasos de su historiografía literaria al uso desatiende, pero que la exégesis nómada, la exégesis itinerante y física de Glantz convierte en significativos y centrales.

De esta nueva disposición, de este recorrido por lo que comenta, Margo no obtiene un manual, un tratado, una verdad; obtiene una nueva y apasionante narración de la narración que le sirvió de base. No se trata de establecer un sentido absoluto en la obra comentada, importa más derivar desde ella: no se trata de escribir sobre un texto sino a partir de él. Éste fungiría como vientre, como origen biológico para el origen perdido de la propia escritura, una nueva genealogía entablada para la propia creación.

Estamos entonces ante una episteme generativa, en la cual comprender un relato previo es construir el propio, es producirlo, hacer el relato familiar de los escritos de uno: la hermenéutica entendida como heurística, el análisis como gestación, como proceso, la crítica sostenida como producción.




6. Cuerpos escritos o la genealogía de la obra

La escritura se autogenera o autogestiona, se produce a sí misma, o se procrea. La escritura sustituye todos los viejos esquemas de origen y parentesco. No creo que Margo abjurara de esta nueva familia textual que ella tanto ha contribuido a fundar. La crítica descendiente de la rama francesa de Barthes, de Foucault, del mismo Bataille, tiene conciencia de que, sobre todo, es escritura y de que proviene de ella. Proviene de una línea o secuencia y no es sino de una genealogía que, de verdad, se produce a la vez que se nombra.

Digamos que todo el trabajo ensayístico de Margo inaugura una nueva pauta de filiación. Primero, separa para siempre identidad y procedencia, lo que ahora soy y de allí de donde vengo. Después, hace del reconocimiento un ejercicio de extrañeza -me descubro allí donde me ignoro, yo soy diversa de mí misma, la extrañeza que me provoco configura el único motivo de identificación conmigo.

Además parece sustituir orígenes reales, identidades físicas y estables por formas nuevas de pertenecer, por raíces nuevas. Probablemente no lo pretende de ese modo evidente, pero la exégesis y el ensayismo literario podría ofrecerse como un buen consuelo para la procedencia perdida.

Con sus trabajos sobre la crónica india, la novela de folletín mexicana, la literatura del siglo XIX, de la revolución, sobre la generación de la onda, los fragmentos de Rulfo, los relatos de Elena Garro, el Primero Sueño o las Cartas de relación de Cortés, la crítica literaria de Margo Glantz estaría estableciendo un nuevo protocolo, una nueva patria. No se trata de sustituir un linaje por otro, una identidad por otra, sino de recorrer las escrituras con las demás, leer las del nacimiento y la identificación, las heredadas con las elegidas, las impuestas y ya extrañas con las producidas por uno mismo. De ese viaje, de ese itinerario, de ese éxodo regulado, deriva la única comunidad posible y reconocible, la comunidad de las letras, las nuestras y las ajenas, configurado entre ambas familia y arraigo.

Todos los ensayos de Margo no serían sino una forma propuesta de genealogía literaria que intente paliar la ausencia de otras pertenencias más imposibles, más lejanas: el cuerpo de la letra ocupando el lugar del cuerpo real y ausentado, de la procedencia antigua en el que, a duras penas, ahora me conozco.







 
Indice