Recuerdos de Kafka
Ricardo Gullón
—215→
Un cuarto de siglo escaso ha necesitado la obra del novelista checo Franz Kafka para ganar a las minorías literarias y artísticas del mundo entero y para conquistar algunas sólidas cabezas de puente en los reductos mayoritarios. Ya están traducidas al español (en Argentina) casi todas sus obras, y ahora se edita en nuestro idioma el libro que le dedicara su íntimo amigo Max Brod, —216→ a quien debemos la publicación -y la conservación- de novelas que aquél consideraba harto imperfectas para ser impresas.
El libro de Brod no es una biografía -aunque como tal se presente-; tiene carácter fragmentario, parcial y en él faltan datos importantes relativos a la vida y la persona de Kafka. Es, simplemente, lo mejor que pudiera ser: libro de recuerdos, mezclado, vivo y escrito sin artificio, del que surge una imagen del novelista no del todo acorde con la sugerida por la lectura de sus narraciones, cuyo adecuado complemento constituye.
Quizá la
más sorprendente corrección propuesta por Brod a la
figura de Kafka, conforme van forjándola críticos y
lectores, es la que le presenta como hombre hostil a lo misterioso
y sin curiosidad por lo acontecido en las zonas oscuras del ser:
«Su espíritu no se orientaba hacia
el interés por lo enfermizo, extravagante y grotesco, sino
hacia lo grande de la naturaleza, hasta lo que cura y remedia,
hacia lo sano, ordenado y sencillo...»
«Jamás tuvo ni un ápice de
interés por los autores del lado nocturno, de la
decadencia. Un poderoso impulso lo llevaba a las creaciones vitales
sencillas y positivas.»
Sencillo y sencillez son palabras
que acuden con frecuencia a la pluma de Brod cuando habla de Kafka:
«Mi amigo -asevera- me condujo
precisamente a la sencillez y a la naturalidad del sentimiento,
sacándome paso a paso de un estado espiritual por entonces
confuso y viciado.»
¿Cómo conciliar esta tendencia a la sencillez con la
palmaria rareza y las singulares revelaciones de sus novelas? La
explicación, según el biógrafo, no debe
buscarse en una extravagancia que sirva para ocultar otras cosas,
sino en las capas profundas de sus textos: «Llegaba con tanto amor y exactitud al fondo de lo
particular e inaparente, que salían a relucir cosas hasta
entonces insospechadas, que, aunque parecen raras, son, con todo,
lisa y llanamente verdaderas.»
Brod protesta contra la
pretensión surrealista de anexionarse, en calidad de
precursor, a Franz Kafka.
Y
¡qué admirable ejemplo de artesano paciente y
laborioso! El genio de Kafka está, en buena parte, integrado
por su afán de perfección, por su esfuerzo cotidiano,
vigilado y a veces roto por una intransigente escrupulosidad.
Tenía conciencia de su genio, de la calidad de sus dones,
pero al propio tiempo ejercía sobre los textos la más
rigurosa y excesiva autocrítica, reprochándose falta
de disciplina, grandilocuencia y facilidad. «Hoy sé que más necesita el arte de
oficio que el oficio de arte»
, afirmaba en una carta. Y
en el Diario: «Escribir como si
fuera una oración.»
Esta frase y otra, tomada
también de sus notas íntimas: «El mundo enorme —217→
que tengo en la cabeza»
, proporcionan las mejores
indicaciones acerca de su actitud frente a los problemas de la
creación literaria. Respecto al «mundo enorme que tengo en la cabeza»
,
añadía: «¿Cómo liberarme y liberarlo sin
provocar desgarramientos? Es mil veces preferible desgarrar que
retenerlo y enterrarlo dentro de mí. Lo veo muy claro; para
eso estoy aquí.»
Su vida quedaba justificada y
explicada por la necesidad de dar forma al vasto mundo que
desbordaba de su mente, pero la creación sólo
podía surgir merced a un esfuerzo de casi religiosa
concentración. El acto de escribir se asemejaba por la
intensidad y la pasión al acto de comunicar con Dios.
Plegaria y poesía naciendo parejamente en el fervor.
Buena parte de la
obra de Kafka es reflejo del debate planteado en su alma entre
«el anhelo de soledad y el deseo de
comunidad»
. Brod sostiene que «una vida de comunidad y trabajo inteligente (una
vida como aquella en la que busca penetrar inútilmente K.,
el héroe de El castillo) significó para
él la meta y el ideal más altos»
. La
interpretación de El castillo, partiendo de que en
K. quiso personificar al pueblo judío, no parece
desacertada, pero sobre este acierto conviene destacar el hecho de
que las situaciones descritas por Kafka van más allá
y -superando cualquier particularismo de tiempo o de raza- afectan
a la humanidad entera, al peculiar y común destino de cada
uno de nosotros. Por eso su obra está adquiriendo tan
amplias, sensibles y apasionadas resonancias.