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«Recuerdos del adolescente» (1992). Notas sobre un fragmento recuperado de «El juguete rabioso»1

Rose Corral





Hace treinta y cinco años, en 1973, la revista Los Libros daba a conocer un capitulo desconocido de la primera novela de Roberto Arlt, El juguete rabioso, publicada en octubre de 1926 por la Editorial Latina2. El texto, titulado «El poeta parroquial», que había aparecido en 1925 en la revista de vanguardia Proa dirigida por Jorge Luis Borges, Alfredo Brandán Caraffa. Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz, era presentado como un «capítulo de la novela Vida puerca que aparecerá próximamente»3. Este anticipo fue suprimido finalmente por el autor y el áspero título inicial se transformó en uno menos violento o directo: El juguete rabioso4. La cercanía de Arlt con Ricardo Güiraldes -a quien Arlt dedica la primera edición de la novela5- explica su presencia en las páginas de Proa. Francisco Luis Bernárdez, años después colaborador como Arlt del periódico El Mundo, es uno de los pocos testigos que se ha referido a la presencia asidua de Arlt en las reuniones que organizaban Güiraldes y su esposa, Adelina del Carril, en el Hotel Majestic de la Avenida de Mayo6. Sorprende hoy lo ecléctico de estas reuniones en donde participan tanto jóvenes identificados con la vanguardia (el grupo de Florida) como algunos de los escritores comprometidos con la denuncia social, el grupo que se conoce como de Boedo. La amplitud de miras de Güiraldes y su generosidad con todos explican que en una carta suya de 1925 se refiera (pensando tal vez en el propio Arlt) «a los muchachos de Boedo, apocalípticos, vomitadores de insultos gordos, de los cuales tal vez alguno surja fuertemente un día»7. Pero es más difícil saber qué tanto influyó o intervino el autor de Don Segundo Sombra, a quien Arlt leyó la novela, en los cambios finales del texto8. Además de su conocida costumbre de leer cuentos y fragmentos de sus novelas en lugares públicos (cafés, lecherías), atento a las reacciones de su público, Arlt dio también a leer su primera novela, como se verá más adelante, a varios posibles editores, Elías Castelnuovo, de la editorial Claridad y Samuel Glusberg, director de la revista Babel (y de la editorial del mismo nombre), que le hicieron críticas y, por distintas razones, rechazaron el manuscrito. Lo que queda claro es que la novela pasó por distintas etapas y que el autor fue revisando y modificando el manuscrito hasta su publicación en 1926.

En 1997, al estudiar precisamente la revista Babel (1921-1951), Horacio Tarcus descubre en sus páginas otro fragmento de la novela de Arlt, titulado «Recuerdos del adolescente»9. Publicado en 1922, se trata sin duda del primer anticipo de la novela que Arlt da a conocer. Babel se refiere a una «novela en preparación», sin título todavía, y aparece firmada por Roberto G. Arlt10. En 1920 Arlt había publicado ya con el nombre de «Roberto Godofredo Arlt» uno de sus primeros textos -un texto híbrido, mezcla de relato autobiográfico, ensayo y ficción- «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires»11. Este hallazgo viene a confirmar lo que el propio Arlt había afirmado en una de sus «autobiografías» publicada en 1929: «A los 22 años escribí El juguete rabioso, novela. Durante cuatro años fue rechazada por todas las editoriales»12.

Este comentario será sin embargo matizado, dos años más tarde, en 1931, en la «Nota editorial» que acompaña la segunda edición de la novela que publica la editorial Claridad. Arlt ofrece ahora otra versión, más precisa, sobre el proceso de escritura de la novela y sobre los distintos rechazos que recibió:

«El juguete rabioso fue escrita en distintas etapas. El último capítulo a mediados del año 1924, cuando una editorial organizó un concurso. El primer capítulo en el año 1919... Como dije, presenté esta novela a mediados del año 1924, a una editorial cuyo director la rechazó con una serie de razonamientos más o menos ingeniosos. El autor archivó entonces el libro escrito a máquina... ah... no... mejor dicho... ese mismo año la presentó a otra editorial, cuyo editor también la rechazó, pero esta vez no en nombre de la literatura ofendida, sino de las economías maltrechas»13.


A pesar de la búsqueda pertinaz de concursos y premios, que parecían ser los medios que ofrecían una posibilidad real de publicación, una búsqueda que emprende muy pronto Arlt, por lo menos desde 1924, sus andanzas editoriales se convierten en una larga lista de postergaciones. Se sabe con certeza que uno de los rechazos fue el de Elías Castelnuovo, miembro del grupo de Boedo y amigo de Arlt, quien dirigía entonces la colección «Los Nuevos» de la editorial de izquierda. Claridad. La editorial Proa, dirigida por Güiraldes, se interesó en publicar la novela, pero en este caso, como indica Arlt, fueron problemas Financieros los que impidieron su publicación14. Finalmente, Arlt presentó la novela en un concurso organizado por la editorial Latina: «Uno de los jurados que constituía la comisión era Enrique Méndez Calzada, quien influyó, simplemente por simpatía al autor y a su obra, para que la novela fuera editada, y después de muchas esperas y discusiones al respecto, fue editada, por Fin, en el año de 1926»15.

Al frente de esta segunda edición de la novela, y ante la recepción muy favorable que tuvo entre los jóvenes escritores de su generación El juguete rabioso, lo que parece interesarle a Arlt en 1931 es el relato de las enormes dificultades que encontró en sus inicios literarios. Paralelamente a las vicisitudes de su primer héroe, Silvio Astier, y a la historia de su duro aprendizaje social, podrían narrarse también las vicisitudes por las que pasó el propio autor para ser publicado y, sobre todo, «admitido» como escritor en el espectro cultural y social de la Argentina de los años veinte. En otra breve autobiografía, publicada en 1927 en el periódico Crítica, pocos meses después de ver publicada, por fin, El juguete rabioso, Arlt reivindica su condición de autodidacta: «Me he hecho solo. Mis valores intelectuales son relativos, porque no tuve tiempo para formarme. Tuve siempre que trabajar y en consecuencia soy un improvisado y un advenedizo de la literatura»16. Como el propio Astier, que no sabe qué será de su vida y que pasa por diferentes oficios antes de escribir sus «memorias», Arlt no sabía tampoco lo que iba a ser de su vida. En un aguafuerte porteño de 1929 (las crónicas que escribirá para el periódico porteño El Mundo desde 1928 hasta su muerte en 1942) que recordará su primer biógrafo Raúl Larra en 1950, Arlt se refiere a esos años inciertos:

«Hubo una época en que la vida fue dura para mí, e hice, sucesivamente, los trabajos de dependiente de librería, aprendiz de hojalatero, aprendiz de pintor, mecánico y vulcanizador. He dirigido una fábrica de ladrillos; después fui, cronológicamente, corredor, director de un periodicucho y trabajador en el puerto»17.


Como se verá, en «Recuerdos del adolescente», de corte netamente autobiográfico, aparece el personaje trabajando en los suburbios de la gran ciudad como aprendiz de pintor y, poco después, como hojalatero, trabajos suprimidos en la versión final de la novela. En la «Nota editorial» ya citada, Arlt rememora la profunda incertidumbre en la que estaba sumido en los años previos a la publicación de su primera novela y los distintos horizontes que se le ofrecían: «el autor [dice hablando de sí mismo en tercera persona] no sabía entonces cuál iba a ser su camino efectivo en la vida. Si sería comerciante, peón, empleado de alguna empresa comercial o escritor. Sobre todas las cosas deseaba ser escritor»18. El poeta Conrado Nalé Roxlo, amigo de Arlt desde la adolescencia y vecino suyo del barrio de Flores, ha destacado esta temprana vocación literaria:

«Para Arlt... la literatura era, sí, una cuestión de vida o muerte. Me estoy refiriendo a los años que precedieron a El juguete rabioso, al tiempo de formación y tanteo, a lo que podríamos llamar su prehistoria literaria. Su vida para él tenía entonces un solo sentido: ser un gran escritor»19.


Un capítulo más de la historia editorial de El juguete rabioso, considerada hoy la novela fundadora de la modernidad literaria en el Río de la Plata, y de esta lucha emprendida por Arlt con el medio cultural y editorial de su época, tiene lugar en los meses posteriores a la publicación de la novela y es protagonizado por el periódico Crítica y la revista Babel. Parte de la contienda, reproducida en la misma revista que publicó en 1922 «Recuerdos del adolescente», ha pasado hasta ahora inadvertida y vale la pena por lo tanto detenerse en la misma. Es ilustrativa, además, de la primera recepción crítica de Arlt en la Argentina, un autor cuya legitimidad siempre fue cuestionada. Apenas publicada en octubre de 1926, la primera novela de Arlt abrió un frente polémico. El periódico Crítica, en el que escribían varios de los jóvenes escritores de su generación (los primeros defensores apasionados de la novela)20, iniciaba entonces el debate recriminando su ceguera e ineptitud a los editores que habían tenido en sus manos el manuscrito de Arlt y no habían sido capaces de reconocer su fuerza y novedad: concretamente, el director de Babel, Samuel Glusberg, y el director de la colección «Los Nuevos» de la editorial Claridad, Elías Castelnuovo. Lo que publica Babel en febrero de 1927 es en realidad una carta abierta de Glusberg titulada «David contra Goliat» y subtitulada Babel versus Crítica». En ésta el director de Babel se defiende y ajusta cuentas con los jóvenes redactores de Crítica21. La rectificación o aclaración de Glusberg, deslindándose de las opiniones vertidas por Castelnuovo sobre la novela de Arlt, merece citarse in extenso:

«Refiriéndose a Roberto Arlt, autor de El juguete rabioso, libro del que yo publiqué un capítulo en Babel... dice el cronista [de Crítica]: "Su novela fue rechazada por las editoriales Babel y Claridad cuyo asesor literario, el señor Castelnuovo, aconsejó a Arlt, coincidiendo con el de Babel, que se dedicara a la venta de legumbres». Tampoco es auténtica esta vieja noticia de hace cincuenta o más semanas de vida literaria. El señor Arlt me trajo una novela cuando estaba ya clausurado el tercer concurso literario de Babel. Por eso no acepté presentarla a juicio de la comisión formada por Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y B. Sanín Cano. Y así se lo dije al propio Arlt. Pero él quería conocer mi opinión y, por tratarse de un antiguo 'compañero de bohemia', me tomé el trabajo de leer su libro en el que, a decir verdad, hallé algunas cosas buenas para mi gusto, pero un exceso de pilongos adjetivos y muchas descripciones malogradas por la extensión. Con todo, Arlt sabe que si no lo encontré genial, como sus amigos más inmediatos, fui el único que le leyó todo el libro y el primero en publicarle un fragmento en Babel, cuando todavía no estaba concluido. Mal puede decirse pues, que coincidiendo con Elías Castelnuovo, le aconsejé a Arlt 'la venta de legumbres'"»22.


Es importante la precisión de Glusberg en lo que toca a la editorial Babel, a los plazos vencidos del concurso literario, y a las demarcaciones que establece en el campo cultural de aquellos años. En cuanto a Castelnuovo, muchos años después de este episodio en torno a la controvertida publicación de El juguete rabioso, dedica en sus Memorias todo un capítulo, «El aprendiz de brujo», a su amistad con Arlt. La versión que da del rechazo de la novela no alude a los argumentos que manejan tanto Crítica como Glusberg sino a otros, referentes a la calidad de la novela. Hay sin duda en Castelnuovo un afán a posteriori por justificar su rechazo, cuando la figura de Arlt -ya son los años setenta del siglo pasado- se ha convertido en un referente central de la tradición literaria argentina del siglo XX. Para ello, vuelve sobre argumentos manidos, ya esgrimidos en la época en que vivió Arlt:

«Sin incluir los errores de ortografía y de redacción, le señalé hasta doce palabras de alto voltaje etimológico, mal colocadas, de las cuales no supo aclarar su significado. Había asimismo, en su contexto, dos estilos antagónicos. Por un lado, se notaba la influencia de Máximo Gorki y por el otro la presencia de Vargas Vila. También le señalé este contraste... Le dije, finalmente, que así como estaba, De la vida puerca [sic] no se podía publicar. Que era menester arreglar y pasar en limpio los originales».


Finalmente, Castelnuovo, que como miembro del grupo de Boedo defiende un concepto social de la literatura por lo visto bastante limitado, critica incluso el cambio de título de la novela, debido según él a Güiraldes: «[Arlt] le llevó la obra después a Ricardo Güiraldes, quien se encargó de proceder a su profilaxis con tal rigor que basta le cambió un título claro y contundente, de proyección social, por otro bastante turbio, carente por completo de claridad y de contundencia»23.

«Recuerdos del adolescente» presenta un indudable interés para visualizar una etapa temprana de la escritura de la primera novela de Arlt. Como no han quedado manuscritos, notas o apuntes del escritor, todo este material que rastrea con empeño la crítica genética, el fragmento de El juguete rabioso rescatado constituye un valioso hallazgo. Para ver cómo avanza la escritura de Arlt, el trabajo al que somete sus textos, sólo es posible comparar las distintas versiones publicadas de un mismo relato o cotejar los anticipos de novelas que aparecieron en revistas de la época24. Los estudios actuales de genética insisten en la peculiar «geografía textual» que ofrece la lectura de manuscritos, pre-textos o versiones descartadas, una materia en gestación, con cambios, bifurcaciones, en diálogo siempre con los textos finalmente publicados. En contra de la perspectiva clásica de la edición crítica, una perspectiva finalista que privilegia la versión definitiva y el texto como algo cerrado, aquélla permite apreciar «formaciones textuales divergentes». Frente a lo que llama Raymonde Debray-Genette el «fetichismo del texto final», se trata entonces de pensar los borradores, manuscritos o primeras versiones en términos de diferencia25.

¿Qué nos dice, en este sentido, este anticipo de El juguete rabioso? Se trata de una primera versión del inicio del segundo capítulo de la novela que llevará por título «Los trabajos y los días», en alusión al texto de Hesíodo. Como dijimos, cuando Arlt publica este fragmento, la novela no tiene todavía título y el personaje y narrador en primera persona no aparece nombrado. Los dos aspectos más destacados del fragmento, que desaparecen de la versión final, tienen que ver con el trabajo del personaje como obrero, aquí representado, y con la política, concretamente, las ideas anarquistas que el adolescente va incubando en sus lecturas nocturnas. El fragmento aparece dividido -con una separación tipográfica- en dos partes, que corresponden a los trabajos del narrador, primero como aprendiz de pintor, y en la segunda, como hojalatero en los suburbios de la ciudad. Ambas partes concluyen con una proyección social y política que tiene su origen en el trabajo y las penurias del narrador adolescente: en un caso, se abre paso una fantasía exaltada, omnipotente, de destrucción nihilista de las ciudades y, en el otro, termina (y con ello este «fragmento» de novela) con una reflexión desencantada de la lucha de clases y la naturaleza moral de los oprimidos que nada tiene que ver con la visión idealizada de algunos de los utopistas26 o incluso de Marx para quien un cambio en las circunstancias materiales traerá aparejado un cambio en el individuo.

Si bien la escena original del capítulo segundo de El juguete rabioso está ya esbozada en 1922, aparece aquí al desnudo y en forma mucho más escueta. Se trata de un breve diálogo inicial entre madre e hijo en el que la primera palabra importante es también, como en la novela, el trabajo: «Es necesario que trabajes -ha dicho mi madre». A pesar del rencor con que el joven la mira, acepta inmediatamente: «Está bien, mamá -he contestado sombrío. -Trabajaré». En la novela, en el extenso diálogo que sigue al pedido o exhorto materno, Silvio Astier, que está leyendo, se resiste y empieza por descartar, con la tácita aprobación de la madre, los trabajos que considera más bajos o humillantes, los que aparecen precisamente en la versión descartada:

«-En La Prensa siempre piden...

-Sí, piden lavacopas, peones... ¿quiere que vaya de lavacopas?

-No, pero tenés que trabajar...».


(p. 128)                


Todo el capítulo, en la novela publicada, girará entonces en torno a su primer trabajo, el de dependiente o vendedor de libros usados en una calle céntrica de Buenos Aires. Se trata también del primer intento de inserción social del protagonista, un intento que fracasa (al igual que otros, narrados en los subsiguientes capítulos) y que viene después de las aventuras juveniles -inventos y robos- del grupo de amigos reunidos en el «Club de los Caballeros de la Media Noche».

Portada de la revista «Babel» (febrero, 1922)

Fragmento de «Recuerdos del adolescente» («Babel», febrero, 1922)

Aunque los libros o, mejor, la alternancia de trabajos y lecturas27, tal como aparece ya en este fragmento de 1922, seguirá pautando la estructura de la novela publicada en 1926, desaparecen de la versión final tanto los trabajos «penosos»28 de peón u obrero de la construcción de «Recuerdos del adolescente» como sus exaltadas lecturas de Proudhon y Bakunin, con las que imagina la destrucción futura de las ciudades. Si los sueños de omnipotencia del adolescente, gracias a «fórmulas de admirable simplicidad destructora», son eliminados por Arlt de la trama de El juguete rabioso, no desaparecen por ello del imaginario del autor, ya que anticipan en más de un sentido las fantasías y delirios que rodearán unos años después el proyecto de revolución del Astrólogo, personaje central de Los siete locos y Los lanzallamas.

En el texto publicado en Babel contrariamente a lo que han señalado varios críticos de la obra de Arlt, por lo menos desde el libro de Diana Guerrero29, el escritor porteño no «anula el trabajo alienado»30, este trabajo que también para Ricardo Piglia, «sólo produce miseria, es decir, miseria de signos narrativos»31. La vertiente más sórdida y degradante del trabajo, que no reencontramos en ninguna de las obras publicadas posteriormente por Arlt, aparece en toda su crudeza, sin que la descripción caiga en la conmiseración, el miserabilismo y el proselitismo moral de los escritores del grupo de Boedo. El trabajo agota al joven no sólo física sino moral y anímicamente: alude al regreso nocturno a casa «extenuado y huraño» y agrega: «Me sentía vencido». El único contrapeso a este «dolor lentísimo [que le entumece] el alma» son los libros, entendidos no sólo como un contrapunto a la miseria y derrotas cotidianas, sino también como disparadores de la rebeldía y rabia acumuladas por el joven.

Aunque no se trate de buscar, como lo ha intentado buena parte de la crítica arltiana, un sistema ideológico coherente en sus novelas, hay que reconocer que la alusión a las lecturas, en este fragmento, de dos de los mayores pensadores anarquistas del siglo XIX constituyen llamados a la rebeldía que se complementan con la veta inventiva del personaje -una característica que compartirán casi todos los futuros personajes de Arlt-, concretamente el estudio de la «química de los explosivos»: «Yo alternaba mis lecturas de Proudhon y Bakunin con el estudio de la química de los explosivos, y traducía del francés: la composición del dinamógeno es: prusiato amarillo de potasa, 17 partes; agua, 150 partes; carbón de madera, 17 partes»32. La aventura del cañón artesanal confeccionado por Astier en su infancia (en «Los ladrones») y su posterior paso por la academia militar en donde demuestra sus conocimientos sobre explosivos, son los únicos pasajes de la novela en los que Arlt conserva esta pasión del adolescente de 1922, pero no se combinan ya con incendiarias lecturas anarquistas33. Y sigue diciendo el narrador adolescente de 1922:

«Un regocijo extraño el de asimilar nociones de potencia destructora utilizables en cualquier momento de voluntad suprema, jugaba en mis pesadillas, y comprendía que éramos numerosos aquellos que vislumbrábamos a través de las llamaradas y remolinos de humo negro del incendio, hacinarse las ciudades, unas sobre otras[,] una bóveda de trozos de hierro y ceniza aventados a los espacios por el formidable aliento de la explosión... Anonadado por placeres fuertes me decía: he aquí que la omnipotencia está a merced de los audaces, de todos aquellos que no guardan reparo en sus designios y que estén dispuestos a suplantar la injusticia legal por la injusticia del terror».


Esta «ilusión terrorista»34, apuntada en este fragmento, reaparecerá con fuerza en las siguientes novelas de Arlt. La conspiración, dirigida ahora por un «alquimista de la revolución», el Astrólogo, logrará seducir y arrastrar a las «fuerzas perdidas» («locos», marginados) de la sociedad35. No se tratará ya de las ensoñaciones solitarias de un adolescente sino de un grupo que tiene un plan revolucionario que se discute en interminables reuniones en la quinta de Temperley. Si en el fragmento del año 1922 están claramente imbricados trabajo alienado y sueños nihilistas de destrucción total, en la novela, por el contrario, Astier se defenderá en dos ocasiones de la sospecha o asociación que hacen otros de los personajes entre sus inventos (y lecturas) y el anarquismo: primero, en la visita al teósofo Timoteo Souza y, posteriormente, en el diálogo que sostiene con los militares de la Escuela Mecánica de Aviación para su posible admisión. Al hablar con éstos de sus intereses y de su «biblioteca», Astier explica que: «[tiene] los mejores autores: Baudelaire, Dostoievski, Baroja», lo cual provoca la desconfianza inmediata del militar que comenta: «Che, ¿no será anarquista éste?», a lo que contesta Astier: «No, señor capitán. No soy anarquista. Pero me gusta estudiar, leer» (p. 170)36.

En un estudio sobre el «imaginario anarquista» en las obras de Baroja y Arlt, Glen Close apunta que las afinidades anarquistas de Arlt han sido señaladas una y otra vez pero raramente estudiadas en sus obras37. Hay en efecto múltiples referencias al anarquismo en Arlt y su primer biógrafo, Raúl Larra, recuerda que su iniciación literaria se verifica en una biblioteca de barrio «[donde] influyen los anarquistas»38. Se podría aludir también a una de sus «autobiografías humorísticas» publicadas en la revista Don Goyo, en 1926, en la que recuerda la indignación que le provocó, a los nueve años, el fusilamiento en Montjuich de Ferrer, el fundador de la Escuela Moderna, y las historias que corrían en Buenos Aires sobre la organización secreta anarquista de la Mano Negra39. Al presentar su novela Los siete locos en una crónica publicada en El Mundo, Arlt justifica la actuación de sus personajes al decir que «no he hecho más que reproducir un estado de anarquismo misterioso latente en el seno de todo desorientado y locoide»40. Podría asimismo recordarse que el propio Arlt fue censurado años después por los ideólogos del partido comunista argentino, por su individualismo y su cercanía con «la teoría de las minorías selectas, propias del anarquismo y tan extrañas al marxismo», cuando empezó a escribir para el periódico obrero Bandera Roja, en 193241.

En el fragmento rescatado en la revista Babel está presente, por lo tanto, «esta dimensión política» de la rebelión de Astier que echa de menos Close en El juguete rabioso, no sólo por las lecturas anarquistas que hace el adolescente, sino también por la visión totalmente escéptica de la lucha de clases que manifiesta el narrador anónimo de «Recuerdos del adolescente» al final del fragmento. Al referirse al trabajo y a la explotación de que es víctima junto con los demás obreros, el joven asume un pasajero «nosotros», como si existiera entre ellos una incipiente solidaridad o comunidad: «Nosotros trabajábamos sin pronunciar palabra y coléricos[,] odiando los materiales, las herramientas y esas viviendas, en las que abandonábamos un inextinguible sentimiento de envidia y brutalidad; quizá el dolor de no habitarlas nunca». Pero se da un cambio abrupto de registro cuando el adolescente se distancia de los obreros que trabajan con él para examinarlos fríamente y describirlos con una mirada que no excluye, incluso, cierto determinismo genético:

«Yo a veces permanecía perplejo frente a las torpezas espirituales que descubría bajo aquellos rostros toscos, cual si fueran modelados a martillazos, de sólidos maxilares y deprimidas frentes, de manos velludas y de ojos de córnea surcadas por venas rojas, rostros y cataduras de estupradores y bandidos que abandonaban su despótico salvajismo y la obscena intención de las palabras cuando el amo, un ex obrero enriquecido, con vigilante mirada, los observaba escudriñando simultáneamente los materiales».


Las «brutales conversaciones» de los obreros «[violaban] mi principio de belleza inmortal», agrega el narrador, en una lucha interna (todavía de signo finisecular) entre ideal y esteticismo por un lado y por otro vulgaridad y obscenidad. Por último, sostiene que «los estados sociales en nada modificarán la psiquis de estos esclavos. Conservarán eternamente bajo la férula de cualquier domador sus hábitos y modalidades, confirmando la ley que la naturaleza ha impuesto a los organismos que sustentan». En este pasaje hay sin duda una huella del Proudhon del Sistema de las contradicciones económicas, de un conocido y muy citado pasaje en que el pensador anarquista expresa sus dudas y desconfianza en la naturaleza del hombre, proclive a todos los vicios42. Desde su óptica, no bastará por lo tanto con cambiar o revolucionar las instituciones, debe asimismo estimularse una reforma moral del hombre. En ese sentido el final de «Recuerdos del adolescente» no puede ser más desalentador:

«Y si ellos [los obreros] vociferaban en los lugares públicos no era por amor a un principio de igualdad despreciable, mas sí por el deseo de semejar sus existencias en el placer y el goce, a la de aquellos que respetaban aislados, humillándoseles por el poder de su oro».


Aunque es decisiva la impronta anarquista del joven en las fantasías nocturnas que pergeña, en este anticipo de El juguete rabioso no hay ningún asomo de optimismo en el futuro, o de utopía, que recorrerá el ficticio proyecto revolucionario de las novelas centrales de Arlt. La rabia del adolescente no desemboca tampoco en una condena de la explotación capitalista: prevalece al contrario una visión desencantada y escéptica de los cambios sociales. Como sostiene Piglia, en la novela que finalmente publica Arlt en 1926, hay que leer de otro modo lo político: «[...] en las dificultades y los desvíos del acceso a la cultura... El juguete rabioso es una novela política en ese sentido: contraria a toda ilusión liberal y a cualquier modelo "progresista" de acceso libre a la cultura»43.

Las lecturas del protagonista seguirán siendo esenciales para hacer progresar la narración, pero en la novela se diversifican: folletines, manuales científicos, Nietzsche, Baudelaire, Dostoievski, Baroja. Cada capítulo de la novela gira en torno a estas lecturas y son las que van modelando la conducta de Silvio: robos, falsificaciones, inventos y, finalmente, en «Judas Iscariote», la traición al Rengo. Entre los varios aprendizajes de Astier, será central el que lo convierte precisamente de voraz lector en «escritor»44. De este fragmento recuperado persiste, de igual manera, la forma que tendrá la novela: se trata ya de «memorias» o «recuerdos» del adolescente.

El fragmento recuperado de El juguete rabioso, valioso testimonio de una novela fundacional de la literatura argentina del siglo XX, revela un momento temprano de su escritura, una escritura en gestación, dinámica, buscando su camino.





 
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