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Recuperación mítica y mestizaje cultural en la obra de Gioconda Belli


Mónica García Irles



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Prólogo

Un clásico vanguardista de la narrativa latinoamericana como lo fue Macedonio Fernández afirmaba en el «Prólogo a lo nunca visto» de su Museo de la Novela de la Eterna que «Un prólogo que empieza enseguida es gran descuido: el preceder que es su perfume se le pierde». Siguiendo los consejos del gran escritor argentino -por supuesto no pienso aplicar los parámetros de la literatura argentina para hablar de una autora nicaragüense; también hemos aprendido que América es diversa y heterogénea-, diré que por primera vez estos Cuadernos de América sin nombre publican un ensayo sobre la obra de una autora viva, lo cual indica el afán de est a colección por llegar a todos los tiempos de la literatura latinoamericana y a autores que consideramos símbolos de una época y representativos de un país, corriendo también los riesgos de la   -10-   anticipación. Y al hilo de lo que hace un momento decíamos, el publicar un ensayo de un autor o autora que aún sigue publicando tiene los riesgos de que aquello que aquí se dice puede sufrir cambios originados por la propia trayectoria del escritor, en este caso escritora. Sin embargo, creo que estas páginas escritas por Mónica García Irles contravienen de estos riesgos y convienen a la anticipación: su estudio sirve -desde mi punto de vista y con mis a priori, claro- para dar una visión compleja de la obra de Gioconda Belli y para indicar que en el actual panorama de las letras latinoamericanas, donde han proliferado voces femeninas que acaso han abusado del repetido realismo mágico americano mezclado con originales recetas de cocina, existen otras voces que abogan desde la litera tura -desde la poesía y desde la prosa en el caso de Gioconda Belli- por un conocimiento profundo de lo individual y de lo colectivo, sobre todo con insistencia en lo segundo.

Dicho esto, ya es la hora de salir de los efluvios del perfume y dedicarnos a comentar las páginas que contienen este ensayo pero advertimos que, como gustaba decir a José Ortega y Gasset, «puedo comprometerme a ser sincero; pero no me exijáis que me comprometa a ser imparcial». Sin duda, creo que Recuperación mítica y mestizaje cultural en la obra de Gioconda Belli es una excelente guía para conocer en profundidad el mensaje y las fuentes principales que rigen la obra de esta escritora nicaragüense. Las palabras de Mónica García Irles en las primeras páginas   -11-   de este ensayo son lo suficientemente explícitas sobre cuáles son las intenciones de su libro: «quisiéramos describir cómo Gioconda Belli retoma el rico legado de las culturas indígenas americanas para crear un complejo mundo literario donde historia, mitos e ideología van inextricablemente unidos. Y donde, además, estos referentes van a ser complementados o contrastados con elementos cristianos y grecolatinos que reivindican el mestizaje como futuro cultural de América». A través de cuatro capítulos la autora del presente ensayo analiza las fuentes directas e indirectas de las que se ha servido Gioconda Belli para crear su universo narrativo y gran parte de sus poemas. En el primer capítulo, «A la espera de Quetzalcóalt», el lector encontrará una brillante reflexión de cómo se van entrelazando los motivos autobiográficos con la historia y los mitos nicaragüenses, llegando a la conclusión de que «El mundo indígena es uno de los referentes esenciales en la obra de Gioconda Belli, sobre todo en el aspecto narrativo. La autora nicaragüense va a establecer en su obra una profunda ligazón ideológica y cultural entre el sandinismo y las culturas prehispánicas vistas éstas, claro está, desde una perspectiva marcadamente utópica. Esta relación tiene, fundamentalmente, dos objetivos: justificar históricamente la lucha contra el somocismo y establecer un modelo social, político y cultural basado en un pasado precolombino idealizado». No menos interesante es el segundo capítulo, «La decisión de Eva», cuyo núcleo central es determinar cómo Gioconda Belli utiliza determinados   -12-   mitos del cristianismo creando un discurso que en sí mismo supone una subversión de lo religioso. Pero estas páginas van más allá. De todos es sabido que la obra de la autora nicaragüense concede una atención especial a la mujer y, lógicamente, García Irles describe con atención la manera con la que la autora de La mujer habitada incluye en su discurso narrativo y poético el tratamiento de la mujer en el cristianismo, con una ideología que está muy próxima a las siguientes palabras de Simone de Beauvoir «La ideología cristiana contribuye en mucho a la opresión de la mujer».

No sólo los mitos del cristianismo y la reconversión que de estos se han hecho en Nicaragua son decisivos para entender gran parte de la obra de la escritora; otros personajes pertenecientes a la cultura clásica occidental como Penélope, Ariadna o Pandora tienen también presencia en su obra, y en «Cuando Penélope abandonó el telar» la autora de este ensayo se adentra en la manera con que Gioconda Belli reinterpreta estos mitos clásicos.

Estos capítulos precedentes le han servido a Mónica García Irles para crear un capítulo final, «Contra los puentes levadizos», en el que llega a la conclusión de que el mestizaje cultural, nunca exento de utopía, es la raíz más sólida de la obra de Gioconda Belli, acaso porque la nicaragüense crea, como Oscar Wilde, que «El progreso es la realización de las utopías».

El lector tiene ante sus manos un trabajo que sin duda le dará una visión no sé si nueva pero sin duda muy documentada   -13-   sobre los entresijos que han operado en la obra publicada por Gioconda Belli hasta estos momentos; lo que no es tarea fácil, ya que el lector convendrá conmigo en que enfrentarse a una obra determinada por la proximidad de su publicación supone siempre próximos peligros, muchas indecisiones pero también mucha originalidad, y este ensayo tiene sobre todo lo último.

Cuando se hayan leído estas páginas al lector le va a saber a poco la referencia que aparecía en la primera edición que de La mujer habitada se hizo en España: «Esta novela, pletórica de ludismo mágico, narra los deseos y vacilaciones de hombres y mujeres comprometidos con una lucha a muerte. La batalla por la emancipación de la mujer, el compromiso libertador, la pasión y el anhelo de vivir a plenitud el amor en sus dimensiones más amplias e íntimas, se entremezclan en estas preciosas páginas, que nos llevan de la resistencia indígena a los españoles a la actual insurgencia centroamericana, unidas ambas por el lazo, encantado y consciente, de la autora».

Espero que las páginas que siguen sean un reclamo para leer de otro modo la obra de Gioconda Belli y que futuros trabajos que se realicen sobre autoras latinoamericanas (me estoy refiriendo a las de calidad) tengan estudios tan intensos y concienzudos como el que sigue; de esta manera nos enriqueceremos nosotros y también la literatura pasada y venidera.

Carmen Alemany Bay



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A Eloy Irles Cases, mi abuelo, por las excursiones en el «Simca», por las tardes de playa, por chivarme siempre dónde están las galletas. Simplemente, porque lo quiero.

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Gioconda Belli (Managua, 1948) es, sin duda, una de las voces más relevantes de la literatura nicaragüense de las últimas décadas y, por extensión, de las letras latinoamericanas. Desde mediados de los años setenta hasta nuestros días, esta autora ha publicado seis libros de poemas -Sobre la grama (1974), Línea de fuego (1978), Truenos y arcoiris (1982), De la costilla de Eva (1987), El ojo de la mujer (1991), Apogeo (1997)- y tres novelas -La mujer habitada (1988), Sofía de los presagios (1990) y Waslala (1996)-, obras con las que ha obtenido una excelente acogida por parte de público y de crítica.

En relación con esta doble vertiente literaria, hay que señalar que en su obra narrativa va a desarrollar los principales temas que aparecen en sus poemas creando así un universo literario muy particular donde apenas hallamos fronteras temáticas entre poesía y novela, hecho que confiere a su obra una innegable originalidad. Un aspecto que va a unificar notablemente la producción literaria de Gioconda Belli va ser el gran peso que adquiere el elemento autobiográfico; de esta manera, en la obra de la autora nicaragüense se puede rastrear desde su compromiso político   -18-   con el sandinismo y posterior ruptura con el FSLN1 hasta su vida sentimental o familiar. Siempre desde una perspectiva fuertemente comprometida, la autora nicaragüense aborda principalmente la lucha anti-imperialista, las contradicciones del poder, la función social de los poetas o la liberación política, sentimental y erótica de la mujer.

Por otra parte hay que señalar que -si bien existe un paralelismo temático entre los poemas y novelas de Gioconda Belli- la irrupción de la autora en el mundo narrativo fue tardía, puesto que si sus primeros poemas vieron la luz en 1974, hasta 1988 -más de una década después- no aparecerá La mujer habitada. Este hecho es muy significativo si tenemos en cuenta que poesía y prosa ocupan lugares distintos dentro del panorama de la literatura nicaragüense; así, Nicaragua ha sido tradicionalmente conocida como un «país de poetas» mientras que la producción narrativa ha poseído siempre un carácter francamente minoritario.

Sin lugar a dudas, el poeta nicaragüense por excelencia es Rubén Darío, el cual fue el iniciador de una fructífera   -19-   tradición poética en su país que ha llegado a nuestros días. Tras Darío se suceden una serie de generaciones poéticas que van labrando la fama lírica del país centroamericano; los primeros continuadores del genial modernista: Azarías H. Pallais (Caminos) (1884), Alfonso Cortés (Tardes de oro) (1893); los vanguardistas, representados principalmente por José Coronel Urtecho (1906) y Pablo Antonio Cuadra (1912); Salomón de la Selva (Tropical town and other poems) (1893) -uno de los creadores de la new american poetry-; la generación del cuarenta, donde surgen algunos de los poetas nicaragüenses más reconocidos como Carlos Martínez Rivas (La insurrección solitaria) (1924), Ernesto Mejía Sánchez (1923) o Ernesto Cardenal (La hora 0) (1925)2.

De menor entidad es la llamada generación de los cincuenta, pero en la década de los sesenta nos encontramos de nuevo con poetas que van a adquirir mayor relevancia, como Francisco de Asís Fernández (1946), Carlos Rigby (1945) o Leonel Rugama (1949), que a su vez son herederos   -20-   directos de los poetas de los cuarenta3. Ésta es una época de gran efervescencia cultural donde destacan dos grupos que servirán de plataforma para importantes autores; nos referimos al Frente Ventana y a la Generación Traicionada4. No obstante, los sesenta son también importantes porque en estos años irrumpe en el panorama poético nicaragüense el fenómeno de las mujeres poetas, representadas por Ligia Guillén (1939), Ana Ilce Gómez (1945), Michèle Najlis (1946), Vidaluz Meneses (1944), etc5.

Será en los setenta cuando este fenómeno se consolide, apareciendo nuevas voces como las de Yolanda Blanco (1954), Daisy Zamora (1950), Rosario Murillo (1951) o Gioconda Belli (1948). Todas ellas escriben una poesía donde el compromiso político, la sensualidad y la defensa de la emancipación femenina se erigen en sus principales temas. En opinión de Daisy Zamora, la obra de estas poetas -entre las cuales se incluye- se engloba dentro del llamado coloquialismo o exteriorismo6, del que Ernesto   -21-   Cardenal es uno de sus máximos representantes7. Esta corriente poética -que comenzó a desarrollarse en los años sesenta- se caracteriza a grandes rasgos por su deseo de llegar al lector, por la exploración del potencial lingüístico, por la inclusión de referencias tradicionalmente antiliterarias, por reproducir el mundo cotidiano o por un innegable compromiso con la realidad social8.

Ciertamente, estos rasgos aparecen en la obra de estas mujeres poetas pero, además, su poesía presenta unas características propias que las distingue del coloquialismo «masculino»; en este sentido, la crítica ha señalado que en las coloquialistas hay una menor presencia de la ironía, el sarcasmo, las siglas o el lenguaje jurídico frente a una mayor emotividad9. Estos elementos se manifiestan claramente en la poesía de Gioconda Belli donde el humor -por ejemplo- no es inexistente10, pero sí tiene un menor peso, mientras que prevalece el intimismo y una visión más cercana del mundo que le rodea.

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En resumen, podemos decir que la poesía de Gioconda Belli es heredera de una larga tradición cultural nicaragüense y, a la vez, forma parte de uno de los movimientos literarios más relevantes de las últimas décadas, la poética exteriorista o coloquial. Estos dos ámbitos -el tradicional y el exteriorista- se funden en la figura de Belli y de sus compañeras de generación, renovando modelos anteriores y dando por primera vez una voz propia a la mujer.

Si bien como acabamos de señalar la poesía de Gioconda Belli se inserta en la amplia tradición poética de su país, no se puede señalar lo mismo de su narrativa, que sin duda -y como explicaremos a continuación- es una de las excepciones en el ámbito literario de Nicaragua, donde la prosa ocupa un lugar secundario.

En primer lugar, hay que indicar que son diversos los motivos que se han expuesto para explicar el papel secundario que la novela ha jugado en el desarrollo cultural del país. El argumento más utilizado ha sido el peso específico de Rubén Darío, la gran figura literaria nicaragüense. El hecho de que no haya habido un referente similar en el ámbito narrativo explicaría para algunos intelectuales -como Sergio Ramírez11 o Ernesto   -23-   Cardenal12- esta situación. Otra razón esgrimida con asiduidad es la falta de una infraestructura que permita la publicación de novelas, mientras que la poesía se transmite con mayor facilidad, ya sea oralmente o través de periódicos y revistas13. Por último, habría que citar otras explicaciones, como serían el peso de la tradición oral o la imposibilidad de los escritores de dedicarse exclusivamente a la literatura.

Todo lo dicho no significa, por otra parte, que el panorama narrativo de Nicaragua sea terreno baldío. Arellano señala la obra de Lizandro Chávez Alfaro, Trágame tierra (1969), como el punto de inflexión hacia una novelística paralela a la del resto de la latinoamericana. A la década de los setenta pertenecen obras como Tiempo de fulgor (1970) y ¿Te dio miedo la sangre? (1977) de Sergio Ramírez; Balsa de serpientes (1976) de Chávez Alfaro o Éramos cuatro (1978) de Calero Orozco.

En la década de los ochenta es determinante la victoria de la revolución sandinista. El optimismo y las expectativas creadas a causa de la caída de la dictadura somocista no podían menos que manifestarse en el ámbito literario, en muchas ocasiones a través del género testimonial el cual, a la vez que la recreación histórica, cobra gran importancia   -24-   en la época14. En estos años aparecen obras como Los desaparecidos y otros cuentos (1981), de Juan Aburto; Siete relatos sobre el amor y la guerra (1986), de Rosario Aguilar; Buscaguerra (1988), de Luis Felipe Bernaza; La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1982), de Omar Cabezas; ¿Adónde vas Nicaragua? (1984), de Manuel Maestro López; Castigo Divino (1988) y La marca del zorro (1990), de Sergio Ramírez; La mujer habitada (1988) y Sofía de los presagios (1990), de Gioconda Belli.

La derrota electoral del FSLN en 1990 producirá una nueva convulsión político-social que afectará a todo el istmo, pues suponía el fracaso de la posible última revolución latinoamericana. Una vez más nos encontramos con un hecho histórico que signa inevitable e indeleblemente la experiencia literaria en la vitalidad de los escritores y de la literatura. De hecho Waslala -última novela de la autora hasta el momento- no es sino una visión muy crítica y personal acerca de los ideales de la Revolución y de cómo éstos se vieron frustrados. Y no es ésta la única novela que en la década de los noventa continúa abordando aspectos de la historia más o menos reciente de Nicaragua, como lo demuestran obras como Tu fantasma, Julián (1992) de Mónica Zalaquett, donde se narra la guerra con la contra o   -25-   incluso la reciente novela de Sergio Ramírez -Margarita, está linda la mar (1998)- en la cual se describe el ajusticiamiento del primer Somoza.

Por otra parte, hay que señalar que las novelas de Gioconda Belli -al igual que las de sus contemporáneos están influidas por la narrativa que en los años ochenta y noventa aparece en Centroamérica y, por extensión, en el resto del subcontinente. Así, en los ochenta destaca la voluntad de compromiso pero con un cambio estilístico que se plasma en una decidida voluntad de sencillez y de llegar a un público más numeroso, lo que conlleva abandonar las técnicas experimentales heredadas del boom15. El deseo de aumentar el número de lectores tiene que ver, sin duda, con el papel que adquiere el autor como líder de opinión. Dentro de la preocupación por la política, el género testimonial -como veíamos en el caso específico de Nicaragua- va a convertirse en el vehículo literario más utilizado para exponer los conflictos sociales que convulsionan a los distintos países centroamericanos.

Ya en los noventa, la literatura centroamericana continúa desarrollando las tendencias anteriormente citadas; y no sólo ésas, sino que posee una serie de características que la igualan al resto de la producción latinoamericana. A este respecto, Selena Millares apunta otros rasgos como la presencia de lo testimonial, de lo mágico indígena, la voluntad de denuncia o el uso de la historia, el reportaje o   -26-   la profecía futurista16. Todas estas características citadas por Millares se observan en las obras de Belli en las que, como veremos, se denuncian las injusticias cometidas en los tiempos de la colonia o durante la dictadura somocista, se da la palabra a aquéllos que estaban condenados al silencio o se plantea un nuevo futuro que hay que construir.

Por otra parte, la novelística de Gioconda Belli se puede relacionar con la llamada «narrativa femenina», fenómeno literario que se ha producido en las últimas décadas con la exitosa irrupción de algunas escritoras en el ámbito de las letras latinoamericanas. Nos referimos principalmente a la chilena Isabel Allende, a las mexicanas Ángeles Mastretta y Laura Esquivel y a la uruguaya Cristina Peri Rossi; pero también a nombres menos conocidos como Silvia Monlloy, Albalucía Ángel, Dialmela Eltit o Reina Roffé. Esta pluralidad demuestra que el surgimiento de una novelística creada por mujeres es más que un mero hecho anecdótico; al contrario, indica en nuestra opinión un importante paso hacia la total integración de la mujer en el mundo literario.

Según Eduardo Becerra, estas autoras recuperan los modelos estéticos de la novela de los sesenta, pero configurándolos desde una nueva perspectiva17 que incide en la   -27-   denuncia de la represión femenina, en el erotismo, en las relaciones entre lenguaje y cuerpo y, paralelamente, entre deseo y escritura. A su vez, estos temas se articulan mediante una estrecha relación con los mitos y los ciclos de la naturaleza que permiten a estas mujeres indagar en ámbitos que tradicionalmente les habían sido negados18. Estos rasgos coinciden con los que aparecen en las novelas de Gioconda Belli en las que la liberación de la mujer tanto en el plano social como en el personal ocupa un lugar preeminente. Por otra parte, el protagonismo que los mitos y los ciclos naturales poseen en la obra de la autora nicaragüense es, precisamente, uno de sus rasgos más señalados.

De hecho, el aspecto de la obra de Gioconda Belli que más nos interesa señalar es la importancia que el elemento mitológico adquiere en su producción literaria. La vuelta hacia el pasado indígena no es un rasgo privativo de Belli, lo que realmente resulta original es la forma en que la autora nicaragüense recupera dichos mitos. En primer lugar porque no se limita a las culturas prehispánicas, sino que con éstas funde elementos bíblicos y grecolatinos.

Sorprende en ocasiones la complementariedad de mitos tan alejados culturalmente como los anteriormente referidos, pero este hecho resulta más comprensible si   -28-   tenemos en cuenta que Gioconda Belli no se limita a recoger determinados elementos mitológicos sino que los reinventa, los mira desde un prisma diferente y, en ocasiones, los subvierte. Así, el mundo indígena se revela como modelo de resistencia frente al invasor y también como ideal social y cultural del sandinismo, nuevo Paraíso en la tierra; mediante los mitos clásicos, la autora renegará del amor conformista y de los amantes cobardes; por su parte, los referentes bíblicos propiciarán un nuevo lenguaje erótico y reivindicarán el pecado de Eva, sólo comparable al cometido en su día por Pandora.

Por último hay que señalar que si la utilización de mitos precolombinos responde a la búsqueda de la identidad cultural de Nicaragua -y por extensión de América Latina-, la respuesta que Gioconda Belli va a dar reside en el mestizaje, un mestizaje que parte de un sustrato indígena reivindicado y reinventado por la autora y enriquecido además con aportaciones bíblicas y clásicas que a su vez conforman el núcleo de la cultura europea.

En las páginas siguientes, por tanto, quisiéramos describir cómo Gioconda Belli retoma el rico legado de las culturas indígenas americanas para crear un complejo mundo literario donde historia, mitos e ideología van inextricablemente unidos. Y donde, además, estos referentes van a ser complementados o contrastados con elementos cristianos y grecolatinos que reivindican el mestizaje como futuro cultural de América.





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- I -

A la espera de Quetzalcóatl


Las viejas tribus regresan no como quien llama hacia el pasado, sino como el arma que palpita, como el jefe que habita el rebelde, como la voz conjunta que nos viene desde dentro.


Michèle Najlis                


El mundo indígena es uno de los referentes esenciales en la obra de Gioconda Belli, sobre todo en el aspecto narrativo. La autora nicaragüense va a establecer en su obra una profunda ligazón ideológica y cultural entre el sandinismo y las culturas prehispánicas vistas éstas, claro está, desde una perspectiva marcadamente utópica. Esta relación tiene fundamentalmente dos objetivos: justificar históricamente la lucha contra el somocismo y establecer un modelo social, político y cultural basado en un pasado precolombino idealizado.

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Esta concepción cíclica de la historia se fundamenta principalmente en la visión que los mayas poseían sobre el tiempo, la vida y el mundo en general. Se trataba de sociedades estructuradas vitalmente a través de un calendario ritual19 basado en una repetición temporal constante y en la renovación de la naturaleza:

Los grandes cálculos cronológicos y astronómicos de los mayas responden a una original idea del mundo y la temporalidad, que consiste en considerar al universo como un conjunto de energías divinas en constante movimiento, regidas por una ley cíclica. El mundo, creado por los dioses mediante un proceso de ordenamiento, destrucción y reordenamiento, es para ellos escenario y manifestación constante de los seres divinos (...)20.


Esta idea de repetición temporal constante -que Miguel León-Portilla denomina «cronovisión»21- es la que adopta Gioconda Belli para establecer una estrecha interrelación entre el pasado indígena y el presente/futuro sandinista, que se va a manifestar no sólo en la temática de   -31-   dos de sus novelas -La mujer habitada y Waslala-, sino también en su estructura narrativa.

De esta manera se insiste desde el primer momento -recordemos el epígrafe de Galeano que abre La mujer habitada: «Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira» en que la muerte no es una desaparición definitiva, sino tan sólo un estadio más dentro de los procesos vitales de la Naturaleza. Dice Itzá:

«Ni hombre, ni naturaleza están condenadas a la muerte eterna. La muerte y la vida son sólo dos caras de la luna; una clara, otra oscura (...). Todo cambia, todo se transforma». (LMH, p. 347.)


Es decir, no sólo es la Historia la que se renueva sino que, paralelamente, sus artífices también sufren un proceso similar. Si la lucha prosigue es porque los combatientes no han desaparecido tras su muerte, sino que, transformados, perviven en el mundo. Esta idea, lógica aplicación de la cronovisión náhualt, se convierte en uno de los ejes temáticos e ideológicos de la autora a través de toda su producción literaria, ya sea en prosa o en verso.

Sin embargo, lo que hay que destacar es que Gioconda Belli adapta constantemente la idea cíclica de la Historia según se van transformando las circunstancias históricas de la propia Nicaragua. Teniendo en cuenta las etapas históricas de lucha que aborda la autora y las obras en las que las desarrolla podríamos señalar cuatro etapas íntimamente   -32-   relacionadas entre sí: la indígena, reflejada en Sobre la grama y La mujer habitada; la anti-somocista, que aparece plasmada en estas dos novelas y también en Línea de fuego, segunda obra poética de la autora; el conflicto con la contra estaría recogido en Truenos y arcoiris y en De la costilla de Eva; la derrota electoral del FSLN y posterior ruptura de la autora con el Frente aparece en El ojo de la mujer, en Apogeo y en la novela Waslala22.

En el poema «Entre las milpas» (Sobre la grama) aparece por primera vez la idea de la lucha como una tradición inherente a Nicaragua y a los nicaragüenses:



Entre las milpas
sembraremos
nuestros sueños indígenas
nuestro amor a la Tierra
y la fecundidad de nuestros cuerpos.

Entre las milpas,
enterraremos los cadáveres de los héroes
para que les den el color dorado a las mazorcas
y nos alimenten.


(V, p. 85)23                


  -33-  

Nos encontramos así con la referencia a la continuidad de la lucha -señalada ésta por esos héroes que se convertirán en alimento- además de con una evidente mención a la visión cíclica de la Naturaleza. De esta forma, los muertos se transforman en mazorcas que nutren ideológicamente a los nuevos combatientes, quienes a su vez han recogido el testigo de una confrontación que se ha prolongado durante siglos.

Continuando con esta línea temática, en Línea de fuego hay que destacar el poema «Hasta que seamos libres» donde lo que se expresa es la deuda que los vivos tienen hacia quienes murieron en la lucha:


Entonces,
iremos a despertar a nuestros muertos
con la vida que ellos nos legaron
y todos juntos cantaremos
mientras conciertos de pájaros
repiten nuestro mensaje
en todos
los confines
de América.


(V, p. 91)                


Lo que se señala en este poema no es ya la pervivencia de la resistencia, sino de aquéllos que murieron en ella. Los muertos serán eternamente recordados por los hombres que ahora disfrutan de la libertad por la que aquéllos ofrecieron sus vidas. Un mensaje similar aparece en el   -34-   poema «Patria Libre: 19 de julio de 1979», perteneciente a Truenos y arcoiris:


Me levanto
sobre el cansancio del trabajo
sobre los muertos que aún viven entre nosotros,
con los que nunca mueren.


(NN, p. 180)                


Aquí se reitera la idea de la falsedad de la muerte como desaparición total dado que los que ya no están perviven en la memoria, en la contemplación de lo que se ha conseguido gracias a ellos. Se erigen por tanto en ejemplo, en sustrato del esfuerzo que ha de seguir al triunfo. De nuevo nos encontramos con la idea indígena de la muerte como tránsito hacia una nueva vida adaptada, eso sí, al ámbito ideológico.

Pero donde quedan mejor expresadas las ideas de historia cíclica y pervivencia de la lucha y de los héroes es en la novela La mujer habitada, en la cual Gioconda Belli va a desarrollar las ideas recogidas en los poemas anteriores y va a crear así una bella y original novela en la que la lucha sandinista queda reforzada y justificada históricamente por la lucha anti-colonial frente a los españoles.

En La mujer habitada vemos cómo existen dos historias paralelas: por un lado nos encontramos con la Nicaragua de principios de los años setenta, denominada Faguas en la novela. En ella se ambienta la historia de   -35-   Lavinia, joven arquitecta de clase alta que poco a poco irá concienciándose de la realidad político-social de su país y se comprometerá en la lucha clandestina hasta su muerte en una acción armada. Mediante esta historia el lector conoce la tremenda situación del país bajo el yugo de Somoza y también el comienzo de una resistencia armada -la del FSLN- que culminaría en la Revolución de 1979.

Paralelamente a esta línea narrativa se desarrolla otra, protagonizada por la india Itzá, localizada en los tiempos de la Conquista. Itzá, que narra el proceso de aniquilamiento y rebeldía frente a los españoles, no sólo actúa como cronista de su pueblo sino que a través de sus observaciones sobre el mundo de Lavinia establece una inequívoca relación entre ambos procesos. De esta manera, la autora realiza una comparación entre la lucha frente a los invasores españoles y la establecida contra los militares impuestos por los EEUU.

Este desdoblamiento temporal tiene, pues, una función primordial ya que el pasado sirve para legitimar y dar razón de ser a la lucha que se desarrolla en el presente, insinuando que no se trata de luchas diferentes, sino de la misma mantenida a lo largo de los siglos:

Los hombres siguen huyendo. Hay gobernantes sanguinarios. Las carnes no dejan de ser desgarradas, se continúa guerreando.

Nuestra herencia de tambores batientes ha de continuar latiendo en la sangre de estas generaciones.

  -36-  

Es lo único que pervivió, Yarince, la resistencia.


(LMH, pp. 102-103)24                


En palabras de Timothy Richards, «the contemporary popular revolutions takes its strength from the popular resistance already a constant in the region's history. The ideological implication is that the people were submerged by the official culture, stripped of their land, beliefs and culture by the foreigner, who has since manteined control directly or though a national social and military elite»25. Se establece así una doble analogía temporal: por un a parte los opresores -representados por los conquistadores españoles y por los somocistas- y, por otro, los indígenas y sandinistas que luchan por la libertad de su patria26.

El enlace entre estas luchas se puede ver también en el paralelismo existente entre los personajes de ambas épocas   -37-   históricas -Lavinia/Itzá, Felipe/Yarince27, Flor/Mimixcoa, Sebastián/Citlalcoatl- y en el simbolismo de los colores rojo y negro que son interpretados por Itzá en la mente de Lavinia, creando así un espacio referencial que enlaza a las dos protagonistas:

El negro del presente es un ala de cuervo a la luz de la luna; el rojo es sangre o sol de algunos atardeceres. En cambio, el pasado aparece opaco: negro de piedras volcánicas, rojo de nuestras pinturas sagradas.


(LMH, p. 81)                


En la cultura náhualt el rojo y el negro remiten a la sabiduría y en el presente conforman la bandera del FSLN, por lo que la elección de dichos colores no es en modo alguno casual.

La siguiente etapa es la contienda con la contra. La idea que intenta expresar la autora es que los sandinistas que se enfrentan a los contrarrevolucionarios retoman de nuevo   -38-   el testigo histórico de Nicaragua: tienen como objetivo la defensa de la libertad de su patria frente a intereses extranjeros. Todos los poemas que abordan esta perspectiva están recogidos en De la costilla de Eva, y en estas composiciones se plantea la misma idea que veíamos en las anteriores y en La mujer habitada: ahora será la lucha frente a la contra -heredera de la que llevaron a cabo contra Somoza- la que será justificada históricamente por el pasado indígena, como puede observarse en el poema más sobresaliente de esta etapa, «Nicaragua agua fuego»:


bajan de las montañas los muchachos
con sus hamacas recuperadas de la contra
[...]
manos grandes blancas quieren matarnos
pero hicimos hospitales camas
donde mujeres gritan nacimientos
todo el día pasamos palpitando
tum tum tam tam
venas de indios repiten historia:
No queremos hijos que sean esclavos
flores salen de ataúdes
nadie muere en Nicaragua.


(V, p. 211)                


Las «manos grandes blancas» -que aluden probablemente a los EEUU, máximo soporte de la contra- se pueden relacionar también con los conquistadores españoles, estableciendo así un nexo con el pasado. Este vínculo histórico   -39-   se refuerza al señalarse que «voces de indios repiten la historia», indicando de esta manera que si bien el país sigue amenazado, también se va a perpetuar la defensa del mismo. Los actuales combatientes poseen en sus venas la misma sangre y el mismo espíritu de los que lucharon en la época de la conquista.

También los versos que remiten a aquellas mujeres que se niegan a que sus hijos sean esclavos, serán retomados posteriormente en uno de los pasajes más célebres de La mujer habitada, aquél en que se nos cuenta cómo Itzá y otras indias deciden no tener descendencia para no proveer de esclavos a los españoles28. Por su parte, Lavinia también renunciará a la maternidad habida cuenta de la grave situación del país, sometido a una cruel dictadura. Mediante esta imagen, lo que lleva a cabo la autora en el poema es relacionar nuevamente tres etapas en la lucha: la indígena, la antisomocista y la anti-contra. Por lo tanto, nos hallamos otra vez ante una justificación histórica que se apoya en la pervivencia de la lucha a través del tiempo.

Para finalizar con el análisis de este poema, hay que señalar que la voz poética sigue insistiendo en que la muerte no es algo definitivo, siempre teniendo en cuenta que la autora concibe la vida como un proceso de renovación   -40-   continua. En los citados versos se dice que salen flores de los ataúdes; con esa antítesis se representa la vida más allá de una desaparición definitiva en una concepción que no tiene nada que ver con el Cielo cristiano sino, insistimos, en la adopción de una perspectiva cultural indígena. Estas «flores» pueden simbolizar la transformación de la que -siguiendo los parámetros de la mitología náhualt- son ejemplo Itzá y Lavinia en la novela, correspondiéndose ambas metáforas: «nadie muere en Nicaragua» -afirma el poema-; «Nadie que ama muere jamás» -sentencia la novela.

La última etapa dentro del concepto cíclico de la lucha se refiere a la derrota electoral del FSLN y al posterior abandono del Frente por parte de la autora. Para abordar ambos hechos, Gioconda Belli remite constantemente a las imágenes que hemos analizado anteriormente, creando así un ideario simbólico perfectamente cohesionado a lo largo de toda su obra.

La pérdida del poder después de diez años de gobierno causó en las filas del sandinismo una honda conmoción. Fueron varios los motivos esgrimidos para explicar una derrota electoral que causó cierta sorpresa dentro y fuera de las fronteras de Nicaragua. Uno de los aspectos que sin duda influyeron en la decisión del electorado fue el deseo de acabar con una situación de conflicto permanente que, además de segar numerosas vidas, acentuaba una profunda crisis económica. Por este motivo, la derrota electoral es percibida por Gioconda Belli como un triunfo del enemigo   -41-   tradicional, los EEUU. Esta idea se plasma metafóricamente en el poema «Madrugada de febrero» donde cobra especial relevancia la figura de Sandino, estableciendo de nuevo una perspectiva de continuidad histórica e ideológica que, además, se proyecta al futuro:


Sandino vuelve a morir asesinado
otra vez lo mató la inocencia.
Mas su fantasma insomne
no pernoctó en la tumba
siguió andando y camina
se ganará el amor el heroísmo el cielo
de nuevo como ayer pondrá a cantar sus muertos
sacará a la Adelita de paseo
hordas de vivos resucitarán
sólo se pierde lo que no se tiene.


(NN, pp. 348-349)                


Vemos aquí cómo se manifiesta la esperanza en la continuidad de la lucha. La mención a Sandino es crucial, puesto que es para los nicaragüenses el símbolo máximo de la revolución, de la rebelión contra el imperialismo. El poema presenta la derrota electoral como un nuevo asesinato del héroe porque asume que ha sido propiciada por la intervención de los EEUU, de la misma forma que lo fue el asesinato real de Sandino. Pero si la muerte de éste se repite, también habrá un nuevo levantamiento por la libertad en el futuro, de la misma forma que los sandinistas que lucharon contra Somoza continuaron su gesta. «Sólo se   -42-   pierde lo que no se tiene», dice el poema, señalando así que se mantendrá el ideal, que éste no ha desaparecido y que ese hecho es fundamental, porque dará lugar a que en el futuro el pueblo «resucite», es decir, que asuma de nuevo la lucha por la libertad que es patrimonio histórico del país.

Sin embargo tras la derrota electoral de 1990 se produjo una importante ruptura en el seno del FSLN, que concluyó con la renuncia de militancia por parte de intelectuales tan renombrados como Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y la propia Belli. La autora no dudará en criticar duramente a la cúpula del Frente -liderada por Daniel y Humberto Ortega- y en deslegitimarlos como herederos del verdadero pensamiento sandinista. Esta reacción la desarrolla temáticamente en el poema «Desolaciones de la Revolución»29, y también en la novela Waslala. En ambas obras, la autora va a remitirse de nuevo al universo indígena para reivindicar la injusticia a la que ha sido sometida y para establecer una nueva etapa de lucha en la que el enemigo, paradójicamente, es el propio FSLN.

En «Desolaciones de la Revolución», Gioconda Belli lamenta haber sido apartada injustamente del Frente y reniega de una organización que ya no sigue los principios éticos e ideológicos que la animaron en un principio:

  -43-  


La tribu ya no es la tribu.
Es una ciudad de calles y puertas cerradas,
de sonrisas engañosas.
Falsas ofrendas se queman en los templos.
Se persigue al cristal con saetas envenenadas.

Lloro la suerte de la tribu,
desde esta isla a la que me desterraron
por amarlos tanto.


(p. 115)                


Destaca el uso metafórico que la autora hace del universo indígena para subrayar su decepción ante sus antiguos compañeros y amigos. Así, por ejemplo, se dice que «la tribu» ha dejado de existir, es decir, se ha roto la solidaridad y el compañerismo que unía a los sandinistas y sólo quedan «sonrisas engañosas», una hipocresía que nada tiene que ver con las relaciones que había antes.

El alejamiento de Gioconda Belli respecto al Frente y, en concreto, las motivaciones que le hicieron renunciar a su militancia están ampliamente reflejadas en Waslala, aunque siempre de forma simbólica. El enemigo del sandinismo -como decíamos anteriormente- ya no es Somoza, ni tampoco la contra o los EEUU sino, precisamente, la facción del FSLN que provocó su salida del mismo30.

  -44-  

Así, los hermanos Espada, personajes totalmente negativos en la novela, son probablemente trasunto de Daniel y Humberto Ortega -ex presidente de Nicaragua y antiguo ministro de Defensa respectivamente-, representantes del «sector duro» del Frente.

En Waslala, por lo tanto, va a plasmar los problemas que tanto ella como otros antiguos militantes tuvieron en el seno del partido sandinista y también las acusaciones que hicieron a dirigentes del partido, representados aquí por los Espada. En la novela, Gioconda Belli los va a acusar de traicionar los ideales de la Revolución; se explica que son los causantes del caos y de la miseria en que vive sumido el país y que se aprovechan ilegalmente de bienes frente a la carestía del resto del pueblo. De hecho, una de las grandes denuncias que se hizo a importantes miembros sandinistas fue la de enriquecerse valiéndose de su posición31. Los Espada aparecen como hombres que ostentan unos lujos que contrastan con la miseria del pueblo por el que presuntamente están luchando. Peor aún, sus riquezas provienen de las guerras y de lo que roban a los comunitaristas, quienes a su vez encarnan los verdaderos ideales de   -45-   libertad, igualdad y justicia que propugna el sandinismo. La propia negativa de los Espada a reconocer la existencia de Waslala, encarnación de la utopía sandinista, es muy significativa de la opinión que la autora posee sobre los personajes que representa.

Es más, incluso los acusa de utilizar ideales del Frente, como la defensa de la soberanía nacional, para su propio provecho. Los Espada/Ortega, por lo tanto, intentan apropiarse de la tradición de lucha de su país, aunque esto aparezca de forma implícita. Es algo, no obstante, que subyace constantemente en la novela, porque una de las principales tesis del libro es la oposición entre el verdadero sandinismo, representado por Melisandra, Engracia y los comunitaristas y un sandinismo huero -representado por los Espada- que utiliza las palabras y los conceptos del mismo para usurpar el poder del pueblo y beneficiarse de ello. Melisandra desautoriza totalmente la lucha de los hermanos cuando afirma:

Nadie se acuerda de nosotros y usted sigue insistiendo con que otros son responsables de nuestras desgracias. Ningún extranjero es soldado en nuestras guerras (...) Esos tiempos ya han pasado a la historia.


(W, p. 164)                


Es decir, ya no existe una situación de invasión extranjera como sucedía en la época colonial, en el período somocista o en la guerra frente a la contra. Lo que subraya la autora con esto es que esa guerra, debido a su sinsentido, no puede insertarse dentro de la tradición de lucha del   -46-   país porque el panorama político-social de Nicaragua32 es muy diferente del que en el pasado hizo necesario empuñar las armas. Los Espada, por lo tanto, son despojados de la «razón histórica» que poseen personajes como Yarince, Itzá, Lavinia, Rafaela Herrera, Engracia, etc.

Finalmente, los Espada sucumbirán a manos de los comunitaristas quienes, simbólicamente, van disfrazados de los fantasmas de Wiwilí, «fantasmas» que hacen referencia a los seguidores de Sandino que fueron asesinados por orden del primer Somoza en su comunidad. Que metafóricamente sean los compañeros de Sandino los que acaben con los hermanos sólo puede significar que éstos son los enemigos del pueblo, mientras que los comunitaristas son los verdaderos depositarios de la tradición de lucha del país, al igual que anteriormente lo habían sido Lavinia y sus compañeros del Movimiento, Itzá y Yarince..., pues, como señalamos anteriormente, existe una profunda relación entre La mujer habitada y Waslala. De esta forma, podríamos trazar toda una serie de acontecimientos históricos que se suceden y que se relacionan íntimamente en las diferentes obras de Gioconda Belli:

  -47-  

ENEMIGOS DEFENSORES
-Conquistadores españoles. -Indígenas (Itzá y Yarince).
-Inglaterra. -Rafaela Herrera.
-EEUU. -Sandino.
-Dictadura de Somoza. -FSLN (Lavinia, Felipe, Flor...).
-La contra y los EEUU. -Gobierno sandinista.
-Sector mayoritario del FSLN (los Espada). -Integrantes del MRS (Melisandra, Rafael, Engracia, los comunitaristas).

Este esquema refleja cómo la autora traslada a su obra una perspectiva ideológica muy concreta que viene determinada por una óptica muy personal de la Historia de su país: la lucha es un continuum temporal y los muertos renacen en los actos de los vivos a quienes han precedido y servido de ejemplo. Esta peculiar concepción ideológica es, a su vez, consecuencia directa de una doble recuperación del mundo indígena: por una parte se reivindica la olvidada resistencia de los indígenas frente a los invasores españoles y por otra se rescata una determinada perspectiva temporal que da razón de ser al universo ideológico y literario de la autora.

Finalmente, hay que señalar que esta mirada retrospectiva al mundo náhualt no es privativa de Gioconda Belli sino que ésta recibe la influencia directa de la obra de Cardenal. Son numerosos los poemas de este autor nicaragüense en los que se establece un claro paralelismo entre presente y pasado, haciendo especial hincapié en el aspecto   -48-   temporal, como se puede observar en «Mayapán», quizás una de sus composiciones más representativas al respecto:


Pero el tiempo es redondo se repite
pasado presente futuro son lo mismo
revoluciones del sol
      revoluciones de la luna
revoluciones sinódicas de los planetas
y la historia también revoluciones
se repiten
y los sacerdotes
llevando la cuenta
calculando
las revoluciones
y cada 260 años (un Año de años)
la historia se repite. Se repiten los katunes.
Katunes pasados son los del futuro
historia y profecía son lo mismo33.


En estos versos queda inequívocamente reflejada la misma relación entre el pasado indígena y la lucha que se observa en la obra de Belli. Las revoluciones, la revolución sandinista en general, vuelve a señalarse como un acontecimiento más dentro de un proceso histórico constante.

La cronovisión nahua es, por lo tanto, uno de los elementos que reflejan la importancia que el ámbito indígena posee en la obra de la autora nicaragüense porque, de   -49-   hecho, no sólo va a asumir la peculiar cosmovisión indígena en lo que a la temporalidad se refiere, sino que además va a convertir las sociedades prehispánicas en el modelo ideal en el que el sandinismo debe reflejarse. Esto presupone una serie de características que hacen que el paraíso perdido no esté entre el Tigris y el Eúfrates, sino a la orilla del Nicarao o del Texcoco. De esta forma, la autora reivindica una cultura propiamente nicaragüense mientras que sigue los pasos literarios de Cardenal a quien rinde homenaje en Waslala.

Así, Waslala -el espacio mítico hallado por el poeta Ernesto- es una referencia explícita a la comuna de Solentiname, donde el sacerdote-poeta intentó llevar a cabo un experimento social con un fuerte contenido ético y moral que fue bruscamente truncado por el somocismo. Estos valores, que él encuentra íntimamente ligados a la ideología sandinista, van a tener su origen en su percepción del mundo indígena, una civilización que, en palabras de M. Audrey Aaron, estaba «caracterizada por las cualidades que él más apreciaba: paz y libertad en la ausencia de la guerra, un intercurso social armonioso en que la devoción a un sistema de valores religiosos daba orden y forma a la existencia, una sociedad en que el esfuerzo artístico se estimaba, el artista recibía el apoyo y se atribuía una función digna entre los hombres»34. Esta   -50-   visión se plasma ineludiblemente en su obra, como lo demuestra el poema «Las ciudades perdidas»:



En sus templos y palacios y pirámides
y en sus calendarios y sus crónicas y sus códices
no hay un nombre de cacique ni caudillo ni emperador.
[...]

La religión era el único lazo de unión entre ellos,
pero era una religión aceptada libremente
y que no era una agresión ni una carga para ella.
[...]

Nunca tuvieron guerras, ni conocieron la rueda
[...]

Pero computaron fechas exactas que existieron
hace 400 millones de años.
[...]

No tuvieron ciencias aplicadas. No eran prácticas.
Su progreso fue la religión, las artes, las matemáticas.
[...]35


Este mundo idealizado se va a convertir para Ernesto Cardenal en la fuente de identidad política, social y cultural de las sociedades americanas futuras36.

Gioconda Belli desarrolla este ideal principalmente a través de La mujer habitada y de Waslala, ciñéndose a tres aspectos fundamentales: el político, el social y el cultural   -51-   aunque, por supuesto, estos planos se interconexionan constantemente. No obstante, y antes de describir los tres ámbitos, hay que señalar que la visión que Belli y Cardenal poseen de las sociedades precolombinas, aun siendo idealizado, no tiene nada que ver con la que se dio durante el Romanticismo, época en la que se populariza la figura del «buen salvaje», un individuo ingenuo, bueno por naturaleza, sumiso e incivilizado. Ésta, desde luego, no va a ser la imagen que nos ofrecen los nicaragüenses, quienes nos presentan a unos indios inteligentes, con una desarrollada cultura propia y prestos a defender su identidad frente a las opresiones externas37.

En el aspecto político y social, se entiende que en las sociedades indígenas existía una especie de sistema democrático en el que tenían un papel primordial los ancianos, depositarios y transmisores de la cultura propia y, por lo tanto, de su identidad38. En La mujer habitada, Itzá narra cómo los sabios de la tribu son voluntariamente sacrificados para intentar vencer a los españoles:

  -52-  

Y sentía en el pecho una vasija rota. Veía las figuras de nuestros ancianos que debían morir al día siguiente. Con ellos moriría historia [sic] de nuestro pueblo, sabiduría, años de otro pasado.


(LMH, p. 73)                


Además de quedar en evidencia la importancia cultural y social de estos hombres y mujeres, también se resalta en este episodio su espíritu de sacrificio, cómo anteponen el bien colectivo al suyo propio.

En relación con este hecho hay que apuntar que en Waslala no sólo son los poetas -trasunto moderno de los sabios indígenas- quienes construyen el mito, sino que además guiarán a los suyos en la búsqueda de ese Paraíso Prometido39:

Desde distintos puntos de la ciudad, ocultos y corriendo incontables peligros, logramos llegar a Waslala. Sólo dos de los poetas, detenidos en el camino por el ejército, murieron en el intento, guardando celosamente el secreto.


(W, p. 68)                


El sacrificio individual a favor de la colectividad se une a la función de guía del pueblo. Esta última, que posee unas indudables connotaciones metafóricas además de las   -53-   puramente literales, aparece ya recogida en la tradición náhualt, como se refleja en el Códice Matritense:


Sus sacerdotes los guiaban
y les iba mostrando el camino su dios.
Después vinieron,
allí llegaron
al lugar que se llama Tamoanchan
que quiere decir «nosotros buscamos nuestra casa»40.


El Tamoanchan puede vincularse al espacio mítico de Waslala. Y en este lugar, fuertemente enraizado con el mundo precolombino, también se intenta que sean los más capacitados intelectualmente los que gobiernen a los demás:

(...) iniciamos un nuevo intento con una propuesta inversa de simplicidad, donde los poetas fueron investidos de una autoridad casi total.


(W, p. 280)                


Como vemos, los poetas asumen la función que desempeñaban los sabios en el pasado precolonial. Por otra parte, la muerte de Engracia -líder de los comunitaristas- y de sus muchachos, quienes en cierta forma son los garantes de una cultura que agoniza, es paralela a la de los sabios de La mujer habitada, puesto que también se sacrifican por el resto de sus compañeros.

  -54-  

En otro orden de cosas hay que señalar que en Sofía de los presagios -que temáticamente difiere de las dos novelas anteriores- también aparece un personaje que posee reminiscencias de los anteriores. Nos referimos a Xintal, la vieja del volcán quien, si bien no asume el papel de guía de una colectividad concreta, es la depositaria de un saber milenario y por ese motivo aparece como la persona más indicada para aconsejar y ayudar a Sofía.

Otro aspecto del mundo indígena que Gioconda Belli recoge en su obra es su relación con la Naturaleza. Ya vimos la importancia que los ciclos temporales poseían para las nahuas, y estos ciclos están ineludiblemente unidos a los procesos naturales que no son sino la manifestación de la vida en sí41. La autora nicaragüense reivindica, pues, una sociedad donde el hombre no se imponga a la Naturaleza, sino que se sienta parte integrante de la misma42.

La reivindicación de la Naturaleza supone, por otra parte, la adopción de un determinado modelo social que se opone frontalmente al habitual en las sociedades hiperdesarrolladas.   -55-   Este hecho se manifiesta en Waslala, donde se enfrenta la idealidad natural del espacio mítico con un mundo artificial y desnaturalizado. La sociedad perfecta -afirma implícitamente la autora- no es aquélla en que los progresos científicos y tecnológicos han dejado a un lado al hombre, atomizando la sociedad y aislando cada vez más al individuo, sino una heterogénea, cercana, donde la colectividad y el hombre sean igual de importantes, donde el contacto y la conversación desbanquen a los adelantos técnicos. En Waslala, se dice, la conversación llegó a ser un arte; así la palabra, al igual que en el mundo indígena, se convierte en instrumento de socialización y de transmisión de cultura.

Este último aspecto se relaciona con la reivindicación que hace la autora de las culturas prehispánicas frente a la visión colonialista heredada por el somocismo. Defender esta cultura es, en cierto modo, establecer unas raíces, una identidad cultural ajena a imposiciones, que no a influencias. Gioconda Belli nos muestra este mundo a través de la breve descripción de costumbres, de vocabulario y a la apropiación de textos y mitos, tratados desde una perspectiva ideologizada.

En La mujer habitada nos encontramos una contundente reivindicación del mundo indígena a través de la voz de Itzá:

Los españoles decían haber descubierto un nuevo mundo. Pero nuestro mundo no era nuevo para nosotros.   -56-   Muchas generaciones habían florecido en estas tierras desde que Tamagastad y Cippatoual se asentaron. Éramos náhualts, pero hablábamos también chorotega y la lengua niquirana; sabíamos medir el movimiento de los astros, escribir sobre tiras de cuero de venado; cultivábamos la tierra, vivíamos en grandes asentamientos a la orilla de los lagos; cazábamos, hilábamos, teníamos escuelas y fiestas sagradas.


(LMH, p. 102)                


Además de poner de manifiesto la posesión de una cultura floreciente, Itzá también subraya su antigüedad frente a la visión etnocentrista de los españoles quienes, incapaces de reconocer y valorar una sociedad tan distinta a la suya, los tachan de bárbaros e incivilizados.

La autora va a completar este aspecto mediante la descripción de rituales como la imposición de nombre o el sacrificio sagrado. Por otra parte, la inserción de términos nahuas o de expresiones del mismo origen ayuda a la recreación de ese mundo ideal que nos quiere mostrar la autora43. Todos estos elementos configuran un universo cultural propio que pretende recuperar en el presente; pero, a su vez, lo que intenta Gioconda Belli es retomar en   -57-   la actualidad un bagaje histórico-cultural que estaba ahí desde tiempos pretéritos y les pertenece.

En este sentido destaca la utilización de ciertas expresiones náhualts que la autora recoge o reinterpreta para dar una mayor coherencia y belleza a su universo literario. Algunas de estas expresiones están tomadas de composiciones poéticas nahuas, lo cual refuerza la voluntad de Belli de reivindicar la riqueza de las culturas autóctonas de su país:

1. «Oculta en la noche en que me mira hay presagios y ella avanza desenvainando por fin la obsidiana, el roble». (LMH, p. 182)

«No, no podía aceptar, como mi madre, que llevaran dentro de sí sólo la obsidiana necesaria para las guerras». (LMH, p. 232)

La primera imagen representa la voluntad de Lavinia de luchar decididamente contra el somocismo, pero también su propia muerte:


Dicha y riqueza de los príncipes
es la muerte al filo de la obsidiana
la muerte en la guerra44.


  -58-  

La segunda hace referencia al espíritu guerrero que, como en los anteriores ejemplos, está representado simbólicamente por la obsidiana.

2. «En cambio, si en la desesperación de conservar la vida, nos entregábamos, los perros o el fuego darían cuenta de nuestros cuerpos y no podríamos siquiera aspirar a la muerte florida».

(LMH, p. 286)                


«... No volverían, se dijo. Lo vio en los ojos de Morris, de los muchachos. Quizás ya no querían volver; no querían que nada impidiera el sacrificio, la muerte florida».(W, p. 259)

El significado de esta expresión es similar a la anterior, y hace referencia a una muerte honrosa, ya sea en la lucha o en el sacrificio a los dioses, que permitía acceder a la casa del sol en Tonatiuhichán. Sobre el adjetivo «florida», seña la Alcina Franch que uno de los aspectos que más llaman la atención del lenguaje poético náhualt es, precisamente, la plurisignificación de la palabra «flor» (xóchitl)45, de la que posteriormente explicaremos otro ejemplo significativo.

3. «¡Cómo aprendimos a odiar esa lengua que nos despojó, nos fue abriendo agujeros en todo lo que hasta que llegaron habíamos sido!» (LMH, p. 82)

«Los españoles quemaron nuestros templos; hicieron hogueras gigantescas donde ardieron los códices sagrados   -59-   de nuestra historia; una red de agujeros era nuestra herencia». (LMH, p. 135)

Estos dos fragmentos se refieren a la pérdida de identidad cultural, el proceso de aculturación46 que conlleva la imposición de una cultura ajena a costa de la desaparición de la propia. Este sentimiento, que fue experimentado por las sociedades indígenas durante la conquista, se manifiesta en uno de los textos más conmovedores que se conservan, el «Anónimo de Tlatelolco», fuente innegable de Gioconda Belli:


Golpeábamos los muros de adobe
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos se hizo el resguardo,
pero ni con escudos pudo ser sostenida nuestra soledad47.


4. «Pero dentro de ella existían ocultas las sensaciones que ahora afloran y que un día entonarán cantos que no morirán». (LMH, p. 182)

Este fragmento es muy significativo, puesto que refleja la pervivencia no sólo cultural, sino también de la lucha. Recordemos que el sandinismo tenía como uno de sus objetivos primordiales la defensa de sus costumbres; ambos procesos, por lo tanto, no sólo son paralelos, sino que se implican mutuamente.

  -60-  

Podemos relacionar este enunciado de La mujer habitada con el poema «Quedará de nosotros», cuyo significado es similar:



Al menos flores, al menos cantos...
Quedará de nosotros
algo más que el gesto o la palabra:

este deseo de libertad,
esta intoxicación,
      se contagia!


(V, p. 88)                


Aquí se ve claramente expresado el tema de la perpetuación de la lucha. Sin embargo, hay que hacer especial mención al epígrafe, el cual recoge parte del «Diálogo de la poesía: flor y canto»:


¿Sólo así he de irme
como las flores que perecieron?
¿Nada quedará en mi nombre?
¿Nada de mi forma aquí en la tierra?
¡Al menos flores, al menos cantos!48


Estos versos, que se refieren a la poesía como único recuerdo del hombre una vez desaparecido, pueden extrapolarse perfectamente a la idea de la pervivencia de la cultura   -61-   a través del tiempo como única opción de mantener la identidad de un pueblo49.

En el mismo sentido, destaca la utilización que Gioconda Belli realiza de la mitología náhualt e incluso de leyendas nicaragüenses para relacionar más estrechamente el pasado mítico con el presente e incluso con el futuro50: árboles habitados por espíritus, colibríes con almas de guerreros, viejas inmortales que hablan con la Madre Diosa, lugares míticos que aparecen y desaparecen... Todos estos elementos aportan originalidad a la obra de la autora nicaragüense, no por su aparición en sí, sino por la forma en que se lleva a cabo.

El hecho de que en estas novelas se mezclen ciertos hechos «sobrenaturales» con la realidad cotidiana ha llevado a algunos autores a catalogarlas dentro del llamado «realismo mágico»51. Sin embargo, creemos que esta filiación es incorrecta, puesto que los hechos pretendidamente extraordinarios que acontecen sí tienen explicación bajo un determinado prisma cultural y religioso, lo que no ocurre en obras del realismo mágico. En este sentido, se ha producido un debate en la crítica sobre si cabe o no hablar   -62-   de la magia en La mujer habitada, cuestión que puede extrapolarse perfectamente a las otras novelas. Lady Rojas-Trempe defiende la presencia de la magia -entendida como manifestación concreta de una cosmología determinada- en la primera novela de Belli como instrumento de articulación narrativa e ideológica52. Por su parte, María Salgado y Gabriela Mora rechazan esta visión y consideran que la participación de la india Itzá tiene que ver con la cronovisión y no con la magia53.

No obstante consideramos que, en realidad, no hay tanta diferencia entre lo expuesto por Rojas-Trempe por un lado y Salgado y Mora por otro, puesto que la primera, aun hablando de «magia», señala su inequívoca procedencia de la cronovisión indígena. Tal vez el problema radique en la diferente concepción que estas tres autoras poseen de dicho término; sin embargo, no vamos a entrar a discutir esta cuestión, que rebasa ampliamente los límites de este estudio.

De lo que no cabe duda alguna es de que esta cronovisión extiende sus raíces por las tres novelas de la autora,   -63-   especialmente en La mujer habitada y Waslala, estableciendo una mayor cohesión entre ellas. Hay que señalar por otra parte que, si en La mujer habitada y Waslala prevalece la mitología nahua, en Sofía de los presagios nos encontramos con la recuperación de una leyenda nicaragüense local. Así, Xintal puede identificarse con el «viejo del cerro» que habitaba en el Mombacho y que se vinculaba con brujos y brujas54. Eso sí, el personaje de Belli carece de los matices negativos (pactos con el demonio, secuestro de niños, hechizos malignos...) que se le atribuye en las creencias populares, asumiendo, por el contrario, ciertos rasgos (sabiduría, contacto con la Naturaleza...) que lo aproximan al mundo indígena tan querido por la autora.

Además, en las tres novelas existen elementos vinculados al mundo indígena que se repiten constantemente y que vinculan mitos e ideología. Destaca en primer término la transformación de Itzá -y en el futuro la de Lavinia- en árbol, así como la de Felipe y Yarince en colibríes55. Esta última responde a un mito que explicaba que los guerreros fallecidos en combate o sacrificados iban al Tonatiuhichán o casa del sol. Por la tarde y/o tras cuatro años después de su muerte, volvían a la tierra transformados en   -64-   pájaros multicolores o mariposas que liban la miel de las flores56:

Murió al amanecer. Retornó al lado del sol. Es ahora compañero del águila, un quauhticatl, compañero del astro. Dentro de cuatro años retornará tenue y resplandeciente huitzilin, colibrí, a volar de flor en flor en el aire tibio.


(LMH, p. 347)                


Por otra parte Mimixcoa, la amiga de Itzá, muere sacrificada en el cenote. Como sucede con otros personajes de la autora, su nombre posee un sonido simbólico, pues los mixmicoa -hijos de Chachiutlicue, diosa del agua- son los prototipos de las víctimas guerreras y sus atributos son los mismos que los de los individuos destinados al sacrificio57. A su vez, el destino de Mimmicoa es el reservado a las mujeres muertas de parto o combatiendo (pero el sacrificio era equivalente), es decir, convertirse en una diosa cihuateteo y acompañar al sol del cenit al ocaso58.

En cuanto a la transformación en árbol -sin duda la más relevante en la novela-, apunta León-Portilla que en Nicaragua todavía pervive la percepción espacial del universo   -65-   de los mayas, que consistía en veintidós planos verticales -trece cielos y nueve infiernos- atravesados centralmente por la ceiba sagrada por cuyo tronco ascendían las almas de los muertos59. Por otra parte, hay que señalar que los árboles se consideraban vías de acceso al Tlalocán, el «paraíso» del dios Tláloc, y recordemos que Itzá -cuyo nombre significa «gota de rocío»- muere bajo el signo de Tláloc, señor de las aguas.

A su vez, el ceibo va a aparecer en las tres novelas para indicar una acción relacionada con el pasado y/o delimitar un espacio sagrado. En el primer caso encontramos el juramento de Lavinia, que se produce en el parque de las Ceibas, lo que relaciona simbólicamente el ámbito indígena y la lucha contra la dictadura. El juramento, que se produce precisamente bajo de uno de estos árboles, queda así configurado dentro de un espacio casi místico:

El parque y el árbol convertidos en catedral de ceremonia.


(LMH, p. 234)                


En el mismo sentido, señala Henry Cohen que la escena de Flor recostada en un árbol inserta metafóricamente a ésta última en la cadena de mujeres heroicas que ha habido a través de la historia de su país60.

  -66-  

En Sofía de los presagios el espacio mítico está simbolizado por los ceibos; son estos árboles los que pueblan el cerro donde vive Xintal, la india que representa la cultura y la sabiduría indígena en la novela.

También en Waslala van a fundirse el aspecto mítico y el ideológico a través del árbol sagrado. En primer lugar, hay que señalar que el poeta Ernesto encuentra tallado el nombre de Waslala en un ceibo, relacionándose así desde un primer momento ese lugar utópico -símbolo del sandinismo- con el mundo precolombino. Waslala, además, está rodeada de cuatro ceibas que señalan los cuatro puntos cardinales y que constituyen lo que Mircea Eliade denomina axis mundi, el pilar del mundo61. De esta manera serán las ceibas las que marquen la aparición de ese espacio mítico:

«Fueron las ceibas», me dijo, «las ceibas se la llevaron». En su mitología, que proviene de raíces mayas y aztecas, la ceiba es un árbol sagrado, el árbol que sostiene el mundo; si desaparece la ceiba, el mundo que sostiene desaparece con ella.


(W, p. 65)                


En último lugar, quisiéramos señalar que la imagen del árbol también es utilizada por la autora para caracterizar   -67-   positivamente a algunos de los personajes de La mujer habitada:

1. «Algo de su serenidad le recordó a ella los árboles caídos»(p. 64).

2. «Sin que ella pudiera negarse, con su voz suave y firme, su apariencia de árbol, él había logrado que ella hiciera cosas que jamás pensó hacer»(p. 88).

3. «Al igual que Sebastián, emanaba un aire de árbol sereno».(p. 93)

4. «(...) quién sabe cuántos más estaban allá fuera peleando contra molinos de viento, con su aire de árboles serenos». (p. 101)

5. «¿Y cómo es que se te ocurrió visitarme? -dijo Flor, revolviendo el azúcar en el café, mirándole con su mirada de árbol». (p. 113)

6. «Lavinia pensó otra vez en los árboles; hasta la voz de Flor, al final (...) crujía un poco, como alguien caminando sobre hojas». (p. 116)

7. «Era lógico que le atrajera la idea de imaginarse "compañera" (...); verse rodeada por esos seres de miradas transparentes y profundas, serenidad de árboles». (p. 123)

8. «(...) cruzó el puente que la llevó hasta la mecedora donde ahora se balanceaba, oyendo las hojas húmedas de la voz de Flor». (p. 140)

«A ella le costaba imaginar a Sebastián, Flor o Felipe disparando. Árboles serenos disparando». (p. 193)

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Llama la atención la gran cantidad de ocasiones en las que aparece esta identificación, sobre todo porque todas ellas se refieren a Felipe, Flor o Sebastián, es decir, a los compañeros del Movimiento, con lo cual se intensifican las connotaciones positivas de esta metáfora.

Estrechamente relacionado en el símbolo del árbol nos encontramos con el del agua, metáfora de la vida y del erotismo por excelencia en la obra de Belli y que posee además numerosas implicaciones mitológicas. El ejemplo más claro lo hallamos de nuevo en La mujer habitada. Recordemos que Itzá significa «gota de rocío» y que al nacer la ponen bajo la protección de Chalchiuhtlicue -«azul de jade su falda»-, diosa del agua. Además, muere dentro de las aguas, por lo que pertenece a Tláloc, dios de la tierra y del agua. El comienzo de la estación lluviosa, presentido por Itzá, abre el definitivo compromiso político de Lavinia. La lluvia, pues, actúa como elemento vivificador, también en el plano metafórico.

En Sofía de los presagios el agua se erige como elemento mágico. Así, los ritos arcanos que realiza Xintal tienen siempre como materia indispensable el agua: mediante la poza de aguas del Mombacho observa el destino y lo que sucede en el mundo; el ritual de la Madre Antigua sólo podrá realizarse en el espacio místico creado en la laguna; enseña a Sofía a realizar diariamente un ritual consistente en dejar una copa de agua al aire libre a las seis de la tarde para bebérsela luego delante de una vela encendida, etc.

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Además, el agua tiene también un importante papel simbólico en la vida de Sofía: se erige en ocasiones en un elemento erótico que evidencia la insatisfacción de su matrimonio, en sus sueños premonitorios aparece en primer término un lago de aguas intactas y, por último, el día en que huye de su marido se desencadena una gran tormenta que, al igual que sucede en La mujer habitada, marca el comienzo de una nueva etapa en la vida de la protagonista.

El río asume en Waslala el papel de cauce iniciático por donde la protagonista va a discurrir en busca de su identidad y de un futuro para Faguas, siempre a través del espacio mítico. Este hecho se va a manifestar desde el primer momento:

El río era reconfortante, un gran manso animal doméstico, pero también era su criatura mítica con alas verdes sobre cuyo lomo cabalgaría muy pronto (...).


(W, p. 17)                


Ésta es una referencia directa a Quetzalcóatl, el dios azteca de la sabiduría que, además, en la obra de Cardenal representa el ideal social de la paz y la cultura62.

Es más, Waslala significa «río de aguas doradas», y se explica en la novela que existe una leyenda indígena que lo relaciona con la figura de Quetzalcóatl:

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(...) Waslala significa río de aguas doradas en el idioma de las tribus originarias de esta zona. La leyenda dice que el río desapareció, que un día se levantó de la tierra, se transformó en una serpiente alada y salió volando.


(W, p. 294)                


Luego el lugar donde está situado ese paraíso indígena estuvo ocupado por el dios maya por antonomasia, lo cual subraya aún más su carácter idílico, sobre todo aplicando la visión que sobre esta divinidad posee Cardenal y que nuevamente ha sido asumida por la autora. En este caso, la riqueza no va a ser material, pero sí espiritual, social y cultural.

El aspecto mítico-indígena, en conclusión, es instrumentalizado por Gioconda Belli para establecer una serie de modelos sociales y culturales y también para cohesionar toda su obra con este ideario determinado. «Aún seguimos resistiendo colonias de diversos tipos y añorando los tiempos en que nos fue dado florecer dentro de culturas nativas, autóctonas, nuestras»63, se lamenta la autora; y este sentimiento de añoranza, que se reconvierte en búsqueda de un determinado modelo sociocultural, marca de forma indeleble toda su obra añadiendo, además, un claro matiz ideológico. Así, el futuro utópico de América, no sólo de Nicaragua, será el reflejo de su pasado prehispánico.   -71-   El retorno de Quetzalcóatl, al igual que en la obra de Cardenal, marcará una nueva etapa en el continente:


Los ojos de América aguardan el retorno de
Quetzalcóatl
      -la serpiente emplumada-.
He oído la lengua de mis antepasados
en sueños.
Sueños que nunca duermen.


(«América en el idioma de la memoria», A, p. 120)                




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