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Ricardo Rojas, lector del «Facundo»: hacia la construcción de la cultura nacional

Diana Sorensen





Al leer el Facundo, Ricardo Rojas (1882-1957) ejemplifica los mecanismos de apropiación de un texto, las relaciones entre discurso y poder, y el grado en que las lecturas del libro de Sarmiento se inscriben en el proyecto de construcción de la cultura nacional. Nos proponemos aquí efectuar una metalectura que forma parte de un proyecto más amplio sobre la historia de la recepción del Facundo y que en este caso procura centrarse en uno de los lectores hegemónicos de la obra.

Nos interesa Rojas en su calidad de lector del Facundo porque desempeñó un papel central en la elaboración de los mitos nacionales en un momento en que la Argentina enfrentaba la problemática de la identidad nacional. Vale la pena observar el origen de su influencia así como la forma en que tuvo acceso al poder discursivo. Su trayectoria demuestra que el discurso no es un fenómeno exclusivamente lingüístico: está también presente en instituciones, en formas de transmisión y difusión, en estrategias pedagógicas1. Los escritos de Rojas (en su mayoría centrados en cuestiones de cultura nacional) se dieron a leer a través de una serie de instituciones de carácter formativo en el primer cuarto del siglo XX. Como periodista, trabajó en La Nación durante más de cincuenta años, escribiendo artículos sobre historia y literatura, poemas, y crónicas sobre su viaje a Europa (topos tradicional para un intelectual latinoamericano desde el siglo XIX), con los cuales contribuyó a pautar el desarrollo de los intereses culturales en el país. Sus cátedras en las Universidades de La Plata y Buenos Aires le dieron enorme prestigio en el momento en que se consolidaban los centros culturales nacionales, cuando se creaban no sólo programas de estudio sino también las estructuras en que se podría elaborar conceptos y teorías. Hasta se puede afirmar que Rojas articuló la disciplina que llamamos Literatura Argentina, no sólo porque inauguró la cátedra (el 7 de junio de 1913) y creó el Instituto de Literatura Argentina, sino también porque llevó a cabo la tarea de construir el paradigma de la historia de la literatura argentina2. En términos de Foucault, esto implica legitimizar un saber al articularlo como una «connaissance» en que se acomodan conceptos y teorías3. Prueba del reconocimiento que logró esta empresa es el Premio Nacional de Letras otorgado a Rojas por una ley promulgada por el Congreso en 1923. En el ámbito universitario, desarrolló también funciones de orden administrativo en calidad de decano de Filosofía y Letras y Rector de la Universidad (1925-30); las implicaciones políticas de su actuación se pusieron en evidencia cuando tuvo que abandonar su puesto por su oposición a las presidencias de Uriburu y de Perón. Otra instancia ilustrativa de la conexión entre discurso y poder es su libro El radicalismo de mañana, que se propuso validar el Partido Radical institucionalmente, colocándolo en el contexto de la historia nacional y formulando un programa para su futuro. Dicha conexión se hace palmaria cuando el Partido Radical lo proclama candidato para el senado en 1946 y cuando se lo postula como candidato para el Premio Nobel: en ambos casos se desempeña como intelectual hegemónico4.

No es sorprendente, entonces, que lo que Rojas tuviera que decir sobre el Facundo ejerciera marcada influencia. Su significancia entronca con la impronta ideológica de sus otros escritos, marcados todos por la empresa de formular el discurso de la identidad nacional basándose en el orgullo en el pasado amerindio e hispano como una respuesta posible al aluvión inmigratorio de fines de siglo, visto como posible amenaza a la cohesión y conciencia de la «argentinidad». Asimismo, los lectores contemporáneos de Rojas acababan de celebrar con gran pompa el Centenario de la Revolución de Mayo, en un intento más de forjar un sentido de historia y destino nacionales. Si, por un lado, Sarmiento es para Rojas un paradigma de atributos heroicos por la variedad y el alcance de sus logros, al leer el Facundo choca con una ideología que no favorece los mitos nacionales que él promueve. De ahí que sus trabajos sobre Sarmiento en general y el Facundo en particular están marcados por la tensión entre dos procesos: celebrar el hombre y minar su sistema conceptual. No es una tarea sencilla: a veces acarrea contradicciones y estrategias discursivas asediadas por fuerzas de significación en conflicto. Para confrontarlas, examinaremos dos textos que se centran en el Facundo: la sección que trata sobre él en su Historia de la literatura argentina (1917-22) y su libro sobre Sarmiento, elocuentemente titulado El profeta de la pampa (1945, año en que se celebra el centenario de la publicación del Facundo)5. Son notables las similaridades en su acercamiento a pesar de que los separan más de veinte años: en ambos casos se enaltece al hombre y se subvierten sus ideas. El resultado es que los aspectos positivos quedan cuestionados al no estar avalados por valores cognoscitivos, en un complejo proceso discursivo que se puede rastrear en ambas obras.

La lectura que hace Rojas del Facundo está marcada por la profunda conexión que se establece entre el hombre y su obra. Dicho de otra manera, Facundo y Sarmiento son leídos casi como dos textos interconectados: uno provee información sobre el otro, uno habla sobre el otro, mientras Rojas como descodificador procede con la total confianza de que está articulando la interpretación legítima de ambos. En una jugada de doble filo crea la imagen de un gran hombre de grandes y muchos defectos. Así, la grandeza acaba siendo un receptáculo vacío, como un gesto retórico que carece de contenido semántico. Rojas recurre a una caracterización psicológica que atribuye a Sarmiento un carácter egocéntrico, contradictorio e indisciplinado cuyo teorizar era, en el mejor de los casos, una respuesta a circunstancias inmediatas, y, en el peor, simplemente alucinante. Muchas de sus acciones son vistas como el resultado de sus ilusiones de grandeza:

Poco quedará, con el tiempo, de aquel presidente que se peleaba por carta con los gobernadores de provincia...; que puso a precio, en un proyecto de ley, la cabeza de un ciudadano argentino; que concluyó su administración en la bancarrota financiera. Poco, también, de aquel militar sin campañas, cuyo generalato, quimérico y sublime, como todas sus cosas, como su doctorado de Michigan, vínole de afuera para satisfacer su ansia de honores... Poco restará, igualmente, del escritor desaliñado, fragmentario... Pero en cambio quedará, desencarnándose de todo ello, para vivir vida de gloria, la figura de un formidable forjador de patria6.



Al no quedar ningún logro en pie, ni en el campo de la acción política ni en el de la escritura, la afirmación final, a pesar del tono adversativo con que se la introduce, carece de fuerza ilocucionaria7 porque deja al lector preguntándose qué puede haber logrado este «forjador de patria».

Al apropiarse del discurso sarmientino, Rojas lo violenta interpretándolo a contrapelo y señalando las contradicciones que observa en muchas de sus posiciones, de modo que éstas acaban coincidiendo con los valores que el mismo Rojas proclama. Así, subvierte el desdén que Sarmiento expresó tantas veces por el gaucho declarándolo gaucho a él mismo y ubicando al Facundo dentro de la literatura gauchesca. De igual modo, Rojas asimila a Sarmiento al blanco de su crítica atribuyéndole un temperamento típicamente español en una maniobra que procura templar su proclamado rechazo por lo hispánico: su carácter es «el más bravío de castellano viejo»; «Autoritario, intransigente, arbitrario, desordenado, individualista, violento, palpita todavía la riñonada celtíbera»8. Y, para no omitir al indio, que ocupa un lugar tan central en la ideología de Rojas, no sólo le atribuye a Sarmiento sangre india sino que también le hace a ésta desempeñar un papel determinante: «Desdeñaba a los indios, y él lo era, no ya por parecerse en lo físico ... sino porque de indios descendía, según confesión propia»9. Se construye una imagen sarmientina que consolida el proyecto de orgullo y conciencia nacionales en que Rojas se ha embarcado, aún si ello se logra a expensas del objeto mismo de la interpretación.

Después de poner en duda la autoridad intelectual o doctrinaria de Sarmiento, Rojas elabora una compleja identificación patriarcal entre él y la nación; es esta conexión la que provee el mito del héroe nacional. El procedimiento retórico es metonímico: Sarmiento es parte central de su patria, su conciencia: «la conciencia viva, personificada y agorera de su Patria», «es ... la conciencia de nuestra raza, hecha hombre para revelarnos la memoria de lo que ha sido y la profecía de lo que será»10. Hasta se traza un paralelo entre sus libros y las etapas que comprende la historia nacional: cada obra pauta un período significativo en ella. Su misma substancia semántica constituye una representación mimética del mundo que está fuera del texto: «[...] esa obra no hace sino seguir nuestra historia nacional, con sus costumbres, sus tipos, sus paisajes, sus guerras, sus instituciones, sus ideales»11.

En su lectura del Facundo, Rojas extiende los procedimientos que hemos discutido y recurre a dos estrategias claramente identificables: por un lado, «de-legitima» al Facundo lamentando su falta de autoridad discursiva; por el otro, enaltece sus méritos literarios y su papel fundador en el campo de la literatura nacional. La empresa de «de-legitimación» es bastante compleja. En su forma más simple, señala problemas estructurales tales como la falta de unidad: en uno de sus estudios, Rojas declara que el Facundo es en realidad dos libros; en otro detecta tres12. Lo que se sugiere así es que Sarmiento fue un escritor de ingente voluntad pero desprovisto de disciplina intelectual. Con todo, el ataque frontal de Rojas va dirigido a las pretensiones de validez que el texto sarmientino pueda reclamar para sí. La falta de documentación apropiada, el apuro con que fue escrito y los otros problemas que hemos mencionado son los factores aducidos para dar cuenta de su limitada autoridad. La insistencia con que la falta de valor fáctico del Facundo es lamentada (y, por lo tanto, acotada) es uno de los aspectos centrales de la discusión de Rojas, al punto que se vuelve evidente que su objetivo es establecer los parámetros de uso textual desde un punto de vista pragmático13:

[...] si desde 1845 sirvió tal libro como verdad pragmática contra Rosas, y desde 1853 como verdad pragmática contra el desierto, después de 1860 debemos tender a utilizarlo solamente como verdad pragmática en favor de nuestra cultura intelectual por la emoción profunda de tierra nativa, de tradición popular, de lengua hispanoamericana y de ideal argentino que ese libro traduce en síntesis admirable14.



Esta cita ilustra hasta qué punto la «lectura cultural» aquí prescrita está privada de las conexiones históricas, sociales y políticas que eran justamente las que yacían en las raíces mismas de su producción. Se ven reemplazadas por conceptos aducidos por su misma falta de especificidad (emoción, tradición, ideales). Rojas opera esta transición al dominio de lo no fáctico trasladándose de lo histórico a lo literario: la épica reemplaza a la historia, la leyenda a la biografía. Es significativo que dicha transición se proponga como un movimiento ascendente que lleva a mayores alturas: «Lo que estuvo en el plano de la "historia" ha pasado ya, gracias al genio de su autor, al plano más excelso de la epopeya»15. Asimismo, «Sarmiento no escribió la biografía de Facundo, sino creó su leyenda. Compuso el poema épico de la montonera»16. El ámbito de la ficción hace posible que se celebren las virtudes del Facundo sin tomar seriamente en cuenta lo que éste se propone decir sobre Facundo Quiroga, las guerras civiles o las propuestas explicativas sobre la situación argentina. Dentro de este espacio, Facundo puede ser honrado como el texto fundador de la literatura argentina, junto con La cautiva de Echeverría. El énfasis genealógico del argumento provee un nicho seguro en el cual Rojas puede ubicar al libro, alabar el realismo de sus descripciones y hasta proponer un paralelo entre él y la tragedia: «... presenta su cuadro como un escenario de tragedia [...] La catástrofe tiene su catarsis en la esperanza de que el General Paz triunfará en breve [...]»17. El esfuerzo crítico se concentra en los cimientos conceptuales del libro. Un blanco importante es la oposición civilización-barbarie, condenada como «un eficaz sofisma político»18, y subvertida conceptualmente:

El grande hombre se equivocó en Facundo cuando dijo que la campaña es fuente de barbarie, si ella es la madre de nuestro arte y de nuestra economía [...] Pero las ciudades de América fueron fortines de conquista, y sus puertos se transformaron luego en factorías de explotación económica, a expensas del agro y de los nativos. Centros exóticos, hostiles y «bárbaros» en su origen, puesto que eran extraños a la tierra los que venían19.



Rojas mina la fórmula misma cuestionando no sólo su pertinencia en la Argentina de mediados del XIX sino también su validez epistemológica. Así, la inoperancia de la dicotomía queda confirmada mediante una referencia al presente de Rojas: los campos son la sede de la civilización, «por la salud moral de los que en ellos viven, y ... sus paisajes y tradiciones inspiran nuestro arte naciente», mientras que las ciudades «son parásitos de la burocracia, el comercio, la sensualidad ociosa, el cosmopolitismo sin patria, la barbarie, en fin»20. Las ideas de Sarmiento quedan demolidas en pos de la interpretación que hace Rojas de los valores nacionales -interpretación profundamente marcada por su apreciación negativa de la influencia de la inmigración extranjera en las ciudades-. Es más: Rojas cuestiona la validez de la dicotomía civilización-barbarie, desacreditando la noción de progreso que sostiene su dialéctica y subrayando en su lugar la importancia de la cultura. Señala los riesgos de la tesis sarmientina, del «peligro moral en creer [...] que la tierra genuina, numen de la nacionalidad, es fuente de barbarie, y que el civilizarse consiste en adoptar todos los actuales usos de los europeos»21. Es claro que la discusión se inscribe en el viejo debate entre valores nacionales e influencia europea.

Rojas también erige su poder discursivo recurriendo al mismo Sarmiento para probar que hasta él llegó a subvertir autoridad de las declaraciones del Facundo. Ésta es una maniobra algo contradictoria, ya que después de haber desprestigiado a la figura autorial sus presuntas retractaciones mal pueden servir de evidencia. Sin embargo, Rojas insiste en citar anécdotas y declaraciones con que pretende demostrar que, con el pasar del tiempo, Sarmiento cambió de parecer respecto de las opiniones expresadas en el Facundo. No se limita a citar las instancias conocidas, tales como los comentarios hechos a Alsina después de recibir las correcciones que éste le hiciera, o gestos de sospechosa humildad (como cuando llama al libro que le había dado tanto prestigio «mi obrita», «mi pobre librejo», o «una especie de poema, panfleto, historia») sino que llega a sugerir que el mismo Sarmiento contempló la posibilidad de haber estado perturbado mentalmente cuando escribió el Facundo, citando un artículo de 1881 en que Sarmiento alude a «una especie de sonambulismo» en que vivía en ese tiempo22.

Estamos, como ya se ha dicho, ante una doble empresa: la elaboración del mito de una obra fundadora y la demolición de sus postulados. Un intelectual hegemónico como Rojas instaura así dos caminos de lectura que marcarán las interpretaciones futuras del texto, diseminando procesos de significación en conflicto.





 
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