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Rizal, Filipinas y España

Miguel Ángel Serrano Monteavaro





Hace aún poco tiempo, los Reyes de España, en viaje oficial a Filipinas, depositaban una corona de flores ante el monumento levantado a Rizal en el paseo de La Luneta, donde había sido fusilado, en cumplimiento de la sentencia firmada por el Capitán General Camilo G. Polavieja. Su muerte lo convirtió en el mártir de la nación filipina.

La colonización española de las islas Filipinas se desarrolló de una forma bien diferente a la de Cuba.

La población indígena cubana desapareció pronto, víctima de los malos tratos y sobre todo de las enfermedades llevadas a la isla por los españoles, formándose entonces otra de peninsulares, criollos, mestizos y más tarde negros procedentes de África. Por otro lado, la única lengua que unos y otros hablaban en Cuba era la española.

En Filipinas las cosas ocurrieron de otra manera. Los españoles encontraron repartida entre las más de siete mil islas una numerosa población perteneciente a diversas etnias, que hablaba múltiples lenguas y disfrutaba, en algunos lugares, de un cierto nivel de civilización, de origen chino en algunos casos y árabe en otros.

Por otro lado, la población española establecida en las islas no alcanzó nunca una gran relevancia y se concentró en Manila, sobre todo. Los distintos gobiernos españoles ensayaron en Filipinas un sistema de colonización basado en la entrega de las islas a la labor misionera de las órdenes religiosas, que de esta manera se convirtieron, al mismo tiempo, en los dueños de la situación.

A mediados del siglo XIX y coincidiendo con una época de esplendor económico se hace notar, sobre todo en Manila, una clase ilustrada de indios tagalos y mestizos de españoles que aspira a intervenir en los destinos de las islas. Pero, al igual que en Cuba, los distintos gobiernos españoles no supieron o no quisieron integrar en los destinos de Filipinas a aquella población, compuesta por funcionarios, profesionales, militares de baja graduación, comerciantes y sacerdotes pertenecientes al clero secular.

Por otro lado, hasta 1861 los gobernantes españoles no impusieron, y aún tímidamente, el aprendizaje del castellano en las escuelas de Filipinas, por lo que las órdenes religiosas continuaron representando el papel de intermediarias entre la administración española y el pueblo filipino. Todo ello bajo el pretexto de que no convenía que los filipinos aprendiesen el español y así no se contaminasen con las ideas liberales que circulaban por Europa. Sin embargo, aquella clase ilustrada de que hablábamos estudiaba en español en la Universidad de Santo Tomás (Manila), regentada por los dominicos y la primera que se creó en Asia, y viajaban con frecuencia por Europa.

Otra singularidad que hizo peculiar la colonización de Filipinas giraba alrededor de las órdenes religiosas y el clero secular. Las órdenes (dominicos, jesuitas, franciscanos y agustinos, sobre todo) dominaban la vida cultural y la enseñanza, y sus componentes procedían de la Península. Dueños de numerosas fincas inmobiliarias y agrícolas que arrendaban a la población, controlaban múltiples sectores de la vida económica. De aquí que surgiese una creciente oposición entre los frailes y los filipinos, y entre los frailes y los párrocos (el clero secular) que eran en su inmensa mayoría filipinos y pobres.

El régimen administrativo que España impuso a Filipinas durante la segunda parte del siglo XIX, derogadas las Leyes de Indias, revistió un carácter colonial típico, en base a la promulgación de leyes especiales, que lo hacía bien diferente del que regía en España. Al frente de las islas se hallaba un Capitán General, que acentuaba el carácter excepcional del régimen político y administrativo, del que era brazo derecho el arzobispo de Manila.

En 1861 nace en Kalamba, de padres tagalos, labradores de profesión, José Rizal Mercadl. Cursa las primeras letras en el Ateneo que los jesuitas habían establecido en Manila, para, a continuación, estudiar Filosofía y Letras y Medicina en la Universidad de Santo Tomás.

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Indígenas filipinas actuales, en una danza tradicional

La tranquila vida política y social de Filipinas comienza a trastocarse a raíz de la Revolución española de septiembre de 1868 que derrocará a Isabel II.

Hasta esa fecha, los filipinos, haciendo uso de su típica reserva oriental, habían mostrado un alto grado de respeto y temor hacia los españoles. Pero, a partir de aquella fecha, se dieron cuenta de que también en España se derribaban los signos sacralizados del poder, que al poco tiempo volvían a entronizarse en la figura de un Rey extranjero (Amadeo de Saboya), para destronarlo luego, más tarde proclamar la República y acabar colocando en el trono al hijo (Alfonso XII) de la Reina destronada. Si, a todo esto le añadimos que, al mismo tiempo, los españoles luchaban entre sí en la Península (carlistas y cantonales) y en Cuba, no nos debe extrañar que los filipinos se mostrasen inquietos. Para el alma oriental, tan litúrgica, todo aquello era sorprendente.

Existía otro factor en juego a tener en cuenta. El oriental es un hombre inclinado al misterio, y normalmente pertenece a varias sociedades más o menos secretas, de carácter tribal y religioso.

No tiene nada de extraño, entonces, que cuando en 1856 los marinos José Malcampo y Méndez Núñez, destinados en Filipinas, introducen la Masonería en las islas, con la creación de la logia "Primera Luz Filipina", dependiente del Gran Oriente de Portugal, los filipinos se sintieran atraídos por sus rituales y filosofía, aunque en un principio tuviesen prohibido pertenecer a ella.

Los capitanes generales que se suceden en el mando de las islas a partir de 1868: De la Gandara, de la Torre y Rafael Izquierdo, sin dificultar la implantación de la Masonería se ven obligados a calmar los ímpetus de los mestizos que pretendían ingresar en la orden.

Así las cosas, en 1872 estalla una grave revuelta en Cavite, cerca de Manila, importante no sólo por ser la primera en el tiempo, sino por la gravedad de los mismos hechos, ya que el foco principal era el Arsenal, donde la tropa filipina se subleva. El Capitán General Izquierdo reprime con dureza la revuelta y condena a muerte a varios sacerdotes filipinos, acusados de ser los promotores.

Rizal, que de niño había sido testigo de aquellos sucesos, llega a España en 1882 para completar sus estudios de Filosofía y Letras y Medicina, viajando luego a Alemania para especializarse en oftalmología.

En 1886, Rizal publica en Alemania su novela "Noli me tangere", que es introducida clandestinamente en Filipinas. La novela está escrita en un lenguaje tan sencillo, en un castellano tan encantador y sugerente que arrebató el corazón de los filipinos. Cuenta la historia de los amores de dos jóvenes en la Filipinas de aquella época, dejando entrever, al mismo tiempo, el papel que jugaban los frailes españoles. Todo ello muy efectista para la impresionable alma oriental. La publicación del libro acarreó desde luego a Rizal la enemiga de las órdenes religiosas.

Aquel mismo año de la publicación de la novela, la Universidad de Santo Tomás contaba con 1982 alumnos, de los cuales sólo 216 eran españoles; mientras que el clero secular filipino alcanzaba en las islas los 700 sacerdotes por sólo 30 españoles. El año de 1887 encuentra a Rizal viajando por China, Japón, Norteamérica..., y en sus manifestaciones se muestra contrario al nacionalismo exacerbado y favorable, en cambio, a la unión entre las naciones. Respecto a España, continúa pidiendo la igualdad política y administrativa de Filipinas con las provincias españolas. Cuando Rizal regresa a Filipinas tras su periplo encuentra un ambiente lleno de suspicacias entre las autoridades españolas y el pueblo filipino, por lo que reemprende sus viajes que le llevan a Londres, París y Madrid. En la capital de España, M. Morayta le autoriza a reorganizar e impulsar la Masonería en Filipinas, donde todavía estaba prohibido que los filipinos entrasen a formar parte de la sociedad.

Ya en 1891, Rizal publica en Gante "El Filibusterismo", continuación de "Noli me tangere", libro en el que se acentúa la exaltación de los valores de la vida filipina, pero no preconiza ningún tipo de violencia contra España.

Regresa después a Manila, donde, cansado y desengañado por las que juzga inútiles intrigas de sus compatriotas, funda la "Liga Filipina" y choca con los dominicos a causa de los desahucios de fincas que querían llevar a cabo en su pueblo natal.

A la vista del clima de inquietud reinante en Filipinas, del que se consideraba culpable al propio Rizal, el Capitán General ordena su detención y destierro a Dapitán, Mindanao.

Mientras tanto y ante la postura moderada de la "Liga Filipina", Andrés Bonifacio crea el Katipunan (Kataastaasan Kagelenggalan Katipunan nang nga arak nang bayag), de carácter secreto y terrorista, con el que Rizal no querrá tener contacto alguno, hasta el punto de dirigir un escrito al Capitán General haciendo protestas de su españolidad y en contra de las acciones violentas de los katipuneros. Como muestra de la escasa vinculación económica de Filipinas con España debemos anotar que, hacia 1895, el comercio entre ambas era casi inexistente, mientras daba señas de gran actividad el mantenido con Inglaterra, Alemania y China.

En 1896, los filipinos se levantan contra España. A la vista de los acontecimientos y para desvincularse de la lucha armada, Rizal solicita marchar a la guerra a la guerra de Cuba como médico. El Capitán General Blanco accede a la petición de Rizal y este embarca con destino al Caribe, vía Barcelona. El comportamiento equívoco de Blanco y el requerimiento del Fiscal militar de Manila dan lugar a que al arribar Rizal a la ciudad condal se detenido y reembarcado con destino a Filipinas. La decepción de Rizal por este motivo es grande, a pesar de lo cual, al llegar a Manila, realiza unas declaraciones en las que condena sin paliativos la insurrección armada en Filipinas. Las medidas represivas del Capitán General provocan en el pueblo filipino respuestas igualmente violentas y la detención de filipinos principales va dejando reducido cada vez más el campo de los partidarios de España. En determinados momentos, la insurrección parece tomar el cariz de una lucha de razas, mientras que por aquella misma época en Cuba se desarrollaba una auténtica guerra civil.

En noviembre de aquel año de 1886, Camilo G. Polavieja sustituye a Blanco al frente de la Capitanía General, nombramiento en el que tuvo mucho que ver el arzobispo de Manila, el dominico asturiano Bernardino Nozaleda.

Una vez en Manila, Rizal es procesado y condenado a muerte. A pesar de las peticiones de indulto que se cursan a través de varias instancias, Polavieja no concede las medidas de gracia.

Ya en capilla, Rizal recibe la visita de unos jesuitas, enviados por el arzobispo, con objeto de que ante el trance de la muerte Rizal se retracte de sus errores, es decir, de su condición de masón y se congració con la Iglesia. Los jesuitas no buscaban sólo una confesión sino una retractación por escrito, seguramente con la intención de hacerla pública, retractación que, según los interesados, consiguieron a lo largo de la noche; según otros, el documento es una falsificación de la letra de Rizal y su retractación una superchería. Unamuno, en una postura ecléctica, opina que Rizal «fue vencido pero no convencido», tras una noche de intolerables presiones.

Rizal murió fusilado a las 7,03 de la mañana del 30 de diciembre de 1896, por un pelotón de ocho soldados filipinos, al mando de un comandante, también filipino, detrás de los que se encontraba otro piquete de soldados españoles, al mando de un oficial peninsular.

En el mes de diciembre de 1897 se firma la Paz de Biac-na-bató entre el Capitán General Primo de Rivera y el General filipino Emilio Aguinaldo, tortuosa paz que sólo consiguió aplazar la lucha final, que estalla otra vez en mayo de 1898, de la mano de los Estados Unidos, que habían destruido la escuadra española del Almirante Montojo y Pasarón en Cavite el 1 de mayo.

Firmada la paz entre España y los Estados Unidos, poco después estallará la guerra entre los filipinos y los yankees, al no querer estos reconocer la independencia de las islas, al igual que había ocurrido en el caso de Cuba. Tras dos años de lucha, Aguinaldo se rinde. La independencia real de Filipinas no llegará hasta 1946.

Rizal pertenece a esa clase de ilustrados hispánicos del siglo XIX (Martí, Hostos, Betances, Miranda...) que siempre me han fascinado y que no acaban de ser integrados en la cultura española. Mejor le habría ido a España si, en vez de rechazar de su seno o incluso fusilar a aquellos intelectuales con alma de educadores, hubiese comprendido su ideario, que nos podía haber integrado mucho antes en el mundo moderno, y no seguir los dictámenes de los pontífices del casticismo.





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