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ArribaAbajoRecuerdos de un grande hombre

Seis romances: I, 136 versos en í-a; II, 296, é-a; III, 388, á-a; IV, 248, é-o; V, 188,ó-e y VI, 153, ú-o. Total 1409 versos. Lo mismo que Recuerdos de un veterano, va fechado en Gibraltar y en 1837, durante el segundo exilio de Rivas, y es el más extenso de todos los Romances históricos. Cuenta la historia de Colón desde su llegada a la Rábida hasta el descubrimiento de la tierra americana. Fuente principal es la Vida y viajes de Cristóbal Colón de Washington Irving, a la que se pueden añadir los recuerdos que el propio Rivas guardaba de Córdoba y de los alrededores de la Rábida. El episodio final (IV) nos recuerda otra composición suya, «Cristóbal Colón» («Un mar desconocido ronco brama...»), fechada en Londres en 182410.

Por más que este romance sea fiel a la historia, tal como la cuenta Irving, y rebose entusiasmo patriótico, no me parece de los más felices. La detallada y extensa narración en verso de los infortunios de Colón termina por hacerse fastidiosa y llega a perder interés tras algunos cientos de versos. Brillantes son las descripciones de Córdoba en tiempo de guerra (III), del gabinete de la reina Católica (V) y del largo temporal que padecen los descubridores (VI).


A mi sobrino
El Excmo. Sr. D. Cristóbal Colón y La-Cerda

Marqués de la Jamaica.





Romance Primero

El niño hambriento

   A media legua de Palos,
sobre una mansa colina,
que dominando los mares
está de pinos vestida,
   de la Rábida el convento,  5
fundación de orden francisca,
descuella desierto, solo,
desmantelado, en ruïnas,
   no por la mano del tiempo,
aunque es obra muy antigua,  10
sino por la infame mano
de revueltas y codicias,
   que a la nación envilecen
y al pueblo desmoralizan,
destruyendo sus blasones,  15
robándole sus doctrinas.
   De este olvidado convento,
ante la portada misma,
en la llana plataforma,
sitio de admirable vista,  20
   una mañana de marzo,
mientras que solemne misa
en la iglesia se cantaba,
y escaso concurso oía,
   tres y medio siglos hace,  25
para gloria de Castilla,
apareció un extranjero
de presencia extraña y digna.
   En aquel punto acababa
de llegar allí; vestía  30
justillo de roja tela,
aunque usada y vieja, fina.
   Un manto de lana pardo
con mangotes y capilla,
un birrete de velludo,  35
y de orejeras caídas,
   unas portuguesas botas,
más enlodadas que limpias,
y bajo el brazo, pendiente,
un zurrón, saco o mochila,  40
   donde un pequeño astrolabio,
una brújula marina,
un libro de devociones
y unos pergaminos iban.
   Despejada era su frente,  45
penetrante era su vista,
su nariz, algo aguileña;
su boca, muy expresiva;
   proporcionados, sus miembros,
y su edad, si no florida,  50
tampoco tan avanzada
que llegase a estar marchita.

*  *  *

   Con el cariño de padre,
de la mano conducía
un cansado y tierno niño,  55
de belleza peregrina.
   Pues en su cándido rostro
de rosa y jazmín lucían
dos nobles ojos azules,
llenos de inocencia y vida;  60
   y desde su ebúrnea frente
por su cuello descendían
los cabellos anillados
que el sol miró con envidia.
   Ser dijérase el modelo  65
que de Urbino el gran artista,
en los ángeles copiaba,
que tanto encanto respiran.
   Y de su gallardo padre
a la sombra parecía  70
un lirio fresco y lozano
que nace al pie de una encina.

*  *  *

   Este extraño personaje,
con esta criatura linda,
taciturno paseaba  75
con facha contemplativa.
   Ora por el mar de Atlante,
que rizaba fresca brisa,
como buscando una senda
giraba ansiosa la vista.  80
   Ora allá en el horizonte
de Occidente la ponía,
cual si algún objeto viera,
inmóvil, clavada, fija.
   Y ya al cielo una mirada  85
de entusiasmo y de fe viva
daba, animando su rostro
una inspirada sonrisa;
   y ya de pronto inclinando
la frente a tierra, teñían  90
melancólicos colores
sus deslustradas mejillas.
   De sus hondos pensamientos
y de su inquietud continua,
sacóle la voz del niño  95
que pan y agua le pedía;
   pues en cuanto oyó su acento
y vio su aflicción, se inclina;
tierno le toma en los brazos,
lo consuela, lo acaricia,  100
   y diligente se acerca
a la abierta portería,
a demandar el socorro
que aquel ángel necesita.
   Recíbele afable un lego;  105
que entre en el claustro le indica,
y que en un escaño espere
mientras él va a la cocina.

*  *  *

   Fray Juan Pérez de Marchena,
guardián entonces por dicha,  110
junto a los viajeros pasa
volviendo de decir misa,
   y curioso contemplando
su apariencia peregrina,
informóse del socorro  115
que cortésmente pedían.
   Y por un secreto impulso
que en favor de ellos le anima,
inspiración de los cielos
que su nombre inmortaliza,  120
   o porque era religioso
de caridad y de eximia
virtud, y muy compasivo
con cuantos allí venían,
   a aquellos huéspedes ruega  125
que en su pobre celda admitan
parte de su escaso almuerzo
y descanso a sus fatigas.
   Aceptado fue el convite,
y por la escalera arriba,  130
el religioso delante
y el hijo y padre en pos iban,
   formando un sencillo cuadro,
cuyo asunto ser dirían,
el talento y la inocencia  135
con la religión por guía.


Romance Segundo

El almuerzo

   En el estrecho recinto
de una franciscana celda,
cómoda, aunque humilde y pobre
y de extremada limpieza,  140
    de la Rábida el prelado
con sus dos huéspedes entra,
y después que sendas sillas
les ofrece y les presenta,
   abre franco y obsequioso  145
una mezquina alacena,
de donde bizcochos saca,
una redoma o botella
   del vino más excelente
que da el Condado de Niebla,  150
aceitunas, pan y queso,
y tres limpias servilletas,
   acomodándolo todo
en una redonda mesa,
no lejos de la ventana  155
que daba vista a la huerta.
   En seguida llama al lego,
y que al punto traiga, ordena,
huevos con magras adunia
y chanfaina si está hecha.  160
   Encargándole que todo
caliente y sabroso venga,
que no charle en la cocina,
ni se eternice y se duerma.

*  *  *

   Dadas sus disposiciones,  165
al extranjero se acerca
(que por tal le ha conocido
en el porte, traje y lengua).
   Con una taza le brinda,
y al niño que tome ruega  170
un bizcocho, que le alarga,
y lo acaricia y lo besa.
   Bebe el huésped, luego bebe
fray Juan Pérez de Marchena;
y el niño come el bizcocho,  175
toma un sorbo de agua fresca,
   y con el zurrón que el padre
se ha quitado, y puesto en tierra,
sacando cuanto contiene
vivaracho travesea.  180
   El guardián varias preguntas
hace al extranjero acerca
de su patria, de su estado,
y del arte que profesa;
   aunque aquellos instrumentos  185
con que la criatura juega,
que le son muy familiares,
ya casi se lo revelan.
   Que es genovés y vïudo
atento el huésped contesta;  190
que es navegar su ejercicio,
y de piloto su ciencia.
   Y así como una vasija
que está rebosante y llena
de un líquido, algo derrama  195
a muy poco que la muevan,
   dio indicios claros, patentes,
en sus fáciles respuestas,
de aquel grande pensamiento,
portentoso, que le alienta,  200
   que exclusivo su alma absorbe,
que es la sangre de sus venas,
que es el aire que respira,
que es ya toda su existencia,
   y que causó los extremos  205
que delante de la iglesia,
el mar contemplando, hizo,
como referidos quedan.
   Que el Occidente escondía,
dijo, riquísimas tierras,  210
que era el ancho mar de Atlante
de la gran Tartaria senda,
   y que dar la vuelta al mundo
para él cosa fácil era;
con otras raras especies,  215
tan inauditas, tan nuevas,
   que al escucharle, pasmado
fray Juan Pérez de Marchena
(aunque a osados mareantes
hablaba con gran frecuencia,  220
   por haber muchos en Palos,
y aunque sabe las proezas
y raros descubrimientos
de las naves portuguesas),
   no acierta si está escuchando  225
a un orate o a un profeta,
si es un ángel o un demonio
el hombre que está en su celda
   Mudo se alza, llama al lego
y que busque a toda priesa  230
le manda a Garci-Fernández,
que estaba ha poco en la iglesia
   No tardó Garci-Fernández
en presentarse en la escena
con el lego, que el almuerzo  235
colocó sobre la mesa.
   Era médico de Palos,
hombre docto y de experiencia,
de sagacidad y astucia,
de malicia y de reserva.  240
   Viejo y magro, pero fuerte,
mellado, la cara seca,
calvo, la barba entrecana
y la tez tosca y morena.
   De estezado una ropilla,  245
calzas de burda estameña,
la capa de pardo monte
y el sombrero de alas luengas,
   era su traje. La mano
y el hábito al fraile besa,  250
y al incógnito saluda
con curiosidad inquieta.
   El médico, el extranjero
y el padre guardián se sientan,
dando al almuerzo principio,  255
y mutuamente se observan.
   Pero el silencio interrumpe,
después de haber hecho seña
al sagaz Garci-Fernández,
fray Juan Pérez, y comienza  260
   a hablar de navegaciones
y desconocidas tierras,
preguntándole a su huésped
su parecer sobre ellas.
   Fue bastante haber tocado  265
con sagacidad la tecla,
la facilidad verbosa
del genovés se desplega.
   Y con aquellas razones
de convencimiento llenas,  270
con que se sienta y sostiene
lo que se sabe de veras,
   sus inspiraciones pinta,
sus observaciones cuenta,
su sistema desenvuelve,  275
sus proyectos manifiesta.
   Recurre a sus pergaminos,
los desarrolla, y enseña
cartas que él mismo ha trazado
de navegar; mas tan nuevas,  280
   y según él las explica,
en cosmográfica ciencia
demostrándose eminente,
tan seguras y tan ciertas,
   que el pasmo del religioso  285
y su indecisión aumentan,
mientras al médico encantan,
le convencen y embelesan.
   De aquel ente extraordinario
crece la sabia elocuencia,  290
notando que es comprendido,
y de entusiasmo se llena.
   Se agranda, brillan sus ojos
cual rutilantes estrellas,
brotan sus labios un río  295
de científicas ideas;
   no es ya un mortal, es un ángel,
de Dios un nuncio en la Tierra,
un refulgente destello
de la sabia Omnipotencia.  300
   Comunica su entusiasmo,
que el entusiasmo se pega,
a los que atentos le escuchan,
a los que mudos le observan.
   El médico, el religioso,  305
y hasta el lego que a la mesa
sirve, y ha escuchado inmoble
y con tanta boca abierta,
   mas sin entender palabra,
en entusiasmo se queman;  310
y de haber visto aquel día
dan gracias a Dios sus lenguas.
   Y piden que luego, luego,
se lleve a cabo la empresa,
y quieren ir, y una parte  315
tener en las glorias de ella.
   Y ya se ven en los mares,
y ya en ignoradas tierras,
y ya el asombro del mundo
con nombre, y con fama eterna.  320
   Formando la celda un cuadro
digno de que en él hubieran
o Zurbarán o Velázquez
apurado sus paletas.

*  *  *

   Mas, ¡ay!, pronto de aquel cielo  325
de ilusiones halagüeñas,
bajan a lo positivo
de la miserable tierra,
   cuando en sí mismos volviendo
reconocen su impotencia,  330
y los elementos grandes
que ha menester tal empresa.
   Se hallan como el desdichado
que en pobre lecho despierta,
cuando soñaba que un trono  335
era poco a su grandeza.
   Pues de un oscuro piloto
volviendo a entrar en la esfera,
el genovés, abatido,
les refiere su pobreza:  340
   que no han querido ayudarle
ni su patria, ni Venecia,
que la corte de Lisboa
se burla de sus propuestas,
   que los sabios no le entienden,  345
que los ricos le desprecian,
que los nobles no le escuchan,
que el vulgo le vilipendia.
    Mas como después, añade,
que aún la esperanza le alienta  350
de encontrar grata acogida
en el rey de la Inglaterra,
   donde ya tiene un hermano
con proposiciones hechas,
y que él mismo a acalorarlas  355
ir allá muy pronto piensa,
   el amor patrio, más puro
en las españolas venas
del médico y del prelado,
se inflama y súbito truena,  360
   pues, unánimes, prorrumpen:
«De España la gloria sea;
no busquéis lejanos reinos
cuando el mejor se os presenta;
   »y el que sediento de gloria  365
más imposibles anhela.
Corred, buscad el apoyo
de la castellana reina,
   »de Doña Isabel invicta,
que es la más grande princesa  370
que han admirado los siglos
y que ha ceñido diadema.»
   De los dos el entusiasmo
también a su vez se pega
al genovés, y aquel nombre  375
pronunciado con tal fuerza
   por el físico y el fraile,
el alma y pecho le llenan
de esperanza tan vehemente,
que sus planes desconcierta.  380
   En sus rutilantes ojos,
como en su boca entreabierta,
y en su palpitante pecho,
y en su animada apariencia,
   el sagaz Garci-Fernández  385
lo conoce, y «No se pierda
momento -prosigue-: al punto
id a Córdoba, que es cerca.
   »Allí encontraréis la Corte:
pues el Cielo os la presenta  390
tan inmediata, propicia
la hallaréis, nada os detenga.»
   Y fray Juan Pérez añade:
«Marchad, sí; Dios os lo ordena;
carta os daré para el padre  395
Hernando de Talavera,
   »religioso de valía,
que es confesor de la reina,
y por que ningún cuidado
vuestra jornada entorpezca,  400
   »este vuestro tierno niño
aquí en el convento queda,
de mi seráfico padre
so la protección inmensa.»
   No dijeron más. Escribe,  405
dando la cosa por hecha,
la carta Garci-Fernández;
fray Juan Pérez de Marchena
   la firma; su propia mula
ensillar al punto ordena,  410
y las próvidas alforjas
preparar en la despensa.
   Todo está listo. Y entonces,
cual si alguna oculta fuerza
le compeliese, el piloto,  415
que aún no había dado respuesta,
   en pie se puso, y resuelto
exclama de esta manera:
«A Córdoba, Dios lo quiere,
su gracia me favorezca.»  420
   Al tierno y precioso niño
acaricia, abraza y besa,
no sin lágrimas sus ojos,
no su corazón sin pena.
   A rezar un corto rato  425
vase devoto a la iglesia,
do el escapulario viste
de la seráfica regla.
   De sus dos nuevos amigos
se despide ya en la puerta,  430
cabalga, aguija, y a trote
de la Rábida se aleja.


Romance Tercero

La dama

   De Abderramán la mezquita
y de Almanzor las murallas,
y el puente de Julio César,  435
y las vividoras palmas,
   que más de dos luengos siglos
muerto ornato se miraban
del sepulcro de un imperio,
o de una tumba de hazañas,  440
   como evocadas reviven,
las musgosas frentes alzan,
y para Córdoba juzgan
que una nueva aurora raya.
   Y que renacen los días  445
de gloria, poder y fama,
en que Atenas de Occidente,
en que Roma musulmana,
   o ilustró al mundo con ciencias,
o rindió al mundo con armas,  450
como de sabios emporio,
como de guerreros patria.

*  *  *

   Los dos católicos reyes
que son Atlantes de España,
los que un imperio fundaron  455
que ningún imperio iguala,
   a Córdoba han elegido
para corte, centro y plaza
de los bélicos aprestos
que han de triunfar en Granada.  460
   Los grandes y ricoshombres
acuden con sus mesnadas,
y con todo el aparato
de sus espléndidas casas.
   Allá envían sus pendones  465
las ciudades más lejanas,
con sus bravos caballeros
y con sus huestes gallardas;
   allí los grandes maestres
sus estandartes levantan,  470
y allí prelados concurren,
y allí legados del Papa.
   Los personajes de Corte,
los magistrados de fama,
los más ilustres señores  475
y las más apuestas damas.
   Y llegan aventureros
y soldados de ventaja,
y jinetes, y peones,
ballesteros y hombres de armas.  480
   Y cual nube de pardales
que viene a la seca parva,
o cual reguero de hormigas
que al costal volcado ataca,
   traficantes, labradores  485
y ganaderos se afanan
en apurar la moneda
con sus ventas y contratas.

*  *  *

   Por ciudad de encantamiento
a Córdoba reputara,  490
quien notase su bullicio,
quien oyese su algazara.
   Y al ver llenos sus palacios
de rica nobleza tanta,
y sus calles y sus muros  495
y sus huertos y sus plazas
   hervir en enjambre inmenso
de tan diversas comparsas,
de tan distintos vivientes,
de ocupaciones tan varias.  500

*  *  *

   A las funciones de iglesia
suceden las cabalgadas,
a los consejos de Corte
los alardes y las danzas;
Los saraos a los banquetes,  505
a los torneos las farsas,
a las consultas y audiencias,
festejos, toros y cañas.
   Todo es movimiento y vida,
todo actividad extraña,  510
todo bélico aparato,
todo fiestas cortesanas.
   Todo es riqueza y aliento,
todo brocados y holandas,
todo confusión alegre,  515
todo caprichos y galas.
   Córdoba es concilio, corte,
almacén, campo de armas,
tribunal, mercado, lonja,
escuela, taller y sala.  520
   Ya una procesión solemne
lenta por las calles marcha;
ya los reyes atraviesan
con su comitiva y guardias.
   Aquí llegan municiones,  525
allí grano y vitüallas,
acá se doman corceles,
allá se adiestran escuadras.
   Allí armaduras se bruñen,
aquí se bordan gualdrapas,  530
acá se recaman vestes,
allá se templan espadas.
   Las banderas y penachos,
los pendoncillos y lanzas,
las enseñas y divisas  535
forman espesa enramada.
   El sol chispea en el oro,
arde en bruñidas corazas,
y en plumas, telas, recamos,
vivos colores esmalta.  540
   Ora resuenan clarines,
ora rimbomban campanas,
ya redoblan los tambores,
ya retumban las lombardas.
   No hay una persona ociosa,  545
no hay sin movimiento un alma,
ni imaginación tranquila
ni pecho sin esperanza.
   Unos sueñan en despojos,
otros nombre y lauros ansian,  550
quién va a ganar indulgencias,
quién gloria pide y aguarda.
   Y todas estas ideas
se humillan, aunque tan varias,
a un gigante pensamiento:  555
«La conquista de Granada.»

*  *  *

   Entre el inmenso gentío
y entre barahúnda tanta,
como en medio de un desierto,
solo y silencioso vaga,  560
   soñador, pobre, abatido,
sin que sus proyectos hayan
un solo apoyo encontrado,
merecido una mirada,
   el genovés navegante,  565
que a la corte castellana
desde la Rábida vino
tras falaces esperanzas.
   Y el cual bien puede decirse
que ha llegado en hora mala  570
a aquel abreviado mundo,
a aquella Babel de España.

*  *  *

   Fray Hernando Talavera
es persona de importancia;
ve una mitra en perspectiva,  575
todo lo demás es nada.
   Con desdén ha recibido
de un fraile oscuro la carta,
y juzga al recomendado
un arbitrista sin blanca.  580
   De Estado los grandes hombres,
que con los reyes trabajan,
no tienen tiempo, no escuchan,
sólo de la guerra tratan.
   Los cortesanos se burlan  585
de una catadura extraña,
y del humilde atavío
de la persona más sabia.
   Los guerreros nada tienen
de común con el que habla  590
de círculos y de estrellas,
y de cosas que no alcanzan.
   El vulgacho vil se mofa,
cual de un loco, del que anda
tan desharrapado y grave,  595
ofrece montes de plata.
   Y conseguir una audiencia,
y de los reyes la gracia
con tan contrarios auspicios,
en cosa imposible raya.  600
   Hace un mes que el extranjero
rueda por las antesalas,
siendo burla de los pajes,
juguete de la canalla;
   y aburrido y despechado,  605
de volver por su hijo trata,
y de volar a otros reinos
sin pensar más en España.
   Pero acá en el mundo somos
de la Omnipotencia sabia  610
sólo instrumento; sus miras
nadie puede penetrarlas;
   y por medios tan ocultos,
por ocurrencias tan raras
se cumplen, que en vano el hombre  615
esto, dice, haré mañana.

*  *  *

   En la catedral sombría
que Guadalquivir retrata,
aún no del perverso gusto,
cual después, contaminada,  620
   devoto entra el mareante,
cuando el son de la campana
a las vísperas solemnes
a los fieles convocaba.
   Por las más oscuras naves,  625
y por las más solitarias,
siempre huyendo del gentío,
cruza con incierta planta.
   Y en aquel bosque de mármol,
y a su luz tibia y opaca,  630
una evocación parece,
un espectro, una fantasma.
   Frente de aquella capilla
de esmaltes y filigranas,
que del «Zancarrón» el vulgo,  635
y todo Córdoba llama,
   a una columna de jaspe
al cabo apoya la espalda,
y en hondas meditaciones
sueña, delira, se extasia.  640
   Cuando acaso una señora,
sin advertir en él, pasa
tan cerca que con el manto
casi le toca la cara.
   Este pequeño incidente  645
para volverle en sí basta,
y sintiéndose arrastrado
por una violencia extraña,
   por un superior impulso
de aquellos que no se aguardan,  650
sigue, cual can a su dueño,
maquinalmente, a la dama.
   Ésta, ante un altar dorado
donde la imagen brillaba
de la Virgen, se arrodilla,  655
abre el manto y se destapa,
   Y a la luz de seis candelas
que el retablo iluminaban.
deja ver un lindo rostro
lleno de candor y gracia;  660
   y de expresión tan devota,
y de belleza tan rara,
y de modestia tan grande,
y de nobleza tan alta,
   como se admira en los rostros  665
que dio Murillo a sus santas,
y que de un ángel del cielo
pudo tan sólo copiarlas.
   El extranjero, encantado,
sus afanes y sus ansias  670
olvida un punto, y los ojos
en aquel tesoro clava.

*  *  *

   Levántase la señora
al acabar sus plegarias,
retírase, y el piloto  675
sigue absorto sus pisadas,
   sin saber qué le sucede,
sin acertar qué le pasa;
como sujeto y ligado
por hechizo, encanto o magia.  680
   Al patio de los Naranjos
salen ambos, y él se aparta
al ver que dos escuderos
a la señora acompañan.
   Mas aún de lejos la sigue,  685
cuando quiso su desgracia,
mejor diré su fortuna,
que en la calle se encontrara
   con un tropel de muchachos,
que de pronto en él reparan.  690
Y como de que era loco
varias especies volaban,
   «Al loco», gritan, y empiezan
con silbidos y pedradas,
con insultos y con voces,  695
que suelen pasar por gracia.
   Al estruendo, la señora
con curiosidad se para,
y al ver en tal paso a un hombre
pobre, mas de noble traza,  700
   que le den auxilio al punto
a sus escuderos manda,
y ella se acerca, y le ofrece
el amparo de su casa.

*  *  *

   Con Doña Beatriz Enríquez,  705
que es la cordobesa dama,
tan discreta como hermosa,
tan buena como gallarda,
   entra el genovés piloto
en una soberbia cuadra,  710
de guadamecí vestida
con las molduras doradas,
    y un estrado de almohadones
de terciopelo con franjas,
y con grandes borlas de oro  715
sobre alfombras de Granada;
   mas tan turbado y confuso,
que no acierta a hablar palabra,
y tan sólo en que respira
se ve que no es una estatua.  720
   Tampoco está la señora
muy en sí; tampoco halla
aquellas frases precisas
de quien recibe en su casa.
   No ha reparado en la iglesia  725
en aquel hombre, y le pasma
su noble fisonomía
que con su traje contrasta.
   Y acertando prontamente
que es el marino, a quien llaman  730
unos loco y otros sabio,
atenta le observa y calla.
   Al cabo el hielo rompióse,
y la primera la dama
le ruega que tome asiento,  735
y ordena le sirvan agua.
   Entra obediente al mandato
una berberisca esclava,
con búcaros primorosos
en su salvilla de plata.  740

*  *  *

   Sosegado el extranjero,
con tal dignidad y tanta
cortesanía le rinde
por aquel servicio gracias,
   que el parabién la señora  745
de ocurrencia tan extraña
se da a sí misma, y se esmera
en obsequios y en palabras.
   Esta primera visita
otras produjo más largas,  750
y de muy pocas al cabo
se entendieron sus dos almas.

*  *  *

   Ya no piensa el navegante
en dejar tan pronto a España,
renueva sus pretensiones,  755
torna a rodar antesalas.
De Hernando de Talavera
la altivez ya no le espanta.
Insiste en ver a los reyes
y renueva sus demandas.  760
   Doña Beatriz, afanosa,
siendo ya depositaria
de sus planes y proyectos,
que la envanecen y exaltan,
   le aconseja y le reanima,  765
le consuela y le entusiasma,
y conexiones le busca
con femenil eficacia.
   El mismo en Córdoba logra
con su permanencia larga,  770
que algunos doctos le escuchen,
tratar a personas altas.
   Y ya sus propuestas toman
cierto color de importancia,
y ya con calor y aprecio  775
del extranjero se habla.
   Alonso de Quintanilla,
del rey tesorero, enlaza
con él amistad estrecha
y en protegerlo se afana.  780
   Y don Pedro de Mendoza,
el gran cardenal de España,
uno de los más ilustres
varones de nuestra patria,
   afable se le demuestra,  785
y con su poder alcanza
que el mismo rey le conceda
la audiencia tan deseada.
   Frío, suspicaz, severo
le oye el rey. Pero le llaman  790
la atención de aquel piloto
la dignidad y la calma,
   el convencimiento firme,
las explicaciones claras.
Y aunque de la inmensa idea  795
toda la extensión no alcanza,
   la envidia a los portugueses,
de dominación el ansia,
y el carácter de aquel siglo
caballeresco y de hazañas,  800
   le obligan a que al instante
dé acogida afable y grata
al hombre y a su proyecto,
porque otro rey no lo haga.
   Mas los gastos de la guerra  805
hacer nuevos le embarazan,
ni otra empresa empezar puede
hasta rendir a Granada.
   Y cual político astuto,
por ganar tiempo y dar largas,  810
su protección y su auxilïo
al piloto ofrece, y manda
   que los sabios eminentes
de la docta Salamanca
con detención examinen  815
la propuesta extraordinaria.
   No contenta al navegante
tal decisión del monarca,
mas que con ella se avenga
doña Beatriz quiere, y basta.  820


Romance Cuarto

Tiempo perdido

   Dejando atrás a Granada,
en cuyas torres el viento
ya la cruz triunfante adora
entre cristianos trofeos,
   y dejando atrás la corte  825
de los hispánicos reinos,
donde tristes desengaños
cogió y amargos desprecios,
   va el genovés navegante,
va el portentoso extranjero  830
en una mula de paso
hacia Córdoba derecho;
   sin volver atrás los ojos,
pobre, abatido y enfermo,
sale de la hermosa vega  835
que le parece el infierno.
   Lleva en su faz las señales
del infortunio y del tiempo,
que los años y desgracias
dan con un bronce en el suelo.  840
   Seis años cuenta perdidos
desde que llegó al convento
de la Rábida y el nombre
quiso hacer de España eterno.
   Y sus esperanzas todas,  845
y todos sus pensamientos,
disipadas mira en humo,
en polvo mira deshechos.

*  *  *

   De la insigne Salamanca
los doctores y maestros,  850
más bien que examinadores
jueces inflexibles fueron,
   y le trataron altivos,
aunque era más sabio que ellos,
no cual docto que consulta,  855
sino cual convicto reo,
   Sus geométricas verdades
por respuesta hallaron textos,
sus cálculos, silogismos,
sus demostraciones, ergos.  860
   Y aunque varios religiosos
de San Esteban (colegio
donde fue la conferencia)
que eran sabios verdaderos,
   si comprender no lograron  865
al inspirado extranjero,
le escucharon con asombro
y su importancia advirtieron,
   los más, cual siempre acontece,
arrollaron a los menos,  870
y sobre un hombre tan grande
y sobre un tan gran proyecto
   informaron a la Corte
con el más alto desprecio,
de visionario y de loco,  875
prodigándole dicterios.
   El no entendido, más firme
en sus altos pensamientos;
de su plan, él contradicho,
más convenido y más cierto;  880
   de sí mismo más seguro,
mientras halla más tropiezos,
y nuevas fuerzas cobrando
de su propio abatimiento,
   del genovés navegante  885
parece el alma de acero,
escollo inmoble que arrostra
siglos, rayos, olas, vientos.
   Pero no quiere que España
acoja ya sus esfuerzos,  890
ni que las ventajas logre
de tales descubrimientos.
   Y a Córdoba despechado
veloz regresó, resuelto
de irse a buscar a otra Corte  895
para realizarlos medio.
   Mas Doña Beatriz Enríquez
y el fruto inocente y tierno
de sus plácidos amores,
detenerle aún consiguieron.  900
   Eslabones más tenaces
que los de forjado hierro,
y con que a aquel hombre insigne
ató a mi patria el Eterno.

*  *  *

   El genovés, obligado  905
por las prendas de su afecto
a no abandonar a España,
buscó en ella rumbo nuevo;
   y partió con gran reserva
de Santa María al puerto,  910
que era del ínclito duque
de Medinaceli feudo,
   a buscar su patrocinio
y a ofrecerle ignotos reinos.
El duque, con grandes honras  915
lo acogió y con sumo aprecio,
   y ya preparaba naves
propias suyas, y dinero
con que el hombre extraordinario
llevase a cabo su intento,  920
   cuando de la Corte tuvo
aviso de que con ceño
y con envidia y sospechas
miraba el rey sus aprestos.
   Suspendiólos advertido,  925
y exhortó con noble celo
al piloto que a la corte
y al rey regresase luego.

*  *  *

   A la inexorable suerte
que sus más vivos anhelos  930
contrariaba, y le tenía
atado al hispano suelo,
   tuvo el genovés constante
que humillarse con despecho;
y tornó a la hispana corte  935
y en ella a luchar de nuevo.
    El mismo rey don Fernando,
que no quedó satisfecho
del salamanquino informe,
le maneja astuto y diestro;  940
   le halaga con esperanzas
(que detenerle es su objeto),
hasta que la infiel Granada
rinda a sus plantas el cuello.
   Siguió aburrido a la corte  945
el soñador extranjero,
de aquella famosa guerra
presenciando los progresos.
   En el asalto de Baza,
de Málaga en el asedio,  950
en otras altas acciones,
y en muchos duros reencuentros,
   discurrió como perito,
se mostró cual caballero,
combatió como cristiano,  955
y se portó como bueno.

*  *  *

   De la opulenta Granada
rendirse el poder soberbio
presenció, en fin, de Castilla
y de Aragón al esfuerzo.  960
   Y de las regias ofertas
llegado el plazo creyendo,
con más tesón y energía
llamó la atención de nuevo.
   Mas en vano: otras consultas  965
y otros plazos le han propuesto,
que los gastos de la guerra
tienen el tesoro yermo.
   Conque de toda esperanza
perdidos los fundamentos,  970
dejar a España de veras,
de veras tiene resuelto.
   Ni aún de Alonso Quintanilla
se ha despedido, temiendo
que elocuente y amistoso  975
aún pretenda detenerlo.
   Y hacia Córdoba camina,
seguro de que los ruegos
de Doña Beatriz Enríquez
no han de hacer mella en su pecho.  980
   Nada ya, nada en el mundo
le detiene; no hay remedio.
¡Oh, cuánto poder y gloria
pierde España con perderlo!
   En su acalorada mente  985
tanto agravio recorriendo,
y ansioso ya de encontrarse
en la Corte de otro reino,
   aguija la tarda mula,
no le permite resuello,  990
ya de Pinos de la Puente
llega al miserable pueblo,
   y sin detenerse pasa
el despeñado riachuelo,
que entre riscos y entre juncias  995
va de Genil al encuentro.

*  *  *

   Sigue adelante el camino,
cuando detrás, el estruendo
de un caballo que galopa
oye resonar violento,  1000
   y alcánzale a pocos pasos,
en un cordobés overo,
de sudor cubierta el anca,
blanco de espumas el pecho,
   arrogante y decidido  1005
un atildado mancebo,
vestido un rico tabardo
de carmesí terciopelo,
   con castillos y leones
de plata y oro cubierto,  1010
y un penacho rojo y jalde
volando sobre el sombrero.
   Era un paje de la reina,
que al punto reconociendo
a la persona a quien busca  1015
en el piloto extranjero,
    le dice en voz alta: «Amigo,
atrás volved luego, luego,
pues de que sin vos no torne
orden terminante tengo.»  1020
   El genovés, irritado,
para la mula de presto;
pone la mano en la espada,
y dice con gran denuedo:
   «Antes que la rienda vuelva,  1025
me dejaréis aquí muerto;
basta, ¡vive Dios!, de burlas;
a España nada le debo.»
   Desconcertóse al mirarlo
tan decidido y dispuesto  1030
el paje, que le responde:
«Ni me burlo ni os ofendo;
   »pues la reina, mi señora,
me ha mandado deteneros,
y que a su presencia os lleve:  1035
ved si obedecerla debo.»
   Bastó el nombre de la reina
para un trastorno completo
del navegante ofendido
hacer en cabeza y pecho,  1040
   que era nombre a quien tan alto
prestigio dio el mismo Cielo,
que allanara un alto monte,
que domara el mar soberbio.
   A tal nombre sus agravios,  1045
todos sus resentimientos,
todos los años perdidos,
y todos sus planes nuevos,
   el genovés olvidando,
abre palpitante el pecho  1050
a tan vehemente esperanza,
a porvenir tan risueño,
   que le parece aquel paje
ángel bajado del Cielo,
y en éxtasis delicioso  1055
queda inmóvil y suspenso.
   Jamás conseguido había
explicar su alto proyecto,
de la gran reina delante,
y ahora ve ocasión de hacerlo.  1060
   Por lo que rompiendo al punto
aquel rato de silencio,
lleno de vida el semblante,
responde al mudo mancebo:
   «Pues Doña Isabel lo manda  1065
voy con vos y la obedezco.»
Y revolviendo la mula
sigue detrás del overo.


Romance Quinto

La reina

   Del apartado Occidente
a las ignotas regiones  1070
que sólo nuestro viajero
por revelación conoce,
   ya el sol descendido había,
dejando estos horizontes
envueltos en vagas sombras  1075
de una sosegada noche,
   cuando a Santa Fe llegaron,
sin haber dejado el trote,
caminando en gran silencio
el extranjero y el joven.  1080
   A las puertas de palacio
descabalgan, y veloces
la regia escalera suben,
sin que las guardias lo estorben.
   Pues el paje de la reina,  1085
a quien todos reconocen,
le sirve a su compañero
de seguro pasaporte.
   Llegados a la antesala,
donde damas y señores  1090
acaso esperan audiencia
con distintas pretensiones,
   al piloto dice el paje
que allí le espere, y entróse
a dar parte a su señora  1095
de estar cumplida la orden.
   Vuelve al instante, y llamando
al genovés, indicóle
la respetada mampara,
que en cuanto éste entró cerróse.  1100

*  *  *

   En un camarín pequeño
vestido con pabellones
de berberiscos damascos,
y una alfombra de colores;
   junto a un cuadrado bufete,  1105
que rico tapete esconde
de carmesí terciopelo
con franjas de oro y borlones;
   enfrente de un oratorio
de concha, nácar y bronces,  1110
donde la imagen brillaba
del Redentor de los hombres,
   Y a la luz de dos bujías
de aquel breve cielo soles,
que en candeleros de oro  1115
daban vivos resplandores,
   sentada en la regia silla,
con la presencia más noble
que jamás tuvo matrona,
que jamás respetó el orbe,  1120
   doña Isabel, la gran reina
de Castilla y León, mostróse
a los admirados ojos
del genovés sabio y pobre.
   Un brial de raso morado,  1125
con castillos y leones,
de perlas, esmaltes y oro
en recamadas labores
   era su traje. En su pecho
brillaban, como en la noche  1130
los luceros rutilantes,
las cruces que en los pendones
   de las Órdenes guerreras
son de la victoria norte,
y de flamencos encajes,  1135
que regia diadema coge,
   una delicada toca
ornaba su rostro, donde
formando un todo divino
de altas celestiales dotes,  1140
   el más claro entendimiento,
la virtud más pura y noble,
el esfuerzo más gallardo
resplandecían conformes.
   Doña Beatriz de Galindo,  1145
que aún hoy conserva el renombre
de la «Latina», por serlo
muy aventajada entonces,
   camarera de la reina,
señora de altos blasones,  1150
y esposa del gran Ramírez,
del moro en Málaga azote,
   y Alonso de Quintanilla,
letrado de claro nombre,
tras la regia silla estaban  1155
en pie y con humilde porte.
Todo lo notó el piloto,
tanto esplendor deslumbróle,
y en el suelo, de rodillas,
a tal majestad postróse.  1160
   Con una sola mirada
la reina vio en aquel hombre
de la inspiración celeste
los divinos resplandores;
   y él de una mirada sola  1165
la grandeza reconoce
y la inteligencia suma
de la reina que le acoge.

*  *  *

   Tras de un sublime silencio,
aunque brevísimo, donde  1170
la admiración y el encanto
de entrambos a dos mostróse,
   con grande bondad la reina
que alce del suelo mandóle,
que a la mesa se aproxime  1175
y que de su plan la informe.
   Obedécela el piloto,
y con respeto tan noble
se acerca, y a hablar principia,
que a la atención regia absorbe.  1180
   Y con tal convencimiento,
con tal claridad, tal orden,
con tan sencilla elocuencia,
con tan potentes razones
   sus asombrosos proyectos  1185
en breve discurso expone,
que la gran reina, pasmada,
se le figura que oye
   A un inspirado, a un profeta,
a un ángel; y que son voces  1190
del Cielo aquéllas que escucha,
y que en tal pasmo la ponen.
   Abarca su entendimiento
el vasto plan, que doctores,
reyes, repúblicos, pueblos  1195
juzgan quimeras informes.
   Ve la expedición segura,
y ya en ignotas regiones
triunfante la fe de Cristo
con el castellano nombre.  1200
   Ve un torrente de riquezas
que hacia sus vasallos corre,
y una gloria y poderío
que envidiarán las naciones.
   Y superior a sí misma,  1205
del Cielo ayudada entonces,
ve aún más que el mismo piloto,
aún más alta que él alzóse.

*  *  *

   En entusiasmo y fe viva,
germen de grandes acciones,  1210
abrasada su alma heroica,
henchido su pecho noble,
   quítase la alta diadema,
y de su pecho recoge
las riquísimas insignias  1215
de incalculables valores;
   las joyas y pedrería,
los brazaletes y broches
que sus brazos y su cuello
engalanaban, y pone  1220
   aquella breve riqueza
(breve sí, pero de enorme
precio) encima del bufete
y «toma -dice a aquel hombre-,
   »toma, emplea este tesoro  1225
sin que nadie te lo estorbe,
en cumplir el pensamiento
que Dios te ha inspirado. Corre,
   »vuela; en naves castellanas
mares nunca vistos rompe,  1230
arrostra las tempestades,
tu estrella a los vientos dome.
   »Lleva a ese ignorado mundo
los castellanos pendones,
con la santa fe de Cristo,  1235
con la gloria de mi nombre.
   »El cielo tu rumbo guíe,
y cuando glorioso tornes,
o almirante de las Indias,
duque y grande de mi Corte,  1240
   »tu hazaña bendiga el Cielo,
tu arrojo al infierno asombre,
tu gloria deslumbre al mundo,
abarque tu fama el orbe.»
   En tanto que así decía  1245
reina tan ilustre, sobre
su cabeza colocaba,
con altas aclamaciones,
   un ángel, corona eterna
de luceros y de soles,  1250
que mientras más siglos pasan
adquiere más resplandores.
   Con ella la admira el mundo
y adoran los españoles,
cuando, absortos, la recuerdan  1255
en tan importante noche.


Romance Sexto

Conclusión

   Bajo un cielo borrascoso
que jamás mortal alguno
visto había, en un inmenso
mar encrespado y sañudo,  1260
   do jamás altiva nave
osó abrir incierto surco,
en una región extraña,
parte ignorada del mundo,
   una frágil carabela,  1265
casi imperceptible punto,
con grandes peligros lucha
y sin amparo ninguno.
   Las olas como montañas
atajar quieren su curso,  1270
ya la arrojan contra el cielo,
ya la hunden en el profundo,
   ya en sus costados se estrellan,
volando en espuma y humo,
ya la anegan en torrentes  1275
de amargo espeso diluvio.
   El huracán de otra parte,
y no menos iracundo
brama entre sus rotas velas,
cruje en sus mástiles rudos,  1280
   silba en su jarcia deshecha,
la arrastra con recio impulso,
y la vuelca, y la levanta,
y combátela sañudo.
   No se ve la faz del cielo,  1285
por el espacio confuso
los relámpagos deslumbran,
cruzan los rayos trisulcos,
   retumban y estallan truenos
cual si reventara el mundo,  1290
y envuelto en cárdenas nubes
el sol parece difunto.
   Mas la frágil carabela
sigue pertinaz su curso,
y en tan espantoso caos  1295
lleva hacia Occidente el rumbo.
   Sin duda que se confía
en el talismán seguro
del pabellón castellano
que en su osada popa puso,  1300
   pabellón que en aquel siglo
al Omnipotente plugo,
hacer de rara fortuna
y de excelsas glorias nuncio.

*  *  *

   Un mortal extraordinario,  1305
tenaz, inflexible, duro
más que el bronce, el gran piloto
genovés, tranquilo y mudo,
   en la brújula ambos ojos,
en el timón ambos puños,  1310
gobierna la dócil nave
sin mostrar su frente susto.
   Mas, ¡ay! no tiene su temple
de la ciega chusma el vulgo;
y aunque esforzados, se postran  1315
los marineros robustos,
    rendidos y amedrentados
de tantos horrores juntos,
de navegación tan larga,
de porvenir tan confuso;  1320
   recuerdan la dulce España,
de su familia el arrullo,
y recuerdos y temores
abortan ciego tumulto.
   «Si vive desesperado  1325
este advenedizo iluso,
y busca la muerte, muera,
pero él solo», dicen unos.
   «Muera, pues -repiten otros-;
es un hechicero, un brujo,  1330
que aquí a perecer nos trajo
por sus designios ocultos.»
   «Muera», gritan todos. «Muera,
y atrás volvamos el rumbo;
¡a España! ¡a España!...» Y, osados,  1335
trocando en furor el susto,
   a la popa se abalanzan,
esgrimiendo el hierro agudo
contra el heroico piloto,
que desprecia sus insultos,  1340
   y que con serena frente,
aunque con semblante adusto:
«¿Qué queréis? -les grita osado-.
Sin temor os lo pregunto.
   »¿Qué queréis» «¡España, España!»,  1345
suena en gritos furibundos,
y el piloto les responde:
«Con indignación lo escucho.
   »Gente sin fe ni esperanza,
cuando a coger vais el fruto  1350
de tanto valor y arrojo,
de tanto peligro y susto,
   ¿queréis tornarle la espalda?
Que en vos volváis os conjuro,
y el nuevo sol, os lo afirmo,  1355
será de ventura anuncio.»
   La turba, como agitada
por un satánico influjo:
«¡Muera!», repite, y desoye
su acento noble y augusto.  1360

*  *  *

   El gran hombre, ya resuelto,
deja el timón, y ceñudo
avanzándose, les grita:
«Llegad, pues, matadme al punto;
   »pero sabed, insensatos,  1365
que de vosotros, ninguno
puede, desde estas regiones,
hallar de la patria el rumbo;
   »y que a mí tan sólo es dado,
porque así a los cielos plugo,  1370
el dominar estos mares
y el hallar puerto seguro.
   »Matadme, pues, ¿qué os detiene?»
La chusma, en espanto mudo,
no responde, y se deshace  1375
en terrorizados grupos.
   Torna al timón el piloto,
torna la nave a su curso,
y todos a la obediencia,
aunque a despecho y disgusto.  1380

*  *  *

   Con la noche, la borrasca
cedió de su fuerza mucho;
amansáronse las olas,
más blando el viento se puso;
   y al rayar en el Oriente,  1385
tras de los mares cerúleos,
la nueva luz, ve el piloto
a su frente un leve punto
   que, alzándose lentamente
de las olas, forma el bulto  1390
de azul monte, en cuyas crestas
brilla el sol cual oro puro.
   Se cerciora de que es tierra,
y hacia el trono del Ser Sumo
ojos, corazón y brazos  1395
alza y le rinde el tributo
   de gratitud, y en seguida,
«Mirad», les dice a los suyos,
enseñándoles el monte
con noble y triunfante orgullo.  1400
   La chusma, que ve la tierra,
que ve el fin de tantos sustos,
y en aquel piloto un ángel,
convierte la rabia en culto,
   y arrojándose a sus plantas,  1405
del entusiasmo al impulso
grita, y acordes repiten
cielo, tierra y mar profundo:
¡Viva Colón, descubridor de un mundo!

Gibraltar, 1837.



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