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Salvador Rueda en las colecciones de literatura breve

Ana M. Cabello García


Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC



Luis S. Granjel en su obra Eduardo Zamacois y la novela corta señala que la historia de literatura española contemporánea se ha escrito de manera fragmentaria, «donde solo emergen, como islotes, algunos nombres, desconociéndose, en absoluto, qué tendencias literarias gozaron de mayor popularidad, qué escritores eran más leídos y cuál fue el efectivo ámbito de su influjo»1. Es necesario, por tanto, actualizar de manera crítica dichas historias y completarlas con el estudio de lo que algunos consideran un tipo de «literatura menor», la publicada en las llamadas revistas literarias, que, sin embargo, tuvieron una gran trascendencia en la época -no solo a nivel literario sino también sociológico-, y cuyas páginas fueron escritas por la práctica totalidad de los escritores de principios del siglo XX.

Gracias a la labor de editores con planteamientos mercantiles muy novedosos, y a las favorables condiciones socioculturales que se dan en este momento (sobre todo la mayor instrucción de la población y, por consiguiente, el aumento potencial de lectores), asistimos en esta época al nacimiento de este nuevo producto editorial: las llamadas revistas literarias o colecciones de literatura breve; donde el género novela corta va a adquirir unas características particulares, determinadas por su estrecha relación con el producto esencialmente comercial en el que surge.

Es en 1907 -con la aparición de El Cuento Semanal- cuando se inauguran las colecciones de literatura breve, y su éxito se prolonga ininterrumpidamente hasta el año 1932 -fecha en la que se publica el último número de La Novela de Hoy, la última de las colecciones de verdadera significación-. Multitud de revistas proliferan en la época, lo cual avala su aceptación y popularidad, aunque la mayoría de ellas tuvo una vida efímera. Tan solo siete consiguen alcanzar una existencia considerable, y la pugna por las cuotas de mercado hace que no sobrevivan mucho tiempo de manera coetánea. Según Granjel2 las colecciones de literatura breve que tuvieron una verdadera trascendencia fueron: El Cuento Semanal; Los Contemporáneos; El Libro Popular; La Novela Corta; La Novela Semanal; La Novela de Hoy y La Novela Mundial, las cuales albergan casi tres mil títulos, la mayoría novelas inéditas de autores españoles, y en menor medida textos teatrales y traducciones. Todas estas revistas consiguieron «atraer la curiosidad y luego el interés de nutridas masas de lectores, imponiéndose en sectores sociales hasta entonces por completo desinteresados de la literatura, y ello no tanto por razones económicas como por motivos propiamente culturales»3.

El éxito editorial de estas revistas es innegable y las cifras así lo demuestran: los altos precios que se pagaban a los autores por sus colaboraciones (hasta mil quinientas pesetas4), en contraste con el precio sumamente económico con el que se comercializaba cada número (entre veinte y treinta céntimos), evidencia las amplias tiradas necesarias para que dicha relación fuera económicamente beneficiosa. De hecho, Granjel -en la obra citada- señala que llegaron a imprimirse tiradas de hasta sesenta mil ejemplares.

El formato va modificándose a lo largo de las tres décadas en las que pervive el género. Durante su primera década de existencia (1907-1916) todas las colecciones tenían un tamaño similar al de una revista; la presentación tipográfica no era excesivamente lujosa, pero constituía un elemento esencial la presencia de ilustraciones5; y el precio solía fijarse en treinta céntimos. La aparición de La Novela Corta (1916) impone nuevos parámetros en el formato: reduce su tamaño al tipo bolsillo, merma la calidad del papel, en los primeros números no aparecen ilustraciones en el interior y las portadas no son tan atractivas como en las anteriores; todo ello conlleva un abaratamiento de los costes de producción, lo que significa una disminución realmente considerable del precio de venta, que pasa a ser de cinco céntimos6. A la vez mantiene las firmas de los colaboradores más prestigiosos, lo que supone una auténtica competencia para las otras colecciones que se ven obligadas a secundar algunas de estas innovaciones formales con el fin de no quedar desbancadas. En la década de los años 20, las colecciones que aparecen -La Novela Semanal (1921); La Novela de Hoy (1922); El Cuento Azul (1929); etc.- vuelven a reducir el formato de la revista, por lo que aumenta el número de páginas7 y el precio se mantiene alrededor de treinta céntimos. En esta última etapa, el género comienza a decaer paulatinamente y encontramos menos novelas inéditas, lo que hace necesario reimprimir textos editados anteriormente o publicar traducciones de novelistas extranjeros.

En cuanto a los contenidos, se trata de una literatura de corte popular -no exenta de ciertas innovaciones experimentadas por algunos autores-, donde se representan los ideales y preferencias que interesan a la masa de lectores fieles a estas publicaciones, y donde el argumento amoroso se impone y la ficción combina, en un alto porcentaje de novelas, «la fidelidad descriptiva impuesta por el realismo y el ingrediente, atractivo, de argumentos y situaciones, de lo 'galante' [...], y que responde, en realidad, a la creciente erotización de la vida comunitaria»8.

Como señala la cita anterior, el elemento erótico se convierte en un recurso fundamental en este tipo de colecciones; el 20% de la producción global lo ocupa el género erótico o galante propiamente dicho; y es raro no encontrar en casi todas las novelas, al menos, un velado sensualismo. No obstante, en las páginas de estas revistas tiene cabida la diversidad de tendencias literarias que se dan simultáneamente a principios del siglo XX -modernismo, realismo, naturalismo, costumbrismo, género erótico-, por lo que es difícil encontrar obras puras adscritas a una u otra corriente; más bien encontramos relatos donde se mezclan las diferentes estéticas, dando como resultado textos que muestran la convivencia armónica de dicha pluralidad, y que sin duda enriquece las páginas de esta literatura escrita para la gran mayoría.

En cuanto a los colaboradores, ya hemos indicado que prácticamente todos los escritores activos en este período firman algún título en estas colecciones, las cuales tienen una función esencial en lo que respecta a revelar nuevos talentos literarios. Toda una generación de escritores nace y se consolida desde las páginas de las revistas literarias, designada por Federico Sáinz de Robles como la promoción de «El Cuento Semanal»9. Entre estos escritores se encuentran: Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala, Alberto Insúa, Rafael López de Haro, José Francés, Carmen de Burgos, Concha Espina, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Hoyos y Vinent, entre otros muchos. Este propósito de descubrir a nuevos autores queda explícitamente expresado en la declaración de intenciones que algunas revistas publican en su primer número, como por ejemplo en el caso de El Cuento Semanal, donde se afirma que «[...] aceptará no solo las firmas ya consagradas de los maestros, sino también las de esos jóvenes que hoy luchan en la sombra todavía, pero que están llamados a ser los conquistadores del mañana»10. El mismo empeño mueve a algunas revistas11 a organizar concursos literarios que sirvan de plataforma para los escritores noveles; la efectividad de tales premios queda suficientemente demostrada si señalamos que el 24 de enero de 1908 se falla el resultado del concurso organizado por El Cuento Semanal, cuyo ganador fue el relato «Nómada», perteneciente al seudónimo El bachiller Sansón Carrasco, que encubría a Gabriel Miró.

Los primeros números de las colecciones de literatura breve aparecen siempre firmados por autores consolidados, para garantizar su éxito inicial y así buscar «el favor del público, dar rápida notoriedad a su revista, amparándola con el nombre de los más autorizados representantes [de las diferentes tendencias literarias del momento]»12. Encontramos aquí a escritores miembros de generaciones anteriores como: Pardo Bazán, Galdós, Baroja, Unamuno, Azorín, Valle-Inclán, Benavente, etc.; y a autores «que vivieron más íntimamente ligados a los componentes de las promociones jóvenes, como Joaquín Dicenta, Antonio Zozaya, Salvador Rueda y Alejandro Sawa, cuatro escritores de quienes se editaron en las publicaciones de novela breve un total de cincuenta obras»13.

Salvador Rueda, por tanto, es considerado uno de los maestros de la joven generación de escritores, autor que sirve de gancho comercial para atraer lectores en los inicios de estas publicaciones. Según hemos podido documentar, el escritor malagueño escribió en tres de las principales revistas de literatura breve -El Cuento Semanal, Los Contemporáneos y La Novela Corta- y en dos publicaciones de finales de los años 20 -El Cuento Azul y Novelas y Cuentos-, de menor trascendencia, pues en estas fechas las colecciones de novela corta han perdido su primacía editorial. Su contribución no es muy extensa, publica en su mayoría obras dramáticas y alguna novela corta.

Pasemos, a continuación, a analizar con más detalle las colecciones en las que aparece la firma de Salvador Rueda y los títulos que publica, para, posteriormente, centrarnos en el análisis de una novela corta que se publica en tres colecciones diferentes -en un período que abarca tres décadas-, lo cual puede ser índice de éxito de ventas, aunque no disponemos de datos numéricos que así lo confirmen.

El 4 de enero de 1907 aparece el primer número de El Cuento Semanal, empresa de Eduardo Zamacois, quien implanta de forma efectiva -después de varios intentos fracasados en el mundo editorial14- esta fórmula híbrida (comercial-cultural) en nuestro país. Su permanencia en el mercado se mantiene durante doce años15 consecutivos en los cuales publica un total de doscientos sesenta y tres números. El nombre de Salvador Rueda aparece muy pronto16, en concreto en el número cinco de esta pionera colección, con el drama en tres actos titulado La guitarra (1907). Posteriormente hallamos su nombre en dos volúmenes extraordinarios -lo cual es indicio también de la importancia que se le otorga a Rueda-: en 1908 se publica otro drama titulado El poema a los ojos; y en 1910 el Poema a la mujer.

En 1909 surge otra colección -también creada por E. Zamacois- llamada Los Contemporáneos, que constituye la publicación de más larga vida dentro de este contexto; comienza a publicarse el 1 de enero de 1909 y el último número sale a la venta el 28 de marzo de 1926. También en Los Contemporáneos encontramos tempranamente a Salvador Rueda; el 1 de octubre de 1909 publica El salvaje, y su nombre no volverá a aparecer hasta 1922, fecha en la que publica La Musa. Idilio en tres actos.

En la tercera publicación de gran relevancia que encontramos a Salvador Rueda es en La Novela Corta (1916-1925)17, revista que, como hemos apuntado, inicia una estrategia comercial que la deja sin competencia alguna, y que inaugura una nueva etapa en las colecciones de literatura breve. En esta colección es donde más títulos encontramos del escritor malagueño, aunque su primera colaboración no aparece hasta 1917, fecha en la que publica una adaptación a las dimensiones de la revista de su novela La reja (1890); posteriormente publica Donde Cristo dio las tres voces (1919); La Virgen María (1920); y La vocación (1921).

La firma de S. Rueda ya no la encontramos en ninguna de las otras siete colecciones a las que Granjel le atribuye una trascendencia significativa18. Sin embargo, su nombre reaparece en dos colecciones que inician su andadura en los años 20, en la última etapa de este producto editorial que tanto éxito cosechó durante el primer tercio del siglo XX.

Sine data encontramos el relato El salvaje -texto publicado con anterioridad en Los Contemporáneos- en la revista literaria El Cuento Azul, la cual tiene un carácter epigonal. Esta colección aparece a finales de 1929, publica tan solo veintinueve números y «se consagró a reeditar textos de destacados novelistas del XIX, algunos extranjeros, y narraciones breves de autores contemporáneos dadas a conocer con anterioridad en otras colecciones»19; lo cual justifica que aparezca un relato publicado ya en 1909.

Por último, volvemos a encontrar este texto de Salvador Rueda en la revista literaria Novelas y Cuentos, que aparece cuando decaen las colecciones de novela breve, dando comienzo a un nuevo tipo de publicación periódica. Fundada en 1929 por Urgoiti, sus características -tanto tipográficas como de contenido-, recuerdan a las revistas literarias de finales del siglo XIX, más parecidas a los periódicos de la época20. Novelas y Cuentos reedita textos de escritores españoles y extranjeros de todos los tiempos; así, aparecen en esta revista autores tan dispares como Azorín, Chejov, Boccaccio, Cervantes, Shakespeare, Baroja, Larra, Díaz Fernández, Eugenio Noel, Fernán Caballero o Hoffmann. El 31 de diciembre de 1933 (n.° 261), Novelas y Cuentos publica un número dedicado íntegramente a Salvador Rueda, que bien pudiera ser un homenaje al escritor fallecido en abril de ese mismo año21. El número contiene el relato que hemos indicado —El salvaje- y una selección de sus poesías, además de una breve semblanza del autor. En el año 1936 encontramos reeditada-y adaptada a la extensión de esta revista literaria- otra novela de Rueda, se trata de El gusano de luz publicada por primera vez en 1889.

A continuación, vamos a analizar con más detalle la novela corta El salvaje por la singularidad que ofrece dentro de la producción narrativa breve de Salvador Rueda. El hecho de que se reimprima tres veces en fechas tan distantes (1909, 1929? y 1933), en colecciones diferentes -representantes de las distintas etapas por las que pasa el género (Los Contemporáneos, El Cuento Azul y Novelas y Cuentos)- y sin modificación textual alguna nos lleva a suponer que hubo de tener gran éxito en la época o, al menos, ser considerado por los editores como un texto representativo de la prosa de S. Rueda. Por ello, trataremos de apuntar las posibles claves de su significación.

La edición de Los Contemporáneos se publica el 1 de octubre de 1909 (n.° 40), contiene unas bellas ilustraciones a dos tintas de Álvarez-Dumont; consta de veinte páginas y lleva por subtítulo «Poema campestre». La de El Cuento Azul (s.d.) tuvo que ser publicada a partir de 1929, y aunque no conocemos la fecha concreta sabemos que es el n.° 25 de la colección; las ilustraciones son de Pedraza -con portada a color y las interiores en blanco y negro- de formato considerablemente menor que la edición de 1909, por ello ésta consta de 62 páginas, y aparece sin subtítulo. En último lugar, la edición de Novelas y Cuentos se publica el 31 de diciembre de 1933 (n.° 261); solo aparece un retrato del autor en la portada (blanco y negro); desaparecen las ilustraciones interiores; el texto ocupa nueve páginas; y lleva por subtítulo «Novela poética».

Después de la descripción física de los tres ejemplares, lo primero que cabría destacar es la cuestión del género. Los subtítulos nos indican la imprecisión en cuanto a los límites genéricos que encontramos en este texto en particular, y en general en toda su obra en prosa. La condición esencial de poeta de Salvador Rueda se impone en toda su producción -ya sea teatro o novela-, y la poesía emerge de manera natural en su prosa; de ahí la vacilación en los subtítulos, los cuales aluden al carácter ambivalente del texto, donde además se insertan varios poemas relacionados con el argumento de la obra. Pasajes como el que citamos a continuación ratifican el carácter poético de El salvaje:

Noche cercana del otoño, antes era un poco calurosa que templada, y aunque no hacía luna, estaba el azul todo atestado de estrellas, que vestían aire y tierra de interesante claridad. Era un infinito palio, el cielo, apretado de constelaciones enigmáticas que arrastraban sus signos indescifrables por el azul impasible y cerebral, todo ocupado de planos lineales de astros, de problemas de luz, de arquitecturas proyectadas de mundos...


(Capítulo VI).                


El argumento tiene como base la historia de amor entre María y Antonio, su prometido, en la que se interpone la pasión que siente el Sombrío -nombre dado al hombre primitivo a que hace referencia el título- y la atracción que despierta en la joven. María se encuentra divida entre el amor que siente por estos tipos de hombres antagónicos, representantes in abstracto de las dos características esenciales con las que Aristóteles definió al hombre (zoon politikon 'animal social'), Por lo que decide alejarse de el Sombrío, y permanecer al lado del hombre «civilizado», ya que sabe que lo que le conviene respecto a su condición social es casarse con Antonio. Pasados dos años, la boda es inminente y el novio sugiere a María que mantengan un encuentro carnal en medio de la naturaleza; ella se resiste y Antonio (representante del lado civilizado del ser humano) intenta gozarla en contra de su voluntad. Es entonces cuando el Sombrío -oculto tras unos matorrales- salva a María e ipsofacto, en la escena final, tiene lugar el encuentro carnal entre el salvaje y la joven.

Al hilo del argumento amoroso debemos comentar el sensualismo contenido que aparece en las páginas de El salvaje; y estudiar con mayor detenimiento este aspecto como posible clave para explicar su éxito. Ya hemos señalado la importancia del elemento erótico -explícito o sugerido- en estas producciones narrativas, cuya presencia entronca directamente con el auge del naturalismo en el período de entresiglos, que se convierte en el cauce más efectivo para abrir paso a la novela erótica del siglo XX.

Como indica Pura Fernández22, los naturalistas pretenden estudiar con explícito detalle «los comportamientos más recónditos de los ciudadanos, en nombre de la ciencia y del progreso» (pág. 187). Así, la cuestión sexual -descrita con pormenorizados detalles- se convierte en un tema frecuente dentro de la novela naturalista, atendiendo con especial interés a las conductas secretas y desviadas. A falta de un ars erotica en España que de manera sistemática divulgue los temas relacionados con el sexo científicamente, los naturalistas «conceden a la obra artística la potestad de ser instrumento de transmisión y experimentación de las verdades de la ciencia» (pág. 192). La prostituta, La pálida y El cura de E. López Bago; La mujer de todo el mundo de A. Sawa; La seductora de J. de Siles; Las rameras de salón de E. Sánchez Seña, etc. son obras que acogen estos preceptos y a la vez obtienen un gran éxito editorial -unido a una gran expectación y escándalo-; es el conocimiento el que mueve a estas novelas, no la excitación del lector: «Así pues, el naturalismo se erige como un movimiento pionero en el rescate literario de los temas malditos , relacionados con la sexualidad y la marginalidad social» (pág. 203).

Aunque no podemos hablar de saltos que fragmenten la evolución y desarrollo de la novela erótica (pues todo es un continuum literario),

Felipe Trigo23 parte de la novela naturalista, sobre todo de E. López Bago -de quien desciende en línea directa- y va a dar un paso más para construir los cimientos de la novela erótica española. Considerado el padre de este nuevo género, pretendió establecer sus bases y además se propuso «describir, analizar y difundir la realidad del amor y del sexo [...]; reclama la hegemonía del sexo como principio vital que restablece la armonía del hombre con los impulsos fundamentales de la Naturaleza»24. Así pues, la novela erótica hispana vendría a ser la suma de expresiones literarias diferentes que se dan casi de manera simultánea (escritos naturalistas, producciones erótico-festivas, obras que siguen la estética decadentista, etc.), y en cuya difusión tendrán un importante papel las colecciones de literatura breve.

Esta presencia del instinto sexual vinculado a la Naturaleza -que señala Pura Fernández- también se encuentra en algunos textos de Salvador Rueda como: El gusano de luz (1889) donde el «amor y la concupiscencia estallan y triunfan en medio del campo andaluz, en plena siesta»25 -exactamente igual que ocurre en El salvaje26-; de manera más evidente en La cópula (1906); y también en esta novela corta que nos ocupa encontramos ese erotismo esencial que emana de la Naturaleza, entendido como fecundidad y vida.

Salvador Rueda, por tanto, y en relación a este aspecto concreto, se sitúa en una posición intermedia entre el naturalismo más puro y la novela erótica propiamente dicha, -sin llegar a extremos-, a lo que cabría unir el sensualismo poético propio del modernismo.

Su novela La cópula (1906) es la obra donde más claramente se revela ese panerotismo vitalista que cultiva Rueda; por ello recibe numerosas críticas, pero también elogiosos comentarios que pretenden disimular excusatio non pe tita, accusatio manifesta la cuestión erótica a favor de sus otros muchos logros, como podemos observaren esta reseña publicada el 1 de enero de 1908 en La Lectura (Madrid), donde además se señala explícitamente su vinculación directa con el maestro del naturalismo, E. Zola:

Mal año para los boticarios. Porque Salvador Rueda, insigne poeta, viene también a hacerles competencia con su novela de amor La Cópula. El libro está escrito con toda la riqueza verbal, el lirismo delirante propio de aquel maestro. [...] Hay muchas páginas en el libro, admirables modelos de esta prosa meridional, excesiva, embriagadora, que aturde al leerla, como al salir a un patio soleado desde oscura prisión. Esta obra no deja de parecerse en su núcleo de pensamiento a Fecondité de Zola. [...] A pesar de algunas crudezas líricas, es este un libro moralísimo y ejemplar en decadentes tiempos27.


Interesante es apuntar también el comentario que Vázquez Otero realiza en 1960 sobre La cópula, a propósito de este elemento por el cual Rueda había sido censurado por algunos críticos. Vázquez, acertadamente, incorpora el erotismo literario de Rueda al sentimiento religioso -tan importante también en su obra-; para él la novela

[...] no es más que un canto al instinto puesto por Dios a todos los seres vivos, animales y plantas, esparcidos por el haz de la tierra, en el instante de ejercer su función procreadora en cumplimiento de ese mandato divino de perpetuar las especies [...] que casi es excitación morbosa de tan viva28.

A pesar de las polémicas, la novela cosecha gran éxito entre el público, y el propio Salvador Rueda la señala como su obra en prosa preferida en una entrevista publicada en 1907:

De las novelas, [...] yo prefiero La cópula, obra que tengo impresa desde hace un año, esperando ser echada al público; es de no larga dimensión, antes bien, recogida, y no le tengo inclinación porque crea que posee mérito ninguno, sino porque en ella se canta el que yo creo tema capital e inmenso de la vida humana y de toda la vida universal, cual es el acto de reencarnarse y de transmitirse todos los organismos a la inmortalidad por medio de la cópula29.


Este mismo «tema capital» que ensalza el propio autor respecto a su obra de 1906, reaparece en El salvaje, como podemos observar en el fragmento siguiente:

Efectivamente: a aquella hora [la siesta], bajo el sol que removía y fecundizaba todos los gérmenes de la tierra, el seno de la Madre común parecía un regazo infinito, donde series de procreaciones sembraban nuevos tipos de cada raza, dilatando las sucesiones todas de la vida. Tálamo vasto, lechos santo e interminable, del que brotan en incesante hervidero organismos y organismos, la tierra toda, a aquella hora, parecía pasar por el sublime momento de éxtasis, en que una cópula universal engendraba otra nutridísima cosecha de corazones para que, a su vez, se renovaran en lo futuro. [...] Respondiendo á tan excelso fin, iban en parejas y en bandadas, y en grupos, por la Naturaleza, [...]; brutos con los vasos estallando de fuego, buscando otros vasos en que hacer la transfusión amorosa. Todo lo nacido, cielos y tierra, eran un inmenso ovario abierto a la pasión.


(El salvaje, capítulo X).                


La asimilación pasión-naturaleza se intensifica en esta novela corta, pues el salvaje vendría a ser el representante de la naturaleza misma, sin corrupción, en esencia, luego la unión final entre María y el Sombrío queda justificada como acto natural, desligado de toda connotación de vicio o pecado. No obstante, y justificado o no por las determinantes leyes de la naturaleza, el encuentro sexual se hace efectivo enmarcado en el cuadro de la idílica naturaleza andaluza:

La lucha amorosa entre el oso y la mujer, no se vio. Se oyeron solamente rugidos de león en celo, zarpazos de codicia, gritos guturales de vehemencia, pasión salvaje y magnífica, superior a todo lo visto. Entre los brazos de granito del hombre, ella fue soltando a chorros desiguales, que caían sobre el lago, las ideales campanillas de su corona. Rodaron dos, cuatro, seis, un raudal de flores, luego una lluvia desgranada, como una constelación, caída de sus sienes de virgen. Nada se veía en la escena de amor. Solo caían sobre el lago campanillas azules, campanillas azules, campanillas azules...


(Capítulo X).                


Como vemos, ciertamente de manera implícita -reiteramos la apreciación del narrador «Nada se veía en la escena de amor»-, describe el encuentro sexual de tal manera que no deja lugar a dudas, sirviéndose únicamente de un sensualismo lingüístico (adjetivos coloristas, metáforas, sinestesias, ritmos, repeticiones...) que va in crescendo y que, pensamos, no hubo de dejar indiferente a ningún lector.

Al principio de esta comunicación señalábamos la importancia del elemento erótico en las colecciones de literatura breve como forma de reclamo comercial. Salvador Rueda lo consigue en este texto de manera efectiva, elegante y sensorial; quizá sea ésta una de las claves por las que la obra se reedita tantas veces, a lo que hay que unir sin duda, su prosa altamente poética, y el valor que tiene El salvaje de acercar a la villa y corte de Madrid las costumbres andaluzas, su luz y sus paisajes y, por qué no, también su pasión.






Referencias bibliográficas

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