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-[342]-



ArribaAbajo- L -


El asesino. -La fantasma. -El hombre marcado. -La fuga


    En esa separación
como tres horas pasaron;
de ahí dormidos se quedaron  9170
cada cual en su rincón,
y de todo se olvidaron.

    Por supuesto, allí dejó
Azucena, abandonada
su mazamorra desiada,  9175
que al fin se le redamó
alla al ser de madrugada:

    Cuando ya estaba en sazón,
riquísima, porque hirvió
hasta el alba que duró  9180
sin apagarse el fogón,
y hecho ascuas amaneció.

    Pero a el alba ya era escasa
la llama que el fuego hacía,
pues la ceniza cubría  9185
de cada tizón la brasa,
que ardiendo siempre seguía.

    De manera, que el fogón
a esa hora sólo soltaba
-343-
la llama que se escapaba  9190
de alguno que otro tizón,
que el fuego reconcentraba.

    Mucho después de la una
de la noche, apareció
resplandeciente y subió  9195
a medio cielo la luna,
y la pampa iluminó.

    El campo en tranquilidá
por la Vitel todo estaba;
pero, a el alba se escuchaba  9200
de cuando en cuando a un chajá,
que lejos al sur grazniaba.

    Lo mesmo a los teruteros
apenas se les oía
de lejos la gritería;  9205
pero son tan noveleros,
que eso poco suponía.

    Las tres Marías a esa hora,
algo separadamente
una de la otra, al poniente  9210
antes de nacer la aurora
bajaban lucidamente.

    Mientras que con desconsuelo,
entonces, todas aquellas
tan luminosas estrellas  9215
del Naciente, ya en el cielo
no brilla ninguna de ellas:

    Cuando la luz refulgente
del sol antes de nacer
-344-
las viene a empalidecer,  9220
y luego completamente
las hace desparecer:

    A esa hora pues, sin ningún
ruido, un gaucho se bajó
del caballo, y se arrimó  9225
al ranchito de Berdún,
y sin puerta lo encontró.

    Con curiosidá prolija
luego el gaucho procuró
por donde vichar, y halló  9230
en la puerta una rendija
que el cuero abierta dejó.

    Y aunque adentro de la casa
no hacía candil prendido,
seguía el fuego encendido;  9235
y por esa luz escasa
el gaucho en un catre vido:

    Durmiendo profundamente
al hombre que iba a buscar;
y en el momento al hijar  9240
le cortó muy suavemente
los tientos para dentrar;

    Pero antes de eso metió
la cabeza solamente,
a ver si había más gente,  9245
y como a naides más vio,
entrose resueltamente.

    Y al catre se dirigió
lo más pausado que pudo;
-345-
pero, iracundo y ceñudo,  9250
cuando a la cama llegó
llevaba un puñal desnudo.

    Esa tarde por casual,
Genaro para abrigarse
del frío, y por no resfriarse,  9255
su chaqueta de oficial
tenía hasta al acostarse.

    Ansí, el infeliz, cansao,
se había acostao vestido,
y boca arriba dormido  9260
estaba despechugao,
cuando el gaucho forajido...

    Con una furia infernal
en cuanto se le arrimó,
en el pecho le enterró  9265
cuasi entero su puñal,
y allí al juir se lo dejó:

    Pues cuando quiso el bandido
sacarle el puñal, sintió
que del brazo lo agarró  9270
como tenaza el herido,
y un rato lo sujetó.

    Antes, una exclamación
tan fuerte Berdún soltó
cuando la herida sintió,  9275
que Azucena en su rincón
confusa se despertó:

    Y el poncho en esa sentada
se lo metió por el cuello,
-346-
cuando del fuego a un destello  9280
fugaz, en una mirada
vio la infeliz todo aquello.

    Y le fue tan comprensible
todo lo que entonces vio,
que al istante resolvió  9285
una venganza terrible;
pero el furor la cegó:

    Pues, cuando gatiando vino
al fogón para agarrar
el asador y ensartar  9290
por la espalda al asesino,
sólo atinó a levantar...

    La marca que había puesto
al dejar apuntalada
a su olla pata-quebrada;  9295
y la marca, por supuesto,
se mantenía caldiada.

    Ansí, al sacarla volcó
la olla encima del fogón;
y, entre el vapor y el montón  9300
de ceniza que se alzó,
una fantasma o visión

    Vio el gaucho tan sorprendido,
cuando Berdún lo soltó,
que para juir procuró  9305
la puerta despavorido...
por la fantasma que vio:

    Y, en ese oscuro camino,
en la espalda al ir saliendo
del rancho, de un modo horrendo,  9310
-347-
Azucena al asesino
le plantó la marca ardiendo.

    Cuando el fierro lo quemó
al gaucho, dio un alarido
y disparó persuadido  9315
que la fantasma que vio
¡el demonio habría sido!

    Ansí, espantado juyó;
y al fin, la espalda completa
del justillo y la chaqueta  9320
la marca allí le arrancó,
al quemarlo en la paleta.



ArribaAbajo- LI -


La loca ensangrentada. -El puñal. -El sargento asustado. -El malón. -El incendio


    Al disparar el bandido,
recién Azucena vio
que había agarrao su marca  9325
por cojer el asador;
y después de maldecir
esa su equivocación,
una vaga y triste idea
solamente le quedó  9330
de haber sentido chirriar
la espalda del malhechor.
-348-

    Como el rancho quedó oscuro,
porque el fuego se apagó
en cuanto la mazamorra  9335
encima se le volcó,
una vela, ansiosamente,
medio temblando encendió,
y a socorrer a su esposo
llorando a gritos corrió.  9340

    Genaro estaba dijunto,
asigún le pareció
a la desolada esposa
cuando el puñal le arrancó,
y la sangre a borbollones  9345
por la herida le saltó.

    Al ver eso, atribulada
Azucena se sacó
una media, y dobladita
con una faja la ató  9350
sobre la herida, y entonces
la sangre se le estancó;
pero Genaro no hablaba,
ni Azucena consiguió
el hacerle abrir los ojos;  9355
y cuando allí lo besó
en la cara, el frío helao
de la muerte le sintió.

    Entonces desesperada
y fuera de su razón,  9360
con el puñal en la mano
ensangrentada salió
al campo a pedir socorro:
cuando errante se encontró
-349-
casualmente a una patrulla  9365
que pasaba a la sazón
por allí cerca del rancho,
y andaba en persecución
de unos soldaos resertores
por aquella imediación.  9370

    De esa patrulla, el sargento
al istante se avanzó
a la viuda, cuando daba
fuertes gritos de clamor.
Naturalmente, el sargento  9375
lueguito le preguntó,
lleno de curiosidá,
¿diadónde y por qué razón,
vestida a la madrugada,
tan llena de confusión  9380
salía con un puñal?

    Azucena contestó
fuera de sí: -¡Porque han muerto
a Berdún!...

-¡Cómo! exclamó
el sargento. ¿A qué Berdún?  9385
-A mi esposo, respondió
la viuda, temblando de ira;
y al sargento se acercó.
-Pero, ¿dónde esta el dijunto?
venga usté a mostrarmeló.  9390
-Ahí está; en ese ranchito,
bien cerquita; vealó.
-Y ¿quién ha muerto a su esposo?
-¡El demonio! O qué sé yo
si no habrá sido usté mesmo,  9395
-350-
el maldito matador...
Sí, sí; ya no tengo duda,
usté ha sido el malhechor.
-¡Cómo dice!... ¿Está borracha?
-Es usté el muy borrachón,  9400
y asesino...

-¡Voto al diablo!
dijo el sargento... Y mandó
amarrarla en el momento:
lo que apenas se logró;
porque, furiosa Azucena,  9405
a un soldao que se arrimó
para agarrarla del brazo,
con el puñal lo embistió
al tiempo que otro soldao
de atrás vino y la abrazó,  9410
y entonces con mucho riesgo
el puñal se le quitó.

    El día estaba naciendo
al tiempo que esto ocurrió,
y cuando al rancho el sargento  9415
con dos soldaos se metió,
lo vido muerto a Berdún;
pero naides lo tocó,
porque en ese mesmo istante
otra patrulla pasó,  9420
disparando a media rienda
y gritando: «¡Vamonós
a reunir, que ya viene
la Indiada cercandonós

    Ansí, al alba los chafases  9425
anunciaban el malón;
-351-
y también los teruteros
gritaban en confusión;
pues de lejos les tomaron
a los Indios el olor:  9430
y eso fue precisamente
cuando la aurora apuntó.

    Mesmamente; a poco rato
ya la algazara se oyó
tan cerca de la Vitel,  9435
que la patrulla juyó
con Azucena en las ancas
de un soldao que la cargó,
y de allí hasta San Vicente384
el sargento la llevó,  9440
adonde al juez del partido
al istante la entregó
atada, y con el puñal
que al prenderla le quitó.

    A las cuatro, esa mañana,  9445
en la Vitel no quedó
del ranchito de Berdún,
más que un escaso montón
de ceniza, y nada más:
ni siquiera un chicharrón  9450
de Genaro pudo hallarse,
por más que se registró.

    Ansí, al dijunto, decían
que el fuego lo consumió;
y su muerte todo el sur  9455
mucho tiempo lamentó,
-352-
sin poderse averiguar
nunca quién lo asesinó:
pues, no se pudo rastriar
a naides, porque dejó  9460
una infinidá de rastros
la Indiada, cuando quemó
los ranchos en la Vitel,
y de allí se retiró
arriándose como siempre  9465
todo el ganao que pilló.

    Por fin, como iba diciendo,
la partida disparó,
y esa tarde a San Vicente,
poco después de las dos,  9470
vino a entregar a Azucena;
y, al punto que la entregó
al alcalde y que le vido
el ceño amenazador
a la moza, y como estaba  9475
de ensangrentada, mandó
ponerla en el calabozo,
en incomunicación,
pero que la desataran
al mesmo tiempo ordenó.  9480

    Luego, el alcalde al sargento
a declarar le obligó,
el cómo, el cuándo y adónde
a la mujer agarró.

    El sargento, como es ley,  9485
antes de todo juró
que diría la verdá,
y a declarar principió
-353-
diciendo: Que, muy al alba,
esa mañana topó  9490
con Azucena en el campo,
juyendo; y que la encontró
vestida, y con el puñal
con que a la cuenta mató
ella mesma a su marido;  9495
pues que el sargento lo vio
recién muerto en su ranchito;
y que su gente rondió
por allí toda esa noche,
y que a naides se miró  9500
junto al rancho del finao,
hasta la hora en que salió
como a escaparse Azucena:
cosa que no consiguió,
porque parecía estar  9505
borracha cuando cayó
en medio de la patrulla,
y al sargento le achacó.
la muerte de su marido;
y que, cuando se trató.  9510
de asigurarla, a un soldao
con el puñal lo embistió,
felizmente al mismo tiempo
que otro soldao la abrazó
por detrás, hasta quitarle  9515
el puñal, que lo soltó
a fuerza de tironiarla;
y que entonces se fingió
la loca para entregarse.

    Por último declaró  9520
el sargento, que la Indiada
-254-
allí cuasi lo agarró,
y que a Chascomún no pudo
meterse, por la razón
que los Indios lo cortaron  9525
cuando a ese lao disparó.

    Y después de ese chorizo
de mentiras que ensartó
con verdades y aparencias,
su declaración firmó.  9530

    Dos soldaos de la partida
también su declaración
hicieron ante el alcalde,
más o menos al tenor
de aquella que dio el sargento:  9535
que esa tarde se largó
a Cañuelas385 con su gente;
y Azucena se quedó
tirada en el calabozo,
diaonde luego la llamó  9540
el alcalde a que le diese
también su declaración.
Para eso, descoyuntada
la infeliz se presentó,
loca rematadamente,  9545
cosa que el juez no creyó.

    Santos Vega iba a seguir
hablando, pero alvirtió
que estaban Juana Petrona
-355-
y su marido, los dos,  9550
lagrimiando tristemente;
y temiendo el payador
que a la moza allí le diera
otro mal de corazón
y empezara a pataliar,  9555
a Vega le pareció
prudente el no proseguir
el cuento; y lo suspendió
al istante en que por suerte
o casualidá cuadró  9560
que el gallo medio-nochero
las doce en punto cantó.



ArribaAbajo- LII -


La villa de San Vicente. -La prisionera. -El calabozo. -El juzgado de campaña. -El alcalde tilingo. -El interrogatorio. -La reyerta


    Ahora verán la reyerta
que en esa triste ocasión
entre el alcalde tilingo386  9565
y Azucena se trenzó,
la tarde que en San Vicente
el sargento la entregó.
-356-

    Era alcalde en esa villa
un Montañés fanfarrón  9570
muy porro, y cuasi redondo
como bala de cañón,
desasiao en su persona,
pero medio bonanchón.

    Yo lo conocí, y me acuerdo  9575
que, cuando se festejó
la jura de Carlos cuarto
en Buenos Aires, se armó
una comedia, de puros
comediantes de afición;  9580
en la cual a dicho alcalde
hacer de Rey le tocó,
mostrándose enamorao
de una Turca, o qué sé yo.

    El mestro387 de la comedia  9585
tres semanas trabajó,
lidiando con el alcalde
día a día con tesón,
para enseñarle a poner
la mano en el corazón,  9590
y ansí decirle a la Turca
al mostrarle una pasión:
¡Tengo en el pecho un volcán!

    Mas, cuando el caso llegó
de que saliese al tablao,  9595
las liciones olvidó,
o no sabiendo el Monarca
lo que era un volcán, salió
-357-
su saca-rial-majestá
medio azoran, y gritó  9600
con la mano en el gañote
¡Tengo en el pecho un balcón!...

    La Turca soltó la risa
y de babas le llenó
la cara al Rey pescuecero388,  9605
y el auditorio salió
a la calle a carcajadas,
y ol primero que puntió389
entonces fue don Faustino,
que de reírse se enfermó  9610
lo mesmo que otros puebleros;
de suerte que se acabó
la comedia el empezarse,
y solito se quedó
su majestá en el tablao  9615
como piedra de mojón.

    Pues bien, ese fue el alcalde
mulita390 que le tomó
a la infeliz Azucena
su primer declaración.  9620

    Para eso, del calabozo
un soldao se la llevó
en ayunas, como estaba,
porque allí no se le dio
ni agua a beber ese día  9625
que hizo un terrible calor.
-358-

    Ansí, sumamente débil,
el tal soldao la obligó
a ir al cuarto del alcalde
adonde Azucena entró  9630
sollozando, y desconfiada
con la vista registró
del lugar en que se hallaba
hasta el último rincón.

    Luego, con gestos y muecas  9635
de extrañeza, reparó
que atrás de una mesa grande
parecida a mostrador
estaba sentao el juez,
muy tieso, y con su bastón,  9640
en una silla de suela
adonde cabrían dos.

    Al mirar eso, Azucena
en su delirio creyó
que aquel hombre era barbero,  9645
o a lo menos pescador,
porque tenía una caña
de tres varas por bastón.

    Una triste risotada
con esa crencia soltó;  9650
pero, otra vez lagrimiando
Azucena se agachó
para ver bajo la mesa,
donde con asco miró
que el juez estaba en chancletas  9655
y con medias de pisón391.
-359-
De ahí, frunciendo las narices,
dijustada se sentó.

    El alcalde, que en silencio
estuvo desde que entró  9660
la loca, a quien él miraba
con muy prolija atención,
esperando verle ansí
el fondo del corazón,
cuando la vido sentarse  9665
tan confiada, le gritó:
-¡Cómo es eso! paresé
ligero, porque aquí no
se sienta preso ninguno...

    Azucena se riyó,  9670
y altiva díjole al juez:
-Pues, aquí me siento yo,
y no quiero levantarme
ni entrar en conversación
con usté, señó barbero  9675
chancletudo, sepaló;
pues no me gusta su traza,
y le tomo fiero olor,
porque usté nunca se lava
los pieses. Laveselós,  9680
y hágase cortar los vasos392:
eso le será mejor
que encerrar a una mujer
desdichada como yo,
después de ser usté el mesmo  9685
que a mi esposo asesinó.
-360-

    -¡Esta, sí, que es taculona393!
¿si estará loca?... Aunque, no
dijo el alcalde entre sí.
Esta gaucha veo yo  9690
que es una desorejada394,
astuta de profesión,
que pretende hacerme crer
que ha perdido la razón,
haciéndome comulgar  9695
con ruedas de carretón.

    No me equivoco, y consiento
en mostrarme bonanchón,
hasta ver adónde van
sus maquines: veamosló...  9700

    Bueno, pues: déjese estar
sentada, el juez replicó;
pero, a decir la verdá.
prepárese, porque no
le han de valer fingimientos,  9705
ni muecas, ni esa porción
de suspiros, lagrimeos
y gestos, que todos son
maquines; y nada más.
Aquí lo que quiero yo  9710
es que hable usté la verdá
como delante de Dios,
¡porque yo soy la justicia!

    -Pues, oiga, le contestó
-361-
Azucena; yo lo creiba  9715
un barbero, o pescador;
pero ahora veo que tiene
facha de ajusticiador,
o verdugo, que es lo mesmo;
por eso usté me amarró  9720
hoy, cuasi a descoyuntarme,
y hasta que me desató
al meterme en ese cuarto
jediondo395, aonde me encerró...
Pero... deje estar no más:  9725
todo se lo diré yo
a Gena... Y en ese istante
la lengua se le anudó.

    -Esta es cómica..., entre sí
dijo el juez, y la dejó  9730
proseguir la pantomima
que el Montañés presumió
que estaba haciendo Azucena;
pero cuando se paró
pálida, desmelenada  9735
y convulsiva, temió
el juez no hallarse siguro:
y de miedo, a precaución,
el puñal que estaba encima
de la mesa, lo agarró  9740
a un descuido de Azucena
y con llave lo guardó.

    Luego, en seguida el alcalde
suavemente le mandó
-362-
que tranquila y sin recelo  9745
diera su declaración,
para mandarla a su casa
esa tarde a la oración.

    Azucena, a tal oferta
algo se tranquilizó;  9750
pero, siempre sollozando,
nuevamente se sentó.

    En ese momento el juez,
lo primero que le habló
fue preguntarle su nombre.  9755
-Isabel, le contestó.
-Vamos, vamos, dijo el juez;
no es ese su nombre, no,
mire que aquí la conocen.
Hable la verdá: si no,  9760
tendrá usté que padecer;
y eso no deseo yo.
Usté se llama Azucena.
¿No es verdá esto?

-No, señor:
eso no es cierto, velahí;  9765
a mí se me bautizó
con el nombre de Isabel
eu Chascomún: crealó.
-Bueno: y ¿diaónde viene usté?
-Del cuarto aonde me encerró  9770
usté mesmo, ¿no se acuerda?
Y, ¿por qué ansí me trató,
supuesto que me conoce?
-Vamos, eso ya pasó.
Ahora la voy a tratar,  9775
-363-
creo que mucho mejor,
si usté me contesta bien.

    Azucena se cubrió
la cara para llorar,
y sus lágrimas secó  9780
sirviéndole de pañuelo
la manga del camisón.

    -Dígame, dijo el alcalde:
¿en qué parte la prendió
hoy al alba la partida?  9785
-¡Qué prender, ni prendedor!
A mí naides me ha prendido;
fui, por mi desdicha, yo
que topé a esos malhechores
en mi desesperación.  9790
-Y ¿diaónde venía usté
cuando a esos hombres topó?
-¡Diaónde vine! De mi rancho,
donde muerto se quedó
mi desgraciado marido...  9795
-Pero; allí, ¿quién lo mató?
-Eso ha de saberlo usté
que es tan averiguador.
-Ya lo sabré; deje estar,
el alcalde replicó;  9800
pero, siga respondiendo:
¿a qué horas se recogió
usté anoche?...

-No me acuerdo.
-¿Ni de con quién se acostó
no quiere acordarse aquí?  9805
-Con naides me acosté yo.
-364-
-Entonces, ¿durmió solita?
-Dormí sola, sí, señor.
-¿Y, por qué durmió solita?
-¡Qué! ¿es usté mi confesor?  9810
No sea tan majadero:
¡vaya un hombre preguntón!
Cuando ya siento que aquí
me duele hasta el corazón.
-¿Por qué, pues, durmió solita  9815
-Porque la gana me dio;
y no sea fastidioso...
ya basta; porque, si no,
ahí lo dejaré sentao
detrás de su mostrador,  9820
y me mandaré mudar:
de otro modo, a la oración
no podré estar en mi casa,
pues ya va a ponerse el sol,
y si piensa entretenerme  9825
usté, con mala intención,
puede dirse a los infiernos,
y al diablo entretengaló.

    -¡No sea desvergonzada!
el alcalde le gritó  9830
con tal furia, que Azucena
del grito se intimidó,
mucho más cuando el alcalde,
levantando su bastón,
le dijo: ¡Respetemé,  9835
como debe! Pues, si no,
vuelvo a mandarla encerrar
sin más consideración.
Respuenda atenta, si quiere
-365-
que la suelte a la oración;  9840
pero, diga la verdá
¿a qué hora se levantó,
esta madrugada, usté,
vestida como salió
y armada a pedir socorro?  9845

    Azucena recordó
aquel aciago momento,
y llorando contestó:
-¿Qué quiere que le respuenda?
¡Cómo pude saber yo  9850
a qué hora me levanté,
o más bien me dispertó
el doloroso quejido
que mi Genaro lanzó!
¡ay de mí! Cuando a la aurora  9855
al lado mío espiró...
-Y, ¿cómo estaba vestida
usté? y ¿por qué madrugó
a oscuras? Respuendamé.
-Pero, por amor de Dios:  9860
yo estaba vestida ansí,
como el día me agarró
con mis medias, la camisa,
las naguas y el camisón.
-Y ¿por qué para acostarse  9865
usté no se desnudó?
y, ¿por qué de su marido
anoche usté se apartó?

    -¿Qué le importa eso por qué...?
No quiero decirseló  9870
a usté ni a naide; y tampoco
-366-
quiero más conversación:
lo que quiero es irme a casa...

    Y a salir se preparó.

    -Pues basta, dijo el alcalde,  9875
que de esa separación,
que hizo esté de su marido
cuando solita durmió,
no declare aquí el porqué
claro lo comprendo yo,  9880
desde que al amanecer,
cuando su esposo espiró,
usté, queriendo escaparse,
ansí vestida salió
con el puñal en la mano...  9885
¿no es verdá? Confieseló.
-¡Qué puñal! Yo nunca tuve
puñal ninguno, ¡por Dios!
-¡Cómo es eso! Dijo el juez:
¿niega usté que se le halló  9890
este puñal en la mano?...
Y el juez se lo presentó
ensangrentao hasta el cabo,
diciéndole: ¡vealó!
y mírese usté esa sangre  9895
que tiene en el camisón:
sangre con la que su esposo
el vestido le manchó,
cuando usté... sin duda alguna,
este puñal le clavó.  9900

    -¡Ah, pícaro! Dijolé
Azucena... y se lanzó
como tigra sobre el juez;
-367-
pero, al vuelo, la agarró
el soldao que estaba atrás,  9905
a quien furiosa mordió
la infeliz: y convulsiva
desmayada se cayó.

    Ansí mesmo, desmayada,
el juez de nuevo mandó  9910
meterla en el calabozo.
Luego, el alcalde escribió,
hasta tarde de la noche,
con otro que le ayudó
a cumplir esa tarea,  9915
y después que reunió
todas las declaraciones,
hizo un lío y lo pegó
con miga de pan mascao.

    Después, a un cabo llamó  9920
y le dijo: -Aprontesé
para salir a las dos
de la mañana, sin falta,
con tres soldaos: busquelós
entre los de más confianza;  9925
porque irá usté en comisión
a Buenos Aires derecho,
llevando con precaución
a una mujer criminal
que esta mañana mató  9930
al marido en la Vitel.

    Estos los papeles son
con que usté la entregará;
pero, entonces, hagaló
después de tomar recibo,  9935
-368-
y el recibo traigaló.
¡Cuidao con estos papeles!
no los pierda: tomelós.
A la presa llevelá
desde acá en el carretón  9940
livianito, que ahí está
debajo de mi galpón;
pero, mande que le pongan
en el lecho una porción
de paja, o de pasto seco.  9945
Ninguna conversación
le permita en el camino
con naides: entiendaló;
y con cerrojo y candao
cierre bien el carretón.  9950
Ensillen buenos caballos,
y mañana a la oración
estará usté en Buenos Aires
sin falta. Vaya con Dios.

    Estas órdenes el cabo  9955
puntualmente las cumplió;
ansí fue, que a la ciudá
al otro día llegó
a las siete de la noche,
y en la cárcel entregó  9960
a la infeliz Azucena
tan loca, que, cuando entró,
el alcaide compasivo
al verla se conmovió;
y al istante, el que le dieran  9965
algo qué comer mandó.
-[369]-



ArribaAbajo- LIII -


La encarcelada. -El médico Gafaró. -Pica-pica. -La rasquiña


    Treinta y un años cumplió
la viuda en el mes aquel,
que Berdún en la Vitel
asesinado murió;  9970
y poco desmereció
Azucena en su hermosura,
hasta que al fin la locura
en algo la quebrantó,
y ansí mesmo conservó  9975
cuasi toda su lindura.

    En la mesura tarde aquella,
que a Buenos Aires llegó
Azucena, recibió
la noticia doña Estrella;  9980
y don Faustino con ella,
de su casa, sorprendidos,
en el momento afligidos
a la cárcel se vinieron,
donde en la alcaidía fueron  9985
cortésmente recebidos.

    La señora, atribulada,
al alcaide en cuanto entró
temblando le preguntó:
-370-
¿si era su querida ahijada  9990
la presa recién llegada?
Y el alcaide, por no errar,
se redujo a contestar:
-Señora, yo he recebido
una presa que ha venido  9995
del campo, y loca de atar:

    Y, aunque me ha dicho un soldao
que acá el juez la ha remitido
porque mató a su marido,
tanta lástima me ha dao,  10000
que en un cuarto separao
ya está con toda asistencia;
pues creo en Dios y en concencia,
que, si llega a recobrar
la razón, ha de probar  10005
su más completa inocencia.

    Mucho trabajo costó
para hacerla entrar aquí;
pero, delante de mí
la furia se le calmó:  10010
es verdá que entonces yo
tan cariñoso le hablé,
que cuando le pregunté:
¿cómo se llama, amiguita?
llorando la pobrecita  10015
dijo: Me llamo Azucé...

    Y el alcaide no acabó
el nombre, o palabra aquella,
cuando, al suelo doña Estrella
acidentada cayó;  10020
y don Faustino salió
-371-
gritándole a su cochero
«¡Andá, Juan, traime ligero
al médico Gafaró!»
quien tan ligero asistió,  10025
que se vino sin sombrero.

    En cuanto vio a la señora,
dijo el médico; «A sangrarla
voy al istante, y dejarla
que descanse aquí media hora;  10030
pongámosla por ahora
aquí en este canapé;
pues cuasi no dudo que
esto pronto pasará;
luego, a su casa de acá  10035
yo con ustedes iré».

    Ansí lo hizo; la sangró
al istante a la señora,
y esperando su mejora
allí el dotor se quedó;  10040
entre tanto, le rogó
el patrón que ¿si podía,
y el alcaide consentía,
el médico allí de paso
darle a Azucena un vistazo,  10045
a ver qué le parecía?

    Como el alcaide ecedió396,
imediatemente fueron
con el médico, y abrieron
una prisión, aonde entró  10050
el dotor y se encontró
-372-
con Azucena en cuclillas,
los codos en las rodillas,
muy arrinconadita,
y con las manos quietita  10055
puestas sobre las mejillas.

    -Buenas noches, paisanita,
díjole con voz serena
el dolor; pero Azucena
lo miró muy tristecita.  10060
¿No me conoce, amiguita?
Le repitió conmovido
el médico. -¡Sí! Usté ha sido,
contestó la loca, al que
en la espalda lo marqué,  10065
cuando mató a mi marido...

    Y furiosa se paró,
amenazando lanzarse
al dotor, pero al pararse
como muerta se cayó.  10070
Ansí la reconoció
el dotor calmadamente,
y dijo: -Ya es suficiente,
señor alcaide. Estoy cierto
de que esta loca no ha muerto  10075
a naides, y está inocente.

    Pongámosla en su camita,
que pronto se dormirá;
y la luz llevemoslá,
porque no la necesita;  10080
y luego, la pobrecita,
si con luz se levantase
-373-
disvariando, y se pasiase,
no sería cosa rara,
que a la vela se arrimara  10085
la infeliz, y se quemase.

    De allí al istante volvió
el médico a la alcaidía,
y doña Estrella seguía
cuasi como la dejó;  10090
entonces se resolvió
el que sería acertao,
el llevarla con cuidao,
bien abrigada en el coche,
a su casa, aonde esa noche  10095
pasó el dotor a su lao.

    De la cárcel, al marchar
en el coche, a don Faustino
el médico le previno,
que un istante iba a bajar;  10100
y ansí fue que, al enfrentar
a una botica, se apió;
pero, como algo extrañó,
allí le dijo al cochero
-Préstame, Juan, tu sombrero,  10105
y andá no más, ya voy yo.

    El dotor en la botica
apurao compró un frasquillo
de agua de olor a zorrillo397
y un papel de pica-pica;  10110
polvo que a quien se le aplica,
-374-
aunque sea en un talón,
luego le da comezón,
y le causa un rascadero
que se pasa el día entero  10115
en aquella diversión.

    De ahí, el médico corrió
con la medicina aquella,
y sin habla a doña Estrella
estirada la encontró;  10120
pero, en cuanto le arrimó
el frasquito a la nariz,
a manera de lumbriz
la señora se encogió;
y desde ya principió  10125
su mejoría feliz.

    Volvió el dolor a arrimarse
y en las sienes la pulsió,
y la señora empezó
las orejas a rascarse...  10130
¡Bueno! Ya va a mejorarse,
dijo el dotor muy ufano;
y al agarrar de la mano
al patrón para sentarse
a su lao, luego a rascarse  10135
principió don Bejarano.

    -¡Qué diablo de rascadero,
dijo el patrón, nos ha entrao!
A la cuenta hemos sacao
de la cárcel un pulguero;  10140
¡sea por la Virgen! Pero,
¿qué piensa usté de mi ahijada?
-Que está loca rematada,
-375-
dijo el dotor tristemente,
y también que es inocente  10145
de lo que viene acusada:

    Y que es de necesidá
la más precisa y urgente,
sacarla inmediatamente
del lugar en donde está;  10150
mudanza que ordenará
en justicia el tribunal,
si el médico principal
reconoce la locura,
y pidiere con premura  10155
la manden al hospital.

    -No, amigo: eso no se hará,
dijo el patrón; si Azucena
fuese al hospital, de pena
mi esposa se morirá.  10160
A nuestra casa vendrá,
y eso lo conseguiremos;
y en casa la cuidaremos
con esmerada asistencia;
pues también de su inocencia  10165
ninguna duda tenemos.

    Lo que es necesario hacer,
y ya debemos tratar,
es, amigo, de engañar
a mi afligida mujer,  10170
haciéndole comprender
por ahora, tan solamente,
que Azucena está demente;
y que en cuanto a su marido,
-376-
de quién lo ha muerto o herido  10175
no se sabe hasta el presente.

    Ansí mesmito lo hicieron;
en cuanto se mejoró
la señora, se creyó
todo lo que le dijeron;  10180
y en ancas le prometieron,
que en su casa la tendría
a su ahijada en ese día,
lo más tarde a la oración
diligencia que el patrón  10185
hacerla solo debía.

    Mas, a pesar de que el juez,
con la mayor y más buena
voluntá por Azucena,
tomó en su alivio interés,  10190
sólo tres días después
de que a la cárcel entró,
su locura se probó;
y entonces, de aquel destino
a su casa don Faustino  10195
llevar su ahijada logró.

    Larguísimo, y cosa dura
ahora sería el contar
los trabajos sin cesar,
los sustos y la amargura  10200
que en dos años de locura
Azucena allí le dio;
hasta que al fin consiguió,
siempre a cariños con ella,
la señora doña Estrella  10205
su deseo, y la curó.
-377-

    Entre tanto, del marido
de Azucena, ni se hablaba;
pues medio mundo afirmaba
que Berdún había sido  10210
por el fuego consumido
el día que lo mataron,
y los Pampas le quemaron
su pobre ranchito, aquel
en la laguna Vitel,  10215
aonde al difunto no hallaron.

    Ahora, yo debo dejar
las cosas en este estao...
dijo el payador cansao
o con ganas de pitar;  10220
porque voy a refrescar
un istanle la memoria,
sin tener escapatoria,
no queriéndome turbar
cuando estoy al rematar  10225
de los Mellizos la historia.
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