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Sarmiento ante la cuestión de la mujer: desde 1839 hasta el «Facundo»

Elizabeth Garrels






ArribaAbajoEl colegio de Santa Rosa en San Juan, 1839

En 1839, con el establecimiento del Colegio de Santa Rosa en San Juan, Sarmiento inaugura su largo compromiso público con la educación femenina. Sobreviven de ese temprano proyecto unos pocos textos de carácter institucional: el Prospecto de un establecimiento de educación para señoritas, la Constitución del Colegio de Señoritas de la Advocación de Santa Rosa de América, y cinco discursos pronunciados en el acto de apertura el 9 de julio por el director Sarmiento y cuatro amigos suyos1. De los tres textos atribuibles a Sarmiento, los dos primeros son los más substanciosos en juicios sobre la mujer y la mejor forma de educarla. Vistos dentro del conjunto de sus escritos sobre la mujer entre los años 1839-45, éstos, los más pragmáticos ya que se destinan a institucionalizar un proyecto concreto de educación, son entre los más conservadores, es decir, los que ponen más énfasis en las limitaciones o restricciones que deben caracterizar la vida y la formación de la mujer. Curiosamente, esta cualidad marcadamente represiva volverá a predominar hacia el final del período bajo consideración, mientras que ciertos textos intermedios crearán un espacio para reflexiones más permisivas en que hasta se llega a contemplar la posible emancipación futura de la mujer.

El Prospecto sienta ya metas que estarán presentes a lo largo de estos años: por ejemplo, identificar como objeto principal de la instrucción de las mujeres el «predisponerlas á ser esposas tiernas y tolerantes, madres ilustradas y morales, cabezas de familia hacendosas y económicas», o insistir en la influencia que desde el estrado ellas ejercen sobre los hombres y, más importante aun, la que como madres ellas ejercen sobre las futuras generaciones. «Nada es mas demostrado, que el carácter del hombre, sus hábitos, gustos é inclinaciones se resienten en la edad adulta de las impresiones que ha recibido en sus primeros años, en aquella edad en que la educación está confiada á la ternura de las madres»2. Esta influencia se considera tan profunda que justifica responsabilizar a las señoritas por el atraso «de la juventud en jeneral» y a las malas madres por los extravíos de sus hijos en la edad adulta: «nada es mas pernicioso, nada trae consecuencias mas trascendentales, que los mimos, la blandura y condescendencia de algunas madres demasiado tiernas, demasiado afectuosas...»3

Lo que sí distingue a este texto, aunque sin volverlo único dentro del corpus estudiado, es su aceptación de la necesidad de someter a la mujer, de negarle la misma libertad de movimiento, etc., de que supuestamente goza el hombre. «Nunca es demasiado temprano», se lee, «para dar habitudes de órden, aseo, economía, docilidad y sumisión, a un secso que, por sus necesidades, su debilidad, por nuestras costumbres é instituciones, debe ser siempre sometido...»4 Más notable, sin embargo, es este otro juicio, aparentemente singular, ya que no lo he encontrado en ninguno de los otros escritos de estos años:

... los hombres por los viajes, el trato, las adquisiciones de fortuna y sus esfuerzos, pueden mejorar su posición social, escaparse de una clase inferior, y aspirar á un rango mas elevado de aquel en que nacieron: mas no es esta la suerte de una mujer. La fortuna, la naturaleza, el acaso, circunstancias, que no les es dado evitar, ni procurarse, deciden casi irrevocablemente de su suerte futura. Las cualidades morales, las virtudes domésticas, ignoradas casi siempre, que no están acompañadas del prestigio de la fortuna y la hermosura, no les sirven como medios de establecerse ventajosamente en la sociedad. Que compensación mas adecuada, para sustraerse, ó poder sobrellevar los caprichos de la suerte, cabe al debil secso, que la instruccion y los conocimientos?5



En primer lugar, el trozo parece contradecirse, declarando, por un lado, que factores externos a la mujer deciden «casi irrevocablemente» su destino, pero ofreciéndole, por otro, una compensación con la que tal vez podría sustraerse del poder de estos mismos factores. Dada la economía del texto, la posibilidad de sustraerse convence menos que el peso de la impotencia, y nos quedamos con el pobre consuelo de una filosofía de la resignación embellecida por los conocimientos6.

Escrita por un hombre que siempre mostraría una alta sensibilidad por la manera en que las formas mismas asumidas por las instituciones y prácticas sociales contribuyen a moldear el sujeto social, la Constitución o la reglamentación formal del Colegio de Santa Rosa, propone materializar, de un modo abiertamente disciplinario, la filosofía de sometimiento que informa el Prospecto. La Constitución es, por su excepcional rigor autoritario, un texto único entre los consultados para este estudio, y el lector no debería perderlo de vista al considerar las ideas menos severas que Sarmiento expresará, siempre en un plazo más abstracto, en los años inmediatos. Sin embargo, tampoco debería privilegiarlo, volviéndolo representativo no sólo de Sarmiento sino de las ideas pedagógicas de toda la joven generación del '37, como intenta hacerlo Mark Szuchman en su libro Order, Framily, and Community in Buenos Aires 1810-18607. Por otro lado, en defensa de Szuchman, es significativo que, a diferencia de los textos consultados para el período que comienza en 1841, que son todos artículos periodísticos, éste se dedique a concretizar los detalles de una experiencia educativa real. Aquí habría que insistir en que tanto lo práctico como lo especulativo reclaman sus derechos.

El espíritu de la Constitución se resume en la siguiente oración:

De la subordinación pende el buen orden y por tanto es de suma importancia que las pensionistas respeten y obedezcan a las superioras, sin contradecirlas ni oponerse a su órdenes debiendo reputarse esta falta como una de las mayores que puedan cometerse y por lo mismo aplicarle las penas más severas que tenga en ejercicio el Colegio.8



Las pensionistas deberán someterse a un horario altamente regimentado, y recibirán muy pocos días de licencia para visitar a sus familias. Entre las «Cosas prohibidas», se incluyen «Leer libro alguno sin conocimiento de la Señora Rectora», y «Todo juego de manos» así como «Desnudarse en presencia de sus compañeras del cuarto» (o sea, doble vigilancia del pensamiento y del cuerpo y la sexualidad)9.

Sin embargo, las prohibiciones contra «Todo tratamiento familiar» y «El uso de apodos ó sobrenombres», que Szuchman presenta como parte de la filosofía de someter al alumno a la ley del deber en oposición a los impulsos de la inclinación o del instinto, también deben verse, al igual que los uniformes cuidadosamente descritos al principio del documento, como motivadas por un deseo de inculcarles a las pensionistas el concepto abstracto y homogeneizante de la ciudadanía republicana10. Tal proyecto tiene su eco en los discursos pronunciados en la apertura del Colegio, en los que no cabe duda que el deseado producto del nuevo establecimiento será la madre de familia republicana. Idalecio Cortínez, por ejemplo, exhorta a las alumnas a ejecutar «fielmente cuanto os ordenaren» porque «entonces tendrémos matronas ilustres que den hijos agradecidos, padres solicitos, ciudadanos industriosos, sacerdotes edificantes, sabios consumados, y firmes columnas de la Independencia de la Patria...»11

Todavía otro punto compartido por estos discursos, y repetido por Sarmiento en los próximos años, es que «los delicados deberes, que la naturaleza y la sociedad han impuesto» al sexo femenino se cumplen dentro del seno de la familia12. Sin embargo -y esto parece suavizar la filosofía del sometimiento que domina el Prospecto y la Constitución- el discurso de Quiroga Rosas critica la excesiva dependencia de la mujer para con su marido, y recomienda que sea educada no para vivir en el claustro sino en la sociedad, que tenga una idea de la patria y que adquiera «los talentos de la industria» para poder garantizar su propia subsistencia. Si bien es cierto que esta mayor liberalidad anticipa el tono de unos artículos que Sarmiento publicará dos años después, también en el caso que en ellos resonará esta advertencia de Quiroga de que la emancipación de la mujer americana debe ser gradual y no repentina, «como han querido hacer algunos sistemas modernos»13. De hecho, leyendo estos discursos del año '39, se da cuenta de que muchas de las ideas sobre la mujer que Sarmiento maneja en su periodismo entre 1841 y 1845 ya están presentes en este círculo de amigos provincianos (varios de los cuales habían estudiado en Buenos Aires) que durante dos años se reunieron por las noches a discutir las recientes obras francesas que pertenecían a la biblioteca personal del joven Quiroga Rosas14.




ArribaAbajoEl sansimonismo ante la mujer y la generación argentina del '37

Tanto La Moda (Buenos Aires, 1837-38) como El Iniciador (Montevideo, 1838-39), los dos órganos más representativos de la generación argentina del '37 en los albores de su actuación histórica, muestran un interés sostenido en la dignificación de la mujer como madre de familia y compañera del hombre. Aunque estas publicaciones citan, por ejemplo, al italiano Silvio Pellico sobre el tema, su inspiración principal parece derivar de Francia, y en este respecto, la influencia del sansimonismo no se debe subestimar. Esteban Echeverría, a la vez miembro y maestro de esta generación, había regresado de Francia a mediados de 1830 «dispuesto a propagar la filosofía de los sansimonianos». Sin embargo, según Juan Marichal, los dos discípulos de Saint Simon que tal vez más influyeran sobre los jóvenes argentinos eran Leroux y Lemenier, ambos disidentes que «abandonaros el sansiomonismo a finales de 1831»15. Marichal no precisa los motivos por esta disidencia, pero resulta (por lo menos en el caso de Leroux y muy posiblemente en el de Lemenier, ya que había muchas defecciones por el mismo motivo en esos días) que fue a raíz de diferentes interpretaciones de la cuestión de la mujer.

La Revolución Francesa había presenciado un breve pero importante florecimiento de activismo feminista, pronto silenciado por los jacobinos mismos. Poco después, la losa pesada del Código Civil, o Napoleónico (1800-04), vino a institucionalizar esta reacción anti-feminista, y en 1816 se abrogó por completo la ley de 1792, que permitía el divorcio. Según Claire Goldberg Moses, quien ha estudiado el feminismo francés del siglo XIX, uno tendría que buscar en las novelas de Madame de Staël (Delphine, 1802, y Corinne, 1807) para poder encontrar una expresión de aspiraciones feministas que correspondiera a las tres primeras décadas del nuevo siglo en Francia16. No fue hasta alrededor de 1830 que volvió a emerger el feminismo como una fuerza en la vida pública de los franceses, y esta nueva aparición se debía principalmente a los sansimonianos, ahora reunidos bajo el liderazgo de Prosper Enfantin17.

El filósofo Saint Simon, muerto en 1825, había escrito muy poco sobre la mujer, pero ya para 1831, bajo Enfantin, la cuestión de la mujer se había convertido en la preocupación central del grupo. A diferencia de sus predecesores como la inglesa Mary Wollenstonecraft y otros feministas dieciochescos imbuidos del racionalismo de la Ilustración, Enfantin era un romántico. Y también a diferencia de Wollenstonecraft pero parecido a la mayoría no sólo de sus contemporáneos románticos sino de los escritores del siglo anterior, Enfantin creía que la emoción y la sensualidad (la materia y la carne) constituían la esencia de la mujer, mientras que la razón (el espíritu y la inteligencia) definían la esencia del hombre18. Enfantin se distinguía de muchos de sus contemporáneos, sin embargo, en reclamar la rehabilitación de la carne y la sensualidad, y como pacifista, ensalzaba el papel de la mujer en un futuro ensoñado donde reinaran el amor y la armonía universales. Basándose en una frase atribuida a las enseñanzas orales de Saint Simon «l'homme et la femme voilà l'individu social», Enfantin creía que el núcleo social del futuro sería la pareja, no el individuo, y que dentro de esta pareja el hombre y la mujer cumplirían funciones diferentes (sexualmente específicas) pero de igual valor. Tal complementariedad descansaba sobre la creencia en la igualdad de los sexos19. Lo que produjo la oposición de otros sansimonianos fue la insistencia de Enfantin en que esta igualdad exigiera una nueva moral sexual, lo cual fue visto por muchos como un llamado a la promiscuidad. Fue con motivo a esta propuesta de liberalización sexual que Pierre Leroux y otros se retiraron del grupo a finales de 1831, y un año después Enfantin y un asociado suyo fueron encarcelados bajo la acusación de ser corruptores de la moral pública.

Las páginas de La Moda y El Iniciador están permeadas de ideas y actitudes coincidentes con el sansimonismo, y citan al grupo y sus miembros varias veces. Sin embargo, el joven Miguel Cané inicia uno de sus ensayos en El Iniciador con un acto explícito de diferenciación respecto a los sansimonianos:

El hombre y la muger son el individuo social han dicho los discípulos de San-Simon; nosotros declaramos que este juicio no es conforme al nuestro. -Pensamos, si, que la muger necesita una emancipacion que la eleve de la pobre condicion en que la han colocado usos y costumbres menos republicanas que las necesarias á nuestra sociedad, pero que no estamos ni con mucho en el caso de que la mujer ocupe el lugar que el hombre mismo no sabe desempeñar entre nosotros.20



Más revelador me parece el comentario que hace Sarmiento desde El Mercurio de Valparaíso, Chile, en 1841. En una serie de cuatro artículos donde el joven cuyano intenta hacer algo como filosofía de la historia al trazar una síntesis de la condición de la mujer a través de la historia y prehistoria de la humanidad, se introduce esta observación sobre el sansiomonismo: «La filosofía, en fin, i el espíritu inquieto de progreso se ensaya con San Simon a romper con todas las tradiciones morales, e intenta emancipar de un golpe a la mujer de toda dependencia del hombre.»21 Unos párrafos después se agrega: «La mujer tendrá que respetar i someterse a las ideas del momento en que vive; nuestra época ha visto caer en medio de los silvos del público, la comedia que quisieron representar Enfantin i los sansiomonianos, i no debe esponerse temerariamente a nuevas burlas.»22

Un acercamiento a muchos planteos sansimonianos, incluyendo a varios pero no todos sobre la mujer, a la vez que un claro distanciamiento de la nueva moral sexual patrocinada por Enfantin: tal postura parece ser la característica de la joven generación de '37 y en particular de Sarmiento, por lo menos antes de su viaje a Europa en 184523. Los cuatro artículos señalados de 1841 son, en realidad, un venero de datos sobre la posición de Sarmiento ante la problemática de la mujer en esos años. Sus opiniones al respecto, no obstante sus contradicciones o sus cambios coyunturales de énfasis, no parecen evolucionar durante ese período de cuatro años que culmina en la redacción de Facundo y su partida para el viejo continente.




ArribaAbajoSarmiento sobre la mujer en El Mercurio: El primer artículo (20 de agosto, 1841)

En el primero de los artículos, publicado el 20 de agosto, Sarmiento explicita su propósito inmediato: «nos proponemos dedicar algunas pájinas a la reivindacion de los derechos que al cultivo serio de la intelijencia tiene el sexo débil, señalando el blanco a que la educacion debe dirijirse, como así mismo la falsa senda en que hoi se estravía»24. Al comenzar el segundo artículo de la serie, introduce otros tres propósitos, uno de los cuales en particular domina los artículos restantes:

Para apreciar debidamente las reglas morales que deben guiar la conducta de la mujer en las sociedades modernas, se requeriria á mas del estudio de la naturaleza é instintos de su sexo, el hacer una estimacion precisa del grado de importancia que ella tenga en la opinion de los hombres y del rol que esta misma opinion le haya asignado en la sociedad civil.25



El primero de estos propósitos es prescriptivo: apreciar las reglas morales que deben guiar la conducta de la mujer moderna. El segundo responde al afán, ya característico de bastantes escritores en el siglo XVIII, de determinar la naturaleza e instintos del sexo femenino26. Tanto el primer propósito como el segundo descansan en una confianza notable por parte del escritor masculino en poder definir y clasificar a la mujer y luego prescribir respecto a su conducta. El tercer propósito, el que determina la mayor parte del contenido del resto de los artículos, también continúa una tradición arraigada en el siglo XVIII: la de discurrir sobre el rol que ha sido asignado a la mujer en distintos tipos de sociedades. Esto anima a Sarmiento a hacer un recorrido de la situación de la mujer en lo que él llama la vida salvaje, el estado de la barbarie y la vida civilizada, ya que, «esta opinión que el hombre ha formado de la mujer no ha sido la misma en todos los diversos grados de civilización de los pueblos»27.

Pero tomemos los cuatro artículos por parte. El primero, como ya se señaló, reivindica el derecho de la mujer a una educación que la prepare para «su alta misión en la sociedad actual»28. Esta se define como «desempeñar los deberes de la maternidad, ...éstos siendo tan graves, por cuanto desde el regazo materno sale el hombre completamente formado, con inclinaciones, carácter i habitos que la primera educación forma»29. Tal primacía conferida a la maternidad en absoluto distingue a Sarmiento de la inmensa mayoría de los que en Europa y las Américas escribían sobre la mujer por esos años. Al contrario, parecía existir un consenso entre conservadores y feministas de que la principal misión social de la mujer era, precisamente, la maternidad30.

Sin embargo, dentro de este consenso había variaciones, y es innegable que Sarmiento no se sitúa dentro de las corrientes más progresistas. En esos años no hace -ni habría sido consistente con sus ideas que lo hiciera- ninguna distinción como la que hizo Mary Wollenstonecraft en su libro de 1792, Vindication of the Rights of Woman: «speaking of women al large, their first duty is to themselves as rational creatures, and the next, in point of importance, as citizens, is that, which includes so many, of a mother31 Y se queda bastante corto respecto a su contemporánea norteamericana Margaret Fuller, quien en su libro Woman in the Nineteenth Century (l845), apenas menciona la maternidad cuando habla del derecho a la mujer a la educación32. Asimismo, es digno de notar que aunque Sarmiento y los otros de su generación se refieren a los sansimonianos, guardan silencio respecto a las discípulas del movimiento, muchas de las cuales también publicaban. Una de las más radicales, Claire Démar, llegó a reclamar el fin de la maternidad como carrera. Para emanciparse, decía, la mujer debía trabajar, y no era posible que combinara con éxito el trabajo y la educación de los hijos. Por lo tanto era necesario que el estado, mediante la contratación de nodrizas, se encargara de la crianza de los niños33. Es obvio que esta posición, a lo mejor muy minoritaria, habría sido piedra de escándalo para los jóvenes de la generación de '37.

Si el libro de Mary Wollenstonecraft representaba un debate más amplio entre Rousseau y los que defendían la razón de la mujer, Sarmiento, como se verá con más detalle después, a menudo se identificaba más con Rousseau que con éstos. Su primer artículo en la serie de 1841 tiene incluso un sabor bastante dieciochesco y también conservador respecto a lo que dice de «la naturaleza é instintos» de la mujer y de «la falsa senda en que hoi se estravía» su educación. La cita que se reproduce a continuación es consistente con el Emile (1762) de Rousseau en el tipo de distinción que hace entre los sexos, atribuyendo al hombre las funciones del cerebro y las actividades de la esfera pública, y a la mujer el retraimiento a la esfera doméstica:

Los hombres, se ha dicho, forman las leyes, i las mujeres las costumbres; ellas son para la sociedad lo que la sangre para la vida del hombre. No ejerce ésta una influencia [sic], por decirlo así, visible en la existencia; es el cerebro, son los nervios quienes desempeñan las disposiciones del alma; pero ella lo vivifica todo, está presente en todas las partes de la estructura i se hace una condicion indispensable de la vida. El hombre dirije sus propias relaciones esteriores, pero la mujer realiza la vida en el hogar doméstico i prepara los rudimentos de la sociedad en la familia.34



Al denunciar el estado actual de la educación de la mujer, se hace eco de muchas quejas que aparecen en La Moda y El Iniciador, que a su vez suenan bastante a las que se encuentran en La Quijotita y su prima (1818, 1819) del mexicano Lizardi o en el Emile de Rousseau: a saber, la crítica de la preocupación de la mujer por el lujo y la moda, y la denuncia del peligro que constituyen las madres mal educadas35.

Sarmiento concluye este primer artículo con una cita de una escritora europea no identificada que pinta una imagen bastante negativa de la mujer contemporánea (siempre la de cierto rango social, cuya conducta resulta universalizada), y de hecho tal imagen no dista mucho de la retórica del ataque misógino. En esta cita se habla de cómo la mujer hoy día sigue rígidamente apegada a las «preocupaciones de fortuna i de nacimiento»; se discurre sobre su vulnerabilidad al vicio y a la corrupción de su espíritu, y se denuncia el vacío de su alma y su falta de caridad para con otras mujeres, a quienes, «rival [...] celosa [...] viviendo de intrigas,» persigue, acusa y desgarra36.




ArribaAbajoSarmiento y el libro de Louis Aimé Martin

El segundo artículo de la serie lleva un epígrafe del libro de Louis Aimé Martin, De l'Education des Mères de Famille, publicado originalmente en Francia en 183437. Este libro resulta de una importancia central en la conformación del ideario de Sarmiento respecto a la mujer en esos años. En estos artículos de 1841, aunque el epígrafe es la única referencia explícita, Sarmiento le pide prestado mucho en términos de ideas y de citas de otros autores. En sus escritos sobre la mujer hasta e incluso 1845, volverá al libro de Aimé Martin repetidas veces, y en diciembre de 1842 reproduce unos trozos del libro en su periódico chileno El Progreso38.

Antes de esto, en octubre de 1838, El Iniciador ya había publicado un fragmento, aunque no uno que versara sobre la mujer39. No debe sorprendernos que este libro resultara tan atractivo a la generación de '37. Aimé Martín, editor de Racine y Molière y discípulo íntimo de Bernardin de Saint-Pierre, no parece haber sido sansimoniano, pero la fecha de publicación de su libro, así como su estilo y contenido, hacen pensar que su autor bien podría haber sufrido la influencia de los apóstoles de Saint Simon. En todo caso, tiene muchos puntos en común con ellos: cree en el progreso ininterrumpido, es pacifista e internacionalista, patrocina la regeneración moral de la humanidad a través del sentimiento religioso y ataca el materialismo y el egoísmo.

La primera parte del libro de Aimé Martin sostiene que la misión de la mujer como madre de familia y por lo tanto como transmisora del sentimiento moral y religioso a las generaciones venideras es la más importante y sagrada que existe. Atribuye a la mujer la capacidad de regenerar el mundo. Su libro es, por decirlo así, una apoteosis de la mujer como madre y compañera del hombre. Sus dos maestros explícitos son Fenelon y Rousseau, a quienes considera pioneros en haber reconocido la necesidad de educar a la mujer y la importancia social de la familia. Sin embargo, a diferencia de Rousseau y su «livre divin» (el quinto de Emile), Aimé Martin no habla de los defectos de la mujer; no se permite las salidas misóginas de su maestro. Al contrario, escribe que «tout le mal que les femmes nous ont fait vient de nous, et tout le bien qu'e elles nous font vient d'elles».40 También cree que la educación que Rousseau concibió para su Sofía fue demasiado limitada, y no siente nada del horror que experimentó su predecesor por la participación de la mujer en los salones. En fin, sugiere que su propósito es modernizar a Rousseau para el siglo XIX.

Sin embargo, a pesar de ser mucho más apologista de la mujer que su mentor, le sigue debiendo bastante, como se podrá apreciar en esta larga cita con que termina la primera parte de su libro:

Ici la mission des femmes se révèle! placés, chez tous les peuples et dans toutes les classes, en dehors des lois de la politique, pures de nos passions funestes, seules au sein de la societé elles sont restées dans les lois de la nature. Rien ne porte atteinte à leur caractère de femme: le souci des affaires n'a jamais flétri leur pensée; elles ne sont ni guerriers, ni magistrats, ni législateurs; elles sont épouses et mères, elles sont ce que le Créateur a voulu qu'elles fussent. Cest une moitié entière du genre humain échappée par sa faiblesse même aux corruptions de nos puissances et de nos gloires. Oh! qu'elles cessent de regretter leur part dans ces passions fatales! qu'elles nous laissent la tribune, le trônes et la guerre: si elles partageaient nos fureurs, qui donc icibas pourrait les adoucir? Voilà leur influence, voilà leur royauté! comme elles portent dans leur sein les nations à venir, elles portent dans leur âme les destinées de ces nations. Qu'elles fassent entendre sur toute la terre les mêmes paroles d'humanité et de liberté; qu'elles y fassent naître un seul sentiment d'amour de Dieu et des hommes, et leurs destinées seront accomplies! il faut des armées pour conquérir le monde, il ne faut qu'un sentiment moral pour le civiliser et le sauver!41






ArribaAbajoEl segundo artículo de El Mercurio (22 de agosto, 1841)

Como ya se dijo, el segundo artículo abre con un epígrafe el Aimé Martin:

El hombre no puede rebajar a la mujer sin caer él mismo en la degradacion; y elevándola se hace mejor. Los pueblos se embrutecen en sus brazos, ó se civilizan á su [sic] piés. Echemos los ojos sobre el globo, observemos estas dos grandes divisiones del género humano, el Oriente y el Occidente: una mitad del antiguo mundo permanece sin movimiento y sin pensamiento, bajo el peso de una civilización bárbara: las mujeres son esclavas allí; la otra marcha hacia la igualdad y la luz; las mujeres son libres y honradas.42



En Aimé Martin, Sarmiento encuentra una afinidad respecto a su visión de un planeta dividido entre el Oriente y el Occidente, así como también respecto al contenido de su orientalismo, el cual se podrá apreciar plenamente en el Facundo del año '45. Sin embargo, la mayor parte de este artículo no versa sobre el Oriente sino sobre América y Africa. Sarmiento quiere presentar un panorama de la condición de la mujer en todas las etapas de la evolución de la especie humana. Su tesis, que encuentra apoyo en Aimé Martin así como en una serie de escritores del XVIII, es que «del grado de civilizacion de cada pueblo resulta siempre el grado de importancia que la mujer goza en él; por manera que sin temor de equivocarse á cada progreso de civilización dado, puede asignarse un progreso en la condicion de este débil sexo...»43 Tal tesis, que ha sido rebatida por recientes historiadores feministas, entre ellos Joan Kelly, es consistente con la creencia en el progreso ininterrumpido tan arraigada en el joven Sarmiento, y también tiende a fomentar cierta satisfacción con el estado actual de las cosas44. Esta satisfacción por el grado de independencia alcanzado ya por la mujer europea/americana en el siglo XIX se expresará claramente en el cuarto artículo de la serie. Es un sentimiento en el fondo conservador, ya que le quita urgencia a la necesidad de cambio, y entra en tensión -y posiblemente en contradicción- con las protestas del primer artículo contra el estado deplorable de la educación de la mujer contemporánea.

Otro punto algo borroso, que se introduce en el primer párrafo del segundo artículo, tiene que ver con la siguiente oración:

La moral de la mujer hasta cierto punto, es una moral de relación, pues que sus acciones están subordinadas, independientes de las reglas generales de la justicia, á las severas leyes del honor, que no son otra cosa que las exigencias de la opinion de los hombres, que condenan en ella toda acción inocente en sí misma, que pueda dejar la mas ligera sombra de sospecha en cuanto á la legitimidad de su origen.45



Se puede preguntar si estamos ante un juicio semejante al de Rousseau en el quinto libro de Emile cuando escribe:

Par la loi même de la nature, les femmes, tant pour elles que pour leurs enfants, sont à la merci des jugements des hommes: il ne suffit pas qu'elles soient estimables, il faut qu'elles soint estimées,... leur honneur n'est pas seulement dans leur conduite, mais dans leur réputation; et il n'est pas possible que celle qui consent à passer pour infâme puisse jamais être honnête.46



Es decir, ¿Sarmiento se suscribe a este juicio de Rousseau, o simplemente constata la llamada «moral de relación» como un hecho que históricamente ha influido sobre el destino de la mujer pero que no es necesariamente deseable? Varios comentarios que aparecen en subsiguientes páginas posibilitan esta última alternativa.

En el segundo artículo de la serie, Sarmiento se dedica principalmente a discurrir sobre la condición de la mujer en lo que él considera la etapa más primitiva de la raza humana. Sintetiza esta condición de la siguiente manera: «La mujer mirada por el hombre como un miembro degenerado de su especie en la vida salvaje».47 Sarmiento parte de la idea, puesta en circulación en el siglo XVIII por los informes de viajeros, de que el descubrimiento de América vino a revelar por primera vez al mundo civilizado cómo había sido la vida primitiva de la especie, ya que el indio americano supuestamente seguía todavía en esa primera etapa de la evolución social. Para hablar del indio americano y por lo tanto de la condición de la mujer en el estado primitivo de la humanidad, Sarmiento se basa en el escritor escocés del siglo XVIII William Robertson y en el cuarto libro de su History of America, publicado por primera vez en 1777 pero reeditado después en varias ocasiones. Aunque adelanta algunos juicios propios sobre la naturaleza de la mujer (Ella está «[d]otada de cualidades tiernas, que requieren el descanso y un domicilio fijo para que puedan desarrollarse»; ella es «tímida y débil por naturaleza»48), principalmente deja que hable Robertson, y traduce, con más o menos felicidad, alrededor de treinta líneas de texto del escocés, lo que viene a ser la mitad de la sección LII del libro IV49. Robertson, quien en la parte no citada de la sección LII escribe que, «To despise and to degrade the female sex, is the characteristic of the savage state in every part of the globe», enfatiza esta degradación en el trozo reproducido por Sarmiento50. Allí se lee:

... en América, particularmente, su condicion es tan miserable, y tan cruel la tiranía que se ejerce sobre ellas, que la palabra «esclavitud» no es bastante expresiva para dar una idea justa de la infelicidad de su estado.

En algunas tribus la mujer es considerada como una bestia de carga, destinada á todos los trabajos y á todas las fatigas; mientras que el hombre pierde el dia en la disipacion, ó la inaccion, la mujer está condenada á un trabajo continuo... 51



Esta visión, adaptada a la supuesta barbarie de la campaña pastora argentina, será activada cuatro años después cuando Sarmiento describe la vida de la mujer gaucha al final del primer capítulo del Facundo.

Antes de pasar a considerar a la mujer bajo el estado de barbarie, Sarmiento mira hacia Africa a través del libro póstumo de uno de los «valientes emisarios de la civilización europea» que «en nuestros dias» han penetrado «el continente africano»: Journal of a Second Expedition into the Interior of Africa (1829) del viajero escocés Hugh Clapperton. Su relato también ofrece «lastimosas muestras de la degradación de la mujer», que incluyen estas prácticas tan incomprensibles para los europeos: «Se les veía [a las reinas africanas] formando un grueso cuerpo de guardia, y sus majestades hacían por toda la monarquía el oficio de correos...»52 Sarmiento concluye esta sección estableciendo una jerarquía que funcionará en sus escritos a lo largo de estos años: «El negro del Africa central no es en todo respecto tan salvaje como el indio de América53. Esto es porque no «vaga ya por los bosques, ...tiene un domicilio fijo y se ha repartido y apoderado de las tierras...»54

La última parte del segundo artículo de El Mercurio junto con el comienzo del tercero versan sobre la mujer en el estado de la barbarie, cuya condición Sarmiento califica así: La mujer modo de goces físico para el hombre».55 Aquí la barbarie es Asia, y Asia es todo el Oriente, y el Oriente es poco más que el harén. Como su mentor Aimé Martin, Sarmiento desarrolla una visión entre reprobatoria y fascinada de la vida del seraglio.56

Según él, «la mujer ha dado... un gran paso en su mejora»:

No siendo ya la fuerza física del individuo el primer título de preminencia, la debilidad de la mujer habrá dejado de ser su mayor defecto... No será tratada ya tan brutalmente como en el estado salvaje: hermosa y seductora por sus gracias, servirá a contentar las pasiones del hombre... 57



Sin embargo, su condición es bastante inferior a la que alcanzará en «la civilización europea», que es «el último resultado conocido de los esfuerzos y progreso[s] del hombre en una larga serie de siglos.»58 En el harén no existe la monogamia, y la mujer permanece «con una existencia relativa»:

No olvidemos que es un simple ornato de la vida del hombre; el género de felicidad que ella disfrutará, no será, pues, en relación á las necesidades morales de un ser inteligente obrando para sí y por sí, sino relativamente al hombre que la ha hallado buena para sus goces y se la ha apropiado... 59






ArribaAbajoEl tercer artículo de El Mercurio (23 de agosto, 1841)

El tercer artículo de la serie continúa brevemente la discusión de Asia60. Se aparta momentáneamente del harén para pasar a la India, donde denuncia el que a «la mujer noble de un indu» no le sea «honroso sobrevivir a su marido que deja de existir».61 Después inicia la consideración de la mujer «entre nosotros», y «como nuestras costumbres, leyes e instituciones, como nosotros mismos, emanan de la civilizacion europea», esto requiere una ojeada a «ciertos hechos capitales» en la trayectoria de esta civilización desde sus orígenes62. El tercer artículo sólo llega a discutir «el espíritu caballeresco» de la Edad Media, pero promete que estos «hechos capitales apreciados en su influencia sobre la mujer, bastarán a conducirnos a su estado presente, que encierra en sí los elementos del porvenir que le está reservado.»63

Sarmiento empieza su recorrido de la historia europea con un juicio algo menos entusiasta sobre Grecia y Roma que los que habían inspirado esas culturas antiguas en Rousseau:

La historia de Grecia i la de Roma, su sucesora en la civilizacion, no presentan datos suficientes para apreciar con extension la posición social de la mujer; i este hecho mismo revela que en aquellas sociedades participaba, en cuanto es compatible con la vida civilizada, de las desventajas de la escala que la precede.64



Sin embargo, como Rousseau, elogia la maternidad republicana de las romanas, y sugiere que fue esta virtud femenina la que «echó sola quizá los cimientos de la grandeza romana, inspirando a sus hijas las virtudes de madres como la de los Gracos, que en lugar de joyas, enseñaba con soberbia dos niños que aleccionaba para tribunos del pueblo».65

En «aquellos tiempos remotos» se dio «un paso inmenso» hacia la futura posición de la mujer, que fue el establecimiento de la monogamia: «este hecho, que distingue la civilizacion europea, asignó a la mujer desde entonces el alto rango de compañera del hombre, y la llamó por fin a ocupar el lugar que la naturaleza le habia destinado.»66

Sarmiento describe este lugar «natural» exponiendo toda una teoría política sobre la familia que resulta ser consistente con la que él considera apropiada para su propio siglo:

Encargada del hogar doméstico, adoptando sus ocupaciones a sus fuerzas i capacidad, i guiando los primeros pasos de su projenie, dará oríjen a la familia, es decir, a ese cuerpo compacto, embrion de la sociedad, que liga sus miembros recíprocamente por afecciones mútuas i hace nacer las ideas de autoridad, obligacion, derechos, a la par de las afecciones del corazon que son su mas fuerte vínculo.67



Sigue una discusión de lo que aportaron Jesucristo y después el cristianismo a la suerte de la mujer. El elogio entusiasta que se hace a Jesucristo, que «aparece en la tierra trayendo las verdaderas soluciones morales que convienen al hombre», es consistente con la defensa del cristianismo primitivo que hacen varios miembros de la generación del '37, a la vez que revelan un espíritu a menudo marcadamente anticlerical y hasta anti-católico68. El Jesucristo que defienden, y que defiende Sarmiento aquí, es el de las masas, del pobre, del débil, del oprimido y, por consiguiente, de la mujer, cuya igualdad con el hombre viene a revelar. Después Sarmiento pasa a elogiar a María, a quien el cristianismo convierte en un símbolo dignificado de las características y emociones que él considera las más admirables de la mujer: «el amor de niña, el amor conyugal, el amor de madre, la piedad, la intercesion, el llanto i las súplicas»69 Se termina el elogio con una declaración cuyo énfasis en la mujer como portadora del futuro no desdice ni de los sansimonianos ni de Aimé Martin: «María es el misterio mas grande del cristianismo, porque en ella se encerraba el porvenir del mundo.»70

Según Sarmiento, el repudio que hizo Jesucristo de la práctica judía del divorcio fue uno de los elementos más importantes de su enseñanza de la igualdad de los sexos, y representa un progreso que la civilización europea sólo supo adoptar algunos siglos más tarde. Sarmiento presenta la indisolubilidad del matrimonio como un progreso porque la ve como una protección de la mujer contra el abandono. Así la veían muchos en la primera mitad del siglo XIX, incluyendo a un buen número de feministas y especialmente a muchas mujeres. Sin embargo, también existían los que defendían el divorcio como un medio de liberar a las mujeres de matrimonios que se hubieran vuelto opresivos. En Francia, el divorcio había sido legalizado por la Revolución en 1792, y había sobrevivido la implantación del Código Napoleónico hasta 1816. Entre 1832 y 1834 las mujeres sansimonianas que escribían para la Tribune des femmes pedían el reestablecimiento del divorcio. En 1837 Flora Tristán sometió una petición por la reinstalación de la ley de 1792, y el proceso entre 1835 y 1836 en que George Sand intentó conseguir una separación legal de su marido atrajo mucha atención internacional a la cuestión de la reforma matrimonial. En el mismo Chile de Sarmiento, en 1844, el joven Francisco Bilbao, adoptando una posición que le ganaría el escándalo y la excomulgación, exhaltaba a George Sand como la «sacerdotiza» de «la democracia matrimonial», y pedía la reforma de las leyes de matrimonio, sin descontar el divorcio como posible solución legal71. Es digno de notar, pues, que dada la posibilidad histórica de diversas reacciones ante la cuestión del divorcio, Sarmiento -en éste que es su único comentario sobre la cuestión que he encontrado para esos años- parece haber adoptado una posición, aunque mayoritaria, más bien conservadora.




ArribaAbajoEl cuarto y último artículo de El Mercurio (24 de agosto, 1841)

El primer párrafo del cuarto artículo, así como el último del tercero, versan sobre los avances de la mujer debidos a la Edad Media. Según Sarmiento, la situación de la mujer se beneficia notablemente gracias al espíritu caballeresco y al amor cortesano. «Robustos brazos se alzan», escribe, «para defender a la mujer oprimida».72 También señala que:

Otro de los grandes bienes de esta edad oscura en que la civilización moderna se preparó tan laboriosamente, es la reconcentracion de la familia, que en la disolucion de la antigua sociedad, se perfeccionó en el recinto de los castillos señoriales, dando a la mujer un teatro tranquilo en medio de la guerra esterior, en el que pudiese ejercer el imperio de la relijion, cuyas emociones apasionadas sabe sentir tan bien, i el influjo de las afecciones del corazon, que requieren la quietud del asilo doméstico para desarrollarse.73



Aquí una vez más Sarmiento promueve la domesticación de la mujer, una visión característicamente burguesa de un siglo en que la mujer ejerce «el imperio de la religion» y «el influjo de las afecciones del corazon» dentro del «asilo doméstico» de su casa. Esta es la misión social de la mujer, y al definirla así, Sarmiento está plenamente de acuerdo con Rousseau y su discípulo Aimé Martin.

Ahora, en el paso de la Edad Media a la época moderna, si la mujer ha quedado tan atrás del hombre es porque no ha participado, como él, en «el rápido desarrollo de las facultades intelectuales». «[E]l hombre de nuestros días se ha vuelto todo intelijencia,» y difícilmente podría respetar a una mujer incapaz de comprender sus inquietudes intelectuales:

La mujer entónces necesita tener oidos para escuchar los pensamientos que bullen en el alma del hombre, que, aun en el asilo doméstico, necesita testigos de sus trabajos intelectuales, de sus conjeturas i de sus juicios.74



Esta cita, que no es necesariamente consistente con lo que dirá unos párrafos después, es bastante parecida en espíritu a aquélla famosa de Emile donde Rousseau escribe que «toute l'education des femmes doit être relative aux hommes. Leur plaire, leur être utiles, se faire aimer et honorer d'eux..., etc.»75 Esta dependencia del hombre -lo que Sarmiento ha llamado «una moral de relación» o «una existencia relativa»- es lo contrario a lo que reclama Margaret Fuller cuando escribe, «Give the soul free course.»76

El hombre moderno, entonces, filantrópicamente inclinado y deseoso de encontrar una compañera a su altura, se dio a considerar la necesidad de educar a la mujer. Denunciando siempre su deuda para con Aimé Martin, Sarmiento incluye un párrafo en que cita a tres autoridades en apoyo de la educación femenina. Estos son Fleury, Fenelon y Rousseau, y todas las tres citas aparecen textualmente en alguna que otra parte del primer libro de De l'Education des Mères de Famille.

A pesar de que al comienzo del artículo Sarmiento ha escrito que la mujer «no ha participado, sino en una pequeña esfera» en el desarrollo de las facultades intelectuales que ha caracterizado al hombre moderno, ahora dice que sí, que «[l]a mujer ha participado del movimiento intelijente de nuestra época.»77 Al principio, presentándola todavía en su «existencia relativa», habla del «afan de embellecerla con la clase de bellezas que mas gusta al hombre de hoi.»78 Pero entonces hace una distinción al escribir que «[l]a mujer piensa a su turno también,» y se pone a hablar de las «centenares de escritores mujeres» que en su día contribuyen tanto a la literatura edificante e instructiva como a la ficción79. Es ahora que Sarmiento se independiza por completo de Rousseau, quien escribió que «[u]ne femme bel esprit est le fléau de son mari», también supera a Aimé Martin, quien había querido defenderse de las acusaciones «de vouloir ressusciter les femmes savantes.»80

Sigue un elogio de dos escritoras francesas que Sarmiento obviamente admira: Madame Roland, cuyos Mémories se habían publicado póstumamente en 1820, y Madame de Staël, quien publicó novelas y ensayos hasta su muerte en 1817 y cuyas obras completas aparecieron tres años después. En Madame Roland, cuyo recuerdo lo llevará a expresar su admiración varias veces en esa década, celebra tanto «las gracias seductoras de la mujer, la ternura maternal, [y] la fidelidad conyugal» como el «jenio mas pasmoso i [el]... amor de la libertad mas puro i elevado».81 Las primeras palabras que le dedica señalan su actuación política «a la cabeza del partido de la jironda.»82 Y lo primero que hace resaltar de Madame de Staël es también su influencia política, atribuyendo a su pluma buena parte de «la triste gloria» de haber derrocado a Napoleón. Por primera y última vez en estos artículos, como -que yo sepa- por primera y última vez en estos años (1839-45), Sarmiento reconoce la política como un terreno de acción legítimo para la mujer.

En un momento anterior de su recorrido a vuelo de pájaro por la historia de la humanidad, Sarmiento ha mencionado el porvenir de la mujer. En lo que sigue, se ve que considera que el futuro puede brindarle lo que no tiene ahora, aunque esto es precisamente lo que Margaret Fuller y otras ya le estaban reclamando para el presente: una existencia independiente, no relativa, o, para usar las mismas palabras empleadas por Sarmiento antes, la existencia de «un ser inteligente obrando para sí y por sí». Sarmiento ve en Corina, el personaje de Madame de Staël, una posible «profesía» o «promesa» de lo que vendrá:

Corina, viajando sin acompañamiento ni guardianes, paseando en triunfo por las calles de la antigua capital del mundo, coronada por sus talentos literarios como el Tasso i Petrarca; siguiendo los instintos de su corazón, sin miramiento a formas ni conveniencias del mundo que parecen que no existen en derredor de ella; Corina superior al hombre que ha querido preferir, i labrándose a sí misma su dicha o su desventura, ¿no será un vaticinio de la futura posicion que deparan a la mujer siglos mas arreglados, mas perfectos, mas iguales entre el fuerte i el débil, entre el hombre i la mujer, que el nuestro? La ilustre autora de esta creacion sublime de mujer, ¿no habrá adivinado con su penetracion i talentos el porvenir de su sexo, i al presentarlo sin antecedentes, sin revelar por entero su pensamiento, no habrá querido reirse de la estrañeza que causa a su siglo ver a la mujer tan libre como el hombre, obrando como él el bien i el mal por su propia cuenta? ¿Habría soñado para su sexo como el cuarto i último paso que resta darse en la sociedad, aspirar a la igualdad de libertad, de emancipación i de derecho?83



Al llegar aquí, Sarmiento contiene su evidente entusiasmo, escribiendo:

Por lo demas, abstengámonos nosotros de intentar descorrer el velo del porvenir. Hartas conquistas ha hecho ya para su época, i ocupando dignamente el lugar con que la sociedad la brinda, podrá ella misma abrirse el camino de nuevos progresos.84



Por un lado, una satisfacción conservadora con el presente, pero por otro, un reconocimiento de que puede ser la mujer misma, y no el hombre obrando de manera paternalista, quien puede abrir el camino85. Tratando incluso de defender el presente, añade que «[l]a libertad no es en todas partes un nombre vano para ella,» y procede a explicar que la mujer en los Estados Unidos ya goza de la libertad del movimiento. Para construir su argumento, recurre a copiosas citas de la novela Marie, ou L'esclavage aux Etats-Unis; Tableau de moeurs ámericaines (1835) de Gustave de Beaumont, compañero de viaje de Alexis de Tocqueville. La utilización de estas citas es curiosa porque Sarmiento las presenta bajo una luz enteramente positiva, mientras que en su contexto original («Les femmes,» el segundo capítulo de Marie) forman parte más bien de una comparación entre las francesas y las americanas que resulta desfavorable para éstas. Aquí, pues Sarmiento hace un elogio de las norteamericanas, basándose en un texto que no compartía esta intención86.

El cuarto artículo, y por lo tanto la serie, termina recalcando la nota conservadora y algo dieciochesca del primer artículo. «La mujer tendrá que respetar i someterse a las ideas del momento en que vive,» dice, y pasa a recordar los silbos del público que acompañaron el prestigio de los experimentos de Enfantin y los sansimonianos. Vuelve a enfatizar la misión de las mujeres: «niñas, esposas» y sobre todo «madres». Y amonesta una vez más a las mujeres «ignorantes» que no reconocen las graves responsabilidades que trae consigo la maternidad. Alecciona a las madres a darles a sus hijas, «en lugar de las cachemiras i los brillantes costosos», «pensamiento i reflexion», que no desaparecen con la edad87. Subraya este último punto, y así cierra su artículo con una larga cita sobre la diferencia de la vejez para la mujer «que ha despreciado sus mas preciosas facultades» y para «la mujer discreta i racional.»88




ArribaAbajoDesde 1842 hasta el Facundo

Las referencias a las mujeres geniales o excepcionales, al igual que a las mujeres escritoras, escasean entre los años 1842-45. Lo que predomina ahora es la visión edulcorada de Aimé Martin: una visión eminentemente burguesa de la mujer como ama de casa y ángel de la guarda, madre de familia, consuelo para los afligidos, depósito de la religión y símbolo y consumidora de los refinamientos estéticos en un mundo donde los hombres se dedican cada vez más exclusivamente a lo pragmático, o, como Sarmiento lo dice muy a las claras en un artículo de 1844, a la «riqueza» y al «poder»89. Consistente con esta visión, predomina también la insistencia en los instintos y la naturaleza de la mujer:

Una mujer inteligente por solo el instinto i la admirable disposicion de su naturaleza, sabe doblegarse hasta la condicion del niño, de cuyas pasiones participa su carácter... posee un caudal de conocimientos instintivos como el de las aves para el cuidado de su polluelos. La mujer ama a todos los niños, sin saber darse razón por qué... este es el instinto mas poderoso de que está dotada...

[...]

¡La educacion de la infancia i el alivio de los enfermos! Dos misiones de la mujer,... a cual de las dos mas natural i mas conforme con los bellos instintos de su corazon!90



Tal definición del papel de la mujer está sancionada, entonces, por la naturaleza, o sea, por la supuesta comprensión cabal de la naturaleza, que es la ciencia.

Otros aspectos de la llamada naturaleza femenina que Sarmiento reitera en estos años son el conservadurismo de la mujer, su religiosidad inherente y la noción de que su fe es su razón:

La piedad es el don inherente de la mujer; la fe, su razon, i la relijion, el depósito sagrado confiado a la pureza de su corazon. A la mujer está encargada la conservacion i la trasmision de las tradiciones i las creencias sancionadas. El hombre piensa, duda, discute, altera i reforma; las ideas cambian, i las instituciones i las leyes se modifican sucesivamente. Pero la costumbre marcha a paso mas lento, i en la costumbre que la mujer mantiene por el suave imperio que ejerce sobre la familia, está uno de los principios de órden que detienen la marcha de las ideas, que podría ser demasiado brusca i repentina sin este saludable contrapeso.91



En una serie de artículos que publica en diciembre de 1844 y en febrero de 1845, o sea, cuando ya estará pensando en su Facundo, Sarmiento es muchos más explícito respecto a lo que significa decir que la fe de la mujer es su razón. En estos artículos, titulados conjuntamente «Polémica con la Revista Católica sobre la obra de Aimé Martin», Sarmiento enuncia las declaraciones más conservadoras sobre la mujer que ha emitido desde su llegada a Chile en 1840. Aquí es hasta más conservador que Aimé Martin, quien había escrito que dirigía su estudio a las madres. Sarmiento, al sostener que el libro no es «para ponerlo en manos de las mujeres» porque «la discusión filosófica de las verdades sociales no se ha hecho para» ellas, se coloca directamente en el campo de Rousseau, quien en su Emile había escrito: «La recherche des vérités abstraites et spéculatives, des principes, des axiomes dans les sciences, tout ce qui tend á géneraliser les idées, n'est point du ressort des femmes».92 Sarmiento insiste en el tema:

...siendo las que forman las costumbres y las mantienen, deben recibir las ideas que han sido ya traducidas en hechos y que están fuera del resorte de la discusión. La mujer ha nacido para creer, y no para dudar ni investigar, y sería un triste presente el que se le haría llevando a su cabeza, impotente para abrazar las verdades abstractas, la incertidumbre y la duda... ella no piensa, sino que practica, y la fe en todas las ideas en que la han educado, le sirve en lugar de razón... 93



Se puede especular sobre el por qué un hombre que se ha entusiasmado tanto ante el genio de Madame Roland o de Madame de Staël ahora puede adoptar una actitud tan negativa respecto a la inteligencia de la mujer. Aunque probablemente no conociera la obra de Mary Wollenstonecraft, quien había defendido la razón femenina contra los ataques de Rousseau, sí conocía y apreciaba las obras de otras muchas mujeres escritoras. También, es probable que conociera aquella famosa defensa dieciochesca de la capacidad femenina escrita en su propio idioma, la «Defensa de las mugeres» (1739) del Padre Feijóo, que reconocía que la mujer podía igualar al hombre en las obras intelectuales además que en las hazañas de valentía y en la política94.

Es posible que la actitud expresada en los artículos de 1844 y '45 delate una contradicción en sus ideas sobre la mujer, cosa que no los haría en absoluto excepcionales. Es posible que creyera que la mayoría de las mujeres no eran capaces del pensamiento abstracto, pero que había excepciones. Finalmente, es posible, y yo diría más bien probable, que la actitud expresada en estos artículos respondiera en parte, como defensa táctica, al poder social de sus contrarios en esta polémica (el clero chileno a través de su vocero La Revista Católica) y también a la necesidad de distanciarse del reciente escándalo que se había dado en torno a la «Sociabilidad chilena» de Francisco Bilbao95.

Irrespectivo de sus motivos por dudar de la capacidad de abstracción de las mujeres, por estos años los estudios que recomienda para ella son más bien limitados y no equivalentes a los que habría recomendado para los hombres. Para las mujeres de las clases populares, a quienes quiere ver convertidas en obreras, aconseja un entrenamiento que las posibilite producir «la obra artística de manos».96 Este entrenamiento inculcará «métodos de trabajo bien meditados, bien calculados», que contribuirán á crear costumbres domésticas de un nuevo género, costumbres que por desgracia no tenemos, fundadas en el trabajo, fundadas en los intereses positivos; esto es, en el dinero lucrado, «á la manera que en Norte América».97 El objeto de esta educación es doble: hacer a las mujeres capaces «de labrar su bienestar por sí solas», evitando así que caigan en la miseria o la prostitución, y socializarlas según el particular modelo de desarrollo capitalista nacional que envisiona Sarmiento durante estos años98.

Para las mujeres de las clases elevadas, considera que la «[l]ectura, escritura, aritmética, relijion, gramática, jeografía, frances, ejercicios de estilo epistolar i otros ramos de enseñanza» no especificados son «un caudal suficiente de conocimientos preparatorios».99 A estos añade «las artes de ornato, que tanta importancia tienen para el bello sexo, i las graciosas industrias manuales que sirven para cubrir de flores los vacios que en su vida dejan el desahogo i la falta de obligaciones serias.»100

Hay una tercera categoría de mujeres sobre cuya educación no habla específicamente. Son las de la gente decente (capas medias para arriba) cuyas vidas no se caracterizan por «el desahogo i la falta de obligaciones serias». Son las que recibirán más atención en su libro De la educación popular (1849) y en su interesante artículo «Escuela normal de mujeres», de 1853, donde abogará por una enseñanza profesional mucho más rigurosa de la que había considerado suficiente en el caso de las desahogadas unos ocho años atrás101. Sin embargo, ya en 1843, se refiere a las maestras como categoría social cuando escribe que «la mujer es el único maestro competente de su sexo» y el mejor «maestro de la infancia», ya que «por solo el instinto i la admirable disposicion de su naturaleza, sabe doblegarse hasta la condicion del niño».102

En este texto de 1843 Sarmiento presenta el instinto como aliado de la educación, pero en otras partes es su adversario, el mismo peligro que necesita ser controlado por la educación. Esto se vuelve particularmente claro en la «Polémica con la Revista Católica», de 1844-45:

¿Dúdase acaso que debe educarse a la mujer para que eduque bien a sus hijos?... El que dude, lea la obra de Aimé Martin, y verá en ella que si han sido impotentes hasta hoy todos los esfuerzos intentados para exterminar los vicios y la inmoralidad de la multitud, es porque no se ha sondeado la llaga que está interiorizada en el seno de la familia: la incapacidad de las mujeres abandonadas a sus instintos y sin auxilio de la instrucción y de la educación moral, para formar el corazón y las costumbres de los hombres.103



La connotación de peligro que aquí se da a los instintos cobra aun mayor relieve si se considera bien la fecha de la llamada polémica: corresponde al período de gestación del Facundo. Efectivamente, en el mismo artículo de donde viene la cita anterior, se lee lo siguiente:

No hace cincuenta años que nuestras matronas no sabían leer, y hasta hoy la inmensa multitud de madres de familia que preparan esas masas populares de que depende la industria y la moralidad de la nación, viven en la más completa barbarie.104



Se comienza a vislumbrar que para Sarmiento, «las mujeres abandonadas a sus instintos» tienen bastante en común con las «masas populares». Son dos grupos que en su estado actual representan un peligro por estar demasiado cerca de la naturaleza y demasiado lejos de la civilización.




ArribaEpílogo: El Facundo de 1845

Aunque prefiero reservar la consideración detallada de la mujer en el Facundo para otra ocasión, aquí puede ser útil simplemente señalar cómo este libro recoge y confirma varias de las nociones sobre la mujer que Sarmiento ha expresado en sus artículos anteriores. A primera vista, puede resultar sorprendente el mero intento de hablar de la mujer en el Facundo ya que allí ella parece brillar por su ausencia. La única mujer del texto que tal vez se podría llamar «memorable» es Severa Villafañe. Sin embargo, la misma ausencia relativa de la mujer en este libro que quiere ser denuncia política y biográfica de una importante figura histórica confirma el prejuicio enunciado antes de que la mujer no «ejerce... una influencia... visible en la existencia», o sea, que «el suave imperio» que ella ejerce es «sobre la familia», es decir, dentro de la esfera doméstica pero no en la pública. Un libro que intenta iluminar cambios históricos apelando tanto a batallas, administraciones presidenciales y alianzas políticas, sólo va a asignar un papel muy marginal o accesorio a ese ser relegado al oscuro rincón de la tradición y el hogar. Esto resulta en que la inmensa mayoría de las mujeres que entran y salen tan rápidamente del texto figuran allí en su papel de madre, esposa, hija, hermana, querida, novia o pretendida. En otras palabras, figuran allí como apéndice del hombre.

Sin embargo, ya que la mujer suministra la primera educación moral «al tierno niño, que ha de ser mas tarde el hombre que forme la sociedad», cae sobre ella, en última instancia, la responsabilidad por lo que pasa en la historia105. Repitiendo un punto que hace varias veces Aimé Martin, Sarmiento había escrito en su «Polémica con la Revista Católica».

...[el libro de Aimé Martin] le hace soñar [al lector] en un mundo de ilusiones, en que la mujer obra con inteligencia de sus deberes de madre, con conciencia de los males o los bienes que ella va a hacer a la sociedad entera, según que de sus manos salga un ciudadano virtuoso o un bandido, porque el uno o el otro lo hace ella siempre.106



En el Facundo, la madre de Quiroga sólo aparece como víctima de su hijo, y no se le acusa de ser responsable por sus crímenes. La madre de Rosas tiene peor suerte. Dos veces se insinúa que los excesos del hijo se deben en parte a la rigidez y al fanatismo godo de su madre. Esta convicción de que las madres determinan quiénes serán sus hijos también ayuda a explicar el retrato tan positivo que Sarmiento hará de su propia madre en esa promoción de sí mismo que son sus Recuerdos de provincia.

La mujer, como accesoria al hombre, es también, pues, una medida a través de la cual se puede juzgar al hombre: el buen hombre tiene buena madre, y el hombre civilizado trata bien a las mujeres. Esto último es análogo a la tesis sostenida por Sarmiento e 1841 de que se puede conocer el grado de civilización alcanzado por una sociedad mediante el tratamiento concedido al sexo femenino. En cuanto a la conducta individual, tanto Rosas como Quiroga salen muy mal parados en el Facundo. Se le acusa a Rosas de haber precipitado la muerte de su esposa por una chanza brutal, y todo el texto se regodea en los abusos que Quiroga comete contra las mujeres, Severa Villafañe entre ellas107. En cuanto a las sociedades, la del gaucho y de la campaña pastora queda condenada, entre otras cosas, por la posición que tiene en ella la mujer. Hacia el final del primer capítulo, se habla de la distribución del trabajo entre los hombres y las mujeres del campo argentino. Aunque generalmente el texto asocia al gaucho con la barbarie, la descripción que se hace de la enorme desigualdad entre los sexos, en que la mujer del campo hace casi todo el trabajo y el hombre lleva una vida independiente y desocupada, recuerda más bien la que hizo Robertson de la vida salvaje y que Sarmiento reprodujo en su artículo de 1841.

Finalmente, cabe preguntar si la mujer en el Facundo cae bajo la rúbrica de la barbarie, junto con el gaucho y sus ídolos Rosas y Quiroga, los negros adictos a Rosas, y hasta a veces los execrados indios, cuando no se les reserva la categoría del salvajismo. Hay fundamentalmente dos tipos de mujeres en el Facundo las supuestamente civilizadas, que suelen ser señoras o señoritas y tienden a figurar como víctimas de la barbarie (ej. las tucumanas), y las malas y/o las populares que de alguna manera forman una alianza con -son parte de- la barbarie (ej. la madre de Rosas, la querida traicionera de Santos Pérez, las negras que apoyan a Rosas)108. Pero por encima de esta dicotomía obvia, que delata prejuicios políticos, raciales y de clase, hay una identificación, digamos, tal vez hasta inconsciente, con una larguísima tradición misógina que se ha cuajado en un lenguaje metafórico/mitológico y que asocia a la mujer con los terrores de una naturaleza descontrolada. Me refiero a las arpías, que una vez se asocian con Quiroga y una vez con Rosas, a la Medusa, cuya cabeza de serpiente se compara a la cabeza ensortijada de Quiroga, pero sobre todo, me refiero a la Esfinge, símbolo de Rosas, cuya sombra temible se extiende por toda la extensión del libro. La famosa Esfinge Argentina del primer párrafo de la «Introducción», «mitad mujer, por lo cobarde, mitad tigre, por lo sanguinario», inaugura el libro con una imagen poderosa de cómo la mujer no redimida por la civilización puede entrar en una alianza monstruosa con lo más destructivo de la naturaleza.





 
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