(Selección de textos de escritores
españoles exiliados en Cuba)
Edición de Jorge Domingo y Roger
González
A Manolo, Maite, Paco, Sònia,
Juan R., Sílvia, José Ramón, Juan E., Carlos,
Emilia... en fin, a los amigos del Grupo GEXEL, quienes han hecho
posible la publicación de este libro.
—7→
Introducción
El exilio republicano español en Cuba, cuya historia
aún está por escribir, apenas ha recibido atención por
parte de aquellos que se han dedicado a estudiar las consecuencias de la Guerra
Civil en España y su repercusión en Hispanoamérica. Si
bien han proliferado las investigaciones acerca de los desterrados que
marcharon a México, a Francia o a la Argentina, los que buscaron refugio
en tierra cubana, salvo muy contadas excepciones, han quedado al margen de ese
recuento y con los años ha ido sentando plaza el erróneo criterio
acerca de la irrelevancia del exilio intelectual hispano en la mayor de Las
Antillas. Lo más sorprendente, e indignante, es que en muchas ocasiones
esa valoración desacertada la hallamos no en textos publicados fuera de
la isla, lo que tal vez pudiera tener cierta justificación, sino en
ensayos con muy serias aspiraciones que han sido impresos en La Habana1. A tal grado ha
llegado ese nivel de desinformación que para muchos estudiosos de la
historia y de la cultura cubanas el exilio español en esta tierra se
limitó a la presencia temporal y poco fecunda de unos cuantos
escritores.
En el año 1989 se celebró en San Juan de Puerto Rico
un Congreso para conmemorar el cincuentenario del exilio republicano
español en la región del Caribe. De las numerosas ponencias que
se presentaron al evento, algunas de relevante calidad, sólo una
abordó el caso de Cuba y su autor, además de reiterar los
equivocados conceptos antes señalados, llegó a reducir
inexplicablemente el número de desterrados en esta isla a una cantidad
inferior a la centena2. De esa
forma, por no haberse abordado con profundidad y rigor dicho tema, se
desaprovechó una magnífica oportunidad de corregir este criterio
erróneo varias veces repetido y de hacerle justicia a un fenómeno
migratorio de carácter político que tuvo notable
significación para la cultura cubana.
Ante esta situación cabe preguntarse en primer
término cuáles han sido las causas que han provocado esas
apreciaciones tan poco objetivas. De acuerdo con nuestro
—8→
criterio
son varias, y la primera, la más importante, ya la
señalábamos en líneas anteriores: la ausencia de una
investigación seria y detallada acerca del acontecimiento que
significó el exilio español en Cuba. A esta razón
primordial pueden agregarse otras también elocuentes. El hecho de que a
este país no hubiesen arribado barcos cargados de republicanos
proscritos por las autoridades franquistas, como ocurrió en el caso de
México con el
Sinaia, de República Dominicana con el
Flanders y de Chile con el
Winnipeg, ha dado en creer que el número
de estos refugiados llegados a la isla fue irrisorio. En realidad fue
considerable, aunque estuviera lejos de alcanzar la cifra total de otras
naciones, y la diferencia estriba en que llegaron a suelo cubano en cantidades
más reducidas, desde antes de finalizar la Guerra Civil hasta varios
años después, en algunos casos procedentes de países
vecinos como la República Dominicana.
Por otro lado, y también a diferencia de México,
donde los académicos y escritores
transterrados lograron agruparse en
instituciones docentes o culturales como la Universidad Nacional
Autónoma y el Colegio de México, y así ofrecer un aporte
intelectual mancomunado, en Cuba los exiliados tuvieron que enfrentarse a
circunstancias muy distintas y poco favorables. No pudieron contar con el apoyo
planificado y constante del gobierno y se vieron obligados a obtener de modo
individual un espacio en la sociedad cubana. Esto propició la
atomización de sus esfuerzos, diluidos en un mar de aspiraciones
particulares, que ningún proyecto colectivo alcanzó a conjurar
plenamente. Como resultado de ese fracaso, para muchos pasó inadvertido
el fecundo quehacer de estos inmigrantes políticos. Otros argumentos de
igual peso pudieran agregarse también aquí.
Al hacer el análisis de lo que representó el exilio
español en Cuba habrá que comenzar por señalar en un
inicio la solidaridad demostrada por gran parte del pueblo cubano con la
República durante la Guerra Civil. La ayuda brindada al gobierno
legítimo de Madrid no se limitó en aquellos días al
envío de remesas de tabaco o de dinero, ni a respaldar las consignas
republicanas en las concentraciones públicas, sino que incluyó
también la organización de un contingente de combatientes
voluntarios que marcharon a España a defender con las armas la causa
leal. En comparación con el número de habitantes de la isla, este
grupo fue uno de los más nutridos que integraron las Brigadas
Internacionales.
Numerosas fueron las demostraciones de apoyo al gobierno
republicano que tuvieron lugar en Cuba durante aquel período. Testigos
de ese respaldo fueron el ministro catalán Marcelino Domingo, el
académico Fernando de los Ríos, el líder galleguista
Alfonso Rodríguez Castelao y el dirigente de los mineros asturianos
Ramón González Peña. Todos ellos, en sus respectivos
viajes a La Habana con el fin de recabar solidaridad, lograron reunir a
millares de simpatizantes y conocieron de primera mano el fervor antifranquista
que prevalecía en la población cubana. Ese
—9→
sentimiento no desapareció con el triunfo militar del General Franco en
1939; continuó vigente y se acentuó aún más durante
los años de la II Guerra Mundial3.
No fueron pocos los republicanos españoles que una vez
terminada la contienda manifestaron su deseo de buscar protección en
Cuba. A esta isla, donde radicaba una colonia hispana sólidamente
constituida y con una significativa incidencia en la vida económica y
social de la nación, ya habían comenzado a arribar desde los
primeros días de la guerra algunos refugiados. De seguro
existirían además estrechos vínculos familiares, de
amistad o de paisanaje que favoreciesen aquel impulso. Mas las condiciones por
las que atravesaba el país no eran favorables para la realización
de ese proyecto. Tras una etapa de intensa convulsión política y
de aguda crisis económica, cuyo punto más crítico
había sido la sangrienta caída del dictador Gerardo Machado en
agosto de 1933, Cuba se encaminaba entonces hacia un proceso de
normalización, cargada de traumas muy recientes y de agudas
contradicciones. La situación de la industria y del comercio era
compleja, existía un notable desempleo y también en aquellos
momentos retornaban a su patria muchos cubanos que se habían visto
obligados a marchar al extranjero ante la violencia política imperante
en los años anteriores.
Como resultado de esta difícil circunstancia, el gobierno de
Cuba tomó medidas para evitar un multitudinario ingreso de refugiados
españoles al país. Y ante esos obstáculos muchos de ellos
variaron su rumbo y marcharon a radicarse a otras naciones de
Hispanoamérica. Sin embargo, a través de distintos testimonios
orales o escritos hemos conocido que aquellas trabas migratorias muchas veces
fueron violadas por funcionarios cubanos deseosos de ayudar a los exiliados
españoles y algunos de ellos arribaron al país con documentos
falsos4.
Entre los desterrados que llegaron a Cuba en aquellos momentos se
encontraba un considerable número de académicos y profesores de
distintas universidades e institutos españoles que, por su compromiso
con la causa republicana, no tuvieron otra alternativa que escapar de la
represión franquista. Muchos de ellos, como es de suponer, intentaron
ingresar en el único centro de enseñanza superior existente en la
isla, la Universidad de La Habana, pero se vieron frenados por disposiciones
reglamentarias que limitaban la incorporación a sólo los que
fuesen ciudadanos cubanos y también, en cierta medida, por la hostilidad
de una parte del claustro universitario, temerosa de ser desplazada de sus
funciones docentes y movida por celos profesionales.
—10→
Sobre este
punto muy delicado, que ha dado pie al erróneo criterio de que la
universidad habanera le cerró el paso a los profesores españoles
del exilio, debe recaer la máxima profundidad en el análisis si
se desea llevar a cabo una justa valoración del problema. Para lograr
esto debemos tomar en consideración primeramente que la Universidad de
La Habana, como consecuencia de la agitación política del
país y de las demostraciones de rebeldía protagonizadas por el
estudiantado, había permanecido clausurada por el gobierno durante casi
dos años, hasta el mes de marzo de 1937. Tras una larga espera, los
profesores universitarios cubanos habían logrado volver a las aulas. El
funcionamiento general de este centro docente retornaba a la normalidad. Y casi
coincidiendo con ese momento tan esperado por el claustro es que comienza a
ocurrir el arribo a la capital cubana de los académicos
españoles. Si se conoce un poco el comportamiento del ser humano y su
considerable carga de egoísmo, al margen del nivel educacional obtenido,
podrá comprenderse entonces por qué una porción de
profesores no recibió con los brazos abiertos a sus colegas
exiliados.
Sin embargo, sobre la base de aquellas dificultades no puede
afirmarse de modo rotundo que la Universidad de La Habana hubiese estado por
completo vedada a su quehacer intelectual. Si bien es cierto que el ingreso al
claustro de enseñanza resultó muy difícil y sólo lo
alcanzaron al cabo de los años unos pocos, como el hematólogo
Gustavo Pittaluga y el economista Julián Alienes Urosa, a muchos se les
brindó amplias posibilidades de impartir conferencias, cursos en la
Escuela de Verano de la Universidad y ciclos de disertaciones con semanas de
duración. La revista de esa institución, notable por la calidad
académica de sus textos, les ofreció sus páginas a los
profesores exiliados y muchos de ellos le hicieron entrega de sus
colaboraciones. En el plano editorial, también es permisible decir que
bajo el patrocinio de este centro universitario se imprimieron algunos libros
de los
transterrados. Por último, queremos
agregar que en la sede de la Universidad de La Habana, gracias al acuerdo
unánime de los integrantes del Consejo Universitario, que dio su plena
aceptación, se llevó a efecto en septiembre de 1943 la Primera
Reunión de Profesores Universitarios Españoles Emigrados, donde
se dieron cita numerosos intelectuales residentes en distintas naciones de
Hispanoamérica. Todo esto demuestra que en nada había mermado el
respaldo de los cubanos a la causa republicana y que, en realidad, las
diferencias entre los académicos nativos e hispanos se limitaron a un
solo aspecto.
Como compensación a aquel deplorable suceso ocurrido en la
universidad habanera es posible citar la muy distinta actitud asumida por
algunas importantes entidades culturales, que abrieron sus puertas a los
exiliados y les facilitaron la tribuna necesaria para exponer sus
conocimientos, con lo cual le ofrecieron también un valioso servicio a
la sociedad. Entre ellas estuvieron la Institución Hispanocubana de
Cultura y el Instituto de Altos Estudios de la Dirección de Cultura del
Ministerio de Educación. En la primera, bajo la dirección del
eminente polígrafo Fernando Ortiz,
—11→
entre otros muchos
disertaron los poetas Juan Ramón Jiménez y Manuel Altolaguirre
sobre poesía española; la pensadora María Zambrano acerca
de la situación de la mujer en los siglos anteriores; el historiador
Claudio Sánchez-Albornoz en relación con el pasado de
España y el archivero Jenaro Artiles sobre una disciplina apenas
estudiada entonces en Cuba: la paleografía. Con respecto a la segunda
institución, el Instituto de Altos Estudios, para demostrar su
solidaridad con los profesores exiliados baste destacar que, de los diez
primeros conferenciantes invitados a usar de la palabra en su sede, cinco eran
republicanos españoles: María Zambrano, Joaquín Xirau,
José María Ots Capdequí, Vicente Lloréns y Claudio
Sánchez-Albornoz.
A pesar de sus nobles intenciones, estas entidades eran
insuficientes para proporcionarles a los desterrados un ingreso monetario
estable y decoroso, pues no disponían de un capital suficiente para
lograrlo. En manos de los gobernantes de la época estuvo la posibilidad
de buscarle una solución a este problema y crearles a los
académicos exiliados un espacio adecuado y digno donde pudieran
desarrollar su labor docente. Sin embargo, nada se hizo en ese sentido y se
desaprovechó una excelente oportunidad de enriquecer tanto el sistema
educacional cubano como la cultura general del país. Años
después, al crearse en Santiago de Cuba la Universidad de Oriente, se
dio cabida en su claustro a varios profesores desterrados, como el ensayista
Juan Chabás, el pedagogo Herminio Almendros, el jurista José Luis
Galbe y el químico Julio López Rendueles; pero ya entonces otros
educadores de sólido prestigio se habían marchado de la isla en
busca de mejores condiciones. Aquellos que decidieron permanecer en Cuba
intentaron por su parte abrirse paso en colaboración con profesores
cubanos, fundaron algunos centros docentes como La Escuela Libre de La Habana,
inspirada en la española Institución Libre de Enseñanza,
con el fin de proporcionarle a la sociedad cubana un centro docente basado en
postulados pedagógicos renovadores. A pesar del esfuerzo derrochado,
ninguno de estos proyectos educacionales logró consolidarse y los
educadores españoles se vieron en la necesidad de ingresar en colegios
particulares, convertirse en maestros privados a domicilio o incorporarse al
periodismo escrito o radial.
En suelo cubano estos inmigrantes políticos fundaron
distintas organizaciones de carácter cultural o partidista y
consolidaron otras ya establecidas con anterioridad por miembros de la colonia
hispana de ideales progresistas. También dieron vida a publicaciones
periódicas como
Nuestra España y
La Verónica y, en sentido general,
tomaron parte activa en el acontecer cultural y político del
país. A diferencia de los contingentes migratorios procedentes de
España en décadas anteriores, caracterizados por el bajo nivel
educacional de sus miembros, muchos de ellos aldeanos de Galicia o de Asturias,
en éste encontramos una elevada preparación intelectual. En sus
filas existieron escritores, científicos, abogados, periodistas,
arquitectos, historiadores y, en conclusión, profesionales muy bien
formados.
—12→
El triunfo revolucionario ocurrido en enero de 1959, que
estremeció e hizo variar todas las estructuras de la sociedad cubana,
significó el fin de una etapa y el comienzo de otra nueva para el exilio
español en la isla. En desacuerdo con las medidas radicales tomadas por
el gobierno, un grupo considerable de desterrados decidió emprender por
segunda ocasión el camino del éxodo y abandonó el
país después de haber permanecido alrededor de veinte años
en él. Como respuesta a ese proceder encontramos el caso de otros
exiliados que, movidos por las simpatías hacia el sistema comunista
implantado en la isla, se trasladan a ella procedentes de otras naciones
hispanoamericanas o de la Unión Soviética con el objetivo de
participar en la consolidación del proyecto social que habían
soñado para su patria. En la historia del exilio republicano
español en Cuba también le corresponde un lugar a este
último contingente procedente de un tercer país, pues sus
miembros no habían perdido la condición de luchadores
antifranquistas desterrados.
Al establecerse un balance final del aporte ofrecido a la sociedad
cubana por el exilio español, no puede dejar de destacarse que el saldo
resultó muy positivo. Sin entrar a comparar los beneficios que
prodigó en otras naciones como México, es innegable que en los
aspectos literario, artístico, académico, científico,
periodístico y pedagógico, entre otros, aquel fenómeno
migratorio dejó una huella valiosa en Cuba. Precisar estas ganancias y
hacer un estudio de los exiliados más útiles al país
constituye hoy para los cubanos el pago de una deuda de gratitud.
Con el fin de ofrecer una muestra de la labor literaria
desarrollada en Cuba por los escritores españoles exiliados y patentizar
así, de modo concreto, la trascendencia de su actividad creadora, hemos
seleccionado varios textos, de diversos autores, pertenecientes a los
géneros de poesía, cuento, testimonio y ensayo. Por razones
elementales de espacio, nos hemos visto imposibilitados de incluir
también otros géneros como novela, teatro y periodismo, que de
igual forma fueron cultivados por ellos.
Por motivos de interés temático y para corroborar la
condición de emigrantes políticos que estos escritores
sustentaban, hemos decidido elegir preferentemente textos que, además de
ostentar una calidad literaria, se refieren de algún modo a la Guerra
Civil Española o a la experiencia del destierro. No hemos tomado en
cuenta para la selección aquellas obras que estos autores publicaron
cuando se hallaban fuera del territorio cubano.
Confiamos en que este muestrario contribuya a entender en su justa
medida el aporte de los exiliados republicanos españoles a las letras
cubanas y al mismo tiempo ofrezca un testimonio más del valor
intelectual de aquella España Peregrina llegada a Hispanoamérica
como consecuencia de la contienda civil.
Nube temporal, La Habana,
Imprenta La Verónica (El Ciervo Herido, 2), 1939.
—16→
José Álvarez-Santullano
XXIV
Son tus gentes, España,
guerrilleros
agónicos de fe; tus estudiantes,
tus labradores y tus trajinantes
y tus pastores y tus rastrojeros.
Ese ejército, en fin, con los obreros
5
que hoy del mismo modo que endenantes
han sido, en mancomún, los fabricantes
de Iberia con su espiga y su lucero.
Ellos avanzan, ¡vedlos!, ola humana
para la paz unida, guerreando
10
sin la guerra querer, por infrahumana.
Ellos avanzan, ¡vedlos!, elevando
de Paz Universal y Soberana
la bandera mejor. ¡Vienen cantando!
XXVII
Arma ninguna como tu fiereza,
tu dignidad de antigua Comunera
multiplicada ahora con la obrera
capacidad de lucha y entereza.
Tallada estás, España, en una pieza
5
de honestidad humana tan entera,
que la asesina voluntad artera
vencida quedará por tu nobleza.
Mares y rocas, ríos y montañas
armas podrían ser de las Españas
10
el cuarzo, el pedernal y la traquita.
Mas donde fallen río, monte o roca,
el grito imprecatorio de la boca
indómita explosión será, infinita.
—17→
XXXII
Ese mañana sólo una voz
tiene
y una sola doctrina, un solo fuero;
que como el agua, hija del nevero,
el alma de sí misma se sostiene.
«Libertad, nada más -la voz previene-
5
con libertad de aire, de lucero,
de río labrantín, de mar viajero
que va a la libertad y de ella viene.»
Este críptico grito, ese aforismo,
dadivosa consigna estremecida,
10
bien claro nos ordena y nos advierte:
España desde el cielo hasta el abismo.
Para todos, España, hasta la vida.
Para todos, España, hasta la muerte.
Y quien quiera perderte,
15
España de lucero, trigo y rosa,
propia muerte ha de hallar, ignominiosa.
Gibraltares (Poema en
sonetos), La Habana, Ediciones España Republicana, 1954.
—18→
Luis Amado Blanco
¿Quién? ¿Quién te dio la
mano aciaga
para el salto último?
¿Quién te acorraló en la esquina
que se pliega para no abrirse jamás?
¿Por qué aquella gitana que te leyó la
mano
5
no te dijo que la cerraras a la traición?
Cuentos de romería
bajo el palio morado de lo ignoto.
Tu mirada, frente al negro cero de las pistolas,
bebió el lamento de tus pañuelos
10
de tres picos que te decían ¡adiós!
Techos encalados de consonantes se posaron
sobre tus hombros,
y, Tú, altivo, los consolaste
dándoles el ramo de laurel
15
que un brazo te ofrecía por la ventana
llena de astros de juguete.
¿Qué deseaban los intrusos? El gallo
estaba mudo de traición
y no podía cacarear por vez tercera.
20
Tú eras lo que eras.
Tú guardabas la llama,
Tú guardabas el incienso
y el cofre no se abría sin tu llave.
Tú tenías el secreto,
25
y se iba contigo
sendero adelante con la flor de la copla
encendida en el horizonte.
¡Ay, amigo perdido! ¡Estrofa perdida!
¡Lavanderas de crítica rancia
30
con espuma de pueblo viejo!
¡Ay, siglos extraviados
que, Tú, recogías entre las margaritas de los
campos
para deshojarlos entre las orejas de los niños!
¡Ay, mudez de la esfinge! ¡Ay, veneno
tumbado
35
al sol en lo alto de la pirámide!
—19→
¡Ay, timón de los rumbos
sobre el azul ridículo de un mar sin alma!
¡Ay, chaquetilla de torero!
¡Ay, faldas de lunares sobre un mosaico
40
manchado de sangre
y bajo la vigilancia de una chistera!
¡Ay, Dios de Dios!
-No hay grillos serrando mi presente-
¡Ay, llanto del hijo y soportal de la esposa!
45
¿Por qué sube así la marea de mi
desesperanza?
¿Por qué este abandono de mis
lágrimas?
¡Ay, mi ayer, nuestro ayer, naufragado
en una ola sin puerto!
¡Ay, Federico García Lorca, recuerdo ya
empinado
50
sobre lo que nunca ha de volver,
deja que queme mi desesperación,
y mi impotencia,
en el lugar de nuestra cita
a la que no asistirás!
55
Fragmento de
Poema desesperado (A la muerte de Federico
García Lorca), La Habana, Editorial Ucacia, 1937.
Añoranza
¿Quién sabe de los tristes que se
pierden
en el fragor, sin sueño, de la espera?
Algo se quedó atrás: humo de
pájaros,
chimenea de grises y gorjeos,
aquella flor de almendro amanecida,
5
la sonrisa de paz sembrada a vuelo,
Dios guarde y la acompaña, en el ocaso.
Algo. ¿Quizá yo mismo? El mar es sabio,
y astuto y viejo, de barbada espuma,
y nos da la limosna de su tránsito
10
para hurtarnos el agua de los ojos.
-Ojos ya sin mirada ni presente,
pozo seco con piedras de pasado.
—20→
Hilar de torres ya sin sangre, muertas,
sin cruz sin horizontes ni plegarias.
15
Y sin embargo... Y sin embargo, es dulce
ir arañando aquí, en el propio pecho;
sentirse soledad, vacío, sombra,
el centro de uno mismo y nada más.
Llegarás aroma gitano
20
con tu cara pintada de caminos
a ver mi mano comida de limosnas.
¿No es así, madre, claustro de virtudes
no es verdad que no importa, si llevamos
el corazón de pie sobre la cumbre
25
del pañuelo que dijo adiós un día?
¡Pasad, pasad, hombres de prisa y lodo,
no entenderéis mi lengua ni mi llanto!
Yo tengo un río que me da su música,
y un pino verde allá en mi tierra amada.
30
Yo también fui feliz. Lo somos todos
algún instante huido de la luna:
hay un color... un beso..., un trino suave...,
una risa mordiendo la manzana...,
un no volver la cabeza hacia atrás...
35
Por eso, hombres de fiesta, sin los nudos del viento
seguid firmes marchando sin insultar mi llaga.
Yo tengo ya bastante con recoger mi lluvia.
¡Madre, amor de tus brazos,
el niño aquel que se extravió en el
bosque!
40
Me senté junto a su tronco
a ver si me consolaba.
Todo debiera estar allí: la mano, el hijo,
fresco rocío de la noche pura,
la caricia amansada de milagros,
45
el corazón de miel sobre la mesa.
—21→
Todo debiera estar. Hasta yo mismo
erguido, fuerte, sin temblor, pensando,
hasta dormir el sueño de mi vida,
hasta dormir, dormido en la esperanza.
50
El buen amigo aquel de pan y leche,
silabario de sumas y de amores,
la puerta que entornamos
para que entrara, cauto, aquel lucero.
La pradería, el gallo, el precipicio,
55
el perro melancólico y profundo,
la canción enredada de cortejos,
el libro, por la espera desvelado.
Todo debiera estar y no está nada...
¡Seguid, no preguntéis! Vuestra
alegría
60
debe ignorar la dicha de lo amargo,
el volver hacia atrás cuentas y glorias
¡madre mía, tu rezo por mis venas!
Lágrima que vas y vienes
como las olas del mar.
65
Romero sin capilla. Romero sin retorno,
hacia un pueblo con cruces y veredas,
donde espera la ley de las cenizas,
donde afila la daga y duerme el crimen
su asechanza fugada de la selva.
70
¡No volveré! Seré desde este
instante
fruto de esta pasión ya sin reflejos,
agarrado al crucero de mí mismo,
agitando el acero de mis posos.
Nadie parió el pecado. Fue la furia;
75
aquella brisa que se alzó del miedo;
el sol, vendido en el mercado lóbrego,
de los avaros por la encrucijada.
¡No volveré! Dejad que en tanto piense
y escarbe en el aroma, levantando
80
este dolor de ser orilla quieta
hacia el mar, un segundo inolvidable.
—22→
¡No volveré!
Aroma que lleva el aire,
Madre,
85
¡aroma que ya se fue!
¡No volveré!
Claustro; poema, La Habana, Editorial
Ucacia, 1942, pp. 31-35.
Nápoles
I
Despierta, Tú, despierta.
Despiértate, Tú, Nápoles. He
llegado.
Voy a pasar bajo el dintel florido.
Y aquí a tu vera, resto
todo aquel tiempo de mi vida, exhausta,
5
sólo un triste pasar. Un alma errante
a la que sonreían las doncellas.
Despierta, por favor. He tardado mil años
y ahora estoy aquí, no me impacientes.
Enciéndeme tu sol, tu litoral de barcas
10
y avisa a tus mujeres
para que me saluden desde el balcón más
alto.
Sus ojos misteriosos matizados
por una grácil brisa milenaria.
Es cumplir un proyecto, ensayar mil figuras,
15
saludar de mil modos al destino
darle cuerda a la vida antes que llegue
por fin la madrugada.
Entrar en ti como yo ahora entro,
como entra la espada en su vagina.
20
Por todas tus ventanas a la vez,
por ninguna,
tapiadas de palomas.
Por las que son y no serán ya nunca,
tumbos de espejo, estrellas de la arena,
25
por las de la tierra y las del cielo,
por las del mar, tapados los oídos.
—23→
Quiero un vaso de vino, y de veneno
y esa puerta de escape que da al ayer remoto.
Llegué hasta aquí, olvidado de mí
mismo
30
niño feliz, un sueño aquí en la
diestra
y en la siniestra
un globo azul volando nube arriba.
Despierta amor, despierta. Un dios recita
una estatua de mármol solitaria.
35
El río es río, el monte siempre monte,
y yo, tardío Nápoles, penetro
levantando mi voz para decirte:
-Hasta el fin de los siglos.
II
¿Dónde terminas Tú, Nápoles
mágico,
40
transparente y eterno: mármol, brisa,
y empiezas Tú, ciudad verde y plebeya
traspasada de coitos y blasfemias?
(Te sueña el litoral. Dos mil cipreses,
cien kilómetros de arena y cien de espuma.
45
Las barcas hacia el Sur. Canto nostálgico
precediendo la estancia de los dioses
en busca de un amor entre las rocas.)
Así de pronto, Tú, Nápoles
mío,
ropa puesta a secar sobre las calles,
50
cantas desesperada mientras paso
y voy de ayer al hoy, de fuera a dentro
y del hoy al mañana que no llegó,
como si Tú, escenario de mentiras,
me mirases de pronto los zapatos.
55
Pero no importan estas deducciones,
estas preguntas de ocasión, torcidas.
Yo debo entrar en ti, ser lo que eres,
gritar contigo sobre mi nostalgia.
Dejarme apuñalar en tus portales,
60
descubrir el escudo que no logra
defender a mi pecho de la muerte.
—24→
III
¿Cómo es posible este renacimiento,
Nápoles,
del amor y del odio mil veces repetidos,
llegados hasta mí del brazo de la muerte
65
con sus caballos negros empenachados por la sombra
de tus calles?
¿Cómo es posible este vagar buscando,
este encontrar amor, encontrar muerte,
volver la espalda y sonreír seguro?
70
No lo sé. Y sin embargo lo he adivinado
siempre,
desde mi adolescencia atormentada
pensando en ti como en puerto seguro.
O lo soñé tal vez. Aquella niña
cantaba sus canciones enhebrando
75
un recuerdo de soles y monedas
en tu puerto poblado de chiquillos.
Pero es igual. No importa. Yo presentí tu
encanto,
tu fuerza vigorosa, tu nostalgia
de ti misma, tus locuras de seda
80
y de carne marmórea y palpitante.
Y hasta temí llegar, pero no temo
a pesar de esta hora desmañada.
He visto a Fausto y me ofreció su pluma.
Yo le ofrecí mi sangre y he firmado.
85
Ahora me voy en pos de Margarita.
Tardío
Nápoles, La Habana, Colección Contemporáneos de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba, 1977, pp. 87-92.
—25→
Bernardo Clariana
Cercada soledad
I
1
Tuya sola es la voz, de nadie más ahora
que una niebla de muertos se extiende por los campos,
y los astros señalan bajo un cielo de fuego
nuestro humano destino de infeliz existencia.
Volverán vanamente las primaveras
límpidas
5
proclamando en la tierra su perfumado oficio;
nuevamente el estío madurará sus oros
acunando un calor hasta otoño de frutos.
Con pie nevado invierno pisará los sembrados.
Desdeñoso es el paso de su alternado curso
10
ante el dolor humano que tiembla en abandono.
Solitario está el hombre como un planeta
inmóvil.
Inútil es el tiempo para tejer olvidos
-otoño de memorias que sus ramas desnuda-
si rinde el corazón sus juveniles sueños
15
la tierra en cambio abonan desengaños
lentísimos.
Diferente es la voz que conmueve a los hombres
y no logran palabras expresar nuestro anhelo.
No cabe compartir este recuerdo oscuro
que la sangre estremece, a los ojos invade.
20
No les salva a los hombres ni en su inmediato sino
ese dolor común que organiza a las gentes
hacia una estrella izada por numerosos brazos
o una felicidad que no distingue labios.
Lamentable es el hombre sometido a destierro
25
si no es igual la rosa que ven los mismos ojos
ni la voz se entrecorta ante entrañables
nombres.
Únicas son las lágrimas que anegan sus
pupilas.
Solitario conduce el pastor sus rebaños
y las puertas se cierran a las nocturnas sombras.
30
Así pasea el hombre su soledad terrestre
conduciendo sus penas por los llanos del pecho.
—26→
Palmas cual tierra muestra, ojos como lagunas
señales son purísimas de su común
estirpe;
no niega sus raíces ni el aire compartido
35
que como espacio ramas posible su voz hace.
II
Mas escuchad su duelo: de recuerdos
tiernísimos
o indecibles vergüenzas la misteriosa niebla
de su alma se ha formado como un rubor que tiembla
por proferir el nombre de la flor que lo tiñe.
40
Si los ríos se buscan para sumar sus cauces,
agrándanse las nubes hasta negar sus bordes
y los campos prescinden de sus antiguas lindes,
imposible es que el hombre su soledad comparta.
Pasará solitario por los duros oficios,
45
ciudades como fábricas y puertos cual barandas
por donde asoma el pecho emigrante del hombre
hacia un país que espera su muerte o su
derrota.
No pueden las banderas sustituir la luz,
las estrellas no logran mirar como unos ojos
50
ni el grito de las gentes valer por ese nombre
que los seres profieren en medio del delirio.
Hay manos sepultadas cual raíces de cuerpos,
pupilas en lo oscuro llorando inmensamente,
tempranísimo luto por el odio ordenado
55
que vence una bandera que despliega la sangre.
Decisiva es la lucha que exige nuestro nombre
y golpea las sienes con sombríos mandatos;
enclavado está en ella nuestro gran infortunio
turbando hasta la sangre de su soledad clara.
60
Mas volverá la voz a la canción
tranquila
y el humano concurso a estimular los campos;
de nuevo las guirnaldas colgarán viejos
troncos
y trabará el amor sus disputas más
tiernas.
¿Pero está entre nosotros su misterioso
nombre?
65
Vivimos en ausencia sin rozar nuestros cuerpos
—27→
perdidos entre gentes que viven su destino:
así pasea el hombre su soledad terrestre.
No comprende la vida esta pena inmutable
ni ese lento sollozo que a los hombres aísla.
70
Tal pasan sus estruendos al borde de los ojos
dejando una amargura indecible y tristísima.
Soneto 17
A la memoria de
Gabriela.
Fue en España -¿recuerdas?- de
otoñales
visiones el paisaje y de cipreses,
setiembre de Biar entre los meses
de más maduro amor que sus frutales.
Melancólicos días provinciales,
5
horas de paz paciendo como reses
la pastura amorosa de las mieses
verdes de juventud y ya mortales.
Rebaño de los días perdidizo,
horas altas, campanas obstinadas:
10
muy alto el tiempo va y honda la pena.
¿Qué fue de nuestro ayer tan huidizo?
-Dolor en pie y almácigas calladas
que fueron antes árbol, miel, colmena.
Las estaciones desoladas
Elegías en la Guerra de
España
Primavera
Elegía a unos muchachos muertos
¿No podrá tanto abril devolver a esos
cuerpos
de la tierra que oprime sus huesos como ramos
si el tiempo bastó para teñir su sangre
con el fuego que abrasa las venas que recorre?
5
No llegó su deseo en su rubor ardido
a ese punto en que ocurre el oscuro abandono
—28→
que los miembros ahoga de raíces hinchadas
sobre la esposa quieta en el goce rendida.
No la mujer que guarda el sueño de su vientre
10
ni la amante engañosa que la carne impacienta;
no dejan su memoria adolescentes días
sino lutos larguísimos de inconsolables madres.
Empujan a las hierbas y mueven los arroyos
sus enterrados sueños de pastores
tiernísimos;
15
ni sus cuerpos murieron como no muere el agua
o la nube aunque ofrezca su lluvia a la sequía.
Más que muertos parecen dormir bajo los campos
este abril que ya anuncia nuestra paz o la muerte.
No vivimos nosotros pensando nuestro sino
20
como no mueren ellos soñando bajo tierra.
Allí están en un tiempo sin principio y sin
término
entre ovejas difuntas con los ojos abiertos
junto a un río que pasa su espejo innumerable
de sumergida luna o luminoso llanto.
25
No son con ser tan tristes feísimas sus muertes;
la primavera pasa sin ojos que la miren
dejando entre las hojas un tibio olor a cuerpos
con sudorosas frentes en inocentes juegos.
Vendrá la paz de nuevo; las novias
llevarán
30
las desbordadas ánforas al altar de los
héroes
cuando las tardes mueran temblando los senderos
una fragante estela de vestidos y cánticos.
Solamente el hogar cerrará su tragedia
cavando su silencio en los ojos hundidos
35
y en ese plato menos de la familiar mesa
que cuenta humanamente el doméstico luto.
En las alcobas viven del dolor más oscuro
apretando sus sombras al costado materno
sin que turben su sueño transcurrido entre
insomnios
40
los llantos de las nueras con sus gritos de celo.
Ardiente desnacer. Testimonio
poético, La Habana, Ediciones Mirador, 1943.
—29→
Juan Chabás
Árbol de ti nacido
Crecer siento profunda y dulcemente
hacia dentro del tronco de mi vida,
una raíz de savia renacida
que en ti tan sólo encuentra tierra y fuente.
¡Oh, qué intenso fluir, qué ser
presente
5
el ansia renovada y sin medida
que estalla a cada instante, y sin herida,
me inunda de una sangre más ferviente!
¡Oh, tierra y cielo y flor y rama nueva,
árbol de ti nacido ya en la cumbre
10
del monte de mis días a deshora!
¡Hasta el más alto tallo, sube y lleva
tu savia radical la ardiente lumbre
de este amor mío en rumbo hacia la aurora!
Toro de sangre
Pido a la luz más vida mientras ríos
de oscura angustia, aviso de tu muerte,
cauces de horror para los ojos míos
cavan al alba. ¡Oh, sí, vivir por verte
toro de fuego y alma! Entre los fríos
5
aceros que te hieren, tú, más fuerte
de sangre haciendo luz, fulgor de bríos,
incendia el pecho al que te piense inerte.
Oigo bramar tus iras por las tierras
de robles y nogales y encinares,
10
donde los hombres son arcilla y roca.
¡Oh toro de reyertas y de guerras!
Toro de gloria y cumbres entre mares:
¡oír tu sangre hirviéndome en la
boca!
—30→
Canto a mi soledad
Canto a mi soledad, a este silencio
que me envuelve. Y a este arenal de leguas
que ya no tiene cielo, mar, ni prados,
playa, nube y frontera.
El mundo es una exacta
5
geografía concreta
y siento el sitio que sobre él ocupa
mi anhelo de aire y tierra.
Yo sé que día a día me
acompañan
con una misma sangre en su bandera
10
millones y millones de hombres y mujeres
que cruzan el planeta
horadando caminos de futuro
y de paz por la tierra.
Me llaman con sus voces y yo les doy la mano
15
y una común promesa
nos enlaza la sangre
y paso y pensamiento nos gobierna.
Y de China hasta España
desde la Unión Soviética
20
a estas tierras de azúcar y palmeras
nos decimos ¡Salud, hermano y camarada!
Pero no es ésta, no es ésta
la compañía que me falta.
Canto mi soledad estrecha,
25
desamparada frente, mano sola,
palabra sin su luz, que nace muerta,
amante en cartulina, patria en mapa
y casa sin la llave de la puerta.
Canto a mi soledad y a este silencio
30
en donde sólo suena
la desolada sombra arrodillada
de mi pena.
Mi pequeño país abandonado
al borde de la arena
35
—31→
nace del mar, temblor de luz y espuma,
y por la primavera
florecido de almendros, o al estío
ebrio de zumos moscateles, sueña
navegar como un ala
40
o hacer del monte esquife y vela
hasta alcanzar la orilla
de donde cazadora desde Grecia
llegó Diana para darle nombre.
Hoy no puedo siquiera
45
evocar la delicia, el dulce tacto
de un membrillo dorado de mi huerta
ni el sosiego y la sombra
del pino o de la higuera.
Mi casa ya no es mía
50
con su abrigada Paz, su llar paterna;
está en ajenas manos
robada planta y planta y piedra y piedra.
¡Oh, malherida España!
¡Oh, malherida España!
¡Te persigue la muerte hora por hora!
Labra surcos de duelo por tus tierras
una espantosa sombra
de horcas y de rejas,
5
mientras la sangre grita y llora
por tus ríos y valles.
Mas las hachas no pueden en tus rocas,
ni doblegan al hombre.
Se pone en pie tu historia
10
como un roble sagrado, y en sus ramas
canta el viento en las hojas
la canción de una mañana
de libertad heroica.
¡Oh, malherida España, desgarrada,
15
despedazada toda, y sin embargo entera;
crujiendo de energía salvadora,
—32→
abrazada a tus hijos,
erguida de pasión entre las horcas
mientras grita tu sangre por los montes
20
y entre los valles llora!
¡Oh, mi España lejana, perseguida
por furias de la muerte hora tras hora;
de cielo y tierra y mar y monte y llano
mis ojos llenos, hacen luz la sombra
25
de este dolor que espera y clama y alza
tu cumbre entre las manos con tu gloria!
Árbol de ti nacido,
La Habana, Editorial Lex, 1956.
—33→
José Luis Galbe
Antes que en Lídice...
En Cataluña hay un pueblo,
Santa Coloma se llama.
Nombre campesino y dulce
como la miel de la Alcarria.
El escudo de la villa
5
es una paloma blanca.
Manejando terremotos
y huracanes de metralla,
un quintal de dinamita
por cada metro de zanja,
10
baterías de cañones
por cada fusil de España,
y por cada avión nuestro
una escuadrilla alemana;
cambiando el cauce a los ríos,
15
borrando pueblos del mapa,
arrasando veguerías
y allanando las montañas,
invulnerables, cobardes,
asesinando a mansalva
20
en sus orugas de acero
la flor del fascismo avanza.
En Cataluña hay un pueblo:
Santa Coloma se llama.
Allí nadie tiró un tiro,
25
allí nadie plantó cara,
allí no había un soldado,
un fusil ni una alambrada,
sólo los críos curiosos
y las viejas desdentadas
30
y payeses cachazudos
que no se meten en nada.
Los chavales no sabían
quiénes eran los que entraban,
si eran rojos o amarillos,
35
si de Italia o de Alemania.
—34→
Militares que se fueron,
militares que llegaban...
Salieron a ver la tropa
a las puertas de sus casas.
40
Se asomaron garabatos
de senectud a las ventanas
y los hombres cachazudos
se acercaron a la plaza
con una sonrisa humilde
45
y una mano levantada.
Los fascistas empezaron
a saquear las moradas,
el vino de las bodegas
y el dinero de las arcas.
50
El pueblo estaba vacío,
vacío de vida y de alma.
El pueblo se había ido
huyendo de la canalla
hasta el último rincón
55
libre de la sucia baba.
Los legionarios volvieron
con una mueca de rabia,
sin premio para su triunfo,
ni presa para sus garras,
60
sin vino para su sed
ni mozas para sus ansias:
sólo los chicos curiosos
y las viejas desdentadas
y payeses cachazudos
65
que no se meten en nada
¡fracaso de carne inútil
para una busca tan larga!
De pronto con todos ellos
hicieron una redada.
70
Moviéndose con blasfemias
y empujones de culatas
hacia las eras del pueblo
como a un rebaño los sacan.
Los críos llaman sus madres,
75
—35→
las viejas sus nietos llaman
y los payeses medrosos
ya los dos brazos levantan.
Los llevaron a las eras
a trillarlos con metralla.
80
¡Doscientos cincuenta cuerpos
fueron la trágica parva!
Dante y Goya en las alturas
los ojos se desencajan
y Nerón en el Infierno
85
de horror la cara se tapa.
Ni lágrimas ya nos quedan
para la siniestra hazaña,
ni mares de amargo llanto
para llorarla bastaran.
90
Pero ¡grabaos el nombre,
españoles de mi raza,
catalanes silenciosos,
vascos sin miedo y sin patria,
gallegos de pasos lentos
95
y de miradas lejanas,
hombres secos de Aragón
y de Castilla la brava,
andaluces, extremeños,
hidalgos de la Montaña,
100
asturianos, levantinos,
de punta a punta de España!
¡grabaos bien ese nombre
en lo profundo del alma,
en los tuétanos más hondos,
105
en la hiel de las entrañas,
en donde nadie barrunte
que haya memoria de nada,
donde no pueda el olvido
llegar con su esponja blanda,
110
donde se incuban los odios
y se acunan las venganzas!
El escudo de la villa
es una paloma blanca.
—36→
En Cataluña hay un pueblo:
115
¡Santa Coloma se llama
1939.
Canción del vencido
¿Qué temes?
No temo nada,
ni la vida negra, ni la muerte blanca.
¿Qué quieres?
No quiero nada,
5
quisiera un silencio color de malva.
¿Qué piensas?
No pienso en nada...
En una calleja por donde pasaba...
¿Qué esperas?
10
No espero nada...
Que se abra una puerta... que llegue una carta...
¡Piensa! ¡Quiere! ¡Espera!
Todas las mañanas,
con sol o con lluvia, los pájaros cantan.
15
1940.
Malecón
Solo, quieto, callado, frente a la mar tendido,
envuelto en una tenue neblina de recuerdos.
El cielo estaba inglés, monótono y
sencillo.
Yo estaba sano, suave, plácido como un muerto.
Dos olas lentas, grandes, grises, de mal domingo
5
sacaban a su olita pequeña de paseo.
El parque columpiaba docenas de negritos.
Silbé, llamando a mi alma, y se acercó un
velero.
1941.
El del espejo, La Habana,
Cuadernos Unión, ¿1967?, pp. 32-35, 41 y 46.
—37→
Juan Ramón Jiménez
Partida
(Pureza del mar)
Hasta estas puras noches tuyas, mar, no tuvo
el alma mía (sola más que nunca)
aquel afán, un día presentido,
del partir sin razón.
Esta portada
5
de camino que enciende en ti la luna,
con toda la belleza de sus siglos
de castidad, blancura, paz y gracia,
la contajia del ansia de su ausente
movimiento.
10
Hervidero
de almas de azucenas, que una música
celeste fuera haciendo de cristales líquidos
en varas de hialinas cimas de olas,
con una fiel correspondencia de colores
15
a un aromar agudo de delicias
que estasiaran la vida hasta la muerte.
...Majia, deleite, más, entre la sombra
donde arden los brillantes ojos sostenidos,
que la visión de aquel cantado amor
20
leve, sencillo y verdadero,
que no creímos conseguir; tan cierto
que parecía el sueño más distante.
Sí, sí; así era, así
empezaba
aquello; de este modo lo veía
25
mi corazón de niño, cuando, abiertos
como rosas, mis ojos,
se alzaban negros desde aquellas torres
cándidas por el iris, de mi sueño,
a la alta claridad de un paraíso.
30
Así era aquel pétalo de cielo,
en el que el alma se encontraba,
igual que en otra ella, única y libre,
—38→
Esto era, esto es, de aquí se iba,
por lisas galerías de infalibles
35
arquitecturas de agua, tierra, fuego y aire,
como esta noche eterna, no sé a dónde,
a la segura luz de unas estrellas.
Así empezaba aquel comienzo sin fin, gana
matinal de mi alma
40
de salir, por su puerta, hacia su ignoto centro.
¡O blancura primera, sólo y siempre
primera!
¡Marmórea realidad de la inconsciente lumbre
blanca!
¡Locura de blancura irrepetible!
45
...¡Blancura de esta noche, mar, de luna!
Sitio perpetuo
«Aquel purpúreo monte, que
tenía
la formación más viva hacia el ocaso,
desviado secreto de espesura»,
vuelve hacia mí, se instala
ante mi amor, lo mismo
5
que un ser, una inmortal mujer dorada.
¿Él sabe que es bastante,
sabe que lo esperaba yo cantando,
que es deseado para plenitud,
para paz, para gloria?
10
Viajan los lugares, a las horas
propicias. Entrecruzan sin estorbo,
en concesión magnánima de espacio,
sus formas de infinita especie bella,
cada uno a su fe. (Y hacen un mundo
15
nuevo perpetuamente...)
«Este mar plano frente a la pared
blanca al sur neto de la noche ébano,
con la luna acercada en inminencia
de alegre eternidad.»
20
—39→
...Así encontramos,
de súbito, hondas patrias imprevistas,
paraísos profundos de hermosura,
que parecieron de otro modo:
claros ante la luz, distintos,
25
olas bien limitadas, otras,
altos árboles solos, diferentes.
La armonía recóndita
de nuestro estar coincide con la vida.
Y en tales traslaciones, realidades
30
paralelas, bellísimas, del sueño,
dejamos sonriendo nuestra sien
contra la fresca nube,
cuajada momentánea eternidad,
en un pleno descanso transparente,
35
advenimiento firme de imposible.
«Mi galería al único levante,
cielo amarillo y blanco trasluciente,
sobre el pozo primero, entre la adelfa.»
Jeneralife
Nadie más. Abierto todo.
Pero ya nadie faltaba.
No eran mujeres, ni niños,
no eran hombres: eran lágrimas
(¿quién se podría llevar
5
la inmensidad de sus lágrimas?)
que temblaban, que corrían,
arrojándose en el agua.
...Hablan las aguas y lloran
bajo las adelfas blancas;
10
bajo las adelfas rosas
lloran las aguas y cantan,
por el arrayán en flor,
sobre las aguas opacas.
—40→
¡Locura de canto y llanto,
15
de las almas, de las lágrimas!
Entre las cuatro paredes,
penan, cual llamas, las aguas;
las almas hablan y lloran,
las lágrimas olvidadas;
20
las aguas cantan y lloran,
las emparedadas almas.
...¡Por allí la están matando!
¡Por allá se la llevaban!
(Desnuda se la veía.)
25
¡Corred, Corred, que se escapan!
(Y el alma quiere salirse,
mudarse en mano de agua,
acudir a todas partes
con palabra desatada,
30
hacerse lágrima en pena,
en las aguas, con las almas...)
¡Las escaleras arriba!
¡No; la escalera bajaban!
(¡Qué espantosa confusión
35
de aguas, de almas, de lágrimas;
qué amontonamiento pálido
de fugas enajenadas!
¿Y cómo saber qué quieren?
¿Dónde besar? ¿Cómo, alma,
40
almas ni lágrimas ver,
temblorosas en el agua?
¡No se pueden separar;
dejadlas huir, dejadlas!)
...¿Fueron a oler las magnolias,
45
a asomarse por las tapias,
a esconderse en el ciprés,
a hablarle a la fuente baja?
...¡Silencio! que ya no lloran.
¡Escuchad! que ya no hablan.
50
Se ha dormido el agua, y sueña
que la desenlagrimaban;
que las almas que tenía,
—41→
no lágrimas, eran alas;
dulce niña en su jardín,
55
mujer con su rosa grana,
niño que miraba el mundo,
hombre con su desposada...
que cantaba y que reía...
¡Que cantaba y que lloraba
60
con rojos de sol poniente
en las lágrimas más altas
en el más alto llamar
rodar de alma ensangrentada!
¡Caída, tendida, rota
65
el agua celeste y blanca!
¡Con qué desencajamiento
sobre el brazo se levanta!
Habla con más fe a sus sueños,
que se le van de las ansias;
70
parece que se resigna
dándole la mano al alma,
mientras la estrella de entonces,
presencia eterna, la engaña.
Pero se vuelve otra vez
75
del lado de su desgracia;
mete la cara en las manos,
no quiere a nadie ni nada,
y clama para morirse,
y huye sin esperanza.
80
...Hablan las aguas y lloran,
lloran las almas y cantan.
¡O, qué desconsolación
de traída y de llevada;
qué llegarse al rincón último,
85
en repetición sonámbula;
qué darse con la cabeza
en las finales murallas!
(...En agua el alma se pierde,
y el cuerpo baja sin alma;
90
sin llanto el cuerpo se va,
—42→
que lo deja con el agua,
llorando, hablando, cantando
con las almas, con las lágrimas
del laberinto de pena,
95
entre las adelfas blancas,
entre las adelfas rosas
de la tarde parda y plata;
con el arrayán ya negro,
bajo las fuentes cerradas.)
100
A mi alma
Siempre tienes la rama preparada
para la rosa justa; andas alerta
siempre, el oído cálido en la puerta
de tu cuerpo, a la flecha inesperada.
Una onda no pasa de la nada,
5
que no se lleve de tu sombra abierta
la luz mejor. De noche, estás despierta
en tu estrella a la vida desvelada.
Signo indeleble pones en las cosas.
Luego, tomada gloria de las cumbres,
10
revivirás en todo lo que sellas.
Tu rosa será norma de las rosas;
tu oír, de la armonía; de las lumbres
tu pensar; tu velar, de las estrellas.
Pájaro fiel
Cuando el mirlo, en lo verde nuevo, un día
vuelve, y silba su amor, embriagado,
meciendo su inquietud en fresco de oro,
nos abre, negro, con su rojo pico,
carbón vivificado por su ascua,
5
un alma de valores armoniosos
mayor que todo nuestro ser.
—43→
No cabemos, por él, redondos, plenos,
en nuestra fantasía despertada.
(El sol, mayor que el sol,
10
inflama el mar real o imajinario,
que resplandece entre el azul frondor,
mayor que el mar, que el mar.)
Las alturas nos vuelcan sus últimos tesoros,
preferimos la tierra donde estamos,
15
un momento llegamos,
en viento, en ola, en roca, en llama,
al imposible eterno de la vida.
La arquitectura etérea, delante,
con los cuatro elementos sorprendidos,
20
nos abre total, una,
a perspectivas inmanentes,
realidad solitaria de los sueños,
sus embelesadoras galerías.
La flor mejor se eleva a nuestra boca,
25
la nube es de mujer,
la fruta seno nos responde sensual.
Y el mirlo canta, huye por lo verde,
y sube, sale por lo verde, y silba,
recanta por lo verde venteante,
30
libre en la luz y la tersura,
torneado alegremente por el aire,
dueño completo de su placer doble;
entra, vibra silbando, ríe, habla,
canta... Y ensancha con su canto
35
la hora parada de la estación viva,
y nos hace la vida suficiente.
¡Eternidad, hora ensanchada,
paraíso de lustror único, abierto
a nosotros mayores, pensativos,
40
por un ser diminuto que se ensancha!
¡Primavera, absoluta primavera,
cuando el mirlo ejemplar, una mañana,
enloquece de amor entre lo verde!
—44→
El desvelado
¡Mis ojos abiertos!
¡Llevadme a la mar
a ver si me duermo!
Mientras estén lejos,
no se han de cerrar
5
mis ojos abiertos.
Llorarán recuerdos,
hasta hacer un mar
de sangre y veneno;
un mar sin consuelo,
10
que me ha de llevar
al desvelo eterno...
No imitan los besos
ni el dulce cantar
la ola y el viento.
15
¡La ola y el viento!
¡Llevadme a la mar
a ver si me duermo!
Criatura afortunada
Cantando vas, riendo por el agua,
por el aire silbando vas, riendo,
en ronda azul y oro, plata y verde,
dichoso de pasar y repasar
entre el rojo primer brotar de abril,
5
¡forma distinta, de instantáneas
igualdades de luz, vida, color,
con nosotros, orillas inflamadas!
¡Qué alegre eres tú, ser,
con qué alegría universal eterna!
10
¡Rompes feliz el ondear del aire,
bogas contrario el ondular del agua!
¿No tienes que comer ni que dormir?
¿Toda la Primavera es tu lugar?
¿Lo verde todo, lo azul todo,
15
—45→
lo floreciente todo es tuyo?
¡No hay temor en tu gloria:
tu destino es volver, volver, volver,
en ronda plata y verde, azul y oro,
por una eternidad de eternidades!
20
Nos das la mano, en un momento
de afinidad posible, de amor súbito,
de concesión radiante;
y, a tu contacto cálido,
en loca vibración de carne y alma,
25
nos encendemos de armonía,
nos olvidamos, nuevos, de lo mismo,
lucimos, un instante, alegres de oro.
¡Parece que también vamos a ser
perennes como tú,
30
que vamos a volar del mar al monte,
que vamos a saltar del cielo al mar,
que vamos a volver, volver, volver
por una eternidad de eternidades!
¡Y cantamos, reímos por el aire,
35
por el agua reímos y silbamos!
¡Pero tú no te tienes que olvidar,
tú eres presencia casual perpetua,
eres la criatura afortunada,
el májico ser solo, el ser insombre,
40
el adorado por calor y gracia,
el libre, el embriagante robador,
que, en ronda azul y oro, plata y verde,
riendo vas, silbando por el aire,
por el agua cantando va, riendo!
45
Estos poemas se publicaron en
Revista Cubana (La Habana), X, 28-30
(octubre-diciembre 1937), pp. 35-51, y se han reproducido en el libro
Juan Ramón Jiménez en Cuba,
compilación, prólogo y notas de Cintio Vitier, La Habana,
Editorial Arte y Literatura, 1981, pp. 82-92.
—46→
Ángel Lázaro
España
¡Qué ganas de pisarte, tierra
mía,
de medir con mi paso tu corteza,
de fatigarme sobre ti, y rendido
caer, dormir contigo, oh, tierra, tierra!
Despertar bajo un árbol, dolorido
5
y dichoso a la vez, cual se despierta
de un sueño horrible. Sangre, sangre, sangre,
lívidos rostros, tumbas, bayonetas...
Despertar dulcemente ¡oh! madre mía,
madre de todos, santa madre nuestra,
10
aquí, en este silencio, en esta anchura
de tu cielo, ya en paz... ¡Cuánta tristeza
habremos de enterrar! Míranos: todos
necesitamos tu piedad inmensa,
todos ahora igualmente desdichados
15
de vernos y de verte... Vieja Iberia,
desangrada, enlutada, seca, erguida
sobre un muerto planeta.
Soledad
Ya estoy más solo, sí, ya voy
estando
más solo. No del mar. Sí de sus
rondadores.
Cerca y lejos, el mar me está cantando
en esta soledad sus verdades mejores.
Ya estoy más solo, sí; vuelvo a mi pura
5
desnudez, a mi ser, a mi certeza;
vuelvo otra vez a oír la voz segura,
y un ala fresca orea mi cabeza.
Ya estoy conmigo, sí. Mas, todavía
no ha encontrado su punto la armonía
10
del corazón, la soledad su centro.
—47→
Sabré que solo estoy cuando desnuda
y, cual la muerte, en el silencio muda,
la Verdad desde el mar venga a mi encuentro.
Antología poética, La Habana,
Imprenta La Verónica, 1940.
Yo bien sé
Yo bien sé que ahora soy igual que un muerto,
miradme bien: un muerto.
Un muerto, sí, pero muy dentro fluye
una música que sólo yo percibo,
y un día se alzará... Serán mis ojos
5
otra vez los de ayer cuando el paisaje
-su luz pura- los llene nuevamente
Oh, música dormida,
patria dormida, corazón de luto,
qué día aquel el que levante en vilo
10
la losa que te cubre... Mientras tanto,
dejad al muerto, respetad al muerto,
su silencio, su ausencia... Todos somos,
españoles hermanos,
muertos que esperan esa luz de un día,
15
escuchando en sí mismos el mañana.
Terremotos de pueblos
Terremotos de pueblos,
sangre dispersa por la dinamita,
aullidos de barbarie...
Yo volveré a buscar la margarita.
Renunciad. No hay mañana.
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Por siempre vuestra vida está proscrita.
Lo que fue ya no existe.
Yo volveré a buscar la margarita.
El pastor habrá muerto;
sobre el alcor ya no estará la ermita.
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Ruina y escombro, luto, soledades...
Yo volveré a buscar la margarita.
—48→
Lo sé: regueros de odios,
charcas negras, osarios... Mas la cita
está en mi corazón a vida o muerte:
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¡Yo volveré a buscar la margarita!
A don Miguel de Unamuno
Para María
Zambrano.
Nunca quisiste a España con amor tranquilo
sino rabiando, padeciendo;
amor a muerte, al borde, siempre al borde
de despeñarte... Forcejeo,
trágico jadear, rebañaduras
5
del corazón, blasfemias, rezos,
dulce panal, enardecida brama,
ardiente extenuación, brasa en los huesos...
Así quisiste a España, hasta que loca
de ti, por ti, sangrando, ardiendo,
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te mordió, loba, el corazón. Rodasteis
con largo aullido hasta el abismo negro.
Genio de España
Genio de España, contradictorio,
genio de España a contrapelo,
Rodrigo tinto en sangre,
Alonso, liberal, cristiano y bueno;
Teresa, enamorándose a lo humano
5
de lo divino; Segismundo viendo
que soñar es vivir
y que el vivir es sueño;
Celestina, zurciendo en tercerías
los más puros amores sin saberlo;
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Lazarillo rascándose las liendres
a la vez que el ingenio,
y Quevedo, procaz y deslenguado,
junto al más hondo, apasionado fuego...
—49→
Genio de España
15
que, por aburrimiento,
harto de sí, se lanza a la aventura,
y harta al mundo de asombro en mundos nuevos,
borrando cordilleras,
fundiendo razas y amasando pueblos.
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Genio de España,
desesperado y cachazudo -extremos-
que, por anticipar, fracasa en Larra
y construye en Galdós a redrotiempo.
Genio de España:
25
Unamuno muriendo
en Salamanca, a manos de sí mismo,
Caín del buen Abel que llevó dentro;
genio de España, García Lorca,
criatura de milagro y privilegio
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que llevaba a la vida fascinada
tras sí, caído, muerto
entre sus propios cármenes,
del crimen más horrendo...
¡Cuándo te fundirás, genio de
España,
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en un solo destino! ¡Ráete el
tuétano
y arrójalo al volcán -crisol de sangre-
a ver si fragua ese español que sueño!
Sangre de España. Elegía de un
pueblo, La Habana, Imprenta La Verónica (El Ciervo Herido),
1942.
—50→
Enrique López Alarcón
El ocaso del poeta
El Padre, al hijo pródigo, le apaña
y adereza el mejor de sus corderos,
que hoy atruena un tropel de aventureros
hasta lo más recóndito de España.
Ya no es la pluma un Cristo de la caña
5
vejada, escarnecida, y sin dineros,
que hoy aclaman los públicos iberos
al Jesús del Sermón de la Montaña.
Mas no podemos ofrecerte flores,
que en abril, esplendente primavera,
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se fueron a formar los tres colores
que esmaltan el cendal de la bandera;
pero... aún le queda al vate la jornada
del poema de España libertada.
Soy español. Madrigales
y sonetos, La Habana, Talleres de Editorial Luz-Hilo, 1940, pp. 43-44.
Desterrado español
Hizo el león español con la loba
tálamo ilustre, que Venus recela,
y el balanceo de la carabela
canta el feliz madrigal de la alcoba.
El calafate las quillas resoba
5
y el argonauta descorre la vela...
mientras a España, la ibérica abuela,
nietos le nacen color de caoba.
Si Cuba libre nos da su leyenda,
clava el pendón y levanta tu tienda.
10
¿Dónde encontrar, como hallamos
aquí,
yunque y martillo, tambor y trofeo?
¿Dónde el machete de Antonio Maceo?
¿Dónde la estrofa y la fe de Martí?
Martí, (La
Habana), año XIII, 176 (15 de febrero de 1942), p. 14.
—51→
Concha Méndez
Debajo de esta noche...
Debajo de esta noche ¿quién camina?
¿quién llevará ese hielo o esa
llama?...
Se ha empeñado una luz ¡quién sabe en
dónde!
Y el ángel de la fe de nada sirve.
Se inquieta el corazón -no tiene alas-
5
ni el dolor tiene espejos; solamente
un pedestal que quiere sostenerle,
con los ojos vendados como el niño
de ese volar sin rumbo.
Debajo de esta noche, yo lo escucho,
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-la noche es el silencio que no quema-
un fantasma camina ¿quién lo mueve?
Siento en mi sangre girar el Universo.
Silencio
De piedra siento el silencio
sobre mi cuerpo y mi alma.
No sé qué hacer bajo el peso
de esta losa.
Tendida estoy a la noche
5
-árbol de sombra sin ramas.
Parece el tiempo dormido.
Parece que no soy yo
quien está a solas conmigo.
Tan segura voy que voy
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perdida en todos los rumbos.
Ni brújula ni timón:
perdida por lo absoluto.
Y perdida llegaré
a los confines del mundo.
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La noche negra no es negra
cuando se lleva una luz
más fuerte que las tinieblas.
—52→
Me levanté hasta el
sueño...
«La vida es ciervo
herido
que las flechas le dan
alas».
Góngora
Me levanté hasta el sueño. En busca
iba
de no sentir la herida que abrasaba.
Las duras flechas del dolor hicieron
brotar en mí el clavel de nueva llaga.
Corriendo al par carrera con el viento
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y perseguida por amante llama,
la vida es ciervo herido sin remedio
que las flechas le dan veneno y alas.
De distintos puntos...
De distintos puntos que yo no conozco,
oigo que me llaman voces que no entiendo;
y me desespera el no entender nada
y me desanima verlo todo incierto.
A veces pregunto: ¿por qué habré
venido
5
a este laberinto de soledades,
del que nunca salgo por más que me esfuerzo,
encontrando sombras... sin hallar a nadie?...
En la misma Patria en donde he nacido,
en la misma casa donde me han criado,
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todo siempre ha sido a mis largas horas
un buscar continuo entre los extraños...
Y las voces esas... Y los pasos míos,
entre encrucijadas llenas de misterio...
Y las otras vidas pasando a mi lado...
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viendo en cada rostro los trazos de un miedo...
Nada me importa. Hasta aquí he llegado
importándome todo en demasía.
Ahora, nada me importa, mi postura
es, entre indiferencia y rebeldía.
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—53→
Lo mejor de mi esencia lo he entregado
tan generosamente y confiada,
que por cederlo así, para mis horas,
apenas si de mí me queda nada.
La Habana, mayo, 1939.
Lluvias enlazadas, La
Habana, Imprenta La Verónica (El Ciervo Herido), 1939.