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Sergio Ramírez: «Los marginales son los grandes personajes del cuento»

Jaime Edgar Cabrera Junco





Sergio Ramírez es escritor, pero ha sido abogado, periodista y político. Fue vicepresidente de Nicaragua entre 1986 y 1990 en el primer gobierno de Daniel Ortega, quien llegara al poder por todo lo alto tras la caída de la dictadura de los Somoza. Se distanció del hoy mandatario e incluso llegó a postular a la presidencia de su país en 1996, pero no ganó al igual que Mario Vargas Llosa en los comicios peruanos de 1990. Y también después de esa experiencia política se dedicaría plenamente a la literatura y ha seguido escribiendo continuamente. En Flores oscuras (Alfaguara, 2013), este narrador vuelve a un género en el que se mueve como pez en el agua: el cuento.

Es una grata sorpresa encontrar como novedad un libro de cuentos. Como usted sabe lo que más se publica últimamente son novelas, pero el cuento es un género muy cercano y afín a la literatura latinoamericana.

Sí, es parte de una tradición que desgraciadamente, diría yo, se ha desvanecido. Las editoriales prefieren publicar novelas y los escritores jóvenes prefieren empezar con una novela, temerosos de que un libro de cuentos no les abra las puertas de la literatura. Creo que este es un terreno en el que queda mucho por explorar todavía, yo empecé mi carrera literaria precisamente como cuentista, publiqué mi primer cuento a los 17 años, mi primer libro de relatos a los 20 y es un oficio al que particularmente le tengo devoción y es un camino al que siempre quiero volver porque considero mi carrera de narrador como un ejercicio doble: el de cuentista y el de novelista.

Al cuento usted lo ha definido como su «primer amor», que con este género ingresó al mundo de las letras. ¿Cómo surgió este «romance» con el cuento?

Bueno, Nicaragua es un país lleno de poetas y yo empecé a escribir poesía como todos los de mi generación, luego me di cuenta de que en realidad lo que quería era narrar, contar todo lo que veía a mi alrededor, transformar la realidad en literatura. Y a los 17 años escribí este primer cuento que se llamaba «El estudiante», que es lo que yo veía en la universidad: los estudiantes que fracasaban en sus estudios, que regresaban a sus pueblos y tenían que empeñar sus libros, vender sus anillos de graduación, esto me pareció el primer drama que viví a mi alrededor y lo transformé en cuento. Entonces sentí que desde ese momento -no voy a decir vocación- tenía la necesidad de ser narrador.

¿Y qué primeras lecturas fueron importantes como lector y luego ya como escritor?

Para mí fue muy importante Horacio Quiroga, Antón Chéjov, Ambrose Bierce, William Faulkner, Hemingway, Maupassant... son los manuales, digamos, con los que aprendí la escritura del cuento, y en una segunda fase entré a Borges, Rulfo, Cortázar... también me enseñó mucho Juan Bosch, sobre todo la técnica de escribir cuentos. Creo que cuando uno tiene lo que he llamado la necesidad de narrar, lo que se requiere son técnicas de cómo hacerlo, y quizás uno puede escribir una novela sin técnicas, porque una novela es una aventura muy vasta, sorpresiva y está llena de incertidumbres, es un camino muy largo, pero el cuento no es posible sin la técnica.

Usted, en el caso de los maestros del cuento, resalta de manera especial a Chéjov por esta mirada a lo marginal, de lo que pasa desapercibido, que es uno de los temas de sus relatos.

Sí, creo que la clave de Chéjov es realzar lo extraordinario que tiene lo cotidiano. Sus cuentos se van construyendo línea a línea, no tienen ese final sorpresivo que quería Cortázar o como lo hacían Bierce u O. Henry -yo aprendí mucho de ellos sobre los finales sorpresivos- pero los cuentos de Chéjov no tienen finales sorpresivos, y uno sabe que el cuento está presente desde la primera línea.

Hace un momento usted decía que no estaba seguro de hablar de una vocación de escritor, ¿la escritura en su caso ha sido un descubrimiento?

Yo creo que es una necesidad, si uno sabe que no puede vivir sin escribir es un escritor verdadero, si se considera que es un asunto prescindible, del weekend, entonces no es una verdadera escritura. La verdadera escritura surge cuando uno está decidido a abandonarlo todo por escribir y las horas del día que podría dedicarlas a otras cosas, escoge dedicarlas a la literatura aun en la peor de las circunstancias. Entonces es por eso que yo hablaba de la necesidad que se resuelve en escribir aquello que uno siente que el otro, que el lector debe saber.

*  *  *

Nació en Masatepe, un pueblo ubicado a 50 kilómetros de Managua. Tiene 71 años. En 1998 ganó el Premio Alfaguara de Novela con Margarita, está linda la mar, título que alude a un poema de Rubén Darío dedicado a su musa Margarita Debayle, quien de niña le había pedido que le escribiera un cuento en versos. De sus años de político, Ramírez recuerda que se obligaba a despertarse en la madrugada para poder escribir, no quería dejar la escritura. «Cuando uno deja la escritura por unos diez o quince años entonces ya se tiene que renunciar a la literatura y yo no estaba dispuesto a eso», afirma.

En el caso de la literatura nicaragüense, ¿el peso que tiene Rubén Darío es avasallador para los escritores de su país?

Es muy definitoria, pero es curioso, pues la figura de Rubén Darío pesa en la poesía, pero pesa muy poco en la narrativa. Él tiene tres vértices: la poesía, la narrativa -es un gran cuentista- y la cronista periodística, la cual es poco explorada. De manera que cuando Darío revolucionó la poesía hispanoamericana también revolucionó la narrativa en castellano, pero esto no es una herencia evidente ni en Nicaragua ni en América Latina.

¿Cuál ha sido el descubrimiento más importante que ha tenido como escritor?

Ver que la realidad se parece a la literatura y cómo la literatura puede sustituir a la realidad, o cómo ambas se funden de una manera indisoluble, de modo que es difícil decidir qué cosa es la literatura y qué cosa es la realidad. Cómo las dos se copian a sí mismas.

En su nuevo libro, Flores oscuras, está presente lo marginal, este elemento tomado de Chéjov. Al comentarlo, usted afirmaba que en este cuentario «prevalece esa especie de obsesión que tengo con las vidas humanas golpeadas por el destino».

Sí, sacadas de la oscuridad por el deslumbre de la literatura o de la crónica policíaca, de donde saco muchos de mis personajes. También me nutro de la crónica periodística, donde veo a boxeadores sin fortuna, trapecistas de circo o magos, guerrilleros olvidados... este tipo de personajes, los marginales, que habitan los resquicios del mundo, que están en las esquinas oscuras del tablero donde no llegan los reflectores, estos para mí son los grandes personajes del cuento.

En el libro presenta un cuento que empezó a escribir en 1967 y ha vuelto a retomar, ¿cómo ha sido esa experiencia?

Escribí este cuento hace muchos años, cuando era muy joven, recordando la amistad con un muchacho que luego se volvió delincuente y entonces lo que hice fue contar este cuento en dos planos distintos: cuando el hombre que llega a la policía a que le entreguen las cosas que han sido robadas en su casa va recordando al mismo tiempo su amistad con el ladrón, sus juegos de niños, las historietas. Esta historia siempre quise contarla de joven, pero me parece que lo hice de manera complicada y lo quise simplificar, y es el único experimento que hice con la reescritura de un cuento, que es este que se llama «La cueva del trono de la calavera». Es algo que yo no recomiendo hacer...

¿Por qué?

Creo que con los cuentos del pasado no hay que abrir esa caja de pandora porque entonces la reescritura se volvería un asunto borgeano, es decir, de repetirla de manera infinita. Creo que lo escrito, escrito está.

Hay un cuento que se titula «No me vayan a haber dejado solo», que es un verso del poema III de Trilce. ¿Cómo así pensó en este título para este relato?

Ese es uno de los poemas que más me ha impresionado de Vallejo dentro de esta novedad lingüística que es Trilce. Yo me vi retratado en este poema -que es sobre la infancia, la soledad, los hermanos- al ver una fotografía tomada en la puerta de mi casa en Masatepe. En esa imagen estamos mis hermanos, mis padres y yo, entonces siempre ambicioné, al ver una y otra vez esta fotografía, entrar en ella, es decir, saber qué había detrás de la foto, esos planos claroscuros que se forman detrás de la imagen. Y de eso trata el cuento, la ambición resuelta de entrar por fin en esa foto y mirar más allá de la puerta donde está congregada la familia y donde el narrador no encuentra más que soledad, que ya no hay nadie.

¿Se puede hacer política a través de la literatura o es algo irreconciliable?

Creo que la literatura no es un buen instrumento para la política, que para esto tiene como mejores medios a los manifiestos, a los ensayos, a los discursos, a las entrevistas. La literatura no es para convencer a nadie o enviar mensajes a favor de una ideología o un partido, porque la literatura es algo mucho más complejo porque tiene que ver con la esencia de los seres humanos.

¿Cuál es el principal compromiso entonces que debe tener un escritor?

En primer lugar escribir bien, dominar el lenguaje, dominar las técnicas de la literatura, hacerse comprensible para los lectores, ser atractivo, hacer que el lector no lo abandone porque si uno no logra que el lector lo acompañe hasta la última línea, entonces es un fracaso absoluto. Entonces la primera regla es aprender a escribir bien para ser lo suficientemente atractivo para el lector.

Usted, en un artículo en la revista El Malpensante, escribió un decálogo del escritor y decía que el primer «mandamiento» era no aburrir...

Bueno, sí (ríe), eso me parece lo más importante: no aburrir. Lo he tomado del cineasta Billy Wilder.

Alguna vez dijo que felizmente «no hay tercera edad para la escritura». ¿Eso es un alivio literariamente?

Lo que yo creo es que uno escribe hasta el último día de su vida y siempre se está experimentando. Un escritor como Carlos Fuentes, que escribió hasta el último día de su vida siempre estaba presentando alguna novedad. Un escritor no se retira...

Como Philip Roth...

Él ha declarado que se retira. Eso está bien, es una opción personal pero la literatura puede escribirse hasta el último día de nuestra vida de escritor.

Se puede ser, como en su caso un exvicepresidente, pero no un exescritor.

(Ríe) No, creo que no hay tercera edad en la literatura. Creo que en la política debería haber una regla para que se retirasen (ríe nuevamente).





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