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IX. De la frecuencia de la Sagrada Comunión

     Dicho ya del aparejo para este divino sacramento, digamos agora de la frecuencia de Él. Lo cual, en parte, se puede entender por lo que hasta aquí está dicho, pues para esto no se puede dar regla general que cuadre a todos; no más que una medida y manera de vestido para todos los cuerpos. Porque, en este negocio se ha de tener respecto al estado, manera de vida y aprovechamiento de cada uno, y al aparejo que tiene para allegarse a este sacramento con menos nota, y a la condición de la persona y a otras circunstancias semejantes.

     Y porque la principal regla se ha de tomar del aprovechamiento mayor o menor del que comulga; según esto, a unos bastará comulgar las principales fiestas del año; a otros, cada mes; a otros, cada quince dias y a otros, cada semana, como San Agustín lo aconseja. Asimismo San Buenaventura, con ser un tan grande contemplativo y tan grande maestro de la vida espiritual, como lo muestran sus escripturas, en un tratado que escribió de la perfección de la vida a una hermana suya, no quiere que haya más frecuencia de este divino manjar, que de ocho días, si no hubiese (dice él) alguna grande hambre de este pan celestial, porque piadosamente se cree ser ésta de Dios, cuando concurre con ella el testimonio de la buena vida. Y así queda el negocio reducido al prudente y experimentado confesor; el cual, según el estado de la persona, la pureza de la vida, el ejercicio de la oración, buenas obras y el aprovechamiento en la mortificación de las pasiones, puede alargar o estrechar las licencias.

     También se debe tener respecto a la edad, mayormente en las doncellas, a las cuales conviene más el recogimiento y encerramiento que a todas las otras condiciones de personas, por el ejemplo de Dina, hija del patriarca Jacob, que tanto mal causó con su poco recogimiento. Y a éstas y a las viudas de menos edad, de que San Pablo hace mención, conviene avisar que no pongan todo su aprovechamiento en solo lo que hacen en la iglesia, sino que trabajen por traer la iglesia a su casa; esto es, que hagan iglesia de los rincones de ella, y que allí tengan todo su trato y comunicación con Dios; como lo hacían en sus cuevas aquellos santos del desierto, que, sin esta comodidad, alcanzaron tan grande perfección; y hurten un pedazo del sueño de la noche para vacar a Dios cuando todas las cosas están en silencio. Y imiten el ejemplo de Santa Catarina de Sena, la cual fue muy maltratada de sus padres porque, como persona que se ataviaba para el esposo del Cielo, cortó los cabellos que tenía muy hermosos. Y enojados de esto sus padres, le quitaron la celda en que se recogía y la hicieron servir en todas las cosas de casa. Mas la santa no perdió por esto nada de su aprovechamiento; porque fabricó en su imaginación una celda y, haciendo cuenta que su padre era Cristo y su madre Nuestra Señora y sus hermanos los apóstoles, andaba tan ocupada en esta imaginación, que no echaba menos la falta de la celda. Y esto mismo aconsejaba ella a su padre confesor que hiciese. Y algo de esto debrían de hacer las mujeres de poca edad, y salir menos veces a la iglesia; y éstas, acompañadas con personas honradas o con su madre, como San Ambrosio lo escribe de Nuestra Señora. Y aunque, generalmente hablando, no se deba dejar lo bueno por el escándalo que llaman de fariseos, que es de los que contra razón se escandalizan, mas algunas veces será virtud y caridad tener respecto aun a éstos, cuando son flacos, no siendo con notable pérdida nuestra. Lo cual confirma San Bernardo en una de sus epístolas por estas palabras: «De buena voluntad careceré de cualquier provecho espiritual, si no se puede adquirir sin ninguna nota o escándalo. Ca donde hay escándalo, hay detrimento de caridad; y maravillarme hia yo (dice él) que pudiese alcanzar alguna ganancia con el ejercicio espiritual, entreviniendo en él menoscabo de la caridad.» Este aviso aunque sea general para todos, pero señaladamente pertenece a las doncellas.

     Y así, a éstas como a las casadas, se debe aconsejar que nunca por sus espirituales ejercicios dejen de cumplir con las obligaciones de justicia, que son obedecer y servir enteramente las mujeres a sus maridos y las hijas a sus padres. Porque siempre lo que es de obligación se ha de anteponer a lo que es de voluntad y devoción. Y a todas, en general, se debe aconsejar que las confesiones, cuando son frecuentes, sean breves, por la nota que se da a la gente, diciendo: ¿Qué tiene aquélla que acusarse tan largo espacio?

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